Los 7 Pecados Capitales de un Masón
Ángel R. Medina
Logia Leonardo Da Vinci N° 244
Oriente de Maracay, Aragua, Venezuela.
¿Todavía siguen vigentes los siete pecados capitales?
Hoy, en este mundo globalizado, se habla con muy poca frecuencia sobre este tema.
Quizás, ello se deba a que estos fueron el origen de los vicios y porque según la
concepción cristiana «alejaban al hombre de Dios». Los «siete pecados capitales»
fueron estudiados por Santo Tomás de Aquino en su obra Suma Teológica escrita en
el siglo xxi y posteriormente recopilados y clasificados por San Gregorio Magno
(540-604 d.C.), a quien también se le conoció como Gregorio I, el sexagésimo cuarto
Papa de la Iglesia Católica. La pregunta es: ¿Siguen vigentes los siete pecados
capitales?
El filósofo Fernando Savater, en su obra Los siete pecados capitales,
[1] dice que los pecados tradicionales —soberbia, pereza, gula, envidia, ira, avaricia
y lujuria— están presentes en nuestra vida diaria, algunos devaluados y otros con
ciertas transformaciones. Savater, considera que cuando relacionamos estos pecados
con los tiempos que vivimos, nos encontramos con una «infinidad de caminos», que
al decir del pensador español se mezclan con las cuestiones religiosas, históricas,
económicas, sociales, artísticas y muchos otros factores que tienen que ver con
el mundo actual.
Los clásicos siete pecados conocidos, suponen la existencia
de virtudes que pueden derrotarlos. Ellos son: soberbia-humildad, avaricia-generosidad,
lujuria-castidad, ira-paciencia, gula-templanza, envidia-caridad y pereza-diligencia.
Sin embargo, Savater considera que la soberbia es «la madre de todos los vicios».
También Mahatma Gandhi, desde su óptica del hinduismo y tomando como base la perspectiva
de la vida actual, suponía que podría ser válido para cualquier religión y por ello
esbozaba así los pecados capitales: política sin principios, negocio sin moralidad,
bienestar sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin humanidad, goce sin conciencia
y culto sin sacrificio.
La Iglesia se actualiza
Ha pasado mucha agua por los ríos desde Santo Tomás de Aquino y de Gregorio I, sobretodo, si tomamos en cuenta las delimitaciones que se esgrimían durante la Edad Media respecto a lo que era o no correcto. Con la idea de actualizarse, en año 2008, la iglesia católica presentó un nuevo listado de pecados capitales que fue publicado por L’Ossevatore Romano, diario oficial del Vaticano, que especificaba que éstos (los siete pecados) estaban «obsoletos por la globalización y las nuevas tendencias». Al tratar de «modernizar» dichos pecados, el Vaticano los denominó los «Siete Pecados Sociales» y ellos son: violaciones bioéticas, experimentos moralmente dudosos, drogadicción, contaminar el Medio Ambiente, contribuir ampliar la brecha entre los ricos y los pobres, a riqueza excesiva y generar pobreza. Cualquier pagano, ateo o pecador penitente puede considerar esto como ridículo y como diría Savater: «Hay actitudes que pueden considerarse como nuevas formas de pecar. Son las que se basan en la desconsideración por parte del otro […] Hay virtudes y vicios que dependen del papel que tengas en la sociedad». [2] El filósofo español, por consiguiente, cree que en estos tiempos de violencia e irracionalidad, muchos de los pecados «son instrumentos que se convierten en fines en sí mismos», porque lo fundamental para el ser humano es «luchar contra el aburrimiento».
Los siete
pecados capitales pueden perfectamente aplicarse a la masonería, pero esencialmente
ello compete a nosotros los masones, porque la Orden no incurre en ellos, no así
quienes pertenecemos a ella por los fallos que pudiésemos cometer. Estos fallos
o eso de caer en la «tentación del pecado» obedecen a los errores que incurrimos
como humanos y a la vulnerabilidad de nuestros instintos. Sería un craso error etiquetarle
a nuestra institución masónica las malas praxis que realizamos como masones o pretender
atribuirle a la Orden un supuesto mal funcionamiento, cuando en realidad somos nosotros
quienes estamos fallando.
Los pecados tienen su origen en el cristianismo y consistía
en identificar todo aquello que no deberíamos hacer, pero las religiones inventaron
el infierno, el diablo y Satanás. Como escribe Savater, «el Diablo es un extraordinario
gerente de marketing, que ha logrado vender cada vicio como una virtud». Los pecados
—escribe Savater— eran una advertencia respecto de cómo administrar la propia conducta.
«Se trató de un listado de advertencias sobre los peligros que puede acarrear la
desmesura frente a lo deseable. Hoy existe una versión más simplonas de esas advertencias,
que son los libros de autoayuda, donde encuentras unas fórmulas para no engordar
y otras para ser feliz en tres lecciones». [3] O como decía Bossy: «la suerte de
estos pecados terminó en la época moderna, cuando la penitencia dejó de ser la forma
de resolución de los conflictos sociales para transformarse en algo psicológico
a la conciencia de cada individuo».
Dante: La Divina Comedia
Entre 1307 y 1361, Dante Aligheri escribió
La divina comedia, obra de un gran contenido poético que relata un viaje imaginario
a través del infierno, el purgatorio y el paraíso. En él, el poeta se va encontrando
con personajes mitológicos, reales, de su época e históricos, de la esfera política
y religiosa. Cada uno de ellos representa un defecto o una virtud.
La Divina
Comedia —escriben Adriana Quiroga, Hernán Guerrero y Ulises Márquez en el prólogo
y traducción del libro— es un poema donde se mezcla la vida real con la sobrenatural,
muestra la lucha entre la nada y la inmortalidad, una lucha donde se superponen
tres reinos, tres mundos, logrando una suma de múltiples visuales que nunca se contradicen
o se anulan. Explican que los tres mundos infierno, purgatorio y paraíso reflejan
tres modos de ser de la humanidad, en ellos se reflejan el vicio, el pasaje del
vicio a la virtud y la condición de los hombres perfectos. «Es entonces a través
de los viciosos, penitentes y buenos que se revela la vida en todas sus formas,
sus miserias y hazañas, pero también se muestra la vida que no es, la muerte, que
tiene su propia vida, todo como una mezcla agraciada planteada por Dante, que se
vuelve arquitecto de lo universal y de lo sublime».[4]
Los siete pecados
capitales pueden ser perfectamente aplicables a la masonería con la diferencia de
que la Orden nunca se verá afectada, porque quienes incurrimos en estos desmanes
somos los masones y no la institución. Los masones debemos combatir a dos enemigos
en común: el fanatismo y la superstición. Convenimos animarnos QQ\ HH\ para identificar
qué tipo de comportamientos corresponden a cada uno de estos pecados capitales.
Os persuadimos, pues, a evitar estos siete pecados capitales de un masón.
Primer pecado: la doble ignorancia
Si duda este uno de los pecados más
graves para el masón. Es el prototipo del masón que se vuelve obtuso y cree que
todo le viene por gracia divina o por favores recibidos. Nunca tiene un mensaje
convincente —además de ser excesivamente negativo— y, por el contrario, vive en
las nebulosas al considerarse un «masón exquisito y dueño de la verdad y la palabra»
porque alguna vez se leyó el Ritual y como no logró asimilarlo, recurre a las trampas
del rumor y de la mala voluntad hacia sus Hermanos. Cree que porque sabe cómo caminar
en Logia y alguna vez se enteró dónde compraba las sandalias el Maestro Hiram, se
le debe rendir pleitesía por sus «conocimientos».
Segundo pecado: el individualismo
Al igual que la ignorancia y la superstición, el individualismo es otro
de los males que aquejan al masón. Un masón individualista, suele ser valorado negativamente
por sus Hermanos del Taller, ya que se cree que piensa sólo en sí mismo y no le
interesa qué pasa en su entorno o, en otras instancias, en su Logia o en la institución
masónica. No le gusta trabajar en grupo y llega a los extremos de ser un abanderado
del egocentrismo, porque él «se las sabe todas». Cuando lee algo lo asimila sólo
para su consumo interno, filtra los conocimientos que adquirió de Internet y se
agarra de la mórbida frase: «bajo, copio y pego, luego existo».
Tercer pecado:
la ceguera iniciática
Este pecado recae sobre el masón que no ve nada más
allá de lo que asimila cuando se indigesta con ciertos libros de autoayuda, de un
«esoterismo» fanático y ramplón que, al final, echa por la borda los principios
y el código moral masónico. Es el típico personaje que se trasmuta con el humo de
las varillas de incienso y se cree un santurrón cuando lo observa alguno de sus
Hermanos o evidencia la presencia de ellos. La «ceguera iniciática» es esa mezcla
de seudo esoterismo —falso conocimiento interior— con cuestiones de brujería y de
un «conocimiento» esotérico aprendido de los libros llamados «ocultos» y de los
best sellers de autoayuda.
Cuarto pecado: el miedo ficticio
El síndrome
del «miedo ficticio» —como decía E. Chartier Alain— hace referencia al «hombre que
tiene miedo sin peligro, e inventa el peligro para justificar su miedo». Es el «Juan
sin Miedo» del Taller en el léxico masónico que circula por los «pasos perdidos»
prediciendo amenazas y frases agoreras, como aquello de que el mundo se va a extinguir,
que nos vigilan los Jinetes del Apocalipsis, que nos abruma un mundo sombrío y pare
de contar. El miedo ficticio es incompatible con el trabajo en el Taller masónico.
Bajo esas condiciones, obviamente, jamás elevaremos templos a la virtud y calabozos
para los vicios, porque tiene un doble efecto: uno, vemos cosas que no existen y
que dispersan el trabajo en las Logias y, dos, esparcen una carga de negatividad
en los Talleres. Como decía alguien por allí, el miedo es un sentimiento, la valentía
es un comportamiento, y entre el sentimiento y el compartimiento, estamos nosotros
los masones.
Quinto pecado: la superficialidad
Este pecado alude
a quien presume alcanzar objetivos, pero que jamás son justos o equilibrados. Cuando
habla en Logia, abusa de su sarcasmo y no escucha la opinión de los demás. Siempre
está de brazos cruzados y no hace nada para glorificar su templo interior. Este
pecado es parecido a la Pereza. El masón perturbado por este pecado no admite sus
errores y se siente satisfecho al no avanzar en los grados masónicos. Vive aferrado
al pasado o cuando ocupó determinados cargos en el Taller. No se adapta a los cambios.
Cuando presenta una Plancha al Taller y ve que nadie se considera «satisfecho» arranca
en ira y se jacta de que está rodeado de mentes insulsas. Lamentablemente, este
Hermano no conoce los niveles de la Tolerancia.
Sexto pecado: la prepotencia
La prepotencia es aliada de la arrogancia, la imprudencia y la soberbia.
Este pecado, hace que la persona o masón que incurra en ella, y quien además de
indeciso, es indisciplinado y pierde el tiempo en banalidades. Hace caso omiso al
estudio y la investigación. Se jacta de ser un superdotado. Puede tener cierta instrucción
pero no es culto y allí viene el desliz que declina su balanza. Cuando puede emite
un comentario irónico, sobre todo cuando un Hermano de su Taller alude cierto tema
que él no comparte. Tampoco comparte su conocimiento para sentirse más importante,
pero «nadie vale más que otro sino hace más que otro».
Séptimo pecado: la
negatividad
«Yo te dije que eso no iba a funcionar». Así controla sus emociones
una persona negativa. Un artista genial como Groucho Marx decía: «es mejor permanecer
callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente». Desde
el punto de vista filosófico, una persona negativa es un ser humano que no puede
controlar sus sentidos. Una persona negativa es un ser lleno de prejuicios, donde
predomina la estupidez antes que su lado racional. La negatividad tiene algo de
la Envidia. Que nos libre el GADU de un Hermano negativo que suela llegar hasta
el extremo de la soberbia. Consumantun est.
Notas
- Savater, Fernando, Los siete pecados capitales, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2005, p. 9.
- Ibíd., p. 151.
- Ibíd., p. 15.
- Véase Alighieri, Dante, La divina comedia, Madrid, Editorial Cátedra, 2007.
Bibliografía
- Alighieri, Dante, La divina comedia, Madrid, Editorial Cátedra, 2007.
- Aquino, de Santo Tomás, Suma teológica I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2010.
- Biblia de Jerusalén, Bilbao, Editorial Desclée De Brouwer, 1999.
- Savater, Fernando, Los siete pecados capitales, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2005.
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