CARTA A LOS VERDADEROS
DISCÍPULOS DE HERMES
CONTIENE LAS SEIS LLAVES PRINCIPALES
EN LAS QUE SE DIVIDE LA FILOSOFÍA DE HERMES
Si esta carta la hubiese redactado
para convencer de la verdad de nuestra Filosofía a aquellos que se imaginan que
no es más que una idea vana y una vulgar Paradoja, seguiría el ejemplo de
varios maestros de este gran arte; trataría de convencer de sus errores a estos
espíritus, demostrándoles la solidez de los principios de nuestra ciencia,
apoyados en las leyes y en las operaciones de la naturaleza, y sólo hablaría
ligeramente de lo concerniente a su práctica. Pero tengo un propósito muy
diferente y sólo escribo para vosotros, sabios discípulos de Hermes y
verdaderos hijos del Arte, de manera que mi único fin es serviros de guía en un
camino tan difícil de andar sin perderse. Nuestra práctica es en efecto un
camino en la arena, donde hay que orientarse por la estrella del Norte, más que
por las huellas que pueden verse impresas en él. La confusión de los rastros,
que un número casi infinito de personas dejaron en él, es tan grande y se
encuentran tantos senderos diferentes, que llevan casi todos a horribles
desiertos, que es casi imposible no desviarse del verdadero camino, que sólo
los sabios favorecidos por el Cielo supieron felizmente descubrir y reconocer.
Esta
confusión detiene en seco a los hijos del arte, a unos desde el principio, a
otros en la mitad de este camino Filosófico, y a algunos incluso cuando se
acercan al término de este penoso viaje y empiezan a descubrir el final feliz
de su empresa, pero que no se dan cuenta de que el poco camino que les falta
por hacer es el más difícil. Ignoran que los envidiosos de su dicha excavaron
fosos y precipicios en medio del camino y que, si no conocen los rodeos
secretos, con los que los sabios evitan estas peligrosas trampas, pierden
lamentablemente toda la ventaja que habían conseguido, al mismo tiempo que se
imaginan haber superado todas las dificultades.
Os
confieso sinceramente, que la práctica de nuestro arte es la cosa más fácil del
mundo, no en lo que respecta a sus operaciones, sino por las dificultades que
hay para aprenderlo distintamente en los libros de los Filósofos: pues si de
una parte es llamada con razón juego de niños, de otra requiere que los que
buscan la verdad por su trabajo y su estudio, tengan un conocimiento profundo
de los Principios y de las operaciones de la naturaleza en los tres géneros;
pero particularmente en el género mineral y metálico. Es un punto muy grande
encontrar la verdadera materia que es el sujeto de nuestra obra; para ello hay
que perforar mil velos oscuros en los que está envuelta; hay que distinguirla
por su propio nombre entre un millón de nombres extraordinarios, con que la han
designado diversamente los Filósofos; hay que comprender todas sus propiedades
y juzgar todos los grados de perfección que el arte es capaz de darle; hay que
conocer el fuego secreto de los sabios que es el único agente que puede abrir,
sublimar, purificar y disponer la materia para ser reducida a agua; para esto
hay que penetrar hasta la fuente divina del agua celeste que opera la solución,
la animación y purificación de la piedra; hay que saber convertir nuestra agua
metálica en aceite incombustible por la entera solución del cuerpo al que debe
su origen, y para este efecto hay que hacer la conversión de los elementos, la
separación y la reunión de los tres principios; hay que aprender cómo debe
hacerse un Mercurio blanco y un Mercurio citrino; hay que fijar este Mercurio,
alimentarlo con su propia sangre, a fin de que se convierta en azufre fijo de
los Filósofos. Éstos son los puntos fundamentales de nuestro arte; el resto de
la obra se encuentra enseñada con bastante claridad en los libros de los
Filósofos para que no haga falta una explicación más amplia.
Como
hay tres reinos en la naturaleza, hay también tres medicinas en nuestro arte,
que hacen tres Obras diferentes en la práctica y que no son empero más que tres
grados diferentes que elevan nuestro elixir a su última perfección. Estas
importantes operaciones de las tres Obras están reservadas bajo la Llave del
secreto para todos los Filósofos, a fin de que los sagrados misterios de
nuestra divina Filosofía no sean revelados a los profanos; pero a vosotros, que
sois hijos de la ciencia y que podéis entender el lenguaje de los Sabios, os
serán abiertas las cerraduras y tendréis las Llaves de los preciosos tesoros de
la naturaleza y del arte, si dedicáis todo vuestro espíritu a comprender lo que
he pretendido deciros, en términos todo lo inteligibles que sea necesario, para
los que están predestinados como lo estáis vosotros, al conocimiento de estos
sublimes misterios. Quiero poner en vuestra mano seis Llaves con las cuales
podréis entrar en el santuario de la Filosofía, abrir todos sus reductos y
llegar a la comprensión de las verdades más ocultas.
PRIMERA LLAVE
La
primera Llave es la que abre las prisiones oscuras, en las cuales está
encerrado el azufre; es ella quien sabe extraer la semilla del cuerpo y que
forma la Piedra de los Filósofos por la conjunción del varón con la hembra, del
espíritu con el cuerpo, del azufre con el Mercurio. Hermes mostró claramente la
operación de esta primera Llave con estas palabras: De cavernis metallorum
occultus est, qui lapis est venerabilis, colore splendidus, mens sublimis, et
mare patens; esta piedra tiene un resplandor brillante, contiene un
espíritu de origen sublime, es el mar de los Sabios, en el cual pescan su
misterioso pez. El mismo Filósofo señala aún más particularmente el nacimiento
de esta admirable Piedra, cuando dice: Rex ab igne veniet, ac conjugio
gaudebit, et occulta patebunt. Es un Rey coronado de gloria que nace en el
fuego, que se complace con la unión a la esposa que le ha sido dada, es esta
unión la que pone de manifiesto lo que antes estaba. oculto.
Pero
antes de seguir adelante, tengo que daros un consejo que no os será de poca
utilidad, y es que penséis que como las operaciones de cada una de las tres
obras tienen muchas analogías y relaciones entre sí, los Filósofos hablan
adrede de ellas en términos equívocos, a fin de que los que no tienen ojos de
lince, se desorienten y se pierdan en este laberinto, del que es muy difícil
salir. En efecto, cuando uno se imagina que hablan de una obra, tratan
frecuencia de otra; tened pues cuidado de no dejaros engañar: pues es verdad
que en cada obra debe el sabio Artista disolver el cuerpo con el espíritu, debe
cortar la cabeza del cuervo, blanquear el negro y enrojecer el blanco; sin
embargo, es propiamente en la primera operación que el Sabio Artista corta la
cabeza. al negro dragón y al cuervo. Hermes dice que es aquí donde comienza
nuestro arte: quod ex corvu nascitur, hujus artis est principium.
Considerar que es por la separación del humo negro, sucio y hediendo del negro
muy negro, que se forma nuestra piedra astral, blanca y resplandeciente que
contiene en sus venas la sangre del pelícano; es con esta primera purificación
de la Piedra y con esta blancura reluciente que termina la primera Llave de la
primera obra.
SEGUNDA LLAVE
La
segunda Llave disuelve el compuesto o la Piedra y empieza la separación de los
Elementos de una manera Filosófica; esta separación de los elementos sólo se
hace elevando las partes sutiles y puras por encima de las partes crasas y
terrestres. El que sabe sublimar la Piedra Filosóficamente, merece con justo
titulo el nombre de Filósofo, puesto que conoce el fuego de los Sabios, que es
el único instrumento que puede operar esta sublimación. Ningún Filósofo ha
revelado jamás abiertamente este fuego secreto y este poderoso agente que opera
todas las maravillas del arte; el que no lo comprenda y que no sepa
distinguirlo por los caracteres con los cuales he tratado de describirlo en la
plática de Eudoxio y Pirófilo, debe detenerse aquí y rogar a Dios que le
ilumine, pues el conocimiento de este secreto es más bien un don del Cielo que
una luz adquirida por la fuerza del razonamiento; que lea sin embargo los
escritos de los Filósofos, que medite sobre ellos y especialmente que rece; no
hay ninguna dificultad que no sea aclarada por el trabajo, la meditación y la
oración.
Sin
la sublimación de la Piedra, la conversión de los Elementos y la extracción de
los principios es imposible; y esta conversión, que hace agua de la tierra,
aire del agua, y fuego del aire, es el único camino por el cual puede hacerse y
prepararse nuestro Mercurio. Aplicaos pues a conocer este fuego secreto que
disuelve la Piedra naturalmente y sin violencia, y hace. que se resuelva en
agua en el gran mar de los Sabios por la destilación que se hace de rayos del
sol y de la luna. De esta manera, la Piedra, que según Hermes es la viña de los
Sabios, se convierte en su vino, que produce, por las operaciones del arte, su
agua de vida rectificada y su vinagre muy agrio. Este padre de nuestra
Filosofía exclama ante este misterio: ¡Benedicta aquina forma, quae Elementa
dissolvis! Los elementos de la Piedra no pueden ser disueltos salvo por esta
agua absolutamente divina, y de la que sólo puede hacerse una perfecta
disolución después de una digestión y putrefacción proporcionada con la que
termina la segunda Llave de la primera obra.
TERCERA LLAVE
La
tercera Llave comprende ella sola una serie de operaciones más larga que todas
las otras juntas: los Filósofos hablaron muy poco de ella, aunque de ella
depende la perfección de nuestro Mercurio; incluso los más sinceros, como
Artephius, el Trevisano, Flamel, pasaron en silencio las preparaciones de
nuestro Mercurio y casi no se encuentra uno que no haya dado por supuesta, en
vez de enseñarla, la más larga y más importante de las operaciones de nuestra
práctica. Con el propósito de daros la mano en esta parte del camino que vais a
recorrer, donde a falta de luz es imposible seguir la verdadera ruta, me
extenderé más de lo que hicieron los Filósofos, sobre esta tercera Llave, o al
menos seguiré por orden lo que dijeron ellos sobre este tema, tan confusamente
que sin una inspiración del Cielo o sin el auxilio de un fiel amigo,
permanecemos indudablemente en este Dédalo, sin poder encontrar una salida
feliz. Estoy seguro de que vosotros, que sois los verdaderos hijos de la
ciencia, obtendréis una grandísima satisfacción de la aclaración de estos
misterios ocultos, que se refieren a la separación y la purificación de los
principios de nuestro Mercurio, que se hace con una perfecta disolución y
glorificación del cuerpo al que debe su nacimiento y por la unión íntima del
alma con su cuerpo cuyo espíritu es el único lazo que opera esta conjunción;
allí está la intención y el punto esencial de las operaciones de esta llave,
que termina con la generación de una nueva sustancia infinitamente más noble
que la primera.
Después
que el sabio Artista ha hecho salir de la Piedra una fuente de agua viva, ha
exprimido el jugo de la vid de los Filósofos y ha hecho su vino, debe observar
que en esta sustancia homogénea, que aparece en la forma del agua, hay tres
sustancias diferentes y tres principios naturales de todos los cuerpos, sal,
azufre y Mercurio, que son el espíritu, el alma y el cuerpo; y aunque parezcan
puros y perfectamente unidos entre sí, falta todavía mucho para que lo estén;
pues cuando por destilación extraemos el agua, que es el alma y el espíritu, el
cuerpo permanece en el fondo del vaso como una tierra muerta, negra y
feculenta, la cual no hay empero que desdeñar; pues, en nuestro sujeto, no hay
nada que no sea bueno. El Filósofo Juan Pontanus sostiene que lo superfluo de
la Piedra se convierte en una verdadera esencia, que el que pretende separar
algo de nuestro sujeto, no conoce nada de la Filosofía, y que todo lo que hay
de superfluo, de inmundo, de feculento, y en fin toda la sustancia del
compuesto, se perfecciona por la acción de nuestro fuego. Esta opinión abre los
ojos a los que, para hacer una exacta purificación de los elementos y de los
principios, se convencen de que sólo hay que tomar lo sutil y rechazar lo
espeso; pero los hijos de la ciencia no deben ignorar que el fuego y el azufre
están ocultos en el centro de la tierra, y que es preciso lavarla exactamente
con su espíritu, para extraer el bálsamo, la sal fija, que es la sangre de
nuestra Piedra; he aquí el misterio esencial de esta operación, la cual sólo se
cumple después de una digestión adecuada y una lenta destilación. Seguid, pues,
hijos del arte, el precepto que os da el veraz Hermes, que dice en este lugar, oportet
autem nos cum hac aquina anima ut formam sulphuream possideamus, aceto nostro
eam miscere; cum enim compositum solvitur, clavis est restaurationis.
Sabéis qué no hay nada más opuesto que el fuego y el agua, sin embargo, es
necesario que el sabio Artista haga la paz entre unos enemigos, que en el fondo
se aman ardientemente. El Cosmopolita dijo el medio de hacerlo en pocas
palabras: Purgatio ergo rebus, fac ut ignis et aqua amici fiant; quod in
terra sua, quae cum iis ascenderat, facile facient. Prestad pues atención a
este punto, abrevad con frecuencia la tierra con su agua y obtendréis lo que
buscáis. ¿No es preciso que el cuerpo sea disuelto por el agua y que la tierra
sea penetrada por su humedad, para que esté en condiciones para la generación?
Según los Filósofos, el espíritu es Eva; el cuerpo es Adán; ambos deben unirse
para la propagación de su especie. Hermes dijo lo mismo, en otros términos:
Aqua namque fotissima est natura, quae transcendit, et fixam in corpore naturam
excitat; hoc est laetificat. En efecto, estas dos sustancias, que son de una
misma naturaleza, pero de dos sexos distintos, se abrazan con el mismo amor, y
la misma satisfacción que el varón y la hembra, y se elevan insensiblemente
juntos, dejando tan sólo unas cuantas heces en el fondo del vaso; de suerte que
el alma, el espíritu y el cuerpo, después de una exacta depuración, parecen al
fin inseparablemente unidos en una formal más noble y más perfecta de lo que
era antes, y tan diferente de la primera forma líquida como el Alcohol de vino
exactamente rectificado y agudizado con su sal, es diferente de la sustancia
del vino, del que ha sido extraído; esta comparación no es solamente muy justa,
sino que además proporciona a los hijos de la ciencia un conocimiento preciso
de las operaciones de esta tercera Llave.
Nuestra
agua es una fuente viva que brota de la piedra por un milagro natural de
nuestra Filosofía. Omnium primo est aqua, quae exít de hoc lapide. Fue Hermes quien pronunció esta gran verdad.
Reconoce, además, que esta agua es el fundamento de nuestro arte. Los Filósofos
le dan varios nombres; pues ora le llaman vino, ora agua de vida, ora vinagre,
o bien aceite, según los diferentes grados de preparación o según los diversos
efectos que es capaz de producir. Os advierto, sin embargo, que es propiamente
el vinagre de los sabios, y que, en la destilación de este divino licor, ocurre
lo mismo, que en la del vinagre común; podéis sacar de esto una gran
instrucción; el agua y la flema suben las primeras; la sustancia oleosa, en la
cual consiste la eficacia de nuestra agua, viene la última. Es esta sustancia
intermedia entre la tierra y el agua la que, en la generación. del hijo
Filosófico, hace la función de varón; Hermes nos lo hace observar perfectamente
con estas palabras inteligibles: Unguentum mediocre, quod est ignus, est
medium inter foecent, et aquam. No se contenta con dar estas luces a sus
discípulos, sino que les enseña además en su Tabla de Esmeralda de qué manera
deben conducirse en esta operación. Separabis terram ab igne; subtile ac
spisso suaviter, magno cum ingenio. Tened cuidado sobre todo de no apagar
el fuego de la tierra con las aguas del diluvio. Esta separación, o más bien
esta extracción debe hacerse con muy buen criterio.
Es
pues necesario disolver enteramente el cuerpo, para extraer de él toda su
humedad, que contiene este azufre precioso, este bálsamo de la naturaleza y
este ungüento maravilloso, sin el cual no podéis esperar ver nunca en vuestro
caso esta negrura tan deseada por todos los Filósofos. Reducid pues todo el
compuesto a agua, y haced una unión perfecta de lo volátil con lo fijo; es un
precepto de Senior, que merece que le prestéis atención. Supremus fumus,
dice, ad infimum reduci debet, et divina aqua Rex est de coelo descendens,
reductor animas ad suum corpus est, quod demum a morte vivificat. El
bálsamo de la vida está oculto en estas heces inmundas, debéis lavarla con el
agua celeste hasta que le hayáis quitado la negrura, y entonces vuestra agua
será animada por la esencia ígnea que opera todas las maravillas de nuestro
arte. No puedo daros sobre esto consejos mejores, que los del gran Trismegisto.
Oportet ergo vos ab aqua fumum super-existentem, ab unguento nigredinem, et
a foece mortem depeller; pero el único medio de triunfar en esta operación
os lo enseña el mismo Filósofo, que añade inmediatamente después: et hoc
disolutione, quo peracto, maximan habemus Philosophiam, et omnium secretorum
secretum.
Pero
a fin de que no os engañéis con el término de compuesto, os diré que los
Filósofos tienen dos clases de compuestos. El primero es el compuesto de la
naturaleza, que es aquel del que he hablado en la primera Llave; pues es la
naturaleza quien lo hace de una manera incomprensible para el Artista, que no
hace más que prestar su ayuda a la naturaleza para la administración de las
cosas externas, mediante lo cual da a luz y produce este admirable compuesto.
El segundo es el compuesto de arte; es el sabio quien lo hace por, la unión
íntima de lo fijo con lo volátil perfectamente conjuntados, con toda la
prudencia que se puede adquirir por las luces de una profunda Filosofía; el
compuesto del arte no es en modo alguno el mismo en la segunda y en la tercera
Obra, aunque es siempre el artista quien lo hace. Geber lo definió como una
mezcla de azogue y azufre, es decir de lo volátil y lo fijo, que actuando el
uno sobre el otro, se volatilizan y se fijan recíprocamente hasta una perfecta
fijeza. Considerad el ejemplo de la naturaleza, y veréis que la tierra no
produciría jamás fruto, si no estuviese empapada de su humedad, y que la
humedad sería siempre estéril, si no fuese retenida y fijada por la sequedad de
la tierra.
Debéis
estar, pues, seguros de que no se puede tener éxito alguno en nuestro arte, si
en la primera obra no purificáis la serpiente nacida del limo de la tierra, si
no blanqueáis estas heces feculentas y negras, para separar de ellas el azufre
blanco, la sal amónica de los sabios; que es su casta Diana que se lava en el
baño. Todo este misterio no es más que la extracción de la sal fija de nuestro
compuesto en el cual consiste toda la energía de nuestro Mercurio. El agua que
se eleva por destilación, se lleva consigo una parte de esta sal ígnea, de
suerte que el derramamiento del agua sobre el cuerpo repetida varias veces,
impregna, engorda y fecunda nuestro Mercurio, y lo pone en condiciones de ser
fijado; lo cual es el fin de la segunda obra. No se podría exponer mejor esta
verdad, como lo hizo Hermes con estas palabras: Cum viderem quod aquas
sensim crassior, duriorque fieri inciperet, gaudebam; certo enim sciebam, ut
invenirem quod quaerebam.
Aunque
no tuvieseis, más que un conocimiento muy mezquino de nuestro arte, lo que
acabo de deciros sería más que suficiente para haceros comprender que todas las
operaciones de esta Llave, que pone fin a la primera obra no son otras que
digerir, destilar, cohobar, disolver, separar y unir el todo con suavidad y
paciencia: de esta suerte no obtendréis únicamente una extracción entera del
jugo de la vid de los sabios, sino que poseeréis también su verdadera agua de
vida y os advierto que cuanto más la rectifiquéis y más la trabajéis, adquirirá
más penetración y más virtud; si los filósofos le dieron el nombre de agua de
vida, es porque da la vida a los metales; se la llama con justicia la gran
lunar, a causa del esplendor con que brilla; la llaman también sustancia
sulfúrea, bálsamo, goma, humedad viscosa, vinagre muy agrio de los Filósofos, etcétera.
No
sin razón los Filósofos dan a este licor Mercurial el nombre de agua póntica y
de vinagre muy agrio; su ponticidad exuberante es el verdadero carácter de su
virtud; sucede además, como ya he dicho, en su destilación lo mismo que ocurre
en la del vinagre, la flema y el agua suben las primeras, las partes sulfurosas
y salinas se elevan las últimas; separad la flema del agua, reunid el agua y el
fuego, el Mercurio con el azufre, y veréis al fin el negro muy negro,
blanquearéis el cuervo y enrojeceréis el cisne.
Como
sólo os hablo a vosotros, verdaderos discípulos de Hermes, quiero revelaros un
secreto que no encontraréis enteramente en los libros de los Filósofos. Unos se
contentaron con decir que de su licor se hacen dos Mercurios, uno blanco y el
otro rojo. Flamel dijo más particularmente que hay que emplear el Mercurio
citrino, para hacer las absorciones al rojo; advirtió a los hijos del arte que
no debían engañarse sobre este punto, asegura también que se habría engañado él
mismo, si Abraham Judío no le hubiese avisado. Otros Filósofos enseñaron que el
Mercurio blanco es el baño de la luna y que el Mercurio rojo es el baño del
sol: pero ninguno de ellos quiso mostrar claramente a los hijos de la ciencia
de qué manera pueden obtener estos dos Mercurios: si me habéis comprendido
bien, estáis ya ilustrados sobre este punto. La luna es el Mercurio rojo, pero
para determinar mejor estos dos Mercurios, alimentadlos con una carne de su
especie, la sangre de los inocentes degollados, es decir, los espíritus de los
cuerpos, son el baño, donde el sol y la luna van a bañarse.
Os he
revelado un gran misterio, si reflexionáis bien sobre ello, los Filósofos que
hablaron de ello pasaron muy ligeramente sobre este punto importante: el
Cosmopolita lo tocó un modo muy espiritual mediante una ingeniosa alegoría del
Mercurio: Hoc fiet, dice, si seninostro aurum et argentum deglutire davis,
ut ipse consumat illa, et tandem ille etiam moriturus comburatur. Acaba de
describir todo el Magisterio en estos términos: Cineres ejus spargantur in
aquam, coquito eam donec satis est, et habes medicinam curandi lepram. No
debéis ignorar que nuestro anciano es nuestro Mercurio; que este nombre le
conviene porque es la materia prima de todos los metales; el mismo Filósofo dice
que es su agua, a la cual da el nombre de acero y de imán, y añade para
confirmar mejor lo que acabo de descubriros: Si undecies coit aurum cum eo,
emittit suum semen, et debilitatur fere ad mortem usque; concipit chalybs, et
generat filium patre clariorem. He aquí, pues, un gran misterio que os
revelo sin ningún enigma; ahí está el secreto de los Mercurios, que contienen
las dos tinturas. Guardadlas separadamente y no confundáis sus especies, por
miedo de que no procreen una estirpe monstruosa.
No
solamente os hablo de un modo más inteligible que jamás hiciera ningún
Filósofo, sino que también os revelo cuanto hay de más esencial en la práctica
de nuestro arte: si meditáis sobre esto, si os aplicáis en comprenderlo bien;
pero sobre todo si trabajáis con las luces que os doy, no dudo en modo alguno
de que obtendréis, lo que buscáis, y si no alcanzáis estos conocimientos por el
camino que os indico, tengo la seguridad de que difícilmente llegaréis a
vuestro fin con la sola lectura de los Filósofos. No desesperéis pues de nada;
busca la fuente del licor de los sabios que contiene todo lo que es necesario
para la obra, está oculto debajo de la piedra, golpead encima con la Verga del
fuego mágico, y brotará una clara fuente, haced después lo que os he mostrado,
preparad el baño del Rey con la sangre de los Inocentes, y tendréis el Mercurio
de los sabios animado, que no pierde jamás sus virtudes si lo guardáis en un
vaso bien cerrado. Hermes dice que hay tanta simpatía entre los cuerpos
purificados y los espíritus, que no se abandonan jamás una vez han sido unidos;
porque esta unión es parecida a la del alma con el cuerpo glorificado, después
de la cual nos enseña la fe que no volverá a haber separación ni muerte. Quia spiritus,
ablutis corporibus desiderant inesse, habitis autem ipsis, eos vivificant, et
in iis habitant. Veis por esto el mérito de este
precioso licor, al cual dieron los Filósofos mil nombres diferentes; es el agua
de vida de los sabios, el agua de Diana, la gran lunar, el agua de azogue; es
nuestro Mercurio, nuestro aceite incombustible que se congela con el frío como
el hielo y se licúa como mantequilla con el calor; Hermes lo llama tierra
enramada o tierra de hojas, no sin mucha razón, pues si la observáis bien,
advertiréis que está llena de hojas; en una palabra, es la fuente clarísima que
menciona el conde Trevisano; es, en fin, el gran Alkaest que disuelve
radicalmente los metales; es la verdadera agua permanente que después de
haberlos disuelto, se une inseparablemente a ellos y aumenta su peso y su
tintura.
CUARTA LLAVE
La
cuarta Llave del arte es la entrada de 1a segunda obra, es ella quien reduce
nuestra agua en tierra, no hay más que esta sola agua en mundo que por una
simple cocción pueda ser convertida en tierra, porque el Mercurio de los sabios
lleva en su centro su propio azufre que lo coagula. El aterramiento del
espíritu es la única operación de esta obra; coced pues paciencia; si habéis
procedido bien, no pasará mucho tiempo sin que veáis las señales de esta
coagulación, y si éstas no aparecen a su tiempo, no aparecerán jamás, porque es
un signo indudable de que habéis fallado en algo esencial, en las primeras
operaciones, pues para corporificar el espíritu que es nuestro Mercurio, hay
que haber disuelto bien el cuerpo en el cual está enterrado el azufre que coagula
el Mercurio. Hermes asegura que nuestra agua Mercurial habrá adquirido todas
las virtudes que los Filósofos le atribuyen, cuando se haya cambiado en tierra.
Vis ejus integra est, si in terram conversa fuerit. Tierra admirable por
su fecundidad, tierra de promisión de los Sabios, los cuales al saber hacer que
caiga el rocío del cielo sobre ella, le hacen producir frutos de precio
incalculable. El Cosmopolita expresa muy bien las ventajas de esta tierra
bendita. Qui scit aquam
congelare calido, et spiritum cum ea jungere, certerem inveniet millesies
pretiosiorem auro, et omni re. Nada se acerca al mérito de esta tierra y de este espíritu perfectamente
aliados, según las reglas de nuestro arte; son el verdadero Mercurio y el
verdadero azufre de los Filósofos, el varón vivo y la hembra viva que contienen
la semilla, única que puede procrear un hijo más ilustre que sus padres.
Cultivad pues cuidadosamente esta preciosa tierra; regadla a menudo con su
humedad, secadla otras tantas veces y no aumentaréis menos sus virtudes que su
peso y su fecundidad.
QUINTA LLAVE
La
quinta llave de nuestra obra es la fermentación de. la Piedra con el cuerpo
perfecto para hacer de ella la medicina del tercer orden. No diré nada en
particular sobre la operación de la tercera obra, sino que el cuerpo perfecto
es una levadura necesaria para nuestra pasta: que el espíritu debe hacer la
unión de la pasta con la levadura, de la misma manera que agua destempla la
harina, y disuelve la levadura, para componer una pasta fermentada adecuada
para hacer pan. Esta comparación es muy justa, y fue Hermes el primero en
hacerla. Sicut enim pasta sine fermentari potest; sic cum corpus
sublimaveris, mundaveris, et turpitudinem. a foece separaveris; cum conjungere
volueris, pone in eis fermentum, et aquam terram confice, ut pasta fiat
fermentum. Con respecto a la fermentación repite aquí el Filósofo toda la
obra, y muestra que lo mismo que la Masa de la pasta se convierte toda en
levadura por la acción del fermento que le ha sido añadido, así toda confección
Filosófica se convierte por esta operación en una levadura adecuada para
fermentar una nueva materia y multiplicarla hasta el infinito.
Si
observáis bien de qué manera se hace el pan, encontraréis las proporciones que
debéis guardar entre las materias que componen vuestra pasta Filosófica. ¿Acaso
no ponen los panaderos más harina que levadura, y más agua que levadura y
harina? Las leyes de la naturaleza son las leyes que debéis seguir en la
práctica de todo nuestro Magisterio. Os he dado todas las instrucciones que
necesitáis sobre todos los puntos principales; de suerte que sería superfluo
deciros más, particularmente en lo que respecta a las últimas operaciones sobre
las cuales han sido los Filósofos mucho menos reservados que sobre las primeras
que son los fundamentos del arte.
SEXTA LLAVE
La
sexta Llave enseña la multiplicación de la Piedra por la reiteración de la
misma operación que sólo consiste en abrir y cerrar, disolver y coagular,
embeber y secar, con lo que las virtudes de la piedra aumentan hasta el infinito.
Como mi propósito no ha sido describir completamente la práctica de las tres
medicinas, sino solamente instruiros sobre las operaciones más importantes,
referentes a la preparación del Mercurio, que los Filósofos pasan generalmente
en silencio para ocultar a los profanos misterios que sólo son para los sabios,
no me detendré más en este punto, y no os diré nada más de lo que concierne a
la proyección de la medicina, porque el éxito que esperáis no depende de esto;
sólo os he dado instrucciones muy amplias sobre la tercera Llave, a causa de
que ésta comprende una larga serie de operaciones, las cuales, aunque simples y
naturales, no dejan de requerir una gran comprensión de las leyes de la
naturaleza y de las cualidades de nuestra materia, así como un perfecto
conocimiento de la química y de los diferentes grados de calor que convienen a
estas operaciones.
Os he
conducido por el camino recto sin ninguna desviación, y habéis observado bien
la ruta que os he trazado, estoy seguro de que iréis directamente al fin sin
extraviaros. Agradecedme la intención que he tenido de ahorraros mil trabajos y
mil fatigas, que yo mismo experimenté en este penoso viaje, a falta de una
ayuda parecida a la que os brindo en esta carta, fruto de un corazón sincero y
de un tierno afecto por todos los verdaderos hijos de la ciencia. Os
compadecería mucho si, como yo, después de haber conocido la verdadera materia,
pasarais quince años enteramente dedicados al trabajo, al estudio y a la
meditación, sin poder extraer de la Piedra el jugo precioso, que ella encierra
en su seno, por no conocer el fuego secreto de los Sabios que hace fluir de
está planta, seca y árida en apariencia, un agua que no moja las manos, y que
por la unión mágica del agua seca del mar de los Sabios, se resuelve en un agua
viscosa, en un licor Mercurial que es el principio, el fundamento y la llave de
nuestro arte: convertid, separad y purificad los elementos, como yo os he
enseñado, y poseeréis el verdadero Mercurio de los Filósofos, que os dará el
azufre fijo y la medicina universal.
Pero
ya os he advertido que cuando hayáis llegado al conocimiento del fuego secreto
de los sabios, no habréis llegado empero al final de la primera carrera. Yo
estuve vagando varios años por el camino que queda por hacer para llegar a la
fuente misteriosa donde el Rey se baña, se rejuvenece, y emprende una nueva
vida exenta de toda clase de dolencias; es preciso que sepáis además de esto
purificar, calentar y animar este baño Real: para daros la mano en este camino
secreto, me he extendido en la tercera Llave, de la cual se deducen todas estas
operaciones. Espero de todo corazón, que las instrucciones que os he dado os
hagan ir directamente al fin. Pero recordad, hijos de la ciencia, que el
conocimiento de nuestro Magisterio viene más de la inspiración del Cielo, que
de las luces que podamos adquirir por nosotros mismos. Esta verdad es
reconocida por todos los Filósofos: por esto no basta con trabajar; orad
asiduamente, leed los buenos libros y meditad noche y día sobre las operaciones
de la naturaleza y sobre lo que ésta puede ser capaz de hacer cuando es ayudada
por el apoyo de nuestro arte y por este medio triunfaréis sin duda en vuestra
empresa.
Esto
es cuanto tenía que deciros en esta carta; no he querido haceros un discurso
muy extenso, tal como parece exigir la materia, pero cuanto os he dicho es
esencial en nuestro arte, de suerte que si conocéis nuestra Piedra, que es la
única materia de nuestra Piedra, y si tenéis el conocimiento de nuestro fuego
que es secreto y natural al mismo tiempo, tenéis 1as llaves del arte y podéis
calcinar nuestra Piedra, no por la calcinación ordinaria que se hace por la
violencia del fuego, sino por una calcinación Filosófica que es puramente
natural.
Observad
ahora con los más ilustrados Filósofos, que hay una diferencia entre la
calcinación ordinaria que se hace a fuerza de fuego y la calcinación natural, y
es que la primera destruye el cuerpo y consume la mayor parte de su humedad
radical, mientras que la segunda no sólo conserva la humedad del cuerpo al
calcinarlo, sino que lo aumenta considerablemente.
La
experiencia os hará conocer en la práctica esta gran verdad, pues encontraréis
en efecto que esta calcinación Filosófica que sublima y destila la Piedra
calcinándola, aumenta en mucho su humedad: la razón es que el espíritu ígneo
del fuego natural se materializa en las sustancias que le son análogas. Nuestra
piedra es un fuego astral, que simpatiza con el fuego natural y que, como una
verdadera salamandra, nace, se alimenta y crece en el fuego Elemental que les
es geométricamente proporcionado.
El nombre del autor se puede leer
en latín en este Anagrama:
DIVES SICUT ARDENS S....