AFINIDADES
ESPIRITUALES
Franz Hartmann
¿QUÉ ES LA FUERZA?
Antes de
procurar ocuparnos racionalmente
en la indagación
de los efectos recíprocos y afinidades de unas
fuerzas cualesquiera, físicas, psíquicas o de otra especie, se presenta ante todo
la pregunta: ¿qué es la “fuerza”?.
La observación
y la experiencia,
tanto externa como
interna, enseñan que la
“fuerza” es un atributo o función de algo que se llama “substancia” o
“materia”, a saber, un movimiento que por su naturaleza, no puede ser más que
la expresión de una energía, ya que la substancia inanimada no puede moverse
por sí misma. A la verdad, no está demostrada la existencia de cualquiera
materia, y contradice a toda filosofía sana, a menos que por “materia”
entendamos la “substancia” (de sub-debajo, y sto-estar), es decir, aquel
principio que es la base de toda existencia.
Este
principio, sin embargo, no puede ser por sí mismo otra cosa que una energía,
porque, sin causa eficiente, nada absolutamente puede existir. La “materia” no
puede ser su propia causa: ha de tener una causa por la cual existe, y esta
causa no podría producir nada, si no fuera una fuerza operativa.
Según
este aspecto, lo que llamamos “substancia” o “materia” no ha de ser otra cosa
que el fenómeno que existe producido por la acción de una energía convertida en
fuerza, cuya energía ha de ser por sí misma de naturaleza substancia, porque un
movimiento de nada, sin base alguna para su existencia, es quimérico inimaginable.
Esta
fuerza universal que los antiguos llamaban “materia prima”, y que Schopenhauer
describe como la “voluntad”, corresponde a lo que en sánscrito se llama
“Akâsa”, y que quizá se designará mejor como el “espacio” o “fuerza universal”,
por lo cual, sin embargo, no hemos de representarnos al espacio como una “nada
vacía” o como una vejiga llena de éter universal, sino como la extensión de la
fuerza universal infinita de que se trata, y cuya causa está en ella misma como
algo que nos es desconocido, lo cual no podemos abarcar precisamente porque es
infinitamente más grande que nosotros mismos, y que designamos como “Dios” o
“Voluntad de Dios”, sin aproximarnos por ello a la comprensión intelectual.
Considerado
desde el punto de vista espiritual, nos parece el universo como una
manifestación del poder y de la gloria del Uno eterno e innominado; “la
materia” como energía acumulada y
convertida en fenómeno;
la “fuerza”, en
cualquiera forma que aparezca, como una expresión de esta
energía que se puede designar como la voluntad cósmica regida por una ley
natural, cuya voluntad en su propia “substancia” o esencia, por sí misma, en
todos los planos de existencia, en los planos físico, psíquico y espiritual,
puede producir formas corpóreas, ya visibles, ya invisibles para nosotros. Esto
concuerda también con las doctrinas religiosas de varios pueblos; pues, por
ejemplo, la Biblia enseña que todo se hace por el Verbo (Logos).
El
“Verbo” significa la vida que obra de dentro afuera, y la doctrina de los indos
concuerda, por tanto, con la de los cristianos, afirmando que todo lo que
existe no es otra cosa que una manifestación de la actividad de un principio
vital en el universo, cuya fuente es Atma, el Espíritu, es decir, la
“Conciencia”. La “materia” es un fenómeno, y como tal, un atributo de este
principio universal. Lo que llamamos “forma” no tiene en sí misma ninguna
existencia absoluta, sino que es una suma de cualidades; pero el poder
trascendente que produce estas formas, es eterno e inmutable, por más que se
manifieste en formas y fenómenos innumerables y diversos.
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