Tuesday, January 6, 2015

Confesiones - CAPITULO I - Jacobo Boehme



Confesiones

CAPITULO I

Jacobo Boehme

No es el arte el que ha escrito esto, ni hubo tiempo tampoco para entrar a considerar cómo hacerlo correctamente de acuerdo con la debida comprensión del arte de escribir, pero todo fue ordenado de acuerdo al Espíritu, que a menudo actuaba de prisa; de esta manera es probable que en muchas palabras hagan falta letras y en otros casos falten letras mayúsculas en una palabra. La mano del escriba por no estar acostumbrada a la tarea a menudo temblaba; y aunque pude haber escrito de manera más precisa, correcta y simple, la razón por la cual no lo hice fue que el quemante fuego forzaba esa velocidad en mí y tanto la mano como la pluma tenían que apresurarse a obedecer. Pues ese fuego viene y se va como una lluvia súbita.

Soy incapaz de escribir nada por cuenta propia, como un niño que no sabe ni comprende nada, no habiendo aprendido nunca nada; y solo escribo lo que el Señor quiere manifestar a través de mí.

Nunca quise saber nada del Divino Misterio y mucho menos quise saber la manera de buscarlo y encontrarlo. No sabía nada de él, cual es la condición de los legos en su simplicidad.

Solo buscaba yo el Corazón de Jesucristo para refugiarme en él de la colérica ira de Dios y de los violentos asaltos del Diablo. Y oraba con unción al Señor pidiéndole hacerme llegar su Santo Espíritu y su gracia; que se molestara en bendecirme y guiarme hacia él, y retirara de mí todo aquello que conspirara en apartarme de él.

Me entregué en total renuncia a él, de modo que no pesara mi voluntad sino la suya, y que él solo me guiara y dirigiera de modo que finalmente yo pudiera ser criatura suya en su hijo Jesús.

En esta seria búsqueda y deseo (en la cual sufrí muchas acerbas repulsas hasta que por fin resolví mas bien arriesgarme que desertar) la Puerta se abrió para mí, y en un cuarto de hora vi y aprendí mas que si hubiese estado años en la Universidad, por lo cual mi admiración no tuvo limites y me dirigí a Dios en alabanza por ello.

De modo que no solo me maravillé sino también me regocijé; y de pronto me vino la urgencia de poner todo eso por escrito, como en conmemoración de mí mismo, aunque con grandes dificultades pudo mi hombre externo aprehender el sentido de todo aquello y menos aun expresarlo a través de la pluma. A pesar de lo cual debo empezar a trabajar en este gran misterio como un niño que va al colegio.

Lo vi en el interior de mí mismo como un gran abismo, pues tuve una vista completa del Universo, como una compleja y dinámica plenitud, dentro de la cual todas las cosas están ocultas y contenidas; pero me fue imposible explicar aquello.

Y aquello se abrió en mí, de tiempo en tiempo, como en una planta nueva. Estuvo conmigo por espacio de doce años como si hubiese estado gestándose. Dentro de mi una poderosa compulsión se produjo antes que pudiera ponerla por escrito; pero lo que iba lentamente elaborándose a mi nivel mental, eso yo lo ponía enseguida por escrito.

Después, sin embargo, el Sol resplandeció en mi un buen tiempo, aunque no constantemente, porque algunas veces se escondía, y entonces yo era incapaz de saber ni de comprender bien mi propia labor. El hombre debe entender que su conocimiento no le pertenece, sino que es de Dios, que le manifiesta las Ideas de Sabiduría al alma, en la medida que le complace hacerlo.

De ninguna manera debe entenderse que mi razón es más grande o mejor que la de otros hombres vivientes, solo soy una ramita del Señor y una pequeña y miserable chispa de luz; él puede colocarme donde le plazca, que yo no lo voy a objetar.

Ni tampoco debe entenderse que ésta es mi voluntad natural, ni que hago esto a través de mi propia y pequeña habilidad, porque si el Espíritu fuese retirado de mí, yo no sería capaz de comprender mis propios escritos.

¡Oh, graciosa Gloria y gran Amor, cuán dulce eres! ¡Y cuán amistoso y cortés! ¡Qué amable es tu sabor y gusto! ¡Qué embriagadoramente exquisito es tu olor! ¡Oh, noble Luz, resplandeciente Gloria!, ¿quién puede captar tu extraordinaria belleza? ¡Cuán gentil es tu amor! ¡Qué curiosos y excelentes tus colores! Y todo esto por toda la eternidad. ¡Cómo expresarlo! ¿Y por qué o cómo puedo escribirlo yo, cuya lengua balbucea como la de un niño que estuviese aprendiendo a hablar? ¿Con qué podría yo compararlo? ¿Con qué encontrarle alguna similitud? ¿Compararle acaso con el amor de este mundo? No, que eso es solo un valle de sombras...

¡Oh, inmensa Grandeza! No puedo compararte con nada, sino tal vez con la resurrección de los muertos; allí, otra vez el Amor de fuego se alzará en nosotros e inflamará otra vez nuestros astringentes, amargos y fríos, oscuros y muertos poderes, y nos ofrecerá de nuevo su abrazo cortés y amistoso.

Oh, Amor gracioso y amable, bendito Amor, y clara y radiante Luz, quédate con nosotros, te lo ruego, porque se acerca el crepúsculo.