Wednesday, September 25, 2019

Comandancia de Caballeros Templarios - Orden del Templo


COMANDANCIA DE
CABALLEROS TEMPLARIOS

Orden del Templo





    La piedad de superstición de la época había inducido multitudes de peregrinos en los siglos XI y XII, a visitar Jerusalén con el propósito de ofrecer sus devociones al sepulcro del Señor y los otros santos lugares que se encuentran en esa ciudad. Aventureros religiosos eran hombres débiles y ancianos, casi todos ellos sin armas, y la mayor parte de ellos estaban sujetos al insulto, pillaje, y con frecuencia a la muerte, infligida por las hordas de Árabes quienes, aún después de la captura de Jerusalén por los cristianos continuaron asolando las costas de Palestina y los caminos a la capital.
Con el fin de proteger a los piadosos peregrinos quienes de este modo se exponían al hurto y al ultraje corporal, nueve caballeros franceses, partidarios de Baldwyn, se unieron, en el año 1118, en una confraternidad militar o hermandad dedicada a las armas, e instituyeron un pacto solemne para ayudarse recíprocamente en despejar los caminos, y defender a los peregrinos en su paso a la ciudad santa. Dos de estos caballeros eran Hugo de Payens y Godofredo de San Aldemar. Raynouard (Los Templarios) dice que los nombres de los otros siete no han sido conservados en la historia, pero que Wilke (Geschichte des T. H. Ordens) los menciona, siendo Roral, Gundemar. Dodofredo Bisol, Payens de Montidier. Archibaldo de San Aman, Andrés de Montbar, y el Conde de Provenza.

Uniendo el carácter militar con el monástico, celebraron en presencia del patriarca de Jerusalén, los votos y juramento acostumbrado de la pobreza, castidad y obediencia, y con gran voluntad asumieron el título de “Humildad Soldados de Cristo”. Baldwyn, rey de Jerusalén, asignó para su residencia una parte de su palacio que se encontraba cerca del sitio que ocupaba antes el Templo; y los Abates y Canónigos del Templo les otorgaron, como lugar en el cual podían almacenar sus armas y municiones, la calle que se encontraba entre el palacio y el Templo, de donde derivaron el nombre de Templarios, título que retuvieron desde entonces. Raynouard dice que Baldwyn envió a Hugo de Payens a Europa a solicitar una nueva cruzada, y que durante su permanencia ahí presentó a sus compañeros ante el Papa Honorio II, de quien suplicaban el permiso para formar una orden militar religiosa en imitación de la de los Hospitalarios. El pontífice los recomendó a los concilios eclesiásticos los cuales se encontraban en sesión en Troya, en Champagne. Payens se encaminó de aquí a ese lugar, habiendo manifestado los padres la vocación de él y sus compañeros como defensores de los peregrinos; la proposición fue aprobada, y le fue ordenado a San Bernardo el prescribe reglamentos para la Orden naciente.
Este reglamento, en el que los Caballeros de la Orden se llaman Pauperes commolitis Christi et Templi Salomonis, o “Los Humildes Soldados de Cristo y del Templo de Salomón”, aún existe. Consta de setenta y dos capítulos, cuyos detalles son notables por su carácter ascético. Unieron varios ejercicios devotos y severos, disciplina, ayuno y oración. Prescribía para los caballeros declarados vestiduras blancas como el símbolo de una vida de pureza; los escuderos y criados debían vestir de negro. Al traje blanco, el Papa Eugenio II posteriormente agregó una cruz que debía usarse sobre el pecho izquierdo como símbolo de martirio.
Hugo de Payens, proveído de esta manera con una ley que le proporcionaba la permanencia a su orden, y animado por la aprobación de la Iglesia, regresó a Jerusalén, y llevando consigo muchas reclutas de entre las familias más nobles de Europa. Los Templarios poco después se distinguieron de un modo prominente como guerreros de la cruz. San Bernardo, quien los visitaba en su retiro del Templo, habla en los términos más elocuentes de su abnegación, su frugalidad, su modestia, su piedad, y su bravura. “Sus armas”, dice, “era su único aderezo, las que usaban con valor, sin temor al número o fuerza de los bárbaros. Toda su confianza estaba en el Señor de las Huestes, y al pelear por su causa obtendrían la segura victoria o una muerte honorable y cristiana”. Su bandera era el gallardete, de los colores blanco y negro divididos, indicativos de la paz para sus amigos, y la destrucción para sus enemigos. En su recepción cada uno de los Templarios juraba no voltear su espalda ante tres enemigos, pero si se encontrase solo, combatirlos si eran impíos. Era su costumbre decir que el Templario debía morir o vencer, desde el momento en que no tenía que otorgar por su rescate, sino su cíngulo y su puñal.
La Orden del Templo, al principio excesivamente simple en su organización, en poco tiempo llegó a ser muy complicada. En el siglo duodécimo estaba dividida en tres clases, que eran Caballeros, Capellanes, y Hermanos del Servicio.
  1. Los Caballeros; se requería que cualquiera que se presentase para ser admitido en la Orden, debía probar que había nacido de familia digna, y de himeneo legítimo; de que estaba libre de todas las obligaciones previas; de que si era casado, o de si tenía compromiso de matrimonio; de que no hubiera hecho ningunos votos de recepción en otra Orden; de que no estaba comprometido en deudas; y finalmente, de que estaba dotado de una constitución saludable y de un cuerpo sano.
  2. Los Capellanes. La Orden del Templo, diferente de la de los Hospitalarios, consistía al principio únicamente de legos. Pero la bula del papa Alejandro III, expedida en 1172, confería permiso a los Templarios de aceptar en sus casas a personas espirituales que no estuviesen ligadas con juramentos previos, cuyo nombre técnico era el de capellanes. Eran requeridos para que sirviesen en el noviciado de un año. La recepción era, excepto en algunas ocasiones no aplicable a la clerecía, lo mismo que en la de los Caballeros, y eran requeridos de hacer únicamente los tres votos de la pobreza, castidad, y obediencia. Sus deberes: el desempeño de los cargos religiosos, y oficiar en todas las ceremonias de la Orden, tales como la admisión de miembros durante las instalaciones, etc. Sus privilegios eran de ninguna importancia, pues consistían principalmente en sentarse al lado del Maestro, y de servirles primero en la mesa.
  3. Los Hermanos del Servicio. La única calificación que se requería del hermano del servicio, era que debía ser de nacimiento libre y no esclavo; pero con esto no debía suponerse que todas las personas de esta clase eran de condición servil. Muchos hombres, aunque no de noble linaje, pero de riqueza y posición elevada, se encontraban entre los hermanos del servicio. Éstos habían combatido en los campos de batalla bajo las órdenes de los caballeros, y del mismo modo desempeñaban en casa los oficios domésticos. Al principio no había sido una clase de ellos, pero después fueron divididos en dos los Hermanos de Armas, y los Hermanos de Oficio, los primeros eran los soldados de la Orden. Los segundos, que eran los más estimados, permanecían en las preceptorías, y desempeñaban varios de sus oficios, tales como los de herradores, armeros, etc. La recepción de los hermanos del servicio no difería, excepto algunos datos necesarios, de la de los caballeros. Éstos, por lo tanto, debido al accidente de su nacimiento les era prevenido anticipadamente la promoción de los de su clase.
Además de estas tres clases había la cuarta, – por supuesto, no vivían en el seno de la Orden-, quienes se llamaban Afiliados o Affiliati. Éstas eran personas de varios rangos y de ambos sexos, quienes eran reconocidos por la Orden, aunque no francamente relacionados con ella, como correspondía a su protección, y admitidos a la participación en algunos de sus privilegios, tales como la protección de los interdictos de la Iglesia, los que no se aplicaban a los miembros de la Orden.
El Gran Maestro residía originalmente en Jerusalén; y después cuando esa ciudad fue abandonada, en Acre, y finalmente en Chipre. Su deber siempre requería el que se encontrase en la Tierra Santa; y en consecuencia nunca residía en Europa. Fue elegido por vida dentro de los caballeros en la siguiente forma. En la muerte del Gran Maestro, era elegido el Gran prior para administrar los asuntos de la Orden hasta que podía ser elegido el sucesor. Cuando llegaba el día que había sido nombrado para la elección, el Capítulo por lo general se reunía en el centro principal de la Orden; y se proponía entonces a uno de los caballeros más estimados, en número de tres o más; el Gran Prior recogía los votos, y aquel que había recibido el mayor número era denominado para ser el Prior elector. En seguida un ayudante se le asociaba, en la persona de otro caballero. Estos dos permanecían toda la noche en la capilla empeñados en orar. En la mañana, elegían a otros dos, y estos cuatro, a dos más, y así sucesivamente hasta que el número de doce (el de los apóstoles) había sido seleccionado. En seguida los doce seleccionaban al capellán. Entonces los trece procedían a votar por el Gran Maestro, el que era elegido por mayoría de votos. Cuando la elección estaba completa, era anunciada a los hermanos en la asamblea; y cuando todos habían prometido la obediencia, el Prior, si la persona se encontraba presente, le decía: "En el nombre del padre Dios, el Hijo, y el Espíritu Santo, hemos elegido, y te elegimos Hermano N. para que seas nuestro Maestro”. Entonces, volviendo así a los hermanos, decía: “Queridos Señores y Hermanos, dad gracias a Dios; ved aquí a nuestro Maestro”. Los Capellanes entonces cantaban él Te Deum; y los hermanos, llevando a su nuevo Maestro en sus brazos lo conducían a la capilla y lo situaba ante el altar, en donde continuaba arrodillado, mientras que los hermanos oraban, y los Capellanes repetían el Kyrie Eleison, y el Pater Noster, y otro ejercicio piadoso. En el siguiente grado al de Gran Maestro era el Senescal, que era su representante y teniente. Después venía el Mariscal, que era el general de la Orden. En seguida el Tesorero cargo que siempre estaba unido con el de Gran Preceptor de Jerusalén. Era el Almirante de la Orden. El Guarda Ropa era el oficial que seguía en rango, que tenía a su cargo las vestiduras y arreglos de la Orden. Era una especie de Comisario General. El Turcopolio era el comandante de la caballería ligera. Había también una clase de oficiales llamados Visitadores, cuyo deber, como su nombre indica, era el de visitar a las diferentes Provincias, y corregir abusos. Había también algunos oficiales subordinados destinados a los Hermanos del Servicio, tales como Sub-Mariscal, Porta-Estandarte Adbéitar, etc.
Organizada la Orden de esta manera, naturalmente aumentó su prosperidad y crecían sus posesiones en el Este y en Europa y tuvo que dividirse en provincias, gobernada cada una de ellas por un Gran Preceptor o Gran Prior; pues los títulos se usaban indistintamente. Sin embargo, el de Preceptor era peculiar a los Templarios, mientras que el de Prior era común tanto entre ellos como los Caballeros Hospitalarios de San Juan. Estas provincias eran en número de quince, y son las siguientes: Jerusalén, Trípolis, Antioquía, Chipre, Portugal, Castilla y León Aragón, Francia y Auvernia, Normandía, Aquitaine, Provenza, Inglaterra, incluyendo Escocia e Irlanda; Alemania, Italia Central y Septentrional, Apulia, y Sicilia. De donde puede verse que no había lugar de Europa, excepto los empobrecidos reinos de Dinamarca, Suecia y Noruega, donde los Templarios no habían extendido sus posesiones y su influencia.
El acto de la recepción de un Caballero en la Orden era una ceremonia muy solemne. Era secreta, y no se permitía estar presente sino únicamente a los miembros de la Orden. En efecto difería de la de los Caballeros de malta, cuya forma de recepción era libre y pública; y a esta diferencia entre la recepción pública y la iniciación secreta, es a lo que quizá puede atribuirse una parte del espíritu de persecución de la iglesia ha demostrado a la Orden en sus últimos tiempos.
El hecho de que los Templarios tenían una iniciación secreta se concede generalmente en la actualidad, aunque algunos escritores lo han negado. Pero debido a las circunstancias en su favor que son demasiado grandes para superar en cualquier sentido, excepto n la forma positiva de lo contrario, la que nunca ha sido aducida. Es bien conocido que durante estas recepciones eran admitidos únicamente los miembros de la Orden; cuya prohibición no hubiera sido necesaria si las ceremonias no fueran secretas. En las juntas del Capítulo General de la Orden, era rehusado aun el mismo Legado del Papa.
No sería honroso ni razonable citar las ciento veinte acusaciones promovidas contra los Templarios por Clemente, porque eran indudablemente falsedades malévolas inventadas por un Pontífice inmoral y sin principios medianeros de la concupiscencia de un monarca miserable; pues algunas de ellas son de tal naturaleza al grado de indicar que la creencia general de los hombres de la época.
Así, encontramos en el artículo 32 que dice: “Quo receptiones istius clandestine faciebant”; i. e. que estaban acostumbrados a hacer su recepción en secreto. El 100 contiene estas palabras: “Quod sic se includunt ad tenenda capitulatu omnes januas domus et ecclesiae in quibus tenent capitula ferment adeo firmiter quod nullus sit nec esse possit accessus ad eso nec juxta; up possit quicunde videre vel audire de factis vel dictis eorum”; i. e. Que siempre que verificaban sus Capítulos, cerraban todas las puertas de la casa o iglesia en que estaban reunidos tan estrechamente, que nadie podía aproximarse bastante cerca para ver u oír lo que hacían y decían. Y el siguiente artículo es más singular, pues refiere que, con el fin de cuidarse de los escuchas, acostumbraban a situar un vigilante, como diríamos ahora un guarda templo sobre el techo de la iglesia, “excubicum super tectum”, quien podía dar el aviso necesario.
El atavío de los Templarios les fue prescrito por San Bernardo, en el reglamento que compuso para el gobierno de la Orden, y se describe en el capítulo XX, en esta forma: “A todos los Caballeros declarados, ya sea en invierno o en verano proporcionamos, si se pueden obtener, vestiduras blancas, para que aquellos que han dejado tras de sí las huellas de una vida de ignorancia, puedan conocer que deben procurar encomendarse a su Creador y pedirle una vida pura y sin mancha". El manto blanco era por lo tanto el hábito peculiar de los Templarios, como el negro era de los Hospitalarios.
Subsiguientemente, pues al principio no usaban la cruz, el Papa Eugenio III, les otorgó la cruz roja pattée como el símbolo del martirio, el que debían usar sobre el pecho izquierdo exactamente sobre el corazón. La iniciación general de San Bernardo referente a las vestiduras se desarrolló después, así, es que el vestido del Templario consistía en una larga túnica blanca, muy semejante en la forma a la del sacerdote, con la cruz roja en el frente y espalda; debajo de ésta llevaba camisa de lino abrochada con un cinto. Encima de ésta usaban el manto blanco con la cruz roja pattée. La cabeza era cubierta con un casco o capirote adherido al manto. Las armas eran la espada, lanza, maza y escudo. También al principio la Orden adoptó como sello de armas la representación de dos caballeros montando un caballo, como la señal de su pobreza, posteriormente cada caballero era provisto de tres caballos, a la vez que un escudero seleccionado generalmente de la clase de los Hermanos del Servicio. Para escribir la historia completa de la Orden Templaria referente a los dos siglos de su existencia, sería, dice Addision, tanto como escribir la historia Latina de palestina, y ocuparía un volumen: Sus detalles contendrían relatos de batallas gloriosas con los impíos en defensa de la tierra Santa, y de peregrinaciones cristianas, algunas veces afortunadas y con frecuencia desastrosas de arenas áridas humedecidas con la sangre de guerreros cristianos y sarracenos; de deshonrosas contiendas con su rival de San Juan; de partidas forzadas y definitivas de los lugares que sus proezas habían conquistado, pero que su fuerza no había sido suficiente para conservarlos, y algunos años de lujuria y puede ser que de indolencia desordenada, terminados por el cruel martirio y disolución.
La caída de Acre en 1292, bajo el vigoroso asalto del Sultán Mansour, condujo desde luego a la evacuación de palestina por los cristianos. Los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, llamados después Caballeros de Rhodas, y entonces de Malta, huyeron a Rhodas, donde los primeros, asumiendo el carácter naval, reanudaron el estado de guerra en sus embarcaciones de remos contra los Mahometanos. Los Templarios, después de una breve quietud en la isla de Chipre se retiraron a sus diferentes Preceptorías que tenían en Europa.
Porter (Historia de los Caballeros de Malta, i. p. 174) no tiene panegírico para estos cobardes caballeros. Después de elogiar a los Hospitalarios por su perseverante energía con la cual, desde su isla natal de Rhodas, continuaban la guerra con los impíos, dice: “El Templario, por lo contrario, después de su permanencia breve en Chipre, en lugar de proporcionar la ayuda más insignificante a sus hermanos caballerescos y dignos en su nueva lucha, huyeron con precipitación increíble hacia sus numerosas y ricas Preceptorías Europeas, en donde la tosquedad de su libertinaje, la pompa de su lujo y lascivia, y la arrogancia de su orgullo, pronto se convirtió en el objeto del odio más invencible entre aquellos que poseían amplios poderes para realizar su destrucción. Durante estos últimos años de su existencia puede mencionarse muy poco en defensa de la Orden; pues sin embargo de su inhumana crueldad con la cual se realizó su extinción ha aparecido un sentimiento de compasión en su favor, el que con mandato sincero trata de borrar la memoria de sus crímenes, pues aún no puede negarse que durante los últimos años se habían desviado de los propósitos originales de su institución de tal manera que se hicieron indignos depositarios de ese tesoro que les había sido legado para los fines tan inmensamente diferentes a los que se habían propuesto”.
El acto de crueldad y de injusticia por el cual fue disuelta la Orden Templaria en el siglo XIV ha legado la memoria ignominiosa o el recuerdo de los nombres de los infames reyes, y el no menos Papa infame que los realizó. En el principio del siglo XIV se encontraba en el trono de Francia Felipe el Hermoso, príncipe ambicioso, vengativo y avaro.
Durante su famosa controversia con el Papa Bonifacio, los Templarios como era su costumbre, se habían adherido al pontífice y se opusieron al rey; este acto exaltó su odio; y como la Orden era enormemente rica, esto provocó su avaricia, y sus poderes intervinieron con sus designios de engrandecimiento político; y todo esto alarmó su ambición. Por consiguiente, concertó de un modo secreto con el Papa Clemente V el plan para su destrucción, así como para la apropiación de sus ingresos. Clemente, por su dirección y consejo, escribió en junio de 1306, a De Molay, el Gran Maestro que se encontraba en Chipre, invitándole a que viniese a consultar con él sobre algunos asuntos de gran importancia para la Orden. De Molay obedeció al llamado, y en los comienzos de 1307 llegaba a París con sesenta caballeros y grande cantidad de tesoro.
Fue inmediatamente encarcelado, y, el 13 de octubre siguiente todos los Caballeros de Francia, en consecuencia, de las órdenes secretas del rey fueron arrestados bajo la simulada acusación de idolatría, y otros crímenes enormes, de los cuales Squin de Flexian, Prior expulsado y apóstata de la Orden, se menciona haber confesado que los caballeros cometían actos delictuosos en sus Cabildos secretos. Lo que significaban estas acusaciones no ha sido dejado a la suposición. Pues el Papa Clemente V envió la lista de las causas de acusación, alcanzando el número de 120, a todos los arzobispos, obispos y comisionados papales por los cuales debía de examinar a los caballeros que debían ser llevados para su aclaración. Esta lista aún existe, y en ella encontramos tales acusaciones, como éstas:
Que se requería a todos aquellos que debían iniciarse en la Orden, jurar retractándose de Cristo, la Virgen María, y todos los santos. Que negaban que Cristo hubiera sufrido por la redención del hombre. Que habían convertido a la cruz o crucifijo en un vaso para escupir. Que adoraban a un gato en sus asambleas. Que practicaban artes mágicas o encantamientos.
De tales cargos como éstos, contrarios a la naturaleza y a la razón eran acusados los caballeros, y por supuesto, condenados como conclusión hecha de antemano. El 12 de mayo de 1310, cincuenta y cuatro de los caballeros fueron quemados públicamente y el 18 de marzo de 1313, De Molay y el Gran Maestro y los tres principales dignatarios de la Orden, sufrieron la misma suerte. Murieron fielmente sosteniendo su inocencia de todos los crímenes que les imputaban. La Orden fue suprimida desde luego, por la energía del rey de Francia, apoyada por la autoridad espiritual del Papa, orden que se verificó en toda Europa.
Muchísimas de sus vastas posesiones que no habían sido apropiadas por los diferentes soberanos para su propio uso, o el de sus favoritos, fueron otorgadas a la Orden de los Caballeros de Malta, cuya aceptación del donativo no tendió a disminuir la mala disposición que había existido siempre entre los miembros de las dos Órdenes.
En cuanto a la historia de la continuación de la Orden, después de la muerte de Santiago de De Molay, por Johannes Larmenius, bajo la autoridad del título de transmisión que le fue conferido por De Molay pocos días antes de su muerte, ese asunto se trata más extensamente y en forma debida en la Historia de la Orden del Templo, la que reclama, por virtud de ese título ser la sucesora legítima de la antigua Orden.
Desde el establecimiento de la Orden por Hugo de Payens, hasta su disolución durante el Magisterio de De Molay, veintiún Grandes Maestros presidieron la Orden.



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Portal del Rito de York Americano 

The York Rite

La Hermandad para toda la Humanidad

Saturday, September 21, 2019

Diálogo sobre Masonería - Por el Prof. DR. H. Seedorf


DIÁLOGO SOBRE MASONERÍA




Por el Prof. DR. H. Seedorf - Adaptado y publicado por
La L.·. Unión Nº 9 - Madrid 1932

P. Oigo que es usted masón. Se hablan sobre ellos cosas tan diversas que me agradaría tener informes fidedignos; pero usted, seguramente, no estará autorizado para darme las aclaraciones necesarias.
R. Al contrario, pregúnteme.

P. Me sorprende. Tenía entendido que los masones estaban obligados a la más severa discreción.
R. Eso se refiere únicamente a las formalidades de ritual, que se observan en nuestras reuniones, y a los asuntos de índole interna de la Asociación

P. Entonces le ruego me responda a algunas preguntas. ¿Qué fines persigue la masonería?
R. Trabajamos por el ennoblecimiento de la Humanidad y queremos contribuir a que la verdadera moral se extienda cada vez más por el mundo.

P. Dice usted que la Asociación "trabaja". ¿Qué clase de trabajo es éste?
R. En primer lugar se trata del estímulo continuo para el propio ennoblecimiento, mediante el propio examen de conciencia; después influenciando en este sentido a los demás, sean o no miembros de la masonería, y por último fomentando cualquier obra o ideal, moral y bien intencionada, tanto en el terreno práctico como en el teórico.

P. Según el criterio masónico, ¿Dónde se encuentra los fundamentos de la verdadera moral?
R. En nuestra propia conciencia, donde una voz nos aconseja y previene, y en los fundamentos éticos de la cultura de la Humanidad, que tienen expresión perfecta en la moral de Cristo.

P. ¿Entonces forman ustedes una Asociación cristiana?
R. Ciertamente, pero solo en lo que se refiere a la ética.

P. Frente a los fundamentos del cristianismo, ¿Qué posición sostienen ustedes?
R. Las premisas de la Orden son la fe en Dios y en la inmortalidad del alma. La forma de desarrollar estos conceptos, así como la idea con que se los representen en la imaginación, queda al arbitrio de cada miembro de la Orden. Dios es, desde luego, para nosotros el portador o representante del orden moral del mundo.

P. Estas ideas no son exclusivas del cristianismo, y, sin embargo, he oído que sólo admiten ustedes cristianos.
R. Esto sólo se refiere a determinadas logias. Las demás tienen abiertas sus puertas igualmente para los que no profesan la fe cristiana.

P. Si sostienen ustedes este criterio fundamental. ¿Cuál es la causa de que en determinadas logias sólo se admitan cristianos?
R. Porque creen en la necesidad de ser cristianos para desarrollar nuestras ideas morales, que tienen sus raíces en el cristianismo.

P. ¿Sus raíces en el cristianismo? ¿Es ésta la opinión de sustentan también las demás logias?
R. Ciertamente. Sin el cristianismo no hubiera podido producirse la masonería, que después de larga prehistoria, se organiza en la forma actual en siglo XVII en Inglaterra.

P. No obstante, los católicos les consideran como enemigos.
R. Eso es injusto. Somos, por el contrario, amigos de la verdadera religiosidad.

P. Entonces, ¿Por qué afirman los católicos lo contrario?
R. La Iglesia católica teme que nuestra Asociación, fundada en el verdadero espíritu de tolerancia, quebrante su influencia.
P. Acaso en la Suprema Dirección de su Orden haya otros propósitos secretos y mal intencionados.
R. Esta suprema Dirección no existe. No hay más que asociaciones de logias dentro de cada Estado. Relaciones internacionales sólo se establecen entre las asociaciones de logias de cada país a manera de las relaciones diplomáticas mantenidas entre potencias políticas iguales, y para regular Asambleas o Congresos.

P. ¿No aspiran ustedes también a la fraternidad universal en el sentido político?.
R. Somos patriotas fieles y consideramos que, aun en interés de la Humanidad misma, no es deseable la desaparición total de las diferencias nacionales; quisiéramos, no obstante contribuir a suavizar las diferencias políticas. La política por sí sola no nos interesa.

P. No obstante, se oye que en Francia y España las logias se ocupan de política.
R. Esto está expresamente prohibido desde los más antiguos reglamentos masónicos.

P. ¿Es para ustedes esencial el patriotismo?
R. Naturalmente. Gentes sin patria no tienen cabida en nuestros talleres.

P. ¿Qué otras cualidades consideran ustedes necesarias para la admisión?
R. Quien pretenda ingresar ha de ser hombre honrado y de buenas costumbres, debe reunir la cultura y preparación espiritual necesaria, para saber desarrollar las sugestiones que reciba en las logias, y disponer de algunos medios económico, pues su pertenencia a la masonería representa algún sacrificio pecuniario (de 60 a 200 pesetas anuales aproximadamente).

P. ¿Entonces no es la masonería una Asociación humana – esta expresión la he oído – en el sentido de poder abarcar todo el mundo?
R. En este sentido, desde luego no. Queremos ser apóstoles del humanismo, y extender las enseñanzas que recibimos en nuestras logias para que el mundo se sature de nuestras ideas.

P. Estas ideas, según veo, son ya bien conocidas por todos, Las iglesias y otras asociaciones las mantienen como normas esenciales. Para esto solo me parece que la masonería no sería muy necesaria.
R. En parte tiene usted razón, aunque nuestras enseñanzas tienen algo característico que no llega a expresarse siempre en las iglesias y otras asociaciones. Por ejemplo, el criterio de que el hombre no es malo en el fondo de su ser, sino bueno, y la insistencia sobre la influencia de un hombre sobre otro. Coincidimos en un concepto hondamente moral de la vida, que de ningún modo está influenciado por dogmas rígidos, y ello justifica, ahora como antes, la existencia de la Asociación, y seguirá haciéndola necesaria en su singular característica hasta que los ideales que nos mueven se hayan convertido en realidad.

P. ¿Por qué mantienen ustedes en nuestros tiempos sus secretos, aunque sólo sean los que se refieren al ritual o las cuestiones de orden interno? Supongo que no será por temor a los ultramontanos, sobre todo en aquellos países en que el catolicismo está en franca minoría.
R. El secreto une fuertemente a los hombres. El espíritu cordial de nuestras reuniones se eleva con esto, y en ello vemos un mutuo estímulo, como no existiría probablemente otra más fuerte. Además, sólo quien se ocupe largo tiempo e intensamente de su estudio estará capacitado para comprender el sentido y la relación del ritual con nuestros valiosos símbolos, que tanta influencia ejerce sobre el Espíritu. Para ello el secreto es indispensable. Por lo que se refiere a cuestiones de orden interno o íntimo tampoco es usual que se exterioricen sobre ellas los miembros de otras asociaciones, por ejemplo, la familia.

P. Habláis de la cordialidad de las relaciones, ponéis como comparación la familia, frecuentemente se oye que ustedes se llaman hermanos entre sí. Sin embargo, hay masones que en sus relaciones con otros no hacen el menor distingo, ni se comportan como familiares, ni siquiera como amigos sinceros y fieles.
R. Amigos solo somos en el sentido de la coincidencia de anhelos para lograr el mismo fin con medios honrados, en el sentido de la estimación mutua que se dispensan los hombres honestos, que luchan a favor del noble humanitarismo, en el sentido de confianza y predisposición para ayudarnos y aconsejarnos unos a otros con todas las fuerzas al servicio de la moral. Sólo así ha de interpretarse la denominación de hermanos que frecuentemente empleamos. Hermanos somos porque nuestras relaciones se fundan en el más puro humanitarismo, porque nos reúne un limpio amor a la Humanidad, aquel amor que debe ligar a todos los hombres, y porque nos sentimos unidos en el deseo de fomentar con la mayor energía este amor entre nosotros y para con los demás. Una relación personal más estrecha sólo puede conseguirse con trato más dilatado, y difícilmente se conseguirá nunca entra la totalidad de miembros de una logia. Para ello sería precisa la coincidencia en algunas otras cuestiones, que poco a nada interesa a la masonería.

P. Puede ser, pero yo conozco masones que no parecen revelar las características de humanismo que vos describís.
R. Siempre seremos hombres con debilidades humanas. Estamos constantemente amenazados y tentados por enemigos externos e internos de nuestros anhelos morales. Por esto sometemos a examen a los solicitantes antes de ser admitidos, pero ¿Quién es capaz de leer el corazón humano? Suficiente es que los pensamientos viles sean entre nosotros la excepción, si los anhelos humanitarios son fácilmente perceptibles en la mayoría, y si las logias son lugares de educación de los sentimientos en un sentido moral y trabajan por la desaparición de todas las injusticias sociales.

P. Si le he entendido bien, la masonería es una Asociación que no puede considerarse secreta, pero que trabaja con usos y formalidades sobre las que mantienen la mayor reserva, y cuya finalidad es el desarrollo moral de los asociados y de la Humanidad en general.
R. Esto es, en realidad, lo más importante. Nuestra misión es luchar contra todo lo bajo y ruin, romper lanzas contra el error, en nuestro propio pensamiento y en el de las personas que nos rodean. Contribuir a que las relaciones humanas sean expresión del verdadero humanitarismo, haciendo que cada cual se esfuerce en formarse teniendo esta idea como norma e influenciando al mismo tiempo a los demás en este sentido, por medio del ejemplo, de la enseñanza y las costumbres. Dentro de nuestro círculo interior los medios especiales para nosotros son las instrucciones, el ritual y la estrecha relación personal de unos asociados con otros.

P. Esto, ciertamente, es grande y bello. Acaso me decida a ingresar en la Asociación.
R. Ello me proporcionaría una sincera alegría; sin embargo, me está vedado insistir para lograrlo. Una última advertencia quisiera hacerle para este caso; acérquese lleno de esperanzas a la idea, pero no espere demasiado de sus representantes.
Ello le ahorrará seguramente desilusiones.

FIN

  • Al publicar este diálogo tenemos el propósito de facilitar argumentos a los hermanos jóvenes y poco experimentados en la polémica, capacitándoles para contestar a los profanos que deseen tener alguna información sobre masonería.
  • He intentado dar contestaciones claras, y de acuerdo con el criterio sustentado por mí, a las preguntas más usuales.









Friday, September 13, 2019

La Filiación Caballeresca de la Masonería

La Filiación Caballeresca de la Masonería

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La filiación caballeresca de la Masonería fue enunciada el 21 de marzo de 1736 por el caballero escocés Andrew Michael Ramsay, que pronunció un célebre discurso en París con el que difundió la leyenda que une la Masonería con la época de las cruzadas.
El sistema de Ramsay, católico, miembro de la Royal Society y preceptor del príncipe Carlos Estuardo, añadía a los tres grados gremiales los de escocés, novicio y caballero templario.
Tal fue la influencia de su discurso que, en 1782, había ya más de 400 altos grados.
Ello llevó a que este mismo año masones de toda Europa acudieran a la localidad de Wilhemsbad a celebrar un convento para aportar cuantos documentos tuviesen en su poder para examinar la legitimidad estos ritos y de la supuesta filiación con el Temple.
El Régimen Escocés Rectificado se había ido perfilando entre 1774 y 1782 por dos grupos de francmasones de Lyon y Estrasburgo, entre los que sobresale Jean- Baptiste Willermoz.
Respecto a su estructura y simbolismo masónico, las tres fuentes en las que bebe el Régimen Escocés Rectificado son:
  • La Masonería francesa de la época, en la que existía una gran proliferación de grados, que se estructurarían hacia 1786-1787 en un sistema que llevará el nombre de "Rito francés", sin omitir los diversos grados cuya combinación constituye lo que se llama " el escocismo" sintetizados igualmente por Willermoz.
  • El Sistema de Martínez de Pasqually, al que Willermoz reconoció como su Maestro; es decir, la “Orden de los Caballeros Masones Elegidos Coens del Universo".
  • Por último, la Estricta Observancia, llamada aún "Masonería rectificada" o "reformada de Dresde", un sistema alemán en el que el aspecto caballeresco sobresalía sobre masónico, pues se decía no sólo heredero, sino restaurador de la antigua Orden del Temple.
Partiendo de estas fuentes, Willermoz conformó su Sistema o Régimen como una arquitectura concéntrica organizada en tres "clases" sucesivas, cada vez más interiores y más secretas.
La “orden interior” es una Orden de caballería cristiana, en ningún modo asimilable ni a un sistema de los altos grados, ni a los grados filosóficos.
Según las decisiones adoptadas por el Convento de las Galias y confirmadas en el Convento de Wilhelmsbad de 1782, el Régimen escocés Rectificado se desmarca de la Estricta Observancia renunciando a una filiación histórica con la Orden del Temple, conservando con ella una filiación espiritual, ilustrada por la adopción, al mismo Convento, de la denominación "Caballeros Benefactores de la Ciudad Santa".
De esta manera se hace referencia a los "pobres caballeros de Cristo" de los orígenes, -no a la Orden rica y poderosa en que sus sucesores se habían convertidos con el paso del tiempo.
La Revolución Francesa truncó a partir de 1789 el desarrollo del Régimen Escocés Rectificado, que desapareció definitivamente de Francia en 1857.
En el país galo se impuso el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que aunque comparte raíces como el escocismo, no está adherido a la mística cristiana, por lo que fue utilizado durante la progresiva secularización que la Orden sufrió en Francia y que terminó con la ya mencionada retirada del reconocimiento al Gran Oriente de Francia por parte de la regularidad masónica internacional.
El depósito de la Tradición pervivió en Suiza, al abrigo del Gran Priorato Independiente de Helvetia, que había sido fundado en 1779 y es el generador común de todos los Grandes Prioratos existentes en la actualidad.
En 1935, el Rectificado volvió a ser practicado en Francia.
En nombre de su filiación espiritual, el Régimen escocés Rectificado reivindica, al igual que la Orden del Temple, la doble calidad caballeresca y cristiana.
En efecto, el Régimen escocés Rectificado tiene por objetivo confesado el de mantener y fortificar los principios que están en su origen:
  • La fidelidad a los principios cristianos primitivos.
  • El apego a los principios y tradiciones, tanto masónicas como caballerescas del Régimen que se traduce en el estudio del esoterismo cristiano.
  • El perfeccionamiento de sí mismo por la práctica de las virtudes cristianas para vencer sus pasiones, corregir sus faltas y progresar en el camino de la realización espiritual.
  • La práctica constante de una beneficencia activa hacia todos los hombres.
Al igual que los demás ritos que se trabajan en la masonería regular, los primeros tres primeros grados que conforman el Régimen Escocés Rectificado son los de Aprendiz, Compañero y Maestro, que constituyen la denominada Masonería Azul.
Sin embargo, este rito ha preservado en su simbolismo los rasgos cristianos de los antiguos rituales masónicos.
Por eso, desde su fundación, sólo admite cristianos en sus logias.
La esencia del Régimen Escocés Rectificado entronca con uno de los ejes fundamentales del Cristianismo: el de la imagen y semejanza.
El hombre es un ser degradado tras la caída de su estado original glorioso; la iniciación le permite avanzar en su reintegración a su estado primitivo.
Una idea de una perfecta ortodoxia que recorre todo el Régimen desde la “Primera Divisa del Primer Grado”: “El hombre es la imagen inmortal de Dios; pero, ¿quién podrá reconocer la belleza de esa imagen si él mismo la desfigura? De hecho, en la “Fórmula del Juramento” que el candidato al iniciarse masón en las logias rectificadas se dice que se compromete a ser fiel “a la Santa Religión Cristiana”.
La Masonería Rectificada participa también de la tradición cristiana de la Regla, común en las comunidades monásticas y caballerescas, cuyo fin es lograr la abertura al Espíritu mediante la fijación de costumbres y principios aplicables en el marco de la vida cotidiana.
Los nueve artículos de la “Regla Masónica al Uso de las Logias Rectificadas” son entregados al nuevo masón tras su iniciación para que su lectura meditada le ayude a penetrar por las vías que le son abiertas.
El cuarto grado del Régimen Escocés Rectificado es el de Maestro Escocés de San Andrés.
En origen, formaba un todo con los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro, dentro de la Masonería Simbólica.
En 1958, con el fin de adecuar la estructura de cuatro grados simbólicos a lo estipulado por las grandes obediencias regulares, que sólo reconocen los tres primeros, se resolvió desgajar este grado y conferirlo en la Cámara Verde.
Se trata de la misma solución adoptada en 1813 en Gran Bretaña, cuando los antiguos, que también trabajaban cuatro grados, se integraron con los modernos.
En su caso, el cuarto grado dio origen al llamado Arco Real, que guarda ciertas similitudes con el de Maestro Escocés de San Andrés.
El grado de Maestro Escocés de San Andrés actúa como puente entre el Simbolismo y la Orden Interior.
Este grado recoge la leyenda escocesa, -presente en muchos altos grados de diversos ritos-, que cie que tras la destrucción del Temple en 1307, Henry St. Clair, barón de Rosslyn y Gran Maestre de la Masonería Operativa Escocesa, dio cobijo a un numeroso grupo de templarios.
El 24 de junio de 1314, día de San Juan, 432 de estos caballeros apoyaron al rey Roberto I de Escocia en la batalla de Bannockburn, en la que las tropas de Eduardo II de Inglaterra fueron derrotadas tras 20 años de anexión inglesa.
Como recompensa, Roberto I reconoció oficialmente la Orden de San Andrés del Cardo, patrón y emblema de Escocia, para refugio y transmisión del depósito templario.
En 1689, Jacobo II de Inglaterra y VI de Escocia fue acogido en Francia tras la entronización de Guillermo de Nassau.
Según las antiguas historias, con él llegaron los maestros masones operativos relacionados con la Orden de San Andrés del Cardo.
El Régimen Escocés Rectificado se completa con la “Orden Interior” ligada a la caballería medieval, al hombre que rechaza la corrupción del ambiente y somete su vida a un ideal tras ser armado caballero.
El masón rectificado aspira a convertirse en señor y sirviente.
Señor de su montura, que no es otra que él mismo y los medios a su alcance, y sirviente de las virtudes que ha conocido y estudiado como masón y ahora jura practicar.

La Orden Interior se compone de dos etapas:

-Escudero Novicio:

Esta calidad se concede por ceremonia de investidura.

Es preparatoria y transitoria; podría llegar a perderse.

-Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa:

Se confiere mediante ceremonia de armamento.




Portal del Régimen Escocés Rectificado del Guajiro