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Tuesday, October 19, 2021

El Concilio de Nicea y el Arrianismo

 

El Concilio de Nicea y el Arrianismo
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En el año 325 d. C. se convocó el Concilio de Nicea principalmente para resolver la disputa sobre el arrianismo junto con la controversia de la pascua. Esta disputa hizo que se derramara mucha sangre, y constituyó un capítulo oscuro en la historia.

La insistencia de Arrío

Arrío ocupaba una posición prominente como presbítero de la Iglesia de Alejandría en Egipto. Él provocó la crítica pública insistiendo en la siguiente doctrina:

Cristo es el Logos encarnado (λóγoς en griego significa “Palabra” o “Verdad”).
Cristo es capaz de cambio y sufrimiento.
En consecuencia, el Logos es mutable y no es igual a Dios.

Según la insistencia de Arrío, Jesús no es Dios sino solo una criatura, por tanto no es eterno; y así como el Hijo es la primera creación de Dios Padre, el Espíritu Santo es la primera creación del Hijo.

Arrío fue un propagandista habilidoso, que usó el poder de la persuasión para presentar efectivamente sus enseñanzas en canciones y en proverbios concisos que las personas podían comprender y memorizar fácilmente. Sus enseñanzas se expandieron ampliamente y fueron cantadas aun por personas comunes, como los pescadores.

Luego Alejandro, el Obispo de Alejandría, convocó a un concilio que condenó y exilió a Arrío. Expulsado de Alejandría, Arrío viajó a Palestina, apoyado por otros obispos orientales.

Como cierto número de líderes y obispos cristianos fueron convencidos por Arrío, empezaron los problemas. La creencia tradicional en la divinidad de Cristo, que había sido transmitida desde la época apostólica, empezó a ser cambiada por Arrío. El punto de vista de Arrío se expandió entre el pueblo y el clero alejandrino, y el Arrianismo se convirtió en un problema mundial.

El Concilio de Nicea

En el año 325 d. C., el emperador romano Constantino, que se hizo llamar “patrón de la iglesia”, convocó a todos los obispos cristianos a Nicea para resolver la disputa sobre la pascua y el arrianismo. Todos los gastos incurridos durante el concilio fueron pagados por la Casa Imperial.

En ese momento, hubo un gran defensor de la fe contra Arrío. Su nombre era Atanasio, él era un griego de Alejandría. Atanasio se opuso implacablemente a la doctrina de Arrío, insistiendo en que Cristo es igual a Dios.

Hubo veinte simpatizantes arrianistas entre más de 300 obispos que se presentaron en el Concilio de Nicea. El emperador Constantino les ordenó crear un “credo” que todo el cristianismo siguiera y obedeciera, una doctrina que sería llamada el “Credo de Nicea”, que declaraba que Dios y Jesucristo son la misma sustancia. Constantino ordenó que todos los obispos firmaran el credo, y amenazó con exiliar a todo aquel que no lo firmara, declarándolo hereje. En el Concilio de Nicea, se desaprobó el Arrianismo, y Arrío fue desterrado a Ilírico, junto con dos obispos de Libia, Theonas y Secundus, quienes se negaron a firmar el credo.

El regreso de los Arrianos

Dos años después, Arrío declaró que se había arrepentido. Luego él y los obispos que habían sido excomulgados regresaron a la iglesia. Después de su regreso del exilio, propagaron su influencia secretamente, enseñando su doctrina, y empezaron a tomar represalias contra sus oponentes.

Ellos enjuiciaron a sus oponentes por inmoralidad o por difamación contra Helena, madre del emperador Constantino. Después, atacaron a Atanasio, obispo de Alejandría, y lo exiliaron.

El emperador que apoyó el Arrianismo

Arrío murió en 336 d. C. y el siguiente año murió Constantino. Los seguidores de Arrío publicaron su doctrina y propagaron gradualmente su influencia. En ese momento, el Imperio Romano era gobernado por los tres hijos de Constantino: Constantino II (occidente), Constante (centro), y Constancio (oriente). Ya que Constantino II apoyó la doctrina de Nicea, llamó a Atanasio de su exilio. Constante también apoyó a los nicenos y a Atanasio, pero Constante fue diferente: él apoyó a los arrianos porque era el gobernador de la parte oriental del imperio, que fue intensamente influenciada por el Arrianismo.

Años después, murió Constantino II, quien dejó a Constante como el único gobernador del imperio occidental. Diez años después, Constante fue asesinado y todo el imperio romano se unió bajo Constantino, que había gobernado el oriente. Como lo mencionado anteriormente, Constancio fue simpatizante de los arrianos. Por tanto, todo el imperio quedó bajo el gobierno del emperador arriano, quien forzó a todos los obispos a aceptar el credo arriano que decía que el Hijo no se parece al Padre. Liberio, el obispo de Roma, también aceptó este nuevo credo antes de ser desterrado.

El emperador Juliano, un seguidor del paganismo

Tiempo después, las tropas romanas que habían estado apostadas cerca a París desobedecieron el mandato del Emperador Constantino y se amotinaron contra él, y proclamaron a su líder, el emperador Juliano. Pero, Constantino murió antes de que ambos se enfrentaran en batalla. En consecuencia, Juliano se convirtió en el emperador de Roma. Él era sobrino de Constantino, pero no creía en el cristianismo. Por el contrario, era devoto de los Misterios Eleusinos y trató de restaurar todas las antiguas religiones paganas. Él también sacrificaba a sus dioses paganos bajo su autoridad como Pontifex Maximus (el supremo sumo sacerdote de la antigua religión romana, un mediador entre los dioses y el pueblo; desde hacía mucho tiempo, los emperadores romanos habían servido como sumos sacerdotes del dios sol; y Constantino y sus hijos usaron la autoridad de su posición como Pontifex Maximus para interferir en los asuntos eclesiásticos).

Juliano adoptó la política de tratar equitativamente a todas las religiones. Después la religión pagana revivió y el número de sus seguidores empezó a incrementarse. Llamó a sus puestos a todos los obispos exiliados por Constante, para fomentar la división entre ellos; su propósito final fue derrocar el cristianismo. Reconociendo esto, sin embargo, los obispos de todas las regiones excepto África se unieron contra Juliano y el paganismo.

El desbaratamiento del Imperio Romano y la caída de las naciones arrianas.

Cuando Juliano murió, fue sucedido por Joviano, un cristiano. Sus sucesores fueron todos cristianos, y fueron generosos tanto con el credo de Nicea como con el Arrianismo. A mediados del siglo V, no obstante, el Imperio Romano empezó a declinar rápidamente hasta que los godos bajaron del norte; ellos avanzaron hacia el Imperio Romano, y dividieron su territorio y lo ocuparon. En ese tiempo, muchos líderes cristianos fueron tomados cautivos, y ellos evangelizaron a los godos. Algunos cristianos incluso se ofrecieron voluntariamente para ir entre los godos a predicarles. Los seguidores del arrianismo expandieron el cristianismo arriano entre los hérulos, los vándalos y los ostrogodos. Pero estas tres tribus góticas fueron destruidas una tras otra por el Papado.

Los efectos del Credo de Nicea y del Arrianismo

Más tarde, el Credo de Nicea fue aceptado y legitimado. Este “Trinitario” de Nicea fue adoptado como una fórmula básica de creencia por la Iglesia Católica Romana, que lideró la edad oscura, y también por muchas iglesias protestantes que aparecieron después de la Reforma. Sin embargo, aún existen muchas denominaciones, como los Testigos de Jehová, que niegan la divinidad de Cristo, insistiendo en que Dios Padre y Dios Hijo no son la misma esencia. Ellos pueden ser llamados los “arrianos modernos”.

Las limitaciones del Credo de Nicea

Aunque el Concilio de Nicea rechazó el arrianismo y adoptó el Credo de Nicea, proclamando que el Hijo es un solo ser con el Padre, este credo no se acercaba al núcleo de la “Trinidad”. El Credo de Nicea presentó el concepto de que “Dios Padre es Dios Hijo”, describiendo a Jesucristo como “el único Hijo del Padre” o como “un ser de una sustancia con el Padre”, pero este concepto es muy vago. Esa es la razón por la que muchos cristianos e incluso los teólogos de hoy en día, que dicen creer en la trinidad, no pueden aceptar plenamente el hecho de que “Jesucristo es Dios”, aunque admiten que “Jesús es el Hijo de Dios”.

Por ello, algunas iglesias predican doctrinas extrañas como: “Dios Hijo es considerado igual a Dios Padre, porque el Hijo hace las mismas cosas que el Padre”.

Esta falta de conocimiento bíblico ha creado muchas doctrinas falsas similares a las enseñanzas arrianas, que enfatizan la divinidad de Cristo. Esto a su vez hizo que la gente indujera la deidad de Cristo interpretando la Biblia a su propia manera.

Además, hay declaraciones explícitas acerca del Espíritu Santo en el Credo de Nicea. Por eso, desde el Concilio de Nicea las iglesias cristianas simplemente han enseñado que el término “Trinidad” es como una doctrina teológica solo en nombre. En consecuencia, ni siquiera comprenden los puntos esenciales de la Biblia y no alcanzan el entendimiento bíblico del hecho de que “Dios Padre es Dios Espíritu Santo” y que “Dios Hijo es Dios Espíritu Santo”.

La trinidad, la verdad bíblica

La trinidad no es una simple teoría que pueda ser afirmada o negada como una doctrina teológica, sino que es la verdad bíblica que ha sido enfatizada desde la iglesia primitiva. La verdad es lo que Dios personalmente nos ha enseñado (Mi. 4:1-2), y no algo que puede ser creado por la disputa de los teólogos en un concilio religioso.

Satanás no quiere que tengamos conocimiento de Dios. Ya que él sabe que el pueblo de Dios será destruido si no tiene conocimiento de Dios (Os. 4:1-6), ha propagado el espíritu del anticristo en todo el mundo. Los que son engañados por él, niegan la trinidad, o aunque reconozcan la trinidad con sus labios, la niegan en su corazón. Ellos tienen esa clase de doble fe.

¿Cómo podemos juzgar las cosas hasta que el Espíritu de verdad venga (1 Co. 4:5)? Ya que él vino y nos trajo la luz que está escondida en la oscuridad, ahora hemos venido al conocimiento de Dios y hemos pasado de la destrucción a la vida.

“Y serán todos enseñados por Dios” (Jn. 6:45). Según esta promesa de Dios, hemos comprendido las palabras de la verdad. Dando gracias a Dios que siempre está con nosotros, hasta el último día, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, debemos dedicar todas nuestras fuerzas a guiar a todas las personas del mundo al camino de la salvación, transmitiéndoles el correcto conocimiento de Dios.




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Fuente: PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO

Sunday, October 17, 2021

Carta de Aristeo a su Hijo sobre el Magisterio Hermético

 

CARTA DE ARISTEO A SU HIJO
SOBRE EL MAGISTERIO HERMÉTICO

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Extraída de la "Biblioteca de los filósofos Herméticos".
Manuscrito de la Biblioteca de Grenoble número 819. Siglo XVIII.
Páginas 183-192.
[Transcrito por José Luis Rodríguez Guerrero.]

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Hijo mío:

Después de haberte transmitido el conocimiento de todas las cosas, y de haberte enseñado como debes vivir y regular tu conducta de acuerdo con las máximas de una filosofía excelente, después de haberte instruido sobre todo lo que atañe al orden y al conocimiento de la monarquía del universo, sólo me resta por darte las llaves de la naturaleza, conservadas por mí con gran esmero.

De entre todas estas llaves la que abre el lugar cerrado ocupa sin dificultad el más alto rango; es la fuente misma de todas las cosas y no cabe duda de que Dios le ha dado una propiedad del todo divina. Para quien está en posesión de esta llave las riquezas se tornan despreciables, ningún tesoro se le puede comparar. ¿De qué sirven las riquezas a aquellos que están sujetos a las desgracias que infligen las enfermedades humanas? ¿Qué valen los tesoros cuando se es derribado por la muerte? No hay riquezas que sean conservadas cuando la muerte nos atrapa ; pero, si poseo la llave alejaré tanto como sea posible mi deceso y, además, estaré seguro de haber adquirido un gran secreto que espanta toda suerte de padecimientos. Las riquezas están en mi mano, no me faltan los tesoros, huye la languidez; la muerte tarda cuando tengo la llave de oro.

Ahora, hijo mío, te la voy a ceder como herencia, más te conjuro por el nombre de Dios y por su Santo Trono para que la guardes encerrada en el cofre de tu corazón y sometida al sello del silencio. Si te sirves de ella te colmará de bienes, y cuando seas viejo o empieces a ver declinar tu cuerpo ella te aliviará, te renovará, te curará. Pues sucede que, por una virtud que le es propia, remedia todas las enfermedades, ennoblece los metales y hace felices a sus poseedores. Nuestros padres nos pidieron bajo juramento aprender a conocerla y no dejar de utilizarla para hacer el bien al indigente, al huérfano y al necesitado, haciendo de este comportamiento nuestra marca y nuestro genuino carácter.

Todas las cosas que están bajo el cielo, divididas en especies diferentes, tienen como origen un mismo principio, y este es el aire del que todo fluye. El alimento de cada cosa muestra cual es su origen, puesto que lo que sostiene la vida es también lo que sostiene el ser. El pez emplea el agua, el niño mama de su madre, por su vida conocemos el principio de estas cosas. La vida de las cosas es el aire, éste es pues el principio de las cosas. Además, el aire corrompe el cuerpo de todas las cosas.

Lo que trae la vida como un don puede también interrumpir la vida. La madera, el hierro, las piedras, son disueltos por el fuego, y por él todas las cosas vuelven a su estado primero. Aquí está la causa de la generación, que también los es por diferentes métodos de la corrupción. y si sucede que ciertas criaturas sufren, sea por efecto del tiempo, sea por un caso fortuito, el aire viene ciertamente en su auxilio para curarlas de su imperfección y de su enfermedad.

La tierra, el árbol, la hierba, languidecen a veces por exceso de calor, el rocío del aire repara en todos ellos este defecto. Así ninguna criatura puede ser restablecida salvo por algo que esté en su propia naturaleza. Y sucede que el aire es el principio fundamental de todas estas cosas, por lo que puede concluirse que es la única medicina universal. Sabemos que en él mismo se encuentra la simiente, la vida, la muerte, la enfermedad, el remedio por excelencia. En él ha encerrado la naturaleza todos sus tesoros, y los ha comprimido como en un depósito propio y particular. No obstante, tener la llave de oro es saber liberar esta cámara estanca para extraer el aire del aire. Pero si se ignora como atrapar ese aire, entonces es imposible adquirir aquello que cura las enfermedades particulares y generales, llamando a los metales a la vida. Si deseas expulsar todas las enfermedades es necesario que busques el remedio dentro de la fuente común.

La naturaleza produce al semejante sacándolo del semejante y reúne especie con especie. Aprende pues, hijo mío, a capturar el aire, aprende a conservar la llave de oro de la naturaleza. Todas las criaturas pueden atrapar perfectamente el aire si conocen la llave de la naturaleza, sólo si conocen esta llave. El saber extraer el aire del arcano celeste es verdaderamente un secreto que supera la capacidad del espíritu humano, un gran secreto que contiene la virtud que la naturaleza ha atribuido a todas las cosas. Pues las especies se prenden por medio de sus especies semejantes. A un pez se le coge con un pez; a un pájaro con otro pájaro, y al aire se lo atrapa con otro aire que lo seduce.

La nieve y el hielo son un aire que el frío ha congelado, la naturaleza los ha dado una disposición que los permite poder capturar el aire. Coloca una de estas dos cosas en un vaso cerrado. Hazte con el aire que se congela alrededor, recogiendo lo que se destila en forma de humedad cálida en un vaso pequeño y profundo, cerrado, grueso, fuerte y limpio, de manera que puedas hacer cuánto te plazca, bien los rayos del sol, bien los de la luna. Cuando el vaso esté lleno cierra bien su boca para que esta chispa celeste, que está ahí concentrada, no se disipe en el aire. Llena tantos vasos como quieras de este líquido, atiende a continuación a lo que debes hacer y guarda silencio.

Construye un pequeño horno, adáptale un vaso lleno hasta la mitad de aquel aire capturado. Séllalo. Dispón seguidamente el fuego de manera que suba sólo la porción más ligera del humo, sin violencia, como hace en la naturaleza en el centro de la tierra, donde el fuego calienta sin cesar produciendo una circulación continua de los vapores del aire. Que este fuego sea moderado, húmedo, suave, parecido al de un pájaro incubando sus huevos. Una vez conseguida esta disposición debes continuar de manera que el fruto aéreo cueza sin consumirse, agitándolo durante largo tiempo, hasta que quede enteramente cocido en el fondo del vaso. Añade nuevo aire a este aire, no en gran cantidad, sino en la proporción que haga falta. Haz de manera que se licúen ligeramente, que se pudra, que se ennegrezca, que se coagule, y que una vez fijado, enrojezca. Después toma la parte pura separada de la parte impura por medio del fuego y de un artificio divino. Toma al fin la parte pura de un aire crudo, a la que unirás de nuevo la parte pura endurecida. Haz de manera que se disuelvan, que se unan, que se ennegrezcan ligeramente, que se tornen blancos, que se endurezcan y que, por último, se enrojezcan.

Aquí termina la obra. Has hecho el elixir que produce todas las maravillas que has visto. Tienes la llave de oro, el oro potable, la medicina de todas las cosas, un tesoro inagotable.
Así sea.
Amen.

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Thursday, January 7, 2021

El Dios de Spinoza

 

EL DIOS DE SPINOZA



 

Sabían que cuando Einstein daba alguna conferencia en las numerosas universidades, la pregunta recurrente que le hacían los estudiantes era:

 

-¿Cree Ud. en Dios?

Y él siempre respondía:

-Creo en el Dios de Spinoza.

 

El que no ha leído a Spinoza se sorprenderá. Baruch de Spinoza fue un filósofo Holandés considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés Descartes.

 

EL DIOS O NATURALEZA DE SPINOZA HUBIERA DICHO,

EN PALABRAS DE ANAND DILVAR:

 

“Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida.

Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti.

 

¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.

 

Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.

 

El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer.

 

Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito…

 

¡No me encontrarás en ningún libro!

 

Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?

Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor.

 

Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias… de libre albedrío ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios puede hacer eso?

 

Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti.

Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.

 

Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

 

Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro.

 

Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.

 

No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir.

 

Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di. Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal, te voy a preguntar ¿Te gustó?… ¿Te divertiste? ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste?…

 

Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti. Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar.

 

Deja de alabarme, ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy?

 

Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido?… ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.

 

Deja de complicarte las cosas y de repetir como un loro lo que te han enseñado acerca de mí.

 

Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas. ¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?

 

No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro… ahí estoy, latiendo en ti”.

Anand Dilvar.

 

 

Todo empezó cuando Albert Einstein fue interrogado vía telégrama por el rabino Herbert S. Goldstein sobre si creía o no en la existencia de Dios. Einstein respondió:

 

“Creo en el Dios de Spinoza, quien se revela así mismo en una armonía de lo existente, no en un Dios que se interesa por el destino y las acciones de los seres humanos”.

 

En una entrevista de 1930 publicada en el libro Glimpses of the Great de G. S. Viereck, Einstein amplia su explicación aún más:

 

“Tu pregunta es la más difícil del mundo. No es algo que pueda responder con un simple sí o no. No soy ateo. No sé si pueda definirme como un panteísta. El problema en cuestión es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas. ¿Puedo contestar con una parábola? La mente humana, no importa que tan entrenada esté, no puede abarcar el universo. Estamos en la posición del niño pequeño que entra a una inmensa biblioteca con cientos de libros de diferentes lenguas. El niño sabe que alguien debe de haber escrito esos libros. No sabe cómo o quién. No entiende los idiomas en los que esos libros fueron escritos. El niño percibe un plan definido en el arreglo de los libros, un orden misterioso, el cual no comprende, sólo sospecha. Esa, me parece, es la actitud de la mente humana, incluso la más grande y culta, en torno a Dios. Vemos un universo maravillosamente arreglado, que obedece ciertas leyes, pero apenas entendemos esas leyes. Nuestras mentes limitadas no pueden aprehender la fuerza misteriosa que mueve a las constelaciones. Me fascina el panteísmo de Spinoza, porque él es el primer filósofo que trata al alma y al cuerpo como si fueran uno mismo, no dos cosas separadas”

 

¿Cómo es el Dios de Spinoza al que Einstein se refiere?

 

Baruch Spinoza, nacido un 24 de noviembre de 1642 como Benedito de Espinosa, fue un filósofo neerlandés, de origen judío sefardí, considerado junto con Descartes y Leibniz uno de los filósofos racionalistas más importantes de la ilustración, cuya repercusión fue reconocida después de su muerte, acaecida el 21 de febrero de 1677 a la edad de 44 años. Su obra más sobresaliente es la Ética demostrada según el orden geométrico, publicada póstumamente por sus amistades más cercanas y que pronto fue censurado por la Iglesia Católica al incluirlo en su Index librorum prohibitorum.

 

En su magnum opus, Spinoza trató de definir la Naturaleza de Dios y de las pasiones humanas, para Spinoza no hay un dualismo, sino un monismo intermedio, esto es, no existen dos substancias, sino una con distintos atributos como el del pensamiento y/o la extensión. Consideró además que Dios era una res extensa, esta concepción asume a Dios no como metafísico, sino como la totalidad de lo físico o material.

 

Dios es Naturaleza Naturante que presenta afecciones y modos de ser, que a su vez tienen como origen necesario a Dios, estos son considerados como naturaleza naturada, así Dios es aquel ser en el que se concibe y es todo cuando existe,  y que sin él o fuera de él nada es o puede ser concebido. A este perspectiva se le consideró como Panenteísta, lo que significa Todo en Dios.

Saturday, January 2, 2021

El mito de la caverna de Platón

El mito de la caverna de Platón

(significado e historia de esta alegoría)


Una metáfora que nos intenta explicar la doble realidad que percibimos.

El mito de la caverna de Platón es una de las grandes alegorías de la filosofía idealista que tanto ha marcado la manera de pensar de las culturas de Occidente.

Entenderla significa conocer los estilos de pensamiento que durante siglos han sido los dominantes en Europa y América, así como los fundamentos de las teorías de Platón. Veamos en qué consiste.

Platón y su mito de la caverna

Este mito es una alegoría de la teoría de las ideas propuesta por Platón, y aparece en los escritos que forman parte del libro La República. Se trata, básicamente, de la descripción de una situación ficticia que ayudaba a entender el modo en el que platón concebía la relación entre lo físico y el mundo de las ideas, y cómo nos movemos a través de ellos.

Platón empieza hablando sobre unos hombres que permanecen encadenados a las profundidades de una caverna desde su nacimiento, sin haber podido salir de ella nunca y, de hecho, sin la capacidad de poder mirar hacia atrás para entender cuál es el origen de esas cadenas. 

Así pues, permanecen siempre mirando a una de las paredes de la caverna, con las cadenas aferrándolos desde atrás. Detrás de ellos, a una cierta distancia y colocada algo por encima de sus cabezas, hay una hoguera que ilumina un poco la zona, y entre ella y los encadenados hay un muro, que Platón equipara a las artimañas que realizan los tramposos y los embaucadores para que no se noten sus trucos. 

Entre el muro y la hoguera hay otros hombres que llevan con ellos objetos que sobresalen por encima del muro, de manera que su sombra es proyectada sobre la pared que están contemplando los hombres encadenados. De este modo, ven la silueta de árboles, animales, montañas a lo lejos, personas que vienen y van, etc.

Luces y sombras: la idea de vivir en una realidad ficcionada

Platón sostiene que, por estrambótica que pueda resultar la escena, esos hombres encadenados que describe se parecen a nosotros, los seres humanos, ya que ni ellos ni nosotros vemos más que esas sombras falaces, que simulan una realidad engañosa y superficial. Esta ficción proyectada por la luz de la hoguera los distrae de la realidad: la caverna en la que permanecen encadenados.

Sin embargo, si uno de los hombres se liberase de las cadenas y pudiese mirar hacia atrás, la realidad le confundiría y le molestaría: la luz del fuego haría que apartase la mirada, y las figuras borrosas que pudiese ver le parecerían menos reales que las sombras que ha visto toda la vida. Del mismo modo, si alguien obligase a esta persona a caminar en dirección a la hoguera y más allá de ella hasta salir de la caverna, la luz del sol aún le molestaría más, y querría volver a la zona oscura. 

Para poder captar la realidad en todos sus detalles tendría que acostumbrarse a ello, dedicar tiempo y esfuerzo a ver las cosas tal y como son sin ceder a la confusión y la molestia. Sin embargo, si en algún momento regresase a la caverna y se reuniese de nuevo con los hombres encadenados, permanecería ciego por la falta de luz solar. Del mismo modo, todo lo que pudiese decir sobre el mundo real sería recibido con burlas y menosprecio.

El mito de la caverna en la actualidad

Como hemos visto, el mito de la caverna reúne una serie de ideas muy comunes para la filosofía idealista: la existencia de una verdad que existe independientemente de las opiniones de los seres humanos, la presencia de los engaños constantes que nos hacen permanecer lejos de esa verdad, y el cambio cualitativo que supone acceder a esa verdad: una vez se la conoce, no hay marcha atrás.

Estos ingredientes se pueden aplicar también al día a día, concretamente a la manera en la que los medios de comunicación y las opiniones hegemónicas moldean nuestros puntos de vista y nuestra manera de pensar sin que nos demos cuenta de ello. Veamos de qué manera las fases del mito de la caverna de Platón pueden corresponderse con nuestras vidas actuales:

1. Los engaños y la mentira

Los engaños, que pueden surgir de una voluntad de mantener a los demás con poca información o de la falta de progreso científico y filosófico, encarnaría el fenómeno de las sombras que desfilan por la pared de la caverna. En la perspectiva de Platón, este engaño no es exactamente el fruto de la intención de alguien, sino la consecuencia de que la realidad material sea tan solo un reflejo de la verdadera realidad: la del mundo de las ideas.

Uno de los aspectos que explican por qué la mentira impacta tanto en la vida del ser humano es que, para este filósofo griego, está compuesta por aquello que parece evidente desde un punto de vista superficial. Si no tenemos motivos para cuestionar algo, no lo hacemos, y su falsedad prevalece.

2. La liberación

El acto de liberarse de las cadenas serían los actos de rebeldía que solemos llamar revoluciones, o cambios de paradigma. Por supuesto, no es fácil rebelarse, ya que el resto de la dinámica social va en sentido contrario.

En este caso no se trataría de una revolución social, sino de una individual y personal. Por otro lado, la liberación supone ver cómo muchas de las creencias más interiorizadas se tambaleen, lo cual produce incertidumbre y ansiedad. Para hacer que este estado desaparezca, es necesario seguir avanzando en el sentido de ir descubriendo nuevos conocimientos. No es posible quedarse sin hacer nada, según Platón.

3. La ascensión

La ascensión a la verdad sería un proceso costoso e incómodo que implica desprenderse de creencias muy arraigadas en nosotros. Por ello, es un gran cambio psicológico que se plasma en la renuncia a las viejas certezas y la apertura a las verdades, que para Platón son el fundamento de lo que realmente existe (tanto en nosotros como a nuestro alrededor).

Platón tenía en cuenta que el pasado de las personas condiciona el modo en el que experimentan el presente, y por eso asumía que un cambio radical en la manera de entender las cosas tenía que acarrear necesariamente malestar e incomodidad. De hecho, esa es una de las ideas que quedan claras en su forma de ilustrar ese momento mediante la imagen de alguien que trata de salir de una cueva en vez de permanecer sentado y que, al llegar al exterior, recibe la luz cegadora de la realidad.

4. El retorno

El retorno sería la última fase del mito, que consistiría en la difusión de las nuevas ideas, que por chocantes pueden generar confusión, menosprecio u odio por poner en cuestión dogmas básicos que vertebran la sociedad. 

Sin embargo, como para Platón la idea de la verdad estaba asociada al concepto de lo bueno y el bien, la persona que haya tenido acceso a la realidad auténtica tiene la obligación moral de hacer que el resto de personas se desprendan de la ignorancia, y por lo tanto ha de difundir su conocimiento.

Del mismo modo que su maestro, Sócrates, Platón creía que las convenciones sociales sobre lo que es un comportamiento apropiado están supeditadas a la virtud que otorga llegar al verdadero conocimiento. Por eso, aunque las ideas de quien regresa a la caverna resulten chocantes y generen ataques por parte de los demás, el mandato de compartir la verdad obliga a confrontar estas viejas mentiras.

Esta última idea hace que el mito de la caverna de Platón no sea exactamente una historia de liberación individual. Es una concepción del acceso al conocimiento que parte de una perspectiva individualista, eso sí: es el individuo el que, por sus propios medios, accede a lo verdadero mediante una lucha personal contra las ilusiones y los engaños, algo frecuente en los enfoques idealistas al fundamentarse en premisas del solipsismo. Sin embargo, una vez el individuo ha alcanzado esa fase, debe llevar el conocimiento al resto.

Eso sí, la idea de compartir la verdad con los demás no era exactamente un acto de democratización, tal y como la podríamos entender hoy día; era, simplemente, un mandato moral que emanaba de la teoría de las ideas de Platón, y que no tenía por qué traducirse en una mejora de las condiciones materiales de vida de la sociedad.

 


Friday, February 7, 2020

II El Cristo Interior Del “El Espíritu de Oración” de William Law

  
II
EL CRISTO INTERIOR

Del “El Espíritu de Oración” de William Law


Este es el mensaje de las Escrituras: que Cristo en nosotros es nuestra esperanza y gloria; que nuestra única salvación está en el Cristo formado dentro de nosotros –viviendo, creciendo y suscitando Su propia Vida y Espíritu en nuestro interior--. Y ciertamente, todo esto se desprende de forma evidente de  la naturaleza de las cosas, pues, dado que la serpiente, el pecado, la muerte y le infierno están todos ellos esencialmente en nosotros –siendo el crecimiento mismo de nuestra naturaleza--¿no deberá nuestra redención ser igualmente interior, una muerte interna y esencial a este estado de nuestra alma, y un crecimiento interior de una vida contraria dentro de nosotros?  
Si Adán fue únicamente una persona exterior, si su entera naturaleza no era nuestra naturaleza, nacida en nosotros, y derivada de él hasta llegar bien dentro de  nosotros, sería un absurdo decir que su caída fue nuestra caída. Del mismo modo, si Cristo, nuestro Segundo Adán, fue tan sólo una persona exterior, si no entró tan profundamente en nuestra naturaleza como lo hizo el primer Adán, si no recibimos de Él un nuevo hombre interior, espiritual,  como recibimos una carne y sangre exterior proveniente de Adán, ¿qué motivo habría para decir que nuestra rectitud proviene de Él, así como nuestro pecado proviene de Adán?
Que nadie piense en lanzar sobre mí la acusación de que pretendo relegar al Santo  Jesús, nacido de la Virgen María, o que trato de oponer un Salvador interior al Cristo exterior cuya historia se nos recuerda en el Evangelio. No: con la mayor certeza y plenitud de fe, atribuyo la totalidad de nuestra redención a la bendita y misteriosa Persona  que nació entonces de la Virgen María, y no defenderé ninguna redención interna sino la que es efectuada por ese Redentor dador de vida, muerto en la Cruz por nuestra redención, y que proviene por entero de Él. 
Si dijera que una planta o vegetal tiene que tener al sol dentro de sí, que tiene que incorporarse la vida, la luz y las virtudes del sol, y que no recibirá beneficio alguno del sol, hasta que el sol no haya empezado a formar, generar, vivificar y hacer surgir la vida de las virtudes solares dentro de ella, ¿querría esto decir que propugno un sol interior, en oposición al sol exterior? ¿Podría haber acusación más ridícula? Pues bien, lo que aquí digo sobre el sol interior de la planta, ¿no va referido también al poder y virtud derivados del sol que luce en el firmamento?
De la misma forma, todo cuanto  se diga sobre un  Cristo interior, internamente formado y engendrado en la raíz del alma, ha de ser entendido tan sólo en relación con una vida interior generada por el poder y la eficacia de aquel Cristo bendito que nació de la Virgen María.  [p. 37, 2 –38]
Nadie dejará de beneficiarse de la salvación de Cristo,  a no ser por su falta de disposición para recibirla; no la recibirá quien tenga  el mismo espíritu y los mismos humores que llevaron a los judíos a mostrarse reacios a recibirla. Pero si quieres saber cómo esta gran obra, el nacimiento de Cristo, se ha de efectuar dentro de ti, déjame decirte una regocijante verdad: que dicha gran obra ha comenzado ya en cada uno de nosotros. Pues el Santo Jesús que ha de formarse en ti, que ha de ser el Salvador y la nueva Vida de tu alma, que ha de sacarte de la oscuridad de la muerte para conducirte a la Luz de la Vida y darte el poder para convertirte en hijo de Dios, está ya dentro de ti, viviendo, removiendo, llamando, golpeando a la puerta de tu corazón, y no deseando otra cosa sino tu fe y tu buena voluntad, para tener en ti un nacimiento y una forma tan reales como los tuvo de la Virgen María.
Pues el Verbo eterno o Hijo de Dios no empezó a ser el Salvador del mundo tan sólo al nacer en Belén de Judea; el Verbo que se hizo carne en la Virgen María entró en el primer padre de la humanidad como Palabra de Vida, como Semilla de salvación, desde el comienzo del mundo, bajo el nombre y el carácter de Aplastador de la cabeza de la serpiente.
Por eso dijo Cristo a sus discípulos: “el Reino de Dios está dentro de vosotros”; es decir, la Naturaleza divina está dentro de vosotros, dada a vuestro primer padre, en la luz de su vida, y alzándose, a partir de él, en la vida de todos los hijos de Adán. Por eso también se dice que Cristo es “la Luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo”. No tal y como nació en Belén, no como cuando tenía forma humana sobre la tierra  --en este sentido no podría haber sido designado como “la Luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo”--,  sino en cuanto que era esa Palabra eterna por la que fueron creadas todas las cosas y que volvió a entrar, como un segundo Creador, en el hombre caído, en calidad de Hollador de la serpiente.
En este sentido nuestro Señor fue realmente la Luz que ilumina a todos los hombres. Pues fue real y verdaderamente todo esto, de la misma forma que fue el Emmanuel, el Dios con nosotros, dado a Adán, y con él a toda su descendencia. Aquí puedes ver el comienzo y la gloriosa amplitud de la Iglesia católica de Cristo. La cual abarca el mundo entero.
Es la Misericordia ilimitada y universal de Dios hacia toda la humanidad; y toda criatura humana, de forma tan segura como que es hija de Adán, tiene dentro de sí un nacimiento del Aplastador de la serpiente y, por lo tanto, está infaliblemente en alianza con Dios a través de Jesucristo. Y por ello también Cristo es nombrado Juez del mundo entero, porque la humanidad entera, todas las naciones y lenguas han sido,  en Él y por medio de Él, puestas en alianza con Dios y hechas capaces de resistir el mal de sus naturalezas caídas.  [p. 42, 3 – 43, 1]

Este Santo Jesús, el don de Dios, dado primero a Adán, y en él a todos los que de él descienden, es el obsequio que Dios te hace a ti, de forma tan segura como que has nacido de Adán. Aunque no lo hayas poseído nunca, aunque te hayas alejado de Él, tan lejos como el hijo pródigo de la casa de su padre,  Él sigue estando todavía contigo, es el regalo que Dios te hace, y si te vuelves a Él y se lo pides, tiene agua de vida para ti.
¡Pobre pecador! Considera el tesoro que tienes dentro de ti: el Salvador del mundo, la Palabra eterna de Dios está oculta en tu ser, como una chispa de la naturaleza divina que acabará venciendo al pecado, la muerte y el infierno dentro de ti, para volver a engendrar en tu alma la Vida del Cielo.
Vuelve tu mirada hacia tu corazón, y tu corazón encontrará a su Salvador, su Dios, en su propio interior.  No ves, oyes ni sientes nada de Dios, porque lo buscas fuera con tus ojos externos; lo buscas en libros, en controversias, en el templo y en ejercicios exteriores, pero ahí no lo encontrarás, en tanto no lo hayas encontrado en tu corazón. Búscale en tu corazón, y nunca buscarás en vano, pues ahí mora, ahí está la sede de su Luz y de su Espíritu. [p. 43, 2 – 44, 1]
Este volverte a la Luz y Espíritu de Dios dentro de ti es la única forma de dirigirte hacia Él; no hay otra forma de encontrarle, sino en aquel lugar donde mora en ti. Porque aunque Dios esté presente en todas partes, para ti únicamente está presente en la parte más central y profunda de tu alma. Tus sentidos naturales no pueden poseer a Dios ni unirte a Él; más aún, tus facultades interiores de inteligencia, memoria y voluntad, sólo pueden ir a la búsqueda de Dios, pero no pueden ser el lugar de  su habitación y morada en ti. Pero hay una raíz o profundidad en ti de la que surgen todas estas facultades como líneas que parten de un mismo centro o como ramas que brotan del tronco del árbol.
Esta profundidad es la unidad, la eternidad, iba casi a decir la infinitud de tu alma; pues ella es tan infinita que nada puede satisfacerla o apaciguarla sino la Infinitud de Dios. Esta profundidad es llamada el centro, fondo, base o fundamento del alma.1 En esta profundidad del alma la Santísima Trinidad engendró su propia imagen viviente en el primer hombre, el cual portaba dentro de sí mismo una representación viviente del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; en esto consistía su morar en Dios y el morar de Dios en él. Este era el Reino de Dios dentro de su ser, y era también lo que formaba el Paraíso fuera de él, en su entorno. 
Pero el día que Adán comió del prohibido árbol terrenal, en ese mismo día murió al Reino de Dios dentro de él. Habiendo perdido a Dios este su fondo o centro del alma, quedó sumido en la muerte y las tinieblas, y se convirtió en un prisionero dentro de un animal terreno, que únicamente aventajaba a sus congéneres, las bestias, en su forma erguida y en su sutileza serpentina. Así concluyó la caída del hombre.
Pero desde el momento en que el Dios de la Misericordia insufló en Adán al Aplastador de la serpiente, desde ese mismo momento todos los tesoros y riquezas de la Naturaleza divina volvieron al hombre como una semilla de salvación sembrada en el centro del alma, y sólo oculta allí en cada uno de los seres humanos, hasta que despierte en él el deseo de levantarse de su estado caído y nacer de nuevo desde arriba.
Despierta, pues, tú que duermes, y Cristo, que desde toda la Eternidad ha estado casado o esposado con tu alma, te dará luz. Ahonda en tu propio campo en busca de esta Perla de la Eternidad que yace oculta en él. No te costará demasiado esta Perla, ni podrás comprarla demasiado cara, pues ella es el Todo, y cuando la hayas encontrado, sabrás que todo lo que has vendido o de lo que te has desprendido para adquirirla, es simplemente una nada, una pompa sobre el agua.           [p. 44, 2 – 3]
Pero si te apartas de esta Perla, o si la pisoteas, con el propósito de ser rico o grande, ya sea en la Iglesia o en el Estado, y la muerte te encontrara en semejante éxito, no podrás decir que, aunque la Perla se haya perdido, algo se ha ganado en su lugar. Pues en ese momento definitivo, las cosas y los ruidos de este mundo serán todos exactamente lo mismo: haber poseído unas propiedades o haber simplemente oído hablar de ellas, haber vivido en el Palacio de Lambeth veinte años o haber pasado veinte veces ante él, para ti será todo el mismo patrimonio o la misma nada. [p. 45, 1]
No tienes, pues, necesidad de ir corriendo de un lado para otro diciendo ¿dónde está Cristo? ¿Quién ascenderá al Cielo para hacer que Cristo descienda de lo alto? O ¿quién descenderá hasta las profundidades para hacer que Cristo retorne de entre los muertos?
Advierte que el Verbo, la Palabra, que es la Sabiduría de Dios, está dentro de tu corazón; se encuentra ahí como Aplastador de la serpiente, como Luz que desciende sobre tus pies y Antorcha que orienta tus pasos. Está ahí como Santo Óleo, para suavizar y vencer las propiedades ardientes y airadas de tu naturaleza, y para cambiarlas en la humilde mansedumbre de la luz y el amor.
Está ahí como Palabra de Dios que habla en tu alma; y tan pronto como estés dispuesto a escuchar, esta eterna Palabra hablante te hablará para introducir en tus órganos internos el Amor y la Sabiduría, y para engendrar en ti el nacimiento de Cristo, con todo su espíritu, naturaleza, temple y disposición santos.
A esto se debe (es decir, a este Principio del Cielo o Cristo presente en el alma) que tantos espíritus eminentes, partícipes de la Vida divina, aparecieran en tantas partes del mundo paganos; nombres gloriosos, hijos de la Sabiduría, que brillaron como luces sostenidas por dios en medio de la oscuridad idólatra. Eran los apóstoles de un Cristo de dentro, despertados por el Aplastador interno de la serpiente, que les encomendó la misión de apartar a la humanidad de la ciega búsqueda de la carne y la sangre, enseñando a los demás hombres a conocerse a sí mismos y conocer la dignidad de su naturaleza,  la inmortalidad de sus almas y la necesidad de la virtud para evitar la miseria y vergüenza eternas.
Estos apóstoles, aunque no tuvieron la Ley o un Evangelio escrito con el que atraer a sus oyentes, por haberse orientado hacia Dios, encontraron y predicaron el Evangelio, que estaba escrito en sus corazones. De ahí que uno de ellos pudiera expresar esta divina verdad: que únicamente son sacerdotes y profetas aquellos que tienen a Dios dentro de sí.
Esto explica asimismo que, en la Iglesia cristiana, haya habido en todas las épocas, entre los más iletrados, tanto hombres como mujeres que han alcanzado una profunda comprensión de los misterios de la Sabiduría y el Amor de Dios en Jesucristo. Cosa que no es de extrañar, pues lo que puede dar la verdadera comprensión de las cosas de Dios no es el arte o la ciencia, ni la destreza en la lógica o la gramática, sino la apertura de la Vida divina dentro del alma. [p. 48, f – 49]
La Vida de Dios en el alma, que por su pequeñez inicial y su capacidad para un mayor crecimiento, es comparada con el grano de una semilla de mostaza, puede quedar y de hecho general queda sometido y anulado, ya sea por las preocupaciones y placeres mundanos, por la ambición, la sensualidad o una vana cultura.
Y mientras esto ocurra, cualquiera que sea la religión o confesión que un individuo diga profesar, será un mero hombre natural, no regenerado, no iluminado por el Espíritu de Dios, ya que tiene sofocada dicha  Semilla del Cielo y no permite que crezca en él.
Por ello, su religión no es más del Cielo que su buena clase, su refinada educación y crianza; sus preocupaciones no tienen más bondad de la que tengan sus placeres; su amor no vale más que su odio; y su celo a favor o en contra de una u otra forma de religión tiene únicamente la naturaleza de cualquier otra disputa mundana. Así es y así tiene que ser en cualquier hombre meramente natural, sean cuales sean las apariencias de las que se revista. Quizá le complazca saber que es el esclavo y la máquina de su propio temperamento corrupto, de sus disposiciones e inclinaciones viciadas, ya que se halla inspirado, movido y animado por el amor propio, la estima y la búsqueda egoístas de sí mismo,  que constituyen la única vida y espíritu del hombre natural, ya sea pagano, judío o cristiano.          [p. 50, 1]
Has de concebir al Santo Jesús, al Verbo o Palabra de Dios,  como un tesoro oculto de todas y cada una de las almas humanas, nacido como semilla del de la Palabra en el parto del alma, emparedado bajo la carne y  sangre, hasta que, como una estrella de la mañana, se alce en nuestros corazones, cambiando al terrenal hijo de Adán en un Hijo de Dios.
Este misterio de una Vida interior oculta en el hombre como su más preciado tesoro, como el fundamento de todo lo que es grande o bueno en él, oculto tan sólo desde la Caída, y que no puede ser abierto, descubierto y parido en su gloria primera más que por Aquél a quien se ha dado todo poder en el Cielo y sobre la Tierra, es una verdad de la que dan pleno testimonio casi todas las cosas de la naturaleza.
Mira adónde quieras. Verás que nada aparece o actúa externamente en ninguna criatura, ni en ningún efecto de la naturaleza, sino aquello que se hace enteramente a partir de su propio espíritu interior e invisible. Lo que actúa no un espíritu que se introduzca en ella o en ello, sino su propio espíritu interior, que es un misterio interno, invisible hasta que se haya dado a conocer o haya emergido en virtud de las apariencias externas.
El sol en el firmamento da crecimiento a todas las cosas que crecen en la Tierra y vida a todas las cosas que viven sobre ella, lo cual hace no dándoles o impartiéndoles una vida que venga desde fuera, sino tan sólo estimulando en cada cosa su propio crecimiento y su propia vida, los cuales yacen ocultos como una semilla o estado de muerte, hasta que les ayuda a salir y manifestarse el sol, el cual, como un emblema o símbolo del Redentor del mundo espiritual, ayuda a todas y cada una de las cosas terrenas a salir de su propia muerte para ascender a su más alto nivel de vida. [p. 211, f]
No preguntes qué es lo que tienes que hacer para tener el Espíritu de Dios, para vivir en Él y ser guiado por Él. Pues tu capacidad para tenerlo y tu medida para recibirlo dependen únicamente de la fe y seriedad con la que deseas ser guiado por Él.
El hambriento espíritu de oración es esa fe para la cual son posibles todas las cosas, a la cual tiene que obedecer y someterse la naturaleza entera, hasta las más altas montañas y las más duras rocas. Cura todas las enfermedades, rompe las ataduras de la muerte y hace resucitar a los muertos.
Mira las pequeñas semillas de las plantas, envueltas en sus propias cáscaras muertas y cubiertas por una espesa capa de tierra. Observa cómo crecen. ¿Qué es lo que hacen? Están hambrientas y sedientas de la luz y el aire de este mundo. Su hambre come aquello de lo que están hambrientas, y en esto consiste su vegetación. Si la planta deja de sentir hambre, se marchita y muere, aun estando rodeada del aire y la luz de este mundo.
Esta es la verdadera naturaleza de la vida espiritual; es realmente un crecimiento o una vegetación, como la de las plantas. Y nada sino su propia hambre puede ayudarle a conseguir el verdadero alimento de su vida. Si cesa esta hambre del alma, ésta se marchita y muere, aun encontrándose en medio de la abundancia divina. Nuestro Señor, para mostrarnos que el nuevo nacimiento es realmente un estado de vegetación espiritual, lo compara a un pequeño grano de mostaza, del que brota una gran planta.
Pues bien, toda semilla lleva dentro de sí una vida o, de lo contrario, no podría crecer. ¿Qué es esta vida? No es otra cosa que un hambre de la luz y el aire de este mundo latente dentro de la semilla; un hambre que, al encontrarse con la luz y el aire de la naturaleza, transforma la semilla en una planta viviente.
De la misma forma ocurre con la semilla del Cielo oculta dentro del alma. Tiene una vida en sí misma, pues, de lo contrario, no habría vida que pudiera  brotar de ella. ¿Qué es esta vida? No es otra cosa que la fe, o un hambre de Dios y del Cielo, que tan pronto como se mueve y excita, o se deja mover y excitar,  salen a su encuentro la Luz y el Espíritu de Dios y del Cielo, que la abrazan y vivifican.
Supongamos por un momento que la semilla de una planta tuviera sentido, juicio y razón, y que, en vez de tener continuamente hambre de la virtud de la luz y del aire de nuestra naturaleza exterior, y en vez de procurar atraerse tal virtud, se divirtiese razonando sobre la naturaleza del hambre y sobre los diferentes poderes y virtudes del aire y la luz, y su hambre se contentara con este juego racional, ¿no tendrá por fuerza que marchitarse semejante semilla, sin llegar a ser nunca una planta viva?
Pues bien, he aquí un símil muy certero de la semilla de la vida en el hombre: el hombre tiene el poder de atraer hacia sí toda la Virtud del Cielo, porque la Semilla del Cielo es el don que Dios ha hecho a su alma, la cual necesita la Luz y el Espíritu de Dios para hacerla nacer, de la misma forma que la semilla de la planta necesita la luz y el aire de este mundo. [p. 133]
El hombre tiene que crecer en Dios, como las plantas crecen en este mundo,  gracias a y partiendo de un poder que no es suyo, de forma semejante a como estas últimas crecen apoyándose en los poderes de la naturaleza externa. Pero se diferencia por completo de las plantas en lo siguiente: que una voluntad incontrolable, la suya propia, debe ser la dirigente e iniciadora de tal crecimiento, ya sea en Dios o en la naturaleza. [p. 133-134]
Es estrictamente verdad que la entera salvación del hombre depende de su voluntad; y es no menos estrictamente verdad que toda la obra de su salvación es única y exclusivamente la obra de Dios en su alma. 
Toda su salvación depende de él mismo, porque su voluntad-espíritu [o voluntad-ánimo, will-spirit] posee en sí mismo su poder de movimiento. Como voluntad, únicamente puede recibir lo que quiere; cualquier otra cosa quedará fuera y verá negada la entrada en ella. Pues es una ley inalterable de la voluntad, que no hay nada que pueda penetrar en ella, salvo lo que ella quiere. Su querer es su único poder y capacidad para recibir. Y, por consiguiente, no hay entrada posible en el alma para Dios o el Cielo, en tanto la voluntad-espíritu del alma no lo desee. De ahí que la salvación del hombre dependa por entero de él mismo.
Por otra parte, nada puede crear, efectuar o llevar a cabo un nacimiento o crecimiento de la Vida divina en el alma, sino la Luz y Espíritu de Dios, que genera la Vida divina en el Cielo y en todos los seres celestiales. Por ello, la obra de nuestra salvación es única y enteramente obra de la Luz y el Espíritu de Dios, al morar y actuar en nosotros. [p. 134, p]
Así pues, puedes ver que Dios lo es todo; que no hay nada que pueda ser nuestra salvación sino su Vida y Poder actuante en nosotros. Ahora bien, no hay nada que pueda darnos semejante Vida y Poder, o que pueda acceder a ella, sino el espíritu de oración.
Y por lo tanto, ni tú, ni ninguna otra alma humana, pueden estar sin la acción de la Luz y Espíritu de Dios en ella, a no ser porque su voluntad-espíritu o espíritu de oración está dirigido hacia cualquier otra cosa; pues estamos en todo momento unidos a aquello con lo que está unido nuestra voluntad. [p. 134, m]




1 Law emplea las expresiones inglesas Centre, Fund y Bottom para expresar esta idea que los místicos alemanes, como Eckhart, Böhme, Tauler o Weigel, llaman der Grund, “el fundamento”, la esencia o núcleo del alma. Es “el hondón” de los místicos españoles.