EL Mito y el Símbolo de Santiago Apóstol
FRANCISCO ARIZA
Quisiéramos añadir
las siguientes reflexiones acerca del Apóstol Santiago en tanto que mito
fundador de la España medieval, forjada durante la Reconquista. Como otros
grandes episodios de la Historia (Grecia contra Persia, Roma contra Cartago,
etc.), la Reconquista se inscribe dentro de la lucha por la hegemonía de dos civilizaciones,
en este caso la cristiana y la musulmana, pero que tuvo además otras
connotaciones debido al largo período de permanencia en la península de la
civilización islámica.
Existió
evidentemente la España musulmana, con sus características propias, y que
durante varios siglos fue hegemónica cultural y militarmente con respecto a la
España cristiana, al menos hasta comienzos del siglo XIII con la famosa batalla
de las Navas de Tolosa (Jaén), ganada por los ejércitos venidos de los
distintos reinos cristianos de la península al mando de Alfonso VIII, y que
supuso un punto de inflexión en el desarrollo de la Reconquista. A pesar de
todo, hubo períodos de relativa estabilidad, e incluso de fructífera y mutua
influencia cultural (los mozárabes cristianos son un ejemplo entre muchos
otros), y relaciones de todo tipo entre las distintas poblaciones (incluida la
judía), y por supuesto entre los reyes cristianos y musulmanes. En los casi
ocho siglos que duró la presencia de la civilización árabe en España ocurrió de
todo, pero siempre existió una cuestión pendiente en la España cristiana: la
recuperación del solar arrebatado.
La Reconquista
llevada a cabo por la España cristiana surgió de un impulso nacido de
necesidades anímicas y espirituales que tenían en el Apóstol Santiago (y en San
Millán) el origen de su fe y de su esperanza en la victoria final sobre el
Islam. Frente al poder militar y la fortaleza mostrada por este último, los
habitantes de la España cristiana reaccionaron acudiendo a la leyenda de uno de
los apóstoles de Cristo, Santiago el Mayor, “hijo del trueno” como lo es
también Juan Evangelista, y ambos “hermanos” del Señor, pero no de la carne
sino del Espíritu.
Los
Dioscuros Cástor y Pólux en un denario romano
Américo Castro en La Realidad Histórica de España señala que la figura de Santiago montado en su caballo blanco es la síntesis de los dos Santiago que aparecen en los Evangelios, el Mayor y el Menor; ambos evocan también las figuras de los Dioscuros (Cástor y Pólux), que igualmente aparecen montados a caballo, y “descienden” del cielo al igual que Santiago en su caballo blanco en el momento de la legendaria batalla de Clavijo (año 884), lo que supuso una victoria significativa sobre el ejército musulmán, dando lugar al mito de Santiago Matamoros, un mito vertebrador de la España cristiana, que a partir de entonces ve posible la reconquista. Precisamente los Dioscuros son las divinidades tutelares de la caballería, y en cierto modo también lo es Santiago Apóstol con respecto a la caballería cristiana de España, como lo certifica que surgiera una Orden militar con su nombre: la Orden de Santiago.
Los Dioscuros son
hijos de Júpiter, y en esto también habría una semejanza con Santiago el Mayor,
que con Juan Evangelista es el “hijo del trueno” (ligado al rayo o relámpago,
“armas” de Júpiter), como hemos señalado anteriormente. También hicimos mención
a San Millán, otro santo guerrero, considerado durante mucho tiempo el patrón
de Castilla, y que contribuyó junto a Santiago en el proceso de afirmación de
la identidad cristiana de España (inseparable de su constitución como nación)
frente al poder musulmán. Pues bien, existió un paralelismo entre ambos
patrones y los Dioscuros, como evoca este poema de Gonzalo de Berceo en su Vida
de San Millán, escrito en el siglo XIII:
“vieron dues
personas fermosas y lucientes / mucho eran más blancas que las nieves recientes
/ Viníen en dos cavallos plus blancos que cristal …/ avíen caras angélicas,
celestial figura, descendíen por el aer [aire] a una grant pressura, catando a
los moros con torva catadura, espada sobre mano, un signo de pavura [pavor]”.
En este poema, y
en muchas leyendas en torno a Santiago, hay que hacer una transposición
simbólica a otro orden de realidad no sólo circunscrito a la guerra externa,
sino a la que se libra contra los “enemigos internos”, que es la más importante
desde nuestro punto de vista. En este sentido es imprescindible la “ayuda” de
las entidades espirituales, es decir el despertar de la conciencia a los
estados superiores del ser, que en este contexto están representados o
simbolizados por los Dioscuros, San Millán y Santiago Apóstol. También por San
Jorge y San Miguel. Todos ellos patrones terrestres y celestes de la caballería
hermético-cristiana.
Recordemos, en
fin, que el “trueno”, anunciado por el rayo, es la propia Palabra que ilumina
el intelecto humano, lo fecunda y lo vivifica. Acerca de San Millán quisiéramos
añadir que la relación que mantiene con Santiago Apóstol se extiende también a
esa función taumatúrgica característica del patrón de España, y que igualmente
está presente en San Juan Evangelista. Además, la espada flamígera que blande
San Millán tanto en la batalla de Simancas como en la de Hacinas, alude también
al “fuego del Espíritu” y por supuesto al “rayo”, es decir al símbolo que
expresa la emanación de una influencia espiritual, que es al mismo tiempo una
“protección” del espacio sagrado (espacio sacralizado que era también la tierra
de España para aquellos guerreros cristianos), lo cual evoca desde luego al
querubín guardián que con su espada flamígera protege la entrada al Paraíso.
Santiago predicó
en España, y tras su muerte sacrificial en Palestina fue trasladado en barca (o
arca) nuevamente al país del Occidente, o del extremo Occidente para aquella
época, siendo enterrado finalmente en Galicia, en el finis terrae, en el “fin
del mundo conocido”, como una semilla plantada en tierra sagrada destinada un
día a dar sus frutos, que serían perceptibles en el desarrollo posterior de la
Historia de España, incluida la “conquista” de América, considerada como la
apertura a “un nuevo mundo”, que por analogía se correspondería con otros
planos más sutiles e intangibles de la realidad. Pero el mito de Santiago, y las
posibilidades que éste contenía, permaneció latente durante siglos y no se
habría despertado con la fuerza con que lo hizo si los árabes no hubieran
invadido la península. A una acción sigue irremediablemente una reacción según
la ley universal de las “acciones y reacciones concordantes”, que repercuten
tanto en la Historia como en el ser humano.
Esto nos hace
recordar lo que dice Arnold Toynbee en su Estudio de la Historia acerca de los
“golpes subitáneos”, o repentinos, que reciben los pueblos por parte de sus
invasores, y que pueden ser un verdadero acicate para reaccionar frente a esa
invasión, despertando en ellos energías que permanecían dormidas, y que
generalmente son aquellas que, al despertar, rompen con esquemas mentales
solidificados para dar cauce a otras potencialidades de su ser colectivo, e
individual, pues en estos casos lo colectivo y lo individual actúan al unísono,
como un solo organismo. Hubo, en consecuencia, una verdadera “revolución de las
conciencias” que durante varios siglos giró en torno al apóstol Santiago, cuyas
historias ejemplares sirvieron para ir galvanizando espiritual y culturalmente
una sociedad, la España cristiana, que había sido vencida y fragmentada por la
invasión árabe del 711.
Por otro lado, el
hecho de ser Santiago el “hermano” de Cristo lo dotaba de una autoridad
espiritual superior a otros apóstoles, como Pedro, el fundador de la Iglesia de
Roma. El Camino de Santiago fue, en este sentido, un eje que iría ordenando
poco a poco la vida de aquellos reinos del norte peninsular que habían sido
liberados de la presencia islámica. Era el camino que unía España con Europa, y
viceversa, y más concretamente con Santiago de Compostela, el “campo de
estrellas”, que devino, junto con Jerusalén y Roma, el centro sagrado de la
Cristiandad.
En este sentido,
no hay que olvidar que el mito de Santiago (y el camino al que da nombre) está
íntimamente relacionado con la luz que viene de Oriente y se dirige a
Occidente, siguiendo así el ejemplo de otros muchos héroes de la antigüedad,
como el griego Heracles-Hércules sin ir más lejos, uno de los fundadores
míticos de Hispania. Nos interesa destacar este aspecto civilizador del
discípulo de Cristo, es decir el carácter fundacional de su misión para una
época determinada de la Historia de España, y también de la Europa cristiana,
construida espiritualmente de Oriente a Occidente siguiendo el eje
Jerusalén-Roma-Santiago de Compostela.
Este último es un
lugar de peregrinaje no sólo religioso, sino también iniciático y alquímico,
hasta tal punto que el propio apóstol Santiago llegaría a ser el patrón de los
alquimistas, además de todos aquellos oficios ligados con la iniciación a los
misterios de la Cosmogonía. Santiago es entonces, y al igual que Juan Evangelista,
el representante de la “Iglesia Secreta”, o “Iglesia Interior”, denominación
dada al esoterismo cristiano, donde reside el aspecto más profundo y metafísico
de esta tradición. Pedro, en cambio, representa la “Iglesia exterior”, la
puramente religiosa y dogmática.
Así pues, en su
sentido más profundo y elevado, supra-histórico podríamos decir, el Camino de
Santiago (reflejo de la Vía Láctea) es un símbolo de las etapas de la
realización interior. Es por ello que Compostela es también el “compost” alquímico,
es decir el “abono” de la putrefacción de donde surgirán las energías y
potencias que regenerará al ser en su proceso de Conocimiento. El simbolismo
alquímico es aquí transparente: el finis terrae, el lugar donde se oculta y
“muere” el sol, es el comienzo de otro viaje, esta vez no ya horizontal sino
vertical, pues se ha llegado a un “lugar” (a un centro donde mora el Espíritu
del Dios Vivo) en el proceso del viaje interior donde todo lo realmente nuevo
está por encima de las expectativas que puedan generar lo humano, que no queda
abolido ni disuelto en una especie de “ensoñación cósmica” como cree y postula
la falsa espiritualidad de hoy en día, sino “transmutado” o “sublimado” en sus
posibilidades más universales.
De la patria
terrestre a la patria celeste. Siguiendo las pautas de una Historia y Geografía
sagradas, y por tanto simbólicas, míticas y significativas.