Jean Baptiste Willermoz y
La Reforma de Lyón
“…Cristianos, no os hagáis ilusiones, y cualesquiera que sean vuestras opiniones
sobre el estado de las almas justas que dejan este mundo, no olvidéis nunca
que nada impuro puede entrar en el Cielo y que el que se lleva con él la menor mancha
no puede habitar con el que es la pureza y la santidad misma…”
Jean Baptiste Willermoz
“Tratado de las dos naturalezas”
1.- Jean-Baptiste Willermoz y los
martinezistas de Lyón
En 1767 tuvo lugar un hecho que cambiaría el destino de muchos masones europeos, y aseguraría la supervivencia de gran parte de las doctrinas de los martinezistas de la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo. Sucedió que en el seno de una logia martinezista, fue introducido uno de los hombres más trascendentes de la francmasonería del siglo XVIII a quien se lo llegaría a considerar entre los masones más poderosos de su tiempo. Nos referimos a Jean-Baptiste Willermoz.
Había nacido el 10 de julio de 1730 en la ciudad de Lyón, la misma en la que murió, noventa y cuatro años después, el 20 de mayo de 1824. Su vida, a diferencia de la de muchos líderes masones de su generación, es ampliamente conocida gracias a numerosas cartas, actas y documentos que dejan ver, no sólo al personaje, sino también su pensamiento, su amor a la verdad, su inquebrantable búsqueda de una masonería trascendente y el triunfo de su causa, perpetuada hasta nuestros días en el Régimen Escocés Rectificado.
Su figura ha sido objeto de brillantes biografías, en especial la escrita por Jean-Francois Var, traducida al español por el Gran Maestro y Gran Prior del G.P.D.H. Ramón Martí Blanco -Jean-Baptiste Willermoz, Su obra- que hemos tomado como base documental. Sin embargo, Willermoz no sólo es una figura central de la francmasonería, puesto que también atrajo la atención de muchos investigadores que, sin ser masones y, hasta en cierta medida, críticos de la Orden, han reconocido en su pensamiento y acción una singularidad sólo superada por Joseph de Maistre, de quien hablaremos a su turno. En Willermoz, las doctrinas del iluminado Martinez de Pasqually alcanzaron su apogeo y encontraron al genio político que las llevaría hasta el corazón de los líderes más notorios de la masonería europea.
Una breve semblanza de su vida nos diría que a los catorce años era aprendiz de un comerciante de sedas de la ciudad y que a los veinticuatro ya era propietario de su propia sedería que se convertiría en un próspero establecimiento, al punto de permitirle vivir con holgura hasta 1782, año en que la vendió. La fecha coincide con la realización del Convento de Wilhelmsbad en el que tendría capital participación, lo que hace suponer que la decisión de desprenderse de su negocio fue consecuencia de su deseo de dedicarse plenamente a las actividades masónicas.
Fue el mayor de trece hermanos, pero tuvo especial relación con tres de ellos, el doctor Pierre-Jacques Willermoz, Antoine Willermoz –ambos masones como él- y su hermana mayor, que quedó viuda siendo muy joven y que se dedicó a atenderlo y acompañarlo durante su larga soltería, pues Jean Baptiste se casaría a los sesenta y cinco años con una huérfana, Jeanette Pascal que tenía tan sólo veinticuatro.
Su vejez le trajo consigo profundos dolores: Jeannette le dio una niña en 1804, pero sólo vivió unos días. En 1805 tuvo un niño que moriría en 1812, pero antes de esa fecha, en 1808, perdería a su mujer y a otro niño en un parto prematuro. Todos estos acontecimientos que ensombrecieron su vejez no le impidieron mantener un fuerte vínculo con la masonería, en una época signada por acontecimientos políticos y sociales de enorme magnitud.
Centraremos ahora la atención en su intensa vida masónica.
Willermoz fue iniciado en 1750, a la edad de veinte años, en una logia de Lyón. En 1752, solo dos años después, ya era su Venerable Maestro. Al igual que muchas logias francesas, reinaba en su taller cierto relajamiento que no condecía con lo que Jean-Baptiste esperaba de la Orden. Según el mismo relata en una carta que dirigiera a von Hund (14 de diciembre de 1772)[1], decidió fundar una nueva logia con un grupo de hermanos que compartían sus mismas aspiraciones. La denominaron La Perfecta Amistad y en 1756 obtuvieron una carta patente de la Gran Logia de Francia.
Continuó al frente de la logia hasta 1762, año en el que ya se desempeñaba como presidente de la Gran Logia de Maestros Regulares de Lyón que él mismo había contribuido a fundar. A partir de 1763 fue nombrado Gran Guarda Sellos. En 1765 lo encontramos fundando un capítulo independiente con el nombre de Capítulo del Águila Negra, junto con su hermano Pierre-Jacques, cuya actividad principal era la investigación alquímica. Para ese entonces, Willermoz poseía un profundo conocimiento de las distintas vertientes masónicas y se había convertido en un incansable buscador de sistemas y Ritos que inspirasen un espíritu renovado y a la vez tradicional a la francmasonería. Algunos autores no dudan en atribuirle la creación el grado emblemático de “Caballero Rosacruz” que luego se incorporaría al Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
Finalmente, en 1767, tomó contacto con la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo -en la que fue introducido por Bacon de la Chevalerie y el marqués de Lusignan- y descubrió el enorme potencial iniciático contenido en la doctrina de Martinez de Pasqually. Entabló una profunda relación con el conde Luis-Claude de Saint Martín, que era discípulo y secretario de Martinez, pero también un hombre con un conocimiento extraordinario y un misticismo con características propias, que llegaría a convertirse en un filósofo iluminado del nivel del sueco Sewemborg.[2]
Cuando Martinez partió a Santo Domingo en 1772, Saint Martín vino a instalarse en Lyón, que se convirtió en el centro más activo del matinezismo masónico. Willermoz tuvo oportunidad de discutir con Saint Martín aquellos puntos que, creía, debían ser reestructurados en la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo, aunque con el tiempo ambos hombres se distanciarían y tomarían por caminos diversos. Ese mismo año, descubrió la existencia de la Orden de la Estricta Observancia Templaria que –en palabras de Maurice Colinon, lo sedujo para siempre.
Muerto Martinez en Puerto Príncipe, Willermoz asumió el mando de los Élus Cohen de Lyon y los reorganizó. El camino quedaba expedito para soñar en una Gran Orden que sellara la unidad de la francmasonería escocesa.
2.- El colapso de la Estricta Observancia
Es preciso aquí abrir un paréntesis. En la crónica histórica de nuestro libro "El otro Imperio Cristiano" detuvimos la narración en el momento de expansión de uno de los movimientos masónicos más poderosos creado a instancia de los masones escoceses estuardistas, exilados en Francia. Nos referimos a la Orden de la Estricta Observancia Templaria, organizada por el barón alemán Carl Gotthelf von Hund en cumplimiento de una misión encomendada por los más altos jefes de la masonería católica jacobita.
Hacia 1742, cuando ya los escoceses dominaban las principales estructuras de la masonería francesa y pugnaban por expandir la presencia y acción de los Altos Grados, el mariscal Belle-Isle inició a Hund durante su estancia en Francfort -a donde había concurrido con motivo de la coronación de Carlos VII- y lo llevó a París. Los estuardistas percibieron en Hund al líder que buscaban para llevar a cabo la restauración final de la Orden del Temple y, sin esperar más, en 1743, los nobles escoceses lord Cliffords y lord William Kilmarnock, en presencia de un misterioso Caballero de la Pluma Roja, confirieron una carta patente al barón alemán a fin de que iniciara la obra.
Le impusieron el nombre secreto de eques ab ense (caballero de la espada) y le dieron potestad y jurisdicción sobre la antigua VII Provincia Templaria, precisamente Alemania. Hund resultó ser un hábil organizador y muy pronto logró la adhesión de un numeroso contingente de nobles y aristócratas alemanes dispuestos a acompañarlo en tamaña empresa. La Estricta Observancia se constituyó en una orden secreta y poderosa gobernada por supuestos Superiores Desconocidos cuya verdadera identidad nadie –ni el propio Hund- conocía. Su principal objetivo era el de restablecer la Orden del Temple que, según el caballero escocés Michel de Ramsay y el alto mando jacobita, había sido la verdadera fundadora de la francmasonería. No repetiremos aquí lo ya dicho, puesto que este ha sido el tema central de nuestro primer volumen.
Sin embargo, insistiremos en un concepto fundamental a la hora de evaluar los acontecimientos posteriores: La Estricta Observancia, también denominada Masonería rectificada o Reformada de Dresde –puesto que el sistema había sido en principio adoptado por las logias de Unwürden y Dresde- “...pretendía ser, no ya la heredera, sino ir mucho más allá y reinstaurar la Orden del Temple, abolida en 1312...”[3] Diremos también que los problemas de Hund comenzaron cuando debió justificar frente a sus hermanos la veracidad de aquel mandato y la existencia de los Superiores Desconocidos.
En 1763, un supuesto dirigente de la Orden, de origen alemán pero que se hacía pasar por inglés con el nombre de Johnson, irrumpió en la escena y afirmó ante los jefes de la Estricta Observancia que era un enviado del Capítulo de Old Aberdeen, supuesto asiento de los Superiores Desconocidos. En principio logró engañar a los desprevenidos -incluido el propio Hund- y hasta se animó a ordenar la quema de gran parte de la documentación de la Gran Logia de los Tres Globos de Berlín, por considerarla propia de una falsa masonería.
Mientras esta situación causaba sorpresa y preocupación entre los caballeros, Johnson convocó a un Capítulo en 1764 en el que anunció que sólo él podría en adelante crear caballeros y que estaba en posesión de poderes conferidos por superiores desconocidos de Escocia y Oriente. La situación era complicada para el barón Hund, puesto que no podía contradecir sino apoyar las afirmaciones de Johnson en cuanto al origen templario de la misma y la existencia de los supuestos superiores desconocidos. Pero no podía tolerar que nadie más que él, que era el Gran Maestre de la Orden en Alemania, pudiera disponer de la facultad para conferir grados superiores.
Se produjo un giro inesperado en los acontecimientos. Hund decidió hacer pública la existencia de la Orden, invitando a todos los francmasones a reconocer la legitimidad de su sistema y jurarle lealtad como único jefe. Llamó a una asamblea en la ciudad de Altenbourg y procedió a organizar la Orden en las antiguas siete provincias templarias; creó nuevos caballeros y fue aclamado Gran Maestre. En tanto, una investigación exhaustiva de los antecedentes de Johnson dio como resultado que era un farsante que había estafado a numerosos incautos, abusado de la confianza de su antiguo señor, el duque de Bernbourg y robado documentación valiosa a un noble de Curlandia. Encarcelado y condenado como convicto de robo, fue oportunamente encerrado en el castillo de Wartenbourg donde moriría años después.
La Orden tomó un impulso inusitado. Fueron incorporados importantes príncipes alemanes y en muy poco tiempo se convirtió en el sistema masónico dominante en Alemania. El carácter riguroso de acatamiento y obediencia al nuevo sistema hizo que se lo denominara de la Estricta Observancia. Se invitó a todas las logias alemanas a que se rectificaran, esto es, que aceptaran la Reforma de Dresde y aceptaran el origen templario de la francmasonería, así como la ininterrumpida existencia de una conducción secreta desde los tiempos de Jacques de Molay: los Superiores Desconocidos. Numerosas logias acudieron al llamado, circunstancia en la que parece haber tenido gran responsabilidad un insigne masón llamado Schubart de Kleefeld, tesorero de la Estricta Observancia, cuya reputación e influencia convenció a muchos de la necesidad de tal rectificación.
En tanto que Hund y Schubart avanzaban en la organización de la Orden, surgió un nuevo elemento que trajo conflictos internos a la Estricta Observancia. Johann August Stark, pastor protestante y teólogo de la Universidad de Weimar –convertido en secreto al catolicismo- creó una corriente que se conocería como clerical o clero de Stark, cuyos miembros sostenían poseer los antiguos secretos e incluso conocer el lugar donde se hallaba el tesoro templario. Stark había sido recibido francmasón en 1741, en el seno de una logia militar francesa de tendencia jacobita. Había ingresado a la Estricta Observancia bajo el apelativo de eques ab aquila fulva y, con habilidad, logrado la adhesión de importantes cuadros de la Orden que apoyaban su reforma.
Hund -que por entonces se encontraba seriamente debilitado ante la creciente expectativa de los masones, que comenzaba a dudar de la legitimidad y el origen de su autoridad- se vio tentado por Stark, que afirmaba haber sido enviado por los Superiores Desconocidos para instruir a los caballeros. Ofrecía a Hund una fusión de ambos ritos a cambio de su subordinación.
Se puede uno imaginar el grado de confusión que a este punto reinaba en las filas de la Estricta Observancia, cuya causa primaria no era otra que la necesidad y la insistencia en sostener una filiación de la que no había ninguna prueba. A ello debemos agregar la creciente inquietud de monarcas y señores ante el rumor de que la Orden reclamaría las antiguas posesiones templarias. Si esto se llevaba a cabo, si una acción coordinada de los numerosos príncipes y nobles pertenecientes a la Estricta Observancia -con mando sobre tropas y ejércitos propios- presionaban por la cuestión patrimonial del Temple, un verdadero tembladeral sacudiría a los estados europeos.
Una vez más, Schubart se convirtió en un factor clave para el futuro de la Orden y se opuso a la fusión con los clericales, exigiendo que se enviaran delegados a Escocia y a Florencia a fin de aclarar definitivamente la veracidad de los dichos de Stark. El recuerdo del escándalo de Johnson estaba fresco en la cabeza de los alemanes. Como era de esperar, al llegar a Old Aberdeen, los masones escoceses afirmaron no saber nada de los Superiores Desconocidos; tampoco se hallaron los tesoros prometidos en Florencia.
La Orden de la Estricta Observancia entró entonces en su etapa final, signada por un estado deliberativo que dio lugar a una sucesión de asambleas que desembocarían en el célebre Convento de Wilhelmsbad. En el Convento de Köhlo, celebrado en 1772, von Hund fue desplazado de la conducción de la Orden, proclamándose al duque Ferdinand de Brunswick Gran Maestre General de la Orden de los Francmasones reunidos bajo el Régimen Rectificado (Magnus Superior Ordinis). Se inició entonces un proceso de reorganización administrativa que completó la restauración de las antiguas provincias templarias. La tarea iniciada por von Hund fue completada gracias a la acción de un importante núcleo de dirigentes entre los que cabe destacar a los barones de Weiler y de Waechter.
Quedaron así constituidas las siguientes jurisdicciones: II° Provincia (Auvernia-Lyón); III° (Occitania-Burdeos); V° (Borgoña-Estrasburgo); VII° (Alemania Inferior-sobre el Elba y el Oder); VIII° (Alta Alemania) y la IX° (Italia, por escisión de la VIII).
3.- Los Élus Cohen y la Masonería Rectificada
En 1772, Willermoz entró en contacto con la Estricta Observancia gracias a la mediación de miembros de una logia de la ciudad de Estrasburgo y del barón de Weiler. En un principio, creyó haber hallado una verdadera orden de iniciados que habían llegado a establecer una vasta red de adeptos a lo largo de Europa. Al igual que Willermoz, los masones rectificados de la Estricta Observancia hablaban de restablecer la orden a su estado primitivo, concepto que estaba en sintonía con la doctrina de la reintegración de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo.
Los alemanes hablaban un idioma similar al de los Martinezistas; aseguraban poseer los verdaderos secretos acerca del origen de la Orden y coincidían en la necesidad de rectificar la francmasonería, apartándola de toda frivolidad. Por otra parte, el riguroso secreto de su filiación se asemejaba a la estricta reserva que mantenían los miembros de la Orden de los Élus Cohen.
El creciente intercambio entre los dirigentes de ambas órdenes terminó convenciendo a los de la Estricta Observancia de que Willermoz y sus hombres cuajaban de manera adecuada a los intereses de la restauración templaria. Sin embargo –y como lo señala claramente Jean-Francois Var- existía una diferencia fundamental entre las dos organizaciones en cuanto al significado de Restablecer la Orden a su estado primitivo:
“... en el espíritu de los miembros de la Estricta Observancia estaba restablecer la Orden del Temple. Pero Willermoz entendió esta formulación en un sentido totalmente diferente: creyó entender que de lo que se trataba era de establecer la Masonería en su estado primitivo, que era el suyo antes de que degenerara, tal y como se había producido en Francia y en todas partes donde había podido investigar...” [4]
Willermoz caería en la cuenta de su confusión cuando –ya incorporado a la Estricta Observancia- descubrió que el único y gran secreto que esta poseía no era otro que el de la reivindicación de su origen templario, una tradición que no le era ajena por haberla aprendido de las tradiciones escocesas muy arraigadas en Francia.
Durante 1773 se adhirieron a la Reforma de Dresde los hermanos de Estrasburgo. Un año más tarde, los de Lyón y Burdeos. Junto con Willermoz, más de veinte lyoneses se unieron a la masonería rectificada de la Estricta Observancia. Brunswick, que lograba de esta forma expandir los límites de la Orden, y que se sentía cada vez más impresionado por las doctrinas de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo, lo nombró inmediatamente al mando de la antigua provincia templaria de Auvernia, que cubría las dos terceras partes de Francia. Se trató, sin dudas, de un momento glorioso para los príncipes alemanes porque, finalmente, el sueño de una masonería rectificada, gobernada por una elite consiente de su pasado glorioso, ardiente de misterios y dispuesta a controlar definitivamente a la francmasonería continental, se volvía una realidad que abarcaba desde las riveras del Danubio hasta los Pirineos.
Pero Willermoz sabía que este poder sería ilusorio y su existencia efímera si no se actuaba con rapidez. Veamos cual era el cuadro de situación:
La masonería francesa atravesaba una crisis radical. Fue justamente el año 1773 el de la fundación del Gran Oriente de Francia, que intentaba federar a todas las logias del reino bajo una sola obediencia capaz de armonizar el conjunto de estructuras masónicas y ritos en vigencia. Si bien es cierto que las corrientes de raigambre escocesa se alinearon con la Gran Logia, que rechazó unirse a la nueva obediencia autoproclamándose Madre Logia Escocesa de Francia, no es menos cierto que el Gran Oriente inició una etapa de crecimiento sin precedentes que lo llevaría a contar con más de 30.000 miembros y 1000 logias en 1789.
A diferencia de las estructuras políticas piramidales de los rectificados, el Gran Oriente se construía sobre las decisiones democráticas de numerosos delegados que actuaban en nombre de sus logias. Estaba dirigido por un Gran Maestre y un Gran Administrador, mientras que los grandes dignatarios eran designados, en algunos casos, por el Gran Maestre y elegidos, en otros, por las logias de París y las provincias. En su cabeza estaban dos de los hombres más poderosos de Francia: Felipe de Orleáns, duque de Chartres como Gran Maestre y Charles Sigismond Montmorency, duque de Luxemburgo y Chatillón como Gran Administrador.
Willermoz era tan consciente del poder del Gran Oriente que mantuvo un estrecho contacto con su cúpula, representando a las logias de Lyón y también a las de Estrasburgo con las que lo unía una profunda alianza. En los años siguientes, cuando el Gran Oriente comenzó a dar muestras de preocupación, llegó a proponer que se nombrara al Gran Maestre Protector de las logias rectificadas.
Mientras esto sucedía en Francia, en Alemania –donde la Estricta Observancia ostentaba un poder real sobre las estructuras masónicas- se multiplicaban los intentos por romper la hegemonía de los príncipes templarios. Las sucesivas crisis de la Orden habían terminado en grandes divisiones y aparecían nuevos líderes. Uno de ellos, Johann Wilhelm Zinnendorf, Cirujano en Jefe del Estado Mayor de Berlín, antiguo miembro de la Estricta Observancia, había establecido un nuevo rito, apoyado por el duque de Sudermania y la Gran Logia de Suecia, con fuerte influencia swedemborgiana. Desde 1774 se desempeñaba como Gran Maestre de la Gran Logia Nacional de Berlín que, hacia 1778 ya contaba con 34 logias subordinadas.
Por otra parte, los masones ingleses de la Gran Logia de Londres alentaban a la Gran Logia Real York con base en Alemania, al mismo tiempo que firmaban un acuerdo con Zinnendorf en el que ambas partes se comprometían a tomar todas las medidas necesarias y hacer “cuantos esfuerzos fueran imaginables” para precaver a la masonería contra “esta secta de masones que ha tomado el nombre de Estricta Observancia”
La masonería parecía haberse sumido en una crisis sin fin que daba lugar a la aparición de toda suerte de embaucadores. Algunos de ellos llegaron a convertirse en verdaderas leyendas y sumieron a la Orden en el descrédito y la burla.
Ante este cúmulo de circunstancias, Willermoz comprendió que tenía frente a sí dos herramientas que podrían complementarse y convertirse en un sistema masónico dotado de una profunda riqueza iniciática –la de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo- y de una estructura poderosa y eficaz pero, hasta el momento, carente de espíritu: La Estricta Observancia. Para ello era imperativo liberar a esta última de su atadura templaria. Destemplarizarla para volverla martinezista.
Entre 1744 y 1776 Wilermoz trabaja sobre esta reforma con la ayuda de Saint Martín y de un selecto grupo de hermanos masones de Estrasburgo, entre los que se destacan Jean y Bernard de Turkheim y Rodolphe de Saltzmann. El frente martinezista se une y afianza en sucesivas asambleas de los Élus Cohen, que preparan sigilosamente la reforma.
Finalmente, en noviembre de 1778, se convoca a una asamblea en la ciudad de Lyón ante la que se propone y aprueba la llamada Reforma de Lyón y se erige una nueva Orden Masónica Rectificada que se conocerá como Régimen Escocés Rectificado y su alter ego La Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa.
El nuevo Régimen quedó conformado por:
- Una Orden Masónica (también denominada “Clase Simbólica”) que comprendía los grados de Aprendiz, compañero y maestro propios de la masonería simbólica, más un cuarto: Maestro Escocés de San Andrés, una suerte de grado preparatorio para el ingreso al siguiente nivel.
- Una Orden Interior que quedaba conformada por los grados de Novicio y Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa.
- Una Orden o “Doble Clase” Secreta, sólo conocida por aquellos que la integraran y que comprendía los grados de Profeso y Gran Profeso.
- Finalmente, en la cúspide de la pirámide y en el mayor de los misterios, la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo.
De este modo, la Orden quedaba constituida con un nivel primario que
correspondía a la iniciación masónica tradicional, un segundo nivel estatuido
como una Orden de Caballería y un tercer estamento de naturaleza mística o
sacerdotal. Teniendo en cuenta que el primer nivel corresponde al mundo de los
oficios (el trabajo), que el segundo a la caballería (relacionado con el armamento
y la guerra) y el tercero con la profesión de la fe, podríamos decir que este
régimen reproducía a la perfección el orden político-social medieval. Un orden
funcional que era el reflejo de una teología cristiana trinitaria y que uno se
ve tentado a evocar en su origen protohistórico, ya planteado por Georges
Dumézil cuando definió el carácter trifuncional de los antiguos dioses
indoiranios.[5]
Si se observa este proceso desde la perspectiva de los hechos que se desatarían apenas diez años después, resulta fácil comprender el profundo abismo que separaba a la masonería rectificada del empuje revolucionario de los masones ilustrados. Se podrá decir que la masonería rectificada actuaba a contrapelo de la historia; que representaba el espíritu del antiguo régimen en contraposición al racionalismo de la enciclopedia; que mantenía la supremacía de la Orden Interior por sobre una estructura masónica que no conocía a sus verdaderos líderes y gobernantes.
Si se observa este proceso desde la perspectiva de los hechos que se desatarían apenas diez años después, resulta fácil comprender el profundo abismo que separaba a la masonería rectificada del empuje revolucionario de los masones ilustrados. Se podrá decir que la masonería rectificada actuaba a contrapelo de la historia; que representaba el espíritu del antiguo régimen en contraposición al racionalismo de la enciclopedia; que mantenía la supremacía de la Orden Interior por sobre una estructura masónica que no conocía a sus verdaderos líderes y gobernantes.
Sin embargo, cabe destacar aquí que la francmasonería había constituido, desde su vuelco hacia formas especulativas -cada vez más alejadas de las corporaciones gremiales de la Edad Media- un campo de experimentación ligado a los grandes misterios de la existencia humana y que –en todo caso- se había articulado en la base de una tradición arcaica y ancestral vinculada a las antiguas Escuelas de Misterios.
La ilustración y el siglo de las luces habían traído consigo un nuevo campo de ideas y conocimientos del que la francmasonería –o mejor dicho los masones- no quedaría al margen. Pero el racionalismo y el creciente desprecio por las expresiones religiosas en la sociedad europea eran, en todo caso, los factores que modificaban el escenario, mientras que la Orden Masónica, en tanto iniciática, mantenía su legítimo interés –y era natural que así lo hiciera- en la búsqueda de una espiritualidad trascendente.
La francmasonería del siglo XVIII, en sus diversas expresiones, se mantenía fiel a su tradición judeocristiana y nada hacía suponer que los acontecimientos de 1789 modificaran radicalmente su concepción de la naturaleza humana y divina. Para que tal cosa ocurriera sería necesaria una catástrofe de proporciones –como en verdad ocurrió- que barriera gran parte de aquella tradición para sustituirla por una nueva, construida sobre las ruinas de la anterior.
La “Reforma de Lyón” fue el apogeo de la masonería cristiana, entendida como un retorno a “la tradición cristiana indivisible, nutrida por la enseñanza de los Padres de la Iglesia”.[6] Este espíritu de la Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa fue claramente interpretado por el jesuita Berteloot que llegó a decir que esta se asemejaba a una Tercera Orden Religiosa: Su fin declarado era la defensa de la Santa Religión y el alivio de los desventurados. Entre sus reglas para la admisión de profanos se hacía especial hincapié en asegurarse de sus principios religiosos, de sus costumbres y de su carácter. De informarse si respetaba la religión, base de la felicidad pública, si no atacaba nunca los principios y sobretodo los sentimientos religiosos con sarcasmos y si estaba penetrado de esa tolerancia dulce y esclarecida, de esa caridad fraternal que la ley cristiana prescribe.[7]
¿Cómo no entender que a esta masonería se incorporaran sacerdotes que no podían más que reconocer y aprobar semejantes reglas? La comunión de Willermoz y su doctrina con el más puro cristianismo primitivo queda expuesta en una carta que le dirigiera a Saltzmann en mayo de 1812 y que recoge Jean-Francois Var en su obra:
“… La iniciación de los Grandes Profesos instruye al masón probado, al hombre de deseos, sobre el origen y la formación del universo físico, de su destino y de la causa ocasional de su creación en tal momento y no en otro; de la emanación y la emancipación del hombre en una forma gloriosa, y de su sublime destino en el centro de las cosas creadas; de su prevaricación, de su caída y de la necesidad absoluta de la Encarnación del Verbo mismo para su redención. Todas estas cosas de las que se deriva un profundo sentimiento de amor y de confianza, de temor y de respeto, y de vivo reconocimiento de la criatura por su creador han sido perfectamente conocidas por los jefes de la Iglesia en los cuatro primeros siglos del cristianismo…”[8]
El Convento de las Galias dio a luz un sistema masónico que reconocía su
espíritu en las doctrinas de Martinez de Pasqually adaptadas a un conjunto de grados
capaces de actuar como vehículo adecuado para su transmisión. A su vez, al
desembarazar a la Orden del vínculo templario que tanta ambición y tanto
escándalo habían significado para la Estricta Observancia, permitía remontar
los orígenes de la francmasonería a una tradición primordial sin por ello negar
que hubiese adoptado distintos canales para su expresión a lo largo de la
historia, incluida claro, la Orden Templaria.
Sancionada la Reforma de Lyón en Francia, Ferdinand de Brunswick y Carl von Hesse-Casel comprendieron la necesidad de aplicarla en Alemania a fin de convertirla en universal. El sueño de una unidad de la masonería rectificada estaba en marcha. Pero mientras ello ocurría, las fuerzas contrarias iniciaban su embate final, organizándose en torno a un oscuro personaje en los claustros universitarios de Baviera.
[1] Var, ob. cit. p. 62.
[2] Nacido en 1743, Luis-Claude de Saint Martín fue el más importante discípulo de Martinez de Pasqually. Esta estrecha relación espiritual no impidió que –con el transcurso de los años- Saint Martín comenzara a dejar de lado las prácticas de su maestro, especialmente de los aspectos mágicos y teúrgicos de los rituales de los Élus Cohen. Sin apartarse de la filosofía de Martinez, Saint Martín desarrolló un sistema místico antes que mágico y –si se quiere- más cristiano.
[3] Martí Blanco, Ramón “El Rito Escocés Rectificado: Su historia, sus orígenes, su doctrina” Libro de Trabajos 1998/1999 Logia de Estudios e Investigaciones “Duque de Wharton” Tarragona, Arola Editors, 1999 p. 190.
[4] Var, ob. cit. p. 88.
[5] Cf. Dumézil, Georges “Los dioses soberanos de los indoeuropeos” Barcelona, Herder, 1999.
[6] Marti Blanco, Ramón; ob.cit. p. 191.
[7] Colinon, Maurice, “La Iglesia frente a la Masonería” Buenos Aires, Huemul, 1963, p. 93.
[8] Var, ob. cit. pp. 100-101
Fuente: Portal del Régimen Escocés Rectificado del Guajiro