EL DÍA QUE MURIÓ EN LA HOGUERA
JACQUES DE MOLAY
ULTIMO GRAN MAESTRE TEMPLARIO
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⁂⁂⁂ ¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe,
rey blasfemo!
¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia!
¡Dios vengará nuestra
muerte,
y ambos estaréis muertos antes de un año!»,
Proclamó antes de morir!
⁂⁂⁂
Despunta el alba en la Isla de los Judíos, pero el sol apenas
clarea de gris el lúgubre recodo del Sena. Las orillas están a rebosar de rostros
curiosos, tanto en el lado del mercado como en el que linda con los jardines del
Palacio del Rey. Hay risas, y vino, y putas trabajando bajo los mantos. Porque toda
ejecución es un espectáculo y todo espectáculo es una fiesta. Y toda fiesta tiene
un invitado de honor. Este ha pasado la noche en la isla, en una jaula improvisada
hecha con maderos. Un niño hubiese podido escapar de ella en cuestión de minutos,
pero el despojo balbuceante que los alguaciles sacan de su interior apenas es capaz
de tenerse en pie, cuanto ni más huir. Le conducen frente al preboste de París,
que aguarda inquieto frente a la pira. Cambia el peso de un pie a otro, incómodo
por la humedad y por la tarea ingrata. Cuando desenrolla la sentencia y se la lee
al reo, lo hace con voz trémula y ojos esquivos. Jacques Bernard de Molay, vigésimo
tercer Gran Maestre de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de
Salomón, conocidos como templarios. Has sido juzgado y hallado culpable por tu propia
confesión de los delitos de herejía, idolatría, simonía y blasfemia contra la Santa
Cruz. Por ello has sido condenado a morir en la hoguera. Fui condenado a cadena
perpetua, no a muerte. Y me retracté de esa confesión, obtenida bajo tortura - susurra
el anciano.
Culpabilidad. Sabe que la confesión ha sido arrancada de forma
cruel. Tras siete años de prisión, el anciano ha quedado reducido a una sombra de
lo que fue. Pese a ello, cuando la sentencia se proclamó en firme, Molay fue tan
torpe de no aceptarla con la sumisión esperada. Rechazasteis la misericordia del
rey Felipe proclamándoos inocente cuando ya habíais sido hallado culpable. Añadisteis
el pecado de la soberbia a los que ya poseíais. Y os condenasteis a vosotros mismos
y a los templarios a la desaparición. Ya no existen, mis hermanos ya no existen
-replicó el anciano, meneando la cabeza-. Pero la orden vivirá para siempre.113
caballeros templarios habían sido ya asesinados en la hoguera por los hombres de
Felipe. Aquel era el último que quedaba en Francia. Es voluntad del rey y de Su
Santidad que la Orden sea erradicada, y su nombre sea maldito y caiga en el olvido.
No le será tan fácil - repuso Molay, tirando torpemente de la túnica deshilachada
y mugrienta que era toda su vestidura. La mano huesuda descubrió un hombro escuálido.
Allí, cerca del corazón, el anciano había lacerado su carne, dibujando una cruz,
la misma que había guiado su espíritu durante los 71 años de su existencia. Había
usado el mango de una cuchara hacerlo, afilándolo contra una piedra suelta en la
pared de su celda. El preboste ahogó un quejido de repugnancia al ver aquello. Los
bordes irregulares de la herida se habían infectado y estaban llenos de gusanos.
Felipe y Clemente me matarán, pero no me impedirán morir con la cruz en el lugar
donde siempre ha estado -añadió el anciano. Sea pues. Morid con la cruz, y que la
orden muera con vos -dijo el preboste, haciendo un gesto al verdugo. El encapuchado
arrastró a Molay hasta el poste, alrededor del cual se habían dispuesto haces de
madera seca por todas partes excepto donde debían ir los pies del prisionero. Al
verlo, el templario pidió al preboste que se acercase. Me gustaría morir mirando
a Notre Dame. El preboste dio unas cuantas órdenes, y los guardias cambiaron de
sentido los haces de leña a regañadientes. Ataron al anciano al poste, y finalmente
colocaron algo más de combustible sobre las canillas blanquecinas y llenas de costrones
del viejo guerrero.
El verdugo se acercó entonces al lugar donde apilaba
sus enseres, y cogió un cubo donde guardaba paja húmeda. Iba a acercarse a la pira
con él, pero el preboste le detuvo. Dejad eso. Incluso a través de la capucha de
cuero se percibió el desagrado del verdugo. No era un hombre que disfrutase haciendo
daño a otros. Había perfeccionado su trabajo para matar con el mínimo dolor posible,
y eso incluía la paja húmeda cuando alguien era condenado a la hoguera. El fuego
arrancaba gran cantidad de humo de la paja, provocando que el reo se ahogase mucho
antes de que el fuego le abrasase la carne. Sólo es un viejo inútil - dijo. El rey
ha dicho que no - zanjó el preboste.¿Qué terribles delitos había cometido aquel
anciano para que la condena fuese tan dura? Ninguno, si hemos de juzgar su proclamación
pública de inocencia, lejos de las lancetas y las cuerdas de los torturadores. Pero
no eran sus crímenes los que habían enfurecido al Papa Clemente y al Rey Felipe
el Hermoso. Era la existencia de los templarios la que significaba una amenaza para
los poderes de París y de Avignon, donde estaba entonces la sede de Pedro.
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