LA PREPARACIÓN PARA LA INICIACIÓN
Por Dion Fortune
Dion Fortune (1891-1946). Seudónimo utilizado por la sicoanalista freudiana Violet Forth. Fue miembro de la Orden del Alba Dorada (Golden Dawn), de la cual fue separada y funda la Fraternidad de la Luz Interna (Inner Light), institución que aún existe en nuestros tiempos.
El objeto de la Iniciación es producir la Iluminación del alma por medio de la Luz Interna. Por lo tanto, antes de entrar a considerar los mejores medios de preparación para esa empresa, es necesario explicar exactamente lo que se entiende por Iniciación, porque hay muchos conceptos distintos acerca de la misma.
La palabra Iniciado, empleada en estas páginas, significa aquél en quien el YO superior, la Individualidad, se ha entre fundido con la personalidad, y ha encarnado realmente en el cuerpo físico. Un Iniciado es, por consiguiente, aquel cuyo Yo Superior nos mira a través de sus ojos. La personalidad queda reducida a un juego de hábitos y costumbres, un complejo de vida, que deja al Yo Superior libre para llevar a cabo su obra con el mínimo de exigencias con respecto a su atención en el Plano Físico.
Esta Gran Iniciación se recibe siempre he invariablemente fuera del cuerpo. No hay ritual que pueda conferirla, aunque el ritual se suela emplear en el Hemisferio Occidental para adiestrar y coordinar la consciencia, como indispensable preparación para esta experiencia trascendental. También se pasa por ella con plena consciencia, conservando la memoria de la misma. Muy a menudo se nos pregunta si es posible estar iniciado sin saberlo. A esta cuestión tenemos que contestar con un no rotundo. Además, sería absurdo pensar en que pudiéramos recibir inconscientemente una extensión permanente de la consciencia
Sin embargo, suele ocurrir que un Maestro haya aceptado como discípulo a alguna persona, sin que ésta se dé cuenta de ello, debido al escaso desenvolvimiento de sus facultades psíquicas, y entonces esta persona sólo se llega a dar cuenta de este hecho cuando ha progresado hasta cierto punto.
En estos casos un psíquico podría informarle a dicha persona que ha sido aceptada como discípulo de la Gran Fraternidad Blanca y que ya se encuentra por lo tanto en el Sendero que lleva a la Iniciación, pero sería un error decirle que ya estuviese iniciada. El sello del Maestro queda estampado en el aura del discípulo, cuando éste es aceptado, y resplandece ante la visión clarividente como un disco de unas seis pulgadas de diámetro, inmediatamente encima de la cabeza, siendo el disco del color del Rayo sobre el cual esté trabajando el Maestro. Cuando el discípulo recibe algún trabajo que debe realizar para su Maestro en el Mundo Material, la banda correspondiente de color en el aura se enciende, mostrando así que el poder del Maestro está operando a través del discípulo. Pero hasta que toda el aura no queda iluminada completamente, no puede decirse que un ser humano sea un Iniciado. Esto se produce cuando brilla con su propia luz y no con la luz prestada de su Maestro. Por lo tanto, la Iniciación puede definirse como la aurora de la Luz Interna, o el advenimiento a manifestación en el Mundo Físico del Augoides o Cuerpo de Luz.
Puede considerarse que la Luna representa la personalidad, creciendo y decreciendo a través de innumerables fases encarnatorias reflejando la Luz Solar o la Sombra Terrestre. El Yo Superior, o sea el espíritu inmortal del ser humano, está bien simbolizado por el Sol que perpetuamente brilla en los Cielos, veámoslo o no. Estos símbolos recompensarán muy bien a quien medite sobre ellos.
El Yo Superior comienza a manifestarse en el cuerpo físico cuando tiene lugar la Iniciación No tenemos más que considerar la gran diferencia que existe entre la Individualidad y la personalidad, en el ser humano corriente, para darnos cuenta de la intensa preparación que debe tener lugar antes de que esa manifestación sea posible. Además, no podemos dejar de ver que si se intentara semejante manifestación antes de que la necesaria preparación hubiera tenido lugar, el Yo Superior descendente encontraría una disparidad tan grande entre él mismo y su vestidura mal ajustada, que no tardaría en desgarrarse y quedar destruida. Esta ocurrencia se puede observar de vez en cuando entre los Ocultistas y constituye uno de los problemas con que tienen que luchar las distintas fraternidades.
Antes de que sea posible para el Yo Superior comenzar a manifestarse en la consciencia cerebral, la personalidad tiene que sintonizarse con la Individualidad. La Individualidad lleva su existencia en las esferas espirituales en la misma forma que la personalidad la pasa en la esfera mundana. Las acciones de la Individualidad se inspiran en el deseo de mantener su armonía con la Vida Divina del Cosmos, de donde recibe su ser, mientras que las acciones de la personalidad se ven determinadas por su deseo de mantener su armonía con el Mundo de la Materia, de dónde saca el cuerpo su propio ser. Por consiguiente, es evidente que la personalidad tendrá que reorientar completamente su posición antes de poder alinearse con su Yo Superior. Tenemos que prepararnos para cambiar la base de todos nuestros motivos si queremos recibir la Iniciación. Esto requiere una unidad de propósito que no retroceda ante sacrificio alguno: "Vende todo lo que tengas y sígueme, dijo el Maestro. Y también: "Dejad que los muertos entierren a sus muertos. Seguidme". Estos dichos parecen un poco duros, pero la experiencia demuestra que son verdaderos.
No hay razón alguna para que alguien se ofrezca como candidato para la Iniciación, porque todos pueden lograr la meta de la Unión Divina, por el sendero espiritual de la Evolución; pero, por otra parte, no deben declarar que los antiguos secretos se hayan perdido, porque no queriendo pagar su precio, no han recibido la Gran Perla de valor inestimable.
Tanto la personalidad como las cosas de los sentidos tienen que ser sacrificadas para que el Yo Superior pueda manifestarse: no puede haber cuestión alguna sobre este punto. Todos los iniciados así lo declaran. Ante semejantes manifestaciones nos sentimos inclinados a creer que, habiendo sacrificado la personalidad, nos encontraremos despojados de todo.
Esta creencia se debe a que la mentalidad Occidental se adhiere a la idea de que la muerte del cuerpo significa el fin de la existencia. Y de la misma manera creemos subconscientemente que la muerte de la personalidad termina con el pleno goce y plenitud de la vida. Olvidamos al pensar semejante cosa que el comerciante que vendió todo lo que tenía lo hizo para comprar así la Gran Perla. Es verdad que vendió todo lo que tenía, pero fue para invertirlo en algo de muchísimo más valor. El relato evangélico implica que se llevó la Perla triunfante. Y así sucede con nosotros si hacemos el sacrificio de las cosas de los sentidos que permitan la encarnación del Yo Superior en el cuerpo físico. Hay un período de lucha conforme van rompiéndose los hilos que nos unían a los deseos de los sentidos, pero tan pronto como se van limpiando las cosas apreciablemente, comienza a despuntar la Luz Superior. No permanecemos mucho tiempo sin consuelo. "¿.No serán nuestras tinieblas, después de todo, la Sombra de Su Mano que se extiende para acariciarnos?".
Mientras la consciencia se enfoca en la personalidad, no podemos ponernos en contacto directo con las realidades, y sólo podemos ver sus reflejos en el Mundo de la Forma. La llamada del Yo Superior sirve para levantarnos y desviar nuestra mirada del espejismo de la consciencia de la forma, dirigiéndola directamente a la Realidad que es vida y no forma. Esta vuelta en redondo es lo que constituye la tarea del alma cuando busca la Iniciación.
Conforme la personalidad va sometiéndose gradualmente al Yo Superior, la Luz Interna comienza a resplandecer. Los casos en que la Iluminación se produce súbitamente son muy raros y casi siempre ciegan e incapacitan a la persona, como le pasó a San Pablo en el camino a Damasco. Por lo tanto sólo se permite en los casos de almas muy avanzadas, que han sido preparadas y adiestradas hasta un grado muy elevado en vidas anteriores y que han reencarnado con ese propósito, constituyendo sus personalidades acordemente. Para el resto de los aspirantes a la Iniciación, la Luz Interna comienza a despuntar muy suave y gradualmente, con muchos intervalos de tinieblas que la obscurecen de vez en cuando, cuando los deseos sensoriales surgen nuevamente, aun después de considerarlos completamente vencidos.
Habiendo alcanzado esta libertad de la esclavitud de los sentidos, se abren ante el Iniciado dos caminos: puede seguir el Sendero Místico, que lleva directamente a la liberación, o puede seguir el Sendero Oculto y retornar al mundo de los hombres equipado con los poderes de la Mente Superior.
Es digno de notarse que generalmente el Místico no habla ni enseña la doctrina de la Reencarnación, mientras que el Ocultismo si lo hace. La razón es que el Místico trata de escapar de la esclavitud de la carne y no volver nunca más a ella, mientras que el Ocultista quiere volver a la materia, trayendo consigo el fruto de sus labores. Ambos ideales son legítimos y justificables. El místico que sigue su marcha hasta alcanzar la liberación, no deja de seguir siendo una influencia en el mundo, pues con su realización liquida una porción del Karma Mundial. Por este motivo los místicos se dedican a muchas austeridades y mortificaciones, mucho después de haberse liberado de los deseos de la carne; están liquidando el Karma Mundial.
El Ocultista, por su lado, sólo se sujeta a las mortificaciones más indispensables para someter a la carne y hacerla obedecer su voluntad soberana sin murmurar. Su plan es formarse tal personalidad que su Yo Superior pueda funcionar en ella sin obstáculos. Tiene que ser a semejanza de un caballo brioso y fuerte, que obedece instantáneamente sin necesidad de riendas ni espuelas. Sus sentidos no podrán ni engañarlo y sus pasiones tampoco podrán cegarlo. Usa su cuerpo como una ventana transparente para su alma, de manera que nunca deforme lo que vea. Con ese único fin es que disciplina su cuerpo, pero nunca trata de reproducir la Crucifixión.
El Místico torna su personalidad negativa, para convertirse así en un conducto o canal de las Fuerzas Cósmicas. Su actitud con respecto a todos los problemas que puedan presentársele es la de: "Aquiétate y sabe que Yo Soy Dios". Se mantiene sereno y quieto en el plano mundano, dejando que los poderes espirituales encuentren en él un conducto por el cual puedan llegar a la mente colectiva durante sus meditaciones. El Ocultista, por su parte, se ocupa de las formas y utiliza su mente concreta para convertir a esas formas en canales para las Fuerzas Cósmicas. El Místico trabaja con el Yo Superior exclusivamente; el Ocultista lleva al Yo a manifestarse Superior en el plano de la forma.
El Místico, una vez que se ha liberado de la esclavitud de sus sentidos, se contenta con las experiencias de su conciencia interna: no trata de traerlas a manifestación en el plano terrestre. El Ocultista, por su lado, habiendo alcanzado la misma realización que el Místico, trata de traer al plano de la forma el estado de conciencia que ha conquistado. Y hace esto si es un Hermano del Sendero de la Derecha, porque es necesario para cumplir el Gran Plan que ciertos ideales sean expresados y elaborados en el Mundo de la Forma, pero jamás lo haría para gratificar sus propias sensaciones. Esa fue la prueba con que fue tentado el SEÑOR en el Desierto: "Haz que estas piedras se conviertan en pan". Él era el Místico-Ocultista Ideal, como lo demostró al convertir el agua en vino y al pasar a través de las puertas cerradas, pero El jamás utilizó Sus poderes más que en el cumplimiento de Su misión, y es digno de notarse que conforme EL avanzaba hacia su final, los empleó cada vez menos.
La gran mayoría de las almas liberadas eligen el Sendero Místico, yéndose así más allá de nuestra Esfera Terrestre y son sólo unos pocos de los que han ganado su libertad los que eligen sacrificarse y volver nuevamente al Mundo de las Formas, puesto que no tienen deseo alguno que pueda arrastrarlos a una nueva encarnación, lo que para ellos es vivir en una cárcel. Su motivo único lo constituye el deseo de aliviar la carga de la confusión del mundo. Por otra parte, no debe pensarse que el Místico deserta del mundo cuando lo abandona, porque siempre rogará por él, y este gran cuerpo de almas en oración es el que aligera el tremendo Karma del Mundo en los Planos Internos.
El Místico sirve de una manera y el Ocultista de otra. Ambos son necesarios para la gran obra cósmica de la regeneración y de la Evolución. Ninguna función puede existir sino por medio de la dualidad: la interacción de los aspectos positivo y negativo de la misma fuerza. El Místico constituye un polo de la Energía Crística, y el Ocultista es el otro. De acuerdo con la bien conocida ley oculta de la polaridad alternativa en los distintos planos, el Místico es negativo en los planos de la forma y positivo en los planos de la energía, mientras que el Ocultista es positivo en los planos de la forma y negativo en los planos de la energía. De ahí que el Ocultista tenga siempre necesidad de invocar fuerzas que lo ayuden en su obra, empleando con ese objeto la magia ritual en sus diversos tipos, desde la simple invocación hecha con un signo, hasta las más complicadas figuras y movimientos que se realizan en las logias.
El mejor desenvolvimiento, el que se busca mediante la disciplina y adiestramiento de la Comunidad de la Luz Interna, se obtiene mediante un balance justo de las fuerzas positivas y negativas del alma, sostenidas en equilibrio por la voluntad, de manera tal que el propio juicio puede hacer descender la balanza en cualquier dirección. Al alma que tiene una inclinación natural hacia el Ocultismo se le hace trabajar según las reglas místicas. Hasta que no llega a los Misterios Mayores no se le permite al individuo seguir su vocación natural, pero entonces se le da una enseñanza y educación especialmente adaptada a su capacidad.
La razón de esta aparente violencia contra su naturaleza se comprenderá enseguida. Si el alma naturalmente inclinada al misticismo se desenvolviera sólo de acuerdo con esa tendencia, adquiriría una penosa falta de equilibrio, como puede notarse entre aquellos que moran demasiado en lo Invisible. Su asidero en los planos de la forma no guarda relación con su contacto con los planos de la Fuerza y, por consiguiente, las fuerzas rompen los límites de la forma y se difunden en un pantano de espiritualidad emocional, perdiéndose y malgastándose, como las aguas del río que saliéndose de su margen convierten en un pantano cenagoso al valle otrora feraz y florido. Es posible que este pantano produzca una vegetación acuática y jugosa, pero no será ni tierra ni agua, y sería completamente inútil para todo propósito práctico en el servicio de la humanidad.
Al Ocultista, por su parte, si se le permite desde el principio de su preparación, entregarse a su amor por la forma y la intelectualidad, acabará por encontrarse amurallado dentro de sus formas y perderá los contactos vivientes que sólo pueden dar vida a los símbolos ocultos. Sin embargo, si adopta la disciplina de ponerse en contacto con las diferentes fuerzas mediante sistemas puramente intuitivos y de meditación, adquirirá el poder de efectuar esos contactos independientemente del uso de fórmulas y rituales mágicos. Entonces, cuando llegue a una etapa más avanzada de su desenvolvimiento, se le enseñarán los métodos tradicionales de las artes, y será capaz de tener acceso a una suma infinitamente mayor de poder que lo que podría conseguir el Iniciado que no ha seguido ese método.
Es absolutamente vital para la educación oculta del estudiante, que éste comprenda perfectamente los principios del Ocultismo y que jamás emplee sus fórmulas ciega y supersticiosamente. Y recordemos siempre que una cadena no es más fuerte que su eslabón más débil. Ni el Místico ni el Ocultista podrán expresar en el plano de la manifestación más de lo que sean capaces de polarizar dentro de sus propias naturalezas.
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