Thursday, October 28, 2021

III Los Esenios - Juan El Bautista - La Tentación - Los Grandes Iniciados - V Jesús y Los Esenios Edouard Schure

 

III

LOS ESENIOS - JUAN EL BAUTISTA - LA TENTACIÓN

 


 

Lo que quería saber, sólo los esenios podían enseñárselo.

Los evangelios han guardado un silencio sobre los hechos y palabras de Jesús, antes de su encuentro con Juan el Bautista, por quien, según ellos, tomó en cierto modo posesión de su ministerio. Inmediatamente después aparece en Galilea con una doctrina determinada, con la seguridad de un profeta y la conciencia de ser el Mesías. Pero es evidente que ese principio atrevido y premeditado, fue precedido de un largo desarrollo y una verdadera iniciación. No es menos cierto que esa iniciación debió verificarse en la única asociación que conservaba entonces en Israel las tradiciones verdaderas, con el género de vida de los profetas. Esto no deja duda alguna para quienes, elevándose sobre la superstición de la letra y la manía maquinal del documento escrito, osan descubrir el encadenamiento de las cosas por medio de su espíritu. Se deduce no solamente de las relaciones íntimas entre la doctrina de Jesús y la de los esenios, sino también del silencio mismo guardado por el Cristo y los suyos sobre aquella secta. ¿Por qué él, que ataca con sin igual libertad a todos los partidos religiosos de su tiempo, no nombra nunca a los esenios?. ¿Por qué los apóstoles y evangelistas tampoco hablan de ellos?. Evidentemente porque consideran a los esenios como de los suyos, estaban ligados con ellos por el juramento de los Misterios, y la secta se fundió con la de los cristianos.

La orden de los esenios continúa en tiempo de Jesús el último resto de aquellas cofradías de pro fetas organizadas por Samuel. El despotismo de los tiranos de Palestina, la envidia de un sacerdocio ambicioso y servil, les había lanzado al retiro y al silencio. Ya no luchaban como sus predecesores, y se contentaba con conservar la tradición. Tenían dos centros principales: uno en Egipto, a orillas del lago de Maóris; el otro en Palestina, en Engaddi, a orillas del Mar Muerto. Aquel nombre de esenios que se habían dado, procedía de la palabra siriaca: Asaya, médicos; en griego, terapeutas; porque su único ministerio, para el público, era el de curar las enfermedades físicas y morales. “Estudiaban con gran cuidado, dice Josefo, ciertos escritos de medicina que trataban de las virtudes ocultas de las plantas y de los minerales”. (Josefo, Guerra de los Judíos, II, etc. Antigüedades, XIII, 5-9; XVIII, 1-5). Algunos poseían el don de profecía, como aquel Manahem, que había predicho a Herodes su reinado. “Sirven a Dios, dice Filón, con gran piedad, no ofreciéndole víctimas, sino santificando su espíritu. Huyen de las poblaciones y se dedican a las artes de la paz. No existe entre ellos un solo esclavo; todos son libres y trabajan unos para otros”. (Filón, “De la Vida Contemplativa”). Las reglas de la orden eran severas. Para entrar en ella se precisaba el noviciado de un año. Si se habían dado suficientes pruebas de templanza, se era admitido a las abluciones, sin entrar, no obstante, en relación con los maestros de la orden. Se precisaban aún dos años más de pruebas para ser recibido en la cofradía. Se juraba, “por terribles juramentos”, observar los deberes de la orden y nada traicionar de sus secretos. Sólo entonces se podía tomar parte en las comidas en común, que se celebraban con gran solemnidad y constituían el culto íntimo de los esenios. Consideraban como sagrado el vestido que habían llevado en aquellos banquetes y se lo quitaban antes de ponerse a trabajar. Aquellos ágapes fraternales, forma primitiva de la Cena instituida por Jesús, comenzaban y terminaban por la oración. Allí se daba la primera interpretación de los libros sagrados de Moisés y de los profetas. Pero en la explicación de los textos, como en la iniciación, había tres sentidos y tres grados. Muy pocos llegaban al grado superior. Todo se  parece asombrosamente a la organización de los pitagóricos (Puntos comunes entre los esenios y los pitagóricos: La oración a la salida del sol; los vestidos de lino; los ágapes fraternales; el noviciado de un año; los tres grados de iniciación; la organización de la orden y la comunidad de los bienes regidos por curadores; la ley del silencio; el juramento de los Misterios; la división de la enseñanza en tres partes: 1) Ciencia de los principios universales o teogonía, lo que Filón llama la lógica; 2) la física o cosmogonía; 3) la  moral, es decir, todo lo que se refiere al hombre, ciencia a la cual se consagraban especialmente los terapeutas), y todo esto existía con pequeñas variantes entre los antiguos profetas, porque se encuentra lo mismo en todas partes donde la iniciación ha existido. Agreguemos que los esenios profesaban el dogma esencial de la doctrina órfica y pitagórica, el de la preexistencia del alma, consecuencia y razón de su inmortalidad. “El alma, al cuerpo por un cierto encanto natural (ίυγγίτινιφυσιχή), queda en él como encerrada en una prisión; libre de los lazos del cuerpo, como de una larga esclavitud, de él se escapa con alegría”. (Josefo, A. J. H., 8).

Entre los esenios, los hermanos propiamente dichos vivían dentro de la comunidad de bienes en el celibato, en lugares retirados, trabajando la tierra educando a veces niños extraños a la orden. En cuanto a los esenios casados, constituían una especie de orden tercera, afiliada y sometida a la otra. Silenciosos, dulces y graves, se les veía aquí y allá cultivando las artes de la paz. Tejedores, carpinteros, viñadores o jardineros; jamás armeros ni comerciantes. Esparcidos en pequeños grupos en toda la Palestina, en Egipto y hasta en el monte Horeb, se daban entre sí la hospitalidad más cordial. Vemos así viajar a Jesús y a sus discípulos de pueblo en pueblo, de provincia en provincia, siempre seguros de encontrar un albergue: “Los esenios, dice Josefo, eran de ejemplar moralidad; se esforzaban en reprimir toda pasión y todo movimiento de cólera; siempre benévolos en sus relaciones, apacibles, de la mejor fe. Su palabra tenía más fuerza que un juramento; por eso consideraban al juramento en la vida ordinaria como cosa superflua y como un perjurio. Soportaban con admirable fuerza de alma y la sonrisa en los labios las más crueles torturas antes que violar el menor precepto religioso”.

Indiferente a la pompa externa del culto de Jerusalén, repelido por la dureza saducea, el orgullo fariseo, el pedantismo y la sequedad de la sinagoga, Jesús se sintió atraído hacia los esenios por una afinidad natural. (Puntos comunes entre la doctrina de los esenios y la de Jesús: El amor al prójimo ante todo, como el primer deber; la prohibición de jurar para atestiguar la verdad; el odio a la mentira; la humildad; la institución de la Cena tomada de los ágapes fraternales de los esenios, pero con un nuevo sentido, el del sacrificio). La muerte prematura de José hizo por completo libre al hijo de María, hombre ya. Sus hermanos pudieron continuar el oficio del padre y sostener la casa. Su madre le dejó partir en secreto para Engaddi. Acogido como un hermano, saludado como un elegido, debió adquirir sobre sus mismos maestros, rápidamente, un invencible ascendiente por sus facultades superiores, su ardiente caridad y ese algo de divino que difundía todo su ser. Recibió de ellos lo que los esenios solos podían darle: la tradición esotérica de los profetas, y por ella su propia orientación histórica y religiosa. Comprendió el abismo que separaba la doc- trina judía oficial de la antigua sabiduría de los iniciados, verdadera madre de las religiones, pero siempre perseguida por Satán, es decir, por el espíritu del Mal, espíritu de egoísmo, de odio y de negación, unido al poder político absoluto y a la importancia sacerdotal. Aprendió que el Génesis encerraba, bajo el sello del simbolismo, una cosmogonía y una teogonía tan alejadas de su sentido literal, como la ciencia más profunda de la fábula más infantil. Contempló los días de Aelohim, o la creación eterna por la emanación de los elementos y la formación de los mundos; el origen de las almas flotantes y su vuelta a Dios por las existencias progresivas o las generaciones de Adán. Quedó asombrado de la grandeza del pensamiento de Moisés, que había querido preparar la unidad religiosa de las naciones, creando el culto de Dios único y encarnando esta idea en el pueblo.

Le comunicaron en seguida la doctrina del Verbo divino, ya enseñada por Krishna en la India, por los sacerdotes de Osiris en Egipto, por Orfeo y Pitágoras en Grecia, y conocida entre los profetas por el nombre de Misterio del Hijo del Hombre y del Hijo de Dios. Según esa doctrina, la más elevada manifestación de Dios es el Hombre, que por su constitución, su forma, sus órganos y su inteligencia es la imagen del ser universal y posee sus facultades. Pero, en la evolución terrestre de la humanidad, Dios está como esparcido, fraccionado y mutilado, en la multiplicidad de los hombres y de la imperfección humana. Él sufre, se busca, lucha en ella; es el Hijo del Hombre. El Hombre perfecto, el Hombre-Tipo, que es el pensamiento más profundo de Dios, vive oculto en el abismo infinito de su deseo y de su poder. Sin embargo, en ciertas épocas, cuando se trata de arrancar a la humanidad del abismo, de recogerla para lanzarla más alto, un Elegido se identifica con la divinidad, la atrae a sí por la Sabiduría, la Fuerza y el Amor y la manifiesta de nuevo a los hombres. Entonces la divinidad, por la virtud y el soplo del Espíritu, está completamente presente en él; el Hijo del Hombre se convierte en el Hijo de Dios y su verbo viviente. En otras edades y en otros pueblos, había habido ya hijos de Dios; pero desde Moisés, ninguno había vuelto a florecer en Israel. Todos los profetas esperaban aquel Mesías. Los Videntes decían que ahora se llamaría el Hijo de la Mujer, de la Isis celeste, de la luz divina que es la Esposa de Dios, porque la luz del Amor brillaría en él sobre todas las demás, con brillo fulgurante desconocido aún en la tierra.

Aquellas cosas ocultas que el patriarca de los Esenios revelaba al joven Galileo en las desiertas playas del Mar Muerto, en las soledades de Engaddi, le parecían a la par maravillosas y conocidas. Con singular emoción oyó al jefe de la orden mostrarle y comentarle estas palabras que se leen aún en el libro de Henoch: “Desde el principio, el Hijo del Hombre estaba en el misterio. El Altísimo le guardaba al lado de su poder y les manifestaba a sus elegidos... Pero los reyes se asustarán y prosternarán su semblante hasta tierra y el espanto les sobrecogerá, cuando vean al hijo de la mujer sentado sobre el trono de su gloria... Entonces el Elegido evocará todas las fuerzas del cielo, todos los santos de las alturas y el poder de Dios. Entonces los Querubines, los Serafines, los Ophanim, todos los ángeles de la fuerza, todos los ángeles del Señor, es decir, del Elegido y de la otra fuerza, que sirven sobre la tierra y por encima de las aguas, elevarán sus voces”. (Libro de Henoch. Capítulos XLVIII y LXI. Este pasaje demuestra que la doctrina del verbo y de la Trinidad, que se encuentra en el Evangelio de Juan, existía en Israel largo tiempo antes que Jesús y se allá del fondo del profetismo esotérico. En el libro de Henoch, el Señor de los espíritus representa al Padre; el Elegido al Hijo y la otra fuerza al Espíritu Santo).

A estas revelaciones, las palabras de los profetas, cien veces releídas y editadas, relampaguearon a los ojos del Nazareno con resplandores nuevos, profundos y terribles, como relámpagos durante la noche. ¿Quién era aquel Elegido y cuándo llegaría a Israel?.

Jesús pasó una serie de años entre los esenios. Se sometió a su disciplina, estudió con ellos los secretos de la naturaleza y se ejercitó en la terapéutica oculta. Dominó por completo sus sentidos para desarrollar su espíritu. No pasaba día sin que meditase sobre los destinos de la humanidad y se interrogaba a sí mismo. Fue una memorable noche, para la orden de los esenios y para su nuevo adepto, aquella en que éste recibió, en el más profundo secreto, la iniciación superior del cuarto grado, la que sólo se concedía en el caso de tratarse de una misión profética deseada por el hermano y confirmada por los ancianos. Se reunían en una gruta tallada en el interior de la montaña como una vasta sala, con un altar y asientos de piedra. El jefe de la orden estaba allí con algunos ancianos. A veces dos o tres esenias, profetisas iniciadas, se admitían igualmente a la misteriosa ceremonia. Con antorchas y palmas saludaban al nuevo iniciado, vestido de lino blanco, como el “Esposo y Rey” que habían presentido ¡y que veían quizás por última vez!. En seguida el jefe de la orden, de ordinario un anciano centenario (Josefo dice que los esenios vivían mucho tiempo), le presentaba el cáliz de oro, símbolo de la iniciación suprema, que contenía el vino de la viña del Señor, símbolo de la inspiración divina. Algunos decían que Moisés lo había bebido con los setenta. Otros lo hacían remontar hasta Abraham, que recibió de Melchisedec esa misma iniciación, bajo las especies del pan y del vino. (Génesis, XIV, 18). Jamás presentaba el anciano la copa más que a un hombre en quien había reconocido con certeza los signos de una misión profética. Pero esa misión nadie podía definirla; él debía encontrarla por sí mismo, porque tal es la ley de los iniciados; nada del exterior, todo por lo interno. En adelante, era libre, dueño de sus actos, hierofante por sí, entregado al viento del Espíritu, que podía lanzarle al abismo o elevarle a las cimas, por encima de la zona de las tormentas y de los vértigos.

Cuando después de los cánticos, las oraciones, las palabras sacramentales del anciano, el Nazareno tomó la copa, un rayo de la lívida luz del alba deslizándose por una anfractuosidad de la montaña, corrió estremeciéndose sobre las antorchas y los amplios vestidos blancos de las jóvenes esenias, quienes también temblaron cuando cayó sobre el pálido Galileo, en cuyo hermoso rostro se veía una gran tristeza. Su mirada perdida iba hacia los enfermos de Siloé, y en el fondo de aquel dolor, siempre presente, entreveía ya su camino.

En aquel tiempo Juan Bautista predicaba en las márgenes del Jordán.  No era un esenio, sino un profeta popular de la fuerte raza de Judá. Llevado al desierto por una piedad austera, había pasado en él la más dura vida en la oración, los ayunos, las maceraciones. Sobre su piel desnuda, curtida por el sol, llevaba a guisa de cilicio un vestido tejido con pelo de camello, como signo de la penitencia que quería imponerse a sí mismo y a su pueblo. Porque sentía profundamente las angustias de Israel y esperaba su liberación. Se figuraba, según la idea judaica, que el Mesías vendría pronto como vengador y justiciero que, cual nuevo Macabeo, sublevaría al pueblo, arrojaría al Romano, castigaría a todos los culpables, entraría triunfalmente en Jerusalén, y restablecería el reino de Israel sobre todos los pueblos, en la paz y la justicia. Anunciaba a las multitudes la próxima llegada de aquel Mesías; agregaba que era preciso prepararse por el arrepentimiento de las faltas pasadas. Tomando de los esenios la costumbre de las abluciones, transformándola a su modo, había imaginado el bautismo del Jordán como un símbolo visible, como un público cumplimiento de la purificación interna que exigía. Esa ceremonia nueva, esa predicación vehemente ante inmensas multitudes, en el cuadro del desierto, frente a las aguas sagradas del Jordán, entre las montañas severas de Judea y de Perea, sobrecogía los ánimos, atraía a las multitudes. Recordaba los días gloriosos de los viejos profetas; ella daba al pueblo lo que no encontraba en el templo: la interior sacudida y, después de los terrores del arrepentimiento, una esperanza vaga y prodigiosa. Acudían de todos los puntos de Palestina, y aun de más lejos, para escuchar al santo del desierto que anunciaba al Mesías. Las poblaciones, atraídas por su voz, acampaban a su lado durante varios días para oírle, no querían marcharse, esperando que el Mesías llegase. Muchos no pedían otra cosa que empuñar las armas bajo su mando para comenzar la guerra santa. Herodes Antipas y los sacerdotes de Jerusalén comenzaban a inquietarse ante aquel movimiento popular. Por otra parte, los signos de la época eran graves. Tiberio, a la edad de setenta y cuatro años, acababa su vejez en medio de las bacanales de Caprea; Poncio Pilatos redoblaba en violencia contra los judíos; en Egipto, los sacerdotes habían anunciado que el fénix iba a renacer de sus cenizas. (Tácito, Anales, VI, 28, 31).

Jesús, que sentía crecer interiormente su vocación profética, pero que buscaba aún su camino, vino también al desierto del Jordán, con algunos hermanos esenios que le seguían ya como a un maestro, Quiso ver al Bautista, oírle y someterse al bautismo público. Deseaba entrar en escena por un acto de humildad y de respeto hacia el profeta que osaba elevar su voz contra los poderes del día y despertar de su sueño el alma de Israel.

Vio al rudo asceta, velludo y con largo cabello, con su cabeza de león visionario sobre un pulpito de madera, bajo un rústico tabernáculo, cubierto de ramas y de pieles de cabra. A su alrededor, entre los pequeños arbustos del desierto, una multitud inmensa, todo un campamento: funcionarios, soldados de Herodes, samaritanos, levitas de Jerusalén, idumeos con sus rebaños,  árabes detenidos allí con sus camellos, sus tiendas y sus caravanas por “la voz que retumba en el desierto”. Aquella voz tonante pasaba sobre las muchedumbres, y decía: “Enmendaos, preparad las vías del Señor, arreglad sus senderos”. Llamaba a los fariseos y a los saduceos “raza de víboras”. Agregaba que “el hacha estaba ya próxima a la raíz de los árboles”, y decía del Mesías: “Yo sólo con agua os bautizo, pero él os bautizará con fuego”. Hacia la puesta del Sol, Jesús vio a aquellas masas populares agolparse hacia un remanso, a orillas del Jordán, y a mercenarios de Herodes, a bandidos, inclinar sus rudos espinazos bajo el agua que vertía el Bautista. Se aproximó él. Juan no conocía a Jesús, nada sabía de él, pero reconoció a un esenio por su vestidura de lino. Le vio, perdido entre la multitud, bajar al agua hasta que le llegó por la cintura e inclinarse humildemente para recibir la aspersión.  Cuando el neófito se levantó, la mirada temible del predicador y la del Galileo se encontraron. El hombre del desierto se estremeció bajo aquel rayo de maravillosa dulzura, e involuntariamente dejó escapar estas palabras: “¿Eres el Mesías?”. (Sabemos que, según los Evangelios, Juan reconoció en seguida a Jesús como Mesías y le bautizó como tal. Sobre este punto su narración es contradictoria. Porque más tarde, Juan, prisionero de Antipas en Makerus, hace preguntar a Jesús: — ¿Eres tú el que debe venir, o debemos esperar a otro?. (Mateo, XI, 3). Esa duda tardía prueba que, si bien había sospechado que Jesús era el Mesías, no estaba completamente convencido. Pero los primeros redactores de los Evangelios eran judíos y deseaban presentar a Jesús como iniciado y consagrado por Juan Bautista, profeta judaico popular). El misterioso esenio nada respondió, pero inclinando su cabeza pensativa y cruzando sus manos sobre su pecho, pidió al Bautista su bendición. Juan sabía que el silencio era la ley de los esenios novicios. Extendió solemnemente sus dos manos; luego, el Nazareno desapareció con sus compañeros entre los cañaverales del río.

El Bautista le vio marchar con una mezcla de duda, de secreta alegría y de profunda melancolía. ¿Qué era su ciencia y su esperanza profética ante la luz que había visto en los ojos del Desconocido, luz que parecía iluminar a todo su ser?. ¡Ah!. ¡Si el joven y hermoso Galileo era el Mesías, había visto realizado el ensueño de su vida!. Pero su papel había terminado, su voz iba a callarse. A partir de aquel día, se puso a predicar con voz más profunda y emocionada sobre este tema melancólico. “Es preciso que él crezca y yo disminuya”... Comenzaba a sentir el cansancio y la tristeza de los leones viejos, que están fatigados de rugir y se acuestan en silencio para esperar la muerte...

¿Eres el Mesías?. La pregunta del Bautista repercutía también en el alma de Jesús. Desde el florecimiento de su conciencia, había encontrado a Dios en sí mismo y la certidumbre del reino de los cielos en la belleza radiante de sus visiones. Luego, el sufrimiento humano había lanzado a su corazón el grito terrible de la angustia. Los sabios esenios le habían enseñado el secreto de las religiones, la ciencia de los misterios; le habían mostrado la decadencia espiritual de la humanidad, su espera en un salvador. ¿Pero cómo encontrar la fuerza para arrancarla del abismo?. He aquí, que la llamada directa de Juan el Bautista, caía en el silencio de su meditación como el rayo del Sinaí. ¿Eres el Mesías?.

Jesús sólo podía responder a esta pregunta recogiéndose en lo más profundo de su ser. De ahí su retiro, aquel ayuno de cuarenta días, que Mateo resume bajo la forma de una leyenda simbólica. La Tentación representa en realidad en la vida de Jesús aquella gran crisis y aquella visión soberana de la verdad, por la cual deben pasar infaliblemente todos los profetas, todos los iniciadores religiosos, antes de comenzar su obra.

Sobre Engaddi, donde los esenios cultivaban el sésamo y la viña, un sendero escarpado conducía a una gruta que se abría en el muro de la montaña. Se entraba en ella por medio de dos columnas dóricas talladas en la roca bruta, parecidas a las del lugar de Retiro de los Apóstoles, en el valle de Josaphat. Allí quedaba uno sobre el abismo a pico, como en un nido de águila. En el fondo de una cañada se veían viñedos, habitaciones humanas; más lejos, el Mar Muerto, inmóvil y gris, y las montañas desoladas de Moab. Los esenios habían construido este lugar de retiro para aquellos de los suyos que querían someterse a la prueba de la soledad. Se encontraban allí varios papiros de los profetas, aromas fortificantes, higos secos y un chorro de agua, único alimento del asceta en meditación. Jesús se retiró allí.

Al pronto volvió a ver en su espíritu todo el pasado de la humanidad. Pesó la gravedad de la hora presente. Roma vencía; con ella, lo que los magos persas habían llamado el reino de Ahrimán y los profetas el reino de Satán, el signo de la Bestia, la apoteosis del Mal. Las tinieblas invadían la Humanidad, esta Alma de la tierra. El pueblo de Israel había recibido de Moisés la misión real y sacerdotal de representar a la viril religión del Padre, del Espíritu puro, de enseñarla a las otras naciones y hacerla triunfar. ¿Habían cumplido esta misión sus reyes y sacerdotes?. Los profetas, que sólo habían tenido conciencia de ello, respondían con unánime voz: ¡No!. Israel agonizaba bajo la presión de Roma. ¿Era preciso arriesgar, por centésima vez, una sublevación como la soñaban aún los fariseos, una restauración de la majestad temporal de Israel por la fuerza?. ¿Era preciso declararse hijo de David y exclamar con Isaías: “Pisoteare a los pueblos en mi cólera, y les embriagaré en mi indignación, y derribaré a tierra su fuerza?”. ¿Se necesitaba ser un nuevo Macabeo y hacerse nombrar pontífice-rey?. Jesús podía tentarlo. Había visto a las multitudes prestas a sublevarse a la voz de Juan el Bautista, y la fuerza que en sí mismo sentía era más grande aún. ¿Pero podría la violencia terminar con la violencia?. ¿Podría dar fin la espada al reino de la espada?. ¿No sería esto reclutar nuevas almas para los poderes de las tinieblas, que acechaban su presa en las sombras?.

¿No sería mejor hacer accesible a todos la verdad, que era hasta entonces el privilegio de algunos santuarios y de raros iniciados, abrirle los corazones en espera de que ella penetrase en las inteligencias por la revelación interna y por la ciencia; es decir, predicar el reino de los cielos a los sencillos, substituir el reino de la Gracia al de la Ley, transformar la humanidad por el fondo y por la base, regenerando las almas?.

¿Pero de quién sería la victoria?. ¿De Satán o de Dios?. ¿Del espíritu del mal, que reina con los poderes formidables de la tierra, o del espíritu divino, que reina en las invisibles legiones celestes y duerme en el corazón del hombre como la chispa en el pedernal?. ¿Cuál sería la suerte del profeta que osase desgarrar el velo del templo para mostrar el vacío del santuario, desafiar a la vez a Herodes y a César?.

¡Sin embargo, era preciso!. La voz interna no le decía ya como a Isaías: “Toma un gran libro y escribe sobre él con una pluma humana”. La voz del Eterno le gritaba: “¡Levántate y habla!”. Se trataba de encontrar el verbo viviente, la fe que transporta las montañas, la fuerza que derrumba las fortalezas.

Jesús comenzó a orar con fervor. Entonces, una inquietud, una turbación creciente se apoderaron de él. Tuvo el sentimiento de haber perdido la felicidad maravillosa de que había participado y de hundirse en un abismo tenebroso. Una nube negra le envolvía. Aquella nube estaba llena de sombras de todas clases. Entre ellas distinguía los semblantes de sus hermanos, de sus maestros esenios, de su madre. Las sombras le decían, una tras otra: ― “¡Insensato   que   quieres   lo   imposible!.   ¡No   sabes   lo   que   te   espera!.

¡Renuncia!”. La invencible voz interna respondía: “¡Es preciso!”. Luchó así durante una serie de días y noches, tan pronto en pie o de rodillas como prosternado. Y el abismo descendía, se hacía más y más profundo y más espesa la nube que le rodeaba. Tenía la sensación de que se aproximaba a algo terrible e innombrable.

Por fin, entró en ese estado de éxtasis lúcido que le era propio, en el cual la parte más profunda de la conciencia se despierta, entra en comunicación con el Espíritu viviente de las cosas, y proyecta sobre la tela diáfana del sueño las imágenes del pasado y del porvenir. El mundo exterior desaparece; los ojos se cierran. El Vidente contempla la Verdad bajo la luz   que inunda su ser y hace de su inteligencia un foco incandescente.

El trueno retumbó; la montaña tembló hasta su base. Un torbellino de viento, venido del fondo de los espacios, llevó al Vidente hasta la cúspide del templo de Jerusalén. Techados y minaretes relucían en los aires como un bosque de oro y plata. Se oían himnos en el Santo de los Santos. Espirales de incienso subían de todos los altares y giraban en torbellino a los pies de Jesús. El pueblo, con trajes de fiesta, llenaba los pórticos; mujeres soberbias cantaban para él himnos de amor ardiente. Las trompetas sonaban y cien mil voces gritaban: ¡Gloria al Mesías!. ¡Gloria al rey de Israel!. Tú serás ese rey si quieres adorarme, dijo una voz desde abajo. ― ¿Quién eres?, ― dijo Jesús.

De nuevo el viento le llevó a través de los espacios, a la cumbre de una montaña. A sus pies, los reinos de la tierra se escalonaban en un resplandor dorado. Soy el rey de los espíritus y el príncipe de la tierra, — dijo la voz del abismo —. Sé quién eres, dijo Jesús; tus formas son innumerables; tu nombre es Satán. Aparece bajo tu forma terrestre. La figura de un monarca coronado apareció sobre una nube. Una aureola lívida ceñía su cabeza imperial. La figura sombría se destacaba sobre un nimbo sangriento, su cara estaba pálida y su mirada brillaba como el reflejo de un hacha. Dijo:

      Soy César. Inclínate nada más y te daré todos esos reinos. Jesús le dijo:

      ¡Atrás, tentador!. Escrito está: “No adorarás más que al Eterno, tu Dios”. En seguida, la visión se desvaneció.

Encontrándose solo en la caverna de Engaddi, Jesús dijo:

      ¿Por qué signo venceré a los poderes de la tierra?.

      Por el signo del Hijo del Hombre, dijo una voz de lo alto.

      Muéstrame ese signo, dijo Jesús.

Una constelación brillante apareció en el horizonte, con cuatro estrellas en forma de cruz. El Galileo reconoció el signo de las antiguas iniciaciones, familiar en Egipto y conservado por los esenios. En la juventud del mundo, los hijos de Japhet lo habían adorado como signo del fuego celeste y terrestre, el signo de la Vida con todos sus goces, del Amor con todas sus maravillas. Más tarde, los iniciados egipcios habían visto en él, símbolo del gran misterio, la Trinidad dominada por la Unidad, la imagen del sacrificio del Ser inefable que se despedaza a sí mismo para manifestarse en los mundos. Símbolo a la vez de la vida, de la muerte y de la resurrección, cubría hipogeos, tumbas, templos innumerables. ― La cruz espléndida crecía y se acercaba, como atraída por el corazón del Vidente. Las cuatro estrellas vivas se iluminaban como soles de poderío y de Gloria. ― “He aquí el signo mágico de la Vida y de la Inmortalidad, dijo la voz celeste. Los hombres lo han poseído en otro tiempo y lo han perdido. ¿Quieres devolvérselo?. ― Quiero, dijo Jesús. ¡Entonces, mira!, he aquí tu destino”.

Bruscamente las cuatro estrellas se extinguieron y volvió la oscuridad. Un trueno subterráneo estremeció las montañas, y, desde el fondo del Mar Muerto salió un monte sombrío terminado por una cruz negra. Un hombre estaba clavado en ella y agonizaba. Un pueblo demoniaco cubría la montaña y aullaba con ironía infernal: “¡Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo!”. El Vidente abrió desmesuradamente los ojos, luego cayó hacia atrás, cubierto de sudor frío; pues aquel hombre crucificado, era él mismo...  Había comprendido. Para vencer, era preciso identificarse con aquel doble terrible, evocado por él mismo y colocado ante sí como una siniestra interrogación. Suspendido en su incertidumbre, como en el vacío de los espacios infinitos. Jesús sentía a la vez las torturas del crucificado, los insultos de los hombres y el silencio profundo del cielo. Puedes tomarla o dejarla, dijo la voz angélica. Ya la visión se esfumaba y la cruz fantasma comenzaba a palidecer con su ejecutado, cuando de repente Jesús volvió a ver a su lado a los enfermos del pozo de Siloé, y tras ellos todo un pueblo de almas desesperadas que murmuraban, con las manos juntas: “Sin ti, estamos perdidas. ¡Sálvanos, tú qué sabes amar!”. Entonces el Galileo se levantó lentamente, y, abriendo sus amorosos brazos, exclamó: “¡Sea conmigo la cruz, y que el mundo se salve!” En seguida Jesús sintió como si se desgarrasen todos sus miembros y lanzó un grito terrible... Al mismo tiempo, el monte negro desapareció, la cruz se sumergió; una luz suave, una felicidad divina inundaron al Vidente, y en las alturas de lo azul, una voz triunfante atravesó la inmensidad, diciendo: “¡Satán ya no reina!.  ¡La Muerte quedó dominada!.  ¡Gloria al Hijo del Hombre!

¡Gloria al Hijo de Dios!”.

Cuando Jesús despertó de esta visión, nada había cambiado a su alrededor; el sol naciente doraba las paredes de la gruta de Engaddi; un rocío tibio como lágrimas de amor angélico mojaba sus pies doloridos, y brumas flotantes se elevaban del Mar Muerto. Pero él no era ya el mismo. Un acontecimiento definitivo se había desarrollado en el abismo insondable de su conciencia. Había resuelto el enigma de su vida, había conquistado la paz, y una gran certidumbre se había apoderado de él. Del desplazamiento de su ser terrestre, que había pisoteado y lanzado al abismo, una nueva conciencia había surgido radiante: Sabía que se había convertido en el Mesías por un acto irrevocable de su voluntad.

Poco después, bajó al pueblo de los esenios. Supo allí que Juan el Bautista había sido aprehendido por Antipas y encarcelado en la fortaleza de Makerus. Lejos de asustarse por ese presagio, vio en él un signo de que los tiempos estaban maduros y que era preciso trabajar a su vez. Anunció, pues, a los esenios que iba a predicar por Galilea “el Evangelio del reino de los cielos”. Esto quería decir: poner los grandes Misterios al alcance de las gentes sencillas, traducirles las doctrinas de los iniciados. Parecida audacia no se había visto desde los tiempos en que Sakhia Muni, el último Buddha, movido por una inmensa piedad, había predicado en las orillas del Ganges. La misma compasión sublime por la humanidad animaba a Jesús. A ella unía una luz interna, un poder de amor, una magnitud de fe y una energía de acción que sólo a él pertenecen. Del fondo de la muerte que había sondeado y gustado de antemano, traía a sus hermanos la esperanza y la vida.


LOS GRANDES INICIADOS 

V

JESÚS Y LOS ESENIOS

Edouard Schure

Wednesday, October 27, 2021

El Venerable Hermano Jean Bricaud (1881-1943)

 El Venerable Hermano
Jean Bricaud
(1881-1943)


Fue patriarca gnóstico, Rector de la Orden de la Rosa Cruz y Gran Maestro de la Orden Martinista de Lyon, así como Presidente de la Sociedad Ocultista Internacional. Fue también Gran Hierofante, para Francia del Rito Masónico de Menfis-Misraím, asumiendo tal puesto el 10 de dic. de 1919, pues dicho puesto había quedado acéfalo desde el 25 de septiembre de 1918, por el fallecimiento del Hno. Dettré, quien había sucedido al Gran Maestro PAPUS.

 


El Hno. Jean Bricaud es, casi en todo, el opuesto de Willermoz: Nace el 11 de febrero de 1881 en el pueblito de Thoy y su familia lo dedicó al sacerdocio, razón por la cual estudió en el Pequeño Seminario de Meximieux.

Basta mirar su fisonomía para reconocer en seguida las fases del místico, de salud delicada y de fuertes tendencias por lo psicológico y lo metafísico.

Desde 1897 abandona los estudios sacerdotales y se hace empleado de banco y estudiante de ocultismo. Frecuente centros espiritistas y estudia el magnetismo con el Maestro Phillipe Niziers (Amo), así como Cábala con Jacques Charrot, uno de los discípulos de Eliphas Levi.

El Gnosticismo le atrae y lo estudia con Sophronius (Dr.Fugairon), así como la filosofía sintética con Revel. Se hace iniciar en la Masonería y más tarde en el Martinismo, prefiriendo luego la vía willermozista, es decir, de tendencia masónica.

En 1901 abandona su primera vía gnóstica y da su adhesión a Synesius, patriarca gnóstico de gran valor. Publica sus primeros libros en 1902.

En 1904 publica “Primeros elementos de ocultismo”. Se casa en 1905 pero, sin felicidad en este matrimonio, se divorciará en 1911.

En 1906 crece su actividad y publica “Elementos de Astrología” y un folleto sobre la “Pequeña Iglesia Concordataria”.

Se liga más íntimamente con Sophronius, el doctor gnóstico que tendrá sobre Bricaud una influencia quizás desfavorable, pues le lleva a querer ver todo bajo el ángulo de la razón fría, tanto que en 1907, ambos se separan del místico Synesius por hallarlo más poeta que filósofo y más artista que teólogo; siente demasiado y no discute bastante, por lo visto.

Después sigue Bricaud trabajando en pequeñas obras destinadas a difundir la Gnosis, de una manera “racional”, ES DECIR, COMO DOGMA FILOSÓFICO.

En 1908, Bricaud, aún sin asistir, se interesa por el Gran Congreso Espiritual Internacional, organizado por Papus, bajo los auspicios del Martinismo, de cuya escuela Bricaud poseía el 3er. Grado desde 1903. Se había dedicado más, es verdad, como ya dije, al estudio de la parte willermozista, es decir, al filosofismo de logia y Bricaud se plegó a los que opinaban que Papus había reorganizado el Martinismo sobre bases deferentes del willermozismo, lo que era verdad, pues Papus hizo del Martinismo una escuela de Iniciación completa, mixta, mística y curando por millones.

Desde 1914, Bricaud recluta cada vez más adeptos de su vía martinista-masónica, en oposición a Papus, demasiado “ocultista” para la mentalidad masónica.

Viene después la guerra de 14-18, esa guerra terrible de la cual Papus dio su vitalidad y después su vida por los que sufrían. El Hno. Bricaud es también movilizado en el 10º Batallón de Cazadores; pero su salud frágil y su título eclesiástico de Patriarca Gnóstico hacen que sea designado para el servicio auxiliar y dedica sus noches al estudio y a la organización de su Iglesia. Publica dos libros durante la guerra: “Armenia que agoniza” (1915) y “La Guerra y las profecías célebres” (1916).

Papus habiendo fallecido en 25 de octubre de 1916, su sucesor, el Venerable Hermano Téder, nombra al Hno. Bricaud, Legado de la Orden Martinista para la provincia de Lyon y la amistad entre Téder y Bricaud se hace cada vez más íntima.

Después de la muerte de Téder, Bricaud toma en sus manos la dirección de la Iglesia Gnóstica Universal, de la Orden Kabalística de la Rosacruz Gnóstica y de la Orden Martinista y da toda la orientación que siempre había preconizado.

El Martinismo, orientado en la forma willermozista y masónica, con exclusión de la Iniciación Mixta y volviendo a las formas tradicionales de la rama de Lyon, se desarrolla en Francia y colonias y en los países extranjeros con un ritmo menor que el Martinismo de Papus, en virtud de la necesidad de reunir solamente masones y de excluir a las mujeres.

Publicá aún varias obras, entre las cuales citaré. El Misticismo en la Corte de Rusia, La Misa negra Antigua y Moderna, El Maestro Phillipe, El Abate Boulan, Los Iluminados de Avignon.

Desde 1920 hace publicar “Les Annales Initiatiques”, pequeño boletín trimestral que sirve de órgano de sus agrupamientos.

En 1929 se casa nuevamente, esta vez, con una dedicada compañera que le acompañará hasta su muerte, acaecida el 21 de febrero de 1934, a la edad de 53 años. Antes de fallecer, había empleado sus últimos años en escribir un resumen de noticias históricas sobre el Martinismo, el Rito de Menfis-Misraím, y había creado el boletín del Rito de Menfis-Misraím. Nombró como sucesor al Venerable Hermano C. Chevillon.

Esta es la actividad, muy grande y variada en su forma, del Venerable Hermano. Que dirigió las diversas corrientes europeas que cité con una dedicación y entusiasmo muy notables.

Su vía iniciática puede ser resumida en la forma siguiente: hasta 1897, vía religiosa mística y búsqueda de su sentir.

En 1897, su contacto con Osvaldo Wirth lo lleva al estudio profundo del simbolismo. La Cábala, desde 1898, le atrae. En 1899 su correspondencia con el brahmán.

C.X. K. Robur, del Tíbet, le llevan al estudio de las cosas orientales. Desde 1901, la vía gnóstica se arraiga en él de manera definitiva, y será en su aspecto filosófico especialmente, su Sendero Personal más elevado. Se hace cada vez más espiritualista científico, apartándose de los ocultistas de aspecto más psíquico.

Es un místico cristiano de elevada fe y de trabajo. Venerable, que recordamos en cada 21 de febrero, pues, aunque su Rama Martinista no se orientará en el mismo sentido que la de Papus, de la cual tomamos nuestra orientación, todos los que trabajan por el mismo ideal, bajo la misma denominación y mismos auspicios espirituales generales, debe sentirse hermanos.






Saturday, October 23, 2021

¿Qué es Clipsas?

 

¿Qué es CLIPSAS?

Iván Herrera Michel

Vicepresidente de CLIPSAS

Al conocerse, gracias a la magia del Internet, los resultados del 45º Coloquio y Asamblea General de CLIPSAS celebrados en la ciudad de Porto, Portugal, del 17 al 20 de mayo de 2007, en donde se escogió a la Gran Logia del Norte de Colombia, con sede en Barranquilla, como anfitriona para su cita número 46 en el año 2008 y se me eligió Vicepresidente, algunos Masones me han pedido que explique en que consiste esta asociación Masónica y cuál es su importancia en el mundo actual. Y la respuesta no es sencilla. 

Yo habría de comenzar explicando el por qué diez Grandes Logias europeas y una del Líbano se reunieron, en la posguerra europea, el 21 de enero de 1961, en la histórica ciudad francesa de Strasburgo, para dirigir al universo Masónico un documento trascendental llamando a restablecer entre los Masones la cadena de unión rota por lamentables decisiones unilaterales, pero el relato excedería los límites y el propósito de este escrito. El Ex Gran Maestro del Gran Oriente de Luxemburgo y dos veces Presidente de CLIPSAS, Marc – Antoine Cauchie, publicó en el año 2006 un excelente libro sobre el tema, en idioma galo, que se titula, precisamente, “Reunir ce qui est Épars”, que cuenta con 280 páginas.

Pues bien, en resumen CLIPSAS es la materialización asociativa de esa iniciativa de Strasburgo y voy a intentar mostrar brevemente su implantación en el paisaje Masónico contemporáneo.

CLIPSAS es la sigla por la que se conoce la asociación mundial de Grandes Logias más grande y más antigua del planeta. Su nombre deriva de las iniciales en francés de su nombre: “Centré de Liaison et D’information des Puissances Maconniques Signataires de L’appel de Strasbourg” (Centro de Enlace e Información de las Potencias Masónicas Firmantes del Llamamiento de Strasburgo), y se encuentra registrada en la Prefectura de París, Francia, con inversiones financieras en la Banca di Roma. Su posicionamiento Masónico es liberal, y su Presidente para el periodo 2007 – 2010 era el R:. H:. Jefferson Isaac Joao Scheer, Gran Maestro de la Gran Logia Unida del Paraná, fallecido repentinamente el día 31 de diciembre del año 2008, siendo remplazado en ese cargo por el R:. H:. Corrado DE CECCO de la Gran Loggia d'Italia.

El pensamiento que impulsa a CLIPSAS nace como respuesta a la ruptura de la cadena de unión universal de la Orden impuesta con el pretexto de una pretendida Regularidad. Entendida – para los efectos de este escrito - como una condición que emana del relacionamiento con la Gran Logia Unida de Inglaterra, que a su vez exige unilateralmente la adopción de una serie de dogmas, tales como la creencia en un ser supremo, la ubicación permanente de un volumen de la ley sagrada en el altar de los votos, la no incorporación de la mujer en calidad de miembro a las Logias, etc. De allí lo de la “Libertad de Conciencia” que sirve de lema a la “Unión de Strasburgo”, como también se conoce a CLIPSAS.

En realidad, CLIPSAS es la continuación en el tiempo del espíritu que animó a varias organizaciones Masónicas internacionales que se crearon por reacción contestataria a la agresión que en 1877 la Gran Logia Unida de Inglaterra hiciera al Gran Oriente de Francia.

Ya desde 1889 en el Congreso Internacional de París la Gran Logia National de España propone la creación de una confederación, idea que es retomada en los Congresos de Anvers de 1894, de La Haya de 1896 y de París de 1900, para finalmente concretarse en el de Génova de 1902 en que se crea el “Bureau International des Relations Masoniques” (BIRM), conformado por veinticinco Grandes Logias de Europa, América Latina y Egipto, reconciliando de paso a la Masonería alemana con la francesa que estaban distanciadas desde la guerra franco prusiana de 1870.

La organización inicial es encargada a la Gran Logia Alpina de Suiza, y en el Congreso Internacional de Génova de 1921 el BIRM se convierte en la “Asociación Masónica Internacional” (AMI).

Desde un principio las Masonerías inglesa, escandinava y americana de blancos forman un bloque común contra la BIRM a pesar de que Londres asistió como observador a la reunión de 1913. La división definitiva de la Masonería mundial se concretó finalmente con la publicación unilateral de los 8 puntos de relacionamiento interobedenciales publicados por la Gran Logia Unida de Inglaterra en 1929.

Un punto importante para los Masones colombianos lo representa el hecho de que a la AMI se vincula formalmente en 1923 la Gran Logia Nacional de Colombia, con sede en Barranquilla, por gestión personal y directa de su Gran Maestro el R:. H:. Francisco Baena. En esa ocasión se afilió junto con otras Grandes Logias de Colombia, Luxemburgo, Hungría, Alemania, Chile, Yugoslavia, San Salvador, Venezuela, Filipina, Checoslovaquia y Puerto Rico. En 1940, al comienzo de la Segunda Guerra mundial la AMI estaba integrada por 42 Grandes Logias: 18 en Europa, 1 en Asia, 5 en América del Norte, 7 en centro América y 11 en América del Sur. Es decir, que Latinoamérica era Masónicamente liberal.

Posteriormente, las dictaduras europeas y los estragos de la segunda guerra mundial hicieron desaparecer a la mayoría de las Grandes Logias del viejo continente, y la presión que ejerció Londres, junto con sus asociados de Estados Unidos, en Latinoamérica variaron la región hacia el dogmatismo anglosajón. Debilitada, la AMI clausura sus trabajos en la Convención de París de 1950 

De ahí en adelante la Confederación Masónica Interamericana (C.M.I.) fue el guardián fiel del nuevo statu quo en Latinoamérica, y desde esa época, en Colombia es importante aparecer como “Regular” en el Year Book inglés y en el List of Lodge estadunidense, y hasta la década de los 80s este es el estilo Masónico casi único que se practica en el subcontinente.

El segundo lugar en antigüedad y cobertura en el mundo lo ocupan las “Conferencias Mundiales de Grandes Logias Regulares”, de línea anglosajona, que cuenta con doce años de existencia a partir de su primera cita en la ciudad de México en 1995, habiendo celebrado hasta la fecha ocho reuniones mundiales en Lisboa, Nueva York (en donde se redactó su constitución), Sao Paulo, Madrid, Nueva Delhi, Santiago de Chile, París, programándose la novena para la ciudad de Washington D. C. del 7 al 10 de mayo del año 2008, oportunidad en que la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones del Distrito de Columbia ofrecerá su hospitalidad. La coordinación de los trabajos y las reuniones de las Conferencias están a cargo de un Secretario Ejecutivo, dignidad que desde 1999 ocupa el R:. H:. Thomas W. Jackson, Ex Gran Secretario de la Gran Logia de Pennsylvania. Su ideología Masónica es anglosajona y exclusoria.

Por otra parte, existen diferencias básicas en los modos de actuar de las dos más grandes organizaciones mundiales. Por un lado, en las Conferencias Mundiales de Grandes Logias Regulares se deben someter a un examen previo todas las ponencias a presentar con el fin de que no sean introducidos temas polémicos a las deliberaciones. Por el contrario, en CLIPSAS las ponencias se presentan sin filtros previos. Igualmente a los Coloquios de CLIPSAS puede asistir tranquilamente cualquier Masón del mundo sin importar que la Gran Logia a la que pertenezca no sea miembro del “Centro de Enlace”. En las “Conferencias” todos los asistentes deben ser miembro de alguna Gran Logia de las que el grupo entiende como Regular.

La cuestión del respeto a la particularidad de cada Gran Logia también es determinante. CLIPSAS acepta la singularidad de cada Gran Logia, sin imponer ni exigir nada a nadie dentro de la mayor tolerancia mutua. Por su parte, las “Conferencias” se apegan con firmeza a las condiciones impuestas por la Gran Logia Unida de Inglaterra y las exigen a su membresía.

Igualmente, existen grupos de Grandes Logias que se reúnen atendiendo afinidades como la Confederación de Grandes Logias Femeninas, regionales como la Conferencia Masónica Americana (COMAM) y la Confederación Interamericana de Masonería Simbólica (CIMAS), y nacionales como la que aglutina a 10 Grandes Logias del Perú, etc., pero todas ellas tienen en común que no poseen vocación universal.

De todos modos, y dentro de sus particulares estilos de trabajo, CLIPSAS y la Conferencias Mundiales en cada cita se preocupan por tratar un tema de actualidad para la humanidad, o de estudiar conjuntamente algún aspecto del devenir Masónico, los cuales son tratados a grandes rasgos desde la perspectiva filantrópica que identifica a la Masonería anglosajona, de reflexión filosófica que distingue a la de Europa continental, o acorde con el discurso social que caracteriza a la latinoamericana.

Estas asociaciones de amplia cobertura son importantes en una humanidad globalizada en donde los líderes de la Orden deben tener cabal comprensión de lo que significa ser Masón en un mundo altamente tecnificado y comunicado.

A CLIPSAS le cabe el honor de haberse anticipado a esta tendencia civilizacional y su condición de ser la asociación Masónica de cobertura mundial más grande y vital le impone una función de servicio que no podemos dejar de admirar.

Visto lo anterior, es fácil comprender la importancia y la enorme trascendencia de celebrarse en Barranquilla, Colombia, del 22 al 25 de mayo del año 2008 el más trascendente certamen mundial de la Masonería.

 

Thursday, October 21, 2021

La Nueva Atlántida - Francis Bacon De Verulamio

 

LA NUEVA ATLÁNTIDA

Francis Bacon de Verulamio




Zarpamos del Perú (donde habíamos permanecido durante todo un año) hacia China y Japón, por el mar del Sur, llevando provisiones para doce meses; tuvimos vientos favorables del Este, si bien suaves y débiles, por espacio de algo más de cinco meses. No obstante, luego el viento vino del Oeste durante muchos días, de tal modo que apenas podíamos avanzar, y a veces, incluso, pensamos en regresar. Pero más adelante se levantaron grandes y fuertes vientos del Sur, con la ligera tendencia hacia el Este, que nos llevaron hacia el Norte; por este tiempo las provisiones nos faltaron, aunque habíamos hecho buen acopio de ellas. Al encontrarnos sin provisiones, en medio de la mayor inmensidad de agua del mundo, nos consideramos perdidos y nos preparamos para morir. Sin embargo, elevamos nuestros corazones y voces a Dios, al Dios que "mostró sus milagros en lo profundo", suplicando de su merced que, así como en el principio del mundo descubrió la faz de las profundidades y creó la Tierra, descubriera ahora también la Tierra para nosotros, que no queríamos perecer.

Y sucedió que al día siguiente por la tarde vimos ante nosotros, hacia el Norte, a poca distancia, una especie de espesas nubes que nos hicieron concebir la esperanza de encontrar tierra; sabíamos que aquella parte del mar del Sur era totalmente desconocida, y que podría haber en ella islas o continentes que todavía no se hubieran descubierto. Por consiguiente, viramos hacia el lugar donde veíamos señales de tierra, y navegamos en aquella dirección durante toda la noche; al amanecer del día siguiente pudimos comprobar con claridad que era tierra, en efecto, llana y cubierta de bosque; y esto la hacía aparecer más obscura. Después de hora y media de navegación penetramos en un buen fondeadero, que era el puerto de una bella ciudad; no era grande, ciertamente, pero estaba bien edificada y ofrecía una agradable perspectiva desde el mar. Y figurándose los largos los minutos hasta que estuviéramos en tierra firme, llegamos junto a la costa. Pero inmediatamente vimos a muchas personas, con una especie de duelas en las manos, que parecían prohibirnos desembarcar; no obstante, sin exclamaciones ni signos de fiereza, sino sólo como avisándonos mediante signos de que nos alejáramos. Entonces, bastante desconcertados, nos consultamos unos a otros acerca de lo que deberíamos hacer.

Durante este tiempo nos enviaron un pequeño bote con unas ocho personas a bordo, de las cuales una llevaba en la mano un bastón de caña, amarillo, pintado de azul en ambos extremos; subió el hombre a nuestro barco sin la menor muestra de desconfianza, Y cuando vio que uno de nosotros se hallaba ligeramente destacado de los demás, sacó un pequeño rollo de pergamino (un poco más amarillo que el nuestro, y brillante como las hojas de las tablillas de escribir, pero suave y flexible), y se lo entregó a nuestro capitán. En este rollo estaban escritas en hebreo y griego antiguos, en buen latín escolástico y en español las siguientes frases: "No desembarque ninguno de ustedes y procuren marcharse de esta costa dentro de un plazo de dieciséis días, excepto si se les concede más tiempo. Mientras tanto, si desean agua fresca, provisiones o asistencia para sus enfermos, o bien alguna reparación en su barco, anoten sus deseos y tendrán lo que es humano darles." El texto se hallaba firmado con un sello que representaba las alas de un querubín, no extendidas sino colgando y junto a ellas una cruz. Después de entregarlo, el funcionario se marchó dejando sólo a un criado con nosotros para hacerse cargo de nuestra respuesta.

Consultando esto entre nosotros nos encontrábamos muy perplejos. La negativa a desembarcar, y el rápido aviso de que nos alejáramos, nos molestó mucho; por otra parte, el saber que aquellas personas dominaban algunos idiomas, y poseían tanta humanidad, nos confortaba no poco. Y, sobre todo, el signo de la cruz en aquel documento nos causaba una gran alegría, como si constituyera un presagio cierto de buena fortuna. Dimos nuestra respuesta en español: "Que nuestro barco estaba bien, ya que nos habíamos encontrado mucho más con vientos suaves y contrarios que con tempestad alguna. Que, respecto a nuestros enfermos, había muchos, y en muy mal estado; de modo que, si no se les permitía desembarcar, sus vidas corrían peligro." Expresamos en particular nuestras otras necesidades añadiendo. "que teníamos un pequeño cargamento de mercancías, de modo que si querían comerciar con nosotros podríamos así remediar nuestras necesidades sin constituir una carga para ellos." Ofrecimos como recompensa algunos doblones al criado y una pieza de terciopelo carmesí para que se la llevara al funcionario; pero el criado no las aceptó; apenas las miró; así, pues, nos dejó, regresando en otro pequeño bote que había acudido por él.

Unas tres horas después de haber enviado nuestra contestación vino hacia nosotros una persona que, al parecer, poseía autoridad. Vestía una toga de amplias mangas, hecha de una especie de piel de cabra, de un magnífico color azul celeste y mucho más llamativa que las nuestras; la ropa qué llevaba deba o era verde, lo mismo que el sombrero; tenía éste la forma de un turbante, estaba muy bien hecho, y no era tan grande como los turbantes turcos; los rizos de su pelo sobresalían por los bordes. Era un hombre de aspecto venerable. Venía en un bote, dorado en algunas partes, acompañado sólo de cuatro personas; lo seguía otro bote con unas veinte. Cuando estuvo a un tiro de flecha de nuestro barco, nos hicieron indicaciones de que enviáramos a algunos de los nuestros a su encuentro en el agua, cosa que hicimos mandando al segundo de abordo y acompañándolo cuatro de nosotros.

Cuando estuvimos a seis yardas de su bote, nos ordenaron detenernos, y así lo hicimos. Y entonces el hombre a quien he descrito antes se levantó y en alta voz preguntó en español: "¿Son ustedes cristianos?". Respondimos afirmativamente, sin miedo a que pudiera sernos perjudicial, a causa de la cruz que habíamos visto en el manuscrito. Al oír esta respuesta, la mencionada persona levantó su mano derecha hacia el cielo, la bajó suavemente hasta su boca (que es la señal que ellos hacen cuando dan gracias a Dios), y después dijo: "Si todos ustedes juran, por los méritos del Salvador, que no son piratas ni han derramado sangre, legal o ilegalmente, en los cuarenta últimos días, tendrán permiso para desembarcar". Contestamos que estábamos dispuestos a prestar juramento. Entonces uno de sus acompañantes que, según parecía, era notario legalizó el hecho mediante acta. Realizado esto, otro de los acompañantes del personaje, que se encontraba con él en el mismo bote, y después de escuchar las palabras que su señor le murmuró, dijo en voz alta: "Mi señor quiere hacerles saber que no se debe a orgullo o dignidad el hecho de que no haya subido al barco; sino porque en su respuesta ustedes declararon que tenían muchos enfermos, por cuyo motivo el Director de Sanidad de la ciudad le advirtió que mantuviera cierta distancia". Le hicimos una reverencia, respondiendo que nos consideráramos sus humildes servidores, y que estimáramos como un gran honor y una singular muestra de humanitarismo lo que ya había hecho por nosotros; no obstante, esperábamos que no fuera infecciosa la enfermedad que padecían nuestros hombres. Se volvió él y poco después subió a bordo de nuestro barco el notario, llevando en la mano un fruto del país, parecido a una naranja, pero de un color entre morado y escarlata, y que desprendía un perfume excelente. Lo empleaba, según parecía, para preservarse de una posible infección. Nos tomó juramento "en nombre y por los méritos de Jesús", diciéndonos a continuación que hacia las seis de la mañana del día siguiente se nos llevaría a la Casa de los Extranjeros (así la llamó él), donde se nos acomodaría a todos, a los sanos y a los enfermos. Cuando se iba a marchar le ofrecimos algunos doblones, pero sonriendo dijo que no se le debía pagar dos veces por un solo trabajo; quería decir con esto (según me pareció comprender) que le bastaba con lo que el Estado le pagaba por sus servicios, según supe más adelante, al funcionario que acepta gratificaciones le llaman "Pagado dos veces".

A la mañana siguiente, muy temprano, llegó el mismo funcionario del bastón que ya conocíamos y nos dijo que venía a conducirnos a la Casa de los Extranjeros y que había anticipado la hora "para que pudiéramos tener libre todo el día con objeto de dedicarnos a nuestras ocupaciones. Pues -añadió- si siguen mi consejo, deben venir primero sólo unos cuantos, de ustedes, examinar el lugar y ver qué es lo que les conviene; y después pueden enviar por sus enfermos y los hombres restantes para que desembarquen." Se lo agradecimos diciéndole que Dios le premiaría la molestia que se tomaba con los desolados extranjeros que éramos nosotros. Así, pues, desembarcamos con él seis de nosotros; cuando estuvimos en tierra, él, que marchaba delante, se volvió y nos dijo que no era sino nuestro servidor y guía. Nos condujo a través de tres bellas calles, y a todo lo largo del camino que seguimos había reunidas personas, a ambos lados de la calle, colocadas en fila; pero se mantenían tan corteses que parecía que no estaban allí para maravillarse de nosotros sino para darnos la bienvenida; muchas de ellas, a medida que pasábamos, extendían ligeramente los brazos, cosa que hacen cuando dan la bienvenida.

La Casa de los Extranjeros es un edificio bello y espacioso, construido de ladrillo, de un color algo más azul que el nuestro; tiene elegantes ventanales, unos de cristal y otros de una especie de batista impermeabilizada. Nos llevó primero a un saloncito del primer piso y nos preguntó entonces cuántos éramos y cuántos enfermos había. Le respondimos que en total unas cincuenta personas, de las cuales diecisiete estaban enfermas. Nos recomendó que tuviéramos un poco de paciencia y que esperáramos hasta que volviera, lo que, en efecto, hizo una hora más tarde; nos condujo entonces a ver las habitaciones que habían preparado, y que eran diecinueve en total. Al parecer habían sido dispuestas para que cuatro de ellas que eran mejores que las restantes, albergaran a los cuatro hombres principales de entre nosotros, individualmente; las otras quince para los demás, dos por cada habitación. Eran los cuartos elegantes, alegres y muy bien amueblados. Nos condujo luego a una larga galería, parecida al dormitorio de un convento, donde nos mostró a todo lo largo de un lado (pues el otro estaba constituido por la pared y las ventanas) diecisiete celdas, muy limpias, separadas unas de otras por madera de cedro. Como en total había cuarenta celdas (muchas más de las que necesitábamos) se destinaron a enfermería para las personas enfermas. Nos dijo, además, que cuando alguno de nuestros enfermos se sintiera bien se le trasladaría de su celda a una habitación; con este objeto habían preparado diez habitaciones disponibles, además del número de que hablamos antes. Realizado esto, nos llevó de nuevo al saloncito, y levantando un poco su bastón (como suelen hacer cuando dan una orden o un encargo), nos dijo: "Deben ustedes saber que nuestras costumbres disponen que pasado el día de hoy y de mañana (días que les dejamos para que todas las personas desciendan del barco), permanezcan sin salir de esta casa durante tres días. Pero no se molesten ni crean que se trata de una restricción de su libertad, sino para que se acomoden y descansen. No carecerán de nada, y hay seis personas que tienen la misión de atenderlos respecto a cualquier asunto que necesiten resolver en la calle." Le dimos las gracias con el mayor afecto y respeto, y dijimos: "Dios, con seguridad, está presente en esta tierra." Le ofrecimos también, veinte doblones, pero sonrió y dijo únicamente:

"¿Cómo? ¡Pagado dos veces!". Y se marchó.

Poco después nos sirvieron la comida, que fue muy buena, tanto el pan como la carne; mejor que en cualquier colegio universitario que yo haya conocido en Europa. Nos dieron también tres clases de bebidas, todas ellas sanas y buenas; vino, una bebida hecha de grano, como nuestra cerveza, pero más clara, y una especie de sidra elaborada con frutas del país; bebida ésta maravillosamente agradable y refrescante. Nos trajeron, además, gran cantidad de las naranjas escarlata, a las que ya me he referido, para nuestros enfermos; nos dijeron que constituían un eficaz remedio para las enfermedades adquiridas en el mar. Nos dieron también una caja de pequeñas píldoras grises o blanquecinas, pues querían que nuestros enfermos tomaran una cada noche antes de dormirse; aseguraron que les ayudaría a curarse rápidamente.

Al día siguiente, después que cesaron las molestias ocasionadas por el transporte de nuestros hombres y equipajes desde el barco, y que estuvimos instalados y algo más tranquilos, consideré razonable reunir a todos los hombres, y cuando lo estuvieron les dije: "Queridos amigos: vamos a examinar nuestra situación y a nosotros mismos. Cuando nos considerábamos encerrados en las profundidades marinas, he aquí que nos encontramos arrojados en tierra, como Jonás del vientre de la ballena; y ahora que estamos en tierra nos hallamos, sin embargo, entre la vida y la muerte, pues nos encontramos más allá del viejo y del Nuevo Mundo; si hemos de volver a contemplar de nuevo a Europa, sólo Dios lo sabe. Una especie de milagro nos ha traído aquí, y algo así tendría que suceder para sacarnos. Por lo tanto, en agradecimiento por nuestra pasada liberación y por nuestro peligro presente y los futuros, veneremos a Dios, y que cada uno de nosotros haga un acto de contrición. Además, nos encontramos entre un pueblo cristiano, piadoso y humano: presentémonos ante ellos con la mayor dignidad posible. Pero aún hay más; puesto que nos han encerrado entre estas paredes (aunque muy cortésmente) durante tres días, ¿no es acaso con objeto de observar nuestra educación y comportamiento? Y si lo encuentran malo, alejarnos; si bueno, concedernos más tiempo. Estos hombres que nos atienden tal vez nos vigilan. ¡Por amor de Dios, puesto que amamos el bienestar de nuestras almas y cuerpos comportémonos como Dios manda y hallaremos gracia ante los ojos de este pueblo!

Todos, unánimemente, me agradecieron la advertencia, prometiendo vivir sobria y pacíficamente, sin dar la menor ocasión de ofensa. Así pues, pasamos nuestros tres días alegremente, despreocupados, esperando saber qué harían con nosotros cuando expiraran. Durante aquel tiempo tuvimos la satisfacción constante de ver mejorar a nuestros enfermos, quienes se creían sumergidos -en alguna fuente milagrosa, ya que mejoraban con tanta naturalidad y rapidez.

Cuando hubieron transcurrido los tres días, a la mañana siguiente, se presentó un hombre, al que no habíamos visto antes, vestido de azul como el primero, excepto su turbante que era blanco con una pequeña cruz roja en lo alto. Llevaba también una esclavina de lino fino. A su llegada se inclinó ligeramente ante nosotros y extendió sus brazos. Por nuestra parte lo saludamos humilde y sumisamente, pareciendo que recibiríamos de él una sentencia de vida o muerte. Deseaba hablar con algunos de nosotros. Sólo permanecimos seis y el resto abandonó el aposento. Dijo: "Por mi profesión soy Gobernador de esta Casa de los Extranjeros, y por vocación sacerdote cristiano; y por esto, dada vuestra condición de extranjeros, y principalmente de cristianos, es por lo que vengo a ofrecerles mis servicios. Puedo decirles algunas cosas, que creo escucharán de buena gana. El Estado les concede permiso para que permanezcan aquí durante seis semanas; y no se preocupen si sus necesidades exigen un plazo más amplio, pues la ley no es muy precisa acerca de este punto; y no dudo de que yo mismo podré conseguirles el tiempo que sea conveniente. Sabrán ustedes que la Casa de los Extranjeros es rica ahora, ya que conserva ahorradas las rentas de estos últimos treinta y siete años, y en este tiempo no ha llegado aquí ningún extranjero; no se preocupen, el Estado costeará todo durante su estancia entre nosotros. Por esto, no tengan prisa. Respecto a las mercancías que han traído se emplearán, y cuando regresen tendrán. El equivalente en mercancías, o en oro y plata; pues para nosotros es lo mismo. Si tienen que hacer alguna petición, no la oculten, pues observarán que, sea cualquiera la respuesta que reciban, no dejarán de hallarse protegidos. Sólo debo advertirles que no deben retirarse más de un karan (milla y media entre ellos) de las murallas de la ciudad sin un permiso especial."

Respondimos, tras de mirarnos los unos a los otros durante corto tiempo, admirando este trato gracioso y paternal, que no sabíamos lo que decir, ya que no teníamos palabras bastantes para expresarle nuestro agradecimiento; y que sus nobles y desinteresados ofrecimientos hacían innecesario preguntar nada. Nos parecía que teníamos ante nosotros un cuadro celestial de nuestra salvación; habiéndonos hallado muy poco tiempo antes en las fauces de la muerte, nos veíamos ahora en un lugar donde sólo encontrábamos consuelos. Respecto a la orden que se nos había dado no dejaríamos de obedecerla, aunque era imposible, a menos de que nuestros corazones se inflamaran, que intentáramos ir más allá del límite en esta tierra sagrada y feliz. Agregamos que primero nos quedaríamos mudos que olvidar en nuestras plegarias su reverenda persona o a todo su pueblo. Le rogamos también humildemente que nos considerara sus verdaderos servidores, con el mismo derecho con que estuviera obligado cualquier hombre sobre la tierra; y que poníamos a sus pies, tanto nuestras personas como cuanto poseíamos. Contestó que él era un sacerdote y que sola buscaba la recompensa propia de un sacerdote: nuestro fraternal cariño y el bien de nuestras almas y cuerpos. Se separó de nosotros con lágrimas de ternura en sus ojos, dejándonos confundidos con una mezcla de alegría y afecto, diciéndonos entre nosotros que habíamos llegado a una tierra de ángeles, que se nos aparecían a diario, y nos anticipaban unas comodidades que no pensábamos, ni, mucho menos, esperábamos.

Al día siguiente, a las diez, el Gobernador vino otra vez y después de saludarnos nos dijo familiarmente que venía a visitarnos; pidió una silla y se sentó, y nosotros, que éramos unos diez (los demás eran subalternos, y otros habían salido), nos sentamos con él; cuando estuvimos todos acomodados empezó así: "Los habitantes de esta isla de Bensalem (así la llaman en su lengua) nos encontramos en la situación siguiente: debido a nuestra soledad y a la ley del secreto que mantenemos para nuestros viajeros, y a causa de la poco frecuente admisión de extranjeros, conocemos bien el mundo habitado y a nosotros no se nos conoce. Por esto, como lo corriente es que interrogue el que sabe menos, me parece más razonable que, para distraernos, que ustedes me pregunten en lugar de preguntarles yo a ustedes."

Respondimos que le agradecíamos humildemente que nos diera permiso para hacerlo así, y que pensábamos, a juzgar por lo que ya sabíamos, que en todo el universo no había cosa más merecedora de conocerse que el estado de esta tierra feliz. Pero, sobre todo -dijimos- puesto que nos habíamos encontrado procedentes de tan diferentes confines del mundo, y con seguridad esperábamos que volveríamos a encontrarnos un día en el reino de los cielos (ya que todos éramos cristianos)., deseábamos saber (teniendo en cuenta que esta tierra está tan remota y separada por vastos y desconocidos océanos de la tierra donde vivió nuestro Salvador) quién fue el apóstol de esta nación, y cómo se convirtió a la fe. Nuestra pregunta hizo brillar la satisfacción en su rostro. Respondió: "Al hacerme esta pregunta en primer lugar, mi corazón se siente más ligado al vuestro, ya que muestra que buscáis ante todo el reino de los cielos; con gusto, y brevemente, contestaré a vuestra demanda.

"Unos veinte años después de la ascensión de nuestro Salvador, los habitantes de Renfusa (ciudad de la costa oriental de nuestra isla) vieron a la distancia de unas millas (la noche era nubosa y tranquila) un gran pilar de luz en el mar; tenía la forma de una columna o cilindro y ascendía del mar hacia el cielo; en lo alto se veía una gran cruz luminosa, más brillante y resplandeciente que el fuste del pilar. Ante tan extraño espectáculo las gentes de la ciudad se concentraron rápidamente en la playa para admirarlo; luego se embarcaron en cierto número de pequeños botes con objeto de aproximarse más a aquella maravillosa vista. Pero cuando estaban a unas sesenta yardas del pilar se encontraron con que no podían avanzar, aunque podían moverse en otras direcciones; las personas permanecieron en los botes en una actitud contemplativa, corno en un teatro, mirando aquella luz, que era como un signo celestial. Sucedió que en uno de los botes se hallaba uno de nuestros hombres más sabios, de la Sociedad "La Casa de Salomón", casa o colegio, mis queridos hermanos, que constituye el alma de este reino; habiendo mirado y contemplado atenta y devotamente durante un rato el pilar y la cruz, este sabio cayó sobre su rostro, y luego, irguiéndose y elevando sus manos al cielo, oró de esta manera:

"Señor, Dios del cielo y de la tierra, por tu gracia nos has permitido conocer la creación, tu obra, y sus secretos; y discernir (en cuanto le es posible al hombre) entre los milagros divinos, las obras de la naturaleza, las artísticas, y las impostoras e ilusiones de todas clases. Doy fe ante este pueblo que en lo que estamos contemplando en estos momentos se halla tu dedo, y es un verdadero milagro. Y como, según hemos aprendido en nuestros libros, realizas milagros con vistas a un fin excelente y divino (pues las leyes de la naturaleza son tus propias leyes, y tú no las varías a no ser por un gran motivo), te suplicamos humildemente que nos sea posible interpretar este gran signo; lo cual parece que lo prometes, al enviárnoslo".

"Cuando acabó su oración notó que el bote podía moverse sin impedimento, mientras que los demás permanecían quietos; y considerando que ello significaba permiso para aproximarse, hizo que, remando silenciosamente, el bote se acercara al pilar. Pero cuando llegó cerca de él, el pilar y la cruz luminosa -se esfumaron, rompiéndose, por así decirlo, en un firmamento de estrellas, que también se desvaneció poco después; y nada más se vio a no ser un pequeño cofre o caja de cedro, seco, y no húmedo, aunque flotaba en el agua. En su parte anterior, la que estaba más cerca de él, crecía una pequeña rama verde de palma; cuando el sabio tomó el cofre en sus manos, con toda reverencia lo abrió y se encontraron dentro un libro y una carta, escritos ambos en fino pergamino y enrollados en trozos de tela. El libro contenía todos los libros canónicos del Viejo y del Nuevo Testamento, tal como los tienen ustedes (pues sabemos que su Iglesia los recibió), y el Apocalipsis; también había otros libros del Nuevo Testamento, aunque en aquel tiempo aún no habían sido escritos. La carta contenía estas palabras:

"Yo, Bartolomé, siervo del Altísimo y apóstol de Jesucristo, fui avisado por un ángel que se me apareció en una gloriosa visión para que depositara este cofre sobre las olas del mar. Por consiguiente, declaro y doy fe de que el pueblo al que llegue este cofre, por voluntad de Dos, el día mismo de su llegada obtendrá la salvación, la paz y la bienaventuranza tanto del Padre como de Nuestro Señor Jesucristo."

"Con estos escritos, tanto con el libro como con la carta, ocurrió un gran milagro parecido al de los apóstoles: el del primitivo don de lenguas. Viviendo en aquel tiempo, en esta tierra, hebreos, persas e indios, además de los nativos del país, todos ellos pudieron leer el libro y la carta como si estuvieran escritos en su propia lengua. De este modo, y por el arca o cofre, se salvó esta tierra de la infidelidad (como parte del mundo antiguo se salvó del diluvio) mediante la milagrosa y apostólica evangelización de San Bartolomé."

Hizo una pausa, llegó en este instante un mensajero y se marchó. Esto fue cuanto sucedió durante la reunión.

Al día siguiente vino otra vez el mismo Gobernador, inmediatamente después de comer, y se excusó diciendo que el día anterior se separó de nosotros con cierta brusquedad, pero que ahora quería recompensarnos y pasar algún tiempo con nosotros si su compañía y conversación nos agradaba. Le respondimos que nos gustaba y agradaba tanto que dábamos por bien empleados los peligros pasados y futuros sólo por haberle oído hablar; y que creíamos que una hora pasada con él valía más que años enteros de nuestra antigua vida. Se inclinó ligeramente, y tras habernos sentado exclamó: "Bien, ahora les corresponde a ustedes preguntar."

Después de una corta pausa, uno de nosotros dijo que había algo que teníamos tanto deseo de saber como miedo de preguntar, por temor a ser indiscretos. Pero que animados por su singular amabilidad hacia nosotros (de tal modo que siendo sus fieles y sinceros servidores apenas si nos considerábamos extranjeros) nos atrevíamos a proponerle la cuestión; le rogábamos humildemente que si creía que la pregunta no era pertinente nos perdonara, aunque la rechazara. Le dijimos que habíamos tenido muy en cuenta las palabras que pronunció anteriormente acerca de que esta isla en la que nos encontrábamos era conocida de muy pocos, y que, sin embargo, ellos conocían a la mayoría de las naciones del mundo; que sabíamos que esto era cierto, puesto que conocían los idiomas de Europa y estaban bastante enterados de su organización y asuntos; y que, no obstante, nosotros en Europa (a pesar de todos los descubrimientos de tierras remotas y de todas las navegaciones realizadas en los últimos tiempos) nunca tuvimos el menor indicio de la existencia de esta isla. Hallábamos esto asombrosamente extraño ya que todas las naciones se conocían entre sí, por viajes realizados a los diversos países; y aunque el viajero que visita un país extraño aprende mucho más mediante la vista que el que permanece en la patria y escucha el relato de aquél, sin embargo, ambos métodos son suficientes para alcanzar un conocimiento mutuo, en cierto grado, por ambas partes. Pero respecto a esta isla, jamás se nos dijo que ningún barco procedente de ella hubiera sido visto arribar a las costas de Europa; tampoco a las costas de las Indias orientales u occidentales, ni que ningún barco de cualquier parte del mundo hubiera vuelto de esta isla. Y, sin embargo, lo maravilloso no es esto, ya que la situación de la isla (como dijo su señoría) en la secreta inmensidad de tan vasto océano debe ser la causa de ello. Pero el hecho de que conocieran los idiomas, libros y asuntos de países tan distantes, nos hacía no saber qué pensar, ya que nos parecía condición y propiedad de potestades divinas y de seres que permanecen escondidos e invisibles para los demás y a quienes, sin embargo, todas las cosas se les revelan abiertamente.

Al oír este discurso el Gobernador sonrió con benevolencia y dijo que hacíamos bien en pedir perdón, por nuestra pregunta, debido a lo que ella implicaba, ya que parecía como si pensáramos que esta tierra era una tierra de encantadores, que enviaba espíritus por todas partes para que regresaran con noticias e información de otros países. Con la mayor humildad posible, pero con expresión de que comprendíamos, contestamos que sabíamos que él hablaba en broma; que pensábamos que existía algo sobrenatural en esta isla, pero algo más bien angélico que mágico. Con objeto de que su señoría supiera realmente qué era lo que nos hacía temerosos y dudosos en hacer esta pregunta, teníamos que decir que no se trataba de tal fantasía, sino porque recordábamos que en las primeras palabras que le oímos aludió a que esta tierra tenía leyes secretas respecto a los extranjeros.

A esto respondió:

"Su recuerdo es acertado, por esto en lo que voy a decirles, he de reservarme algunos detalles, que no es legal que revele, pero con lo que les diga tendrán ustedes bastante para su satisfacción.

"Sabrán ustedes (y quizá les parecerá increíble) que hace unos tres mil años, o algo más, la navegación mundial (especialmente respecto a los viajes largos) era mucho mayor que en la actualidad. No piensen ustedes que yo ignoro el aumento que ha experimentado dentro de los últimos ciento veinte años; lo sé bien, y sin embargo afirmo que era mayor entonces que ahora; puede ser que el ejemplo del arca, que salvó a los pocos hombres que quedaban del Diluvio Universal, diera confianza a los hombres para aventurarse sobre las aguas; el caso es que ésta es la verdad. Los fenicios, y en especial los tirios, poseyeron grandes flotas; los cartagineses fundaron una colonia más hacia Occidente. Hacia el Este, la navegación por las aguas de Egipto y Palestina era, igualmente, intensa. También China y la Gran Atlántida (que ustedes llaman América), que ahora sólo cuentan con juncos y canoas, abundaba en grandes embarcaciones. Esta isla (según consta en documentos fidedignos de aquellos tiempos) contaba entonces con mil quinientos grandes barcos de gran tonelaje. Ustedes apenas si conservan recuerdo de esto, pero nosotros sabemos bastante.

"En aquel tiempo esta tierra era conocida y frecuentada por los barcos y navíos de todas las naciones que he citado anteriormente. Y, como suele ocurrir, venían a veces con ellos hombres de otros países que no eran marinos; persas, caldeos, árabes, hombres de casi todas las naciones potentes y famosas se reunían aquí; actualmente existen entre nosotros pequeños grupos y familias que descienden de ellos. Y respecto a nuestros barcos, hicieron varios viajes tanto al estrecho que ustedes llaman las Columnas de Hércules, como a otras partes del Océano Atlántico y del mar Mediterráneo; fueron a Pekín (ciudad a la que nosotros llamamos Cambaline) y a Quinzy, en los mares de Oriente, y llegaron hasta los confines de la Tartaria oriental.

"Al mismo tiempo, y después de algo más de una generación, prosperaron los habitantes de la Gran Atlántida. Pues aunque la narración y descripción que hizo uno de vuestros grandes hombres (Platón en el Críticas) acerca de que en ella se establecieron los descendientes de Neptuno, de la magnificencia del templo, del palacio, la ciudad y la colina; de los múltiples y grandes ríos navegables (que como cadenas rodeaban al lugar y al templo); las diversas escalinatas por las que los hombres ascendían a él, como si fuera una Scala coeli; aunque todo esto sea poético y fabuloso, sin embargo, gran parte es cierto ya que el susodicho país, la Atlántida, así como el Perú, que entonces se llamaba Coya, y Méjico, llamado entonces Tyrambel, fueron poderosos y soberbios reinos por sus armas, barcos y riquezas: tan poderosos que una vez (o por lo menos en el espacio de diez años) realizaron dos grandes expediciones los hombres de Tyrambel al mar Mediterráneo a través del Atlántico; y los de Coya a nuestra isla por el Mar del Sur; de la expedición que fue a Europa, según parece, ese mismo autor tuvo alguna noticia por un sacerdote egipcio, a quien cita. Pues con seguridad esto fue un hecho. No puedo decir si la gloria de resistir y rechazar a aquellas fuerzas correspondió a los primitivos atenienses, pero lo cierto es que de aquel viaje no regresó ningún hombre ni ningún barco. Tampoco hubiera tenido mejor fortuna el viaje que los hombres de Coya realizaron contra nosotros de no haber tropezado con enemigos de mayor clemencia. El rey de esta isla, llamado Altabin, hombre sabio y gran guerrero, conociendo bien su propia fuerza y la de sus enemigos maniobró de forma que, con fuerzas inferiores, separó a las tropas de desembarco de sus navíos, apoderándose de éstos y del campamento y obligándoles a rendirse sin necesidad de combatir; cuando estuvieron a su merced se contentó con su juramento de que no volverían a empuñar las armas contra él y los puso en libertad.

"Poco después de estas arrogantes expediciones cayó sobre ellos la venganza divina. En menos de un siglo la Gran Atlántida quedó destruida; no por un gran terremoto, como dice vuestro escritor (puesto que la región era poco propensa a terremotos), sino por un diluvio extraordinario con inundación, ya que en aquellos tiempos esos países tenían las aguas procedentes de ríos mucho más grandes y montañas mucho más elevadas, que cualquier parte del Viejo Mundo. Lo cierto es que la inundación no fue profunda, pues no llegó a más de cuarenta pies de altura sobre la tierra, de forma que, aunque destruyó en general a los hombres y a los animales, sin embargo, algunos hombres salvajes de los bosques consiguieron escapar. También se salvaron los pájaros volando a las ramas altas de los árboles. Respecto a los hombres, aunque en muchos sitios tenían viviendas más elevadas que la altura del agua, sin embargo, la inundación, aunque superficial, se prolongó mucho tiempo por cuyo motivo los habitantes de los valles que no habían muerto ahogados perecieron por falta de alimentos y de otras cosas necesarias.

"Así pues, no se maravillen de la escasa población de América, ni de la rudeza e ignorancia de sus habitantes, pues hay que considerarlos como a un pueblo joven, mil años menor que el resto del mundo, pues tanto tiempo transcurrió entre el Diluvio Universal y esta extraordinaria inundación. Los pobres supervivientes del género humano que quedaron en las montañas repoblaron de nuevo el país lentamente, poco a poco, y como eran personas sencillas y salvajes (distintas a Noé y sus hijos, que constituían la familia principal de la Tierra) fueron incapaces de dejar a su posteridad alfabeto, arte o civilización; y estando habituados, igualmente, a vestirse en sus montañas ( a causa del riguroso frío de aquellas regiones) con pieles de tigres, osos y cabras de largo pelo que tenían en aquellas tierras, cuando descendieron a los valles y se encontraron con el intolerable calor que allí reinaba, y no sabiendo cómo hacerse vestidos más ligeros, forzosamente se acostumbraron a ir desnudos, y así continúan hoy. Únicamente eran aficionados a las plumas de las aves, hábito heredado de sus antepasados de las montañas, quienes se sintieron seducidos por ellas debido al vuelo de las infinitas aves que ascendían a las tierras altas mientras las aguas iban ocupando los terrenos bajos. Como ven, a, causa de este gran accidente, perdimos nuestra relación con los americanos, con quienes teníamos más que con otros, un comercio más intenso debido a nuestra mayor proximidad.

"En las demás partes del mundo es evidente que en los tiempos que siguieron (bien fuera debido a las guerras, o por la evolución natural del tiempo) la navegación decayó grandemente en todos los sitios: especialmente los viajes largos (en parte, a causa del empleo de galeras y barcos que apenas podían resistir la furia del mar) dejaron de realizarse. De este modo, la comunicación que podían tener con nosotros otras naciones cesó desde hace largo tiempo, a no ser que ocurriera algún accidente extraño como el de ustedes. Respecto a la comunicación que podíamos nosotros tener con los otros países, debo decirles la causa de que no haya ocurrido así. Puedo confesar, hablando con franqueza, que nuestras embarcaciones, potencia, marinería y pilotos, así como todo cuanto pertenece al arte de navegar, son tan grandes como lo fueron siempre; por lo tanto, voy a contarles por qué hemos permanecido en nuestro país, con lo que, para su satisfacción personal, se hallarán más cerca de su pregunta principal.

"Hace aproximadamente mil novecientos años reinaba en esta isla un soberano cuya memoria, entre todos los reyes, adoramos en mayor grado; no lo hacemos de un modo supersticioso sino considerándolo como un instrumento divino, aunque era un hombre mortal; se llamaba Salomón, y lo reputábamos como el legislador de nuestra nación. Este rey tenía un gran corazón, un inextinguible amor al bien y una inclinación fervorosa por hacer felices a su reino y a su pueblo. Considerando él que esta tierra era lo suficientemente autárquico para mantenerse sin ayuda extranjera, pues tenía 5,600 millas de diámetro y era de una rara fertilidad en su mayor parte; y hallando también que podría activarse mucho la navegación mediante la pesca y la navegación de cabotaje, e igualmente por el transporte hacia algunas islas pequeñas que no se hallan lejos de nosotros, y que se encuentran bajo la corona y leyes de este Estado; teniendo en cuenta el feliz y floreciente estado en que la isla se hallaba entonces, y que en todo caso podría empeorar pero dócilmente mejorar, aunque personalmente nada deseaba, dadas sus nobles y heroicas intenciones, quiso perpetuar la situación que tan firmemente había establecido en su tiempo. Por consiguiente, entre otras leyes fundamentales que promulgó se hallan las que prohíben la entrada de extranjeros, entrada que en aquellos tiempos (aunque fue después de la calamidad de América) era frecuente; lo hizo por temor a las novedades y a la mezcolanza de costumbres. Es cierto que una ley parecida contra la admisión de extranjeros sin autorización es una ley antigua en el reino de China, que -aún continúa en vigor. Pero allí es algo lamentable, ya que ha convertido a China en una curiosa nación, ignorante, temerosa y necia. Nuestro legislador dio otro carácter a su ley. Ante todo, tuvo buen cuidado de que se mostrara el mayor humanitarismo hacia los extranjeros afligidos por la desgracia, como ustedes han podido comprobar."

Al escuchar estas palabras todos nos levantamos, como era lógico, inclinándonos. Continuó él:

"Queriendo también aquel rey unir la humanidad y la prudencia, y pensando que era una falta de lesa humanidad detener aquí contra su propia voluntad a los extranjeros, y de prudencia el que volvieran y revelaran su descubrimiento de este Estado, adoptó las medidas siguientes: ordenó que todos aquellos extranjeros a los que se les hubiera permitido desembarcar podían partir cuando quisieran; y que los que desearan permanecer tuvieran buenas condiciones de vida y se les dotara de medios para vivir a costa del Estado. Previó en tan gran medida el futuro, que en tantos años como han transcurrido desde la prohibición no recordamos que retornara ningún barco, excepto trece personas, en épocas diferentes, que prefirieron volver. Ignoro qué es lo que contarían los que volvieron. Hay que creer que lo que relataran en cualquier parte que llegaran fuera considerado un mero sueño. Respecto a los viajes que nosotros pudiéramos realizar desde aquí al extranjero, nuestro legislador creyó conveniente limitarlos. No ocurre así en China, ya que los chinos navegan adonde quieren o adonde pueden; esto demuestra que su ley prohibiendo entrar a los extranjeros es producto de la pusilanimidad y del miedo. Esta restricción nuestra tiene sólo una excepción, la cual es admirable: aprovechar el bien que resulta de la comunicación con los extranjeros y evitar el daño. Y ahora se lo mostraré a ustedes; pero aquí voy a hacer una pequeña digresión que pronto encontrarán pertinente.

"Sabrán, queridos amigos, que entre todos los excelentes actos de aquel rey uno de ellos tuvo la preeminencia. Fue la fundación e institución de una orden o sociedad, a la que llamamos Casa de Salomón; fue la fundación más noble que jamás se hizo sobre la Tierra, y el faro de este reino. Está dedicada al estudio de las obras y de las criaturas de Dios. Creen algunos que lleva el nombre, algo corrompido, de su fundador, como si debiera ser Casa de Salomón. Pero los documentos lo citan tal como se pronuncia hoy. Lleva el nombre del rey de los hebreos, que es bastante famoso entre ustedes; conservamos parte de sus obras, que ustedes no poseen; a saber, la Historia Natural, en la que habla de todas las plantas, desde los cedros del Líbano hasta el musgo que crece en las paredes; y lo mismo de todo cuanto tiene vida y movimiento. Esto me hace pensar que nuestro rey hallándose de acuerdo en muchas cosas con aquel rey de los hebreos (que vivió muchos años antes que él lo honró con el nombre de esta fundación. Y me induce bastante a ser de esta opinión el hecho de que en los documentos antiguos esta orden o sociedad es llamada unas veces Casa de Salomón, y otras Colegio de la Obra de los Seis Días; por lo que deduzco que nuestro excelente rey aprendió de los hebreos que Dios creó el mundo y todo cuanto encierra en seis días, y que, por lo tanto, al fundar esta casa para la investigación de la verdadera naturaleza de todas las cosas (por lo cual Dios tendría la mayor gloria, como hacedor de ellas, y los hombres mayor fruto en su uso) le dio también este segundo nombre.

"Pero volvamos a nuestro asunto. Cuando el rey prohibió a su pueblo que navegara fuera de sus aguas jurisdiccionales, hizo, no obstante, esta salvedad: que cada doce años salieran del reino dos barcos con objeto de realizar varios viajes, y que en ellos fuera una comisión compuesta de tres miembros o hermanos de la Casa de Salomón para que pudieran dar a conocer el estado de los asuntos de los países que visitaban; especialmente las ciencias, artes, manufacturas e invenciones de todo el mundo; además, traernos libros, instrumentos y modelos de toda clase de cosas; dispuso que los barcos volvieran después de haber desembarcado a los hermanos, y que éstos permanecieran en el extranjero hasta la llegada de la nueva misión. Estos barcos se hallaban cargados de avituallamientos y llevaban también bastante oro para que la comisión pudiera comprar cosas necesarias y recompensar a las personas que, a su juicio, lo merecieran. Ahora bien, no puedo decirles a ustedes cómo evitamos que se descubra el desembarco de los marineros, de qué modo residen en tierra durante cierto tiempo bajo el disfraz de otra nacionalidad, qué lugares fueron los elegidos para realizar estos viajes, y en qué países se proyectan las citas de las nuevas misiones, y las circunstancias que rodean a todo esto; no puedo decirlo, por mucho que lo deseen. Como ustedes pueden observar mantenemos comercio, no de oro, plata o joyas, ni tampoco de sedas, especias o mercancías parecidas, sino de la primera creación de Dios, que fue la luz: deseamos tener luz, por así decirlo, de los descubrimientos realizados en todos los lugares del mundo."

Cuando acabó permaneció silencioso, y así estuvimos todos; nos hallábamos asombrados de haber escuchado tan sorprendentes nuevas. Observando él que deseábamos decir algo, pero que aún no sabíamos qué, cambió de conversación cortésmente y nos hizo diversas preguntas acerca de nuestro viaje y destino, concluyendo finalmente por aconsejarnos que deberíamos pensar en nosotros mismos, cuánto tiempo de estancia pensábamos solicitar del Estado, y que no nos limitáramos en nuestra solicitud, ya que él procuraría que se nos concediera tanto tiempo como deseáramos. A continuación, nos levantamos todos, y nosotros intentamos besar los bordes de su capa, pero él lo impidió y se marchó. Mas cuando nuestros hombres supieron que el Estado acostumbraba ofrecer condiciones a los extranjeros que decidieran permanecer en la isla, tuvimos bastante trabajo en conseguir que algunos de ellos cuidaran del barco, e impedirles presentarse inmediatamente al Gobernador para solicitar las condiciones; lo evitamos con mucho trabajo, hasta que pudiéramos estar de acuerdo acerca de qué partido adoptar.

Nos consideramos libres viendo que no había peligro de perdición extrema, y desde entonces vivimos con más alegría, saliendo a la calle y viendo todo cuanto era digno de visitarse en la ciudad y lugares cercanos, dentro de los límites que nos estaban permitidos; nos relacionamos con muchas personas importantes, y encontramos en ellas tanta afabilidad que parecía que formaba parte de su condición recibir a extranjeros. Y esto fue bastante para hacernos olvidar cuanto nos era más querido en nuestros propios países. Continuamente hallábamos cosas que valía la pena observar o relacionarse un ellas. Sin duda alguna, si existiera un espejo en el mundo merecedor de que el hombre se fijara en él, éste sería aquel país.

Un día, dos de los nuestros fueron invitados a una Fiesta de la Familia, según ellos la llaman; es una costumbre muy sencilla, piadosa y sagrada, que muestra que aquella nación se compone de todos los bienes. Consiste en lo siguiente. A cualquier hombre que alcance a ver vivos a treinta de sus descendientes, mayores de tres años, se le concede celebrar una fiesta a costa del Estado. El padre de la familia, a quien llaman el Tirsán, dos días antes de la fiesta lleva con él a tres amigos que guste elegir, siendo acompañado también por el Gobernador de la ciudad o lugar donde la fiesta se celebre; se citan también para que concurran a todas las personas de la familia de ambos sexos. Dos días antes el Tirsán celebra consulta sobre el buen estado de la familia. En ella se resuelven las discordias o litigios que hayan podido surgir entre los miembros. Si alguno de la familia se halla en mala situación, se procura ayudarle o ponerle remedio. Se censura y reprueba al que ha adoptado una mala vida. Se dan normas respecto a los matrimonios y al porvenir de los familiares, junto con otros avisos y órdenes. Asiste al final el Gobernador para ejecutar, mediante su autoridad pública, los decretos y órdenes del Tirsán, por si fueran desobedecidos; aunque, como reverencian y obedecen tanto las leyes de la naturaleza, raras veces se necesita esta medida. El Tirsán elige uno de sus hijos para que viva con él en la casa; se le conoce desde entonces con el nombre de Hijo de la Vid. La razón de ello aparecerá luego.

El día de la fiesta, el padre o Tirsán, después del servicio divino, penetra en el gran cuarto donde se celebra; esta habitación tiene una plataforma en el extremo. junto a la pared, en medio de la plataforma, hay un sillón para él, con una alfombra y una mesa delante. Encima del sillón se encuentra un dosel redondo u ovalado hecho de hiedra, hiedra algo más blanca que la nuestra, como las hojas de los álamos blancos, pero más brillante; se conserva verde durante todo el invierno. El dosel está curiosamente adornado con plata y seda de diversos colores, colgadas y mezcladas en la hiedra; es una obra realizada por alguna de las hijas de la familia; se halla cubierta en la parte superior por una bella red de seda y plata. No obstante, el armazón está hecho de auténtica hiedra; una vez que se desmonta, los amigos de la familia desean conservar una ramita o una hoja.

Aparece el Tirsán con toda su generación o linaje, los varones precediéndole, y las hembras siguiéndole; si vive la madre de la que descienden todos, entonces, a la derecha del sillón, en un piso superior, hay un apartamiento con una puerta privada y una ventana de cristal tallado, emplomada en oro y azul, donde se sienta, oculta a todas las miradas. Cuando el Tirsán entra se sienta en el sillón; todos sus descendientes se colocan junto a la pared, tanto a su espalda como a los lados de la plataforma, y permanecen de pie, por orden de edades, sea cualquiera el sexo que tengan. Una vez que se ha sentado, con la habitación llena de personas, pero sin desorden alguno, luego de una pausa penetra por el otro extremo del aposento un Taratán (que es tanto como decir un heraldo) con un muchacho a cada lado, uno de los cuales lleva un rollo de pergamino amarillo brillante y el otro un racimo con el tallo y las uvas de oro. El heraldo y los niños visten mantos de satén verde agua; el del heraldo tiene franjas doradas y lleva cola.

Luego el heraldo, haciendo tres reverencias o inclinadores, se acerca a la plataforma y allí, en primer lugar, toma en sus manos el rollo. Este rollo es la carta de privilegio real que contiene donaciones de renta y muchos privilegios, franquicias y títulos honoríficos concedidos al padre de la familia. Siempre va dedicada y dirigida: "A fulano de tal, nuestro amado amigo y acreedor", título adecuado sólo para este caso, pues dicen que el rey no es deudor nunca de ningún hombre a no ser por la propagación de sus súbditos. El sello impreso en la carta real representa la imagen del rey, en relieve o moldeado en oro; aunque tales cartas se conceden como un derecho, sin embargo, se varían a discreción según el número y dignidad de la familia. El heraldo lee en voz alta la carta, y mientras la lee, el padre o Tirsán permanece de pie. apoyado en dos de sus hijos elegidos previamente por él. Sube el heraldo a la plataforma y le entrega la carta, todos los que se hallan presentes prorrumpen entonces en una aclamación en su lengua, que viene a decir: "Felices las personas de Bensalem."

A continuación, el heraldo toma en sus manos, del otro muchacho, el racimo de uvas de oro. Se encuentran éstas bellamente esmaltadas; si se hallasen mayoría el número de varones de la familia, las uvas están esmaltadas de púrpura, con un pequeño sol engastado en la parte superior; si la mayoría la constituyen las hembras, entonces están esmaltadas de un amarillo verdoso, con una media luna en lo alto. Hay tantas uvas como descendientes de la familia. El heraldo entrega también al Tirsán este racimo dorado, quien lo da a su vez al hijo que ha elegí para que lo acompañe en la casa; éste lo sostiene ante su padre cuando aparece' en público poco después; de aquí que se le llame el Hijo de la Vid.

Una vez acabada la ceremonia se retira el padre o Tirsán, y poco después regresa para comer, sentándose solo bajo el dosel, lo mismo que antes; ninguno de sus descendientes se sienta con él, sea cualquiera su dignidad o grado, excepto si es miembro de la Casa de Salomé. Es servido por sus propios hijos varones, que se arrodillan ante él, en tanto que las mujeres se hallan de pie a su lado, recostadas en la pared. A los lados del dosel hay mesas para los invitados, a quienes se sirve con gran gentileza; después de comer (en las fiestas más importantes la comida nunca dura más de hora y media) se canta un himno, que se diferencia de los demás según la inventiva del que lo compuso (pues tienen excelentes poetas); el tema del himno es siempre un elogio de Adán, Noé y Abraham; se debe esto a que los dos primeros poblaron al mundo y el tercero fue el padre de la fidelidad misma; al final, siempre se dan gracias por la natividad de nuestro Salvador, con cuyo nacimiento se santificaron los nacimientos de todos los hombres.

Levantados los manteles, el Tirsán se retira de nuevo; y habiéndole hecho a un lugar donde reza unas oraciones privadas, vuelve por tercera vez para dar la bendición a todos sus descendientes que lo rodean como al principio. Después los va llamando uno a uno, por su nombre y según le parece, invirtiendo a veces el orden de edad. La persona llamada (la mesa se ha quitado de en medio) se arrodilla delante del sillón, el padre apoya su mano sobre la cabeza de él o de ella, y le da su bendición con estas palabras: "Hijo de Bensalem (o hija de Bensalem), tu padre te dice que el hombre por el que tú vives y respiras habla la palabra de la salvación; la bendición del Padre Eterno, del Príncipe de la Paz, del Espíritu Santo, descienda sobre ti, y haga que sean muchos y felices los días de tu peregrinación en la Tierra." Tal es lo que le dice a cada uno de ellos; y acabado esto, si algunos de sus hijos tienen especial mérito y virtud (no suelen ser más de dos) los llama otra vez, y poniendo su mano sobre sus espaldas, mientras ellos permanecen de pie, les dice: "Hijos míos, dad gracias a Dios porque habéis nacido, y perseverad en el bien hasta el fin." Y entrega, además, a ambos una joya que representa una espiga de trigo, que en adelante ellos llevan en la parte delantera de su turbante o sombrero. Acabada esta ceremonia, durante el resto del día hay música, baile y otras diversiones típicas. Tal es el orden completo de la fiesta.

Transcurridos unos seis o siete días, entablé estrecha amistad con un comerciante de la ciudad, llamado Joabin. Era judío y circunciso, pues existen allí algunas familias judías a quienes dejan conservar su religión propia. Y hacen bien porque estos judíos son muy distintos de los que viven en otros países. En tanto que éstos odian el nombre de Jesucristo y poseen un rencor innato contra las personas entre quienes viven, aquéllos, por el contrario, conceden a nuestro Salvador muchos y elevados atributos, y aman en gran medida a Bensalem. Ciertamente este hombre de quien hablo reconocía que Cristo nació de una Virgen y que fue más que un hombre; que Dios le hizo reinar sobre los serafines, que guardan su trono; estos judíos llaman también a Jesucristo la Vía Láctea, el Elías del Mesías, y otros muchos y elevados nombres, que, aunque sean inferiores a su majestad divina, sin embargo, están muy lejos de constituir el lenguaje de otros judíos.

Respecto al país de Bensalem, este hombre no acababa de elogiarlo; constituía una tradición entre los judíos la creencia de que las gentes del país descendían de Abraham, a través de otro hijo, al que llaman Nachoran; y que Moisés ordenó las leyes de Bensalem mediante una doctrina secreta, leyes que rigen actualmente; creen también que cuando venga el Mesías y se siente en su trono en Jerusalén, el rey de Bensalem se sentará a sus pies, mientras que los otros reyes mantendrán una gran distancia. Pero prescindiendo de estos sueños judíos, el comerciante era un hombre docto y sabio, de una gran cortesía y muy conocedor de las leyes y costumbres de aquella nación.

Un día que conversábamos le dije que me hallaba muy impresionado por el relato que me había hecho uno de mis compañeros de la fiesta de la familia, pues, según me parecía, jamás había sabido de una solemnidad semejante en donde la naturaleza presidiera en tan alto grado. Y a causa de que la propagación de la especie procede de la cópula nupcial, deseaba que me dijera qué leyes y costumbres tenían sobre el matrimonio, si se mantenían fieles a él y estaban ligados a una sola esposa. Y le preguntaba esto porque en los países donde se desea vivamente el aumento de natalidad, por lo general hay permiso para tener varias mujeres.

A esto me respondió: "Tiene usted razón en elogiar esa excelente institución de la fiesta de la familia; sin duda alguna tenemos la experiencia de que aquellas familias que participan de las bendiciones de esta fiesta medran y prosperan continuamente de un modo extraordinario. Pero escúcheme ahora, y le diré lo que sé. Comprenderá que no existe bajo los cielos una nación tan casta como la de Bensalem, ni tan libre de toda corrupción o torpeza. Es la nación virgen del mundo. Recuerdo haber leído en uno de vuestros libros europeos la historia de un santo ermitaño que deseaba ver al Espíritu de Fornicación, y se le apareció un impuro y feo enano etíope. Pero si hubiera querido ver al Espíritu de Castidad de Bensalem, se le habría aparecido un bellísimo querubín. No existe nada entre los mortales más bello y admirable que el casto espíritu de este pueblo. Sepa usted que entre ellos no existen burdeles ni cortesanas ni nada que se le parezca. Se maravillan, detestando el hecho, de que se permitan tales cosas en Europa. Dicen que ustedes han destrozado el matrimonio, ya que éste está ordenado como remedio contra la concupiscencia ilícita, y la concupiscencia natural parece un incentivo para el matrimonio; pero cuando los hombres tienen a su alcance un remedio más agradable para su corrompida voluntad, el matrimonio casi desaparece. Por esto existen infinitos hombres que no se casan, y que prefieren una vida de soltero, impura y libertina, al yugo del matrimonio; y muchos que se casan, lo hacen tarde, cuando ya ha pasado el vigor y la fuerza de los años. Y cuando se casan, el matrimonio es para ellos un mero negocio mediante el que se busca un enlace ventajoso, dinero o reputación, yéndose a él con un vago deseo de reproducción y no con la recta intención de una unión entre marido y mujer, que es para lo ve fue instituido. También es posible que quienes han derrochado tan bajamente su vigor estimará muy poco a sus hijos, a diferencia de los hombres castos. ¿Se enmienda mucho más la situación durante el matrimonio, como debería ser, si estas cosas se toleran sólo por necesidad? No, sino que continúan siendo aún una afrenta para el matrimonio. El hecho de frecuentar estos lugares disolutos no se castiga más en los casados que en los solteros. Y la depravada costumbre de cambiar, y los placeres de las aventuras con meretrices (en las que el pecado se convierte en arte) hacen que el matrimonio sea algo triste, parecido a una especie de contribución o de impuesto. Los oyen a ustedes defender, con el pretexto de evitar mayores males, cosas tales como los adulterios, estupros, deseos contra naturaleza, y así sucesivamente. Ellos dicen que ésta es una sabiduría absurda, y la llaman La oferta de Lot, quien, para evitar los abusos de sus invitados, les ofreció sus hijas; no, aseguran que con esto se gana POCO, ya que permanecen y aumentan los mismos vicios y apetitos; el deseo ilícito se parece a un horno, en el cual, si se detienen por completo las llamas, se apaga, pero si se dejan, crecen más. La pederastia no existe entre ellos, y naturalmente eso no obsta para que sean los mejores amigos del mundo; hablando en términos generales, como dije anteriormente, creo que no hay ningún pueblo tan casto como éste. Es un dicho usual entre ellos que "quien no es casto no puede respetarse a sí mismo"; dicen también que "después de la religión, el respeto a sí mismo es el freno principal de todos los vicios."

Cuando acabó de pronunciar estas palabras el buen judío hizo una pausa; entonces, aunque tenía más interés en oírlo que en hablar yo mismo, pensando que sería correcto, después de su interrupción, decir algo, le advertí que nos recordaba nuestros pecados, como la viuda de Sarepta se los recordó a Elías; y que reconocía que la rectitud de conducta de Bensalem era mayor que la de Europa. Al escuchar mis palabras inclinó la cabeza y continuó del modo siguiente:

"Poseen también muchas y excelentes leyes respecto al matrimonio. No permiten la poligamia. No pueden casarse o celebrar el contrato matrimonial previo hasta que ha transcurrido un mes después de su primera entrevista. No invalidan el matrimonio celebrado sin consentimiento paterno, pero lo castigan con una multa a los herederos; los hijos de estos matrimonios no pueden heredar más de una tercera parte de los bienes de sus padres."

Continuábamos nuestra charla cuando entró una especie de mensajero, vestido con una rica capa y habló con el judío; entonces, éste se volvió a mí exclamando: "Perdóneme, pero tengo orden de salir con urgencia."

A la mañana siguiente vino hacia mí, alegre al parecer, y dijo: "El Gobernador de la ciudad ha sabido que uno de los padres de la Casa de Salomón va a llegar hoy; no hemos visto a ninguno de ellos desde hace doce años. Su llegada se celebrará con gran pompa, pero la causa de su venida es secreta. Les facilitaré a usted y a sus amigos un buen sitio para presenciar su entrada." Le di las gracias, diciéndole que me alegraban mucho las noticias.

Hizo su entrada al día siguiente. Era un hombre de edad y estatura media, de aspecto gentil, y parecía como si compadeciera a los hombres. Vestía ropas de buen paño negro, con amplias mangas y una esclavina; la ropa de debajo era de excelente hilo blanco, le llegaba hasta los pies y estaba ceñida por un cinturón; una estola le rodeaba el cuello. Calzaba unos bellos guantes con piedras preciosas engarzadas en ellos y zapatos de terciopelo color melocotón. El cuello lo tenía desnudo hasta el comienzo de los hombros. Su sombrero parecía un casco, o una montera española; sus bucles le caían por detrás con naturalidad. La barba, un poco más clara que su pelo obscuro, la tenía recortada en forma redonda. Venía en una rica carroza, sin ruedas, a modo de litera, con dos caballos a cada lado ricamente enjaezados con terciopelo recamado de azul, y dos palafreneros a cada lado vestidos del mismo modo. La carroza era toda de cedro, dorada, y adornada de cristal, excepto en la parte delantera donde tenía paneles de zafiros, engastados en los bordes de oro, y en la parte posterior lo mismo, pero en esmeraldas de color Perú. En lo alto, en la mitad, había un sol radiante dorado; también en lo alto, en primer término, se veía un pequeño querubín de oro con las alas desplegadas. La carroza estaba cubierta con un paño dorado bordado en azul. Ante él iban cincuenta servidores, todos jóvenes, vestidos con casacas, hasta la rodilla, de satén blanco; medias de seda blancas, zapatos de terciopelo azul, y sombreros de terciopelo azul con bellas plumas de diversos colores colocadas alrededor en forma de bandas. Delante de la carroza iban dos hombres, descubierta la cabeza, con túnicas hasta los pies, ceñidas, y zapatos de terciopelo azul; uno de ellos llevaba un báculo, el otro un cavado de pastor; no eran de metal sino el báculo de madera de bálsamo, y el cayado de pastor, de cedro. No se veía ningún hombre a caballo, ni delante ni detrás de la carroza; al parecer era para evitar cualquier tumulto o molestia. Detrás de la carroza marchaban todos los funcionarios y jefes. de las corporaciones de la ciudad. El recién llegado estaba sentado solo, sobre almohadones de una excelente felpa azul; sus pies descansaban en curiosas alfombras de diversos colores, mucho más bellas que las persas. Llevaba levantada una mano como si bendijera al pueblo, pero permanecía en silencio. La calle estaba maravillosamente organizada, tanto que el orden que mantenían las personas era superior al orden de batalla en que pudiera estar cualquier ejército. La gente no se amontonaba tampoco en las ventanas, sino que cada persona se hallaba en ellas como si hubiera sido colocada de antemano.

Cuando hubo acabado el desfile, el judío me dijo: "Lamento no poder atenderlo como quisiera, pero la ciudad me ha encargado que prepare los agasajos en honor de este personaje."

Tres días después el judío me buscó de nuevo y me anunció: "Tienen ustedes suerte; al saber el padre de la Casa de Salomón que se hallan aquí, me envía para que les diga que los recibirá a todos y que mantendrá una entrevista privada con una persona elegida por ustedes; los cita para pasado mañana. Y como tiene intención de bendecirlos, lo hará por la mañana."

Fuimos el día y a la hora indicados, y fui yo el elegido para la entrevista privada. Lo encontramos en un bello aposento, ricamente tapizado y alfombrado hasta la plataforma misma. Estaba sentado en un trono bajo, muy bien adornado y le cubría la cabeza una rica tela bordada en satén azul. Únicamente le acompañaban dos pajes de honor, uno a cada lado, bellamente vestidos de blanco. La ropa de debajo era la misma que llevaba cuando lo vimos en la carroza, pero en lugar de la toga llevaba un manto con una esclavina, del mismo bello color negro, ceñida alrededor. Al entrar, según se nos había indicado, nos inclinamos, y cuando estuvimos más cerca de su sillón se levantó y extendió su mano desnuda bendiciéndonos; volvimos a inclinarnos todos y besamos el borde de su vestido. Hecho esto los demás se fueron y yo permanecí con él. Despidió a los pajes, me invitó a sentarme a su lado y habló en español en los siguientes términos:

"Dios te bendiga, hijo mío; voy a hacerte partícipe de la joya más preciosa que poseo, pues por amor a Dios y a los hombres te haré una relación del verdadero estado de la Casa de Salomón. Hijo mío, con objeto de que la conozcas bien guardaré el orden siguiente. En primer lugar, te haré saber la finalidad de nuestra fundación. En segundo lugar, las posibilidades e instrumentos con que contamos para nuestros trabajos. En tercer lugar, los diversos empleos y funciones asignados a los colaboradores. Y, por último, las ordenanzas y ritos que observamos.

"El fin de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y movimientos secretos de las cosas, así como la ampliación de los límites del imperio humano para hacer posibles todas las cosas.

"Los dispositivos e instrumentos con que contamos son éstos. Tenemos grandes y profundas cuevas (le diversa extensión; las más profundas tienen seiscientas brazas, y algunas se hallan excavadas bajo grandes colinas y montañas; si se mide la profundidad de la colina y la de la cueva, algunas de ellas pasan de las tres millas. Creemos que es lo mismo la profundidad de una colina y de una cueva a partir de la parte llana; y ambas están igualmente lejos del sol, de las radiaciones celestes y del aire libre. Llamamos a estas cuevas la región inferior, y las empleamos para realizar coagulaciones, endurecimientos, refrigeraciones y conservación de cuerpos. Del mismo modo, las usamos como imitación de minas naturales, y para producir también nuevos metales artificiales, mediante composiciones y materiales que empleamos, y que permanecen allí durante muchos años. Utilizamos las cuevas también (por extraño que pueda parecer) para curar enfermedades y para prolongar la vida de algunos ermitaños que eligieron vivir allí, provistos de todo lo necesario, e indudablemente viven largo tiempo; a través de ellos aprendemos también muchas cosas.

"Contamos con terrenos donde enterramos varias especies de cementos, como aquellos con que hacen sus porcelanas los chinos. Pero los tenemos en una variedad más extensa, y algunos de ellos son más bellos. Tenemos también una extensa variedad de tierras y abonos para hacer más fértil la tierra.

"Poseemos altas torres, la más elevada de media milla de altura, y algunas de ellas se asientan en elevadas montañas, de modo que la colina más elevada, con la torre en la cima, tiene por lo menos tres millas de altura. Y a estos lugares los llamamos la región superior, considerando el aire que existe entre los lugares altos y los bajos como la región media. Empleamos estas torres, según sus situaciones y alturas, para aislamiento, refrigeración y conservación de productos, así como para la observación de fenómenos atmosféricos diversos: vientos, lluvia, nieve, granizo, etc. En ellas, en algunos puntos, existen viviendas de ermitaños, a quienes visitamos, a veces, y nos instruyen en lo que observan.

"Disponemos de grandes lagos, salados y frescos, en los que pescamos peces y cazamos aves. Los usamos también para enterrar determinados cuerpos naturales, pues encontramos que existe gran diferencia entre enterrar las cosas en la tierra, o en el aire de debajo de la tierra, y enterrarlas en el agua. Tenemos también lagunas de las que algunas personas extraen agua potable, dulce, y otras, mediante artificios convierten el agua dulce en salada. Tenemos también rocas en medio del mar, y en algunas bahías de la costa, para efectuar trabajos en los que se necesita aire y vapor de agua del mar. Poseemos, igualmente, violentas corrientes y cataratas, que nos sirven para producir muchos movimientos; también máquinas que aprovechando la fuerza del viento producen movimientos diversos.

"Tenemos también cierto número de pozos y fuentes artificiales, a imitación de manantiales y baños naturales, y que contienen en disolución vitriolo, sulfuro, acero, plomo, salitre y otros minerales; y, además, poseemos pequeños pozos donde mezclamos muchas cosas, con lo que las aguas adquieren la virtud más de prisa y mejor que en vasijas o en estanques. Entre éstas tenemos un agua que llamamos Agua del Paraíso, remedio soberano. para conservar la salud y prolongar la vida.

"Tenemos también grandes y espaciosas casas, donde imitamos y hacemos demostraciones de fenómenos atmosféricos, como nieve, granizo, lluvia, caídas artificiales de cuerpos que no son agua, truenos, y relámpagos; igualmente, engendramos cuerpos en el aire, como ranas, moscas y otros diversos.

"Tenemos también ciertas cámaras, a las que denominamos cámaras de salud, donde preparamos el aire para que sea adecuado y bueno para la curación de diversas enfermedades, y para la conservación de la salud.

"Tenemos también grandes y magníficos baños, con mezclas diversas, para curar enfermedades y restablecer al cuerpo humano del exceso de sequedad; y otros para aumentar la fuerza de los nervios, de las partes vitales, y de la substancia y jugo corporales.

"Contamos igualmente con varios huertos y jardines, en los cuales más que a su belleza atendemos a la variedad del terreno y del suelo, adecuados para distintas clases de árboles y hierbas; algunos de ellos son muy espaciosos, plantándose árboles, fresas, moras etc., con las que hacemos diferentes clases de bebidas, además del vino. Realizamos toda clase de injertos, así como hacemos experimentos para convertir los árboles silvestres en frutales; todo esto da lugar a la producción de muchos efectos. En los mismos huertos y jardines conseguimos por medios artificiales que los árboles y las flores florezcan antes o después de su estación correspondiente, y que den fruto con más rapidez que lo harían siguiendo su evolución normal. Logramos también que adquieran un tamaño mayor que el natural, y que su fruto sea mayor y más dulce, y de un gusto, olor, color y forma distintos a los que poseen por naturaleza. Muchos de ellos pueden emplearse como medicinales.

"Conocemos medios Para obtener diversas plantas y desarrollar su crecimiento mediante mezclas de tierras, sin semillas, e igualmente para producir plantas nuevas distintas a las corrientes, y para lograr que un árbol o planta se convierta en otro.

"Tenemos también parques y recintos con toda clase de animales, a los cuales empleamos no sólo como espectáculo por su rareza sino para disecciones y experimentos; de este modo podemos averiguar por analogía muchos males del cuerpo humano. Hemos hallado muchos efectos extraños, como por ejemplo que la vida continúa en ellos, aunque partes que se consideran vitales perezcan o se amputen; resucitar a algunos que en apariencia estaban muertos, y casos parecidos. Probamos también en ellos toda clase de venenos y medicamentos, para bien de la medicina y de la cirugía. Los hacemos artificialmente más grandes o más altos de lo que es su especie, y, al contrario, los empequeñecemos y detenemos su crecimiento; los hacemos más fecundos y fructíferos de lo que es su especie y, al contrario, estériles e incapaces de fecundar. De muchas formas, cambiamos su color, tamaño y actividad. Hemos encontrado medios para realizar cruces de diversos géneros, que han dado como resultando muchas especies nuevas, que no son estériles como supone la opinión general. Hacemos cierto número de especies de serpientes, gusanos, moscas, peces, de materia en putrefacción, y a partir de su especie algunas se convierten, en efecto, en seres más perfectos, como bestias o pájaros, que poseen su propio sexo y se multiplican. Todo esto no lo realizamos al azar, ya que sabemos de antemano qué seres surgirán a partir de un cruce y materia determinados.

"Tenemos también estanques para hacer experimentos con peces, como dijimos antes respecto a los pájaros y demás animales.

"Contamos igualmente con lugares para la alimentación y generación de las especies de gusanos y moscas que tienen una utilidad especial, como los gusanos de seda y las abejas de ustedes.

"No lo entretendré mucho con la descripción de nuestras cervecerías, panaderías y cocinas, donde se fabrican, diversas bebidas, panes y carnes, raras y de especiales efectos. Tenemos vinos de uva y bebidas de otros jugos de frutos, de granos, de raíces, y mezcladas con miel, azúcar, maná, y frutos secos y condensados; igualmente del jugo destilado por las incisiones practicadas en los árboles y de la pulpa de las cañas. Estas bebidas tienen edades diversas, algunas hasta de cuarenta años. Poseemos también bebidas combinadas con diversas hierbas, raíces y especias; también con carnes variadas, de modo que estas bebidas tienen el alimento de la carne y de la bebida a la vez; así pues, especialmente las personas de edad avanzada pueden vivir a base de ellas, sin necesidad de tomar carne o pan. Nos esforzamos, sobre todo, en obtener bebidas muy sutiles, que se introduzcan en el cuerpo sin hacer daño, de tal modo que algunas de ellas si se ponen sobre el dorso de la mano, después de unos momentos, pasan a la palma, y no obstante son suaves al paladar. Tenemos también aguas preparadas para que tengan propiedades alimenticias, de forma que, sin duda alguna, son excelentes bebidas, y muchas personas no beben ninguna otra. Tenemos pan de diversas clases de granos, raíces y simientes, y algunos de pescado y carne secos; como están hechos con diversas clases de fermentos y condimentos excitan mucho el apetito, de tal forma que quienes viven a base de él, sin comer ninguna otra carne, viven largo tiempo. Respecto a la carne la preparamos tan bien, logramos que sea tan tierna, sin que se corrompa, que un débil esfuerzo del estómago la convierte en un buen quilo, así como un esfuerzo demasiado fuerte lo haría con carne preparada de otro modo. Tenemos también clases de carne, pan y bebidas que capacitan a los hombres para vivir largo tiempo; otras que logran que el cuerpo del hombre sea sensiblemente más fuerte y resistente, y que su fuerza sea mucho mayor que lo sería de otro modo.

"Tenemos dispensarios o tiendas de medicinas, en las que puede verse que contamos con más variedad de plantas y de seres vivos que ustedes tienen en Europa (pues sabemos las que tienen); las hierbas medicinales, drogas e ingredientes para medicinas se encuentran, igualmente, en gran variedad. Las tenemos de diversas épocas y de largas fermentaciones. Respecto a sus preparaciones, no sólo tenemos. aparatos para llevar a cabo toda clase de delicadas destilaciones y separaciones, sino también formas exactas de composición, por las cuales incorporan todos los productos de modo tal que parecen ser elementos naturales.

"Tenemos también artes mecánicas de las que ustedes carecen; materiales fabricados por ellas, como papel, lino, seda, tisú, delicados trabajos en piel de un brillo maravilloso, excelentes tintes, y otras muchas cosas; hay así mismo tiendas, tanto corrientes como de lujo. Debe usted saber que muchos de los artículos que he enumerado circulan y se usan en todo el país, pero, como son producto de nuestra inventiva conservamos ejemplares y modelos de ellos.

"Tenemos hornos muy variados y con diversa intensidad de calor: ígneo y vivo; fuerte y constante; templado y suave; mantenido, lento, seco, húmedo, etc. Pero, sobre todo, tenemos clases de calor a imitación del calor del sol y de los cuerpos celestes que pasan por diversos grados de intensidad, y, por decirlo así, sujetos a órbitas, adelantos y atrasos, y que producen admirables efectos. Además, tenemos calores de estiércoles, de entrañas y vísceras de seres vivos y de sus sangres y cuerpos, de heno y hierbas húmedas, de cal viva, etc. Poseemos también instrumentos que generan calor mediante el movimiento y lugares destinados a fuertes insolaciones. Más aún, lugares para aislar por - completo a los cuerpos, y sitios subterráneos que de un modo natural o artificial producen calor. Empleamos estos diversos calores para la operación que intentamos realizar.

"Tenernos laboratorios donde hacemos toda clase de ensayos sobre la luz, las radiaciones y los colores; partiendo de objetos incoloros y transparentes podemos representar todos los diversos colores, no los del espectro (como ocurre en las gemas y en los prismas) sino cada uno en particular. Representamos también multiplicidades de luces, que podemos llevar a gran distancia y hacerlas tan potentes como para distinguir pequeños puntos y líneas. También todas las colocaciones de la luz; todas las ilusiones y engaños de la vista, en tamaños, magnitudes, movimientos, colores; todas las demostraciones de sombras. Hemos hallado igualmente diversos procedimientos, que ustedes desconocen, para producir luz a partir de diversos cuerpos. Tenemos medios para ver los objetos muy lejanos, en el firmamento y en los lugares remotos; también para contemplar las cosas cercanas como si estuvieran muy distantes, y las cosas muy distantes como. si estuvieran cercanas, de modo que las distancias quedan fingidas. Para ver tenemos auxiliares mejores que las gafas y lentes corrientes. Tenemos también lentes y artificios para ver perfecta y distintamente cuerpos muy diminutos: las formas y colores de moscas y gusanos pequeños, defectos e imperfecciones en las gemas que no se pueden ver de otro modo, hacer observaciones en la orina y en la sangre que de otra forma no se podrían hacer. Hacemos arcos iris artificiales, aureolas y círculos luminosos. Representamos toda clase de reflexiones, refracciones, y multiplicamos los rayos visuales de los objetos.

"Tenemos también piedras preciosas de todas clases, muchas de ellas de gran belleza, y que ustedes desconocen; del mismo modo, cristales, y lentes de diversos géneros; entre éstos, metales cristalizados, y otros materiales, además -de aquellos con los que se hace cristal. Igualmente, minerales imperfectos y fósiles que ustedes no tienen. También, imanes de prodigiosa virtud y otras piedras raras, tanto artificiales como naturales.

"Tenemos también laboratorios de acústica, en los que practicamos y hacemos demostraciones con todos los sonidos y cómo se producen. Tenemos armonías que ustedes no tienen, de cuartas e intervalos menores, Diversos instrumentos musicales, que ustedes desconocen, algunos mucho más dulces que los que puedan ustedes poseer, junto con campanas y timbres delicados y armoniosos. Los sonidos bajos los convertimos en altos y profundos, del mismo modo, a los altos los hacemos bajos y agudos; a sonidos que originalmente son continuos los convertimos en susurrantes y gorjeantes. Representamos e imitamos todas las letras y sonidos articulados, y los gritos y notas de pájaros y bestias. Poseemos ciertos aparatos que aplicados al oído logran que se pueda escuchar mejor y más alto. Tenemos también diversos, extraños y artificiales ecos que reflejan la voz muchas veces, como si la rebotaran; otros que devuelven la voz más alta que fue enviada, otros más, aguda, y otros más profunda; algunos devuelven la voz, que difiere en el retraso sonidos de la que recibieron. Contamos también con medios para conducir los sonidos pon tubos y conductos, a través de extrañas líneas, a grandes distancias.

"Tenemos también laboratorios de perfumería, donde practicamos diversos ensayos. Multiplicamos los olores, lo cual puede parecer extraño; imitamos olores, haciendo que tengan un perfume diferente del de las substancias que lo forman. Igualmente, realizamos diversas imitaciones del sabor, de tal forma que pueden engañar al paladar de cualquier hombre. En este laboratorio tenemos también un departamento de confitería donde fabricamos toda clase de dulces, sólidos y líquidos, y diversas clases de agradables vinos, leches, caldos y ensaladas en mucha mayor variedad que puedan ustedes tener.

"Contamos también con salas de máquinas, en las que preparamos máquinas e instrumentos para realizar toda clase de movimientos. En ellas practicamos e imitamos movimientos más rápidos que los que ustedes producen, bien con sus mosquetes o con cualquier otro instrumento que posean; y esto con objeto de hacerlos y multiplicarlos con más facilidad y mediante una fuerza menor, por medio de ruedas y de otras formas, y así hacerlos más potentes y más violentos que los de ustedes, para que sobrepasen a vuestros más grandes cañones. Experimentamos con artillería, instrumentos de guerra y máquinas de todas clases; igualmente, hacemos nuevas mezclas y combinaciones de pólvora, fuego griego inextinguible, y también cohetes de todo género, por placer y para emplearlos. Imitamos también el vuelo de las aves; hemos logrado éxitos al conseguir volar en el aire. Tenemos barcos y barcas para navegar bajo las aguas del mar, cinturones para nadar y salvavidas. Poseemos diversos relojes curiosos, aparatos con movimientos de vuelta y algunos con movimiento perpetuo. Imitamos también los movimientos de seres vivos, como hombres, bestias, aves, peces y serpientes; conocemos también un gran número de otros movimientos, raros por su igualdad, finura y sutileza.

"Poseemos también un departamento de matemáticas, donde están representados todos los instrumentos, tanto de geometría como de astronomía, exquisitamente fabricados.

"Tenemos también casas de ilusiones de los sentidos, donde hacemos juegos de prestidigitación, falsas apariciones, impostoras, ilusiones y falacias. Usted creerá fácilmente, con seguridad, que nosotros, que poseemos tantas cosas naturales que inducen a admiración, podríamos engañar a los sentidos si mantuviéramos ocultas estas cosas, y arreglárnoslas para hacerlas aparecer como milagrosas. Pero odiamos tanto las impostoras y mentiras que hemos prohibido severamente a nuestros ciudadanos, bajo pena de ignominia y multa, que muestren cualquier obra natural adornada o exagerada, debiendo mostrarla en su pureza original, desprovista de toda afectación.

"Tales son, hijo mío, las riquezas de la Casa de Salomón.

"Para atender a las necesidades suscitadas por los empleos y oficios de nuestros ciudadanos, doce de ellos navegan hacia países extranjeros bajo la bandera de otras naciones (pues nosotros ocultamos la nuestra), trayéndonos libros, resúmenes y modelos de experimentos realizados en todas partes. A estos hombres los llamamos los Mercaderes de la Luz,

"Tres de ellos reúnen los experimentos que se encuentran en todos los libros. A éstos los llamamos los Depredadores.

"Tres reúnen los experimentos llevados a cabo en las artes mecánicas, en las ciencias liberales, y aquellas prácticas que no se incluyen en las artes. A éstos los llamamos. los Hombres del Misterio.

"Tres ensayan nuevos experimentos, según lo juzgan conveniente. Los llamamos Pioneros o Mineros,

"Tres catalogan los experimentos de los cuatro grupos anteriormente enumerados en títulos y tablas, para iluminar mejor la deducción de las observaciones y axiomas extraídos de ellos. Los llamamos Compiladores.

"Tres examinan los experimentos de sus compañeros, concentrándose en el intento de deducir de ellos cosas útiles y prácticas para la vida y el conocimiento del hombre; e igualmente para sus obras, para la demostración patente de las causas, medios de adivinación natural, y el rápido y claro descubrimiento de las virtudes y partes de los cuerpos. Los llamamos Donadores o Benefactores.

"Luego, después de diversas reuniones y consultas de todos los miembros para considerar las investigaciones y síntesis realizadas en primer lugar, contamos con tres de ellos que se preocupan de supervisar y dirigir los nuevos experimentos, desde un punto de vista más elevado, y penetrando más -en la naturaleza que los anteriores. A éstos los, llamamos Lámparas.

"Otros tres ejecutan los experimentos así dirigidos, y dan cuenta a aquéllos. Los conocemos con el nombre de Inoculadores.

"Por último, tenemos tres que sintetizan los descubrimientos logrados mediante los experimentos en observaciones, axiomas y aforismos de más, amplitud. Los llamamos Intérpretes de la Naturaleza.

"Como puede comprender, contamos también con principiantes y aprendices, para que no se lustre la sucesión de los primeros hombres empleados; tenemos, además, un gran número de criados y sirvientes, hombres y mujeres. Hacemos también lo siguiente: celebramos consultas para acordar cuáles son las invenciones y experiencias descubiertas que se han de dar a conocer, y cuáles no; se toma a todos juramento de guardar secreto respecto a las que consideramos que así conviene que se haga, y a veces unas las revelamos al Estado y otras no.

"Para nuestras ceremonias y ritos, tenemos dos larguísimas y bellas galerías; en una de ellas colocamos modelos y ejemplares de todas clases de los inventos más raros y mejores; en la otra, las estatuas de los principales inventores. Tenemos allí la estatua de vuestro Colón, que descubrió las Indias occidentales; al inventor del barco; al monje vuestro que inventó la artillería y la pólvora: al inventor de la música; al inventor de las cartas; al inventor de la imprenta, al inventor de la astronomía; al inventor de los trabajos en metal; al inventor del cristal; al descubridor de la seda de los gusanos; al inventor del vino; al inventor del pan de maíz y de trigo; al inventor del azúcar, y a todos aquellos que por tradición sabemos que lo fueron. Contamos luego con diversos inventores propios de obras magníficas que, puesto que usted no las ha visto, me llevaría demasiado tiempo describírselas; además, podría equivocarlo con facilidad al intentar que comprendiera rectamente estas obras a través de mis descripciones. Al inventor de una obra valiosa le erigimos una estatua y le damos una recompensa digna y generosa. Las estatuas son de bronce, de mármol y jaspe, de cedro y de otras maderas doradas y adornadas; otras son de hierro, de plata o de oro.

"Tenemos ciertos himnos y servicios religiosos de alabanza y agradecimiento a Dios por sus maravillosas obras, que los decimos diariamente. También oraciones para implorar su ayuda, y bendición en nuestros trabajos, y para que les dé aplicaciones buenas y santas.

"Por último, realizamos determinados circuitos o visitas a las principales ciudades del reino, en lasque damos a conocer, según juzgamos conveniente, las más nuevas y provechosas invenciones. Anunciamos también las predicciones verosímiles de enfermedades, plagas, invasiones de animales dañinos, años de escasez; tempestades, terremotos, grandes inundaciones, cometas, las temperaturas del año, y otros fenómenos diversos; por consiguiente, les aconsejamos acerca de lo que deben hacer para evitar los males y remediarlos."

Cuando acabó de decir esto se levantó; según me habían enseñado yo me arrodillé ante él; puso su mano derecha sobre mi cabeza, y dijo: "Dios te bendiga, hijo mío, y que bendiga igualmente mi relato. Te autorizo para qué lo publiques en bien de todas las otras naciones, pues la nuestra permanece aquí, en el seno de Dios, como una tierra desconocida." Y me dejó, después de haberme concedido una asignación de dos mil ducados, para mí y mis compañeros.

En las ocasiones que se presentaron, todos ellos se mostraron muy generosos.

[el resto del manuscrito estaba incompleto]

BACON