Saturday, March 7, 2020

Apéndice V - Notas sobre el Éxtasis - En el Umbral del Misterio - Stanislas de Guaita


APÉNDICE V
NOTAS SOBRE EL ÉXTASIS
  En el Umbral del Misterio


La meditación de las obras de lo Oculto absorbe exclusivamente a la mayoría de los investigadores a los que preocupa el problema místico; nos referimos a los más serios (ya que los más fútiles, verdaderos mirones de feria, se arrastran voluntariamente de un barracón a otro, a la busca de fenómenos). ¡Como si la tarea de iniciarse se limitase a los esfuerzos de asimilación doctrinal! La obra escrita de los maestros no es impunemente despreciable, ¿quién lo duda?, y poco caso hacemos del presuntuoso innovador que se encarga de suplir, mediante la exuberancia de su imaginación, el estudio profundo de los clásicos del Esoterismo.
Pero ese estudio no sería suficiente. Es necesario exponerse a todo y aventurarse resueltamente a la conquista de la Verdad a través de las tinieblas de un mundo desconocido. Es por eso que, distinguiéndose del simple erudito que sólo se ocupa de intervenir en las luchas de opinión, el ocultista tiende a penetrar la esencia de las cosas y a descifrar la gran estela de la Naturaleza escrita tanto dentro como fuera.
Imaginad una hoja de pergamino, cubierta de jeroglíficos en sus dos caras, pero adherida a una tabla por una de ellas. Los caracteres del anverso, se sepan interpretar o no, aparecerán visibles a los ojos de la carne; mientras que los signos trazados en el reverso sólo serán perceptibles al órgano visual del alma, lo que significa que solamente una persona muy lúcida podrá distinguirlos.
Esto es sólo una metáfora, y el neófito se equivocaría si llegase a la conclusión de que la lucidez magnética es la facultad suprema que ha de desarrollar, la suprema prerrogativa del adepto. Hay varios grados de videncia, como hay diversas zonas de visión.
¡Cuántos ilustres videntes no han tenido la menor lucidez en el plano físico!
Así, además, se puede ser un maravilloso lúcido, en el sentido demótico y aprobado, en tanto que no se es más que un perfecto imbécil, pues esas dos cualidades no se excluyen entre sí, cosa que muchas veces ha demostrado la experiencia.
¿Qué importa, en fin, para no callar nada, que alguien desee perfeccionar su iniciación? Lo que importa es reintegrarse desde aquí abajo a la Unidad divina (tanto como lo soporten las barreras hílicas), a fin de ser copartícipe con todos los Iniciados y Elegidos del mundo en los misterios de lo Absoluto.

* * *

El hombre de genio no es, en un último análisis, más que un adepto intuitivo y espontáneo, magníficamente incompleto, pero rico en esos dones tan raros, que muy a menudo les faltan a los más sublimes místicos: las facultades de transposición a los más sublimes místicos: las facultades de transposición estética de lo inteligible a los sentidos y la convertibilidad del Verbo divino al Verbo humano.
Semejantes facultades de expresión no se adquieren, sino que consagrarán siempre al hombre de genio, de derecho divino y gracia anterior, mientras que el adepto es de derecho humano y conquista ulterior, habiéndole elaborado así los esfuerzos de su libre albedrío. Una vez establecida esta distinción fundamental, la analogía puede y debe proseguir.
El genio consiste en la facultad de reintegración espontánea (más o menos consciente y sujeta a intermitencias) del submúltiplo humano en la patria celeste de la unidad, Adamah.
También los poetas, pintores, músicos, escultores y, en general, todos los artistas que se creen, con razón o sin ella, genios, emplean la misma locución que los místicos para caracterizar los períodos de facilidad en producir. Tienen, o no, la inspiración. Esto es notable...
La obra capital de la Iniciación se resume, pues, si así se quiere, en el arte de llegar a ser artificialmente un genio; con la diferencia, no obstante, de que el genio natural tiene la inspiración más o menos a menudo, a ciertas horas, cuando quiere descender sobre él el Espíritu, en tanto que el genio adquirido es, en su más elevada condición, la facultad de forzar la inspiración y comunicar con el Gran Desconocido todas y cuantas veces lo desee.
Es, con esta diferencia, una razón bastante sencilla: que el Dios desciende hacia el hombre de genio, mientras que el Mago sube hacia Dios.
El hombre de genio es una especie de animal, atractivo e intermitente. El adepto es una potencia convertible, un lazo consciente de la tierra al cielo: un ser que puede, a voluntad, quedarse en la tierra, gozar de sus ventajas y recoger sus frutos... o subir al Cielo, identificarse con la naturaleza divina y beber a largos sorbos la ambrosia celeste.
El Genio, fuerza natural de atracción, establece por momentos con la Unidad una correlación más o menos efímera. El Adepto, pasaporte ilimitado para el Infinito, implica un derecho de reintegración ad libitum. Así, el adepto perfecto toma en la India el nombre de yogui: unido a Dios.

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Reintegración del submúltiplo humano a la Unidad divina: esta es la mejor obra del adepto. ¿En qué consiste esa reintegración?
Conocemos dos: la Pasiva y la Activa. Una y otra tienen varios grados.
Se llega a la primera por la Santidad o la austera depuración de su esencia anímica, unida por amor al Espíritu puro de los cielos; a la segunda, por la libre voluntad consciente o la realización del pentagrama místico.
La primera (reintegración en forma pasiva) necesita una abdicación del Yo, que se funda, sin reservas ni esperanzas de retorno, en el Yo divino. Ya no se trata de obrar por sí mismo, pues es Dios quien obra por ti. Lo cual hizo decir al Apóstol: “...yo ya no soy quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
La segunda (reintegración en forma activa) equivale a una conquista positiva del Cielo, a una violación del elemento celeste y de su Espíritu colectivo: Rouach Haschamaim.
Las dos, en su grado más elevado, dan al alma el estado primordial de Edén, la potencia del Aor ain-soph. Pero la Pasiva implica una renunciación de las voluntades individuales y el desprecio de todas ciencia profana: “Felices, dijo Cristo, los pobres de espíritu porque de ellos será el Reino de los Cielos”.
La Activa, por el contrario, permite, en ciertos casos aquí abajo incluso, el ejercicio de un poder absoluto relativo, como delegación del poder de Dios. Ella pone en la mano el Æesch, la espada flamígera de Iahoah Ælohim. Es la toma de posesión, por derecho de conquista, del Cielo místico, del que Cristo dijo que los Espíritus violentos lo toman por la fuerza: “violenti rapiunt illud”.
La inefable caridad de N. S. Jesucristo lo ha inducido a no reivindicar más que la Reintegración pasiva, y murió en la Cruz, dudando de Sí mismo y del Padre: ¡Eli, Eli, Iamma sabachtani! (Con toda seguridad no fue más que el grito de la carne desfalleciente durante la prueba suprema, pero la evocación de ese grito de duda siempre nos ha asustado).
La audacia de Moisés le hizo preferir los privilegios de la reintegración pasiva; así, tras haber ejercido en la tierra la omnipotencia celeste, manejando con mano firme la espada ígnea del Kerub, Moisés ascendió hacia Dios (como después lo haría Elías), virgen del beso de la muerte, dejando a su pueblo el nombre de Pueblo del Señor y la entrada libre a la tierra de Canaán, del que los judíos sólo han salido aparentemente, y donde reinan más que nunca[1].
La reintegración pasiva tal vez sea más divina, más absolutamente meritoria; es la de los Santos y los Mesías. La reintegración activa es más beneficiosa, más rica en prerrogativas; es la de los Magos y los Titanes.
Es la única a la que deben pretender los hombres que, no habiéndose despedido definitivamente de la vida y los goces del mundo, sienten aún el afán de obtener lo que puede haber de bueno en sus ilusiones y espejismos.
¡La vida eterna es tan larga! Aún decididos a ascender siempre, sin desviarse del camino que conduce al Padre, ¿no nos sería permitido hacer paradas? Dios, tan bondadoso, ¿no ha creado (o mejor dejado crear) más que para esto, en esta naturaleza de la decadencia y sobre esta tierra de pruebas, la hierba blanca y la sombra propicia de las Ilusiones?...
El placer bien comprendido y aceptado es la expansión normal de un corazón honesto, ¿acaso no es otra cosa que el moldeamiento y la adaptación al ambiente terrenal y transitorio del goce eterno de los Elegidos? Ya que hemos descendido a este mundo inferior, ¿no es natural y conforme a toda lógica que nuestros consuelos, nuestras satisfacciones y alegrías temporales, realmente proporcionadas a nuestra naturaleza decadente (o sea menos perfecta) sean menos perfectos y menos angélicos? “Homo sum (dijo Catón, uno de los santos del paganismo estoico) et humani nil a me alienum puto”[2].

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No puede expresarse mejor, y Pascal apareció comentar las hermosas palabras de Catón cuando escribió en sus Pensamientos que el hombre no es ni ángel ni bestia... y lo demás. Es probable que Catón y Pascal, de haber sido iniciados y su destino hubiese sido el de elegir entre la Reintegración pasiva de los Santos y la Reintegración activa de los Titanes, habrían preferido esta última.
Por otra parte, ni siquiera hay elección, cuando se aspira a la realeza cabalística del G.·. A.·., o sólo a la penetración de los misterios del Más Allá, sin desear abandonar el mundo para encerrarse en un claustro, físico o moral. La Reintegración en forma de actividad es la única que sufre lo relativo.
Ahí radica la razón profunda del peligro de los claustros para ciertas almas que no están dispuestas al sacrificio integral, sin restricciones ni límites, por sí mismas y por su voluntad. Se entregan en forma pasiva: ¿intentan desviarse? ¿efectúan algún esfuerzo para rectificar? El Esposo las suelta (ya que, de modo pasivo, se dejan poseer, pero no poseen), y caen en poder del Adversario. La perdición está en el término de su vocación reticente.
Por eso no hay que vacilar nunca, so pretexto de respetar el libre arbitrio, en pasar por las pruebas mundanas de las jóvenes que creen ser llamadas a la vida contemplativa. Si es verdadera su Vocación, se revelará infrangible y la novia del Cielo saldrá victoriosa de dichas pruebas, indemne de todas las acechanzas; toda dificultad suscitada sólo logrará una nueva confirmación de su gran deseo.
¿Se trata, por ejemplo, de las hijas del mundo? Creemos criminal para sus padres que les dejen tomar el velo sin haberlas conducido con autoridad por el mundo, y no solamente por las noches a un baile. Si la llamada de esas almas se deja oír después de esa diversión, si su afán por la vida religiosa resiste a ese disolvente, es porque están forjadas con un metal incorruptible a los ácidos temporales, y ningún otro Alkahest - ya fuese el de Paracelso y el de Van Helmont -, ningún otro disolvente, por corrosivo que fuera, logrará nada. Si, por el contrario, cualquier levadura terrestre, cualquier fermento mundano está latente en lo más profundo de su Yo inconsciente, serán atrapadas, y no hay duda de que el pícaro Eros les clavará su flecha, virtual y posiblemente, en mitad del corazón.
Volvamos al mundo de la Reintegración.

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Llamamos reintegrado (yogui de la escuela mística ortodoxa) al que puede, siempre que lo desee, dominar enteramente su Yo sensible exterior para abstraerse espiritualmente y sumirse, por el orificio del Yo inteligible interno, en el océano del Sí colectivo divino, donde toma conciencia de los arcanos complementarios de la Naturaleza Eterna y la Divinidad.
Llamamos dos veces nacido (dwidja, de la Escuela mística, en la India) al que puede abandonar su efigie terrenal, en cuerpo astral o etéreo, para buscar en el océano astral la solución de los misterios que encubre.
La reintegración espiritual interna puede tomar el nombre de Éxtasis activo. Se ha convenido en dar a la proyección de la forma sideral, el de Salida en cuerpo fluídico (o astral)...
El éxtasis activo tiene dos grados. En el primero, el Adepto penetra la esencia de la Naturaleza eterna que le comunica de modo directo, sin símbolos, la Verdad-luz. En el segundo grado, puede comunicarse con el Espíritu puro, que lo conduce al Cielo inefable de los arquetipos divinos; en ese caso, hay transfusión del pensamiento divino que se torna humanidad pensante en su inteligencia, por el efecto de una alquimia íntima, de una transmutación formidable e inexplicable.
La Salida en cuerpo astral difiere del Éxtasis activo, ya que el cuerpo físico parece estar en catalepsia, accionado solamente por una vitalidad en cierto modo vegetativa; mientras que el cuerpo astral o mediador plástico (envoltura ambulatoria del alma espiritual) flota en la inmensidad del éter sideral o luz universal y se dirige adonde quiere, unido al cuerpo material por una especie de umbilicación fluídica.
De este modo, la personalidad consciente boga en forma astral o eso le parece, y va a tomar conocimiento de las realidades lejanas que pueden interesarle. Pero entonces, si lo que desea adquirir son nociones de orden inteligible, esas nociones sólo se le transmiten simbólicamente, por intermedio de la luz astral, que ante todo es configurativa, y sólo habla ofreciendo a la sagacidad del Espíritu una serie de imágenes, que deben traducirse al momento, como jeroglíficos de lo Invisible. El modo concreto y emblemático es, pues, el único que puede usar la Verdad para expresarse por intermedio de lo Astral.

* * *

En modo pasivo, el alto éxtasis tiene también dos grados:
1º: Comunicación con la Natura-esencia en la luz de gloria;
2º: Con el Espíritu puro.
Respecto al éxtasis pasivo astral o inferior, no es más que el estado de lucidez, sea natural, sea magnética. La mayoría de las visiones beatíficas le son expresamente atribuidas.

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...Lo que ante todo importa al adepto es ponerse en comunicación espiritual con la Unidad divina; es cultivar uno de los grados del Éxtasis activo y aprender a hacer hablar en su interior, vil átomo, la Voz reveladora de lo Universal, de lo Absoluto.
¿Es posible a lo Relativo comprender lo Absoluto? Sin duda no, pero sí de afirmar -sí-, uniéndose a Él. ¿Acaso no refleja todo el Cielo un fragmento de espejo convexo? Toda la gran voz del Océano, ¿no canta a la concha del más humilde molusco, que ha tenido la fortuna (dice la leyenda) de sentir, aunque sólo sea por una hora, su inmenso y sonoro beso?.
Así, el éxtasis deja al alma extasiada (aunque sólo por una hora) en la impregnación de lo Infinito, la noción vivida de lo Absoluto, el murmullo inagotable del Sí revelador, que contiene todos los Yo, sin estar contenido en ninguno. ¡Qué regocijo! Fortalecer su vida individual en el océano colectivo de la vida incondicional o aspirar la savia espiritual en el
Espíritu puro... ¡y alimentarse con ella! Es una iniciación decisiva: una ventana abierta a la inmensidad de la Luz inteligible y el Amor divino, de la Verdad celeste y la Belleza típica.
¡Reencontrar el camino del primitivo Edén! Muchos pasan junto a la puerta que conduce al sendero, sin siquiera ver dicha puerta; o, si la ven, no quieren llamar a ella. Tal vez llama algún curioso, que no sabe hacer que resuenen en su umbral los tres golpes místicos: llama como profano y la puerta no se le abrirá.
Cristo dijo: “Petite et accepietis, pulsate et aperietur vobis”.
Mas también dijo: “Multi vocati, pauci vero electi”.
¿Cómo conciliar esos dos textos? Ah, eso es porque muchos que llaman a la puerta todavía no han sido llamados; a menudo, los que serán llamados no llaman a ella, o tal vez llaman mal...

* * *

Si aspiras a ser un Adepto, evoca al Revelador que habla dentro de tu ser; impón al
Yo el silencio más religioso, para que se pueda oír el Sí, y entonces, hundiéndote en lo más profundo de tu inteligencia, oye hablar a lo Universal, a lo Impersonal, a lo que los gnósticos llaman el Abismo...
Pero hay que estar preparado, y éste es el papel del Iniciador humano: vigilar esta preparación, a defecto de lo cual el Abismo sólo tiene una voz para el que lo evoca torpemente, voz terrible que se llama Vértigo.

* * *

Como resumen, se trata de un grande y sublime Arcano que dice así: Nada puede perfeccionar su iniciación, a no ser por la revelación directa del Espíritu universal, colectivo, que es la Voz que habla al interior.
Es el Maestro único, el inevitable gurú de las iniciaciones supremas. Nosotros conocemos las diversas maneras de entrar en relación con El, de ir a buscarle, de hacerle venir, de dejarle venir, de darse a Él, o de tomar parte en su soberanía[3].

* * *
Se sabe de qué forma ambigua ciertas obras de alta ciencia disfrazan los misterios, hasta el punto de que tales obras, a menudo profundas, parecen, en una primera lectura, simples libelos de vergonzosa superstición. ¿Bajo qué velo sus autores han enseñado ese gran arcano, del que hemos entrevisto aquí el tabernáculo místico?
¿Bajo qué velo? He aquí algo tremendamente curioso, pues es precisamente por haber confundido “la letra que mata” con el “espíritu que vivifica”, que tantos estudiantes de ocultismo caen ahora en el espiritismo puro y simple.
Con pluma casi unánime, los jeroglíficos notifican que es preciso evocar a las Inteligencias celestiales, como las únicas capaces de enseñarla al teósofo los misterios últimos. Moisés en el Sinaí, Nuestro Señor Jesucristo en el huerto de los olivos, visitados por ángeles; Sócrates y Plotino consultando su genio; Paracelso y su espíritu encerrado en el pomo de una espada; Zanoni interrogando a Adonaí, etc. Todas estas leyendas, según su significado más elevado, simbolizan lo que ya nos es conocido ahora.
No es que neguemos la posibilidad de ponernos en relación con las Inteligencias de lo Alto, con las almas glorificadas; mas todo esto no es sino Magia secundaria, iniciación de segundo grado...
En el tercer grado, los espíritus desaparecen... el Espíritu se queda solo, radiante, impersonal, agitándose a través de las eternas profundidades de un Infinito que no es el Espacio; desbordante de Amor divino, de Vida, de Luz, de Esperanza y de Belleza divinas; llevando el alma con una inefable omnisciencia que embriaga, sin que llegue jamás a emborracharse.
La personalidad egoísta se funde, desaparece, se extingue en el horizonte de lo Finito que el alma ha abandonado. En Dios, como en la Naturaleza-esencia (la eterna Naturaleza de Boheme), todo es bello, dulce, evidente, sublime y formidable como un beso del que se siente morir, ahogado en la vida...
Observad cómo Abraham el judío describió, bajo el emblema que hemos denunciado como capcioso, el cumplimiento de ese misterio.
“Verás entonces que has empleado bien los meses pasados, pues si has buscado la verdadera Sabiduría del Señor, tu ángel custodio, el Elegido del Señor, aparecerá en ti y te hablará unas palabras tan dulces y amistosas, que ninguna lengua humana sabrá jamás describir su dulzura...”
La Sabiduría divina de Abraham el Judío, dedicada a su hijo Lamech, manuscrito del siglo XVIII, traducido del alemán (1432),
2 vol., tomo II, pág. 76.



[1] Canaán, en el sentido material, significa hombre de especulación y negocio; la tierra de Canaán de los modernos judíos es la Usura, el Agio, el Alza y la Baja.
[2] El verso es de Terencio, pero la idea de Catón.
[3] Desde otro punto de vista, los rosacruces han clasificado los diversos modos del Éxtasis en cuatro categorías, según el carácter que afecte y los resultados que produzca: 1) el Éxtasis musical, 2) Éxtasis místico, 3) Éxtasis sibilino y 4) Éxtasis amoroso. (Véase Apéndice VI: Notas al Prefacio de Zanoni, nota 11, 89-91).



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