La búsqueda del legado de Don Martínez de
Pasqually - Serie Rosacruz VI
En el siglo XVIII Martínez de Pasqually, un personaje
tan misterioso como Saint Germain o el propio Cagliostro, crea una nueva orden
para conservar la supuesta herencia de la tradición sacerdotal de los antiguos
levitas, que habría logrado sobrevivir a la destrucción del Templo de Salomón.
La monumental obra queda trunca por la inesperada desaparición de su Gran
Maestre. Se dice que sus discípulos,
luego de cerrar la orden, incorporaron una parte importante de estas enseñanzas
en las escuelas que fundaron. ¿Los antiguos secretos que poseía Martínez de
Pasqually se han perdido para siempre o son todavía atesorados por ocultos
guardianes?
Este parece ser el argumento de una novela esotérica
al estilo del "El péndulo de Foucault". Sin embargo, es una de las
mayores incógnitas en la historia de las tradiciones iniciáticas de Occidente.
Si bien nada es definitivo, en el presente artículo acercamos algunos datos
poco difundidos sobre las causas, el contexto histórico y el desenlace
dramático de los enigmáticos Elus Cohens, los Sacerdotes del Universo.
Resulta muy engorroso comprender en qué consiste y
como llegó hasta nuestros días la herencia iniciática de Don Martínez de
Pasqually. Sobre todo, porque sus enseñanzas se propagaron gracias a ciertos
procesos históricos acaecidos entre los siglos XVIII y XIX. El desarrollo de
estos acontecimientos marcó la transición entre las antiguas formas
tradicionales de la Edad Media y las modernas organizaciones iniciáticas. Estos
profundos cambios socioculturales culminarían dando a luz, entre otras cosas, a
la Ilustración europea, corriente que influenciaría la educación aún en nuestra
época y conformaría un modo de pensar que se extendería desde Occidente hasta
Oriente.
En ese momento histórico crucial, fue cuando
Saint-Martin instó a la humanidad a la búsqueda del Conocimiento Verdadero, que
es aquél que imperiosamente necesita. No escatimó recursos en su obra para
recordar el origen y el papel central que juega esta Ciencia espiritual del
hombre en el desenlace del drama cosmogónico del Alma Humana. De esta forma,
Saint-Martin presentó el antiguo Problema Pansófico, como un tema urgente e
imperioso, dentro del contexto histórico del nacimiento de la ciencia moderna,
de la creciente división de la religión cristiana y de una ascendente filosofía
que buscaba restringir la metafísica. Es evidente que Saint-Martin tenía en
claro que la ciencia moderna y el ateísmo, conducirían a alejar a la humanidad
de la búsqueda del conocimiento de lo Superior. Al mismo tiempo, que veía al
dogmatismo religioso fracasar en sus esfuerzos por reunificar la totalidad de las Ciencias
sagradas y profanas.
El Problema Pansófico, que fuera anticipado por Llull
y por la corriente posteriormente conocida como rosacrucismo, alcanzó en la
época de Saint-Martin la dimensión de crisis. La escolástica había conducido a
la separación definitiva entre la razón y la religión, luego de haber dotado a
la primera de métodos y herramientas que contribuyeron a su evolución. A partir
de aquí, razón y dogma constituirían dos territorios excluyentes y enfrentados.
Durante el siglo XVIII, los postulados racionalistas comenzaron a ganar más
terreno que la fe, y los herederos de la corriente rosacruz sintieron la
necesidad de asegurar la continuidad del Conocimiento Universal que poseían.
Los adeptos de las diferentes líneas asumieron la enorme responsabilidad de
adaptar lo que habían recibido a un nuevo sistema simbólico o a una nueva tabla
de la verdad (1), que estaba en formación junto con la ciencia moderna.
Un caso notable de transformación a los nuevos
sistemas simbólicos es, indudablemente, el de Don Martínez de Pasqually.
Hallándose en posesión de una antigua tradición teúrgica, durante sus últimos
años de vida, buscó desesperadamente
crear y adaptar un nuevo soporte para trasmitirla y asegurar la continuidad de
su vía. Pensó primero en apoyarse en la, por entonces, reciente y prometedora
masonería especulativa. Sin embargo, tuvo que reconocer con tristeza que no era
del todo adecuada para los fines que perseguía. Entonces, debió construir su propia
estructura masónica desde cero. No sólo encontró problemas con los grados y las
instrucciones, también descubrió -decepcionado- que la mayoría de los iniciados
que frecuentaban la masonería especulativa de la época, no estaban preparadas
para transitar su método. Los complejos rituales, las exigentes operaciones y
los estrictos regímenes que él había practicado no les serían de utilidad a las
futuras generaciones de iniciados. Incluso sus más brillantes discípulos, como
el propio Saint-Martin, cuestionaban estos intrincados métodos. Pasqually fue
el último eslabón de una cadena que poseía un conocimiento pleno de aquella
praxis, pero no llegó jamás a trasmitirla completamente. La empresa de Don
Martínez quedó trunca tras su partida a Santo Domingo y su posterior muerte.
Poco tiempo después de desaparecido el mítico fundador, la orden de los Elus
Cohens llegó a su fin. La monumental obra había quedado inconclusa y sus
discípulos se declararon incapaces de finalizarla. Verse obligados a abandonar
el proyecto de su maestro, siendo que muchos habían obtenido resultados y
conocimientos notables, sólo se explica
si los más necesarios y profundos secretos de la vía se habían perdido con la
desaparición de Pasqually, o la forma de trabajo se había vuelto impracticable,
probablemente por los peligros que implicaba continuar sin la guía y la
experiencia del difunto Gran Maestre. Hay fuertes indicios en la
correspondencia de sus discípulos para dar crédito a que, en realidad,
ocurrieron ambas cosas. Es claro, entonces, que la orden original jamás alcanzó
una forma definitiva en su estructura y mucho menos en sus praxis.
Dos de sus discípulos continuarían la labor de
trasmitir, bajo otras formas, parte del conocimiento que habían adquirido con
Pasqually. Willermoz rechazaría las prácticas teúrgicas, con las que jamás tuvo
afinidad, pero incluiría algo de la doctrina de los Elus Cohens en un proyecto
masónico en formación. Reformando la Estricta Observancia Templaria, fundó lo
que hoy conocemos como Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa (C.B.C.S.) y
el Rito Escocés Rectificado (R.E.R.). Sin embargo, no existió nunca un aval
formal que justificara la introducción de la doctrina Cohen en esta línea. En
los hechos, la Orden de los Elus Cohens legó su fondo documental a los
Filaletes, y Willermoz terminó renunciando a la supuesta trasmisión Templaria
de Von Hund. Luego del lamentable episodio del “agente desconocido”, la mayoría
de los Cohens (incluido Saint-Martin) le dieron la espalda al incipiente
R.E.R., tanto por su falta de seriedad, como por haber aceptado reformas
apócrifas en la doctrina de Pasqually, sugeridas por este falso agente
desconocido que en realidad respondía al catolicismo. Willermoz, abatido por
esta desafortunada aventura, sólo obtuvo legitimación para su proyecto con la
aceptación del R.E.R. por parte del Gran Oriente de Francia (G.O.F.), que es
considerada la masonería continental más antigua de Europa.
El R.E.R. fue abandonado con el tiempo. Sin embargo,
se intentó despertarlo en varias oportunidades, pero siempre corriendo la misma
suerte. Actualmente, continúa vigente un proyecto de despertar el rito, que ya
tiene algunos años, cuyo destino es más bien incierto. Sucede que en la
actualidad, el G.O.F. es el referente mundial de la masonería liberal y
adogmática, siendo su corriente filosófica central el racionalismo. Esta
cuestión ha producido numerosos conflictos con el R.E.R., que se declara a sí
mismo como una masonería cristiana y que no acepta miembros que no hayan sido
bautizados por la iglesia católica. Debido a estas disputas, el R.E.R. ha
decidido independizarse unilateralmente. Es decir, sin el consentimiento ni el
aval del G.O.F. Así, ha perdido la única fuente que lo conecta materialmente
con su origen y ha dejado a su legitimidad masónica en una situación
comprometida.
El otro discípulo, Louis-Claude de Saint-Martin, se
mostraría sumamente prudente y reticente de continuar las operaciones de
Pasqually, ya que veía en ellas grandes peligros para sus contemporáneos y para
sí. Incluso, cuando todavía dispensaba iniciaciones Cohen, les pedía a sus
discípulos que no abrazaran la práctica teúrgica, y en cambio, que se
entregaran a la sencillez de la oración. El Filósofo Desconocido decidió
continuar la investigación de la tradición que había recibido de su maestro en
otras líneas afines, pero atendiendo por sobre todo, a la urgencia del Problema
Pansófico. Es decir, de cómo habría que trasmitir este conocimiento universal a
un hombre que sería cada vez más escéptico, cada vez más materialista, y que su
educación giraría en torno a la razón y a la ciencia profana. Saint-Martin, con el correr de los viajes y
de los años, desarrolló una vía particular: la Vía Íntima o Cardíaca. Vía que
perfeccionó gracias a sus estudios sobre Jacob Böehme, quien poseía las claves
que Pasqually no había llegado a trasmitir. Además, el Teósofo Teutón era
partidario de la frugalidad en las operaciones, cuestión de la que Saint-Martin
se había convencido cuando operaba con el propio Pasqually. En consecuencia, la
Vía Íntima resultante está desprovista de todo elemento ornamental y se centra
en la meditación y en la plegaría. Y a pesar de ser sumamente mística e íntima,
es completamente accesible para quienes han recibido una educación científica y
racional. No debemos permitir que su sencillez de medios nos engañe, ya que sus
componentes doctrinarios son de una riqueza y de una profundidad tal, que ha
tenido gran éxito en conservar la Sabiduría que atesoraban siglos atrás los
antiguos misterios. Tal como escribe el propio Filósofo Desconocido en el capítulo
XI de la Tabla Natural:
"El hombre, su origen, su fin, la ley que debe
conducirle a su término y las causas que le mantienen apartado, en fin, la
Ciencia del hombre, inseparablemente ligada al Primero de todos los Principios,
he aquí los objetos que los Autores de las Tradiciones primitivas han querido
retratar; he aquí lo que puede ennoblecer y justificar sus símbolos, he aquí el
único arquetipo digno de sus emblemas; porque aquí el arquetipo es superior a
la alegoría, aunque la alegoría se adapte perfectamente al arquetipo."
Esta vía de realización es la que ha llegado a
nosotros a través del Martinismo moderno. Su transmisión, ha sido cuestionada
en diversas ocasiones, dado que al tratarse de una iniciación de maestro a
discípulo, no hay una institución que las certifique. Sin embargo, las
investigaciones más prestigiosas, como las de Robert Amadou, se han expedido a
favor de la autenticidad de estas transmisiones. Podemos decir que la primera
estructura de orden Martinista en Occidente aparece con Papús y Chaboseau.
Mientras, en Oriente, pareciera que algunas líneas rusas anteriores a 1917
pueden resultar algo más antiguas. En la actualidad, dentro o fuera de una
estructura organizativa, el Martinismo conserva todavía la transmisión de
maestro a discípulo como esencial y constituye una síntesis capaz de conducir
al hombre contemporáneo hacia la Regeneración.
Atanasio
(1) Saint-Martin sostiene que el hombre, imagina las mismas verdades
mediante imágenes diferentes que constituyen un conjunto de signos sensibles,
con relaciones variadas. Estas numerosas versiones de los conjuntos de signos
es lo que denominó les tableaux de la vérité, es decir las tablas de la verdad,
que explican cómo vincular los diferentes signos entre sí. Para evitar
confundir al lector inexperto con esta compleja noción, en la mayoría de
nuestros escritos hemos denominado a estas "tablas de la verdad" como
"sistemas simbólicos". La razón, es que éste término trasmite
fácilmente la idea de un conjunto de símbolos ordenados que se vinculan entre
sí, de tal manera que constituyen una unidad simbólica compleja capaz de
representar la Verdadera Ciencia del hombre. Ampliaremos estos conceptos, en
esta misma serie, en un futuro artículo dedicado a esclarecer ciertas
cuestiones de la famosa obra titulada Tableau naturel des rapports qui existent
entre Dieu, l'Homme et l'Univers.
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