Tuesday, June 7, 2016

Conócete a ti mismo - René Guénon

La Hermandad para toda la Humanidad

CONÓCETE A TI MISMO

RENÉ GUÉNON


Habitualmente se cita esta frase: “Conócete a ti mismo”, pero con frecuencia se pierde de vista su sentido exacto. A propósito de la confusión que reina sobre estas palabras se pueden plantear dos cuestiones: la primera concierne al origen de esta expresión, la segunda a su sentido real y a su razón de ser. Algunos lectores podrán creer que estas dos cuestiones son enteramente distintas y que no tienen ninguna relación entre ellas. Reflexionando y después de un atento examen resulta claramente que están estrechamente relacionadas.
Si se pregunta a los que han estudiado la filosofía griega quién es el hombre que pronunció por vez primera estas sabias palabras, la mayoría no dudará en responder que el autor de esta máxima es Sócrates, aun cuando algunos pretendan relacionarla con Platón y otros con Pitágoras. De estos pareceres contradictorios, de estas divergencias de opinión tenemos el derecho de concluir que esta frase no tiene como autor a ninguno de estos filósofos y no es en ellos donde hay que buscar su origen.
Nos parece lícito formular esta advertencia que parecerá correcta al lector cuando sepa que dos de estos filósofos, Pitágoras y Sócrates, no han dejado ningún escrito.
En cuanto a Platón, nadie, cualquiera que sea su competencia filosófica, está capacitado para distinguir lo que ha sido dicho por él o por su maestro Sócrates. La mayor parte de la doctrina de este último sólo nos es conocida a través de Platón y se sabe, por otra parte, que en la enseñanza de Pitágoras es de donde Platón ha tomado algunos de los conocimientos que muestra en sus diálogos. De ahí que veamos que es extremadamente difícil delimitar lo que pertenece a cada uno de los tres filósofos. Lo que se atribuye a Platón también se atribuye con frecuencia a Sócrates, y, entre las teorías apuntadas, algunas son anteriores a ambos y provienen de la escuela de Pitágoras o del propio Pitágoras.
A decir verdad, el origen de la expresión estudiada se remonta mucho más arriba que los tres filósofos nombrados aquí. Es más, es mucho más antigua que la historia de la filosofía, y sobrepasa también el dominio de la filosofía.
Se dice que estas palabras estaban inscritas encima de la puerta de Apolo en Delfos. Después fueron adoptadas por Sócrates, como lo fueron por otros filósofos, como uno de los principios de su enseñanza, a pesar de la diferencia que ha podido existir entre estas diversas enseñanzas y los objetivos perseguidos por sus autores. Por lo demás, es probable que Pitágoras haya empleado esta expresión mucho antes que Sócrates. Por ello, estos filósofos se proponían mostrar que su enseñanza no era estrictamente personal, sino que provenía de un punto de partida más antiguo, de un punto de vista más elevado que alcanzaba la fuente misma de la inspiración original, espontánea y divina.
Constatamos que estos filósofos eran, en esto, muy diferentes de los filósofos modernos que despliegan todos sus esfuerzos para expresar algo nuevo a fin de darlo como la expresión de su propio pensamiento, de dárselas como los únicos autores de sus opiniones, como si la verdad pudiera ser propiedad de un hombre.
Vamos a ver ahora porqué los filósofos antiguos han querido vincular su enseñanza a esta expresión o a otra similar, y porqué se puede decir que esta máxima es de un orden superior a toda filosofía.
Para responder a la segunda parte de esta pregunta, diremos que la respuesta está contenida en el sentido original y etimológico de la palabra “filosofía”, que habría sido, se dice, empleada por primera vez por Pitágoras. La palabra filosofía expresa propiamente el hecho de amar a Sophia, la sabiduría, la aspiración a ésta o la disposición requerida para adquirirla.
Esta palabra siempre se ha empleado para calificar una preparación a esta adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios que podían ayudar al philosophos, o a aquel que experimentaba por ella alguna inclinación, para convertirse en sophos, es decir, sabio.
Así, como el medio no se puede tomar como un fin, el amor a la sabiduría no podría constituir la sabiduría misma. Y del hecho de que la sabiduría es en sí misma idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede decir que el conocimiento filosófico no es más que un conocimiento superficial y exterior. Así pues no tiene en sí mismo ni por sí mismo un valor propio. Constituye solamente un primer grado en la vía del conocimiento superior y verdadero que es la sabiduría.
Es bien sabido por aquellos que han estudiado a los filósofos antiguos que éstos tenían dos clases de enseñanza, una exotérica y otra esotérica. Todo lo que estaba escrito pertenecía únicamente a la primera. En cuanto a la segunda, nos es imposible conocer exactamente su naturaleza, porque por una parte, estaba reservado a unos pocos y por otra, tenía un carácter secreto. Estas dos cualidades no hubieran tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido algo superior a la simple filosofía.
Al menos se puede pensar que esta enseñanza esotérica estaba en relación estrecha y directa con la sabiduría y que no sólo se recurría a la razón o a la lógica como ocurre con la filosofía que por ello ha sido llamada el conocimiento racional. Estaba admitido por los filósofos de la Antigüedad que el conocimiento racional, es decir, la filosofía, no es el más alto grado de conocimiento, no es la sabiduría.
¿Es posible que se enseñe la sabiduría como se enseña el conocimiento exterior por la palabra o por los libros? Esto es realmente imposible y veremos la razón de ello. Pero lo que ya podemos afirmar es que la preparación filosófica no era suficiente, ni siquiera como preparación, ya que sólo concierne a una facultad limitada que es la razón, mientras que la sabiduría concierne a la realidad del ser todo entero.
Existe pues una preparación para la sabiduría más elevada que la filosofía, que no se dirige ya a la razón sino al alma y al espíritu, y que podemos llamar preparación interior; y parece haber sido el carácter de los más altos grados de la escuela de Pitágoras. Ha extendido su influencia a través de la escuela de Platón hasta el neoplatonismo de la escuela de Alejandría donde aparece de nuevo claramente, así como en el neo- pitagórico de la misma época.
Si para esta preparación interior aún se empleaban las palabras, éstas ya no podían tomarse más que como símbolos destinados a fijar la contemplación interior. Por esta preparación, el hombre es llevado a ciertos estados que le permiten sobrepasar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente, y como todo esto está por encima del nivel de la razón, también estaba por encima de la filosofía, ya que el nombre de filosofía siempre se emplea para designar algo que pertenece sólo a la razón.
Sin embargo, es sorprendente que los modernos hayan llegado a considerar la filosofía, así definida, como si fuera completa en sí misma, y que olviden así lo que hay de más elevado y superior.
La enseñanza esotérica ha sido conocida en los países de Oriente antes de propagarse por Grecia donde recibió el nombre de “misterios”. Los primeros filósofos, en particular Pitágoras, habían vinculado a ella su enseñanza, al no ser más que una expresión nueva de ideas antiguas. Existían diferentes clases de misterios que tenían orígenes diversos. Los que inspiraron a Pitágoras y Platón estaban en relación con el culto de Apolo. Los “misterios” tuvieron siempre un carácter reservado y secreto, la misma palabra misterio significa etimológicamente silencio total, las cosas a las que se referían al no poder ser expresadas con palabras, sólo podían enseñarse por una vía silenciosa. Pero los modernos al ignorar cualquier otro método que el que implica el uso de las palabras, y que podemos llamar el método de enseñanza esotérico, han creído falsamente, a causa de esto, que no había en ello ninguna enseñanza.
Podemos afirmar que esta enseñanza silenciosa usaba figuras, símbolos, y otros medios que tenían por objeto conducir al hombre a estados interiores que le permitían alcanzar gradualmente el conocimiento real o sabiduría. Este era el objetivo esencial y final de todos los “misterios” y de cosas semejantes que se pueden encontrar en otros lugares.
En cuanto a los “misterios” que estaban especialmente vinculados al culto de Apolo y al mismo Apolo, hay que recordar que éste era el dios del sol y de la luz, siendo ésta en su sentido espiritual la fuente de la que brota todo conocimiento y de donde derivan las ciencias y las artes.
Se dice que los ritos de Apolo venían del Norte y esto se relaciona con una tradición muy antigua, que se encuentra en los libros sagrados como el Veda hindú y el Avesta persa. Este origen nórdico se afirmaba más especialmente para Delfos que pasaba por ser un centro espiritual universal; y había en su templo una piedra llamada “omphalos” que simbolizaba el centro del mundo.
Se piensa que la historia de Pitágoras y el propio nombre de Pitágoras tienen un vínculo cierto con los ritos de Apolo. Éste era llamado Pythios, y se dice que Pytho era el nombre original de Delfos. La mujer que recibía la inspiración de los Dioses en el templo se llamaba Pythia. El nombre de Pitágoras significa pues guía de la Pythia, lo que se aplica al propio Apolo. Se cuenta también que fue la Pythia la que había declarado que Sócrates era el más sabio de los hombres. Por ello parece que Sócrates tenía un vínculo con el centro espiritual de Delfos, así como el propio Pitágoras.
Añadamos que si todas las ciencias estaban atribuidas a Apolo, también lo estaba más particularmente la geometría y la medicina. En la escuela pitagórica, la geometría y todas las ramas de las matemáticas ocupaban el primer lugar en la preparación del conocimiento superior. Respecto de este mismo conocimiento, estas ciencias no quedaban a un lado, sino que por el contrario se empleaban como símbolos de la verdad espiritual. Platón también consideraba la geometría como una preparación indispensable para cualquier otra enseñanza y había hecho inscribir encima de la puerta de su escuela estas palabras: “Que nadie entre aquí si no es geómetra.” Se entiende el sentido de estas palabras cuando se las compara con otra fórmula del mismo Platón: “Dios siempre hace geometría”, si añadimos que, hablando de un Dios geómetra, Platón también aludía a Apolo.
Así pues no hay que extrañarse de que los filósofos de la Antigüedad hayan empleado la frase inscrita a la entrada del templo de Delfos, ya que ahora conocemos los vínculos que los relacionaban a los ritos y al simbolismo de Apolo.
Según todo esto, podemos comprender fácilmente el sentido real de la frase aquí estudiada y el error de los modernos sobre ella. El error viene de que han considerado esta frase como la simple palabra de un filósofo, al que atribuyen siempre un pensamiento comparable al suyo. Pero en realidad el pensamiento antiguo difería profundamente del pensamiento moderno. Así, muchos atribuyen a esta frase un sentido psicológico; pero lo que llaman psicología consiste sólo en el estudio de los fenómenos mentales, que no son más que modificaciones exteriores -y no la esencia- del ser.
Otros ven en ella, sobre todo entre los que la atribuyen a Sócrates, un objetivo moral, la búsqueda de una ley aplicable a la vida práctica. Todas estas interpretaciones exteriores, sin ser siempre enteramente falsas, no justifican el carácter sagrado que tenía en su origen, y que implica un sentido mucho más profundo que el que se le gustaría atribuir. Ésta significa de entrada que ninguna enseñanza exotérica es capaz de dar el conocimiento real, que el hombre debe encontrar solamente en sí mismo, ya que, de hecho, todo conocimiento sólo se puede adquirir por una comprensión personal.
Sin esta comprensión, ninguna enseñanza puede desembocar en un resultado eficaz, y la enseñanza que no despierta en el que la recibe una resonancia personal no puede procurar ningún tipo de conocimiento. Por ello Platón dice que “todo lo que el hombre aprende ya está en él”. Todas las experiencias, todas las cosas exteriores que lo rodean no son más que una ocasión para ayudarle a tomar consciencia de lo que tiene en sí mismo. Este despertar es lo que él llama anámnesis, que significa “reminiscencia”.
Si es esto cierto para todo conocimiento, también lo es para un conocimiento más elevado y más profundo, y, cuando el hombre avanza hacia este conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles se van volviendo cada vez más insuficientes, hasta perder totalmente toda utilidad. Si pueden ayudar a acercarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes para adquirirla realmente y se dice corrientemente en la India que el verdadero gurú o maestro se encuentra en el propio hombre y no en el mundo exterior, aunque pueda ser útil al principio una ayuda exterior, para preparar al hombre para encontrar en él y por sí mismo lo que no puede encontrar en otra parte y particularmente lo que está por encima del nivel del conocimiento racional. Hace falta, para alcanzarlo, realizar ciertos estados que siempre van más profundamente en el ser, hacia el centro que está simbolizado por el corazón y adonde la consciencia del hombre debe ser transferida para hacerlo capaz de llegar al conocimiento real. Estos estados que se realizaban en los misterios antiguos eran grados en la vía de esta transposición de lo mental al corazón.
Hemos dicho que había en el templo de Delfos una piedra llamada omphalos, que representaba el centro del ser humano así como el centro del mundo, según la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir, el hombre, de tal manera que todo lo que está en uno está en relación directa con lo que está en el otro. Avicena ha dicho: “Tú te crees nada y es en ti donde reside el mundo.”
Es curioso señalar la creencia extendida en la Antigüedad de que el omphalos había caído del cielo, y tendríamos una idea exacta del sentimiento de los Griegos con respecto a esta piedra si decimos que tenía cierta similitud con el que sentimos con respecto a la piedra negra sagrada de la Kaabah.
La similitud que existe entre el macrocosmos y el microcosmos hace que cada uno de ellos sea la imagen del otro, y la correspondencia de los elementos que los componen nos enseña que el hombre debe conocer- se primero él mismo para poder conocer después todas las cosas, ya que, en verdad, puede encontrar todas las cosas en él. Esta es la razón por la que ciertas ciencias -sobre todo las que formaban parte del conocimiento antiguo y que son casi ignoradas por nuestros contemporáneos- poseen un doble sentido. Por la apariencia exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y se pueden considerar justamente desde este punto de vista. Pero al mismo tiempo tienen también un sentido más profundo, el que se refiere al hombre mismo y a la vía interior por la que puede realizar el conocimiento en sí mismo, realización que no es otra que la de su propio ser. Aristóteles ha dicho: “el ser es todo lo que conoce”, de tal manera que, allí donde hay conocimiento real -no su apariencia o su sombra- el conocimiento y el ser son una sola y misma cosa.
La sombra, según Platón, es el conocimiento por los sentidos e incluso el conocimiento racional que, aunque bastante más elevado, tiene su fuente en los sentidos. En cuanto al conocimiento real, está por encima del nivel de la razón; y su realización, o la realización del propio ser, es semejante a la formación del mundo, según la correspondencia de la que hemos hablado más arriba.
Por ello algunas ciencias pueden describirlo según la apariencia de esta formación; este doble sentido estaba incluido en los antiguos misterios, como se encuentra también en todo tipo de enseñanza que apunte al mismo objetivo entre los pueblos de Oriente.
Parece que igualmente en Occidente esta enseñanza ha existido durante toda la Edad Media, aunque hoy en día haya desaparecido completamente hasta el punto de que la mayoría de los Occidentales no tienen ni idea de su naturaleza o incluso de su misma existencia.
Por todo lo que precede, vemos que el conocimiento real no tiene como vía a la razón, sino el espíritu y todo el ser, ya que no es otra cosa sino la realización de este ser en todos sus estados, lo que es la finalización del conocimiento y la obtención de la sabiduría suprema. En realidad, lo que pertenece al alma, e incluso al espíritu, representa solamente los grados en la vía hacia la esencia íntima que es el verdadero sí, y que sólo puede ser hallado cuando el ser ha alcanzado su propio centro, estando todas sus potencias unidas y concentradas como en un solo punto, en el que todas las cosas se le muestran, estando contenidas en este punto como en su primer y único principio, y así puede conocer todas las cosas como en sí mismo y de sí mismo, como la totalidad de la existencia en la unidad de su propia esencia.
Es fácil ver lo lejos que esto está de la psicología en el sentido moderno de esta palabra, y que esto incluso va más lejos que un conocimiento más verdadero y más profundo del alma, que no puede ser más que el primero en esta vía. Importa señalar que el significado de la palabra nefs no debe estar restringido aquí al alma, ya que esta palabra se encuentra en la traducción árabe de la frase considerada mientras que su equivalente griego psyche no aparece en el original. Así pues, no hay que atribuir a esta palabra su sentido corriente, ya que es cierto que posee otro significado mucho más elevado que lo hace asimilable a la palabra esencia, y que se relaciona con el Sí o con el ser real; como prueba tenemos lo que se dice en el hadith, que es como un complemento de la frase griega: “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor.”

Cuando el hombre se conoce a sí mismo en su esencia profunda, es decir en el centro de su ser, es entonces cuando conoce a su Señor. Y conociendo a su Señor, conoce al mismo tiempo todas las cosas, que vienen de Él y vuelven a Él. Conoce todas las cosas en la suprema unidad del Principio divino, fuera del cual, según la palabra de Mohyiddin ibn Arabî: “No hay absolutamente nada que exista”, ya que nada puede estar fuera del Infinito.

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