EL LIBRO DEL MAESTRO
LA LUZ MASÓNICA
Oswald Wirth
Si
queremos aproximarnos al gran secreto, démonos cuenta que en último análisis
todo no es sino vibración. Luz, calor, sonido, electricidad, magnetismo, todo
se resuelve en ondas de mayor o menor amplitud; lo mismo sucede en el dominio
más sutil del pensamiento, de la voluntad, de la imaginación y de la vida. Nada
se pierde, nada se destruye, todo se vuelve a encontrar.
Estos
principios, confirmados por la ciencia moderna en toda la extensión de sus constataciones,
no nos interesan aquí sino en cuanto se aplican al pensamiento humano. Por sí
mismo, y sin que se exprese de otro modo, éste se propaga, al decir de los
iniciados, según el modo vibratorio que le es propio.
Una
objetividad, independiente del cerebro y de su funcionamiento, correspondería,
pues, a la luz intelectual, cuya conquista se persigue a través de toda la
iniciación masónica. Lejos de ser el generador de esta luz, nuestro órgano
pensante no es sino una especie de lámpara incandescente, que se ilumina desde
que pasa la corriente necesaria. Se puede compararla también a un resonador que
vibra bajo la acción de ondas particulares. Y tal es así, que el pensamiento no
se le puede rebajar a una secreción elaborada pura y simplemente por algunas de
nuestras células nerviosas cuyo papel es revelar el pensamiento, de hacérnoslo
sensible; pero no de crearlo. Como en todas partes, la función es aquí la
creadora del órgano. Nuestros lóbulos cerebrales no se han desenvuelto sino
bajo la influencia de un dinamismo-pensamiento preexistente, que trataba de
manifestarse en nosotros.
En
otros términos, nuestra evolución, la del mundo y la de todos los seres, entra
en el programa de la
Grande Iniciación progresiva, cuyo Iniciador eterno toma
el nombre de Logos en la doctrina platónica.
Esta palabra griega que significa Palabra, Razón, Verbo, se refiere en realidad
a la Luz
intelectual increada, anterior a todas las cosas. No olvidemos a este respecto,
que el Juramento Masónico se prestaba en otro tiempo sobre el Evangelio de San
Juan, que principia como sigue:
“Al principio era el
Verbo, y el Verbo estaba con Dios; y el Verbo era Dios”.
“Él estaba al principio
con Dios”.
“Todas las cosas han sido
hechas por él; nada de lo que ha sido hecho, se ha hecho sin él”.
“En él estaba la vida, y
la vida era la luz de los hombres”.
“Y la luz lució en las
tinieblas; pero las tinieblas no la comprendieron”.
La
naturaleza de este texto es para hacer reflexionar a los Iniciados.
Diviniza
a la Inteligencia ,
la que, aclarando gradualmente el caos, se comunica a los seres bajo forma de
instinto primero, después de conciencia y de comprensión de más en más
completa. La vida universal tiene el sentido de un inmenso trabajo
constructivo, que no podría ejecutarse ciegamente. Si hay organización
progresiva, y por tanto, coordinación, es que el discernimiento interviene,
pero todos los constructores no están igualmente iluminados. Los hay que
obedecen dócilmente a leyes de las cuales no tienen conciencia, mientras que
otros han alcanzado un más o menos alto grado de iniciación, en la medida en
que han sabido discernir el plan de la Grande Obra. Bajo este respecto, basta al
Aprendiz estar firmemente decidido a instruirse en un arte del cual no posee
todavía sino una vaga noción teórica. El Compañero se ejercita en la práctica,
pero con vacilación, porque él tantea y se entrega a ensayos que no son todos
felices. Para escapar a las incertidumbres del empirismo, es preciso que se
eleve a la Maestría ,
a menos que se beneficie con la dirección de un Maestro plenamente iluminado.
Queda
por penetrar el misterio de la Iluminación. Si
ciertos hombres se muestran más clarividentes que otros y pueden así útilmente
instruir y guiar a sus semejantes, ¿De dónde sacan la comprensión superior y la
lucidez sorprendente de que dan prueba? Nadie duda que estudios perseverantes,
una larga experiencia y profundas meditaciones los preparen para su papel;
pero, a fin de cuentas, su superioridad se basa sobre el afinamiento de sus
facultades pensantes. Se han hecho más sensibles a las vibraciones de la luz
iniciática, y de ahí su iniciación en los misterios no revelados aún al común
de las inteligencias.
Es
preciso ahora hacer remontar al Logos de Platón, a su
Grande Arquitecto o Demiurgos, la luz que ilumina
progresivamente al Iniciado. Más modestamente podemos detenernos en el que los
Masones llaman su Maestro Hiram. Pero, ¿Cómo representarnos nosotros esta
misteriosa entidad?
Lejos
de ser un personaje, es una personificación. Pero, ¿De qué? Del Pensamiento Iniciático, de este
conjunto de ideas que sobreviven, aun cuando ningún cerebro sea ya capaz de
vibrar bajo su influencia. Lo que es precioso no muere
y subsiste como en estado latente, hasta el día en que se ofrecen posibilidades
de manifestarse. Entonces Hiram resucita en la persona de cada nuevo Maestro.
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