Thursday, August 1, 2019

Saturday, July 20, 2019

ANTIGUOS GUARDIANES DE LA SABIDURÍA - Varios Autores






ANTIGUOS GUARDIANES DE LA SABIDURÍA

Varios Autores


Las serpientes han sido adoradas como animales sagrados desde tiempos inmemoriales. Los antiguos pueblos las asociaban con las esferas divinas y les adscribían muchos atributos místicos a estas criaturas ctónicas. Las serpientes eran identificadas con muchos fenómenos y su simbolismo es muy complejo. Las cualidades místicas del animal generalmente estaban asociadas con un rasgo dominante, esto es, el reptar, el cambio de piel, la forma, el veneno mortal, etc. No menos significativas eran las características conectadas con los lugares donde las serpientes moraban, tales como bosques, desiertos, mares, lagos, vasijas de agua y otras localizaciones. La serpiente era un símbolo de destrucción, así como un emblema de vida y fertilidad. Estaba relacionada con el elemento femenino, pero también era un símbolo fálico, la bíblica serpiente tentadora que condujo a los seres humanos al pecado, o una salvadora – la portadora del conocimiento y la sabiduría. Muchos antiguos dioses y entidades fueron representados como serpientes. Las serpientes también eran asociadas con cierta variedad de fuerzas naturales – este símbolo tenía una enorme influencia que no ha declinado siquiera en el mundo moderno.

Hay una conexión mística entre el simbolismo de la serpiente y el principio femenino. La serpiente que mora en las regiones ctónicas está en continua unión con la Madre Tierra, la que da a luz, alimenta y nutre, la fuente de la vida y la fertilidad. La conexión entre la serpiente y el elemento tierra indicaba su aspecto femenino, el principio de la fertilidad, la maternidad y la feminidad. Sin embargo, el elemento femenino no solo se refiere a la fertilidad y la maternidad sino también a todo lo que es misterioso, imprevisto, intuitivo e irracional. La Serpiente bíblica convence a Eva, no a Adán. El rival de Eva, la demoníaca Lilith [1] también es a menudo identificada con la serpiente. Muchas antiguas diosas fueron representadas como mujeres sosteniendo serpientes en sus manos. Entre ellas podemos encontrar personajes mitológicos tales como Hécate, Perséfone y Artemisa. La antigua diosa egipcia de la fertilidad fue llamada Renenutet y representada como mitad serpiente y mitad mujer. Su nombre significaba "renen" - "comida" y "utet" - "serpiente". En la antigua Grecia ella fue conocida como Thermutis [2]. También hay personajes mitológicos representados como serpientes en lugar de pelo, como las Erinias, Gorgonas o Equidnas, las demoníacas mujeres serpiente de la mitología griega. En Europa Central había una creencia común que indicaba que si entierras el pelo de una mujer bajo la luz de la luna, se convertirá en serpientes [3]. No obstante, la serpiente también era un símbolo fálico, una fuerza masculina fecundadora conectada con los rayos solares o los rayos y relámpagos. En este contexto, el rol masculino o femenino de la serpiente como un símbolo es altamente ambivalente.

Las diosas asociadas con las serpientes no solo eran deidades de la tierra sino también del inframundo, la oscuridad y el negro útero cósmico. Los antiguos griegos creían que el alma de una persona fallecida asume la forma de una serpiente. Ese es el motivo de que la serpiente fuera a menudo considerada como un símbolo ctónico, el poder personificado del inframundo, las oscuras fuerzas sobrenaturales, y la energía primordial de la oscuridad cósmica. A este respecto la serpiente era un símbolo del lado oscuro de la naturaleza humana, el principio oculto en el inconsciente. En la Qabalah, los niveles qlifóticos del Árbol de la Noche eran considerados un dominio de fuerzas representadas como serpientes o dragones. El dios egipcio Apofis [4], el demonio serpiente que amenaza al dios sol en su viaje diario a través del inframundo, podría ser un apropiado ejemplo. Ra tiene que luchar con Apofis todos los días durante su paso a través del Amenti. Los mitos egipcios describen cómo la serpiente demoníaca es matada por el dios sol y su sangre tiñe los cielos de rojo al amanecer. Apofis algunas veces es identificada con Set o el demoníaco Tifón - el monstruo de cabeza de dragón y piernas de serpiente. Otras serpientes demoníacas que aparecen en las mitologías del mundo son por ejemplo Leviatán, Jormungandr [5] o Vritra. Ahriman, la personificación persa del mal, aparece en representaciones con la cabeza de un león y una serpiente enroscada alrededor de su cuerpo. Sin embargo, no solo las temibles entidades demoníacas eran asociadas con las serpientes. La serpiente también era el atributo de deidades benévolas. Atum - el antiguo creador egipcio del mundo – era algunas veces representado como una serpiente. Las serpientes aparecen también como el atributo de Atenea. Varuna, el más alto dios de la religión védica, lleva el nombre de "Nagaraja", "Rey de las Serpientes". En las creencias hindúes se cree que las serpientes Naga son entidades demoníacas, a menudo representadas como mitad humanas, mitad serpientes, con cinco o siete cabezas. Sus roles y cualidades no son entera-mente negativas. La serpiente Ananta es el símbolo del Infinito. Sesha eleva la Tierra. Vasuki actúa como una cuerda que agita el mar y expulsa a otros demonios lejos de Shiva. En el folclore Hindú, las serpientes Naga son adoradas como patronas de la fertilidad. En el Tíbet son consideradas como deidades benévolas del agua que guardan los escritos budistas [6].

Es también digno de notar que las deidades, espíritus y demonios representados como serpientes a menudo estaban conectados con el agua. Esta visión debe mucho al simbolismo del aspecto femenino en el que el elemento agua siempre ha jugado un rol crucial. Leviatán, Jormungandr, así como otras entidades serpiente, a menudo eran criaturas acuáticas. Esto también se refiere a las deidades representadas como dragones, como la diosa dragón babilónica Tiamat (encarnando el concepto del agua salada) y Apsu (el agua dulce). La conexión entre las serpientes, dragones y el agua era el resultado de su naturaleza primordial y caótica. El caos primordial a menudo era descrito como las antiguas aguas a partir de las que todo el universo vio la luz. La naturaleza serpentina de los antiguos dioses implica por lo tanto su conexión con la energía primor-dial, el principio del caos, siendo la fuente del potencial creativo. Esto es altamente evocador de la energía Kundalini [7] que representa a la fuerza psíquica interna en la tradición del Tantrismo. También encontramos sus equivalentes en otras culturas del mundo. El uraeus egipcio es un símbolo de transformación a través de la ascensión, similar al proceso del despertar de Kundalini cuando asciende a través de los siete niveles tradicionales de energía, los chakras. Motivos similares se encuentran en Mesopotamia - el ascenso a través de los niveles del ziggurat, o el camino a través de los escalones hechos de siete metales en los rituales de Mitra. Kundalini es la fuerza que despierta y transforma la consciencia, conduciendo a la iniciación espiritual y el renacimiento de los sentidos.




El ascenso de la serpiente Kundalini indica también el papel de la serpiente como la mediadora entre los mundos – el inferior y el superior, la tierra y los cielos, o la tierra y el inframundo. El ejemplo mejor conocido de este concepto es el Caduceo, dos serpientes enroscadas alrededor de una vara coronada con un par de alas. Este símbolo ha sido conocido desde tiempos antiguos. En la antigua Roma representaba el equilibrio espiritual y moral. La vara denotaba poder, las serpientes - sabiduría, y las alas - diligencia. El Caduceo puede ser exitosamente comparado con las ideas Tántricas sobre la Kundalini como el emblema de la energía transformadora de la evolución humana. Esta energía es simbolizada por las serpientes ascendentes. Enroscadas alrededor de la vara, que representa al eje del universo, las serpientes encarnan el concepto de una precisa simetría mutua, el equilibrio activo de fuerzas opuestas. Representan a la tierra, a las fuerzas inferiores, a los instintos terrenales y al inframundo. El par de alas en la parte superior del Caduceo es el mundo superior, el símbolo del Espíritu. El Caduceo también era el atributo de Hermes/Mercurio - el mensajero de los dioses y el mediador entre los mundos. Hermes es el psicopompo que guía a las almas desde la vida terrenal al gran más allá, las conduce desde el mundo de los seres humanos al Otro Lado. La Alquimia atribuye a esta deidad una de las más importantes funciones en el proceso de transmutación. El Mercurio Alquímico representa al líquido inconsciente y a la energía dinámica que tiene una doble naturaleza - femenina y masculina, superior e inferior. Es el símbolo del complexio oppositorum. Sus otros nombres son Monstrum Hermaphroditus o Rebis. En la alquimia es el agente de transformación, dotado con un gran potencial creativo, inseparablemente conectado con otros conceptos de la serpiente. El Caduceo de Mercurio [8] también es un símbolo de la polarización de los opuestos, la integración de los elementos: vara - tierra, alas - aire, serpientes - agua y fuego. El mito griego sobre el profeta Tiresias, que fue transformado en una mujer después de que separara a dos serpientes que estaban copulando (el Caduceo) y en hombre de nuevo después de que hiciera lo mismo siete años después, muestra que se consideraba que la serpiente está estrechamente conectada con la transformación de los opuestos. Estas serpientes, así como las que se enroscan en el Caduceo, son Ida y Pingala de la tradición Hindú. Kundalini une los elementos opuestos: la tierra con el aire a través de su viaje ascendente, y el agua, el elemento femenino - cuando fluye a través del nadi izquierdo (Ida) con el elemento masculino del fuego - cuando fluye a través del nadi derecho (Pingala). En la última fase del viaje ocurre la síntesis de los opuestos - la serpiente se convierte en el dragón – la encarnación alada de la Quintaesencia.




Muchas tradiciones representan al dragón como la serpiente alada. Los dragones medievales tenían el pecho y los pies de un águila, el cuerpo de una serpiente, las alas de un murciélago y la cola rematada con una púa. Cada uno de es-tos elementos representaba una cualidad distintiva: el águila - el aspecto celestial, la serpiente – el misterio y el inframundo, las alas – el intelecto, la cola - la razón. Esta es, sin embargo, solo una de las numerosas interpretaciones del símbolo del dragón. Como la serpiente, el dragón era el mediador entre los mundos, encarnan-do aspectos particulares del universo y todos los elementos existentes en la Naturaleza. Cirlot observa que tanto el dragón como la serpiente personifican el ritmo de la vida en todo el universo, que es particularmente fácil de notar en el ejemplo de la tradición China:

"La asociación de dragón/relámpago/lluvia/fecundidad es muy común en textos arcaicos chinos, por cuya razón el fabuloso animal se convierte en el vínculo conectivo entre las Aguas Superiores y la tierra. Sin embargo, es imposible generalizar sobre el dragón a partir de la mitología china, porque hay dragones subterráneos, aéreos y acuáticos. 'La tierra se une con el dragón' significa que está lloviendo. Juega una parte como intermediario, entonces, entre los dos extremos de las fuerzas cósmicas asociadas con las características esenciales del simbolismo de tres niveles: el nivel superior de la espiritualidad; el plano intermedio de los fenómenos de la vida; y el nivel de las fuerzas inferiores y telúricas"[9].

Las serpientes enroscadas alrededor del Caduceo también recuerdan a la imagen de una serpiente enroscada al-rededor de un árbol, que es común para muchas culturas extendidas a lo largo de todo el mundo. Como la vara del Caduceo, el árbol simboliza el axis mundi, el eje conector de los niveles y dimensiones particulares de todo el universo - lo inferior (el inframundo, el infierno) son las raíces del árbol, mientras que los planos superiores y celestiales son simbolizados por las hojas y ramas. El tronco es el eje a través del que el alma puede viajar entre los mundos. Este concepto se corresponde con el Shushumna, el nadi central en el Tantrismo, a través del que la serpiente Kundalini hace su ascenso. La serpiente enroscada alrededor del árbol es también simbólica de la armonía de las fuerzas cósmicas. Generalmente esta imagen también incluye un águila sentada en la parte más alta del árbol. En este sentido, la serpiente es uno de los arquetipos fundamentales en la síntesis de fuerzas que constituyen el universo.

En mitos y leyendas la serpiente casi siempre es una criatura sabia, a menudo representada como personificación de la sabiduría y el poder. En la antigua Grecia la serpiente era sagrada para Atenea, la diosa de la sabiduría. En uno de los mitos ella es – en un sentido – la madre del hombre serpiente Erictonio y que fue dado a luz a partir del semen de Hefesto, eyaculado sobre el suelo cuando Atenea se le resistió y desapareció [10]. En Egipto la cobra era considerada como el símbolo del poder y el conocimiento, la sabiduría superior - tanto divina como real, el dominio de los faraones, hijos de los dioses. La serpiente alada, o el dragón, según algunos mitos, guarda tesoros, gemas y grandes riquezas escondidas en cuevas montañosas. Una función similar es algunas veces atribuida a las serpientes. Los Naga son guardianes de templos. También es la Serpiente la que guarda el Árbol del Conocimiento y la Fuente de la Inmortalidad. Estos tesoros son símbolos de conocimiento y sabiduría que solo pueden ser conseguidos por héroes fuertes y valientes que no temen al peligro. En un sentido esotérico, la búsqueda de tesoros guardados por reptiles primordiales es un símbolo de la Iniciación. Es un viaje espiritual en búsqueda del conocimiento perdido. La Serpiente bíblica es el seductor, descrita como el mal encarnado, el Adversario que conduce a los seres humanos a la eterna condenación. Su rol en el Jardín del Edén, sin embargo, podría ser interpretado de varias formas diferentes. Representa la alternativa a la salvación a través de Dios: el sendero de independencia y autorresponsabilidad. Es el iniciador de la humanidad y el emblema del sendero hacia la autodeificación.

Helena Blavatsky [11] observa que en las antiguas tradiciones mágicas el nombre "Serpiente" o "Dragón" fue dado a personas de conocimiento, adeptos iniciados [12]. Los gnósticos creían que la Serpiente personificaba el principio de la salvación. Muchas doctrinas gnósticas incluían el culto de la Serpiente, tal como por ejemplo los Naasenos (del hebreo na'ash - "serpiente"), o los Ofitas (del griego ophis). Ellos afirmaban que la Serpiente era el salvador de la humanidad porque enseñaba al hombre los secretos divinos que revelaba el verdadero conocimiento, la gnosis. En The Gnostic Religion Hans Jonas describió la historia gnóstica de salvación de la siguiente manera: la madre celestial, Sofía-Prunikos decidió destruir la obra demiúrgica de su hijo malévolo Ialdabaoth y envió a la Serpiente para que tentara a Adán y Eva para que rompieran los mandamientos de Ialdabaoth. El plan triunfó – ambos comieron los frutos del árbol prohibido. Pero cuando ellos lo hicieron, se hicieron conscientes de las fuerzas que existían fuera de su mundo que se habían alejado de sus creadores. Esta fue la primera victoria del principio trascendental sobre la fuerza que bloqueaba el acceso del hombre al conocimiento. Hasta ese momento el hombre era meramente el rehén de la Luz. El acto de la Serpiente marcó el inicio de la Gnosis sobre la tierra.

Los Ofitas fueron una de las sectas más tempranas del gnosticismo, activos en el siglo segundo en Siria y Egipto. En su doctrina la Serpiente simbolizaba el conocimiento que permitía la liberación de las ataduras del mundo terrenal. Era el iniciador del sendero individual del hombre, opuesto a las leyes del universo, y que conducía a la autosalvación. Pero también en las religiones gnósticas el simbolismo de la serpiente tiene una cierta ambivalencia. Allí está el Agathodaimon, representando las cualidades benévolas, y Kakodaimon, conectado con el elemento malvado. La serpiente gnóstica es Nous y Logos. A menudo es asociada con la fuerza femenina de Sofía/Enoia, La Que Da Nacimiento a Todo, el Anima Mundi. En este sentido, la serpiente representa la sabiduría humana, la intuición, la repetición, el ritmo y la creación. A diferencia de las enseñanzas de los Ofitas, otras doctrinas gnósticas incluían la conexión de la serpiente con la oscuridad primordial, el abismo cósmico y las aguas oscuras. No solo era la salvadora sino también la gobernadora y la esencia del mal existente en el mundo. Se pensaba que la gigantesca serpiente/dragón se enrosca alrededor del globo, circundando la tierra en su eterno abrazo. El tratado gnóstico Pistis Sophia afirma: "En la oscuridad exterior hay un gran dragón que tiene su cola en su boca"[13]. Esta serpiente es un símbolo arcaico, más a menudo referenciada como el Ouroboros. Este motivo aparece en muchas culturas, en Egipto, Grecia, etc. no solo como el símbolo gnóstico. El Ouroboros tiene un significado muy complejo. Representa al tiempo y al continuum de la vida, los cambios cíclicos en la Naturaleza, la muerte y el renacimiento. Sus imágenes algunas veces incluyen la inscripción "En to pan" (Uno es Todo). La serpiente devorando su propia cola representa el movimiento eterno. El Ouroboros se mata a sí mismo, se casa consigo mismo, se impregna a sí mismo, se devora a sí mismo y se da a luz asimismo - esta es la unión de los opuestos y la autosuficiencia primordial. Puede ser interpretado como la unión de los elementos masculino y femenino porque la mitad de su cuerpo es brillante y la otra mitad oscura. Implica la unión de principios opuestos, como en el símbolo chino del Yin-Yang en el que el Yang representa la fuerza masculina y el Yin - la femenina. El Ouroboros es por lo tanto otro ejemplo de una variedad de significados atribuidos al simbolismo dela serpiente y su conexión con los extremos: el positivo y negativo. Representa el estado de existencia primordial que contiene tanto la oscuridad como la luz, la destrucción y el potencial creativo. Esta es la oscuridad arquetípica de la consciencia humana.

También podemos encontrar el motivo de la serpiente cósmica enroscándose alrededor del globo en la tradición Vodou. Aquí es llamada Damballah y es representada como la serpiente inclinada hacia el sendero a través del cual el sol camina cada día. Algunas veces está unida con su contraparte femenina, Aida, el arco iris. Damballah es el patrón de las aguas y los pozos y ríos celestiales sobre el plano terrenal. Cuando se oculta en el mar, las aguas cósmicas le reflejan como el arco iris. Damballah y Aida forman una unión sexual. Ambos circundan el cosmos, como la serpiente enroscada alrededor de todo el universo [14]. El Ouroboros repta a través de cada localización y cada elemento, conectando el mundo en una armonía cósmica. Los Ofitas creían que la serpiente vive en todo objeto simple y en cada criatura única. Su doctrina reconocía siete círculos, niveles correspondientes a la estructura del universo. Esto es evocador del concepto Tántrico de la serpiente Kundalini que asciende hacia arriba a través de siete chakras. Los chakras representan los niveles del ascenso hacia lo Divino, como los ziggurats mesopotámicos que tenían siete terrazas dedicadas a dioses particulares, simbolizando la estructura del universo. El siete es el número a menudo mencionado en asociación con la Serpiente y el Dragón. En mitos y leyendas a menudo encontramos serpientes y dragones de siete cabezas. Casi todos los dragones de las antiguas mitologías tenían siete cabezas. Según Blavatsky, siete cabezas simbolizan los siete elementos de los que la Naturaleza y el ser humano están constituidos. La séptima, cabeza central, es la más importante [15]. En ciertas tradiciones esotéricas hay siete niveles de energía que constituyen el mundo. Su manifestación es reflejada en aspectos particulares de la Naturaleza: los siete colores del arco iris, las siete estrellas de la Constelación de la Osa Mayor, las siete direcciones en el espacio, los siete planetas de la astrología tradicional, etc. Blavatsky escribe:

"Las siete constelaciones Septentrionales crean al Guerrero Negro; las siete Orientales (otoño chino) constituyen el Tigre Blanco; las siete Australes son el Pájaro Bermellón; y las siete Occidentales (llamadas Vernales) son el Dragón Azul. Cada uno de estos cuatro Espíritus preside sobre su heptanomía durante una semana lunar. El genitivo de la primera heptanomía (Tifón de las Siete Estrellas) ahora tomó un carácter lunar; en esta fase encontramos a la diosa Sefekh, cuyo nombre significa número siete, es la palabra femenina, o logos en lugar de la madre del Tiempo, que era la Palabra anterior, como diosa de las Siete Estrellas"[16].

Siete también es el número de los días de la semana, de las deidades planetarias, pero también de los pecados capitales del cristianismo. Era una creencia en Bavaria que el séptimo hijo de los mismos padres se convierte en un hombre lobo. Siete era el número de Saturno y sus influencias, tanto positivas como negativas. Tenía un enorme significado en la filosofía oculta. Sin embargo, también había dragones con un número de cabezas diferente de siete. El dragón de tres cabezas, por ejemplo, simboliza tres esencias - la activa, la pasiva y la neutra [17].


El veneno de la serpiente puede ser una poción mortal o un elixir místico que cura y transforma. La serpiente enroscada alrededor de un cáliz es el emblema a menudo encontrado en la medicina y las farmacéuticas. También en los antiguos tiempos la serpiente era el atributo de deidades que se creía que tenían poderes curativos. Asclepio, el dios griego de la curación y las artes médicas, era algunas veces representado como una serpiente y probablemente en un origen era una deidad serpiente. En una de sus representaciones sostiene una vara con una serpiente enroscada a su alrededor. Su hija Higía, la diosa de la salud, es representada de forma similar. Su animal sagrado y compañero es la serpiente. Esto también se refiere a la habilidad de la serpiente para rejuvenecerse a través de la muda de la piel, que es un símbolo antiguo de renovación y resurrección, tanto en el sentido físico como espiritual. Ese es el motivo de que algunas veces la serpiente aparezca en imágenes sosteniendo un fruto o una hierba de inmortalidad en sus fauces [18].

Las serpientes y dragones también representan los instintos inconscientes, aspectos oscuros y escondidos de la naturaleza humana. Por esta razón a menudo tienen un carácter demoníaco. En el cerebro humano todavía hay partes que compartimos con nuestros ancestros evolutivos, reptiles y bestias. Peter J. Carroll observa:

"Todos los dragones, serpientes y demonios escamosos de mitos y pesadillas son atavismos reptiles de las partes más antiguas de nuestros cerebros. La evolución no ha eliminado estos patrones de conducta ancestrales, enterrándolos meramente bajo una pila de nuevas modificaciones. Por ello, en la mitología los dioses, como representaciones de la consciencia humana, suprimen a los titanes y dragones de la consciencia más antigua"[19].

Las serpientes simbolizan las fuerzas inconscientes que han sido reprimidas por nuestra mente consciente. La confrontación con ellas a menudo es vista como destructiva y terrorífica. La liberación de estos instintos significa la necesidad de encarar las cualidades místicas del inconsciente, tradicionalmente visto como oscuro y negativo y suprimido por culturas y religiones. Los mitos y leyendas describen esto como una conquista de la serpiente/dragón por un dios o un santo – representativos del nuevo orden mundial. Dependiendo del contexto, el dragón es vencido por ejemplo por Apolo, Cadmo, Perseo, Sigfrido, San Jorge o el Arcángel Miguel.

La derrota del dragón no solo significa el triunfo sobre el caos y el fundamento del nuevo orden del mundo, sino también la represión de los instintos primigenios - reconocidos como oscuros, malvados e indeseados. Estas fuerzas generalmente tienen un carácter destructivo pero cuando aprendemos a dominarlas, se convierten en una herramienta de transformación, iluminación espiritual y liberación. La historia mitológica tradicional de una lucha victoriosa con el dragón/serpiente no es un relato sobre la doma de la fuerza sino sobre el rechazo y la negación de ella. Los instintos rechazados emergen desde el abismo olvidado de la mente interior, trayendo el caos a la vida del hombre y asumiendo formas de monstruos draconianos y serpentiformes. El dominio de esta fuerza, sin embargo, es posible a través de la disciplina espiritual: aprendemos a gobernar sobre los aspectos olvidados de la mente y a usarlos en nuestro progreso espiritual.

El autor
Logia Magan
Varios Autores

(Traducido por Manon de Glimpses of the Left Hand Path)



NOTAS:

1.      Nota de Retales de Masonería: Lilit es una figura legendaria del folclore judío, de origen mesopotámico. Se le considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según la leyenda, abandonó a Adán para irse del Edén y se instaló junto al mar Rojo, junto a sus hijos. Allí se unió con Asmodeo o Samael, que llegó a ser su amante. Más tarde, se convirtió en un demonio que se une a los hombres como un súcubo, engendrando hijos (los lilim). Se le representa con el aspecto de una mujer muy hermosa, a veces alada. Se le dio estas cualidades demoníacas para asustar a los niños judíos.
2.      Manfred Lurker. Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons
3.      Juan Cirlot. Dictionary of Symbols
4.      Nota de Retales de Masonería: Apofis, o Apep, representaba en la mitología egipcia a las fuerzas maléficas que habitan el Duat y a las tinieblas. Apofis era la encarnación del caos así como de la insurrección armada. Era llamada despectivamente Nepai El que es como una tripa intestinal Es una serpiente gigantesca, indestructible y poderosa, cuya función consistía en interrumpir el recorrido nocturno de la barca solar conducida por Ra y defendida por Seth, para evitar que consiguiera alcanzar el nuevo día. Para ello empleaba varios métodos: atacaba la barca directamente o culebreaba para provocar bancos de arena donde el navío encallara. Todo ello tenía sólo una finalidad: romper la Maat, el «orden cósmico».
5.      Nota de Retales de Masonería: En la mitología nórdica, Jörmundgander o Jörmungandr, también llamada la "Serpiente de Midgard" (Miðgarðsormr en nórdico antiguo, Midgårdsormen en sueco y danés moderno), es una gigantesca serpiente que ronda Midgard (o Midgård) hasta el día del Ragnarök. Es un monstruo masculino. Tiene al dios Loki como padre y a la gigante Angrboda como madre, y cuando los Æsir se enteraron de este ser maligno engendrado por tan terribles padres, y vieron con su don de la adivinación las cosas terribles que haría, decidieron encargarse del monstruo. Odín lo lanzó al mar que rodea Midgard, donde quedará atrapado hasta el Ragnarök, el día de la destrucción total
6.      Manfred Lurker: Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons
7.      Nota de Retales de Masonería: En el marco del hinduismo, la kundalini (en sánscrito कुण्डलिनी, transcripto como kuṇḍalinī) se describe como una energía intangible, representada simbólica y alegóricamente por una serpiente —o un dragón— que duerme enroscada en el muladhara (el primero de los siete chakras o círculos energéticos, ubicado en la zona del perineo). Se dice que, al despertar esta serpiente, el yogui controla la vida y la muerte.
8.      Nota de Retales de Masonería: En la mitología romana, Mercurio (en latín, Mercurius) era un importante dios del comercio, hijo de Júpiter y de Maia Maiestas. Su nombre está relacionado con la palabra latina merx (‘mercancía’). En sus formas más antiguas, parece haber estado relacionado con la deidad etrusca Turms, pero la mayoría de sus características y mitología se tomó prestada del dios griego análogo Hermes. El caduceo fue regalado por Apolo a Hermes, quien le regaló a su vez la flauta de Pan, también llamada siringa.
9.      Juan Cirlot: Dictionary of Symbols
10.  Manfred Lurker: Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons
11.  Nota de Retales de Masonería: Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavatsky (Yekaterinoslav, 12 de agosto de 1831 - Londres, 8 de mayo de 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a la difusión de la teosofía moderna. Sus libros más importantes son Isis sin velo y La Doctrina Secreta, escritos en 1875 y 1888, respectivamente.
12.  Helena Blavatsky: The Secret Doctrine
13.  Hans Jonas: The Gnostic Religion
14.  Maya Dere: Divine Horsemen: The Living Gods of Haiti
15.  Helena Blavatsky: The Secret Doctrine
16.  Ibid
17.  Juan Cirlot: Dictionary of Symbols
18.  Manfred Lurker: Dictionary of Tods and Goddesses, Devils and Demons
19.  Peter J. Carroll: Liber Null & Psychonaut

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Monday, July 8, 2019

¿Por qué somos Templarios? - Eduardo Callaey


¿Por qué somos Templarios?


Razones para una caballería del siglo XXI


Eduardo Callaey




En la imagen el rey Balduino II cede las caballerizas del Templo de Salomón a Hugues de Payns y Gaudefroy de Saint-Homer hace 900 años, en 1119 / Grabado del manuscrito de Guillaume de Tyr, siglo XIII, Histoire d’Outre-Mer

Hace tiempo atrás, luego de una ceremonia de investidura de caballeros, sentí la necesidad de explicarme a mí mismo qué nos llevaba a todos esos individuos reunidos en la capilla de un convento a jurar perpetuar, bajo el manto de la Cruz, los nobles ideales del honor, la integridad, la caridad, el alivio del sufrimiento y la unidad religiosa en la imitación personal de Dios Nuestro Señor. ¿Qué era ser un caballero? ¿Qué hacía que en esa capilla nos convocáramos para conjurar la decadencia del mundo del que apenas nos separaba un muro de adobe? ¿Cómo haríamos para sostenernos firmes en un modelo que aspiraba –nada menos– que a emular a los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén? Escribí, entonces, algunas líneas que reproduzco más abajo, tratando de comprender la naturaleza de esta caballería del siglo XXI.

Los novecientos años que nos separan de la fundación de la Orden del Temple, aniversario que la OSMTH celebrará en el castillo de Tomar en el próximo otoño boreal, representan un abismo de tiempo en el que el mundo occidental ha sufrido profundas mutaciones. Podemos, sin dudas, entender que muchas de dichas mutaciones obedecen a los avances en el derecho igualitario de los individuos, al advenimiento de sistemas democráticos que, paradójicamente, encuentran mayores antecedentes en el mundo medieval que en la antigüedad clásica. Incluso podemos alegrarnos de que el derecho a la vida y a la libertad se haya consagrado como fundamento de nuestra cultura. Sin embargo, al mismo tiempo que la humanidad –especialmente el espacio cultural cristiano, como lo definiría el teólogo catalán Raymon Panikkar– ha logrado dichos avances, hay signos alarmantes de un deterioro moral sin precedentes, en paralelo con una vertiginosa decadencia espiritual y, principalmente, un discurso violento en contra del cristianismo, impulsado por un relativismo llevado a los extremos, en el que más que la vida se celebra la muerte. El papa Francisco lo definiría como la política del descarte. Yo, liberado de la diplomacia vaticana, afirmaría que se trata de un plan hábilmente delineado para socavar la fortaleza espiritual del ser humano, la única que lo hace diferencia de las bestias.

En términos de nuestra visión espiritual del hombre y del cosmos la humanidad de ha vuelto menos humana. Y esa deshumanización que nos rodea y nos lanza a la soledad propia del individuo que –negador de la paternidad de Dios– no reconoce al otro como Hermano, es a la vez el motor que nos impele a buscar ese juramento que nos esperanza.

Entre aquellos muchachos –que apenas superada su pubertad velaban las armas ante la imagen de María– y nosotros, hombres sacudidos por el vendaval de un mundo en perpetua mutación, hay un elemento en común: Formamos parte del mismo hilo que, atravesando siglos y mareas, invasiones y guerras, infortunios y felicidades, creemos que hay principios inmutables a los que ni la posmodernidad, ni el hombre líquido de Zigmunt Bauman, ni todo el aparato conjurado en contra de las bases cristianas de la sociedad podrían quitarnos el honor, la dignidad, la fe y el servicio al que nos atamos en solemne juramento.

En aquel artículo escrito hace dos años recordaba la plegaria de un escudero, la noche de vigilia, previa a ser armado caballero:

“…Te saludo Virgen María, que has derrotado al mal, esposa del Altísimo y madre del más dulce cordero. Reina eres de los cielos, Salvadora de la Tierra;
los hombres suspiran por Ti y los malvados te temen.”
“…Tú eres la ventana, la puerta y el velo, el patio y la casa, el templo, la tierra, lirio por Tu virginidad y rosa por Tu martirio.”
“Tú eres el huerto cerrado, la fuente del jardín que lava a los mancillados, purifica a los corrompidos y da vida a los muertos...”
“…Tú eres la dueña de los tiempos, la esperanza, después de Dios, de todos los siglos, pabellón de reposo del rey y asiento de la divinidad.”
“…Tú eres la estrella que brilla en el oriente y disipa en el occidente las tinieblas, la aurora que anuncia el sol y el día que ignora la noche…”
“…Tu que has engendrado al que no engendra, confiada como madre que ha cumplido su misión, reconcilia al hombre con Dios. Ruega, Madre, al Dios que diste a luz, para que nos absuelva y, después de perdonarnos,
nos confiera la gracia y la gloria. Amen…”

Difícil imaginar a un adolescente de diecisiete años, en el siglo XXI, rezar esta plegaría en la penumbra de una iglesia, iluminado apenas por un pábilo, frente a un altar desnudo, acompañado de su padrino. Lejano a nuestra cultura ha quedado el ritual de la “vela de armas”, en la que hombre dejaba atrás, definitivamente, el mundo de los niños para asumir su papel y su destino frente a Dios, su Iglesia y la comarca sobre la que tendría responsabilidad sobre vidas y bienes.

Pero este ritual era muy común en el siglo XII. Frente al escudero se colocaba su espada, aquella que lo acompañaría el resto de su vida, para la salvación o la condenación de su alma. Su alma y su espada serían reflejo una de la otra. Si el alma era pura la espada se empuñaría con pureza en una causa justa. Si el alma era impura el acero se volvería negro, dominado por las tinieblas de la ambición y el orgullo.

El siglo XII era un mundo de blancos y negros, sin demasiado lugar para tantos matices. La duda era una pesada carga que los espíritus evitaban a toda costa. Resultaba casi inhumano darle lugar a la angustia existencial en un entorno donde todo era rudo, tanto para el siervo que a duras penas cosechaba su siembra, como para el castellano que debía proteger su terruño, y con él a sus gentes con sus huertos y pastoreos y también a su propio Señor. En la pirámide feudal todo era un equilibrio en constante riesgo. Un universo tan inestable necesitaba reglas certeras, firmes, permanentes.

Es cierto que la caballería puede vislumbrar antecedentes en el mundo clásico, especialmente en Roma. Pero fue en la Edad Media, y en particular en el siglo XII donde encontró sus modelos más perfectos y alcanzó la cumbre de la aspiración virtuosa. Fue un largo proceso surgido de la necesidad de encontrar un orden justo, en armonía con la fe que ocupaba todos los espacios de la sociedad. Un devenir de transformación en transformación, producto del pensamiento colectivo de señores y clérigos, reyes y abades, que perseguían el sueño de recuperar Jerusalén, perdida a mano de los paganos en el siglo VII. Pero, a su vez, se trataba de la búsqueda de la propia Jerusalén, una que existía en la conciencia profunda de cada cristiano y que encarnaba la esperanza de la vida eterna, el sentido escatológico de la tragedia humana.

Eran tiempos difíciles, ciertamente. Pero en términos de fe corrían con cierta ventaja respecto de nosotros. Los ideales estaban atados a esa fe; y a ningún padre le faltaba el coraje para educar a sus hijos en el amor y en el temor a Dios, enseñando la prudencia antes que la liviandad; la humildad antes que la ostentación; el respeto al anciano y a las mujeres antes que la vaguedad irresponsable que conduce a nuestra sociedad a la deriva. Se veneraba a los héroes y más aún a los que habían muerto por sostener los juramentos de la caballería. Los niños sabían que sus días de juegos estaban contados y serían escasos. Que la vida no era un paseo gratuito y prolongado sino uno corto en el que cada jornada sería examinada en el final, cuando cada quien fuese sometido al juicio en las puertas del cielo.

La libertad era un bien amado al que sólo unos pocos se les otorgaba como gracia. Aún así nadie era verdaderamente libre, porque la conciencia pesaba tanto como el contexto. Era un mundo en donde el corrupto, el traidor, el malviviente y el cruel no podían mimetizarse tan fácilmente como ocurre en nuestro mundo pleno de anonimato. Quien era libre sentía una gratitud de tal magnitud frente a la Providencia que, cuando un caballero renunciaba a ella para vestir el hábito de monje se producía a su alrededor un silencio reverencial, como si hubiese nacido un santo. Aquél que teniendo el don de la libertad renunciaba a ella para someterse a una Regla en donde el único destino era la pobreza, la abstinencia y la obediencia en eterna observancia del servicio a Dios, era sin dudas de los más valientes entre los hombres. Así lo narran las crónicas y así lo atestiguan miles de nombres de grandes guerreros enterrados en los camposantos de las abadías de toda Europa.

En el siglo XII -en el que dos frentes de batalla se libraba contra los sarracenos, en España y en el Levante- surgió con potencia inusitada el deseo de reunir ambos órdenes, el de la caballería y el de la vida monástica, y nació un nuevo tipo de caballero, mitad guerrero mitad monje. La caballería ocupó entonces la cúspide del modelo cristiano. Estas órdenes monástico militares amalgamaron, en un solo corpus, el humus de muchas tradiciones forjadas entre Finisterre y las estepas del Este. Desde tiempos romanos, invasión tras invasión, los bárbaros habían moldeado el sincretismo entre las tradiciones de Roma –a las que no querían renunciar sino abrazar- y las propias, que terminarían enriqueciendo a las viejas instituciones del antiguo Imperio.

De todos los libros que se han escrito sobre la caballería hay uno que destaca, tanto por su originalidad como por el rumbo que traza. Lo debemos a la pluma de Ramón Llull (1235-1315), teólogo, filósofo y místico catalán, publicado en 1276 con el nombre “Libro de la Orden de Caballería”. Se cree que fue escrito para un escudero que debía ser armado caballero. Su lectura es materia obligatoria para todo aquél que pretenda comprender esta condición; permítaseme citar cuatro párrafos de su Primera Parte titulada “Del Principio de la Caballería”

“…Faltó en el mundo la caridad, lealtad, justicia, y verdad; empezó la enemistad, deslealtad, injuria y falsedad; y de esto se originó error y perturbación en el Pueblo de Dios, que fue creado para que los hombres amasen, conociesen, honrasen, sirvieren y temiesen a Dios. Luego que comenzó en el mundo el desprecio de la justicia por haberse apocado la caridad, convino que por medio del temor volviese a ser honrara la justicia: por esto todo el pueblo se dividió en millares de hombres y de cada mil de ellos fue elegido y escogido uno, que era el más amable, más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo de mejor trato y crianza que todos los demás…”
“…Se buscó también entre las bestias la más bella, que corre más, que puede aguantar mayor trabajo, y que conviene más al servicio del hombre; y porque el caballo es el bruto más noble y más apto para servirle, por esto fue escogido, y dado a aquel hombre que entre mil fue escogido; y este es el motivo por el que aquel hombre se llama caballero…”
“…Habiéndose destinado para el hombre más noble el bruto más generoso, convino que entre todas las armas se escogiesen y tomasen las que son más nobles y conducentes para combatir y defenderse de las heridas y de la muerte; y estas son las que se apropiaron al caballero…”
“…Al que quiere entrar en la Orden de la Caballería le conviene considerar y meditar el noble principio de la Caballería; y es menester que la nobleza de su corazón y buena crianza lo haga concordar y avenir con el principio de la Caballería, porque si no lo hace así, es contrario al Orden de Caballería y sus principios; por esto no conviene que la Orden de Caballería admita en la participación de sus honras a los que la son enemigos, contrarios a sus principios…”

Ramón Llull describe en su libro al oficio del caballero, cómo debe ser examinado el escudero que será armado caballero, al modo en el que debe ser recibido en la caballería, a la significación de las armas y de sus costumbres. Finalmente habla de la honra que se debe hacer al caballero. Afirma Llul que así como un Príncipe o Rey o Señor de un Estado no puede serlo sin haber sido armado caballero, por esa misma razón le debe respeto y honra al caballero, pues es a quien, en definitiva, tendrá a su lado en el campo de batalla.

Pero, en estos primeros párrafos, encontramos la justificación del caballero: el mundo que ha engendrado la injusticia, la enemistad, la deslealtad, la injuria y la falsedad y necesita de hombres que reparen ese desorden, poniendo en juego todo lo que sea necesario. ¿No es acaso la descripción del mundo que nos rodea? El escudero recitaba la divida de la Orden de Caballería: Mi alma a Dios, mi vida al rey, mi corazón a mi dama, mi honor a mí. Pero todo se resumía en el honor, que dependía de mantener vivo el oficio de caballero, y ejercerlo.

El siglo XXI adolece de todas las faltas de las que se lamenta Llull, y que dieron lugar a la creación de la Orden de la Caballería; pero a diferencia del siglo XII, en este siglo son muy pocas las personas que pueden asumir este compromiso. El honor es relativo, entonces todo se ha vuelto mucho peor, pues el alma está en interdicto, la vida se reserva para el único y propio beneficio, el corazón ha cedido el amor a la simplicidad del vínculo frágil, efímero, y a nadie importa qué significa exactamente la honorabilidad.

Es justamente por esta carencia, que la Orden de la Caballería ha perdurado, aún en una mínima y desapercibida existencia, y comienza a sacudirse del profundo letargo al que había quedado relegada en los últimos dos siglos. Nos toca vivir en un mundo donde los valores de la fe, el honor y la justicia se guardan en la intimidad por temor a desentonar con los tiempos. La cultura se convierte en multicultura, es decir, en todas y ninguna. La vaguedad de conceptos en cuanto a temas sensibles como “familia”, “religión”, “tradición” y “deber” son inmediatamente sospechados de ideologismos vinculados con el oscurantismo, la segregación, la discriminación y el ataque a la libertad de conciencia.

Durante décadas, especialmente luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, Occidente vio crecer un movimiento libertario que vino a poner en la picota a todos estos valores que conformaban la sociedad construida durante siglos. El mayo francés, el existencialismo, el deconstructivismo y el relativismo como conjunto del abandono radical del modelo cristiano nos ha dejado un vació de valores tan extremo que nos lleva a una sociedad al borde de su extinción cultural. Bernadr Tschumi –se dice que es uno de los arquitectos que mejor ha interpretado a la filosofía decontructivista de Jaques Derrida- afirma que La forma no sigue más a la función. Si la respectiva contaminación de todas las categorías, las constantes substituciones y confusiones de géneros son las nuevas directivas de nuestra época, lo mejor sería tomarlas en nuestro provecho.[1]

Si Tschumi está en lo cierto (me asombra su frase “las iglesias se convierten en discotecas”), ya no deberían existir pilares, ni principios, ni siquiera cimientos, porque cualquier cosa puede ser sustituida por otra. Sin embargo, la experimentación intelectual está lejos de representar al grueso de una sociedad confundida.

En la medida en que tomemos conciencia de esta confusión entenderemos que el rol de la Caballería en el Siglo XXI sigue siendo el mismo que en el siglo XII, con la sola diferencia de que no tiene el monopolio de las armas, que han pasado a manos de los Estados Nacionales. La Caballería sigue representando la búsqueda de todo aquello que Ramón Llull expresaba cuando, al principio de su libro describe como la crisis de ausencia de valores que dio sentido a la existencia del Caballero.