Monday, July 8, 2019

¿Por qué somos Templarios? - Eduardo Callaey


¿Por qué somos Templarios?


Razones para una caballería del siglo XXI


Eduardo Callaey




En la imagen el rey Balduino II cede las caballerizas del Templo de Salomón a Hugues de Payns y Gaudefroy de Saint-Homer hace 900 años, en 1119 / Grabado del manuscrito de Guillaume de Tyr, siglo XIII, Histoire d’Outre-Mer

Hace tiempo atrás, luego de una ceremonia de investidura de caballeros, sentí la necesidad de explicarme a mí mismo qué nos llevaba a todos esos individuos reunidos en la capilla de un convento a jurar perpetuar, bajo el manto de la Cruz, los nobles ideales del honor, la integridad, la caridad, el alivio del sufrimiento y la unidad religiosa en la imitación personal de Dios Nuestro Señor. ¿Qué era ser un caballero? ¿Qué hacía que en esa capilla nos convocáramos para conjurar la decadencia del mundo del que apenas nos separaba un muro de adobe? ¿Cómo haríamos para sostenernos firmes en un modelo que aspiraba –nada menos– que a emular a los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén? Escribí, entonces, algunas líneas que reproduzco más abajo, tratando de comprender la naturaleza de esta caballería del siglo XXI.

Los novecientos años que nos separan de la fundación de la Orden del Temple, aniversario que la OSMTH celebrará en el castillo de Tomar en el próximo otoño boreal, representan un abismo de tiempo en el que el mundo occidental ha sufrido profundas mutaciones. Podemos, sin dudas, entender que muchas de dichas mutaciones obedecen a los avances en el derecho igualitario de los individuos, al advenimiento de sistemas democráticos que, paradójicamente, encuentran mayores antecedentes en el mundo medieval que en la antigüedad clásica. Incluso podemos alegrarnos de que el derecho a la vida y a la libertad se haya consagrado como fundamento de nuestra cultura. Sin embargo, al mismo tiempo que la humanidad –especialmente el espacio cultural cristiano, como lo definiría el teólogo catalán Raymon Panikkar– ha logrado dichos avances, hay signos alarmantes de un deterioro moral sin precedentes, en paralelo con una vertiginosa decadencia espiritual y, principalmente, un discurso violento en contra del cristianismo, impulsado por un relativismo llevado a los extremos, en el que más que la vida se celebra la muerte. El papa Francisco lo definiría como la política del descarte. Yo, liberado de la diplomacia vaticana, afirmaría que se trata de un plan hábilmente delineado para socavar la fortaleza espiritual del ser humano, la única que lo hace diferencia de las bestias.

En términos de nuestra visión espiritual del hombre y del cosmos la humanidad de ha vuelto menos humana. Y esa deshumanización que nos rodea y nos lanza a la soledad propia del individuo que –negador de la paternidad de Dios– no reconoce al otro como Hermano, es a la vez el motor que nos impele a buscar ese juramento que nos esperanza.

Entre aquellos muchachos –que apenas superada su pubertad velaban las armas ante la imagen de María– y nosotros, hombres sacudidos por el vendaval de un mundo en perpetua mutación, hay un elemento en común: Formamos parte del mismo hilo que, atravesando siglos y mareas, invasiones y guerras, infortunios y felicidades, creemos que hay principios inmutables a los que ni la posmodernidad, ni el hombre líquido de Zigmunt Bauman, ni todo el aparato conjurado en contra de las bases cristianas de la sociedad podrían quitarnos el honor, la dignidad, la fe y el servicio al que nos atamos en solemne juramento.

En aquel artículo escrito hace dos años recordaba la plegaria de un escudero, la noche de vigilia, previa a ser armado caballero:

“…Te saludo Virgen María, que has derrotado al mal, esposa del Altísimo y madre del más dulce cordero. Reina eres de los cielos, Salvadora de la Tierra;
los hombres suspiran por Ti y los malvados te temen.”
“…Tú eres la ventana, la puerta y el velo, el patio y la casa, el templo, la tierra, lirio por Tu virginidad y rosa por Tu martirio.”
“Tú eres el huerto cerrado, la fuente del jardín que lava a los mancillados, purifica a los corrompidos y da vida a los muertos...”
“…Tú eres la dueña de los tiempos, la esperanza, después de Dios, de todos los siglos, pabellón de reposo del rey y asiento de la divinidad.”
“…Tú eres la estrella que brilla en el oriente y disipa en el occidente las tinieblas, la aurora que anuncia el sol y el día que ignora la noche…”
“…Tu que has engendrado al que no engendra, confiada como madre que ha cumplido su misión, reconcilia al hombre con Dios. Ruega, Madre, al Dios que diste a luz, para que nos absuelva y, después de perdonarnos,
nos confiera la gracia y la gloria. Amen…”

Difícil imaginar a un adolescente de diecisiete años, en el siglo XXI, rezar esta plegaría en la penumbra de una iglesia, iluminado apenas por un pábilo, frente a un altar desnudo, acompañado de su padrino. Lejano a nuestra cultura ha quedado el ritual de la “vela de armas”, en la que hombre dejaba atrás, definitivamente, el mundo de los niños para asumir su papel y su destino frente a Dios, su Iglesia y la comarca sobre la que tendría responsabilidad sobre vidas y bienes.

Pero este ritual era muy común en el siglo XII. Frente al escudero se colocaba su espada, aquella que lo acompañaría el resto de su vida, para la salvación o la condenación de su alma. Su alma y su espada serían reflejo una de la otra. Si el alma era pura la espada se empuñaría con pureza en una causa justa. Si el alma era impura el acero se volvería negro, dominado por las tinieblas de la ambición y el orgullo.

El siglo XII era un mundo de blancos y negros, sin demasiado lugar para tantos matices. La duda era una pesada carga que los espíritus evitaban a toda costa. Resultaba casi inhumano darle lugar a la angustia existencial en un entorno donde todo era rudo, tanto para el siervo que a duras penas cosechaba su siembra, como para el castellano que debía proteger su terruño, y con él a sus gentes con sus huertos y pastoreos y también a su propio Señor. En la pirámide feudal todo era un equilibrio en constante riesgo. Un universo tan inestable necesitaba reglas certeras, firmes, permanentes.

Es cierto que la caballería puede vislumbrar antecedentes en el mundo clásico, especialmente en Roma. Pero fue en la Edad Media, y en particular en el siglo XII donde encontró sus modelos más perfectos y alcanzó la cumbre de la aspiración virtuosa. Fue un largo proceso surgido de la necesidad de encontrar un orden justo, en armonía con la fe que ocupaba todos los espacios de la sociedad. Un devenir de transformación en transformación, producto del pensamiento colectivo de señores y clérigos, reyes y abades, que perseguían el sueño de recuperar Jerusalén, perdida a mano de los paganos en el siglo VII. Pero, a su vez, se trataba de la búsqueda de la propia Jerusalén, una que existía en la conciencia profunda de cada cristiano y que encarnaba la esperanza de la vida eterna, el sentido escatológico de la tragedia humana.

Eran tiempos difíciles, ciertamente. Pero en términos de fe corrían con cierta ventaja respecto de nosotros. Los ideales estaban atados a esa fe; y a ningún padre le faltaba el coraje para educar a sus hijos en el amor y en el temor a Dios, enseñando la prudencia antes que la liviandad; la humildad antes que la ostentación; el respeto al anciano y a las mujeres antes que la vaguedad irresponsable que conduce a nuestra sociedad a la deriva. Se veneraba a los héroes y más aún a los que habían muerto por sostener los juramentos de la caballería. Los niños sabían que sus días de juegos estaban contados y serían escasos. Que la vida no era un paseo gratuito y prolongado sino uno corto en el que cada jornada sería examinada en el final, cuando cada quien fuese sometido al juicio en las puertas del cielo.

La libertad era un bien amado al que sólo unos pocos se les otorgaba como gracia. Aún así nadie era verdaderamente libre, porque la conciencia pesaba tanto como el contexto. Era un mundo en donde el corrupto, el traidor, el malviviente y el cruel no podían mimetizarse tan fácilmente como ocurre en nuestro mundo pleno de anonimato. Quien era libre sentía una gratitud de tal magnitud frente a la Providencia que, cuando un caballero renunciaba a ella para vestir el hábito de monje se producía a su alrededor un silencio reverencial, como si hubiese nacido un santo. Aquél que teniendo el don de la libertad renunciaba a ella para someterse a una Regla en donde el único destino era la pobreza, la abstinencia y la obediencia en eterna observancia del servicio a Dios, era sin dudas de los más valientes entre los hombres. Así lo narran las crónicas y así lo atestiguan miles de nombres de grandes guerreros enterrados en los camposantos de las abadías de toda Europa.

En el siglo XII -en el que dos frentes de batalla se libraba contra los sarracenos, en España y en el Levante- surgió con potencia inusitada el deseo de reunir ambos órdenes, el de la caballería y el de la vida monástica, y nació un nuevo tipo de caballero, mitad guerrero mitad monje. La caballería ocupó entonces la cúspide del modelo cristiano. Estas órdenes monástico militares amalgamaron, en un solo corpus, el humus de muchas tradiciones forjadas entre Finisterre y las estepas del Este. Desde tiempos romanos, invasión tras invasión, los bárbaros habían moldeado el sincretismo entre las tradiciones de Roma –a las que no querían renunciar sino abrazar- y las propias, que terminarían enriqueciendo a las viejas instituciones del antiguo Imperio.

De todos los libros que se han escrito sobre la caballería hay uno que destaca, tanto por su originalidad como por el rumbo que traza. Lo debemos a la pluma de Ramón Llull (1235-1315), teólogo, filósofo y místico catalán, publicado en 1276 con el nombre “Libro de la Orden de Caballería”. Se cree que fue escrito para un escudero que debía ser armado caballero. Su lectura es materia obligatoria para todo aquél que pretenda comprender esta condición; permítaseme citar cuatro párrafos de su Primera Parte titulada “Del Principio de la Caballería”

“…Faltó en el mundo la caridad, lealtad, justicia, y verdad; empezó la enemistad, deslealtad, injuria y falsedad; y de esto se originó error y perturbación en el Pueblo de Dios, que fue creado para que los hombres amasen, conociesen, honrasen, sirvieren y temiesen a Dios. Luego que comenzó en el mundo el desprecio de la justicia por haberse apocado la caridad, convino que por medio del temor volviese a ser honrara la justicia: por esto todo el pueblo se dividió en millares de hombres y de cada mil de ellos fue elegido y escogido uno, que era el más amable, más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo de mejor trato y crianza que todos los demás…”
“…Se buscó también entre las bestias la más bella, que corre más, que puede aguantar mayor trabajo, y que conviene más al servicio del hombre; y porque el caballo es el bruto más noble y más apto para servirle, por esto fue escogido, y dado a aquel hombre que entre mil fue escogido; y este es el motivo por el que aquel hombre se llama caballero…”
“…Habiéndose destinado para el hombre más noble el bruto más generoso, convino que entre todas las armas se escogiesen y tomasen las que son más nobles y conducentes para combatir y defenderse de las heridas y de la muerte; y estas son las que se apropiaron al caballero…”
“…Al que quiere entrar en la Orden de la Caballería le conviene considerar y meditar el noble principio de la Caballería; y es menester que la nobleza de su corazón y buena crianza lo haga concordar y avenir con el principio de la Caballería, porque si no lo hace así, es contrario al Orden de Caballería y sus principios; por esto no conviene que la Orden de Caballería admita en la participación de sus honras a los que la son enemigos, contrarios a sus principios…”

Ramón Llull describe en su libro al oficio del caballero, cómo debe ser examinado el escudero que será armado caballero, al modo en el que debe ser recibido en la caballería, a la significación de las armas y de sus costumbres. Finalmente habla de la honra que se debe hacer al caballero. Afirma Llul que así como un Príncipe o Rey o Señor de un Estado no puede serlo sin haber sido armado caballero, por esa misma razón le debe respeto y honra al caballero, pues es a quien, en definitiva, tendrá a su lado en el campo de batalla.

Pero, en estos primeros párrafos, encontramos la justificación del caballero: el mundo que ha engendrado la injusticia, la enemistad, la deslealtad, la injuria y la falsedad y necesita de hombres que reparen ese desorden, poniendo en juego todo lo que sea necesario. ¿No es acaso la descripción del mundo que nos rodea? El escudero recitaba la divida de la Orden de Caballería: Mi alma a Dios, mi vida al rey, mi corazón a mi dama, mi honor a mí. Pero todo se resumía en el honor, que dependía de mantener vivo el oficio de caballero, y ejercerlo.

El siglo XXI adolece de todas las faltas de las que se lamenta Llull, y que dieron lugar a la creación de la Orden de la Caballería; pero a diferencia del siglo XII, en este siglo son muy pocas las personas que pueden asumir este compromiso. El honor es relativo, entonces todo se ha vuelto mucho peor, pues el alma está en interdicto, la vida se reserva para el único y propio beneficio, el corazón ha cedido el amor a la simplicidad del vínculo frágil, efímero, y a nadie importa qué significa exactamente la honorabilidad.

Es justamente por esta carencia, que la Orden de la Caballería ha perdurado, aún en una mínima y desapercibida existencia, y comienza a sacudirse del profundo letargo al que había quedado relegada en los últimos dos siglos. Nos toca vivir en un mundo donde los valores de la fe, el honor y la justicia se guardan en la intimidad por temor a desentonar con los tiempos. La cultura se convierte en multicultura, es decir, en todas y ninguna. La vaguedad de conceptos en cuanto a temas sensibles como “familia”, “religión”, “tradición” y “deber” son inmediatamente sospechados de ideologismos vinculados con el oscurantismo, la segregación, la discriminación y el ataque a la libertad de conciencia.

Durante décadas, especialmente luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, Occidente vio crecer un movimiento libertario que vino a poner en la picota a todos estos valores que conformaban la sociedad construida durante siglos. El mayo francés, el existencialismo, el deconstructivismo y el relativismo como conjunto del abandono radical del modelo cristiano nos ha dejado un vació de valores tan extremo que nos lleva a una sociedad al borde de su extinción cultural. Bernadr Tschumi –se dice que es uno de los arquitectos que mejor ha interpretado a la filosofía decontructivista de Jaques Derrida- afirma que La forma no sigue más a la función. Si la respectiva contaminación de todas las categorías, las constantes substituciones y confusiones de géneros son las nuevas directivas de nuestra época, lo mejor sería tomarlas en nuestro provecho.[1]

Si Tschumi está en lo cierto (me asombra su frase “las iglesias se convierten en discotecas”), ya no deberían existir pilares, ni principios, ni siquiera cimientos, porque cualquier cosa puede ser sustituida por otra. Sin embargo, la experimentación intelectual está lejos de representar al grueso de una sociedad confundida.

En la medida en que tomemos conciencia de esta confusión entenderemos que el rol de la Caballería en el Siglo XXI sigue siendo el mismo que en el siglo XII, con la sola diferencia de que no tiene el monopolio de las armas, que han pasado a manos de los Estados Nacionales. La Caballería sigue representando la búsqueda de todo aquello que Ramón Llull expresaba cuando, al principio de su libro describe como la crisis de ausencia de valores que dio sentido a la existencia del Caballero.

Sunday, July 7, 2019

Sobre el Simbolismo del Libro y los Libros “Sagrados” - Jorge Norberto Cornejo


SOBRE EL SIMBOLISMO DEL LIBRO Y LOS LIBROS “SAGRADOS”


Jorge Norberto Cornejo



INTRODUCCIÓN

Buscar una respuesta a la pregunta sobre si los Libros Sagrados han resultado valiosos para la humanidad implica, en mi opinión, dividir el problema en dos aspectos:
a)  El simbolismo del Libro en sí mismo
b) La problemática de los Libros considerados “sagrados”

Ambos se vinculan con las discusiones eternas que se han dado sobre si corresponde o no que el Volumen de la Ley Sagrada colocado en la Logia sea la Biblia, y aun aceptando la Biblia si se trata del Antiguo Testamento, del Nuevo o de ambos.

En este trabajo intentaré despojar la cuestión de sus connotaciones religiosas, y efectuar una aproximación exclusivamente masónica.

EL SIMBOLISMO DEL LIBRO

 

« La filosofía está escrita en ese grandísimo libro [de la naturaleza] que continuamente está abierto a los ojos (me refiero al universo), pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, y conocer los caracteres en los que está escrito. Este libro está escrito en lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos, y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto.» Galileo Galilei

El Libro, como objeto material, independientemente de su calificación como “Sagrado”, es un profundo símbolo esotérico.

Se ha dicho que el Libro es el símbolo de la ciencia y de la sabiduría, pero ello es una interpretación más cercana a lo exotérico. Masónicamente, al igual que cabalísticamente, el Libro representa el Universo mismo, cuyos «ladrillos de construcción» son letras y  palabras1. El Universo es visto como un gran lenguaje, que el ser humano debe aprender, para finalmente comprender, página por página, el gran Libro de la Naturaleza.

El Libro cerrado representa, en alquimia, la materia primordial en estado virginal; mientras que abierto es la materia fecundada, la Obra concluida.

El Libro cerrado conserva su secreto; abierto ofrece su sabiduría. Una vida que comienza es un Libro que se abre, cuando la vida concluye es un Libro que se cierra.

Por otra parte, en Masonería, el Libro representa también la Tradición y, más específicamente, la Tradición de los Constructores. Por ello aparece abierto en la joya del Orador, Oficial entre cuyas funciones figura la preservación de la tradición  referida.En  dicho Libro está inscripta la Ley, pero no la Ley profana o los códigos vulgares de jurisprudencia, sino el Dharma, la Ley natural impersonal que sostiene el orden en el Universo.

El Libro es el resultado concreto de la inscripción de la Palabra Primordial sobre la plancha de trazar del Universo, es decir, del acto macrocósmico de la emanación.

El Libro es, entonces, el receptáculo y el continente de la Palabra, que fija y preserva.

Con gran sabiduría, MirceaEliade afirmó que “sumergirse en el estudio de un Libro es en sí mismo un acto iniciático”.

Por todo esto, y mucho más que podría agregarse, la presencia central de un Libro en la Logia es fundamental. Sin embargo, la pregunta que convocó este trabajo respondía a una problemática diferente, aquella relativa acerca de si los Libros “Sagrados” históricamente empleados por las distintas religiones han sido realmente útiles a la humanidad o no.

LOS LIBROS SAGRADOS

 

En primer lugar, aclaro que en lo que sigue refiero a una categoría específica de Libros considerados Sagrados, categoría en la que se incluyen la Biblia (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, en sus distintas variantes católica, protestante, judía, etc.), el Corán y el Avesta. Existen otros Libros que podrían considerarse Sagrados, pero en algunos casos las dificultades de traducción tornan casi imposible una comprensión exacta del significado original del texto (Tao-Te-King), en otros forman parte de religiones extintas (El Libro de   la Salida a la Luz del Día egipcio) y en otros son compilaciones de discursos del fundador o fundadores de la religión, junto a prescripciones rituales y normativas más próximas a lo filosófico que a lo propiamente religioso (las escrituras budistas).

Limitándonos, entonces, a los Libros referidos, se nos presentan aquí tres opciones:

a) Los Libros “Sagrados” son invenciones de sus creadores, no son inspirados y su función es asegurar el dominio de las masas por parte de una religión determinada.
b) Los Libros “Sagrados” son escrituras divinamente inspiradas.
c) Los Libros “Sagrados” son obras humanas, pero expresan arquetipos del  inconsciente colectivo.

Por supuesto, si la opción a) es la correcta, hay poco para discutir. En ese caso, tales Libros no han servido para nada, excepto para restringir la libertad y el libre-pensamiento de los seres humanos. Personalmente, no creo que esto sea completamente correcto, pero es cierto que algunas de las llamadas escrituras sagradas han sido utilizadas de esa forma. Los textos apocalípticos, por ejemplo, se han empleado como medio de coerción y para infundir temor en las masas. Pero no juzguemos el todo por la parte; tanto en la Biblia como en el Corán y  el Avesta se encuentran joyas literarias cuyo valor no puede reducirse a  un  mero instrumento de dominación.

Examinemos la opción b). Concedamos por un momento que la inspiración sea algo real y existente, y aceptemos el término “divino” en la forma más amplia posible, para no encerrarnos en infantiles concepciones antropomórficas de la deidad. El tema es que, aun cuando aceptemos la realidad de la inspiración divina (preferiría utilizar otro término, pero “inspiración cósmica” tampoco me resulta enteramente aceptable) debemos reconocer que  tal inspiración es canalizada por un ser humano perteneciente a un tiempo y a una sociedad determinadas.

Por ejemplo, tomemos la narración bíblica del sacrificio que Abraham estuvo a punto de realizar de su hijo Isaac. Quizás pudiera encontrarse algún significado en tal narración, significado que personalmente yo nunca encontré. Pero asumamos que tal significado simbólico existe.

El problema es que la narración fue escrita cuando aún había sacrificios humanos entre los hebreos. Si el desconocido autor de la narración fue inspirado, aun cuando aceptemos tal hecho, lo fue en un tiempo y lugar completamente diferentes al tiempo presente, y en los   que se manejaban concepciones de la ética y la moral totalmente distintas a las actuales.  Creo que a cualquier buen padre actual el hecho de ver a Abraham aceptando sacrificar a su querido hijo Isaac por orden de Jehová sólo le causará repulsión, y no  podrá  derivar ninguna lección edificante de tal narración. Y la lectura de Jehová instando a Abraham a sacrificar a Isaac como una muestra de obediencia, difícilmente puede hoy inspirar sentimientos de piedad y religión, sino más bien de disgusto hacia el comportamiento tiránico del dios del Antiguo Testamento.

Existe otro factor a considerar. Los Libros considerados “Sagrados” son, en realidad, compilaciones de libros. Esas compilaciones  fueron hechas por  cuerpos sacerdotales  que, en numerosas oportunidades, atendían razones no sólo religiosas o teológicas, sino también políticas. La misma Biblia contiene muchas referencias a Libros que, como el Libro de Enoch, no figuran oficialmente en el propio canon bíblico. Lo mismo puede decirse de la forma en que se eligieron los cuatro textos que hoy conocemos como Los Cuatro  Evangelios. ¿Por qué fueron rechazados los Evangelios Apócrifos?

Y podemos agregar un punto más. Si comparamos, por ejemplo, la Biblia y el Corán veremos que ambos Libros, en algunos de sus capítulos, narran el mismo hecho. Pero lo narran de diferente forma. Para la Biblia, Jesús murió en la cruz, para el islamismo puede haber distintas interpretaciones, pero la gran mayoría coincide en que, según el Corán, el profeta llamado Jesús no murió en la cruz.

¿Cuál de los dos tienen razón? ¿Es uno verdadero y el otro falso? ¿Es uno más “Sagrado” que el otro? O, y yo me inclinaría por esta alternativa, ¿no pueden  ambos  estar equivocados?

Por estas razones y muchas otras, concluyo que los Libros llamados “Sagrados”, si se los considera como escritos divinamente inspirados, para la humanidad de hoy  carecen  de valor.

Nos falta considerar la última opción. Los Libros Sagrados, de cualquier forma que se los considere, son indiscutiblemente obras humanas.  Ya sea por invención, por  interpretación de una idea inspirada o por selección arbitraria o intencionada de sus contenidos, todos los Libros Sagrados llevan la impronta de la mano humana. Y con ella toda la dualidad, toda la luz y toda la sombra que siempre ha caracterizado a nuestra especie.

¿Entonces los Libros Sagrados no tienen ninguna utilidad? No estoy implicando esto. Si vemos los Libros Sagrados como la crónica de un pueblo “elegido”, como el compendio de las órdenes de un dios vengativo, como una cosmología infantil o como la justificación de las imposturas de una casta sacerdotal, entonces realmente no tienen utilidad alguna y, por   el contrario, pueden ser muy destructivos. Considero que los Libros Sagrados se vuelven útiles y valiosos, en el sentido iniciático de estos términos,  cuando  dejamos  de considerarlos “Sagrados”.


CÓMO ACERCARSE A LOS LIBROS “SAGRADOS”

 

Desde mi punto de vista (que es enteramente personal) los Libros denominados “Sagrados” pueden ser de utilidad en el trabajo iniciático cuando nos acercamos a  ellos  en  forma crítica. No tiene valor alguno, masónicamente hablando, inclinarse ante palabras supuestamente pronunciadas por enviados divinos, llámense Cristo, Mahoma, Zoroastro o quien fuera. Pero sí es valioso estudiarlos como proyecciones de arquetipos.

En realidad, en cualquier libro pueden verse proyectados los arquetipos predominantes en   su autor. Pero libros como la Biblia, el Corán o el Avesta fueron escritos en épocas especialmente conflictivas, y tuvieron gran importancia en la vida de los pueblos que los veneraron. En tales situaciones el inconsciente colectivo está especialmente activo, y las proyecciones son numerosas.

Por ejemplo, la época inicial del cristianismo fue un período de extrema convulsión en el Imperio Romano y en el Cercano Oriente. Luchas políticas, guerras, disputas religiosas, supuestos mesías que aparecían día tras día, conformaron una combinación particularmente explosiva. Lo que se haya escrito en o cerca de esos momentos  lleva la impronta de la  crisis, y es una suerte de plancha de trazar en la que los seres humanos, individual y colectivamente, proyectaron los arquetipos activados de su inconsciente.

Por lo tanto, y repito que es desde mi punto de vista personal, el acercamiento iniciático a  los Libros denominados “Sagrados” es valioso en tanto estos Libros exponen la interioridad profunda de los seres humanos, y exhiben, por lo tanto, al mismo tiempo la maravilla y la locura que viven en el alma humana.

REGRESANDO AL LIBRO MASÓNICO

 

Lo antedicho me permite efectuar una reflexión final sobre el simbolismo del Libro que se encuentra en el Altar masónico, bajo la escuadra y el compás. En otro lugar escribí que tal Libro no debería ser la Biblia ni ningún texto correspondiente a una religión determinada, sino un Libro con los símbolos masónicos básicos y los principios fundamentales de la arquitectura, disciplina en la que se apoya toda la simbología masónica. Un libro con esas características sería “Sagrado” por la misma razón que la expresada anteriormente, sólo que en este caso los arquetipos proyectados serían aquellos que corresponden a la egrégora masónica.

Por supuesto, hay partes y fragmentos de los Libros Sagrados de las distintas religiones que son masónicamente valiosos, y podrían integrar ese Libro de símbolos al que me estoy refiriendo. Por ejemplo, el prólogo del Evangelio de San Juan, con su declaración relativa    al Verbo, la Palabra. Pero no el Evangelio de Juan completo, porque después del prólogo  nos encontramos con un texto bello, pero totalmente religioso y desprovisto del contenido esotérico que algunas veces se le quiere otorgar. Y lo mismo podría decirse de algunos párrafos de otros Libros.

En síntesis, creo que alguna vez la Masonería debe pensarse no desde la religión, no desde   la teosofía, no desde tal o cual corriente de pensamiento, sino desde la Masonería. Sólo de esa manera el término “Sagrado” tendrá un significado iniciático, en lugar de ser una mera proyección masónica del sentimiento religioso.




El Secretario de Logia desde un punto de vista iniciático - Por Jorge Norberto Cornejo


El Secretario de Logia desde un punto de vista iniciático

Por
Jorge Norberto Cornejo





INTRODUCCIÓN
“Toma la pluma para escribir como si fuera la lanza de un guerrero”
Abraham Abulafia


Queridos Hermanos:

En esta oportunidad deseo referirme a un Oficial de la Logia por todos conocido: el Secretario.

Se han escrito numerosos trabajos, algunos de elevada calidad, enumerando los deberes y funciones que competen al Secretario de una Logia, y se ha analizado ampliamente la relación que guarda su posición en la misma desde el punto de vista de la Cábala, de las asociaciones planetarias, etc. Aquí, sin embargo, voy a encarar el tema desde un punto de vista diferente, continuación de la plancha titulada “Sobre el Verbo” que escribí en otra oportunidad.

Por otra parte, así como se han escrito innumerables planchas referidas al rol del Secretario de Logia, lo mismo puede decirse, y aún con mayor certeza, respecto del significado de la palabra “Logia”. En el presente trabajo  me interesa la relación, bastante obvia, de Logia   con “Logos”. Tal relación no necesariamente es etimológicamente correcta, pero sí lo es desde el punto de vista del significado que tanto de Logia como de Logos se ha construido con el paso del tiempo.

Es difícil definir con precisión que entendemos exactamente por “Logos”. El Logos, dentro del contexto de este trabajo, es el Verbo, pero entonces nos encontramos con la dificultad de dar una definición precisa del Verbo, de la Palabra, esotéricamente considerada.

El Verbo, el Logos, es algo que se busca en una Logia. Es algo que, de conocerse plenamente, le daría sentido a todos los actos rituales que se practican en la Logia y, al mismo tiempo, le daría sentido completo a la vida humana, y haría que todos los actos que realizamos cotidianamente fuesen actos rituales, fuesen movimientos de una danza ritual rítmicamente armoniosa. Si el Verbo fuera plenamente conocido y comprendido, los actos rituales practicados en la Logia serían los arquetipos de los actos rituales constantemente practicados en la vida misma.

En forma equivalente, cuando el Verbo, cuando la Palabra, se pierde o se olvida, los actos, sean de un individuo, de una Logia o de una institución cualquiera, pierden sentido. La “pérdida de la Palabra”, por lo tanto, es algo que ocurre casi cotidianamente, es la muerte repetida de Hiram, asesinado por el olvido, por la ignorancia o por el desinterés.

Ahora bien, aun cuando no podamos definir con precisión absoluta de qué se trata el Logos, el Verbo (pues si pudiésemos realizar tal definición estaríamos en posesión del Verbo, habríamos alcanzado completamente el conocimiento de la Palabra Perdida, y nadie puede humanamente arrogarse tal logro), lo cierto es que el Verbo, el Logos, tiene al menos relación con dos factores: con la palabra (Verbo) y con el conocimiento (Logos). Ambos factores están íntimamente relacionados, dado que la palabra es vehículo de conocimiento.

Ahora bien, la palabra, el lenguaje, puede ser oral o escrita. Ambas formas de la palabra se desarrollan en una Logia. En la Logia se habla (y la forma de tomar la palabra está ritualmente establecida) y también se escribe, y aquí es donde entra en escena el Secretario.

Si vamos a tratar el rol del Secretario de Logia desde un punto de vista iniciático, debemos entonces considerar al Secretario como aquel cuyo deber  es fijar el Verbo por escrito, por  lo que el Secretario es el escriba de la Logia.

EL SECRETARIO

La ubicación de los Oficiales dentro del Templo masónico varía según los distintos Ritos y Rituales, pero es frecuente que el Secretario se siente exactamente (o casi) enfrente del Orador. Es decir, la palabra escrita (el Secretario) se muestra como el opuesto complementario de la palabra hablada (el Orador). Podemos pensar que el Venerable Maestro representa un estadio superior tanto a la palabra escrita como a la palabra hablada, estadio que podría ser el símbolo en sí mismo. Maestro, Secretario y Orador, desde este punto de vista, expresan el carácter ternario, tríplice, del Verbo, en toda su plenitud.

Pero aquí nos interesa el Secretario. Y para hallar su dimensión iniciática, hemos de recurrir a la mitología, y específicamente a los mitos sobre la invención de la escritura.

Por ejemplo, en los mitos sumerios, la diosa Nisaba[1] recibe del dios soberano Enki la potestad sobre la escritura y la función de escriba:

“La santa Nisaba recibió la regla de medir y conservar la vara del lapislázuli; es ella la  que proclama las grandes reglas, la que fija las fronteras, la que va marcando los límites. Ahora es la escriba del país.”

Con relación a esto, recordemos que en numerosos rituales el Secretario es el encargado de sostener la regla de 24 pulgadas. El Secretario, el escriba de la Logia, por lo tanto, cumple una importante función para marcar sus límites, sus landmarks.

En uno de los mitos babilónicos se habla de Nabu, el hijo del dios Marduk. Nabu fue el    dios de los escribas, siendo su apelativo el de Señor del Cálamo. Una inscripción en una estatua de Nabu dice (en todas las citas los resaltados son nuestros):

“Nabu, el muy alto, el sabio, el poderoso, el héroe…cuya palabra es primordial,  el  maestro de las ciencias, que vigila la totalidad del cielo y de la tierra, aquel que sabe todo, que entiende todo, que posee el cálamo del escriba…el Señor de los señores, cuya potencia es sin igual, el compasivo, el misericordioso.”

Asurbanipal le dedica su biblioteca diciendo:

“Sujeta la tablilla de arcilla y el cálamo de los destinos, él prolonga los días…”

Si se cumpliera con todos los detalles ritualísticos, el Secretario siempre tendría sobre su escritorio un cálamo de escribir, o eventualmente una pluma de escribir antigua. Con ellos, simbólicamente, escribe sobre la tablilla (la plancha de trazar) en la que traza las Actas de cada reunión de la Logia. Si relacionamos esto con el relato mitológico precedente, vemos que el simple acto de escribir el Acta de una reunión de Logia es en realidad un símbolo cosmológico, en el que se reproduce, microcósmicamente, la inscripción de la Palabra Primordial sobre la plancha de trazar del Universo, es decir, el acto macrocósmico de la emanación.

En la mitología egipcia era Thot, el escriba de los dioses, quien creaba el Cosmos a través   de su Verbo. En Thot, por lo tanto, se fusionan los atributos tanto del Secretario como del Orador, la palabra escrita y la palabra hablada[2].

Como Thot es el dios del conocimiento, él crea la escritura, con el propósito de difundir tal conocimiento. La función del escriba, del Secretario, es entonces sagrada, es un “nodo” en la circulación universal del conocimiento, de la sabiduría.

REFLEXIONES FINALES

Existe por lo tanto un conjunto de símbolos que el Secretario podría tener sobre  su  escritorio y que expresan el simbolismo iniciático de su Oficio: el cálamo, la regla, la plancha de trazar. Un Oficio que no es totalmente “administrativo”, sino un Oficio que es,  en sí mismo, un símbolo.

Y, dentro del Rito Escocés, el grado de Secretario Íntimo podría servir para resaltar el simbolismo esotérico del Secretario de la Logia. Este grado, sexto del Rito referido, es poco practicado, pero en realidad presenta un simbolismo muy interesante, sobre todo en el plano psicológico.



De acuerdo con la Leyenda que es el núcleo de ese grado, Johaben se transforma en el Secretario Íntimo de una nueva alianza establecida entre los dos reyes: Salomón, Rey de Israel e Hiram II, Rey de Tiro. La alianza original entre ambos se había roto  porque Salomón no había cumplido con su palabra, consistente en ceder a Hiram de Tiro veinte ciudades a cambio de los materiales y obreros que este último le había facilitado.

Cuando la palabra no se cumple, la alianza deja de representar la Verdad, y entonces la Palabra Verdadera se pierde. Johaben, el Secretario Íntimo, recompone la  Alianza  mediante el acto de ser testigo de la misma, y se supone que ahora la palabra empeñada será cumplida. En el grado, entonces, se alcanza una recuperación (parcial) de la  Palabra  Perdida.

El Secretario de una Logia, por lo tanto, y en analogía con el Secretario Íntimo, es el testigo de las palabras pronunciadas en la Logia, palabras que pueden ser verdaderas o  falsas, y  que pueden establecer alianzas o romperlas. En el primero caso, que obviamente es el deseado y esperable, el Verbo, las palabras pronunciadas en Logia, establecen sobre  el  plano real y concreto, la fraternidad.

En síntesis, cuando el Verbo pronunciado en Logia expresa la Verdad, el Secretario se transforma en el testigo de la fraternidad.





[1] Originalmente una diosa del grano y de los juncos que sirven para fabricar el cálamo.
[2] Alguna vez leí que el Oficio de Orador fue creado por los Masones franceses para compensar la dificultad que tenían los Maestros de las Logias para formular discursos oralmente. Lamentablemente, comentarios como ese sólo demuestran con qué escasa profundidad se analizan los usos y costumbres masónicas. El Oficio del Orador, al igual que el de Secretario, es la expresión de una necesidad arquetípica, de la dialéctica propia del Verbo tal como éste es manifestado en una Logia.

Friday, June 28, 2019

La Espada en el Rito Escocés Rectificado | R.E.R. - Ramón Martí Blanco


La Espada en el Rito Escocés Rectificado | R.E.R.




Espada Ritual Oficial | R.E.R


Estilo Treboleada



Ramón Martí Blanco




Una de las cosas que llama la atención al profano que desea iniciarse en el Rito Escocés Rectificado es la indumentaria que debe adquirir para entrar en la Orden. Algo imprescindible desde el comienzo es la espada. No es de extrañar que desde la Iniciación hasta los últimos grados sus miembros portemos al cinto la espada, pues el Régimen Escocés Rectificado es un sistema masónico y caballeresco de tradición cristiana. Uno de los distintivos del caballero es su espada. En esta plancha quisiera reflexionar sobre el simbolismo de la espada para nosotros masones y caballeros cristianos. Oigamos un notable testimonio que nos llega desde la Edad Media de la pluma de un gran pensador y místico hispano nacido en Mallorca y que entre sus numerosas obras nos ha legado su Libro de la Orden de Caballería, me refiero a Ramon Llull. En este libro sobre la caballería cristiana, Llull afirma:

“Todo lo que viste el sacerdote para cantar la misa tiene algún significado que conviene con su oficio. Y como oficio de clérigo y oficio de caballero convienen entre sí, por eso la orden de caballería requiere que todo lo que necesita el caballero para cumplir con su oficio tenga algún significado que signifique la nobleza de la orden de caballería. Al caballero se le da espada, que está hecha a semejanza de cruz, para significar que así como Nuestro Señor Jesucristo venció en la cruz a la muerte en la que habíamos caído por el pecado de nuestro padre Adán, así el caballero debe vencer y destruir a los enemigos de la cruz con la espada. Y como la espada tiene doble filo, y la caballería está para mantener la justicia, y la justicia es dar a cada uno su derecho, por eso la espada del caballero significa que el caballero debe mantener con la espada la caballería y la justicia.”

Libro del orden de caballería

Vemos pues, siguiendo a Llull, que la espada “está hecha a semejanza de cruz” y con ella el caballero debe vencer a los enemigos de la cruz a imitación de Cristo que venció en ella la muerte en la que habíamos caído todos por la desobediencia de Adán. Y del mismo modo, la espada del caballero significa, el deber que tiene éste de defender la caballería y la justicia.

Pero, ¿cuáles son los enemigos de la cruz que debemos vencer con la espada? Está claro que la espada que portamos actualmente es de carácter ritual y meramente simbólico, muy al contrario del uso al que era destinada en la Edad Media y en siglos posteriores hasta muy recientemente.

Los enemigos de la cruz son todos aquellos actos del hombre que vienen a impedir que se levante de la caída y del estado de postración en el que se encuentra. Son aquellas tinieblas que no reciben y detestan la Luz, como leemos en el Prólogo de San Juan. Soy yo mismo cuando me dejo arrastrar por las pasiones y las obras que ensombrecen mi imagen y semejanza con el Creador.

La espada simboliza esa lucha interior consigo mismo que el masón rectificado debe emprender a diario, con constancia y sin descanso. Como nos recuerda la Regla Masónica:

“Desciende a menudo hasta el fondo de tu corazón, para escudriñar en él hasta los rincones más escondidos. El conocimiento de ti mismo es el gran eje de los preceptos masónicos. Tu alma es la piedra bruta que es necesario desbastar: ofrece a la Divinidad el homenaje de tus sentimientos ordenados, y de tus pasiones vencidas.”

Y más adelante nos recuerda la misma Regla:

“que tu alma sea pura, recta, veraz y humilde. El orgullo es el enemigo más peligroso del hombre…”

Allí en el corazón es dónde debemos dar la batalla a las pasiones desordenadas para vencerlas. Nuestra espada simboliza esto en primer lugar. Es una guerra “santa” no como la entiende el mundo profano, sino “santa” porque es espiritual y mística, y sus armas son armas de la luz otorgadas por la Ley de la Gracia, como nos recuerda el Apóstol Pablo:

“Porque no estamos luchando contra hombres de carne y hueso, sino contra las potencias invisibles que dominan en este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal habitantes de un mundo supraterreno. Por eso es preciso que empuñéis las armas que Dios os proporciona, a fin de que podáis manteneros firmes en el momento crítico y superar todas las dificultades sin ceder un palmo de terreno. Estad pues, listos para el combate: ceñida con la verdad vuestra cintura, protegido vuestro pecho con la coraza de la rectitud y calzados vuestros pies con el celo por anunciar el mensaje de la paz. Tened siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se estrellen todas las flechas incendiarias del maligno. Como casco, usad el de la salvación, y como espada, la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios.”
2 Efesios 6, 12-17

Aquí está el fundamento y el sentido de la caballería cristiana en su más hondo sentido espiritual. En él la espada, nos dice el Apóstol, es la Palabra de Dios. Esto se describe en el Beato de Liébana, códice de Fernando I y doña Sancha, donde se representa un jinete, montando un caballo blanco de cuya boca sale una espada de doble filo, citando al Apocalipsis de San Juan, que dice:

“Vi luego el cielo abierto y un caballo blanco, cuyo jinete, llamado “Fiel” y“Veraz”, había comenzado ya a juzgar y a combatir en aras de la justicia. Sus ojos eran como llamas de fuego; múltiples diademas ceñían su cabeza; llevaba un nombre escrito, que sólo él era capaz de descifrar; vestía un manto empapado en sangre, y su nombre era “Palabra de Dios”. Cubierto de finísimo lino resplandeciente de blancura, los ejércitos del cielo galopaban tras sus huellas sobre blancos caballos. Una espada afilada salía de su boca…”
3 Apocalipsis 19, 11-15

¿No nos recuerda este texto las vestiduras de ciertos caballeros que unían en sí admirablemente la caballería y el monacato cristiano?

Siguiendo el discurso sobre el simbolismo de la espada, vemos que está relacionada con la Justicia y la Palabra divinas. Son éstas las que deben “herir” el corazón hasta el fondo para purificarlo como el oro en el crisol, disipando en él toda tiniebla de error y falsedad, haciendo brillar el sol de toda virtud. En la Palabra reside nuestra fuerza. No podría ser de otra forma. A su uso como signo exterior de nuestro dominio sobre la naturaleza nos exhorta la Regla Masónica:

“Sírvete del don sublime de la palabra, signo exterior de tu dominio sobre la naturaleza, para salir al paso de las necesidades del prójimo, y para encender en todos los corazones el fuego sagrado de la virtud”

La Palabra se convierte entonces en una espada flamígera, ígnea, de doble filo, que penetra hasta lo más profundo inflamando nuestro ser con el Espíritu del Logos. Restaura y desvela al mismo tiempo. Nos pone frente a nuestra propia verdad y a nuestro Yo más íntimos, y por otro recrea nuestro corazón asemejándolo al del Yo divino. El texto de la Carta a los Hebreos es muy revelador:

“Fuente de vida y de eficacia es la Palabra de Dios; más cortante que espada de dos filos, y penetrante hasta el punto de dividir lo que el hombre tiene de más íntimo, de llegar hasta los más secretos pensamientos e intenciones.”
5 Hebreos 4, 12

La espada es efectivamente también un símbolo axial, significando axial = central, el axis mundi, o eje del mundo, la espada, pues, viene así a simbolizar la fuerza de la Fe en la palabra de la Verdad, sin la cual, la Ley sola no sabría conducir al Masón a la verdadera Luz.

Recapitulemos lo hasta aquí expresado brevemente. En la tradición cristiana occidental la espada simboliza el poder y la fuerza, e históricamente se ha reservado como arma propia del guerrero, del caballero, como defensor de las fuerzas del Bien, representadas en el soberano legítimo y en la santa religión cristiana. Como símbolo dual, espada de doble filo, es capaz de quitar la vida pero también de proveer la energía regeneradora que destruye las tinieblas del error y la ignorancia para que a través de la Palabra que sale de la boca de Dios, establecer la paz y la justicia, de ahí su hondo sentido espiritual y de purificación del corazón. La dualidad se hace presente en la espada como símbolo de este Verbo o Palabra divina, con su doble poder creador y destructor, según la tradición cristiana y que hemos testimoniado con el texto del Apocalipsis de San Juan.

El doble filo simboliza el bien o el mal del que es capaz aquel que empuña la espada, dependerá de su corazón el usarla en uno u otro sentido, por eso la espada como arma de luz desvela lo que oculta el corazón. Como símbolo de la Justicia, significando la equidad, el equilibrio y la armonía entre los contrarios, la espada indica el justo medio entre los extremos de las pasiones desordenadas. “In medio virtus”, en la expresión latina que emula el clásico enunciado de Aristóteles: “La virtud se halla en el centro”.

Es el sentido axial de la espada que hemos dicho antes como eje del mundo. Cuando nuestro corazón está en armonía con la Palabra hemos alcanzado el centro y todo en él está ordenado a su fin y restaurado en su plan original.

La espada para el Masón rectificado, como para el caballero cristiano, es signo del combate espiritual que debe enfrentar cada día y a lo largo de toda su vida. Un combate espiritual, una lucha interior, en la que se debe enfrentar con peligros innumerables que brotan de su propio ego y que la tradición cristiana expresa como tríada de enemigos a vencer: “Mundo, Demonio y Carne”.

Es decir, el peligro de las vanas glorias humanas, riquezas, honores, poder, prestigio, dominio, placer, etc…, siempre tentadoras como cantos de sirena; el peligro cierto de las fuerzas del Mal y las Tinieblas, del bajo astral en otra terminología, al que muchos sucumben seducidos por extrañas doctrinas; y el peligro de nuestro propio Yo y de la soberbia de querer ocupar el lugar de Dios, invalidando su Palabra “Fiel y Veraz”.

Es la triple tentación que sufrió Cristo en el desierto y de la que salió vencedor con la sola fuerza de la Palabra de Dios. Esa y no otra, debe ser la fuerza del que empuña simbólicamente la espada en nuestra Orden.

Sin querer agotar y extenderme por otros simbolismos de la espada recogidos en otras tradiciones no cristianas y en el complejo mundo de lo esotérico, quisiera añadir el gesto, por todos conocidos, del rito de armar a los nuevos caballeros, me refiero al momento de dar el golpe con la hoja plana de la espada en los hombros del candidato, y que la literatura caballeresca y el cine han difundido ampliamente.

La espada aquí tiene entonces, como en la Alquimia, en la Gran Obra, un sentido de purificación a través del Fuego Filosófico y del Agua de Vida. El caballero es consagrado por otro caballero que le comunica la Luz a modo de nuevo nacimiento, de bautismo simbólico, por la fuerza del Espíritu de la Palabra divina. Es símbolo del “hieros logos” pitagórico como potencia del Verbo Creador.

También decir que para que el acero de la espada tenga utilidad y no se quiebre al golpear, debe estar templado, al igual que todo iniciado en su búsqueda debe lograr este temple. Templar significa tomar conciencia de su propia esencia, de quienes somos imagen y semejanza, de dónde hemos sido arrojados y cuál es nuestro sublime destino.

Cuando logramos alcanzar esta realización interior, este pulir y trabajar la piedra bruta que somos cada uno de nosotros para que sea útil a la construcción del templo que elevamos junto a los Hermanos, es cuando alcanzamos ese equilibrio que simboliza la espada con la Justicia divina que es el mismo, y no otro, que simboliza la cruz para el cristiano, elevada como estandarte entre el cielo y la tierra, entre Oriente y Occidente, y que se ha convertido para siempre en el eje del mundo, y en el centro de todo centro. El cual pende de ella como el fruto más excelente de la Humanidad reintegrada: el Verbo Encarnado, Jesucristo.


Valles de Barcelona, España, el 27 de Febrero de 2015