Thursday, March 8, 2018

Reseña Histórica Sobre El Martinezismo y El Martinismo


RESEÑA HISTÓRICA SOBRE
EL MARTINEZISMO Y EL MARTINISMO

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En los peculiares últimos años del siglo XVIII, que vieran a William Law frente a Hume, a Swedenborg frente a Kant, a Saint-Germain, Mesmer y Cagliostro frente a Rosseau, Diderot y Voltaire, mientras en toda Europa proliferaban infinidad de sectas y ritos, y en las logias masónicas se erigía una tribuna tanto a las ideas más vanas como a las más sublimes, apareció en Francia un hombre cuyo silencioso trabajo contrastaba curiosamente con la turbulenta propaganda de la mayoría de los reformadores de su tiempo: Martínez de Pasqually. Este hombre, cuyo altruismo y sinceridad estaban fuera de toda sospecha, trabajó para que ciertas logias regresaran a los principios esenciales de la Francmasonería, de los que se habían apartado  sensiblemente en esa época, como consecuencia de una serie de acontecimientos que no corresponde relatar aquí.
La tarea de Martínez era difícil. Entre 1760 y 1772 se dedicó a recorrer las principales ciudades francesas, seleccionando en el seno de los talleres masónicos a quienes pudieran ayudarle a formar un núcleo, un centro para sus operaciones posteriores. No dudó en repartir cartas constitutivas (en nombre de su Tribunal Soberano, establecido en París desde 1767) a logias provinciales clandestinas, aceptando colaboradores de fuera cuando los consideraba dignos del ministerio a ejercer.
De este modo surgió lo que el Sr. Matter denominó acertadamente el Martinezismo, que recibe el nombre de Rito de los Elegidos Cohens y consiste simplemente en una rama ortodoxa de la verdadera Francmasonería injertada en el viejo tronco; se basa en un conjunto muy preciso de enseñanzas tradicionales, transmitidas según el poder receptivo adquirido por sus miembros mediante un trabajo íntegramente personal, y donde la teoría y la práctica están estrechamente relacionadas.
Desafortunadamente, el ahínco de Martínez le llevó a descuidar la verdadera base de la institución masónica. Dedicado por completo a reformar los capítulos R.C., restó importancia al papel de las logias azules. Veremos como Louis Claude de Saint-Martin, su discípulo más célebre pese a ser uno  de  los  más alejados  de  la  obra del  maestro,  llegó  incluso más lejos. Desde 1777 se negó a participar en las sesiones de las logias martinezistas, donde únicamente se practicaban los “grades du porche”[1], o masonería simbólica, así como en los trabajos de las logias de Versalles, debido a razones especiosas de neumatología, y en las de París, pues enseñaban magnetismo y alquimia.
Por estos motivos, pocos años después de que Martínez de Pasqually partiera a las Antillas (1772), se produjo una escisión en la orden que con tanto esfuerzo había formado. Ciertos discípulos permanecieron fieles a las enseñanzas del Maestro, mientras que otros, inducidos por el ejemplo de Saint- Martin, abandonaron la práctica activa para seguir la vía incompleta y pasiva  del misticismo. Este cambio de dirección en la vida de Saint-Martin podría sorprendernos si ignorásemos hasta qué punto se alejó de las operaciones externas del Maestro durante los últimos cinco años en la logia de Burdeos.
Los resultados de la escisión provocada por la propaganda activa de Saint-Martin no se hicieron esperar. Las logias del sudoeste fueron las primeras en cesar sus trabajos. La propaganda de Saint-Martin no encontró eco en las logias de París y Versalles; sin embargo, cuando en 1778 sus Hermanos de Lyon se convirtieron definitivamente al rito templario alemán de la Estricta Observancia, y el Gran Maestro Willermoz sucedió al Gran Maestro provincial Pierre d’Aumont (sucesor de Jacques Molay) con el título de Gran Maestro provincial de Auvergne, se plantearon fusionarse con las logias Philaléthes, que trabajaban desde 1773 (según datos de Martínez y Swedenborg) y en cuyos capítulos secretos no se admitía a ningún iniciado del Gran Oriente. En esta época, Saint-Martin comenzaba a ser conocido gracias a la aparición de su primera obra: “De los errores y de la verdad”. Muchos creían ver en él al continuador de la obra de Martínez. Sin embargo, las logias nombradas anteriormente no lograron convencerle de que se uniera a ellas para alcanzar una obra común; a su último llamamiento durante el Congreso promovido por la asociación de Philaléthes (París, 1784), Saint-Martin respondió por carta manifestando su negativa a participar en sus trabajos. A partir de ese  momento, su mayor preocupación fue establecer contactos con los místicos de Italia, Inglaterra y Rusia, perdió todo interés por el movimiento del rito rectificado de Lyon y no ocultaba su exasperación al oír hablar de logias.
Los acontecimientos posteriores motivaron un mayor compromiso de Saint-Martin con la vía que había elegido. En 1788, aquel que pasaría a la historia como el teósofo de Amboise viajó a Estrasburgo. La versión más extendida señala que su inclinación definitiva hacia el misticismo se debió a la compañía de una de sus amigas, la Sra. de Boecklin; lo cierto es que conoció a Rodolphe de Salzmann, que era, por así decirlo, el director espiritual de la Sra. de Boecklin. Rodolphe de Salzmann, amigo de Young Stilling y vinculado a los grandes místicos alemanes de la segunda mitad del S. XVIII (Eckarthausen, Lavater, etc.) era un hombre notable, pese a ser bastante desconocido, y tenía una profunda inclinación por la mística de los dos Testamentos y los escritos de Jacob Boehme, cuya clave había recibido. Él transmitió dicha clave a Saint- Martin, quien creyó encontrar ahí lo que no había logrado con su antiguo maestro.
Sin duda alguna, las enseñanzas de Salzmann contribuyeron enormemente a proporcionar un místico notable a Francia, pero no revelaron a Saint-Martin la doctrina del eminente teúrgo de Burdeos. En 1793, a la edad de cincuenta años y al no haber encontrado aún esa clave activa, buscaba consuelo en la advertencia de Martínez: que podría estar satisfecho si había alcanzado su meta a los sesenta años. Su pensamiento regresaba ya hacia  esa escuela de Burdeos donde transcurrieron cinco años de su juventud y cuyos trabajos abandonó de manera demasiado ligera. En una de sus cartas al barón de Liebisdorf (11 de julio de 1796) confesaría que “el Sr. Pasqually tenía la clave activa de lo que nuestro estimado Boehme exponía en sus teorías,  pero no nos creía aún preparados para manejar esas altas verdades”. Su correspondencia nos hace pensar que, antes de morir (Aulnay, 1803), retomó los análisis desdeñados de los trabajos de su maestro. Pero ya era demasiado tarde. El discípulo había matado al iniciador en su obra. El Martinezismo era historia.
Tras la muerte de Martínez de Pasqually (1774), la Orden, víctima de la debilidad de algunos y, desafortunadamente, también de la ambición de otros, cayó en un rápido declive. Los compromisos de Willermoz apresuraron su  ruina. La mayoría de los hermanos volvieron a sus antiguas obediencias, tal como hicieron los del Oriente de la Rochelle, cuya carta constitutiva no se ratificó tras 1776. En 1788, desaparecieron las logias de París; los ricos archivos que provocaran la envidia de Cagliostro fueron subastados tras la muerte del marqués Savalette de Langes, cayendo en manos de dos hermanos de Lyon, y llegando luego a las del Sr. Destigny. En 1868, éste los transmitió al Sr. Villareal, a cuyo esmero debemos agradecer su conservación. El fracaso de los hermanos de Lyon en su tarea no era algo nuevo. Su rito rectificado, que en realidad era el Martinezismo, especialmente tras su segunda revisión, vio apagarse sucesivamente los directorios de sus tres provincias: el de Borgoña se disolvió el 26 de enero de 1810, por falta de miembros; el año siguiente, los otros dos se fusionaron con el Gran Oriente, que siempre se había negado a reconocerlos.
El motivo de profundizar en las particularidades de la vida de Saint- Martin es demostrar el error de algunos historiadores mal informados, que atribuyen al teósofo de Amboise la sucesión del teúrgo de Burdeos; y de otros aun peor documentados, que pretenden que fue el fundador de la Orden del Martinismo. Saint-Martin no fundó orden alguna, jamás tuvo dicha pretensión, y el nombre de Martinistas designa simplemente a aquellos que adoptaron su visión, inclinados a liberarse del dogmatismo ritualista de las logias, rechazándolo por su inutilidad. Esta es, en efecto, la opinión de  Jacques Matter, el célebre historiógrafo de Saint-Martin.
Jacques Matter era nieto de Rodolphe de Salzmann, tenía en su poder los principales documentos relacionados con el Martinezismo y los Martinistas, y se encontraba en una posición idónea para relatar los principales acontecimientos reveladores de su existencia. Por otra parte, mantuvo relación con el Sr. Chauvin, uno de los últimos amigos de Fabre d’Olivet y albacea de Joseph Gilbert, quien fuera el único heredero de todos los manuscritos del teósofo de Amboise.
En la actualidad, el hijo del historiador, el Sr. Matter, posee casi todos esos indispensables documentos, incluyendo el “Tratado de la Reintegración  de los Seres”. Este es uno de los documentos más interesantes y notables, pues recoge la base de la doctrina tradicional de Martínez de Pasqually sin omisiones ni añadidos. Muy amablemente, el Sr. Matter nos ha autorizado a publicarlo. Este Tratado, escrito en Burdeos durante 1770, no se incluye en los archivos capitulares de Metz. Los de la Villa de Libourne incluyen únicamente los pasajes principales. Dichos fragmentos, bastante mal escritos y con numerosas mutilaciones, se encuentran repartidos entre las distintas instrucciones de rituales, siendo bastante difícil reconstruir a partir de ellos la obra de Martínez de Pasqually. Por lo tanto, desde aquí, nuestro infinito agradecimiento al Sr. Matter por su amable colaboración.
Con posterioridad, y a su debido tiempo, irán apareciendo otras piezas no menos importantes que arrojaran nueva luz sobre los hombres y las cosas de esta época.

Un Caballero de la Rose Croissante.

París, 20 de septiembre de 1898, aniversario de la muerte de Martínez de Pasqually.



[1] 1 Grados del Porche

Thursday, February 22, 2018

Afinidades Espirituales - ¿Qué es la Fuerza?




AFINIDADES ESPIRITUALES
Franz Hartmann

¿QUÉ ES LA FUERZA?

Antes  de  procurar  ocuparnos  racionalmente  en  la  indagación  de  los  efectos recíprocos y afinidades de unas fuerzas cualesquiera, físicas, psíquicas o de otra especie, se presenta ante todo la pregunta: ¿qué es la “fuerza”?.
La  observación  y  la  experiencia,  tanto  externa  como  interna,  enseñan  que  la “fuerza” es un atributo o función de algo que se llama “substancia” o “materia”, a saber, un movimiento que por su naturaleza, no puede ser más que la expresión de una energía, ya que la substancia inanimada no puede moverse por sí misma. A la verdad, no está demostrada la existencia de cualquiera materia, y contradice a toda filosofía sana, a menos que por “materia” entendamos la “substancia” (de sub-debajo, y sto-estar), es decir, aquel principio que es la base de toda existencia.
Este principio, sin embargo, no puede ser por sí mismo otra cosa que una energía, porque, sin causa eficiente, nada absolutamente puede existir. La “materia” no puede ser su propia causa: ha de tener una causa por la cual existe, y esta causa no podría producir nada, si no fuera una fuerza operativa.
Según este aspecto, lo que llamamos “substancia” o “materia” no ha de ser otra cosa que el fenómeno que existe producido por la acción de una energía convertida en fuerza, cuya energía ha de ser por sí misma de naturaleza substancia, porque un movimiento de nada, sin base alguna para su existencia, es quimérico  inimaginable.
Esta fuerza universal que los antiguos llamaban “materia prima”, y que Schopenhauer describe como la “voluntad”, corresponde a lo que en sánscrito se llama “Akâsa”, y que quizá se designará mejor como el “espacio” o “fuerza universal”, por lo cual, sin embargo, no hemos de representarnos al espacio como una “nada vacía” o como una vejiga llena de éter universal, sino como la extensión de la fuerza universal infinita de que se trata, y cuya causa está en ella misma como algo que nos es desconocido, lo cual no podemos abarcar precisamente porque es infinitamente más grande que nosotros mismos, y que designamos como “Dios” o “Voluntad de Dios”, sin aproximarnos por ello a la comprensión intelectual.
Considerado desde el punto de vista espiritual, nos parece el universo como una manifestación del poder y de la gloria del Uno eterno e innominado; “la materia” como energía  acumulada  y  convertida  en  fenómeno;  la  “fuerza”,  en  cualquiera  forma  que aparezca, como una expresión de esta energía que se puede designar como la voluntad cósmica regida por una ley natural, cuya voluntad en su propia “substancia” o esencia, por sí misma, en todos los planos de existencia, en los planos físico, psíquico y espiritual, puede producir formas corpóreas, ya visibles, ya invisibles para nosotros. Esto concuerda también con las doctrinas religiosas de varios pueblos; pues, por ejemplo, la Biblia enseña que todo se hace por el Verbo (Logos).
El “Verbo” significa la vida que obra de dentro afuera, y la doctrina de los indos concuerda, por tanto, con la de los cristianos, afirmando que todo lo que existe no es otra cosa que una manifestación de la actividad de un principio vital en el universo, cuya fuente es Atma, el Espíritu, es decir, la “Conciencia”. La “materia” es un fenómeno, y como tal, un atributo de este principio universal. Lo que llamamos “forma” no tiene en sí misma ninguna existencia absoluta, sino que es una suma de cualidades; pero el poder trascendente que produce estas formas, es eterno e inmutable, por más que se manifieste en formas y fenómenos innumerables y diversos.