Friday, August 30, 2019

Del Libro del Compañero - A los Iniciados del Segundo Grado - Oswald Wirth


EL LIBRO DEL COMPAÑERO

Oswald Wirth


A LOS INICIADOS DEL
SEGUNDO GRADO

Muy queridos hermanos Compañeros:

Habiendo cumplido vuestro período de Aprendizaje, se os ha juzgado capaz de colaborar útilmente en la Grande Obra de la Construcción Universal. Están aquí entre los obreros que saben trabajar: se os puede entregar desde luego una obra, seguros de que  habréis de ejecutarla fielmente, conforme a todas los reglas de nuestro  Arte.
Pero, para ser dignos de la confianza que se os demuestra es indispensable que os convirtáis en verdaderos Compañeros.
No basta, en realidad, para poseer efectivamente un grado masónico, haberlo  recibido ritualmente. Nuestras ceremonias no tienen ninguna virtud sacramental y ninguna consagración tiene el poder de hacer un masón, porque en toda iniciación efectiva  el iniciado se hace por sí mismo. Los ritos iniciáticos no tienen otro papel que trazarle un programa.
Por eso las pruebas del grado de Aprendiz, han debido incitaros a transformaros interiormente, de manera de realizar el ideal del iniciado del primer grado, Si habéis comprendido todo el alcance de las formalidades que habéis debido  experimentar  para recibir la luz, poseéis ésta efectivamente y por ello sois iniciados, implícitamente es cierto, en todos los secretos de lo Francmasonería.
Procediendo siempre por síntesis, nuestra institución, esencialmente filosófica, procura, en efecto, encerrar el todo en la parte. El primero de sus grados está, desde este punto de vista, tan bien combinado que podría ser el único, si nuestro espíritu tuviera la potencia necesaria para descubrir todo lo que contiene.
Pero nuestra penetración intelectual esté lejos de ser siempre genial. Las exigencias  de la vida moderna dejan poco tiempo a la meditación, a tal punto que hemos contraído el hábito de juzgar por la apariencia de los cosas; y, para descubrir las verdades iniciáticas, es necesario profundizar y realizar esfuerzos perseverantes, que es preciso graduar para ayudar  a  la debilidad humana. La Masonería confiere, por consiguiente, la iniciación integral  en  tres grados, que señalan otras tantas etapas, destinadas a conducir progresivamente a la adquisición del conocimiento iniciático (Gnosis).
Este conocimiento es de una conquista demasiado difícil para que su asimilación pueda efectuarse en una y aún en tres veces. Es lo que justifica la multiplicación de los  grados masónicos. Todas las jerarquías tienen, en este particular, el mismo objetivo. Cualquiera que sea el número de escalones, siempre es la misma distancia por franquear. Se trata siempre de partir del Aprendizaje para terminar en la verdadera Maestría. Pero, entre    el comienzo (nacimiento o renacimiento iniciático) y este fin (muerte, transformación, renovación) se extiende toda la vida masónica, representada por el  Compañerismo.
Estáis llamados, desde luego, a vivir masónicamente, es decir, ajustando todos vuestros actos al ideal (Estrella Flamígera) que debéis llevar vosotros mismos. Este manual no tiene otro fin que el de ilustraros ampliamente a este  respecto.
Servíos leerlo con cuidado, sin temor de repetir la lectura página por página, meditando sobre lo que os haya llamado la atención Ha sido editado en forma de hacer reflexionar mucho y es por eso un guía que no dejará de revelaros misterios de la más alta importancia, si sabéis haceros accesibles a las verdades  iniciáticas.
No olvidéis, sobre todo, que el grado de Aprendiz es la base de toda Masonería.  Sobre su profundo estudio se basan todos los progresos ulteriores. Es necesario volver sin cesar a este punto de partida, si se quiere avanzar. El primer grado es la llave de todos los otros. Por altos que sean los grados de un masón, no tiene ningún conocimiento efectivo de Masonería si ignora el esoterismo del grado de Aprendiz, y todas las cintas con que se   decore no serán sino vanos juguetes.
El Segundo Grado es la consagración del primero, y es en este sentido que el Aprendiz, por el sólo hecho de que como tal ha realizado progresos suficientes, es admitido en la clase de los obreros o Compañeros. Es la terminación de su aprendizaje lo que le vale  su aumento de salario.
Por muy lejos que podamos ir, sepamos permanecer siempre aprendices, porque nunca habremos terminado de aprender. Convencido de que el verdadero sabio  no  terminaría nunca de estudiar, el ilustre Chevreul se llamaba estudiante, aunque era más que centenario. Recordemos esta enseñanza y no dejemos jamás de trabajar en nuestro propio perfeccionamiento tanto intelectual como moral. Es este aprendizaje incesante el que debe proseguirse con perseverancia porque sólo él confiere el verdadero Compañerismo, dicho  con otras palabras, el poder de acción fecunda y de realización verdaderamente  práctico.
Repasad, pues, queridos hermanos Compañeros con cuidado todo lo que se os ha enseñado con anterioridad y dedicaos, enseguida, a descifrar los enigmas que os propone vuestro grado actual. Con la ayuda de vuestra luz interior, conseguiréis vencer todas las dificultades, por formidables que sean. Si el verdadero Aprendiz-Masón  es ya  un  sabio como se encuentran pocos entre los hombres, ¿qué será el Compañero,  pensador  esclarecido, armado de la soberana potencia de acción?
¡Sobre todo, no os descorazonéis! Tened el heroísmo de los compañeros de Jasón que osaron embarcarse con él para marchar a la conquista del Vellocino de Oro. ¡Confiad en vuestra sagacidad, apelando a las más profundas energías de vuestra voluntad! ¡Nada obtendréis si escatimáis vuestro esfuerzo; pero podéis aspirar a todo, a condición de seguir vuestra obra sin desfallecimiento y poniendo en ella toda vuestra  alma!

.·.

Nada pretende inculcar el presente manual, porque no es un libro de clase en que el alumno aprende su lección para recitarla correctamente. La iniciación enseña a pensar, es decir, a hacer el esfuerzo personal que conduce a la elaboración de la verdad. Esta no es revelada jamás al iniciado, cuya misión consiste en descubrir por sí mismo los secretos que  le interesan. El Arte, al que se ha dedicado, quiere que sepa construir de acuerdo con sus modalidades personales el edificio de sus propias convicciones. Con este objeto, le deja  plena libertad con tal que construya sólidamente, con materiales juiciosamente escogidos, porque no toda piedra es aceptable para el constructor que debe verificar la cohesión y resistencia de todo bloque que emplee en la obra. Lo mismo ocurre en el dominio de las ideas, donde ninguna concepción puede ser admitida sin examen.
Esto se refiere a las páginas que van a seguir El autor ha consignado en ellas, con la mejor voluntad, el fruto de sus estudios en beneficio de sus hermanos; pero él no pretende  ser creído ciegamente Para comprender bien su pensamiento, es indispensable examinar por sí mismo el asunto tratado. Conclusiones diversas podrán presentarse así  al  espíritu del lector que haya sabido leer meditando, como cuadra a todo iniciado.

Del Libro del Maestro - La Luz Masónica - Oswald Wirth


EL LIBRO DEL MAESTRO




LA LUZ MASÓNICA

Oswald Wirth

Si queremos aproximarnos al gran secreto, démonos cuenta que en último análisis todo no es sino vibración. Luz, calor, sonido, electricidad, magnetismo, todo se resuelve en ondas de mayor o menor amplitud; lo mismo sucede en el dominio más sutil del pensamiento, de la voluntad, de la imaginación y de la vida. Nada se pierde, nada se destruye, todo se vuelve a encontrar.
Estos principios, confirmados por la ciencia moderna en toda la extensión de sus constataciones, no nos interesan aquí sino en cuanto se aplican al pensamiento humano. Por sí mismo, y sin que se exprese de otro modo, éste se propaga, al decir de los iniciados, según el modo vibratorio que le es propio.
Una objetividad, independiente del cerebro y de su funcionamiento, correspondería, pues, a la luz intelectual, cuya conquista se persigue a través de toda la iniciación masónica. Lejos de ser el generador de esta luz, nuestro órgano pensante no es sino una especie de lámpara incandescente, que se ilumina desde que pasa la corriente necesaria. Se puede compararla también a un resonador que vibra bajo la acción de ondas particulares. Y tal es así, que el pensamiento no se le puede rebajar a una secreción elaborada pura y simplemente por algunas de nuestras células nerviosas cuyo papel es revelar el pensamiento, de hacérnoslo sensible; pero no de crearlo. Como en todas partes, la función es aquí la creadora del órgano. Nuestros lóbulos cerebrales no se han desenvuelto sino bajo la influencia de un dinamismo-pensamiento preexistente, que trataba de manifestarse en nosotros.
En otros términos, nuestra evolución, la del mundo y la de todos los seres, entra en el programa de la Grande Iniciación progresiva, cuyo Iniciador eterno toma el nombre de Logos en la doctrina platónica. Esta palabra griega que significa Palabra, Razón, Verbo, se refiere en realidad a la Luz intelectual increada, anterior a todas las cosas. No olvidemos a este respecto, que el Juramento Masónico se prestaba en otro tiempo sobre el Evangelio de San Juan, que principia como sigue:

“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios; y el Verbo era Dios”.
“Él estaba al principio con Dios”.
“Todas las cosas han sido hechas por él; nada de lo que ha sido hecho, se ha hecho sin él”.
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.
“Y la luz lució en las tinieblas; pero las tinieblas no la comprendieron”.

La naturaleza de este texto es para hacer reflexionar a los Iniciados.
Diviniza a la Inteligencia, la que, aclarando gradualmente el caos, se comunica a los seres bajo forma de instinto primero, después de conciencia y de comprensión de más en más completa. La vida universal tiene el sentido de un inmenso trabajo constructivo, que no podría ejecutarse ciegamente. Si hay organización progresiva, y por tanto, coordinación, es que el discernimiento interviene, pero todos los constructores no están igualmente iluminados. Los hay que obedecen dócilmente a leyes de las cuales no tienen conciencia, mientras que otros han alcanzado un más o menos alto grado de iniciación, en la medida en que han sabido discernir el plan de la Grande Obra. Bajo este respecto, basta al Aprendiz estar firmemente decidido a instruirse en un arte del cual no posee todavía sino una vaga noción teórica. El Compañero se ejercita en la práctica, pero con vacilación, porque él tantea y se entrega a ensayos que no son todos felices. Para escapar a las incertidumbres del empirismo, es preciso que se eleve a la Maestría, a menos que se beneficie con la dirección de un Maestro plenamente iluminado.
Queda por penetrar el misterio de la Iluminación. Si ciertos hombres se muestran más clarividentes que otros y pueden así útilmente instruir y guiar a sus semejantes, ¿De dónde sacan la comprensión superior y la lucidez sorprendente de que dan prueba? Nadie duda que estudios perseverantes, una larga experiencia y profundas meditaciones los preparen para su papel; pero, a fin de cuentas, su superioridad se basa sobre el afinamiento de sus facultades pensantes. Se han hecho más sensibles a las vibraciones de la luz iniciática, y de ahí su iniciación en los misterios no revelados aún al común de las inteligencias.
Es preciso ahora hacer remontar al Logos de Platón, a su Grande Arquitecto o Demiurgos, la luz que ilumina progresivamente al Iniciado. Más modestamente podemos detenernos en el que los Masones llaman su Maestro Hiram. Pero, ¿Cómo representarnos nosotros esta misteriosa entidad?
Lejos de ser un personaje, es una personificación. Pero, ¿De qué? Del Pensamiento Iniciático, de este conjunto de ideas que sobreviven, aun cuando ningún cerebro sea ya capaz de vibrar bajo su influencia. Lo que es precioso no muere y subsiste como en estado latente, hasta el día en que se ofrecen posibilidades de manifestarse. Entonces Hiram resucita en la persona de cada nuevo Maestro.

Del El Libro del Maestro - La Misión De Los Iniciados - Oswald Wirth


EL LIBRO DEL MAESTRO

LA MISIÓN DE LOS INICIADOS
Oswald Wirth



En todos los tiempos y en todas las latitudes, se han encontrado espíritus leales que aspiran a la verdad, al bien de sus semejantes y a la supresión de los males que los hombres sufren por su propia culpa. Estos sabios, a veces, han hecho escuela, instruyendo discípulos. Dando ejemplo de una vida austera, no temieron, en ciertas circunstancias, atacar públicamente los abusos del día.
Habiéndose atraído persecuciones, los reformadores fueron constreñidos a la prudencia; se hicieron discretos y se envolvieron en el misterio, sin abdicar nada de sus designios generosos. Así vieron la luz numerosas asociaciones más o menos secretas e independientes unas de otras, pero animadas de un mismo espíritu de justicia y filantropía.
Desde este punto de vista, la Francmasonería actual es incontestablemente la heredera de las más nobles tradiciones. Obrera del progreso humano, tiene plena conciencia de su papel emancipador. Sin afiliarse a ninguna escuela y no decidiéndose por ningún sistema, busca con toda independencia la luz que libera de toda esclavitud.
Sabiendo que los pueblos no están condenados a una infancia eterna, los Iniciados siguen su evolución, que favorecen, trabajando en levantar por todas partes su nivel moral e intelectual. Desgraciadamente, existen coaliciones que conspiran en sentido contrario. Convencidas de que los pueblos tienen interés en ser mantenidos bajo tutela, se esfuerzan en retardar la marcha normal de las cosas y entraban el progreso.
Una lucha se traba así fatalmente entre los constructores del porvenir y los conservadores timoratos de un pasado del que son los beneficiarios.
Elementos diversos intervienen, de una y otra parte en esta lucha, y cada uno pone en la obra los recursos de que dispone.
Lo que distingue desde este punto de vista a los Iniciados es el horror a la violencia. No son jamás ellos los que traman las revoluciones sangrientas o sublevan las multitudes excitando sus apetitos. El método de los Iniciados deriva de la experiencia de los siglos: es paciente, pero seguro.
Sin duda, una voz puede hacerse oír a propósito para recordar al sacerdote ignorante y a la reyecía degenerada los orígenes modestos de los más orgullosos poderes. Cuando el descendiente del primitivo Jefe de bandidos se gloríe de ser el ungido del Señor, los filósofos pueden permitirse reír abiertamente. No está prohibido a los ironistas ejercer su verbo a expensas de un pontífice infalible cuya soberanía espiritual se remonta a través de las edades a la muy equívoca anterioridad de un prehistórico jefe de hechiceros.
Son esos despropósitos de niños terribles, porque los Iniciados, cuidadosos de no trastornar nada demasiado bruscamente, se contentan, en general, con sonreír entre sí de las vanidades humanas. Temerosos de propagar intempestivamente verdades incendiarias, se imponen una discreción que es una fuerza temible. Mientras no sea la hora de hablar[1] se callan, acumulando las nociones reconocidas como verídicas, madurándolas así antes de darles su vuelo.
Después, tienen la inmensa ventaja, de no ser utopistas. Saben que la felicidad de las colectividades no puede resultar sino de la transformación de los individuos que las componen. La salud del cuerpo social depende del estado de las células que lo constituyen. No atribuyamos pues una importancia exagerada a la modificación de los regímenes políticos o sociales. Son las piedras talladas a escuadra las que aseguran la solidez del edificio. La práctica del arte de edificar enseña a los Francmasones que, si han renunciado a la arquitectura material, no por eso tallan menos sus materiales de construcción.
Desbastan en sí mismos la piedra bruta humana que pulen en seguida cuidadosamente a fin de adaptarla a las exigencias del gran edificio. Se trata de la reforma intelectual y moral de los individuos que es el objeto de toda iniciación verdadera.
Bajo simbolismos diferentes, el programa permanece en efecto él mismo cuando los “Herméticos” enseñan alegóricamente a transmutar el plomo en oro, o cuando los “Rosa-Cruces” de los siglos XVI y XVII asimilan al Cristo, rey, místico, el hombre regenerado, muerto para sus pasiones, a fin de resucitar en la luz pura.
Sin duda este Cristianismo iniciático no es el de los creyentes vulgares; pero la Masonería también se eleva o desciende en la concepción de cada uno según el grado de iniciación conquistado efectivamente por sus adeptos; de ahí la necesidad que existe para éstos de instruirse tan completamente como les sea posible, bien decididos a deshacerse de sus prejuicios, a perder sus ilusiones, contribuyendo en todo a la emancipación particular y general por la cultura simultánea, en sí y en los demás, de todas las cualidades del espíritu y del corazón.



[1] Inquirir la hora antes de abrir los Trab.·. es una prescripción del ritual.

Thursday, August 1, 2019