APÉNDICE V
NOTAS SOBRE EL ÉXTASIS
En el Umbral del Misterio
La meditación de las obras de lo Oculto absorbe exclusivamente a
la mayoría de los investigadores a los que preocupa el problema místico; nos
referimos a los más serios (ya que los más fútiles, verdaderos mirones de
feria, se arrastran voluntariamente de un barracón a otro, a la busca de
fenómenos). ¡Como si la tarea de iniciarse se limitase a los esfuerzos de
asimilación doctrinal! La obra escrita de los maestros no es impunemente despreciable,
¿quién lo duda?, y poco caso hacemos del presuntuoso innovador que se encarga
de suplir, mediante la exuberancia de su imaginación, el estudio profundo de
los clásicos del Esoterismo.
Pero ese estudio no sería suficiente. Es necesario exponerse a
todo y aventurarse resueltamente a la conquista de la Verdad a través de las
tinieblas de un mundo desconocido. Es por eso que, distinguiéndose del simple
erudito que sólo se ocupa de intervenir en las luchas de opinión, el ocultista
tiende a penetrar la esencia de las cosas y a descifrar la gran estela de la
Naturaleza escrita tanto dentro como fuera.
Imaginad una hoja de pergamino, cubierta de jeroglíficos en sus
dos caras, pero adherida a una tabla por una de ellas. Los caracteres del anverso,
se sepan interpretar o no, aparecerán visibles a los ojos de la carne; mientras
que los signos trazados en el reverso sólo serán perceptibles al órgano visual
del alma, lo que significa que solamente una persona muy lúcida podrá
distinguirlos.
Esto es sólo una metáfora, y el neófito se equivocaría si llegase
a la conclusión de que la lucidez magnética es la facultad suprema que ha de
desarrollar, la suprema prerrogativa del adepto. Hay varios grados de videncia,
como hay diversas zonas de visión.
¡Cuántos ilustres videntes no han tenido la menor lucidez en el
plano físico!
Así, además, se puede ser un maravilloso lúcido, en el sentido
demótico y aprobado, en tanto que no se es más que un perfecto imbécil, pues
esas dos cualidades no se excluyen entre sí, cosa que muchas veces ha
demostrado la experiencia.
¿Qué importa, en fin, para no callar nada, que alguien desee
perfeccionar su iniciación? Lo que importa es reintegrarse desde aquí abajo a
la Unidad divina (tanto como lo soporten las barreras hílicas), a fin de ser
copartícipe con todos los Iniciados y Elegidos del mundo en los misterios de lo
Absoluto.
* * *
El hombre de genio no es, en un último análisis, más que un adepto
intuitivo y espontáneo, magníficamente incompleto, pero rico en esos dones tan
raros, que muy a menudo les faltan a los más sublimes místicos: las facultades
de transposición a los más sublimes místicos: las facultades de transposición
estética de lo inteligible a los sentidos y la convertibilidad del Verbo divino
al Verbo humano.
Semejantes facultades de expresión no se adquieren, sino que
consagrarán siempre al hombre de genio, de derecho divino y gracia anterior,
mientras que el adepto es de derecho humano y conquista ulterior, habiéndole
elaborado así los esfuerzos de su libre albedrío. Una vez establecida esta
distinción fundamental, la analogía puede y debe proseguir.
El genio consiste en la facultad de reintegración espontánea (más
o menos consciente y sujeta a intermitencias) del submúltiplo humano en la
patria celeste de la unidad, Adamah.
También los poetas, pintores, músicos, escultores y, en general,
todos los artistas que se creen, con razón o sin ella, genios, emplean la misma
locución que los místicos para caracterizar los períodos de facilidad en
producir. Tienen, o no, la inspiración. Esto es notable...
La obra capital de la Iniciación se resume, pues, si así se
quiere, en el arte de llegar a ser artificialmente un genio; con la diferencia,
no obstante, de que el genio natural tiene la inspiración más o menos a menudo,
a ciertas horas, cuando quiere descender sobre él el Espíritu, en tanto que el
genio adquirido es, en su más elevada condición, la facultad de forzar la
inspiración y comunicar con el Gran Desconocido todas y cuantas veces lo desee.
Es, con esta diferencia, una razón bastante sencilla: que el Dios
desciende hacia el hombre de genio, mientras que el Mago sube hacia Dios.
El hombre de genio es una especie de animal, atractivo e
intermitente. El adepto es una potencia convertible, un lazo consciente de la
tierra al cielo: un ser que puede, a voluntad, quedarse en la tierra, gozar de
sus ventajas y recoger sus frutos... o subir al Cielo, identificarse con la
naturaleza divina y beber a largos sorbos la ambrosia celeste.
El Genio, fuerza natural de atracción, establece por
momentos con la Unidad una correlación más o menos efímera. El Adepto,
pasaporte ilimitado para el Infinito, implica un derecho de reintegración ad
libitum. Así, el adepto perfecto toma en la India el nombre de yogui:
unido a Dios.
* * *
Reintegración del submúltiplo humano a la Unidad divina: esta es
la mejor obra del adepto. ¿En qué consiste esa reintegración?
Conocemos dos: la Pasiva y la Activa.
Una y otra tienen varios grados.
Se llega a la primera por la Santidad o la austera depuración de
su esencia anímica, unida por amor al Espíritu puro de los cielos; a la
segunda, por la libre voluntad consciente o la realización del pentagrama
místico.
La primera (reintegración en forma pasiva) necesita una abdicación
del Yo, que se funda, sin reservas ni esperanzas de retorno, en el Yo divino.
Ya no se trata de obrar por sí mismo, pues es Dios quien obra por ti. Lo cual
hizo decir al Apóstol: “...yo ya no soy quien vive, es Cristo quien vive en
mí”.
La segunda (reintegración en forma activa) equivale a una
conquista positiva del Cielo, a una violación del elemento celeste y de su
Espíritu colectivo: Rouach Haschamaim.
Las dos, en su grado más elevado, dan al alma el estado primordial
de Edén, la potencia del Aor ain-soph. Pero la Pasiva implica una renunciación
de las voluntades individuales y el desprecio de todas ciencia profana: “Felices,
dijo Cristo, los pobres de espíritu porque de ellos será el Reino de los
Cielos”.
La Activa, por el contrario, permite, en ciertos casos aquí abajo
incluso, el ejercicio de un poder absoluto relativo, como delegación del poder
de Dios. Ella pone en la mano el Æesch, la espada flamígera de Iahoah Ælohim.
Es la toma de posesión, por derecho de conquista, del Cielo místico, del que
Cristo dijo que los Espíritus violentos lo toman por la fuerza: “violenti
rapiunt illud”.
La inefable caridad de N. S. Jesucristo lo ha inducido a no
reivindicar más que la Reintegración pasiva, y murió en la Cruz, dudando de Sí
mismo y del Padre: ¡Eli, Eli, Iamma sabachtani! (Con toda seguridad no fue más
que el grito de la carne desfalleciente durante la prueba suprema, pero la
evocación de ese grito de duda siempre nos ha asustado).
La audacia de Moisés le hizo preferir los privilegios de la
reintegración pasiva; así, tras haber ejercido en la tierra la omnipotencia
celeste, manejando con mano firme la espada ígnea del Kerub, Moisés ascendió
hacia Dios (como después lo haría Elías), virgen del beso de la muerte, dejando
a su pueblo el nombre de Pueblo del Señor y la entrada libre a la tierra de
Canaán, del que los judíos sólo han salido aparentemente, y donde reinan más que
nunca[1].
La reintegración pasiva tal vez sea más divina, más absolutamente
meritoria; es la de los Santos y los Mesías. La reintegración activa es más
beneficiosa, más rica en prerrogativas; es la de los Magos y los Titanes.
Es la única a la que deben pretender los hombres que, no
habiéndose despedido definitivamente de la vida y los goces del mundo, sienten
aún el afán de obtener lo que puede haber de bueno en sus ilusiones y
espejismos.
¡La vida eterna es tan larga! Aún decididos a ascender siempre,
sin desviarse del camino que conduce al Padre, ¿no nos sería permitido hacer
paradas? Dios, tan bondadoso, ¿no ha creado (o mejor dejado crear) más que para
esto, en esta naturaleza de la decadencia y sobre esta tierra de pruebas, la
hierba blanca y la sombra propicia de las Ilusiones?...
El placer bien comprendido y aceptado es la expansión normal de un
corazón honesto, ¿acaso no es otra cosa que el moldeamiento y la adaptación al
ambiente terrenal y transitorio del goce eterno de los Elegidos? Ya que hemos
descendido a este mundo inferior, ¿no es natural y conforme a toda lógica que
nuestros consuelos, nuestras satisfacciones y alegrías temporales, realmente
proporcionadas a nuestra naturaleza decadente (o sea menos perfecta) sean menos
perfectos y menos angélicos? “Homo sum (dijo Catón, uno de los santos del
paganismo estoico) et humani nil a me alienum puto”[2].
* * *
No puede expresarse mejor, y Pascal apareció comentar las hermosas
palabras de Catón cuando escribió en sus Pensamientos que el
hombre no es ni ángel ni bestia... y lo demás. Es probable que Catón y Pascal,
de haber sido iniciados y su destino hubiese sido el de elegir entre la
Reintegración pasiva de los Santos y la Reintegración activa de los Titanes,
habrían preferido esta última.
Por otra parte, ni siquiera hay elección, cuando se aspira a la
realeza cabalística del G.·. A.·., o sólo a la penetración de los misterios del
Más Allá, sin desear abandonar el mundo para encerrarse en un claustro, físico
o moral. La Reintegración en forma de actividad es la única que sufre lo
relativo.
Ahí radica la razón profunda del peligro de los claustros para
ciertas almas que no están dispuestas al sacrificio integral, sin restricciones
ni límites, por sí mismas y por su voluntad. Se entregan en forma pasiva:
¿intentan desviarse? ¿efectúan algún esfuerzo para rectificar? El Esposo las
suelta (ya que, de modo pasivo, se dejan poseer, pero no poseen), y caen en
poder del Adversario. La perdición está en el término de su vocación reticente.
Por eso no hay que vacilar nunca, so pretexto de respetar el libre
arbitrio, en pasar por las pruebas mundanas de las jóvenes que creen ser
llamadas a la vida contemplativa. Si es verdadera su Vocación, se revelará
infrangible y la novia del Cielo saldrá victoriosa de dichas pruebas, indemne
de todas las acechanzas; toda dificultad suscitada sólo logrará una nueva
confirmación de su gran deseo.
¿Se trata, por ejemplo, de las hijas del mundo? Creemos criminal
para sus padres que les dejen tomar el velo sin haberlas conducido con
autoridad por el mundo, y no solamente por las noches a un baile. Si la llamada
de esas almas se deja oír después de esa diversión, si su afán por la vida religiosa
resiste a ese disolvente, es porque están forjadas con un metal incorruptible a
los ácidos temporales, y ningún otro Alkahest - ya fuese el de Paracelso
y el de Van Helmont -, ningún otro disolvente, por corrosivo que fuera, logrará
nada. Si, por el contrario, cualquier levadura terrestre, cualquier fermento
mundano está latente en lo más profundo de su Yo inconsciente, serán atrapadas,
y no hay duda de que el pícaro Eros les clavará su flecha, virtual y posiblemente,
en mitad del corazón.
Volvamos al mundo de la Reintegración.
* * *
Llamamos reintegrado (yogui de la escuela mística ortodoxa)
al que puede, siempre que lo desee, dominar enteramente su Yo sensible exterior
para abstraerse espiritualmente y sumirse, por el orificio del Yo inteligible
interno, en el océano del Sí colectivo divino, donde toma conciencia de los
arcanos complementarios de la Naturaleza Eterna y la Divinidad.
Llamamos dos veces nacido (dwidja, de la Escuela mística,
en la India) al que puede abandonar su efigie terrenal, en cuerpo astral o
etéreo, para buscar en el océano astral la solución de los misterios que
encubre.
La reintegración espiritual interna puede tomar el nombre de
Éxtasis activo. Se ha convenido en dar a la proyección de la forma sideral, el
de Salida en cuerpo fluídico (o astral)...
El éxtasis activo tiene dos grados. En el primero, el Adepto
penetra la esencia de la Naturaleza eterna que le comunica de modo directo, sin
símbolos, la Verdad-luz. En el segundo grado, puede comunicarse con el Espíritu
puro, que lo conduce al Cielo inefable de los arquetipos divinos; en ese caso,
hay transfusión del pensamiento divino que se torna humanidad pensante en su
inteligencia, por el efecto de una alquimia íntima, de una transmutación
formidable e inexplicable.
La Salida en cuerpo astral difiere del Éxtasis activo, ya que el
cuerpo físico parece estar en catalepsia, accionado solamente por una vitalidad
en cierto modo vegetativa; mientras que el cuerpo astral o mediador plástico (envoltura
ambulatoria del alma espiritual) flota en la inmensidad del éter sideral o luz
universal y se dirige adonde quiere, unido al cuerpo material por una especie
de umbilicación fluídica.
De este modo, la personalidad consciente boga en forma astral o
eso le parece, y va a tomar conocimiento de las realidades lejanas que pueden
interesarle. Pero entonces, si lo que desea adquirir son nociones de orden
inteligible, esas nociones sólo se le transmiten simbólicamente, por intermedio
de la luz astral, que ante todo es configurativa, y sólo habla ofreciendo a la
sagacidad del Espíritu una serie de imágenes, que deben traducirse al momento,
como jeroglíficos de lo Invisible. El modo concreto y emblemático es, pues, el único
que puede usar la Verdad para expresarse por intermedio de lo Astral.
* * *
En modo pasivo, el alto éxtasis tiene también dos
grados:
1º:
Comunicación con la Natura-esencia en la luz de gloria;
2º:
Con el Espíritu puro.
Respecto al éxtasis pasivo astral o inferior, no es más que el
estado de lucidez, sea natural, sea magnética. La mayoría de las visiones
beatíficas le son expresamente atribuidas.
* * *
...Lo que ante todo importa al adepto es ponerse en comunicación
espiritual con la Unidad divina; es cultivar uno de los grados del Éxtasis activo
y aprender a hacer hablar en su interior, vil átomo, la Voz reveladora de lo
Universal, de lo Absoluto.
¿Es posible a lo Relativo comprender lo Absoluto? Sin
duda no, pero sí de afirmar -sí-, uniéndose a Él. ¿Acaso no refleja todo el
Cielo un fragmento de espejo convexo? Toda la gran voz del Océano, ¿no canta a
la concha del más humilde molusco, que ha tenido la fortuna (dice la leyenda)
de sentir, aunque sólo sea por una hora, su inmenso y sonoro beso?.
Así, el éxtasis deja al alma extasiada (aunque sólo por una hora)
en la impregnación de lo Infinito, la noción vivida de lo Absoluto, el murmullo
inagotable del Sí revelador, que contiene todos los Yo, sin estar contenido en
ninguno. ¡Qué regocijo! Fortalecer su vida individual en el océano colectivo de
la vida incondicional o aspirar la savia espiritual en el
Espíritu puro... ¡y alimentarse con ella! Es una iniciación
decisiva: una ventana abierta a la inmensidad de la Luz inteligible y el Amor
divino, de la Verdad celeste y la Belleza típica.
¡Reencontrar el camino del primitivo Edén! Muchos pasan junto a la
puerta que conduce al sendero, sin siquiera ver dicha puerta; o, si la ven, no
quieren llamar a ella. Tal vez llama algún curioso, que no sabe hacer que
resuenen en su umbral los tres golpes místicos: llama como profano y la puerta
no se le abrirá.
Cristo dijo: “Petite et accepietis, pulsate et aperietur vobis”.
Mas también dijo: “Multi vocati, pauci vero electi”.
¿Cómo conciliar esos dos textos? Ah, eso es porque muchos que
llaman a la puerta todavía no han sido llamados; a menudo, los que serán llamados
no llaman a ella, o tal vez llaman mal...
* * *
Si aspiras a ser un Adepto, evoca al Revelador que habla dentro de
tu ser; impón al
Yo el silencio más religioso, para que se pueda oír el Sí, y entonces,
hundiéndote en lo más profundo de tu inteligencia, oye hablar a lo Universal, a
lo Impersonal, a lo que los gnósticos llaman el Abismo...
Pero hay que estar preparado, y éste es el papel del Iniciador
humano: vigilar esta preparación, a defecto de lo cual el Abismo sólo tiene una
voz para el que lo evoca torpemente, voz terrible que se llama Vértigo.
* * *
Como resumen, se trata de un grande y sublime Arcano que dice así:
Nada puede perfeccionar su iniciación, a no ser por la revelación directa del
Espíritu universal, colectivo, que es la Voz que habla al interior.
Es el Maestro único, el inevitable gurú de las iniciaciones
supremas. Nosotros conocemos las diversas maneras de entrar en relación con El,
de ir a buscarle, de hacerle venir, de dejarle venir, de darse a Él, o de tomar
parte en su soberanía[3].
* * *
Se sabe de qué forma ambigua ciertas obras de alta ciencia
disfrazan los misterios, hasta
el punto de que tales obras, a menudo profundas, parecen, en una primera
lectura, simples libelos de vergonzosa
superstición. ¿Bajo qué velo sus autores han enseñado ese gran arcano, del que hemos entrevisto
aquí el tabernáculo místico?
¿Bajo qué velo? He aquí algo tremendamente curioso, pues es
precisamente por haber confundido “la letra que mata” con el “espíritu que vivifica”,
que tantos estudiantes de ocultismo caen ahora en el espiritismo puro y simple.
Con pluma casi unánime, los jeroglíficos notifican que es preciso
evocar a las Inteligencias celestiales, como las únicas capaces de enseñarla al
teósofo los misterios últimos. Moisés en el Sinaí, Nuestro Señor Jesucristo en
el huerto de los olivos, visitados por ángeles; Sócrates y Plotino consultando
su genio; Paracelso y su espíritu encerrado en el pomo de una espada; Zanoni
interrogando a Adonaí, etc. Todas estas leyendas, según su significado más
elevado, simbolizan lo que ya nos es conocido ahora.
No es que neguemos la posibilidad de ponernos en relación con las
Inteligencias de lo Alto, con las almas glorificadas; mas todo esto no es sino Magia
secundaria, iniciación de segundo grado...
En el tercer grado, los espíritus desaparecen... el Espíritu se
queda solo, radiante, impersonal, agitándose a través de las eternas
profundidades de un Infinito que no es el Espacio; desbordante de Amor divino,
de Vida, de Luz, de Esperanza y de Belleza divinas; llevando el alma con una
inefable omnisciencia que embriaga, sin que llegue jamás a emborracharse.
La personalidad egoísta se funde, desaparece, se extingue en el
horizonte de lo Finito que el alma ha abandonado. En Dios, como en la
Naturaleza-esencia (la eterna Naturaleza de Boheme), todo es bello, dulce,
evidente, sublime y formidable como un beso del que se siente morir, ahogado en
la vida...
Observad cómo Abraham el judío describió, bajo el
emblema que hemos denunciado como capcioso, el cumplimiento de ese misterio.
“Verás entonces que has empleado bien los meses pasados, pues si
has buscado la verdadera Sabiduría del Señor, tu ángel custodio, el Elegido del
Señor, aparecerá en ti y te hablará unas palabras tan dulces y amistosas, que
ninguna lengua humana sabrá jamás describir su dulzura...”
La Sabiduría
divina de Abraham el Judío, dedicada a su hijo Lamech, manuscrito del
siglo XVIII, traducido del alemán (1432),
2
vol., tomo II, pág. 76.
[1] Canaán, en el sentido material, significa hombre de especulación y
negocio; la tierra de Canaán de los modernos judíos es la Usura, el Agio, el
Alza y la Baja.
[2] El verso es de Terencio, pero la idea de Catón.
[3] Desde
otro punto de vista, los rosacruces han clasificado los diversos modos del
Éxtasis en cuatro categorías, según el carácter que afecte y los resultados que
produzca: 1) el Éxtasis musical, 2) Éxtasis místico, 3) Éxtasis sibilino y 4)
Éxtasis amoroso. (Véase Apéndice VI: Notas al Prefacio de Zanoni, nota
11, 89-91).
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