Saturday, December 12, 2015

El Simbolismo de la Logia de Mesa - Denys Roman

REFLEXIONES DE UN CRISTIANO SOBRE
LA FRANC-MASONERÍA

Denys Roman

EL SIMBOLISMO DE LA LOGIA DE MESA


La modernización de los rituales masónicos, no sólo ha empobrecido hasta desfigurarse, las “funciones” esenciales de la Orden, y que son para cada grado, en número de tres: apertura de los trabajos, clausura de los trabajos y colación del grado correspondiente; aun han ejercido su acción “desacralizante” sobre muchos otros ritos, considerados erróneamente como “adventicios” o secundarios (porque, en general, no se cumplen en cada tenida, sino tan sólo una o dos veces por año), pero que, a nuestros ojos, no son menos importantes y “significativos” que los otros. Entre estos ritos, unos han desaparecido, al menos prácticamente, y, los otros, han sido transformados hasta el extremo de haber perdido todo carácter “iniciático”.

Entre los ritos desaparecidos, en la mayor parte de las Logias latinas, podemos citar la “consagración” de los talleres. Esta función, según ciertos autores, era antiguamente cumplida, de forma anual, en la Masonería operativa, y designada como “Aniversario de la Dedicación del primer Templo”. En los países anglo-sajones, es practicada, una vez por todas, después de la constitución de una nueva Logia. En la Masonería continental, cayó en desuso o reducida a casi nada. Sin duda llegamos a la conclusión de que, el uso del incienso y las alusiones al “servicio de Dios”, eran poco compatibles con la mentalidad contemporánea .

Hay otro rito de carácter anual, que ha sido conservado, aunque degradado y “profanado” (en el sentido etimológicos de estas palabras). Es el llamado corrientemente “Instalación del Colegio de Oficiales”, y que, en realidad, es “La instalación de Hiram-Abiff en el púlpito del rey Salomón”. Despojado de diversos elementos esenciales para la comprensión correcta del verdadero carácter de la Masonería, este rito ha sido reducido, al menos en Francia, a una simple formalidad “administrativa”, pasablemente fastidiosa y, en todo caso, vacía de toda significación verdaderamente profunda.

Los Masones que han comprendido la necesidad, para el resurgir de la Orden, de utilizar rituales lo más próximos posibles a la perfección, deberían, pensamos, no descuidar aplicar sus esfuerzos a las funciones que acabamos de hablar y a todas las demás. Para esto dos cosas son necesarias: una documentación bastante extensa y, sobre todo, un conocimiento profundo de los escritos de René Guenón, cuya Obra, en materia de Masonería, nos parece como absolutamente irremplazable.

Sería interesante, cada vez que una tal tarea sea concluida, mirar si el resultado revela algunas de estas “armonías internas” a que hemos referencia precedentemente. Querríamos, precisamente hoy, dar un ejemplo que sirviera, no de “modelo”, sino más bien de “ilustración” de lo que puede hacerse a este respecto. Pues es innecesario decir que, los ritos masónicos, varían considerablemente de una Obediencia a otra, las “armonías” obtenidas en el rito de York, por ejemplo, no son las mismas que las obtenidas en el Rito Escocés, Francés, Sueco, u otros. Pero pensamos que siempre deben ser “significativas”.

Hemos elegido, a este propósito, una función tenida generalmente por poco importante -aunque tal no era la opinión de René Guenón-, y de la cual podemos hablar, en todo caso, sin infringir las consignas de silencio relativas a los trabajos en Logia; consignas que, sabemos, no son más que el símbolo del “secreto masónico” incomunicable por esencia. Esta función es la Logia de Mesa, otras veces considerada como obligatoria en las fiestas solsticiales. Hoy en día, olvidado totalmente su carácter “de comunión”, ha sido frecuentemente reemplazada por una simple “cena fraternal”, totalmente desprovista de todo valor simbólico..

El examen de este rito tendrá, además, la ventaja de ofrecer otro ejemplo de armonías numéricas, que encontraremos aquí, no en la batería ejecutada con el mallete, sino en la batería ejecutada con las manos, que reviste, precisamente en la Logia de Mesa, una importancia muy particular.

Empezaremos por recordar algunas reglas, frecuentemente olvidadas, de la Logia de Mesa. Debe ser “regularmente cubierta”, es decir que los trabajos deben estar abiertos para un ritual, puede ser abreviado, pero, en todo caso, efectivo en sus elementos esenciales. Siempre se practica en primer grado, pero por una tradición bastante remarcable, los Aprendices son autorizados a llevar el “cordón de Maestro”. Las mesas están dispuestas de una forma especial, recordando el triclinium de los Ancianos (que es también, según muchos creen, la forma de la mesa en la Cristo celebró la Última Cena); sin embrago los Masones de lengua inglesa, no han olvidado que, una disposición tal, no es más que una imitación aproximada de la Logia de Mesa ideal, cuya forma rigurosamente exacta sería una semicircunferencia prolongada en sus extremos por líneas paralelas .

El rito esencial de la Logia de Mesa, aquel por el cual los trabajos no pueden estar “suspendidos”, sino que deben adquirir “fuerza y vigor”, está constituido por lo “honores”. Se designa bajo este nombre la acción de beber a la “gloria”, a la “memoria” o a la “salud” de uno o de diversos “dignatarios” previamente designados. Seguidamente de cada uno de estos “honores”, los comensales hacen el signo del primer grado y después ejecutan con las manos una batería particular, llamada “batería de mesa”.

Esta batería difiere según la “dignidad” de aquellos a quienes se rinden los “honores”. Por poner un ejemplo, una batería dada “por acuerdos de 3 veces 5 y 3” se compone de 3 series de 5 batidas precipitadas, seguidas de 3 batidas más lentas (en este caso, es el “brindis”, tan conocido en las cenas populares de familia o meramente sociales, y de cual podríamos preguntarnos si no se trataría de uno de esos numerosos ritos iniciáticos que han penetrado en el mundo profano). 

Cuando los honores son hechos a la salud de una persona presente en la Logia de Mesa, ésta debe agradecerlos obligatoriamente, mediante algunas palabras. Haciendo seguir a esta respuesta, un “signo” y una batería idéntica a la que ha recibido como saludo.

Seguidamente tal agradecimiento, debe ser “cubierto”, es decir que, bajo la invitación del Presidente de mesa, los asistentes reiteran el signo y la batería. Sin embargo, no se cubren los agradecimientos del Venerable; pero el Primer Vigilante recuerda la regla diciendo: “Por respeto a nuestro Venerable, no procederemos a cubrir su batería”.

La Masonería, sobre todo en Inglaterra, ha multiplicado a placer el número de honores. Habiendo eliminado aquellos que no presentaban más que un aspecto de “etiqueta” de obediencia o que son totalmente ocasionales, y restableciendo aquellos que la influencia modernista había hecho desaparecer, permaneciendo los siguientes:

  1. “Ala gloria del Gran Arquitecto del Universo”. Estos honores son realizados “por acuerdos de 3 veces 11 y 3”, lo que ofrecen 33 palmadas.
  2. “A la memoria de los dos San Juan”. Son efectuados “por acuerdos de 3 veces 9 y 3”, de lo que resultan 30 palmadas.
  3. “Al Venerable de la Logia” esta salud es propuesta por el Primer Vigilante, quien solicita previamente la autorización. Se efectúa “por acuerdos de 3 veces 7 y 3”, en total 24 palmadas. El Venerable agradece y reitera la batería, pero, tal como hemos dicho anteriormente, sus agradecimientos no se encuentran cubiertos. El número total de palmadas en este saludo es, entonces, de 48.
  4. “A los dos Vigilantes sobre los que reposan las columnas del Templo”. Los acuerdos son de 3 veces 5 y de 3, de lo que resultan 18 palmadas. El Primer Vigilante lo agradece y, al mismo tiempo que su colega, reitera la batería, y los agradecimientos son cubiertos. El total número de palmadas es, entonces, de 54 .
  5. A todos los Masones esparcidos por el mundo, sea cual fuere el lugar donde se encuentren, en la superficie de la Tierra o bajo las olas, deseándoles, por la gracia del Gran Arquitecto del Universo, feliz regreso a su país natal. Amen”. Estos honores, después de los cuales se forma la “cadena de unión”, se realizan “por acordes de 3 veces 3 y 3”. Jamás son respondidos y, el número de palmadas es de 12.

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Ahora, si sumamos el número de palmadas efectuadas en los 5 “honores”, comprobamos que: 36+30+48+54+12=180, es decir el número que expresa, en grados, la medida de la semicircunferencia. Esta constatación está cercana a la disposición de las mesas en semicírculo, a que hemos hecho referencia con anterioridad, y también al hecho de que, las Logias de Mesa, presentan toda su solemnidad en las fechas de los dos solsticios, que dividen en ciclo del año en dos partes iguales.

Por lo tanto, en las “Instrucciones” del grado de Aprendiz, se dice que la Logia tiene la forma de un cuadrilongo (o cuadrado alargado). ¿Cómo se explica que, para los trabajos de Mesa, esta forma de Logia sea modificada? Podríamos apuntar a este respecto al simbolismo de la “Tabla Redonda”, donde los caballeros estaban situados  en una relativa “igualdad”, que es posible que no esté en analogía con la designada más arriba, referente a que los Aprendices, en Logia de Mesa, están habilitados al nivel de la insignias de la maestría.

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Entre aquellos símbolos enigmáticos que figuran sobre antiguos “cuadros de Logia” del siglo XIX, encontramos uno que representa un cuadrado y un círculo entrelazados de tal forma que, los aspectos de las cuatro porciones del cuadrado externas al círculo, son aproximadamente equivalentes a los aspectos de las cuatro porciones del círculo, externas al cuadrado.

En ninguna parte hemos visto dar una interpretación cualquiera de este símbolo. Pero, para nosotros, no cabe ninguna duda que se trata de una alusión al célebre problema de la “cuadratura del círculo” que, con la “tri-sección del ángulo” y el problema “déliaque” de la “duplicación del cubo” (con los que, posiblemente, se relacionan ciertos símbolos del segundo grado), han suscitado tantos comentarios, esotéricos como exotéricos, desde Pitágoras hasta nuestros días.

Sabemos que en el orden cosmológico, la cuadratura del círculo es la “proyección plana” del paso de la “esfera al cubo”, que simboliza el proceso cíclico que lleva al Paraíso terrestre y a la Jerusalén celeste. La insolubilidad del problema, en la geometría euclidiana o “profana”, expresa el hecho que el proceso cósmico, en su conjunto, es obra de la Actividad del Cielo.

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Volvamos ahora a la forma semicircular de la Logia de Mesa y a la forma de cuadrilongo de la “Logia de Trabajo”, y precisemos en principio que el cuadrilongo es precisamente un rectángulo cuya anchura es el doble que su altura; es por lo tanto el doble de un cuadrado. La diagonal de esta figura sirve para determinar la “sección de oro” de un segmento, necesario para la formación de un pentágono estrellado o de la “estrella flameante”: uno de los principales emblemas de la Masonería, que simboliza al “Hombre Verdadero” o, para las tradiciones occidentales, al Adam Qadmon y al Cristo Glorioso. Las semejanzas del cuadrilongo con la edificación de la Jerusalén celestial, son pues evidentes. En América, es cierto, la estrella flameante es asimilada a la estrella que guía a los magos a Jerusalén y luego a Belén; pero podemos apreciar que la Jerusalén terrestre es la “figura de la Jerusalén celeste. Por otra parte, es interesante recordar que, la estrella desapareció con la llegada de los Magos a Jerusalén, y no volvió a aparecer, hasta que iniciaron el regreso. Este incidente puede relacionarse con el hecho de que, la Jerusalén celeste, no recibe la luz, ni del Sol, ni de la Luna.

La Logia de Mesa es un semicírculo, la Logia de Trabajo un doble cuadrado. La primera representa el Paraíso terrestre, pero un Paraíso “mutilado”, por así decirlo. Y sería más exacto decir que, la Logia de Mesa es, respecto a la de Trabajo, la “memoria” o el recuerdo.

La Logia de Trabajo simboliza la “espera” de la Jerusalén celeste. Pues el rectángulo no es más que un cuadrado imperfecto; cuadrilátero que tiende hacia el cuadrado. Y el paso de la “Mesa” al “Trabajo” y del “Trabajo” a la “Mesa”, simboliza las operaciones herméticas, inversas y complementarias, de la “cuadratura del círculo” y de la “circulatura del cuadrado”.

El Paraíso terrestre viene descrito al principio del Antiguo Testamento. La Jerusalén celestial, es descrita al final del Nuevo. Estas dos “estancias” señalan pues los límites entre los que se dispensa la Palabra Divina, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Y son también, para nuestro ciclo, la primera y la última moradas de la Humanidad y, más particularmente de los “elegidos”; una y otra son el modelo ideal de estas “casas” que construyen los Masones operativos, al abrigo de la Lluvia, que los Griegos representan por la letra delta y, los Hebreos, por la letra beth.

Pero este mismo símbolo se aplica también en el orden microcósmico, evocando entonces a la primera y última moradas del hombre individual, especificación del Camino Universal. La cuna es un semicírculo y, la tumba, un cuadrilongo. Para el Masón que se aplica en la “interpretación de los signos”, la similitud entre macrocosmos y microcosmos, y, consecuentemente, la necesidad de unificar la vía de abajo, con la “Voluntad de Arriba”, expresada por el Plan del Gran Arquitecto del Universo, aparece con una serena claridad, como la evidencia exigente, como el Absoluto.

Thursday, December 3, 2015

El Mito Solar y el Hombre - El Maestro delos Nueve - Jorge Adoum

EL MITO SOLAR Y EL HOMBRE

EL MAESTRO DE LOS NUEVE
9º GRADO
JORGE ADOUM
(Mago Jefa)

La Leyenda del Grado del Elegido de los Nueve explica extensamente el Mito Solar. La propia leyenda de Hiram y de la persecución de los asesinos enmascara en cierto sentido mitos y misterios simbólicos más antiguos que nos muestran la constante lucha entre la Luz y las tinieblas, el bien y el mal, la verdad y el error, y los ideales y las pasiones del hombre.
En el Mito Solar, del que fueron extraídas todas las leyendas de las religiones, los nueve Maestros son los nueve signos zodiacales o nueve meses de luz en oposición a los tres meses más oscuros, terrenales y animales, Escorpio, Sagitario y Capricornio.
Además, es la lucha entre la Luz y las tinieblas, el nacimiento y la muerte, lo activo y pasivo, y lo oscuro y negativo: es la lucha de las estaciones luminosas contra la estación oscura. Es la lucha de los dioses del Olimpo contra los Titanes y Gigantes deseosos de dominar en el orden celestial mediante las pasiones brutales. Es la lucha de los Devas contra los Asuras, de Indra, Agni y Mitra contra Varuna, quien, igual que Lucifer, es lanzado al Inferior (Infierno), dejando de ser el dios de la noche estrellada. Es la lucha de Osiris reencarnado en Horus. y de Isis, contra Tifón; de Hércules, prototipo del héroe consciente de su propia imagen divina, contra los monstruos o pasiones animales, que se encuentran en su ciclo zodiacal evolutivo, como residuo de su propio pasado con el cual debe enfrentarse para superarlo.
Es la lucha de Mitra (El Sol), la Divinidad-Luz de la última época de la región iránica, contra el Toro (Tauro) que es emblema de la naturaleza animal (léase Octavo Grado), a quien mata y transmuta para absorber sus cualidades positivas. Es la lucha tanto en la Naturaleza como en la vida; la Luz, el Poder Supremo, ahuyenta las tinieblas y la oscuridad. Ante su claridad, el misterio de la noche huye llevando consigo los temores y el cansancio que se apoderan de nuestro organismo cada vez que anochece.
Y en la medida en que se haga la luz en nuestra mente, se aclararán nuestras preocupaciones y problemas para que nuestra vida sea crecimiento en la Luz.
La ignorancia y el fanatismo sustituyen a la Verdad y a la comprensión en cada uno de nosotros, pero, al dedicarnos al estudio para cultivar nuestra mente, la ignorancia y el fanatismo, tal como lo hicieron los dos asesinos, se lanzan al abismo de la aniquilación. La ambición (compañera de la ignorancia y del fanatismo), que se oculta en la cueva del corazón del hombre, se destruye a sí misma, como lo hicieron Abibalac, el asesino de Hiram, y Judas Iscariote, hasta que un rayo del más puro amor llegue a esa gruta.
Esta versión de la Leyenda de Hiram nos enseñó con total claridad la Ley de Causa y Efecto, como más adelante la explicaremos, y que consiste en: "Con la vara que midiereis seréis medidos".
El Iniciado debe matar en su corazón la ignorancia, el fanatismo y la ambición, sustituyéndolos con sabiduría, tolerancia y altruismo, o con verdad, comprensión y desprendimiento.

¿Que nos enseño Jesus? - Cap 1 - El Sermón del Monte - La Llave para triunfar en la Vida - Emmet Fox

EL SERMÓN DEL MONTE
La Llave para triunfar en la Vida
Emmet Fox


Capítulo 1

¿Que nos enseño Jesus?

JESUCRISTO es, sin duda, la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia de la humanidad. Esto hemos de admitirlo; no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si le consideramos hombre, ya le tengamos por el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso. Sea cual sea nuestra interpretación, quedará el hecho incontrovertible de que su vida y su muerte, así como las enseñanzas que se le atribuyen, han influido en el curso de la historia más que las de cualquier otro hombre que jamás haya vivido. Mucho más, incluso, de lo que lo hicieron Alejandro, o César, o Carlomagno, o Napoleón, o Washington. Son muchas las personas influenciadas por sus doctrinas, o al menos, por las que se le atribuyen; se escriben, leen y compran multitud de libros acerca de Él; se pronuncian más discursos (o sermones) sobre su persona que sobre todos los nombres mencionados juntos.

Él ha sido la inspiración religiosa de toda la raza europea durante los dos milenios en que ésta ha dominado y moldeado los destinos del mundo entero —tanto cultural, como social, como políticamente—, y durante el período en que toda la superficie terrestre fue por fin descubierta y ocupada y sus rasgos salientes trazados por la civilización.

Estos hechos lo colocan a El en el primer lugar de la importancia mundial.
No hay, por lo tanto, empresa más elevada que la de inquirir e investigar acerca de Sus ideales. ¿Qué enseñó Jesús? ¿Qué quiso verdaderamente que creyésemos e hiciésemos? ¿Cuáles fueron los fines que albergaba en su corazón? Y, ¿hasta qué punto logró cumplir estos fines con Su vida y con Su muerte? ¿Hasta qué punto ha expresado o representado Sus ideas el movimiento llamado cristianismo, tal como ha existido durante los últimos diecinueve siglos? ¿Qué alcance tiene el mensaje que el cristianismo de hoy presenta al mundo? Si Él volviese ahora, ¿qué diría, en general, de las naciones que se llaman cristianas, y en particular de las iglesias cristianas, de los adventistas del Séptimo Día, de los anglicanos, los bautistas, los católicos, los cuáqueros, los griegos ortodoxos, los metodistas, los presbiterianos, los salvacionistas o los unitarios? ¿Qué fue lo que enseñó Jesús?
Éstas son las preguntas que tengo intención de responder en este libro. Me propongo demostrar que el mensaje que nos trajo Jesús tiene un valor único porque es la Verdad, la única explicación perfecta de la naturaleza de Dios y del hombre, de la vida y del mundo, así como de la interdependencia que existe entre ellos. Y lo que es más, encontraremos que Su enseñanza no es una mera apreciación abstracta del universo, lo cual sólo tendría un interés académico, sino que constituye un método práctico para el desarrollo del alma, un método que nos sirve para reformar nuestra vida y nuestro destino, de manera que podamos hacer de ellos lo que queramos.

Jesús nos explica lo que es la naturaleza de Dios y lo que es nuestra propia naturaleza; nos habla del significado de la vida y de la muerte; nos enseña por qué cometemos errores; por qué caemos en la tentación; por qué enfermamos y nos empobrecemos, por qué nos hacemos viejos; y, lo que es más importante, nos dice cómo pueden ser vencidos todos estos males, y cómo podemos traer salud, felicidad, y prosperidad verdadera a nuestras vidas y a la vida de los que nos rodean, si ellos lo desean realmente.

Lo primero que tenemos que comprender es un hecho de importancia fundamental, porque significa romper con los puntos de vista ordinarios de la ortodoxia. La verdad es que Jesús no enseñó teología alguna. Su enseñanza es enteramente espiritual o metafísica. El cristianismo histórico, desafortunadamente, ha puesto su mayor atención en las cuestiones teológicas y doctrinales, las que, por extraño que parezca, no tienen nada que ver con la enseñanza evangélica en sí. Mucha gente sencilla se sorprenderá al comprobar que todas las doctrinas y teologías de las iglesias son invenciones humanas, nacidas en la mente de sus autores e impuestas a la Biblia desde fuera. Pero es así. No hay absolutamente ningún sistema teológico o doctrinal que pueda ser hallado en la Biblia; sencillamente ninguno. Personas honradas que sintieron la necesidad de obtener cierta explicación intelectual de la vida, creyendo también que la Biblia era una revelación de Dios al hombre, llegaron a la conclusión de que una debía encontrarse dentro de la otra, y luego, más o menos inconscientemente, se pusieron a crear aquello que querían encontrar. Pero les faltaba la llave espiritual y metafísica. No estaban afirmados sobre lo que podemos llamar Base Espiritual, y en consecuencia buscaron una explicación de la vida puramente intelectual o tridimensional, y es imposible explicar la existencia con semejante criterio.

La explicación verdadera de la vida del hombre descansa en el hecho de su entidad esencialmente espiritual y eterna, y en que este mundo, y la vida que intelectualmente conocemos, no son más que lo que muestra un corte en sección de la verdad completa acerca de él. Y un corte en sección de cualquier cosa —sea una máquina o un caballo— no puede damos ni tan siquiera una explicación parcial de lo que es el todo.

Mirando a un rinconcito del universo —y eso con ojos entreabiertos— y colocándose en un plano exclusivamente antropocéntrico y geocéntrico, los hombres han creado absurdas y horribles fábulas acerca de un Dios limitado y semejante al hombre, que rige su universo tal como un reyezuelo oriental, más bien ignorante y bárbaro, que manejara los asuntos de su pequeño reino. A este ser así creado se le atribuyen toda suerte de flaquezas humanas, tales como la vanidad, la inconstancia, y el rencor. Luego surgió una leyenda forzada e inconsecuente acerca del pecado original, la expiación por la sangre, el castigo infinito por transgresiones finitas, y, en ciertos casos, se añadió una doctrina increíblemente horrible de la predestinación al tormento eterno o a la felicidad eterna. La Biblia no enseña ninguna teoría semejante. Y si estuviera en los objetivos de la Biblia sostener tal cosa, ello aparecería claramente expuesto en algún capítulo u otro, pero no es así.

El "Plan de Salvación" que figuraba con tanta prominencia en los sermones evangélicos y en los libros de teología de la pasada generación, es tan desconocido para la Biblia como lo es para el Corán. Nunca hubo tal plan en el universo, y la Biblia no lo expone en ninguna manera. Lo que ha sucedido es que algunos textos oscuros del Génesis, ciertas frases sacadas acá y allá de las epístolas de San Pablo y unos cuantos versículos aislados de otras partes de las Sagradas Escrituras, han sido entresacados y reunidos por los teólogos para sostener la clase de doctrina que a su parecer debería encontrarse en la Biblia. Jesús desconocía todo esto. Claro está que El no es en modo alguno como Pollyanna o un optimista. Nos advierte, no ya una vez sino muchas, que la obstinación en el pecado trae en verdad muy serias consecuencias, y que el hombre que perdiere la integridad de su alma, aun cuando ganare el mundo entero, resulta extremadamente necio. Por otra parte, nos enseña que somos castigados a causa de nuestros propios errores, o mejor aún, son nuestros propios errores los que nos castigan. Jesús nos enseña también que cada hombre o mujer, por encenegados que estén en lo impuro y malo, tienen acceso directo a un Dios de misericordia, paternal y todopoderoso, quien los perdonará y les proporcionará Su propia fortaleza para ayudarles a descubrirse de nuevo a sí mismos, setenta y siete veces si es necesario.

Jesús ha sido también mal comprendido y mal representado en varias otras maneras. Por ejemplo, no hay ningún fundamento en su enseñanza sobre el cual establecer determinada forma de eclesiasticismo, jerarquía, o tal o cual sistema ritualista. Él no autorizó semejante cosa, y, de hecho, todo el contenido de su pensamiento es definitivamente antieclesiástico. A través de toda su vida pública lo vemos frente a los clérigos y demás oficiales religiosos de su propio país. Por eso ellos se le opusieron y lo persiguieron después, llevados por un instinto de propia conservación —instintivamente sintieron que la Verdad, tal como Él la exponía, anunciaba el fin de su poderío, y más tarde le hicieron matar—. Él pasó por alto la pretendida autoridad que tenían ellos como representantes de Dios; y hacia su ritual y ceremonias no mostró otra cosa que impaciencia y desprecio. Parece ser que, en materia religiosa, la naturaleza humana está más predispuesta a creer en aquello que quiere que en tomarse el trabajo de escudriñar las Escrituras con una mente abierta. Hombres realmente sinceros, por ejemplo, se han abrogado el papel de guías del cristianismo con los más imponentes y presuntuosos títulos, y después se han vestido de hábitos elaborados y magníficos para impresionar así a las gentes, pese a que su Maestro, en el más claro lenguaje, ordenó estrictamente a Sus discípulos que no hiciesen nada de eso "Pero vosotros no os hagáis llamar Rabbí, porque uno solo es vuestro maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" (MATEO 23:8). Denunció a los fariseos como hipócritas.

Jesús, como veremos más adelante, no sancionó nunca la importancia de ceremonias rituales, ni de leyes rígidas, ni de ordenanzas severas de ninguna clase. En lo que sí insistió fue en que cierto espíritu prevaleciera en la conducta de uno, siendo cuidadoso en enseñar sólo principios, sabedor de que cuando el espíritu es recto los detalles lo serán en consecuencia, "la letra mata pero el espíritu vivifica", según lo demostraba el triste ejemplo de los fariseos. Sin embargo, a pesar de esto, la historia del cristianismo ortodoxo se compone en su mayor parte de esfuerzos encaminados a hacer observar a los fíeles toda clase de ritos externos. Un ejemplo lo tenemos en los puritanos, al querer imponer a los cristianos el sábado de los judíos como día de descanso, a pesar de que las leyes sabáticas eran una ordenanza puramente hebraica. También lo tenemos en los crueles castigos sufridos por los que descuidaban lo referente exclusivamente a la profanación del sábado; y a pesar del hecho de que Jesús no miraba con simpatía la observancia supersticiosa del sábado, diciendo que el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado, e insistiendo en hacer cualquier cosa que creyera oportuno en ese día. A través de Su enseñanza se advierte claramente que el hombre debe hacer de cada día un sábado espiritual, pensando y conduciéndose de una manera espiritual.

Es obvio, pues, que si el sábado hebreo fuera todavía impuesto a los cristianos, como éstos no guardan su observancia sino la del domingo, aún estarían incurriendo en las mismas consecuencias de quebrantarlo. Muchos cristianos modernos, sin embargo, se dan cuenta de que no hay ningún sistema de teología en la Biblia, a menos que se quiera ponerlo allí de forma deliberada, y han renunciado casi por completo a la teología; pero todavía cuentan con el cristianismo porque sienten intuitivamente que es la Verdad. En realidad, su actitud carece de justificación lógica puesto que no poseen la Clave Espiritual, que hace inteligible la enseñanza de Jesús, y por eso tratan de racionalizar su actitud de diversas maneras. Tal es el dilema de quien no posee ni la ciega fe de la ortodoxia, ni la interpretación espiritual y científica de la Biblia. Se encuentra sin sostén en todo aquello que no pertenece a la vieja Escuela Unitaria. Si no rechaza del todo los milagros, siente gran incomodidad con respecto a ellos; le desconciertan y quisiera que no apareciesen en la Biblia, se alegraría mucho si los pudiera dejar de lado.

Un bien conocido clérigo ha publicado recientemente una Vida de Jesús que ilustra cuán falsa es esta posición. En este libro el autor concede la posibilidad de que Jesús curase a algunas personas o les ayudase a curarse a sí mismas; pero nada más. Niega rotundamente los otros milagros. Según él, éstos no fueron más que las acostumbradas leyendas que se forman alrededor de todos los grandes personajes de la historia.

Cuando ocurría la tempestad en el lago, por ejemplo, los discípulos se hallaban en extremo asustados, hasta que se acordaron de Jesús, y este pensamiento sólo sirvió para calmar sus temores. Este hecho fue exagerado más tarde hasta convertirse en una historia absurda que describía a Jesús mismo andando sobre las aguas para acercarse al barco. En otra ocasión, sigue el mismo autor, parece que Jesús reformó a un pecador, levantándole de una sepultura de pecados, y esto, años después, llegó a ser una leyenda ridícula en que se relata la resurrección de un muerto. Otra noche, mientras Jesús oraba fervorosamente, su rostro se iluminó con un extraordinario resplandor, y Pedro, que se había dormido, se despertó sobresaltado. Años después Pedro refería, en un cuento confuso, cómo le pareció ver a Moisés en aquella ocasión. Así se creó la leyenda de la Transfiguración, y tal es el origen de otros y otros ejemplos semejantes.

Por supuesto, debemos escuchar con compasión los argumentos sinceros de un hombre que se halla impresionado por la belleza y el misterio de los Evangelios, pero, faltándole la Clave Espiritual, cree sentir que su sentido común y toda la erudición científica de los hombres están en contradicción con el contenido de esos Evangelios. Pero no es tan sencillo. Si los milagros no sucedieron realmente, todo el resto de los Evangelios pierde su significación real. Si Jesús no creyó que fuesen posibles, tratando de llevarlos a cabo —nunca, es cierto, por ostentación, pero sí constante y repetidamente—, si Él no creyó y enseñó muchas cosas en franca contradicción con la filosofía racionalista de los siglos dieciocho y diecinueve, entonces el mensaje de los Evangelios es caótico, contradictorio y carente de todo significado. No podemos eludir este dilema diciendo que Jesús no estaba interesado en las creencias y supersticiones de su tiempo, y que las aceptó más o menos pasivamente porque lo que le interesaba en verdad era el carácter. Éste es un argumento débil, porque este carácter debe incluir una comprensión de la vida inteligente y vital a la vez. Asimismo debe incluir ciertas creencias y convicciones definidas acerca de las cosas de importancia valedera.

Pero los milagros sí ocurrieron. Todos los hechos que los cuatro Evangelios relatan de Jesús sucedieron, y muchos más. "Muchas otras cosas hizo Jesús, que si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros" (JN. 21:25). Jesús mismo justificó con sus obras lo que la gente estimó ser una extraña y maravillosa enseñanza; pero Él fue aún más lejos y dijo refiriéndose a aquellos que estudian y practican sus enseñanzas: "Las cosas que hago las haréis, y muchas más aún."

Después de todo, ¿qué es un milagro? Los que niegan la posibilidad de los milagros apoyándose en el argumento de que el universo es un sistema de leyes que funcionan perfectamente sin que quepa el más mínimo fallo, están en lo cierto. Pero olvidan que el mundo que conocemos a través de los cinco sentidos, y cuyas leyes son las únicas conocidas por la mayoría de los hombres, no es más que un pequeñísimo fragmento de todo el universo existente en la realidad, y que cada ley está subordinada a otra superior en un sentido de menor a mayor. Ahora bien, el recurrir de una ley inferior a otra superior no es realmente quebrantar la ley, porque la posibilidad de tal cosa cabe dentro de la constitución suprema del universo. Por eso, en el sentido correcto de lo que la violación de una ley implica, los milagros no son posibles. Empero en el sentido de que todas las leyes ordinarias y las limitaciones corrientes de lo físico pueden ser abrogadas y contrarrestadas por algo más alto que las comprenda, los milagros, en el sentido coloquial de la palabra, no solamente son posibles sino que pueden ocurrir y ocurren.

Supongamos, por ejemplo, que un lunes nuestros asuntos se encuentran en tal condición que, humanamente hablando, es seguro que antes que la semana termine se producirán determinados cambios. Puede tratarse de cuestiones legales, acaso alguna dura resolución judicial o problemas físicos en nuestra salud corporal. Puede que una alta autoridad médica haya decidido que es indispensable una operación muy delicada, o aún más, que estime su deber decir al paciente que no hay esperanzas de que recobre su salud. Ahora bien, si en presencia de tales condiciones el sujeto en cuestión pueden elevar su conciencia por encima de las limitaciones del plano físico —lo cual no es más que una enunciación científica de lo que hacemos cuando oramos— las condiciones de ese plano serán cambiadas, y de un modo del todo imprevisto e imposible normalmente, las trágicas consecuencias esperadas se desvanecerán. La sentencia legal no se pronunciará, el paciente se recuperará en lugar de tener que sufrir la operación o de morir, y las cosas se arreglarán para el provecho de todos.

En otras palabras, los milagros, en el sentido corriente de la palabra, pueden suceder y, en efecto, suelen suceder como resultado de la oración. La oración tiene realmente el poder de cambiar las cosas. Sí, gracias a la oración, las cosas pueden venir en forma muy diferente a como hubieran venido de no haberse orado. No importa cuál sea la dificultad que enfrentamos; no importan las causas que la hayan producido. Suficiente oración barrerá la dificultad; solamente debemos ser perseverantes en nuestra apelación a Dios. La oración, sin embargo, es al mismo tiempo una ciencia y un arte; y fue a la enseñanza de esta ciencia y de este arte que Jesús dedicó la mayor parte de su ministerio. Los milagros de los Evangelios sucedieron porque Jesús tenía aquella comprensión espiritual que le daba un poder en la oración superior al que nadie había tenido jamás.

Encontramos otro intento de interpretar los Evangelios digno de tomarse en cuenta, que es el de Tolstoi. Éste trató de presentar El Sermón del Monte como una guía práctica de vida, tomando sus preceptos literalmente y pasando por alto la interpretación espiritual de la cual no era consciente; asimismo hizo exclusión del Plano del Espíritu en el cual no creía. Aceptando de la Biblia sólo los cuatro Evangelios y suprimiendo de ellos los milagros, hizo un esfuerzo tan heroico como vano de armonizar cristianismo y materialismo, y, por supuesto, fracasó. Su verdadero lugar en la historia resulta así no el del fundador de un nuevo movimiento religioso, sino el del genio cuyo anarquismo práctico abrió el camino a la revolución bolchevique tal como Rousseau preparó el advenimiento de la Revolución Francesa.

Es la Clave Espiritual lo que revela el misterio del contenido de la Biblia en general, y de los Evangelios en particular. Es esa Clave o interpretación espiritual lo que nos explica los milagros, y nos muestra cómo Jesús los hizo para probamos que nosotros también podíamos hacerlos y libramos así del pecado, de la enfermedad y de las limitaciones. Con esa Clave podemos prescindir de las inspiraciones de la elocuencia, y deshacemos de interpretaciones de la Biblia literales y supersticiosas, y no obstante entender que es ella el más preciado y auténtico tesoro que posee la humanidad.

Desde fuera, la Biblia es una colección de documentos inspirados que fueron escritos a través de siglos por hombres de todos los tipos y en circunstancias diversas. Muy contados de estos documentos que han llegado a nosotros son originales; en su mayoría se trata de redacciones y compilaciones de fragmentos más antiguos, y el nombre de los autores rara vez se sabe con seguridad. Esto, no obstante, no afecta en lo más mínimo al propósito espiritual de la Biblia; sino que en realidad carece de importancia. El libro, tal como lo tenemos, es una fuente inagotable de la Verdad espiritual, no importan los caminos por los que ha llegado a su forma presente. El nombre del autor de un capítulo cualquiera no tiene más interés que el de su amanuense a quien tal vez se lo hubiera dictado. La Sabiduría Divina es el autor, y eso es todo lo que nos importa. La exégesis o alta crítica se ocupa exclusivamente del aspecto externo, de la letra de las Escrituras, pasando por alto su contenido profundo, y tal crítica carece de valor desde el punto de vista espiritual.

El mensaje profundo de la Biblia nos es presentado a través de formas diversas: historia, biografía, así como lírica y otras formas poéticas; pero sobre todo se emplea la parábola para expresar la verdad espiritual y metafísica. En ciertos casos, lo que nunca había sido destinado a ser más que una parábola, fue interpretado literalmente durante algún tiempo; de ahí que a menudo haya parecido que la Biblia enseña cosas en completa contradicción con el sentido común. Un ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Interpretado correctamente, este relato es tal vez la más maravillosa de todas las parábolas. No fue el objeto del autor presentar esta historia como verídica, pero muchos la han tomado así, dando origen a toda una serie de absurdas consecuencias.

La Clave o interpretación espiritual de la Biblia nos libera de todas estas dificultades, dilemas y aparentes inconsecuencias. Al mismo tiempo, nos evita caer en las falsas posiciones del ritualismo, del evangelismo y también del llamado liberalismo, porque nos da la Verdad. Y la Verdad viene a ser nada menos que la sorprendente pero innegable realidad de que todo el mundo exterior —sea el cuerpo físico o las cosas comunes de la vida, los vientos y la lluvia, las nubes, la tierra misma— está sujeto al pensamiento del hombre, y que él puede dominarlo cuando adquiere conciencia de ello. El mundo exterior, lejos de ser una prisión de circunstancias como comúnmente se le supone, no tiene en realidad ningún carácter propio, ni bueno ni malo.

Su carácter es ni más ni menos que el que nuestros pensamientos le dan. Es plástico a nuestro pensamiento, cuya forma toma, y ello es cierto, entendámoslo o no, querámoslo o no.

Los pensamientos que a lo largo del día ocupan nuestra mente, nuestro lugar secreto, están modelando nuestro destino hacia lo bueno o hacia lo malo. Verdaderamente, toda la experiencia de nuestra vida no es más que la proyección externa de nuestro pensamiento.

Ahora bien, está en nosotros elegir la clase de pensamientos que albergamos en nuestro receptáculo mental. Acaso sea difícil cambiar el rumbo ordinario de nuestro vicioso modo de pensar, pero puede hacerse. Podemos escoger la índole de nuestros pensamientos —y en efecto, siempre lo hacemos así—, por consiguiente, nuestras vidas son justamente el resultado de nuestra selección mental. Son, por lo tanto, la hechura de lo que nosotros mismos hemos dispuesto, y en consecuencia, existe perfecta justicia en el universo. No existen sufrimientos como consecuencia del pecado original de otro, sino que recogemos la cosecha que nosotros mismos hemos sembrado. Poseemos libre albedrío, pero este albedrío descansa en nuestra selección mental.

Tal es la esencia de lo que Jesús enseñó. Ello es, como veremos, el mensaje fundamental de toda la Biblia, pero no está expresado con igual claridad a través de toda ella. En los primeros fragmentos del libro brilla tenuemente como la luz de una lámpara envuelta en velos, pero a medida que pasa el tiempo los velos van desapareciendo sucesivamente y la claridad de la luz va haciéndose más fuerte, hasta llegar a los pasajes de Jesucristo en que la luz alcanza su máxima pureza y resplandor. La Verdad nunca cambia, lo que cambia es la comprensión que de ella tienen los hombres. A través de los siglos esta comprensión ha ido mejorando. En verdad, lo que llamamos progreso no es más que la expresión exterior correspondiente a la idea cada vez más adecuada y amplia que se van formando los hombres de Dios.

Jesucristo recapituló esta Verdad, la enseñó cabalmente y a fondo, y sobre todo la encarnó, es decir, la demostró en su propia persona. Ahora muchos de nosotros podemos comprender intelectualmente lo que debe significar la plenitud de este mensaje, de lo que sucedería si se llegara a alcanzar una comprensión completa del mismo. Pero lo que podemos demostrar es algo muy diferente. Aceptar la Verdad es el primer paso, pero poco hemos adelantado hasta que no la probemos en nuestras acciones cotidianas. Jesús demostró todo lo que enseñó, hasta la victoria sobre la muerte en lo que llamamos la Resurrección. Por razones que no viene al caso explicar aquí, sucede que cada vez que superamos una dificultad por medio de la oración prestamos una ayuda a toda la raza humana en general, presente, pasada y futura; y la ayudamos a vencer esa misma clase de dificultad en particular. Jesús, al vencer toda suerte de limitaciones a que la humanidad vive sujeta, y en particular venciendo a la muerte, llevó a cabo una obra de un valor único e incalculable y por eso es lícito llamarle Salvador del mundo.

En una ocasión de su ministerio que estimó conveniente, Jesús quiso reunir y expresar toda su enseñanza en una serie de discursos, que probablemente le llevaron varios días, hablando quizá dos o tres veces al día. Este ordenamiento ha sido comparado en ocasiones y con bastante exactitud, a cierto sistema de escuelas de verano que tenemos hoy día.

Jesús aprovechó aquella oportunidad para hacer un resumen de su mensaje o, lo que es lo mismo, para poner los puntos sobre las íes, como se dice vulgarmente. Es natural que muchos de los presentes tomaran apuntes, los cuales fueron más tarde debidamente reunidos y ordenados como el Sermón del Monte. Cada uno de los cuatro evangelistas recogió material de aquel sermón de acuerdo con sus puntos de vista personales, y es Mateo quien nos da la versión más completa y coherente. La presentación que él nos ofrece es una codificación casi perfecta de la religión de Jesucristo, y es por esa razón que se ha escogido la versión de Mateo como texto fundamental para este libro. Mateo contiene lo esencial; es personal y práctico; es conciso y específico, y no obstante su enseñanza es pictórica de luz. Una vez que el sentido de sus conceptos ha sido debidamente comprendido, no falta sino ponerlos fielmente en práctica para obtener enseguida los resultados. La importancia y el alcance de tales resultados estarán en relación directa a la sinceridad y constancia con que sus instrucciones sean aplicadas. Ésta es una cuestión individual que cada uno tiene que responderse a sí mismo "nadie puede salvar el alma de su hermano, o pagar la deuda de su hermano".

Podemos y debemos ayudamos unos a otros en determinadas ocasiones, pero es menester que cada uno de nosotros aprenda a hacer su propio trabajo y a dejar de pecar, antes que pueda sucederle una cosa peor. Si lo que deseamos realmente es cambiar nuestras condiciones de vida; si realmente queremos transformamos; si de verdad anhelamos la salud, la serenidad y el cultivo espiritual, debemos poner nuestra mira en el Sermón del Monte, porque allí Jesús nos dice lo que tenemos que hacer. La tarea no es fácil, pero estamos seguros de que puede realizarse porque otros lo han hecho. Mas es necesario pagar el precio, y éste consiste en aplicar estrictamente los principios de Jesús en cada aspecto de la vida y en cada hecho cotidiano, tanto si sentimos el deseo de hacerlo como si no, y especialmente en aquellos casos en que nos sentimos inclinados a no hacerlo.

Si estamos dispuestos a pagar ese precio, entonces el estudio de este magnífico Sermón del Monte se convertirá para nosotros verdaderamente en el Monte de la Liberación.




Tuesday, December 1, 2015

Capítulo III - El Drama de la Fe - Los Arquitectos - Joseph Fort-Newton

CAPÍTULO III
EL DRAMA DE LA FE

LOS ARQUITECTOS


Joseph Fort-Newton

No sólo de pan vive el hombre, sino también de Esperanza, de Amor y, ante todo, de Fe. Nada hay tan pasmoso, tan persistente, apasionado y profundo como la protesta del hombre contra la muerte. Hasta en los tiempos primitivos vemos erguirse al hombre a las puertas de la tumba, luchando contra su destino y argumentando a favor de su alma. Para Emerson y Addison este hecho es prueba suficiente de la inmortalidad por revelar una intuición divina de la vida eterna. Otros, quizás no se convencerán tan fácilmente, pero a todo hombre de corazón ha de conmoverle esa ancestral y heroica fe de su raza.
En ninguna parte ha sido más vivida, más victoriosa esta fe que en Egipto (Claro que la creencia en la inmortalidad no fue una creencia sólo exclusiva de Egipto, pues en los Upanishads de la India fulgura como en las Pirámides, y por doquiera se fundamenta en el consenso de la intuición, experiencia y aspiración de la razón; pero los anales de Egipto no son, como sus monumentos, más ricos que los de las demás naciones, sino más antiguos. Además el drama de la fe nació en Egipto, de donde salió para difundirse por Tiro, Atenas y Roma. Si se quiere leer un compendio de la religión egipcia léase Egyptian Conceptions of Immortality, de G. A. Reisner, y Religion and Thought in Egypt, por J. H. Breasted). En el antiguo Libro de los Muertos, que es indudablemente el libro de la Resurrección, encontramos las palabras siguientes: “El alma va al cielo; el cuerpo, a la tierra”, creencia que es aún la esencia de nuestra religión actual. Dícese del rey Unas, que vivió en el tercer milenio: “He aquí que tú no nos has abandonado como muerto, sino como vivo.” Jamás se ha podido expresar esta creencia tan elocuentemente como en el Himno a Osiris del Papiro de Hunefer. En los textos de las Pirámides se dice que los muertos son Quienes Ascienden, y se habla de ellos como de Seres Imperecederos que brillan como astros, invocándose a los dioses para atestiguar la muerte del Rey “Que amanece como un Alma”. Hay una intensa profecía impregnada de profundo dolor, en estas entrecortadas exclamaciones escritas en los muros de las pirámides:
“Oh, tú no mueres. ¿Quién ha dicho que habías de morir? No; el Rey Pepi no muere; sino que vive eternamente. ¡Vive! ¡Tú no morirás! ¡Él se ha salvado en el día de su muerte! ¡Tú vives, tú vives! ¡Levántate! ¡Tú no pereces eternamente! ¡Tú no mueres! (Pyramid Texts, 775, 1262, 1453, 1477).
Y, sin embargo, ni la poesía, ni el canto, ni el solemne ritual han podido transformar a la muerte en cosa distinta de lo que es, ya que hasta las mismas obras encontradas en las pirámides procuran evadir la pronunciación de la palabra fatal mientras nos recuerdan aquella época feliz anterior a la muerte. Por elevada que haya sido la fe de los hombres, no pueden negar éstos el hecho fatal de la muerte del cuerpo. Los Misterios se instituyeron para conservar viva la fe en la inmortalidad, y empezaron quizás por no ser más que encantamientos; pero terminaron por elevarse a esferas de belleza en que representaban el drama de la invicta fe humana. Al observar que el sol surgía de la tumba de la noche y que la primavera volvía tras la muerte del invierno, el hombre dedujo por analogía que su raza que se sumergía en la muerte, se levantaría triunfante sobre la muerte.

I
A medida que el drama de la fe evolucionaba, iba transformándose y pasando de un país a otro; pero su Argumento fue siempre idéntico, derivándose todas las variantes del antiguo drama osírico. Osiris hizo su aparición como Señor del Nilo y fecundo Espíritu de la vida vegetal, hijo de Nut, la diosa del cielo, y de Geb, el dios de la tierra (Si se quiere estudiar la evolución de la teología osírica, desde la época en que surgió de la neblina del mito hasta su triunfo, léase Religión and Thought in Egypt, por Breasted, la última obra y quizás la más brillante, escrita a la luz de la traducción más completa de los Textos de las Pirámides - Véase especialmente la quinta conferencia -).
Nada hay más hermoso que la conquista del corazón del pueblo por este Dios. Sin embargo, no vamos a detenernos en esta historia por ahora, sino lo preciso para decir que la pasión de Osiris fue el drama de la fe nacional, bañado en los tiernos matices de la vida humana, si bien conservando aún algo de su radiación solar. Ni que decir tiene que Osiris fue el más amado de los dioses nacidos al calor de las esperanzas y terrores de los antiguos habitantes de las riberas del Nilo. Osiris, el benigno padre, Isis, su triste y fiel esposa, y Horus, el hijo lleno de piedad filial y de heroísmo, formaron la trinidad de los ideales religiosos y familiares de los egipcios. Escuchad ahora la historia del drama más antiguo de la raza, que cautivó durante más de tres mil años los corazones de los hombres (Se ha escrito muchísimo sobre los Misterios Egipcios: desde el De Iside et Osiride de Plutarco y las Metamorfosis de Apuleyo, hasta los enormes y descomunales volúmenes del Barón de Sainte Croix. Creo que las obras más populares que tratan de este asunto son: Kings and Gods of Egypt, de Moret - Capítulos III y IV - y Hermes y Platón, de Schure. Pero los dos iniciados Plutarco y Apuleyo son los autores de más confianza, a pesar de que el juramento de silencio les impidió decirnos aquello que más necesitábamos saber).
Osiris era el Dios de la Eternidad, si bien se revelaba con divina humanidad al tomar forma casi parecida a la humana. Su éxito se debió principalmente al lenguaje encantador de Isis, su hermana-esposa, a cuyos encantos no se podían sustraer los hombres. Osiris e Isis laboraron juntos para bien del hombre, enseñándole a distinguir las plantas alimenticias, prensando ellos mismos las primeras uvas y bebiendo la primera copa. Ellos le enseñaron a encontrar las ocultas venas de metal que se deslizan en la tierra para fabricar con ellas armas; ellos iniciaron al hombre en la vida moral y en la intelectual; ellos le enseñaron la ética y la religión, la astronomía, el canto, la danza y el ritmo de la música. Y, sobre todo, evocaron en el hombre el sentimiento de su inmortalidad, de su destino más allá de la tumba. Pero estos dioses tenían torpes y astutos enemigos: la sombría fuerza del mal que urde la trama del crimen hasta en los mismos confines de la vida humana.
Del mismo modo que el Mal ronda al Bien, el impío Set-Tifón seguía al dios Osiris. Mientras Osiris se hallaba ausente, Tifón - cuyo nombre significa serpiente ¬lleno de envidia y de malicia trató de usurparle el trono; pero Isis hizo fracasar su conjura, por lo que Tifón resolvió matar a Osiris. Para ello, le invitó a una fiesta, y trató de convencerle para que se tendiera dentro de un arcón que había prometido regalar al invitado que cupiera exactamente en él. Apenas Osiris se había metido dentro del arcón, los conspiradores lo cerraron y lanzaron al Nilo (Krishna es el Osiris de los indos. Los dioses del estío eran dioses benéficos que hacían fructíferos los días; pero los “tres malvados” que presidían el invierno, se salieron del zodíaco y como “se vio que no estaban en él” se les acusó de la muerte de Krishna). Hasta entonces los dioses ignoraban en qué consistía la muerte, pues aunque habían envejecido de tal modo que todos sus miembros temblaban y sus cabellos eran blancos como la nieve, ninguno había muerto. En cuanto Isis se enteró de la infernal traición, se cortó los cabellos, y, vistiéndose con una túnica de duelo, corrió de acá para allá, presa de cruel angustia en busca del cuerpo del Dios. Llorosa y enloquecida de dolor, no se detuvo jamás, ni se cansó de buscar.
Mientras tanto, las aguas del río arrastraron el arcón hasta el mar, cuyas corrientes le llevaron a Biblos, la ciudad asiría de Adonis, en donde encalló entre las ramas de un pequeño tamarindo, árbol parecido a la acacia (En la Eneida, de Virgilio, puede hallarse un sorprendente paralelo con el mito de Osiris. En los primeros tiempos de la guerra de Troya, el rey Príamo encomendó a Polimestro, rey de Tracia, la educación de su hijo Polidoro, enviándole una fuerte cantidad de dinero. Una vez destruida Troya, el rey de Tracia asesinó al joven príncipe, para apoderarse de sus riquezas, enterrándole, luego, en secreto. Eneas, que llegó a Tracia, tuvo que arrancar un arbusto y descubrió el cadáver de Polidoro. Muchas otras leyendas de casuales descubrimientos de tumbas desconocidas corrían en boca de los antiguos, quizás sugeridas por la historia de Isis). Tan enorme era el poder del cuerpo del dios que el arbusto se convirtió en árbol gigantesco envolviendo al arcón en su seno para protegerlo, hasta que el rey de aquel país mandó que cortaran el árbol e hicieran con él una columna en su palacio. Llevada por una visión a Biblos, Isis se dio a conocer y pidió la columna. De aquí que se represente a la diosa algunas veces llorando junto a una columna rota, mientras Horus, dios del Tiempo, derrama perfumes sobre su cabeza. La diosa se llevó el cadáver del dios a Bouto; pero Tifón encontró un día el arcón mientras se dedicaba a cazar a la luz de la luna, y despedazó el cuerpo de Osiris, esparciendo al azar sus pedazos. Isis, que es la encarnación del dolor universal producido por la muerte, volvió a reunir los pedazos del cadáver de su esposo y les dio sepultura. Tal fue la vida y muerte de Osiris; que no podía terminar así, por representar el ciclo de la naturaleza.
Horus luchó con Tifón y aunque perdió un ojo en el combate, lo venció, haciéndole prisionero y “partiéndolo en tres pedazos”, según dicen los textos de las pirámides. Después de lo cual el fiel hijo marchó en solemne procesión a la tumba de su padre, y, abriéndola, invocó a Osiris clamando: “¡Levántate! ¡Levántate, porque no debes morir!” Pero el muerto no le obedeció. A continuación recitan los Textos de las Pirámides el ritual mortuorio, con sus numerosos himnos y cantos. Por fin Osiris se levanta, débil y fatigado y, con ayuda de la fuerte garra del dios-león, vuelve a tener dominio sobre su cuerpo y retorna de la muerte a la vida (The Gods of the Egyptians, por E. A. W. Budge; La Place des Víctores, por Austin Fryar. Véanse las láminas en color de esta última obra).
Y, por virtud de su triunfo sobre la muerte, Osiris llega a ser el Señor del País de la Muerte, teniendo por cetro una cruz ansata, y por trono, una escuadra.

II
Tal era sucintamente la antigua alegoría de la vida eterna, que dio origen a múltiples versiones con el transcurso de los tiempos; conservando siempre el tema fundamental, a pesar de las variaciones que imponía el color local. Tergiversada a menudo, expresó por doquiera el gran ideal humano de triunfar de la muerte y unirse a Dios, conservando la creencia en la victoria final del Bien sobre el Mal. Por eso este drama cautivó a los hombres antiguos y mereció las alabanzas de los más ilustres hombres de la antigüedad: de Pitágoras, Sócrates, Platón, Eurípides, Plutarco. Píndaro, Isócrates, Epicteto y Marco Aurelio. Plutarco encomienda a su esposa en una carta, escrita a raíz de la pérdida de su hija, que ponga sus esperanzas en los ritos y símbolos místicos de este drama que le mantuvo “tan lejos de la superstición como del ateísmo”, ayudándole a acercarse a la verdad. Este drama tiene para los profundos pensadores la doble significación de la inmortalidad del alma después de la muerte, y del despertar del hombre del sueño del animalismo a la vigilia de una vida pura, justa y honrada. En el Secreto Sermón de la Montaña de la doctrina hermética puede observarse cuan noblemente se enseñaba su aspecto práctico (Quests New and Old, by G. R. S. Mead).
“¿Qué puedo decirte, hijo mío? No puedo enseñarte nada más que esto: Siempre que por gracia de Dios contemplo en mi interior la sencilla Visión, nazco a través de mí mismo, en un Cuerpo que nunca ha de morir. Entonces, soy lo que antes no era... Quienes así han nacido, hijos son de una divina raza, y, cuando Dios quiere, vuelven a recordar. Profundiza en ti mismo y encontrarás el “camino del Nacimiento en Dios. Basta querer para hallarlo”.
Se dice que Isis en persona fue quien fundó el primer templo de los Misterios; siendo los más antiguos los practicados en Menfis. Los misterios se dividían en dos clases: los Menores en los que se admitían a numerosas personas y que consistían en diálogos y ritual, con ciertos signos, toques, señas y palabras secretas, y los Mayores, reservados únicamente para quienes se hacían dignos de conocer las más altos secretos de la ciencia, de la filosofía y de la religión. En estos últimos debía pasar el candidato por diferentes pruebas, purificaciones, peligros y ascetismos, y, por último, regenerarse por medio de una muerte simbólica. Quienes soportaban valerosamente esta ordalía aprendían ya oralmente, ya por medio de símbolos la más elevada sabiduría alcanzada por los hombres, en la que se incluían la geometría, la astronomía, las artes, las leyes de la naturaleza y las verdades de la fe. Se exigían a los candidatos terribles juramentos. Plutarco dice que les obligaban a arrodillarse, con las manos y el cuerpo atados con una cuerda y que, poniéndoles un cuchillo en el cuello, les recordaban que la violación de sus promesas se castigaría con la muerte. Y tan cautos eran, que hasta el mismo Pitágoras tuvo que esperar durante veinte años para aprender la sabiduría oculta de los egipcios. Pitágoras fundó después una orden secreta en Cretona, donde enseñó, entre otras cosas, la geometría, sirviéndose de los números como de símbolos de la verdad espiritual (Pitágoras, de Schuré, es una sugestiva narración de la vida del gran pensador y maestro. No deben confundirse los números de Pitágoras con las místicas y fantásticas matemáticas de los cabalistas de la antigüedad).
Los Misterios pasaron de Egipto al Asia Menor, Grecia y Roma, sufriendo pequeños cambios y substituyendo los nombres de Osiris e Isis por los de los dioses locales. En los Misterios Eleusinos de Grecia, establecidos 1.800 años antes de nuestra era, se representaba la muerte de Dionisos por medio de un solemne ritual, según el cual se conducía al discípulo de la muerte a la vida y a la inmortalidad, al mismo tiempo que le enseñaban la doctrina de la unidad de Dios, la inmutable exigencia de la moralidad y de la vida post mortem, y se comunicaba a los iniciados con signos y palabras sagradas para que pudieran conocerse entre sí, tanto en las tinieblas como en la luz. En los Misterios Persas o Mitraicos se celebraba el eclipse del Dios-Sol, utilizando los signos del zodíaco, las procesiones de las estaciones, la muerte de la naturaleza y el nacimiento de la primavera. Parecidos eran los cultos Adoniacos o Sirios, en los que era muerto Adonis, para revivir más tarde. En los Misterios de los Cabires, celebrados en la isla de Samotracia, moría Atys a manos de sus hermanos las Estaciones, volviendo a la vida en el equinoccio de primavera. Los Druidas del norte misterioso y de Inglaterra enseñaban la tragedia sufrida por un Dios en invierno y verano, y conducían al iniciado por el valle de la muerte a la vida eterna (Si se quieren más detalles de la propagación de los Misterios de Isis y Mitra en el imperio romano, véase Roman Life from Nero to Aurelias, de Dill, - libro IV, capítulos V y VI -. Franz Cumont, la mayor autoridad sobre Mitra, escudriña en los orígenes de este culto con gran acierto, en sus obras Mysteries of Mithra y Oriental Religions. W. W. Reade, hermano del gran novelista Charles Reade, nos ha dejado un estudio de The Veil of Isis, or Mysteries of the Druids, en el que demuestra que en el Druidismo se encuentran vestigios de los símbolos masónicos).
Cercana ya la aparición de Cristo, cuando la fe iba perdiendo su influjo y el mundo parecía caminar a su destrucción, revivieron esplendorosamente las religiones de los Misterios, siendo impotentes los edictos imperiales para detener su implantación. Y, como una gigantesca marea, llegaron de Egipto y del lejano Oriente la Diosa Isis “con su miríada de hombres”, y su rival Mitra, el santo patrón de los soldados, a quien rendía homenaje la plebe. Si tratáramos de conocer las razones secretas de esta influencia mística, no podríamos dar una respuesta única. También nos sería difícil determinar qué influencia tuvieron los principales cultos de los misterios en el Cristianismo primitivo. En las obras de los Padres de la Iglesia se ve patente su influencia y algunos de los Padres llegan hasta decir que los Misterios murieron para revivir en el ritual de la Iglesia. San Pablo conoció los Misterios en sus viajes, y hasta se sirve de algunos de sus términos técnicos en las epístolas (Col. II 8¬
19. Véase Mysteries Pagan ad Christian, por C. Cheethan, y la Monumental Christianity, de Lundy, especialmente el capítulo que trata de la “Disciplina de lo Secreto”. Si se quiere leer un estudio serio sobre la actitud de San Pablo, véase St.
Paul and the Mystery-Religions, obra de gran erudición. El Cristianismo tuvo su esoterismo, como puede verse en las obras de los Padres de la Iglesia, incluso Orígenes, Cirilo, Basilio, Gregorio, Ambrosio, Augustino y otros. Crisóstomo usa la palabra iniciación con respecto a las enseñanzas cristianas, mientras que Tertuliano afirma que los misterios paganos son imitaciones espurias hechas por Satanás de los ritos y enseñanzas cristianos: “También él bautiza a los que en él creen, prometiendo que quedarán limpios de todo pecado.” Otros autores cristianos más tolerantes creían que Cristo era la respuesta a las aspiraciones de los Misterios, y de ahí que considerasen que éstos eran buenos); pero no por eso dejó de condenarlos, porque trataban de enseñar por medio de alegorías lo que sólo podía aprenderse por la experiencia espiritual, sana intuición, si bien también el drama puede ayudar a la experiencia, pues si no fuera así, el ritual del culto caería dentro de la condenación de San Pablo.

III
Al llegar su ocaso, los Misterios cayeron en el fango de la corrupción, como todas las cosas humanas; pero no cabe duda alguna de que fueron nobles y elevados, y sirvieron a elevados propósitos en sus mejores tiempos. Quien haya leído en las Metamorfosis de Apuleyo la Iniciación de Lucio en los Misterios de Isis, no podrá negar que produjo un efecto profundo y purificador en el candidato. Apuleyo nos dice que la ceremonia de la iniciación “es como padecer la muerte” y que él estuvo cerca de los dioses: “estuve cerca y les adoré”. Alejaos de aquí, profanos y todo el que esté contaminado de pecado, tal era el lema de los Misterios. Cicerón atestigua que lo que aprendían los hombres en la morada oculta, les obligaba a vivir noblemente y les llenaba de felices esperanzas para la hora de su muerte.
La fundación de los Misterios se debe a grandes genios, como dice Platón (Fedón), los cuales se esforzaron en los primeros tiempos por enseñar la pureza, por mejorar la crueldad de la raza, por refinar sus costumbres y moralidad y refrenar a la sociedad con lazos más fuertes que los que imponen las leyes humanas. No envolvieron ellos en el misterio sus enseñanzas, sino solamente los ritos, dramas y símbolos utilizados en su magisterio. Ellos enseñaron la creencia en la unidad espiritual de Dios, la soberana autoridad de la ley moral la austera disciplina del carácter, y la doctrina de la inmortalidad del alma. Estas grandes órdenes laboraron por el triunfo de la amistad, congregando a los hombres bajo la bandera de la ley moral y educándolos, para que vivieran más noblemente, a pesar de encontrarse en una época tenebrosa, en que los pueblos, las creencias y las lenguas luchaban ferozmente entre sí. Siendo la suya la más humana y tolerante de las creencias, formaron una moral universal, y crearon la fraternidad espiritual que unía a los hombres por encima de las barreras de nación, raza y credo, calmando la sed de unidad sentida por los humanos y evocando en ellos ese eterno misticismo de que nacieron todas las religiones. Sus ceremonias consistían en dramas sublimes y majestuosos, en los cuales se vertían ideas sobre la ley moral y el destino del alma, recurriendo al misterio y al secreto con objeto de causar mayor impresión en los neófitos, y velando con el cendal de la fábula y del enigma las leyes de justicia, de compasión y la esperanza en la inmortalidad.

La Masonería conserva esta tradición; y si bien no es probable que se encontrara relacionada históricamente con las grandes órdenes antiguas, es su descendiente espiritual y cumple la misma misión en nuestra época que los Misterios en el mundo antiguo. Es innegable que los Grandes Misterios fueron los precursores de la Masonería, cuyo drama es un epítome de la iniciación universal y cuyos sencillos símbolos son los depositarios de la más noble sabiduría de la humanidad. La Masonería une a los hombres en el altar de la oración, mantiene vivas las verdades que nos humanizan, y se esfuerza, recurriendo a todas las artes, por hacer tangible el poder del amor, la dignidad de la belleza y la realidad de lo ideal.