SOBRE EL SIMBOLISMO DEL LIBRO Y LOS LIBROS “SAGRADOS”
Jorge Norberto Cornejo
INTRODUCCIÓN
Buscar una respuesta a la pregunta sobre si los Libros
Sagrados han resultado valiosos para la humanidad implica, en mi opinión,
dividir el problema en dos aspectos:
a) El simbolismo del Libro en sí mismo
b) La problemática de los Libros
considerados “sagrados”
Ambos se vinculan con las discusiones eternas que se
han dado sobre si corresponde o no que el Volumen de la Ley Sagrada colocado en
la Logia sea la Biblia, y aun aceptando la Biblia si se trata del Antiguo
Testamento, del Nuevo o de ambos.
En este trabajo intentaré despojar la cuestión de sus
connotaciones religiosas, y efectuar una aproximación exclusivamente masónica.
EL
SIMBOLISMO DEL LIBRO
« La filosofía está escrita en ese grandísimo libro [de la naturaleza]
que continuamente está abierto a los ojos (me refiero al universo), pero no se
puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, y conocer los caracteres en los que está escrito.
Este libro está escrito en lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos, y otras figuras
geométricas, sin las cuales es imposible entender
ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto.»
Galileo Galilei
El Libro, como objeto material, independientemente de
su calificación como “Sagrado”, es un profundo símbolo esotérico.
Se ha dicho que el Libro es el símbolo de la ciencia y
de la sabiduría, pero ello es una interpretación más cercana a lo exotérico.
Masónicamente, al igual que cabalísticamente, el Libro representa el Universo
mismo, cuyos «ladrillos de construcción» son letras y palabras1. El Universo es visto
como un gran lenguaje, que el ser humano debe aprender, para finalmente
comprender, página por página, el gran Libro de la Naturaleza.
El Libro cerrado representa, en alquimia, la materia
primordial en estado virginal; mientras que abierto es la materia fecundada, la
Obra concluida.
El Libro cerrado conserva su secreto; abierto ofrece
su sabiduría. Una vida que comienza es un Libro que se abre, cuando la vida
concluye es un Libro que se cierra.
Por otra parte, en Masonería, el Libro representa
también la Tradición y, más específicamente, la Tradición de los Constructores.
Por ello aparece abierto en la joya del Orador, Oficial entre cuyas funciones
figura la preservación de la tradición
referida.En dicho Libro está
inscripta la Ley, pero no la Ley profana o los códigos vulgares de jurisprudencia,
sino el Dharma, la Ley natural
impersonal que sostiene el orden en el Universo.
El Libro es el resultado concreto de la inscripción de
la Palabra Primordial sobre la plancha de trazar del Universo, es decir, del
acto macrocósmico de la emanación.
El Libro es, entonces, el receptáculo y el continente
de la Palabra, que fija y preserva.
Con gran sabiduría,
MirceaEliade afirmó que “sumergirse en el
estudio de un Libro es en sí mismo un acto iniciático”.
Por todo esto, y mucho más que podría agregarse, la
presencia central de un Libro en la Logia es fundamental. Sin embargo, la
pregunta que convocó este trabajo respondía a una problemática diferente,
aquella relativa acerca de si los Libros “Sagrados” históricamente empleados
por las distintas religiones han sido realmente útiles a la humanidad o no.
LOS
LIBROS SAGRADOS
En primer lugar, aclaro que en lo que sigue refiero a
una categoría específica de Libros considerados Sagrados, categoría en la que
se incluyen la Biblia (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, en sus
distintas variantes católica, protestante, judía, etc.), el Corán y el Avesta.
Existen otros Libros que podrían considerarse Sagrados, pero en algunos casos
las dificultades de traducción tornan casi imposible una comprensión exacta del
significado original del texto (Tao-Te-King), en otros forman parte de religiones
extintas (El Libro de la Salida a la
Luz del Día egipcio) y en otros son compilaciones de discursos del fundador o
fundadores de la religión, junto a prescripciones rituales y normativas más
próximas a lo filosófico que a lo propiamente religioso (las escrituras budistas).
Limitándonos, entonces, a los Libros referidos, se nos
presentan aquí tres opciones:
a) Los Libros “Sagrados” son
invenciones de sus creadores, no son inspirados y su función es asegurar el
dominio de las masas por parte de una religión
determinada.
b) Los Libros “Sagrados” son
escrituras divinamente inspiradas.
c) Los Libros “Sagrados” son
obras humanas, pero expresan arquetipos del
inconsciente colectivo.
Por supuesto, si la opción a) es la correcta, hay poco
para discutir. En ese caso, tales Libros no han servido para nada, excepto para
restringir la libertad y el libre-pensamiento de los seres humanos.
Personalmente, no creo que esto sea completamente correcto, pero es cierto que
algunas de las llamadas escrituras sagradas han sido utilizadas de esa forma.
Los textos apocalípticos, por ejemplo, se han empleado como medio de coerción y
para infundir temor en las masas. Pero no juzguemos el todo por la parte; tanto
en la Biblia como en el Corán y el
Avesta se encuentran joyas literarias cuyo valor no puede reducirse a un
mero instrumento de dominación.
Examinemos la opción b). Concedamos por un momento que
la inspiración sea algo real y existente, y aceptemos el término “divino” en la
forma más amplia posible, para no encerrarnos en infantiles concepciones
antropomórficas de la deidad. El tema es que, aun cuando aceptemos la realidad
de la inspiración divina (preferiría utilizar otro término, pero “inspiración
cósmica” tampoco me resulta enteramente aceptable) debemos reconocer que tal inspiración es canalizada por un ser
humano perteneciente a un tiempo y a una sociedad determinadas.
Por ejemplo, tomemos la narración bíblica del sacrificio
que Abraham estuvo a punto de realizar de su hijo Isaac. Quizás pudiera
encontrarse algún significado en tal narración, significado que personalmente
yo nunca encontré. Pero asumamos que tal significado simbólico existe.
El problema es que la narración fue escrita cuando aún
había sacrificios humanos entre los hebreos. Si el desconocido autor de la
narración fue inspirado, aun cuando aceptemos tal hecho, lo fue en un tiempo y
lugar completamente diferentes al tiempo presente, y en los que se manejaban concepciones de la ética y
la moral totalmente distintas a las actuales.
Creo que a cualquier buen padre actual el hecho de ver a Abraham
aceptando sacrificar a su querido hijo Isaac por orden de Jehová sólo le
causará repulsión, y no podrá derivar ninguna lección edificante de tal
narración. Y la lectura de Jehová instando a Abraham a sacrificar a Isaac como
una muestra de obediencia, difícilmente puede hoy inspirar sentimientos de
piedad y religión, sino más bien de disgusto hacia el comportamiento tiránico
del dios del Antiguo Testamento.
Existe otro factor a considerar. Los Libros
considerados “Sagrados” son, en realidad, compilaciones de libros. Esas
compilaciones fueron hechas por cuerpos sacerdotales que, en numerosas oportunidades, atendían
razones no sólo religiosas o teológicas, sino también políticas. La misma
Biblia contiene muchas referencias a Libros que, como el Libro de Enoch, no
figuran oficialmente en el propio canon bíblico. Lo mismo puede decirse de la
forma en que se eligieron los cuatro textos que hoy conocemos como Los
Cuatro Evangelios. ¿Por qué fueron
rechazados los Evangelios Apócrifos?
Y podemos agregar un punto más. Si comparamos, por
ejemplo, la Biblia y el Corán veremos que ambos Libros, en algunos de sus
capítulos, narran el mismo hecho. Pero lo narran de diferente forma. Para la
Biblia, Jesús murió en la cruz, para el islamismo puede haber distintas
interpretaciones, pero la gran mayoría coincide en que, según el Corán, el
profeta llamado Jesús no murió en la cruz.
¿Cuál de los dos tienen razón? ¿Es uno verdadero y el
otro falso? ¿Es uno más “Sagrado” que el otro? O, y yo me inclinaría por esta
alternativa, ¿no pueden ambos estar equivocados?
Por estas razones y muchas otras, concluyo que los
Libros llamados “Sagrados”, si se los considera como escritos divinamente
inspirados, para la humanidad de hoy
carecen de valor.
Nos falta considerar la última opción. Los Libros
Sagrados, de cualquier forma que se los considere, son indiscutiblemente obras
humanas. Ya sea por invención, por interpretación de una idea inspirada o por
selección arbitraria o intencionada de sus contenidos, todos los Libros
Sagrados llevan la impronta de la mano humana. Y con ella toda la dualidad,
toda la luz y toda la sombra que siempre ha caracterizado a nuestra especie.
¿Entonces los Libros Sagrados no tienen ninguna
utilidad? No estoy implicando esto. Si vemos los Libros Sagrados como la
crónica de un pueblo “elegido”, como el compendio de las órdenes de un dios
vengativo, como una cosmología infantil o como la justificación de las
imposturas de una casta sacerdotal, entonces realmente no tienen utilidad
alguna y, por el contrario, pueden ser
muy destructivos. Considero que los Libros Sagrados se vuelven útiles y
valiosos, en el sentido iniciático de estos términos, cuando
dejamos de considerarlos “Sagrados”.
CÓMO
ACERCARSE A LOS LIBROS “SAGRADOS”
Desde mi punto de vista (que es enteramente personal)
los Libros denominados “Sagrados” pueden ser de utilidad en el trabajo
iniciático cuando nos acercamos a
ellos en forma crítica. No tiene valor alguno,
masónicamente hablando, inclinarse ante palabras supuestamente pronunciadas por
enviados divinos, llámense Cristo, Mahoma, Zoroastro o quien fuera. Pero sí es
valioso estudiarlos como proyecciones de arquetipos.
En realidad, en cualquier libro pueden verse
proyectados los arquetipos predominantes en
su autor. Pero libros como la Biblia, el Corán o el Avesta fueron
escritos en épocas especialmente conflictivas, y tuvieron gran importancia en
la vida de los pueblos que los veneraron. En tales situaciones el inconsciente
colectivo está especialmente activo, y las proyecciones son numerosas.
Por ejemplo, la época inicial del cristianismo fue un
período de extrema convulsión en el Imperio Romano y en el Cercano Oriente.
Luchas políticas, guerras, disputas religiosas, supuestos mesías que aparecían
día tras día, conformaron una combinación particularmente explosiva. Lo que se
haya escrito en o cerca de esos momentos
lleva la impronta de la crisis, y
es una suerte de plancha de trazar en la que los seres humanos, individual y
colectivamente, proyectaron los arquetipos activados de su inconsciente.
Por lo tanto, y repito que es desde mi punto de vista
personal, el acercamiento iniciático a
los Libros denominados “Sagrados” es valioso en tanto estos Libros
exponen la interioridad profunda de los seres humanos, y exhiben, por lo tanto,
al mismo tiempo la maravilla y la locura que viven en el alma humana.
REGRESANDO
AL LIBRO MASÓNICO
Lo antedicho me permite efectuar una reflexión final
sobre el simbolismo del Libro que se encuentra en el Altar masónico, bajo la
escuadra y el compás. En otro lugar escribí que tal Libro no debería ser la
Biblia ni ningún texto correspondiente a una religión determinada, sino un
Libro con los símbolos masónicos básicos y los principios fundamentales de la
arquitectura, disciplina en la que se apoya toda la simbología masónica. Un
libro con esas características sería “Sagrado” por la misma razón que la expresada
anteriormente, sólo que en este caso los arquetipos proyectados serían aquellos
que corresponden a la egrégora masónica.
Por supuesto, hay partes y fragmentos de los Libros
Sagrados de las distintas religiones que son masónicamente valiosos, y podrían
integrar ese Libro de símbolos al que me estoy refiriendo. Por ejemplo, el
prólogo del Evangelio de San Juan, con su declaración relativa al Verbo, la Palabra. Pero no el Evangelio
de Juan completo, porque después del prólogo
nos encontramos con un texto bello, pero totalmente religioso y
desprovisto del contenido esotérico que algunas veces se le quiere otorgar. Y
lo mismo podría decirse de algunos párrafos de otros Libros.
En síntesis, creo que alguna vez la Masonería debe
pensarse no desde la religión, no desde
la teosofía, no desde tal o cual corriente de pensamiento, sino desde la Masonería. Sólo de
esa manera el término “Sagrado” tendrá un significado iniciático, en lugar de
ser una mera proyección masónica del sentimiento religioso.
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