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Saturday, December 17, 2022

Consideraciones sobre el Secreto Masónico Por Jorge Norberto Cornejo

 

CONSIDERACIONES SOBRE

EL SECRETO MASÓNICO

por

Jorge Norberto Cornejo

 

EL SECRETO MASÓNICO

Se ha hablado y se ha escrito mucho acerca del secreto  masónico. Algunos autores, tanto  con intención crítica como panegírica, han hecho del secreto el centro y el fundamento de toda la Masonería. Otros, con la misma variedad de intenciones,  afirman  que este secreto  no existe, o que es intrascendente.

Desde nuestro punto de vista, el secreto masónico realmente sí, existe. Y su existencia está   a la vista en todo Templo masónico que respete las normas más  elementales  del simbolismo.

A todos los masones les es familiar el candelabro de tres luces que se encuentra al Oriente, sobre el Altar del Maestro.

 

La similitud de este candelabro con la letra hebrea shin es evidente:

La shin, asociada con el fuego, es una letra con multitud  de significados cabalísticos.  Uno de ellos es la idea de lo secreto. Según Annick de Souzenelle: “El shin es nuestra piedra de las profundidades, nuestra fuerza nuclear, que contiene el secreto del yod, secreto de la unidad, rica de la multiplicidad que guarda en su seno…Grávida de su secreto, la letra shin…”[1]. En el mismo Oriente de los templos masónicos, por lo tanto, brilla el fuego de aquello que se considera secreto.

Partimos, por lo tanto, de la premisa que el secreto masónico existe y es de naturaleza iniciática, esotérica. Esta misma naturaleza nos impide dar una caracterización precisa de este secreto, porque lo verdaderamente iniciático trasciende las definiciones que emplean el lenguaje ordinario. Sin embargo, podemos aproximarnos, podemos rodear la naturaleza de este secreto, hasta asirlo con la plenitud de nuestro ser.

El secreto masónico es de naturaleza tríplice, de donde un triángulo podría simbolizarlo perfectamente. En cada uno de sus tres aspectos se distinguen dos fases: la esotérica y la exotérica, de donde, finalmente, podemos mencionar seis aspectos de este secreto, y simbolizarlo mediante el hexagrama.

El séptimo punto, el centro de la estrella, sólo puede ser comprendido en forma personal y  es, hasta cierto grado, incomunicable.

 

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Denominaré a los tres aspectos del secreto masónico, en forma bastante arbitraria: convencional, simbólico e iniciático. Especialmente, el último término es poco apropiado, porque el aspecto iniciático está presente en las tres fases. Pero no he podido encontrar una palabra que exprese mejor su significado.

El secreto “convencional”

Con este término me refiero al secreto respecto de lo que se hace en Logia, respecto de los actos que se ejecutan, los debates que tienen lugar y las decisiones  que  finalmente  se toman. Esta forma de secreto no es exclusiva de la Masonería, sino que, de una  forma u  otra, se encuentra presente en todas las organizaciones y, casi me atrevería a afirmar, en todas las actividades humanas. No es, en principio, algo demasiado diferente a la costumbre de mantener en secreto lo que ocurre en el interior de una familia, o lo que concierne a la privacidad de una pareja. Se trata de actos que conciernen al  dominio de lo privado,  y por  lo tanto no corresponde divulgarlos.

Exotéricamente considerado, el aspecto convencional del secreto masónico es de naturaleza similar. Utilizando una comparación un tanto lejana, los  alpinistas  mantienen, como parte de su código de honor, no revelar públicamente lo que ocurre en el  interior de los  grupos que se dedican a escalar elevaciones, y resumen esa norma diciendo “lo que pasa en la montaña se queda en la montaña”. Masónicamente diríamos que “lo que acontece en la Logia se queda en la Logia”.

Hasta aquí,  por lo tanto, hemos visto que este aspecto del secreto masónico realmente  existe, pero es algo absolutamente compartido con el mundo profano y, por lo tanto, no demasiado interesante desde el punto de vista iniciático. Si esta forma de secreto puede calificarse de masónico, debe ser algo más.

En efecto, el secreto convencional tiene también un “rostro” iniciático. En las Tenidas la puerta del Templo permanece cerrada[2]. Un Guarda Templo o Centinela o Capitán  de Guardias, según los distintos Ritos y grados, cuida las Cámaras exteriores del Templo, e impide el paso de aquellos que no están calificados. Aquellos que han sido admitidos a la reunión son (o deberían ser) cuidadosamente retejados en las palabras, signos y toques del grado, a los efectos de determinar su condición masónica. En la época contemporánea, todo esto no tiene ningún sentido práctico. Bastaría con un click en una base de datos de computadora para saber quién puede y quién no puede participar en una Tenida. Sin embargo, todos estos actos ceremoniales se siguen practicando, y hasta constituyen  una parte fundamental del Ritual de cada grado. Repetimos: entonces deben ser algo más.

Y ese algo más es de naturaleza iniciática. Jules Boucher[3] dice que la Logia se puede comparar a una célula orgánica, y que el acto de reunirse en Logia representa la “necesaria concentración de las fuerzas, para proceder luego a su expansión”. En otras palabras, para generar algo grande, para producir una Obra, previamente hay que hacerse pequeño, transformarse en un punto, en algo en lo que la concentración sea máxima. Todo el Ritual del retejado apunta a ese objetivo: concentrar todo en el interior de la Logia, transformarla  en una célula cerrada, en un punto creador, en una masa concentrada que, al expandirse, generará un Cosmos. Esto puede ser comparado con dos conceptos cabalísticos:

 

a)     La letra yod, que es, básicamente, un punto, se considera el germen de donde nacieron las demás letras hebreas, que se consideran simbólicamente como los “ladrillos” que constituyen la Creación. Es, por lo tanto, un punto sin dimensiones, pero con el máximo potencial de expansión y expresión. El hecho de cubrir  la  Logia, de cerrar el Templo, de trabajar en secreto, es transformar la Logia en un  yod, en una semilla mínima, pero cargada de posibilidades.

 

b)    El Tzimzum. En Cábala, se dice que, originalmente, el Absoluto era Todo, y que esa absoluta completitud impedía que se manifestara otra cosa, que existiera  el  Universo. Por ello, el Absoluto (Ain-Soph) se retiró, se contrajo, y dejó un “hueco”  en el que pudo ser emanado  el Universo.  Esta contracción  inicial (tzimzum) redujo el Absoluto a un punto central, comparable a la letra yod de la que hablamos previamente. Cuando la Logia, paradójicamente, se abre, en realidad se está  cerrando al exterior, está realizando su propio tzimzum, se está reduciendo a  un punto para permitir una posterior manifestación.

 

En la Apertura de la Logia los miembros, antes dispersos en el mundo profano, son  reunidos, y eso sólo puede hacerse en el secreto. Una reunión masónica, por lo tanto, si es   de naturaleza esotérica y aspira a un ideal iniciático, siempre trabará a  cubierto  y  en secreto.

EL SECRETO SIMBÓLICO

Con esta denominación, bastante arbitraria por cierto, identifico el secreto  concerniente a  los signos y modos de reconocimiento, es decir, los saludos, toques, pasos, palabras, etc.

Como herramientas de reconocimiento, como forma de impedir el ingreso  de  los  “profanos” a las reuniones masónicas, estos “secretos” ya no tienen sentido. Lo tuvieron en el siglo XVIII, pero hoy, cualquiera con un poco de paciencia y algunos clicks en Internet, puede conocer completamente todos estos pretendidos “secretos”. En realidad, esto ni siquiera es algo nuevo: desde hace unos sesenta años que todos estos modos de reconocimiento pueden ser consultados por cualquiera en la Enciclopedia Masónica de Frau Abines[4]. Esto ha hecho decir a algún masón: “tenemos secretos…pero no los tenemos”.

Aquí, nuevamente, si bien el exoterismo ya ha perdido su razón de ser, debemos recurrir al aspecto esotérico. Quizás la expresión “modos de reconocimiento” haya sido responsable    de una comprensión equivocada de lo que esto significa. No se trata de meros signos formales, que fueron elegidos arbitrariamente, y podrían ser reemplazados  por cualquier  otro sin pérdida de contenido. Son gestos corporales, o expresiones  habladas,  profundamente simbólicas y que, si bien con el tiempo se han corrompido mucho, todavía hoy conservan una parte importante de su significado.

Es a través de las posturas y de los gestos que el símbolo de vuelve algo viviente, se hace carne, en el sentido más literal de la expresión. Si bien los masones actuales ya no son constructores operativos, reproducen con sus gestos y maniobras corporales  el  acto  de crear, la acción creadora del constructor. Los signos, gestos y toques son un lenguaje corporal que expresa físicamente la naturaleza del acto creador.

Y tal acto creador tiene lugar en el secreto. Es, por definición y naturaleza, un acto privado. Poco importan, por lo tanto, que los signos, toques y palabras ya hayan sido publicados en decenas de libros. Aunque se proclamen a los cuatro vientos[5], aunque sean conocidos por el mundo entero, seguirán siendo secretos.

Y serán secretos para los mismos masones, en  la medida que estos olviden los signos,  toques y palabras que son su verdadera herencia. El secreto que hemos  llamado  “simbólico”, por lo tanto, no depende de que algo se oculte o no, sino, por el contrario, de que algo se conozca.

Los signos, toques y palabras, entonces, siempre serán secretos, y revelarán su verdadero sentido cuando sean ejecutados en el secreto.

 

EL SECRETO INICIÁTICO

 

Sobre este aspecto del secreto es muy difícil hablar, porque su misma naturaleza lo torna prácticamente incomunicable. En palabras de Gerard Encausse (Papus): “El secreto  no puede ser revelado. Quien lo posee, supo cómo adquirirlo y no lo revelará ni  a  un  Hermano en que tenga depositada la mayor confianza, porque quien no ha alcanzado el secreto por sí mismo y lo recibe oralmente, es incapaz de penetrarlo”[6].

El secreto iniciático refiere a un cambio de consciencia, a un “cambio de Gestalt”, en el lenguaje de algunas corrientes psicológicas contemporáneas. Es, por lo tanto, algo que concierne al interior del individuo, es un “darse cuenta” de una nueva condición del ser,  cuya esencia no puede comunicarse, y del que puede transferirse una sombra, apenas una imagen, a través de signos y símbolos.

En los antiguos Rituales del grado XVIII del Rito Escocés Antiguo y Aceptado se preguntaba: ¿Dónde fuiste Iniciado? A lo que se respondía: Bajo la rosa. Bajo la rosa, sub- rosa, es decir, en el secreto. Pero no el secreto trivial de no revelar tal o cual cosa, sino el secreto profundo de aquello que no se revela simplemente porque es  imposible hacerlo.  Es el secreto que rodea a toda experiencia interna, profunda, que, aun cuando se base en arquetipos universales, nos pertenece sólo a nosotros, y por ello es íntima, propia, inevitablemente secreta.

Desde este punto de vista, el secreto masónico es la esencia misma de la Masonería, entendida en términos de experiencia vital, de transformación vivida y sentida profundamente. Este secreto iniciático tiene un aspecto exotérico absolutamente trivial, consistente en el parte, si alguien se proclama como “Iniciado”, como un Gran Maestro detentador de supuestos conocimientos inasequibles para el común de los mortales, seguramente está mintiendo. Si alguien ha alcanzado verdaderamente aunque sea una vislumbre de la Iniciación, la guardará dentro de su pecho, en un profundo y sereno CALLAR.

Y si posee alguna habilidad artística, algún talento literario o científico, alguna facultad expresiva bien desarrollada, manifestará su vivencia iniciática a través de su arte o de su ciencia, pero siempre guardando silencio sobre lo que se esconde detrás de su Obra.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

 

Decíamos en la Introducción que, desde nuestro punto de vista, el secreto masónico realmente existe. Pero no se trata de Superiores Desconocidos, o Maestros ocultos,  o  Grupos que, en las sombras, digitan los destinos del mundo. Ni tampoco es un secreto de poderes ocultos u otras tonterías por el estilo. Todo eso no son más que fantasías, por cierto bastante poco imaginativas.

El secreto masónico es una condición necesaria a toda organización realmente iniciática. Cerrar la puerta de la Logia, y dar inicio a una Tenida, es imbuirse de ese secreto. Lo que se hace en público forma parte de la vida profana, utilizando esta palabra en una forma para nada despectiva. Lo profano no es malo ni despreciable, es  simplemente lo que se hace  fuera del Templo.

Lo iniciático es necesariamente un acto privado, y por ello secreto. Aunque hasta la última palabra, signo, símbolo o toque masónico sea publicado y conocido por el mundo entero, el secreto masónico seguirá vivo, porque es el secreto de la Iniciación.

 



[1] Annick de Souzenelle, “La letra, camino de vida”. El resaltado es nuestro.

[2] En algunos Ritos, por ejemplo el Rito Francés, la puerta de la Logia se cierra con llave, tanto en sentido simbólico como en forma concreta, lo que presenta un profundo significado esotérico.

[3] Jules Boucher, “El simbolismo masónico”.

[4] Lorenzo Frau Abines y otros, “Diccionario Enciclopédico de la Masonería”.

[5] “El nuestro es un secreto que se grita sobre los tejados”, decían los alquimistas medievales.

[6] Este párrafo o variantes similares aparece siempre en los textos rituales de  las  diversas  Órdenes  Martinistas.



 

Wednesday, August 3, 2022

La Esencia Espiritual del Régimen Escocés Rectificado o Las Teorías Erróneas de René Guénon respecto a la Doctrina de Jean-Baptiste Willermoz

 

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La Esencia Espiritual del Régimen Escocés Rectificado o
Las Teorías Erróneas de René Guénon
respecto a la Doctrina de Jean-Baptiste Willermoz

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Jean-Marc Vivenza

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Entramos hoy en una nueva era para el Régimen Escocés Rectificado, puesto que por una parte terminamos con un período demasiado largo en que sus tesis han sido duramente contestadas por ciertas corrientes de la Francmasonería, en particular por los tenientes de la herencia guenoniana, y por otra, por un justo retorno de las cosas, somos ahora nosotros, a nuestra vez, quienes ponemos en evidencia los errores de las tesis de René Guénon y su incompatibilidad con los fundamentos doctrinales establecidos por Jean- Baptiste Willermoz.

Muchos son los que han quedado sorprendidos al no comprender lo que hay en juego, o simplemente rechazan admitir los hechos relativos a las inexactitudes que sostiene Guénon cuando se expresa respecto al Régimen Escocés Rectificado. Mientras que durante decenios, en nombre del universalismo, hemos estado sufriendo bajo un nutrido fuego de violentas críticas el estar asumiendo una vía iniciática y caballeresca exclusivamente cristiana, nos es dado, en la actualidad, el no continuar sufriendo pasivamente los fuertes ataques que nos son dirigidos e incluso poder responder, serena pero firmemente, que Guénon se ha equivocado estrepitosamente, que ha errado pesadamente, y con él, todos aquellos que han dado crédito a sus tesis con extrema ligereza.

¿Por qué esta nueva situación es importante? Nada menos porque nos permite comprender mejor la validez de nuestra acción, al igual que captar el carácter eminentemente vital en el seno del mundo masónico contemporáneo. Para ser concisos, lo resumiré gustosamente en algunas palabras diciendo que esta clarificación nos conduce a poder afirmar que: el Régimen Escocés Rectificado es una vía, o más exactamente una Orden iniciática autónoma, coherente, completa, autosuficiente, que se piensa y considera como tal, en primer lugar por razón de su depósito doctrinal único que hereda, con incontestable legitimidad, de Martínez de Pasqually por mediación de Willermoz, explicando su enjuiciamiento concerniente a la naturaleza

«apócrifa» de las otras corrientes masónicas, Orden que encarna una corriente que es un verdadero recurso providencial, en el sentido de que tiene por objetivo, en nuestros tiempos tormentosos y desorientados, el re-cristianizar, según nuevas bases y un método específico, las almas de deseo en busca de la Verdad.

En efecto, el Rectificado, que se constituyó entre 1778 y 1782 buscando el perfeccionamiento y la reforma de la antigua tradición escocesa, debe vivirse imperiosamente, y esto no es negociable, permaneciendo fiel a sus bases originales, so pena de perder su especificidad y su «espíritu» rector, en provecho de una concepción andersoniana que es, no solamente una traición respecto a lo que quiso constituir Jean-Baptiste Willermoz, sino que además, lo que es mucho más grave, representa un riesgo mayor ante el devenir y la continuidad histórica de la esencia espiritual de lo que es la «rectificación».

I. LA NATURALEZA DEL RÉGIMEN ESCOCÉS RECTIFICADO

Recordemos pues, lo que ya he querido responder en una obra mía -por lo que he sabido, desde ahora también traducida al castellano1-. En primer lugar, y en forma de exposición rápida, los motivos de la crítica a esta declaración inverosímil consistente en que el Rito Escocés Rectificado, por razón de su carácter exclusivamente cristiano, estaría marcado según René Guénon y sus discípulos, por un misticismo religioso que llevaría a sus miembros a una cierta tendencia a la «exoterización», y estaría falto de las claves «operativas» capaces de hacer acceder a los buscadores a los últimos grados del «conocimiento» iniciático auténtico.

a) Un error portador de una continuada incomprensión

Sin embargo, al margen de proferir un reproche de estas características, en absoluto anodino al tratarse de una sociedad iniciática que hace venir a ella a los hombres para que alcancen las fuentes del conocimiento, René Guénon mantendrá a propósito del Régimen Escocés Rectificado un considerable error que manchará, desgraciadamente, el conjunto de sus criterios ulteriores, impidiéndole de este modo penetrar en el corazón de la esencia iniciática del Régimen. ¿Cuál es este error? Helo aquí, expuesto en algunas líneas por Guénon mismo: «El Régimen Escocés Rectificado no es una metamorfosis de los Elegidos Coëns, sino más bien una derivación de la Estricta Observancia, lo que es totalmente diferente; y, si bien es cierto que Willermoz, por la parte preponderante que tuvo en la elaboración de los rituales de sus grados superiores, y particularmente el de “Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa”, pudo introducir algunas de las ideas que había extraído de la organización de Martínez, no es menos cierto que los Elegidos Coëns, en su gran mayoría, le reprocharon en gran manera el interés que profería así como la preferencia a otro rito, lo que a sus ojos era casi una traición, al igual que reprocharon a Saint-Martin un cambio de actitud de otro género».

El error de juicio de Guénon no escapó, en su época, a Gerard van Rijnberk que no dejó de poner de manifiesto el carácter perentorio de una afirmación de este tipo, muy poco justificable tratándose del fondo doctrinal del Régimen Escocés Rectificado, que visible y curiosamente era totalmente o desconocido o ignorado por aquel que deseaba expresarse como maestro en temas de esoterismo y francmasonería: «El Sr. Guénon, escribía van Rijnberk, me reprocha mi frase relativa a la metamorfosis willermoziana y Martinista del Martinezismo. Asegura que hay ahí un equívoco a disipar: “El Régimen Escocés Rectificado no es una metamorfosis de los Elegidos Coëns, sino más bien una derivación de la Estricta Observancia, lo que es totalmente diferente.” ¡Qué sorprendente observación!

Así, ¿el grado secreto de Cab. Profeso y sobre todo el de Gran Profeso, que forman el colofón de la Orden Interior del Régimen Rectificado, no sería otra cosa que simple Masonería Templaria y no contendrían en absoluto en germen de manera velada, aunque evidente, la doctrina de Martínez?

Van Rijnberk estaba en lo cierto y pronto vio la aporía que hacía caducos los argumentos que le eran opuestos, descubriendo inmediatamente el enorme fallo en el razonamiento de Guénon, y se sorprenderá de este monumental desconocimiento de las Instrucciones de la Profesión, sin las cuales no es posible un conocimiento real del Régimen Rectificado y de la naturaleza y perspectiva de sus trabajos.

Sin embargo, para convencerse de lo bien fundamentado del análisis de Gérard van Rijnberk, bastaría con leer simplemente a Jean-Baptiste Willermoz, como demuestra su correo destinado al Príncipe Charles de Hesse, en el que declara claramente la existencia de un vínculo doctrinal entre los Elegidos Coëns y las Instrucciones secretas que coronan la Orden que acababa de fundar: «...es esencial, escribe Willermoz, que prevenga aquí a Vuestra Alteza Serenísima, que los grados de dicha Orden [la Orden de los Elegidos Coëns] encierran tres partes: los tres primeros grados instruyen sobre la naturaleza divina, espiritual, humana y corporal; y esta instrucción es la base de la de los Grandes Profesos...» (Carta al Príncipe Charles de Hesse-Casel, 12 de octubre de 1781).

¿Cómo pues, y por qué, Guénon, con tanta energía, considera necesario mantenerse en una posición que contradecía y lo invalidaba todo? ¿Qué explica esta actitud tan extraña en aquel que supo, en otras circunstancias, proceder a correcciones y modificaciones significativas cuando fue necesario, pero que, de manera inexplicable, en el caso que nos ocupa, permanecerá, contra viento y marea, manteniendo juicios perentorios y falsos?

b) Un trágico desconocimiento de la estructura interior del Régimen Rectificado

La solución , por decirlo de algún modo, de esta extraña incomprensión de Guénon, y algunos de sus herederos, respecto al Régimen Escocés Rectificado, encuentra su explicación en una grave confusión, que confirma el profundo y gran desconocimiento de la composición y estructura interna del Régimen Rectificado, desconocimiento que aparece muy claramente en estas líneas extraídas del artículo «Un proyecto de Joseph de Maîstre para la unión de los pueblos», inicialmente publicado por Guénon en marzo de 1927 en la revista «Vers l‟Unité», en el que sostiene, sorprendentemente, hablando de la repartición de los grados en el seno del Régimen: «He aquí cómo esta repartición parece establecerse: la primera clase comprende las tres clases simbólicas; la segunda clase corresponde a los grados capitulares, de los que el más importante y quizá incluso el único practicado de hecho en el Régimen Escocés Rectificado es el de Escocés de San Andrés; finalmente la tercera clase está formada por los grados superiores de Escudero Novicio y Gran Profeso o Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa».

A la vista de estas afirmaciones, aparece inmediatamente, para aquel que conoce aunque sea un poco el carácter distinto y separado del grado de Caballero Bienhechor, del estado de Caballero Profeso y más adelante del de Gran Profeso, el enorme error, la increíble confusión, consistente en hacer de estos tres grados un idéntico nivel, lo que le lleva a ignorar los elementos iniciáticos específicos del importante y esencial fondo doctrinal alojado por Willermoz en la clase secreta de la Profesión y la Gran Profesión.

Esta enorme y lastimosa ignorancia va a tener temibles consecuencias en los posicionamientos de Guénon, y le va ha hacer mantener tesis radicalmente inexactas, ya que, desgraciadamente partía de falsas premisas5. El carácter inexplicable de la actitud de Guénon, de la que hoy conocemos la causa, comportando la afirmación continuada y repetida de un conjunto de juicios a cual más parcial, parece tener un solo objetivo visible: conducir los ataques contra Jean-Baptiste Willermoz y el Régimen Escocés Rectificado a fin de tratar de demostrar su carácter no tradicional.

c) Realidad iniciática del Régimen Rectificado

Ahora bien, al encuentro de lo que piensa René Guénon, el Régimen Escocés Rectificado encarna una notable continuidad respecto a la doctrina de los Elegidos Coëns, continuidad que ha permitido conservar y preservar a esta última, ofreciéndole un maravilloso marco organizativo que jugará, con el tiempo, un papel protector y salvador incomparable, haciendo de este Régimen, no solamente el legítimo heredero de la Orden fundada por Martínez de Pasqually, sino además, el guardián de una llama de la que detenta, incontestablemente, la maestría y el «depósito», por el carácter propio de su esencia espiritual orientada completamente, en todos sus niveles y grados, en dirección a la obra de reconciliación que tiene por fin, principal y casi únicamente, la «reintegración» del hombre en sus primeras propiedades y virtudes divinas.

Aparece así, de modo incontestable, que la Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa es portadora de una base espiritual y una herencia histórica directamente salida de las enseñanzas de Martínez de Pasqually, y que hay que hacerse completamente el sordo y estar bastante cerrado, incluso autista, ante los elementos formales que recibimos por vía de las diferentes fuentes históricas disponibles, pero también es cierto que no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, para rechazar convenir que aquello que ha unido, profundamente, al Régimen Escocés Rectificado con la doctrina Martinezistas, participa de una incontestable y directa filiación de la que la Gran Profesión, en toda lógica, será y continua siendo poseedora por los elementos propios que en su momento fueron depositados por el mismo Jean- Baptiste Willermoz, sin prejuicio de una eventual y posible ayuda o benevolente estímulo recibido por parte de Louis-Claude de Saint-Martin, como nos indican positivamente los términos de una carta del 19 de septiembre de 1784 escrita por el Filósofo Desconocido al reformador lionés.

II. LA ESENCIA DEL RÉGIMEN RECTIFICADO Y LA NOCIÓN DE TRADICIÓN

Otro aspecto, absolutamente contradictorio, entre la doctrina del Régimen Escocés Rectificado y René Guénon, y quizás incluso si cabe, más radicalmente incompatible y que es preciso sobre todo no subestimar, tiene que ver con la noción de «Tradición», contemplada por Willermoz, en esto perfecto cristiano y discípulo de Martínez de Pasqually, de manera muy distinta, cuando menos, de la manera sostenida por el autor del Simbolismo de la Cruz. Se podría considerar que este segundo punto es más periférico en relación al primero, y que la demostración de los errores precedentes relativos a la naturaleza del Régimen Rectificado bastaría ampliamente para dejarlo claro, haciendo que no fuera necesario insistir más sobre el particular. Nada sería más falso e imprudente, ya que las afirmaciones críticas de Guénon al encuentro de la corriente willermoziana están todas subtendidas, no lo olvidemos nunca, por una teoría global en radical oposición con las concepciones cristianas del Régimen Rectificado. Es lo que vamos a examinar ahora, lo que por otra parte nos permitirá darnos cuenta, de manera muy nítida, de la inmensa fosa que separa las posiciones guenonianas de las concepciones de Jean-Baptiste Willermoz, y sobre todo del papel simbólico y espiritual fundamental jugado por Phaleg en el seno del Régimen, llevándonos a captar su identidad innata.

a) La Tradición primordial según Guénon

Para Guénon, las formas tradicionales de nuestro presente Manvantara, o era temporal, conservan muy concretamente, incluso si en ocasiones lo hacen de manera muy indirecta, un vínculo con la «Tradición primordial», que califica por otra parte de hiperbórea a causa de su origen «polar» que, por su carácter primero, sería la Tradición fundamental presidiendo la fuente de difusión del Conocimiento sagrado en el seno de nuestro ciclo actual. Esta Tradición denominada «primordial», es decir la más antigua tradición de la humanidad, sería la Tradición primera común al conjunto de tradiciones dichas auténticas y «ortodoxas», cuyos rastros y signos aparecen muy legiblemente en los símbolos, ritos y mitos de la Tradición universal.

Por otra parte, según la concepción guenoniana, la naturaleza «polar» de la Tradición primordial le conferiría un carácter central, es decir, no reducible a las categorías clásicas utilizadas para situar la zona geográfica de origen de una forma espiritual o religiosa particular, categorías que se dividen, como sabemos, para nuestra era actual, en dos ámbitos distintos: Oriente y Occidente. La Tradición primordial se expresaría pues actualmente por mediación del simbolismo, verdadero lenguaje universal que sobrepasa las diferencias entre civilizaciones o religiones, en razón justamente de ésta pertenencia común a una idéntica memoria anterior.

La Tradición primordial juega así un papel paradigmático en Guénon, lleva en substancia, puesto que en la concepción cíclica a diferencia de la visión cristiana todo va de una fuente de perfección, del Principio, punto de partida simple y unificado, hacia un estado de disolución que ve el fin de un ciclo y el comienzo de otro, como lo explica la doctrina india del Sanâtana Dharma (Orden universal), la esencia de «la Unidad» original.

b) La Tradición según la religión cristiana

Imaginamos fácilmente lo que tales concepciones pueden tener de chocantes y sobre todo de inadmisibles para un discípulo de Cristo, que rechazará admitir, como escribe Jean Tourniac, el cual criticará sin embargo esta posición: «todo aspecto igualando la tradición cristiana con otras tradiciones 9». Ahora bien, y conviene señalarlo, el carácter original de la tradición cristiana viene del hecho de que no se relaciona a una tierra, a una herencia simbólica particular, a un conjunto de costumbres o mitos que serían comunes al resto de la humanidad, sino que está ligada y es dependiente de una «Revelación» y de un culto, transmitidos no por una civilización, sino por una línea, una descendencia que es la de los Patriarcas, los Justos y los Profetas terminando en el Mesías, por el misterio de la Encarnación de Cristo Jesús.

En este aspecto, la tradición cristiana, que se dice poseedora y heredera de la Palabra revelada de Dios, unida al Verbo, el Logos, no puede ser tan solo una «ramificación» de la Tradición primordial, una «rama desprendida» del tronco poderoso y fecundo de la Tradición universal representada por Oriente que la habría conservado en su máxima pureza, sino, muy al contrario, al menos para un cristiano, es el corazón, el núcleo de la auténtica «Tradición», es decir, aquella que detenta el depósito de la Revelación, «Revelación Divina» primitiva confiada y transmitida por Dios a los Patriarcas, a los Justos y a los Profetas.

Es importante comprender pues que desde el punto de vista cristiano, que es el sostenido y enseñado por el Régimen Escocés Rectificado, la palabra

«Tradición» no se aplica indistintamente al conjunto de la herencia simbólica o mitológica de la humanidad. La palabra «Tradición» es exclusivamente reservada a la «Revelación» que se efectuó bajo forma oral, siendo objeto más tarde de una transcripción que recibirá el título de «Santas Escrituras» en las que el Cristo, el Mesías, es la culminación de las promesas.

Guénon, que tropieza en la naturaleza «exclusiva» y no universalista de la Revelación, en la medida en que ésta declara que sólo Cristo lava y libera a los hombres de la «falta original», quien, por otra parte, en su visión sitúa la Palabra del Evangelio en una relación de «subordinación» ante una metafísica considerada como «no humana», superior a todas las formas tradicionales, afirma claramente que no puede aceptar la pretensión del cristianismo de detentar, de manera solitaria, un carácter sobrenatural y trascendente: «(...) siempre es la misma cosa, escribe: afirmación de que el cristianismo posee el monopolio de lo sobrenatural y es el único en tener un carácter “trascendente”, y que por consecuencia, todas las otras tradiciones son “puramente humanas”, lo que de hecho, viene a decir que no son en absoluto tradiciones, sino que más bien serían asimilables a “filosofías” y nada más (...) dicho de otra manera, únicamente el cristianismo es una expresión de la Sabiduría divina; pero desgraciadamente no son más que afirmaciones (...) todo esto se acompaña de una argumentación puramente verbal, que solo puede parecer convincente para aquellos que ya están convencidos de antemano, y que vale lo mismo que la que los filósofos modernos emplean, con otras intenciones, cuando pretenden imponer límites al conocimiento y quieren negar todo lo que es de orden supra-racional11». Prosiguiendo sobre su convicción, la confesión de Guénon, como conclusión de otro artículo, es de un gran interés, ya que desvelará claramente el fondo de su pensamiento: « (...) ningún entendimiento es realmente posible, declara, con quien tiene la pretensión de reservar a una sola y única forma tradicional, con exclusión de todas las demás, el monopolio de la revelación y de lo sobrenatural».

c) Incompatibilidad doctrinal entre el Régimen Escocés Rectificado y Guénon

Parece pues evidente, si queremos detenernos a reflexionar sobre ello un instante, y este elemento no es secundario, que la gran laguna del pensamiento guenoniano viene de su completo olvido de la dimensión antropológica de la cuestión espiritual. El hombre, para Guénon, está situado en el centro de un torbellino cíclico que le es casi exterior, extraño. Dependiente de leyes cósmicas que lo sobrepasan ampliamente, jamás es preguntado, en esta concepción que podríamos casi definir como de naturaleza «mecanicista», lo que reemplaza la responsabilidad del hombre. Este aspecto del problema, desde el punto de vista metafísico, no es a descuidar, ya que la doctrina de los ciclos presupone una suerte de eternidad, de continuidad casi sustancial del universo, o de los universos.

Ahora bien, el universo, es decir, la totalidad absoluta de los mundos, a imagen de todas las cosas creadas, no es eterno, no posee permanencia ontológica, es perecedero, frágil, fugaz, sometido a la limitación, finito y mortal. Nadie contestará que haya habido, al comienzo de la humanidad, una comunicación de Dios a los hombres, representando los fundamentos de una Tradición original, de una «religión primera» cuyos rastros son perceptibles y bien visibles, aunque profundamente degradados, en los diferentes pueblos.

Si esta primera «Revelación», no escrita, que fue objeto de comunicación por Dios a los Patriarcas, los padres de la humanidad, de sus enseñanzas y sus leyes después de la expulsión del Edén de Adán y Eva, se convertirá en el fundamento de una Tradición primitiva que a buen derecho podemos nombrar como «Tradición Madre» según Louis-Claude de Saint- Martin13, sin embargo es preciso señalar a continuación que esta Tradición se divisa casi inmediatamente, y ello desde el episodio relatado en el libro del Génesis, cuando la separación que sucederá entre el culto falso de Caín y aquel otro, bendito por el Eterno, celebrado por Abel el justo. El culto de Caín, en efecto, únicamente basado en la religión natural, era una simple ofrenda de alabanza desprovista de todo aspecto sacrificante, mientras que el culto de Abel, que sabía que después del pecado original ya no era posible, ni sobre todo permitido, reproducir la forma anterior que tenían las celebraciones edénicas, dio a su ofrenda un carácter expiatorio que fue aceptado y agradable a Dios, constituyendo el fundamento de la «Verdadera Religión», la religión sobrenatural y santa.

d) El sentido de «Phaleg» en el plano tradicional

De tal manera los dos cultos de Caín y Abel van a dar nacimiento, desde la aurora de la Historia de los hombres, a dos tradiciones igualmente antiguas o «primordiales» si queremos utilizar este término guenoniano, pero absolutamente no equivalentes desde el punto de vista espiritual, de donde el lugar y la importancia del nombre «Phaleg» atribuido a los Aprendices del Régimen Rectificado, a fin de substraerlos de la filiación cainita reprobada por Dios y ponerlos bajo los auspicios de la Tradición bendita y amada del Eterno.

Si nos quedamos en el simple criterio temporal, como hace Guénon en su concepción de la Tradición, sin distinguir y poner a la luz el criterio sobrenatural, entonces es efectivamente posible ensamblar, bajo una falsa unidad, estas dos fuentes, para hacerlas elementos comunes de una unívoca y monolítica «Tradición Primordial» indiferenciada, encontrándose en el origen de todas las religiones del mundo, en igualdad de ancianidad y «dignidad», puesto que salidas de similar cepa merecen el mismo respeto y recibir el mismo carácter de sacralidad.

Pero es evidente, y extremadamente claro, que hay un grave error al confundir en una sola «Tradición» dos corrientes del todo opuestas, dos cultos radicalmente diferentes y contrarios, antitéticos; uno el de Caín, trabajando por la glorificación de los poderes de la tierra y la naturaleza (y así pues de los demonios, que por ser espíritus, no son más que «fuerzas naturales»), con miras al triunfo y dominio del hombre auto-creador, religión prometeica expresada por la voluntad de acceder por sí mismo a Dios (los frutos de la tierra, en este aspecto, simbolizando los antiguos mitos paganos), mientras que el otro culto, a la inversa, el de Abel, fiel al Eterno y a sus santos mandamientos, consciente de la irreparable falta con que en lo sucesivo estará manchada toda la descendencia de Adán, y que exige que sea celebrado por los elegidos de Dios una soberana «operación» de reparación, a pesar de los inefables rastros del pecado original de los que el hombre es portador, para ser reconciliado y purificado por el Cielo.

Comprenderemos sin duda alguna por qué, inmediatamente, Jean- Baptiste Willermoz, tras los sagaces consejos del Agente Desconocido, juzgará necesario, el 5 de mayo de 1785, por una decisión ratificada por la Regencia Escocesa y el Directorio Provincial de Auvernia, apartar el nombre de Tubalcaín de los rituales rectificados sustituyéndolo por el de Phaleg, reconocido como el fundador de las «justas y perfectas» Logias.

Tubalcaín es, en efecto, el representante por excelencia de una peligrosa degeneración de los oficios del fuego y los forjadores, encarnando los aspectos más maléficos de la metalurgia y del Arte Real por una práctica desprovista de humildad y sumisión respecto a Dios: «padre de todos los forjadores de cobre y hierro.» (Génesis 4, 22).

Hay pues entre Phaleg y Tubalcaín una total contradicción, una distinción absoluta entre las familias a las que pertenecen, una significativa incompatibilidad que pareció a Jean-Baptiste Willermoz que debía ser claramente redirigida y corregida, puesto que no le resultaba decentemente aceptable ver subsistir en los rituales del Régimen Rectificado una referencia a un personaje marcado por el sello de la reprobación, y más aún cuando la intención de los trabajos de reforma efectuados en el Convento de las Galias de 1778, y el Convento de Wilhelmsbad de 1782, tenían por objeto situar el nuevo sistema como prolongación de la «Alta y Santa Orden de los Elegidos del Eterno», haciendo positivamente de los «Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa», los lejanos herederos de la línea de los Justos y piadosos servidores del Eterno, situándose en la filiación directa de Abel, Set y Sem15.

e) La Tradición según Martínez de Pasqually y Willermoz

Como nos lo explica Martínez de Pasqually en el Tratado de la reintegración16 desde el mismo origen no hay una sola Tradición, sino dos

«tradiciones», dos cultos, lo que significa dos religiones, una natural reposando únicamente en el hombre, y la otra sobrenatural poniendo todas sus esperanzas únicamente en Dios y su Divina Providencia. La sucesión de acontecimientos no ha dejado de confirmar este constante antagonismo, esta rivalidad y separación entre dos «vías» diferentes en permanente oposición, haciéndolas rigurosamente extrañas e irreconciliables.

La posteridad de Abel, después de su muerte, imagen viviente de la

«Tradición» fiel a la Palabra del Eterno, será sucesivamente representada por los principales Patriarcas que serán los poseedores y guardianes de la Revelación Divina «primitiva», y así pues de los nombres que nos son dados por las Escrituras que nos hacen conocer diez: Adán17, Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Enoc, Matusalén y Lamec padre de Noé. Ellos son los que transmitieron, sin alterarla, la Tradición Divina que habían recibido, enriqueciéndola y desarrollándola, mientras que al mismo instante, paralelamente a este pequeño linaje de Patriarcas que velaban celosamente sobre las enseñanzas santas y puras, manteniendo con devoción el culto sagrado al Eterno, la inmensa mayoría de hombres era inspirada por la falsa tradición natural de Caín, por la religión desviada y pervertida productora del vicio, del crimen, de la impiedad, de la impudicia, del desenfreno y la corrupción generalizada de costumbres y valores.

¿Qué esconde, en realidad, una voluntad de apertura hacia las tradiciones no cristianas en Guénon, que pudiera parecer, a primera vista, generosa, y de la que se guarda a la vez de clamar demasiado fuerte el resultado, desenlace que sin embargo Guénon había perfectamente descrito en términos sobre los cuales no podemos dejar de pensar, y con los que nos entrega, la verdadera clave del enigma, que se disimula como proyecto detrás de esta idea de «Tradición primordial»?: «La tradición hindú y la tradición islámica son las únicas que afirman explícitamente la validez de todas las otras tradiciones ortodoxas; y si es así, es porque, siendo la primera y la última en el curso del Manvantara, ellas deben integrar igualmente, aunque bajo modos diferentes, todas estas formas diversas que se han producido en el intervalo, a fin de hacer posible el “retorno a los orígenes” por el que el fin de ciclo deberá volver a su comienzo, y que en el punto de partida de otro Manvatara, manifestará de nuevo al exterior el verdadero Sanâtana Dharma1».

La idea oculta es la de una incorporación, la de una «integración» de la tradición occidental en el seno de la tradición oriental, de una verdadera

«absorción» por la cual sería disuelta y devuelta a su pretendida «fuente» a fin de que pudiera cumplirse el último «retorno a los orígenes» prefigurando el final del actual Manvatara y el surgimiento de uno nuevo que se comprometería, a su vez, en un movimiento cíclico dividido en diferentes edades o períodos, y así eternamente.

Por otra parte, apoyando y confirmando su convicción, al igual que justificando el terrible destino que le está reservado, el juicio despreciativo de Guénon respecto al cristianismo no adolece de ambigüedad ninguna: «(...) en despecho de los orígenes iniciáticos del cristianismo, éste, en su estado actual, ciertamente no es más que una religión, es decir, una tradición de orden exclusivamente exotérico, y no tiene en sí mismo otras posibilidades que las de todo exoterismo; por otra parte tampoco lo pretende en modo alguno, puesto que no aspira a otra cosa que a obtener la “salvación”. Una iniciación puede naturalmente superponérsele, e incluso así debería ser para que la tradición sea verdaderamente completa, al poseer efectivamente los dos aspectos exotérico y esotérico; pero al menos en su forma occidental, esta iniciación, de hecho, no existe en la actualidad.»

Tal es la secreta visión guenoniana, y la estupefaciente consecuencia a la que conduce esta alucinante doctrina que subordina la Revelación cristiana a la religión cósmica reprobada por Dios. En efecto, lo que fundamenta la esencia de la verdadera y auténtica Tradición, volvamos a decirlo, viene del carácter justo y perfecto del culto que se celebra al Eterno. Si una transmisión está corrompida en su origen, sea cual sea su anterioridad y su antigüedad, su «primordialidad» podríamos decir, conserva su naturaleza viciada y no presenta ningún interés desde el punto de vista espiritual; continúa marcada por el sello de la reprobación y constituirá una rama marchita portadora de una esencia alterada. Podríamos por este hecho, y en este aspecto, tratándose de elementos tradicionales, hablar de una Tradición santa y auténtica a continuación de la cual conviene, humilde y fielmente, situarse, y de una tradición «apócrifa» como la nombrará Martínez de Pasqually, la cual debe ser vigorosamente apartada por inexacta y falsa, nutrida como está por la revuelta y la insumisión a ojos de Dios.

Es por lo que, separándose de esta falsa tradición, los hermanos del Régimen pueden participar de una vía según el espíritu que les vale ser distinguidos con el título significativo de «Bien amados», representando una

«puesta a parte por Dios», un substraerse del Mal, una separación según el sentido del nombre Phaleg dado a cada Aprendiz cuando su entrada en la Orden20.

CONCLUSIÓN

Podemos constatarlo: la crítica de las concepciones guenonianas, en particular relativas a la noción de Tradición, nos obliga a precisar mejor, y sobre todo a comprender mejor la extensión de nuestros deberes si queremos asumir la herencia willermoziana. Nada es más eficaz que estas aclaraciones para permitirnos tomar conciencia de aquello a lo que pertenecen, bajo el nombre de «Tradición», los masones rectificados, y lo que los distingue de otras corrientes iniciáticas.

Así pues, si somos sabedores de lo que es el Régimen Escocés Rectificado y su naturaleza, y lo que lleva en esencia, nuestra relación con la acción iniciática se verá evidentemente transformada, renovada e iluminada, ya que estaremos en disposición de evaluar la responsabilidad propia que tenemos y que nos incumbe, tanto en la conservación del Rito como en la preservación de su doctrina.

Nosotros poseemos, en tanto que francmasones surgidos de la Reforma de Lyon, una transmisión original conferida por la práctica del Régimen Escocés Rectificado, cuyos fundadores y referencias nos son conocidas, las convicciones son perfectamente explícitas, los principios claramente identificados, y es normal y legítimo que busquemos aproximarnos lo más posible a estas fuentes íntimas que nos han sido dadas cuando nuestra iniciación, y generosamente ofrecidas cuando recibimos el «interesante título de Hermano».

Hay en este esfuerzo de coherencia que hemos emprendido la voluntad de progresar hacia las bases auténticas de nuestra iniciación. El esoterismo- cristiano es pues el esoterismo de los «hijos de Dios», de los hijos del Único

«Verbo Divino» que es el verdadero «Oriente», y es por lo que podemos tener confianza en los «frutos» magníficos de nuestro bautismo y aquellos otros transmitidos por nuestro camino iniciático en el seno del Régimen Escocés Rectificado. Como dijo solemnemente quien fue por aquel entonces el Gran Maestro del Gran Priorato de las Galias, Daniel Fontaine: «la iniciación pasa ante todo y a ella debemos consagrar nuestra vida»21. Esta vía iniciática, preciosa, vamos a proseguirla y a edificarla juntos, para que mañana resplandezcan extensamente las luces del Régimen Escocés Rectificado y de la Francmasonería cristiana. De esta obra común seremos, y de ello estoy absolutamente convencido, felizmente recompensados con fecundas bendiciones.

Segovia, el domingo 28 de junio del 2009,
en la festividad de san Irineo

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Monday, July 25, 2022

¿Qué es el Rito de York?

 

¿Qué es el Rito de York?

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Más correctamente, el Rito Americano, se basa en los restos de la Masonería Simbólica que se practicaban a principio del año 1700. La formación de la primera Gran Logia de Inglaterra en 1717 especificaba que las logias sólo podían conferir los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro Masón, todos los otros grados se consideraban falso. Sin embargo, muchas logias habían conferido otros grados que consideraban parte integrante de la masonería, en particular, el del Real Arco, y formaron su propia Gran Logia en 1751, denominándose a sí mismos los “Antiguos” y los miembros de la otra Gran Logia los “Modernos”.

Las primeras Logia Americanas operaron de manera similar hasta el establecimiento del Gran Capítulo General de Masones del Real Arco. Durante un período en la historia de EE.UU., los Grados Crípticos eran controlados por las distintos Grandes Capítulos Estatales, hasta el establecimiento del Gran Consejo General. Los Órdenes de Caballería han sido controlados por el Gran Campamento desde principios del siglo 19 en los Estados Unidos. Los tres cuerpos son técnicamente entidades masónicas autónomas, siendo el requisito afiliarse primero en el Real Arco para obtener los Grados Crípticos y las Ordenes de Caballería juntos.

Anexos a los Órganos del Rito de York hay varios organismos masónicos adicionales, la mayoría de los cuales su ingreso son por invitación. La membresía en muchos de ellos se basa en la pertenencia en el Real Arco, aunque algunos tienen miembros basados en otros cuerpos del Rito de York, o la pertenencia a todos los Cuerpos del Rito de York. Muchos se encuentran en otras jurisdicciones fuera de los Estados Unidos, pero varios son de origen netamente americano.

 

  1. The Blue Lodges - Los Grados Simbólicos
  2. The Capitular Degrees - Los Grados Capitulares
  3. The Cryptic Degrees - Los Grados Crípticos
  4. The Chivalric Orders - Las Ordenes de Caballería

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PORTAL DEL RITO DE YORK DEL GUAJIRO

La Hermandad para toda la Humanidad