Tuesday, March 13, 2018

Símbolos Fundamentales de La Ciencia Sagrada - XXV - Las “Piedras Del Rayo” - René Guénon


SÍMBOLOS FUNDAMENTALES DE
LA CIENCIA SAGRADA

Compilación póstuma establecida y presentada por Michel Vâlsan


RENÉ GUÉNON



XXV

LAS “PIEDRAS DEL RAYO”[1]

En un artículo del número especial de Le Voile d’Isis dedicado al Tarot, el señor Auriger, a propósito del arcano XVI, ha escrito lo siguiente: “Parece existir una relación entre las piedras de granizo que rodean a la Torre fulminada y la palabra Beyt-e1, morada divina‟, de la cual se hizo “betilo‟, palabra con que los semitas designaban a los aerolitos o “piedras del rayo”. Esta relación ha sido sugerida por el nombre de “Morada de Dios” dada a ese arcano, nombre que es, en efecto, la traducción literal del Beyt-el hebreo; pero nos parece que hay en esa consideración una confusión entre diversas cosas bastante diferentes, y que podría ofrecer cierto interés puntualizar este asunto.
En primer lugar, es verdad que el papel simbólico de los aerolitos o piedras caídas del cielo tiene gran importancia, pues ésas son las “piedras negras” de que se habla en tantas tradiciones diversas, desde la que era figura de Cibeles o de la “Gran Diosa” hasta la que se halla encastrada en la Ka’ba de la Meca y se pone en relación con la historia de Abraham. En Roma también estaba. El lapis niger, para no mencionar los escudos sagrados de los sacerdotes salios, de los que se decía había sido tallado de un  aerolito en tiempos de Numa[2]. Tales “piedras negras” pueden ciertamente colocarse en la categoría de los “betilos”, es decir, de las piedras consideradas como “moradas divinas”, o, en otros términos, como soportes de ciertos “influjos espirituales”; pero, ¿tenían todos los “betilos” este origen? No lo creemos, y en especial no vemos indicio alguno que permita suponer que tal haya sido el caso para la piedra a la cual Jacob, según el relato del Génesis, dio el nombre de Bety-el, aplicado por extensión al lugar mismo donde había tenido su visión mientras su cabeza reposaba en esa piedra.
El “betilo” es propiamente la representación del Ômphalos, es decir, un símbolo del “Centro del Mundo”, que se identifica, muy naturalmente, con el “habitáculo divino”[3]. Esa piedra podía tener formas diversas, y particularmente la de un pilar; así, dice Jacob:
“Y esta piedra que he alzado como pilar será la casa de Dios”; y entre los pueblos célticos ciertos menhires, si no todos, tenían el mismo significado. El Ômphalos podía representarse también con una piedra cónica, como la “piedra negra” de Cibeles, o bien ovoide; el cono recordaba la Montaña sagrada, símbolo del “Polo” o del “Eje del Mundo”; en cuanto a la forma ovoide, se refiere directamente a otro símbolo muy importante, el del “Huevo del Mundo”. En todos los casos, el “betilo” era una “piedra profética”, una “piedra que habla”, es decir una piedra que daba oráculos o junto a la cual se daban oráculos, gracias a los “influjos espirituales” de que era soporte; y el ejemplo del Ômphalos de Delfos es muy característica a este respecto.
Los “betilos” son, pues, esencialmente piedras sagradas, pero no todas de origen celeste; empero, quizás es cierto que, por lo menos simbólicamente, la idea de “piedra caída del cielo” podría vinculárseles de algún modo. Lo que nos hace pensar que así hubo de ser es su relación con el misterioso luz de la tradición hebrea; tal relación es segura para las “piedras negras”, que son efectivamente aerolitos, pero no debe ser limitada a este solo caso, pues se dice en el Génesis, con motivo del Beyt-el de Jacob, que el primer nombre de ese lugar era precisamente Luz. Inclusive podemos recordar que el Graal había sido tallado, se decía, de una piedra también caída del cielo; y entre todos estos hechos hay relaciones muy estrechas, en las cuales sin embargo no insistiremos más, pues tales consideraciones arriesgarían llevarnos muy lejos de nuestro tema[4].
En efecto, ya se trate de los “betilos” en general o de las “piedras negras” en particular, ni unos ni otras tienen en realidad nada en común con las “piedras del rayo”; y en este punto sobre todo la frase que citábamos al comienzo contiene una grave confusión, por lo demás muy naturalmente explicable. Uno está tentado de suponer, seguramente, que las “piedras del rayo” o “piedras del trueno” deben ser piedras caídas del cielo, aerolitos; y sin embargo no es así; jamás podría adivinarse lo que son sin haberlo aprendido de los campesinos que, por tradición oral, han conservado la memoria de ello. Los campesinos, por otra parte, cometen a su vez un error de interpretación, que muestra que el verdadero sentido de la tradición se les escapa, cuando creen que esas piedras han caído con el rayo o que son el rayo mismo. Dicen, en efecto, que el trueno cae de dos maneras: “en fuego” o “en piedra”; en el primer caso incendia, mientras que en el segundo solo rompe; pero ellos conocen muy bien las “piedras del trueno” y se equivocan solo al atribuirles, a causa de su denominación, un origen celeste que no tienen y que nunca han tenido.
La verdad es que las “piedras del rayo” son piedras que simbolizan el rayo; no son sino las hachas de sílex prehistóricas, así como el “huevo de serpiente”, símbolo druídico del “Huevo del Mundo”, no es otra cosa, en cuanto a su figuración material, que el erizo de mar fósil. El hacha de piedra es la piedra que rompe y hiende, y por eso representa al rayo; este simbolismo se remonta, por lo demás, a una época en extremo remota, y explica la existencia de ciertas hachas, llamadas por los arqueólogos “hachas votivas”, objetos rituales que nunca han podido tener utilización práctica alguna como armas o como instrumentos de ninguna clase.
Esto nos lleva naturalmente a recordar un punto que ya ha sido tratado: el hacha de piedra de Páraçu Râma y el martillo de piedra de Thor son una sola y misma arma[5], y agregaremos que esta arma es el símbolo del rayo. Se ve también por esto que el simbolismo de las “piedras del rayo” es de origen hiperbóreo, es decir, se vincula a la más antigua de las tradiciones de la humanidad actual; a la que es verdaderamente la tradición primitiva para el presente Manvántara[6].
Cabe advertir, por otra parte, el importantísimo papel que desempeña el rayo en el simbolismo tibetano: el vajra, que lo representa, es una de las principales insignias de los dignatarios del lamaísmo[7]. A la vez, el vajra simboliza el principio masculino de la manifestación universal, y así el rayo está asociado a la idea de “paternidad divina”, asociación que se encuentra con igual nitidez en la Antigüedad occidental, ya que el  rayo es el principal atributo de Zeûs Patèr o Iu-piter, el “padre de los dioses y de los hombres”, que fulmina, por otra parte, a los Titanes y Gigantes, como Thor y Páraçu Râma destruyen a los equivalentes de aquéllos con sus armas de piedra[8].
Hay inclusive, a este respecto, y en el propio Occidente moderno, otra vinculación realmente singular: Leibniz, en su Monadología, dice que “todas las mónadas creadas nacen, por así decirlo, por las fulguraciones continuas de la Divinidad de momento en momento”; asocia de este modo, conforme a la tradición que acabamos de recordar, el rayo (fulgur) a la idea de producción de los seres. Es probable que sus comentadores universitarios no lo hayan advertido jamás, así como tampoco han notado y no sin motivo que las teorías del mismo filósofo sobre el “animal” indestructible y “reducido en pequeño” después de la muerte estaban directamente inspiradas en la concepción hebrea del lûz como “núcleo de inmortalidad”[9].
Destacaremos aún un último punto, que se refiere al simbolismo masónico del mallete: no solo hay una relación evidente entre el mallete y el martillo, que no son, por así decirlo, sino dos formas del mismo instrumento, sino que además el historiador masónico inglés R. F. Gould piensa que el “mallete del Maestro”, cuyo simbolismo vincula él por otra parte, en razón de su forma, al del tau, tiene origen en el martillo de Thor. Los galos, por lo demás, tenían un “dios del mallete”, que figura en un altar descubierto en Maguncia; parece incluso que sea el Dis Pater, cuyo nombre está tan próximo al de Zeûs Patèr, y al cual los druidas, según César, consideraban padre de la raza gala. Así, ese mallete aparece también como un equivalente simbólico del vajra de las tradiciones orientales, y, por una coincidencia que sin duda nada tiene de fortuito, pero que parecerá por lo menos inesperada a muchos, ocurre que los maestros masones tienen un atributo dotado  exactamente  el  mismo  sentido que  el  de  los  grandes  lamas tibetanos; pero, ¿quién, en la masonería tal como está hoy, podría jactarse de poseer efectivamente el misterioso poder, uno en su esencia aunque doble en sus efectos de apariencia contraria, de que ese atributo es el signo? No creemos aventurarnos demasiado si decimos que, en lo que aún subsiste de las organizaciones iniciáticas occidentales, nadie tiene ni aun la más remota idea de lo que en realidad se trata: el símbolo permanece, pero cuando el “espíritu” se ha retirado de él, no es sino una forma vacía; ¿ha de conservarse pese a  todo la esperanza de que llegará un día en que esa forma será revivificada, en que responderá de nuevo a la realidad que es su razón de ser original y lo único que le confiere verdadero carácter iniciático?




[1] [Publicado en V. I., mayo de 1929].
[2] F. Ossendowski ha referido la historia de una “piedra negra” enviada. otrora por el “Rey del Mun-do” al Dalai-Lama, después transportada a Urga, en Mongolia, y desaparecida hace un centenar de años; no sabiendo de qué se trataba, trató de explicar ciertos fenómenos, como la aparición de caracteres en la superficie de la piedra, suponiendo que ésta fuera una especie de pizarra. [La obra a que se refiere, el autor existe en traducción castellana anónima: F. Ossendowski, Bestias, hombres, dioses, Buenos Aires,. Cenit, 1956. (N. del T.)].
[3] Esta designación de “habitáculo divino”, en hebreo rnishkán, fue dada también, posteriormente, al Tabernáculo: como lo indica la palabra misma, es la sede de la Shejináh [„Presencia divina‟].
[4] Hemos dado desarrollos más amplios sobre la cuestión del lûz, así como sobre la del Ômphalos, en nuestro estudio sobre Le Roi du Monde.
[5] Ver el artículo P. Genty sobre “Thor et Purashu-Râma” en V. I., diciembre de 1928.
[6] Señalemos a este respecto que algunos, por una extraña confusión, hablan hoy de “Atlántida hiperbórea”; la Hiperbórea y la Atlántida son dos regiones distintas, como el norte y el oeste son dos puntos cardinales diferentes, y, en cuanto punto de partida de una tradición, la primera es muy anterior a la segunda. Estimamos tanto más necesario llamar la atención sobre este punto, cuanto que quienes cometen esa confusión han creído poder atribuírnosla, cuando va de suyo que no la hemos cometido jamás ni vernos siquiera en cuanto hemos escrito nada que pudiera dar el menor pretexto a semejante interpretación.
[7] Vajra es el término sánscrito que designa el rayo; la forma tibetana de la palabra es dorje.
[8] Es interesante notar que los rayos de Júpiter son forjados por Vulcano, lo que establece cierta relación entre el “fuego celeste” y el “fuego subterráneo”, relación no indicada en los casos en que se trata de armas de piedra; el “fuego subterráneo” en efecto, estaba en relación directa con el simbolismo metalúrgico, especialmente en los misterios cabíricos; Vulcano forja también las armas de los héroes. Es preciso, por otra parte, agregar que existe otra versión según la cual el Mioelner o martillo de Thor sería metálico y habría sido forjado por los enanos, quienes pertenecen al mismo orden de entidades simbólicas que los Cabiros, los Cíclopes, los Yaksha, etc. Notemos también, acerca del fuego, que el carro de Thor estaba arrastrado por dos carneros y que en la India el carnero es el vehículo de Agni [dios del fuego].
[9] Otro punto que no podemos sino indicar de paso es el que vajra significa a la vez ‘rayo’ y ‘diamante’; esto llevaría también a considerar muchos otros aspectos del asunto, que no pretendemos tratar completamente aquí [véase infra, caps. XXVI, XXVII y LII].

Thursday, March 8, 2018

Reseña Histórica Sobre El Martinezismo y El Martinismo


RESEÑA HISTÓRICA SOBRE
EL MARTINEZISMO Y EL MARTINISMO

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En los peculiares últimos años del siglo XVIII, que vieran a William Law frente a Hume, a Swedenborg frente a Kant, a Saint-Germain, Mesmer y Cagliostro frente a Rosseau, Diderot y Voltaire, mientras en toda Europa proliferaban infinidad de sectas y ritos, y en las logias masónicas se erigía una tribuna tanto a las ideas más vanas como a las más sublimes, apareció en Francia un hombre cuyo silencioso trabajo contrastaba curiosamente con la turbulenta propaganda de la mayoría de los reformadores de su tiempo: Martínez de Pasqually. Este hombre, cuyo altruismo y sinceridad estaban fuera de toda sospecha, trabajó para que ciertas logias regresaran a los principios esenciales de la Francmasonería, de los que se habían apartado  sensiblemente en esa época, como consecuencia de una serie de acontecimientos que no corresponde relatar aquí.
La tarea de Martínez era difícil. Entre 1760 y 1772 se dedicó a recorrer las principales ciudades francesas, seleccionando en el seno de los talleres masónicos a quienes pudieran ayudarle a formar un núcleo, un centro para sus operaciones posteriores. No dudó en repartir cartas constitutivas (en nombre de su Tribunal Soberano, establecido en París desde 1767) a logias provinciales clandestinas, aceptando colaboradores de fuera cuando los consideraba dignos del ministerio a ejercer.
De este modo surgió lo que el Sr. Matter denominó acertadamente el Martinezismo, que recibe el nombre de Rito de los Elegidos Cohens y consiste simplemente en una rama ortodoxa de la verdadera Francmasonería injertada en el viejo tronco; se basa en un conjunto muy preciso de enseñanzas tradicionales, transmitidas según el poder receptivo adquirido por sus miembros mediante un trabajo íntegramente personal, y donde la teoría y la práctica están estrechamente relacionadas.
Desafortunadamente, el ahínco de Martínez le llevó a descuidar la verdadera base de la institución masónica. Dedicado por completo a reformar los capítulos R.C., restó importancia al papel de las logias azules. Veremos como Louis Claude de Saint-Martin, su discípulo más célebre pese a ser uno  de  los  más alejados  de  la  obra del  maestro,  llegó  incluso más lejos. Desde 1777 se negó a participar en las sesiones de las logias martinezistas, donde únicamente se practicaban los “grades du porche”[1], o masonería simbólica, así como en los trabajos de las logias de Versalles, debido a razones especiosas de neumatología, y en las de París, pues enseñaban magnetismo y alquimia.
Por estos motivos, pocos años después de que Martínez de Pasqually partiera a las Antillas (1772), se produjo una escisión en la orden que con tanto esfuerzo había formado. Ciertos discípulos permanecieron fieles a las enseñanzas del Maestro, mientras que otros, inducidos por el ejemplo de Saint- Martin, abandonaron la práctica activa para seguir la vía incompleta y pasiva  del misticismo. Este cambio de dirección en la vida de Saint-Martin podría sorprendernos si ignorásemos hasta qué punto se alejó de las operaciones externas del Maestro durante los últimos cinco años en la logia de Burdeos.
Los resultados de la escisión provocada por la propaganda activa de Saint-Martin no se hicieron esperar. Las logias del sudoeste fueron las primeras en cesar sus trabajos. La propaganda de Saint-Martin no encontró eco en las logias de París y Versalles; sin embargo, cuando en 1778 sus Hermanos de Lyon se convirtieron definitivamente al rito templario alemán de la Estricta Observancia, y el Gran Maestro Willermoz sucedió al Gran Maestro provincial Pierre d’Aumont (sucesor de Jacques Molay) con el título de Gran Maestro provincial de Auvergne, se plantearon fusionarse con las logias Philaléthes, que trabajaban desde 1773 (según datos de Martínez y Swedenborg) y en cuyos capítulos secretos no se admitía a ningún iniciado del Gran Oriente. En esta época, Saint-Martin comenzaba a ser conocido gracias a la aparición de su primera obra: “De los errores y de la verdad”. Muchos creían ver en él al continuador de la obra de Martínez. Sin embargo, las logias nombradas anteriormente no lograron convencerle de que se uniera a ellas para alcanzar una obra común; a su último llamamiento durante el Congreso promovido por la asociación de Philaléthes (París, 1784), Saint-Martin respondió por carta manifestando su negativa a participar en sus trabajos. A partir de ese  momento, su mayor preocupación fue establecer contactos con los místicos de Italia, Inglaterra y Rusia, perdió todo interés por el movimiento del rito rectificado de Lyon y no ocultaba su exasperación al oír hablar de logias.
Los acontecimientos posteriores motivaron un mayor compromiso de Saint-Martin con la vía que había elegido. En 1788, aquel que pasaría a la historia como el teósofo de Amboise viajó a Estrasburgo. La versión más extendida señala que su inclinación definitiva hacia el misticismo se debió a la compañía de una de sus amigas, la Sra. de Boecklin; lo cierto es que conoció a Rodolphe de Salzmann, que era, por así decirlo, el director espiritual de la Sra. de Boecklin. Rodolphe de Salzmann, amigo de Young Stilling y vinculado a los grandes místicos alemanes de la segunda mitad del S. XVIII (Eckarthausen, Lavater, etc.) era un hombre notable, pese a ser bastante desconocido, y tenía una profunda inclinación por la mística de los dos Testamentos y los escritos de Jacob Boehme, cuya clave había recibido. Él transmitió dicha clave a Saint- Martin, quien creyó encontrar ahí lo que no había logrado con su antiguo maestro.
Sin duda alguna, las enseñanzas de Salzmann contribuyeron enormemente a proporcionar un místico notable a Francia, pero no revelaron a Saint-Martin la doctrina del eminente teúrgo de Burdeos. En 1793, a la edad de cincuenta años y al no haber encontrado aún esa clave activa, buscaba consuelo en la advertencia de Martínez: que podría estar satisfecho si había alcanzado su meta a los sesenta años. Su pensamiento regresaba ya hacia  esa escuela de Burdeos donde transcurrieron cinco años de su juventud y cuyos trabajos abandonó de manera demasiado ligera. En una de sus cartas al barón de Liebisdorf (11 de julio de 1796) confesaría que “el Sr. Pasqually tenía la clave activa de lo que nuestro estimado Boehme exponía en sus teorías,  pero no nos creía aún preparados para manejar esas altas verdades”. Su correspondencia nos hace pensar que, antes de morir (Aulnay, 1803), retomó los análisis desdeñados de los trabajos de su maestro. Pero ya era demasiado tarde. El discípulo había matado al iniciador en su obra. El Martinezismo era historia.
Tras la muerte de Martínez de Pasqually (1774), la Orden, víctima de la debilidad de algunos y, desafortunadamente, también de la ambición de otros, cayó en un rápido declive. Los compromisos de Willermoz apresuraron su  ruina. La mayoría de los hermanos volvieron a sus antiguas obediencias, tal como hicieron los del Oriente de la Rochelle, cuya carta constitutiva no se ratificó tras 1776. En 1788, desaparecieron las logias de París; los ricos archivos que provocaran la envidia de Cagliostro fueron subastados tras la muerte del marqués Savalette de Langes, cayendo en manos de dos hermanos de Lyon, y llegando luego a las del Sr. Destigny. En 1868, éste los transmitió al Sr. Villareal, a cuyo esmero debemos agradecer su conservación. El fracaso de los hermanos de Lyon en su tarea no era algo nuevo. Su rito rectificado, que en realidad era el Martinezismo, especialmente tras su segunda revisión, vio apagarse sucesivamente los directorios de sus tres provincias: el de Borgoña se disolvió el 26 de enero de 1810, por falta de miembros; el año siguiente, los otros dos se fusionaron con el Gran Oriente, que siempre se había negado a reconocerlos.
El motivo de profundizar en las particularidades de la vida de Saint- Martin es demostrar el error de algunos historiadores mal informados, que atribuyen al teósofo de Amboise la sucesión del teúrgo de Burdeos; y de otros aun peor documentados, que pretenden que fue el fundador de la Orden del Martinismo. Saint-Martin no fundó orden alguna, jamás tuvo dicha pretensión, y el nombre de Martinistas designa simplemente a aquellos que adoptaron su visión, inclinados a liberarse del dogmatismo ritualista de las logias, rechazándolo por su inutilidad. Esta es, en efecto, la opinión de  Jacques Matter, el célebre historiógrafo de Saint-Martin.
Jacques Matter era nieto de Rodolphe de Salzmann, tenía en su poder los principales documentos relacionados con el Martinezismo y los Martinistas, y se encontraba en una posición idónea para relatar los principales acontecimientos reveladores de su existencia. Por otra parte, mantuvo relación con el Sr. Chauvin, uno de los últimos amigos de Fabre d’Olivet y albacea de Joseph Gilbert, quien fuera el único heredero de todos los manuscritos del teósofo de Amboise.
En la actualidad, el hijo del historiador, el Sr. Matter, posee casi todos esos indispensables documentos, incluyendo el “Tratado de la Reintegración  de los Seres”. Este es uno de los documentos más interesantes y notables, pues recoge la base de la doctrina tradicional de Martínez de Pasqually sin omisiones ni añadidos. Muy amablemente, el Sr. Matter nos ha autorizado a publicarlo. Este Tratado, escrito en Burdeos durante 1770, no se incluye en los archivos capitulares de Metz. Los de la Villa de Libourne incluyen únicamente los pasajes principales. Dichos fragmentos, bastante mal escritos y con numerosas mutilaciones, se encuentran repartidos entre las distintas instrucciones de rituales, siendo bastante difícil reconstruir a partir de ellos la obra de Martínez de Pasqually. Por lo tanto, desde aquí, nuestro infinito agradecimiento al Sr. Matter por su amable colaboración.
Con posterioridad, y a su debido tiempo, irán apareciendo otras piezas no menos importantes que arrojaran nueva luz sobre los hombres y las cosas de esta época.

Un Caballero de la Rose Croissante.

París, 20 de septiembre de 1898, aniversario de la muerte de Martínez de Pasqually.



[1] 1 Grados del Porche

Thursday, February 22, 2018

Afinidades Espirituales - ¿Qué es la Fuerza?




AFINIDADES ESPIRITUALES
Franz Hartmann

¿QUÉ ES LA FUERZA?

Antes  de  procurar  ocuparnos  racionalmente  en  la  indagación  de  los  efectos recíprocos y afinidades de unas fuerzas cualesquiera, físicas, psíquicas o de otra especie, se presenta ante todo la pregunta: ¿qué es la “fuerza”?.
La  observación  y  la  experiencia,  tanto  externa  como  interna,  enseñan  que  la “fuerza” es un atributo o función de algo que se llama “substancia” o “materia”, a saber, un movimiento que por su naturaleza, no puede ser más que la expresión de una energía, ya que la substancia inanimada no puede moverse por sí misma. A la verdad, no está demostrada la existencia de cualquiera materia, y contradice a toda filosofía sana, a menos que por “materia” entendamos la “substancia” (de sub-debajo, y sto-estar), es decir, aquel principio que es la base de toda existencia.
Este principio, sin embargo, no puede ser por sí mismo otra cosa que una energía, porque, sin causa eficiente, nada absolutamente puede existir. La “materia” no puede ser su propia causa: ha de tener una causa por la cual existe, y esta causa no podría producir nada, si no fuera una fuerza operativa.
Según este aspecto, lo que llamamos “substancia” o “materia” no ha de ser otra cosa que el fenómeno que existe producido por la acción de una energía convertida en fuerza, cuya energía ha de ser por sí misma de naturaleza substancia, porque un movimiento de nada, sin base alguna para su existencia, es quimérico  inimaginable.
Esta fuerza universal que los antiguos llamaban “materia prima”, y que Schopenhauer describe como la “voluntad”, corresponde a lo que en sánscrito se llama “Akâsa”, y que quizá se designará mejor como el “espacio” o “fuerza universal”, por lo cual, sin embargo, no hemos de representarnos al espacio como una “nada vacía” o como una vejiga llena de éter universal, sino como la extensión de la fuerza universal infinita de que se trata, y cuya causa está en ella misma como algo que nos es desconocido, lo cual no podemos abarcar precisamente porque es infinitamente más grande que nosotros mismos, y que designamos como “Dios” o “Voluntad de Dios”, sin aproximarnos por ello a la comprensión intelectual.
Considerado desde el punto de vista espiritual, nos parece el universo como una manifestación del poder y de la gloria del Uno eterno e innominado; “la materia” como energía  acumulada  y  convertida  en  fenómeno;  la  “fuerza”,  en  cualquiera  forma  que aparezca, como una expresión de esta energía que se puede designar como la voluntad cósmica regida por una ley natural, cuya voluntad en su propia “substancia” o esencia, por sí misma, en todos los planos de existencia, en los planos físico, psíquico y espiritual, puede producir formas corpóreas, ya visibles, ya invisibles para nosotros. Esto concuerda también con las doctrinas religiosas de varios pueblos; pues, por ejemplo, la Biblia enseña que todo se hace por el Verbo (Logos).
El “Verbo” significa la vida que obra de dentro afuera, y la doctrina de los indos concuerda, por tanto, con la de los cristianos, afirmando que todo lo que existe no es otra cosa que una manifestación de la actividad de un principio vital en el universo, cuya fuente es Atma, el Espíritu, es decir, la “Conciencia”. La “materia” es un fenómeno, y como tal, un atributo de este principio universal. Lo que llamamos “forma” no tiene en sí misma ninguna existencia absoluta, sino que es una suma de cualidades; pero el poder trascendente que produce estas formas, es eterno e inmutable, por más que se manifieste en formas y fenómenos innumerables y diversos.

Tuesday, February 20, 2018

El Grado del Real Arco - A. Gallatin Mackey

EL GRADO DEL REAL ARCO


Enciclopedia de la Francmasonería.- A. Gallatin Mackey



Con excepción del grado del Maestro, no existe otro grado en la Masonería tan extensamente difundido, o que sea tan importante en su valor histórico y simbólico, coma el Arco Real, o, como se le ha llamado, flor razón de su significación sublime el ‘Arco Real Sagrado” Dermott le llama ‘la raíz, corazón, y esencia de la Masonería,” y Oliver dice que es “indescriptiblemente más augusto, sublime, e importante que cualquiera que le precede, y es, en efecto, la cima y perfección de la Masonería Antigua.” Se encuentra, efectivamente, en cada uno de los Ritos, en alguna forma modificada, y algunas veces bajo nombre diferente, pero conservando siempre esas mismas relaciones simbólicas de la Palabra Perdida que constituyen su carácter esencial.

Cualquiera que estudie cuidadosamente el grado del Maestro en su significación simbólica, sé convencerá que se encuentra en una condición mutilada, es decir que es imperfecto e incompleto en su historia, y que, terminando bruscamente en su simbolismo, deja a la mente en espera de algo más que es necesario a su perfección. Esta deficiencia la suple el grado del Arco Real. Así es que, cuando tuvo lugar la unión en Inglaterra, en 1818, entre las dos Grandes Logias rivales, no obstante que existía una disposición hereditaria y vigorosa en la parte de los Masones Ingleses con el fin de preservar la simplicidad del Antiguo Rito de York limitando a la Francmasonerí a a los tres grados simbólicos, fué necesario definir la Masonería del Orden antiguo como consistente de tres grados, incluyendo el Arco Real Sagrado.

Hubo un tiempo en que el Arco Real no existía como grado independiente, sino que era una parte complementaria del grado del Maestro, al que dio la necesaria realización. Ramsay lo introdujo en los grados superiores del continente; Darrnott lo creó y estableció para el uso de su Gran Logia; y que Dunckerley se dice lo desunió del tercer grado en la Gran Logia Legal de Inglaterra.

El método preciso y época de su separación después de haber sido establecido por tercera vez, como grado independiente en Inglaterra y América, constituye una parte importante e interesante de la historia de la Masonería.

Es evidente que la existencia del Arco Real como grado independiente y distinto, data de una época comparativamente moderna. En ninguno de los registros antiguos manuscritos de la Masonería existe la referencia más insignificante de él, a la vez que Anderson no lo menciona de ningún modo en su historia de la Orden. La palabra verdadera, que constituye el carácter esencial del grado del Arco Real fué encontrada por el Dr. Oliver en un retablo antiguo del Maestro Masón de fecha aproximada al año 1725 por lo que concluye así (Orden de Inglaterra R A., p. 20) “que la palabra, en esa época no había sido apartada del tercer grado y transferida a otro” en otras palabras, que el grado del Arco Real no habría sido construido entonces.

El período último en que se menciona en Inglaterra que él pudo encontrar, fue en el año 1740. exactamente dos años después de que aconteció el cisma que separó la Logia antigua de la Gran Logia Moderna, uso los títulos generalmente aceptados, sin ninguna referencia a su propiedad y atribuye su formación al cuerpo anterior. Stone, (Cartas Sobre la Masonería, p. 50,) que posee un conocimiento perfecto de la historia Masónica, atribuye su origen al Capitulo Primordial de Arras. Pero ese cuerpo fué establecido por el joven Pretendiente en 1747, y Oliver, como se demuestra, reconoció la existencia del grado en Inglaterra siete años antes, Sin embargo, la verdad es que, Ramsay, mucho antes habla incorporado el grado del Arco Real bajo un titulo diferente en sus grados superiores, y no hay duda que Dertnott, que fué realmente el inventor del sistema Inglés, debía a él muchas de sus ideas lo mismo que aconteció posteriormente a Dunckerley cuando compuso el Arco Real para la Gran Logia Legal pero el sistema de Ramsay era muy diferente en sus detalles principales al de ambos. Ramsay, hacia la época de la innovación de Dermott, había visitado Inglaterra, e intentado introducir sus grados superiores, los que fueron rehusados por la Gran Logia Legal y hay muchas razones para creer que él comunicó a la Masonería separatista una parte principal de las invenciones que él había implantado en la Masonería del continente.

Oliver dice que el Arco Real que fué inventado por los separatistas, “aunque contenía elementos de sublimidad suprema, era imperfecto en su construcción y poco satisfactorio en su resultado lo cual demostraba, por el estado imperfecto e informa en que se encontraba entonces, que el grado estaba en los primeros años de su infancia, Los anacronismos que tenía en abundancia, y el estilo negligente en el que sus partes se encontraban dispuestas, revelaban su origen reciente. Realmente, no cabe duda que fué un atentado, el combinar varios de los grados continentales de la Masonería sublime en uno solo, sin atender al orden del tiempo, propiedad y estilo conveniente en su disposición, o cualquiera otro principio fundamental; y por esta razón encontramos en el grado, tal como fué construido originalmente, una confusión insuperable del todo en los acontecimientos que se conmemoran en el Arco Real de Ramsay, los Caballeros del Arco Noveno, del árbol Ardiente, del Oriente o la Espada, de la Cruz Roja. el Compañero Masón Escocés. el Maestro Selecto, la Espada de la Cruz Roja de Babilonia, la Rosa Cruz, etc,”.

Como a fines del año de 1758, la Gran Logia Constitucional no tenía grado del Arco Real, pues en ese año el Gran Secretario declaró que nuestra sociedad no es Arco Antiguo ni Arco Real ;‘ y en la lectura del tercer grado preparado por Anderson y Desaguliers dice que “lo que existía perdido se ha encontrado ahora,” lo cual significaba, dice Oliver, que la palabra del maestro masón se otorgó al Masón recientemente ascendido en las últimas ceremonias del tercer grado, lo cual prevenía la necesidad del grado del Arco Real.

Pero hacia el año 1770, Tomás Dunckerley, que había sido autorizado por la Gran Logia Constitucional, o los “Modernos,” para inaugurar un nuevo sistema de lecturas, comenzó sus modificaciones del antiguo sistema, las que se han practicado hasta la fecha y que consisten en separar la palabra del Maestro del tercer grado, Esto dio origen a la necesidad de un nuevo grado; por lo que Dunckerley, copiando de Ramsay, de Dermott, y de su propia invención, fabrico el grado del Arco Real para los Masones Modernos; siendo una Innovación violenta, cuyo éxito se debe únicamente a su gran popularidad que tenía en la Orden y la influencia del Gran Maestro. Oliver cree, por buenas razones, que la introducción del grado del Arco Real en el sistema Moderno no podría haber sido anterior a la dedicación del Salón de los Francmasones en 1776. Diez años después de que los reglamentos del grado fueron establecidos por primera vez, y en que la unión de las dos Grandes Logias en 1813, tuvo lugar, fué reconocido formal y oficialmente el Arco Real Sagrado, como una parte de la Masonería del Orden Antiguo, el que ha permanecido desde entonces en dicha forma.

El resultado de nuestras investigaciones, en las que hemos confiado principalmente en la autoridad del inteligente Oliver, es que, hasta el año 1740, el elemento esencial del Arco Real constituía parte componente del Grado de Maestro, y era, por supuesto, su parte concluyente; que como grado no fué reconocido del todo siendo solamente el complemento de uno; y que en la época en que fué separado de su relación original y elevado a la posición e investido con a forma de un grado distinto por el cuerpo que se llamaba ‘la Gran Logia de Inglaterra según las Antiguas Constituciones,” y que se conoce familiarmente tomo la Logia de Dermott o la Gran Logia Athol, y frecuentemente corno ‘los Antiguos;” que en 1776 un grado se¬mejante construido por Dunckerlev, fué adoptado por La Gran Logia Constitucional. o los “Modernos,” y que en 1813 fué reconocida formalmente como parte del Rito de York por a Gran Logia Unida de Inglaterra.

En América, la historia del grado siguió a la del sistema inglés. Como la mayor parte de las Logias americanas derivaban sus Patentes de la Gran Logia Athol, el Arco Real debe haber sido introducido en el momento de su constitución, El gobierno del grado estuvo por mucho tiempo bajo las ordenes de las Logias del Maestro, y muchos años transcurrieron antes de que fuese conducido de ahí y colocada bajo el control de cuerpos distintos llamados Grandes Capítulos. En América, no fué sino hasta 1798 en que se fundó el Gran Capitulo y muchas Logias persistieron por algunos años en que les fuese conferido el grado del Arco Real bajo La autoridad de sus Poderes de Las Grandes Logias.

Conservado en todas partes la identidad en su significación simbólica, el Arco Real varia en diferentes países en sus detalles históricos.

El grado de Ramsay, del que se originaron todos los sistemas continentales, es enteramente diferente del que se practica en la Gran Bretaña, en Irlanda, y en los Estados Unidos.

Su representació n puede encontrarse en el grado décimo-tercero, o Caballero del Arco Noveno del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.

En Inglaterra, Escocia. y los Esta¬dos Unidos, la circunstancia en la que se funda el grado, o, en el lenguaje técnico, la leyenda, es la misma; pero La organización preliminar es diferente en cada país.

En Inglaterra en 1834 se hicieron varios cambios considerables en las ceremonias de exaltación, pero se conservaba el diseño general del sistema. El grado es el cuarto en la serie masónica, y el Maestro Masón que ha permanecido así por doce meses, es elegible para la exaltación. Los oficiales principales del Capítulo ingles son: los tres Principales, Zorobabel, Haggai, y Joshua; tres Residentes Templarios y dos Escribas, Ezra, y Nehemiah un Tesorero y un Bedel.

En Escocia, los grados preliminares son; los de Maestro super-Excelente, Excelente, Ex-Maestro. y Marcador, y los oficiales principales son los mismos que en Inglaterra.

En Irlanda, la leyenda era anteriormente diferente de la de Inglaterra, y fundada en sucesos registrados en las Crónicas del Segundo Libro (xxxiv p. 14,) en donde se dice que Hiliiah “encontró el libro de la ley de Dios dado por Moisés.” La fecha de este grado era por Lo tanto el año 624 A. C., o sea noventa años después que la nuestra. Los grados preliminares a calificativos eran: Super Excelente y Excelente y Ex-Maestro. Pero el sistema irlandés fué alterado hace algunos años, y se adoptó un nuevo Rito, algo semejante al americano. Los oficiales no difieren materialmente de los del Capitulo inglés y escocés.

En América, la leyenda es la misma. tal como la inglesa, aunque varía en algunos de sus detalles. Los grados preliminares son: Maestro Excelentísimo, Ex-Venerable y Aprobado; y los oficiales principales son: Sumo Sacerdote, Rey, Escriba, Capitán de la Hueste, Viador Principal Capitán del Arco Real, y los Tres Grandes Maestros de los Velos.

Corno ya he dicho, como quiera que la leyenda o base histórica variase en los diferentes Ritos. en todos ellos era idéntica la significación simbólica del Arco Real. Por lo mismo, la Construcción del segundo Templo, que es un símbolo tan prominente en los sistemas inglés y americano, y enteramente conocido de igual modo en el continental, no puede considerarse como punto esencial en el simbolismo del grado. Es importante en los sistemas en que se encuentra, pero no es esencial. El verdadero simbolismo del sistema del Arco Real se funda en el descubrimiento de la Palabra Perdida.

Nunca es por demás e! repetir que la PALABRA es, en la Masonería, el símbolo de la VERDAD. Esta verdad es el gran objeto que persigue la Masonería el principio y tendencia de todas sus investigaciones la recompensa prometida a todos los esfuerzos masónicos, y que se busca diligentemente en todos los grados a que se aproxima constantemente pero nunca se comprende perfectamente e íntimamente, hasta que al fín, en el Arco Real, los velos que cubren el objeto de nuestra investigación se descubre ante nuestra vis¬ta, y se revela el inestimable premio.

Esta verdad, que es el gran objeto de las investigaciones de la Masonería, no es precisamente la verdad de la ciencia, o la verdad de la historia, pero es la verdad más importante que es sinónimo del conocimiento de la naturaleza de Dios, es esa verdad que se encuentra en el Tetragrama Sagrado, o nombre omnipotente, comprendiendo su significación su existencia eterna, presente, pasada y futura, a la que alude al declarar a Moisés, me he presentado a Abrahan, Isaac y a Jacob por el nombre de Dios Omnipotente; pero no me conocían por mi nombre de Jehová.

El descubrimiento de esta verdad es entonces, el simbolismo esencial del grado del Arco Real. Donde quiera que se practique, y bajo algún nombre peculiar el grado se encuentra en todos los Ritos de la Masonería; este simbolismo permanece. Pero no obstante, la leyenda puede variar, las ceremonias de recepción y los pasos preliminares de iniciación pueden diferir, pero la consumación es siempre la misma el gran descubrimiento que representa el conocimiento de la VERDAD