Confesiones
CAPITULO I
Jacobo Boehme
No es el arte el que ha escrito esto, ni hubo tiempo tampoco para entrar a
considerar cómo hacerlo correctamente de acuerdo con la debida comprensión del
arte de escribir, pero todo fue ordenado de acuerdo al Espíritu, que a menudo
actuaba de prisa; de esta manera es probable que en muchas palabras hagan falta
letras y en otros casos falten letras mayúsculas en una palabra. La mano del
escriba por no estar acostumbrada a la tarea a menudo temblaba; y aunque pude
haber escrito de manera más precisa, correcta y simple, la razón por la cual no
lo hice fue que el quemante fuego forzaba esa velocidad en mí y tanto la mano
como la pluma tenían que apresurarse a obedecer. Pues ese fuego viene y se va
como una lluvia súbita.
Soy incapaz de escribir nada por cuenta propia, como un niño que no sabe ni
comprende nada, no habiendo aprendido nunca nada; y solo escribo lo que el
Señor quiere manifestar a través de mí.
Nunca quise saber nada del Divino Misterio y mucho menos quise saber la
manera de buscarlo y encontrarlo. No sabía nada de él, cual es la condición de
los legos en su simplicidad.
Solo buscaba yo el Corazón de Jesucristo para refugiarme en él de la
colérica ira de Dios y de los violentos asaltos del Diablo. Y oraba con unción
al Señor pidiéndole hacerme llegar su Santo Espíritu y su gracia; que se
molestara en bendecirme y guiarme hacia él, y retirara de mí todo aquello que
conspirara en apartarme de él.
Me entregué en total renuncia a él, de modo que no pesara mi voluntad sino
la suya, y que él solo me guiara y dirigiera de modo que finalmente yo pudiera
ser criatura suya en su hijo Jesús.
En esta seria búsqueda y deseo (en la cual sufrí muchas acerbas repulsas
hasta que por fin resolví mas bien arriesgarme que desertar) la Puerta se abrió
para mí, y en un cuarto de hora vi y aprendí mas que si hubiese estado años en
la Universidad, por lo cual mi admiración no tuvo limites y me dirigí a Dios en
alabanza por ello.
De modo que no solo me maravillé sino también me regocijé; y de pronto me
vino la urgencia de poner todo eso por escrito, como en conmemoración de mí
mismo, aunque con grandes dificultades pudo mi hombre externo aprehender el
sentido de todo aquello y menos aun expresarlo a través de la pluma. A pesar de
lo cual debo empezar a trabajar en este gran misterio como un niño que va al
colegio.
Lo vi en el interior de mí mismo como un gran abismo, pues tuve una vista
completa del Universo, como una compleja y dinámica plenitud, dentro de la cual
todas las cosas están ocultas y contenidas; pero me fue imposible explicar
aquello.
Y aquello se abrió en mí, de tiempo en tiempo, como en una planta nueva.
Estuvo conmigo por espacio de doce años como si hubiese estado gestándose.
Dentro de mi una poderosa compulsión se produjo antes que pudiera ponerla por
escrito; pero lo que iba lentamente elaborándose a mi nivel mental, eso yo lo
ponía enseguida por escrito.
Después, sin embargo, el Sol resplandeció en mi un buen tiempo, aunque no constantemente,
porque algunas veces se escondía, y entonces yo era incapaz de saber ni de
comprender bien mi propia labor. El hombre debe entender que su conocimiento no
le pertenece, sino que es de Dios, que le manifiesta las Ideas de Sabiduría al
alma, en la medida que le complace hacerlo.
De ninguna manera debe entenderse que mi razón es más grande o mejor que la
de otros hombres vivientes, solo soy una ramita del Señor y una pequeña y
miserable chispa de luz; él puede colocarme donde le plazca, que yo no lo voy a
objetar.
Ni tampoco debe entenderse que ésta es mi voluntad natural, ni que hago
esto a través de mi propia y pequeña habilidad, porque si el Espíritu fuese
retirado de mí, yo no sería capaz de comprender mis propios escritos.
¡Oh, graciosa Gloria y gran Amor, cuán dulce eres! ¡Y cuán amistoso y
cortés! ¡Qué amable es tu sabor y gusto! ¡Qué embriagadoramente exquisito es tu
olor! ¡Oh, noble Luz, resplandeciente Gloria!, ¿quién puede captar tu extraordinaria
belleza? ¡Cuán gentil es tu amor! ¡Qué curiosos y excelentes tus colores! Y
todo esto por toda la eternidad. ¡Cómo expresarlo! ¿Y por qué o cómo puedo escribirlo yo, cuya lengua balbucea como la de un
niño que estuviese aprendiendo a hablar? ¿Con qué podría yo compararlo? ¿Con
qué encontrarle alguna similitud? ¿Compararle acaso con el amor de este mundo?
No, que eso es solo un valle de sombras...
¡Oh, inmensa Grandeza! No puedo compararte con nada, sino tal vez con la resurrección
de los muertos; allí, otra vez el Amor de fuego se alzará en nosotros e inflamará
otra vez nuestros astringentes, amargos y fríos, oscuros y muertos poderes, y
nos ofrecerá de nuevo su abrazo cortés y amistoso.
Oh, Amor gracioso y amable, bendito Amor, y clara y radiante Luz, quédate
con nosotros, te lo ruego, porque se acerca el crepúsculo.