Thursday, May 21, 2015

El Gran Secreto - Eliphas Levi


EL GRAN SECRETO

 Eliphas Levi 



Sabiduría, moralidad, virtud: palabras respetables, pero vagas, sobre las cuales se disputa  desde hace muchos siglos pero sin haber conseguido entenderlas.

Querría ser sabio, mas  ¿tendré yo la certeza de mi sabiduría, mientras crea que los locos son más felices y hasta más alegres que yo?

Es preciso tener buenas costumbres, pero todos somos algo niños: las moralidades nos adormecen. Y es que nos enseñan moralidades tontas que no convienen a nuestra naturaleza. Hablamos de lo que no nos interesa y pensamos en otra cosa.

Excelente cosa es la virtud: su nombre quiere decir fuerza, poder. El mundo subsiste por la virtud de Dios. Mas ¿en qué consiste para nosotros la virtud? ¿Será una virtud para enflaquecer la cabeza o suavizar el  rostro? ¿Llamaremos virtud a la simplicidad del hombre de bien que se deja despojar por los bellacos? ¿Será virtud abstenerse en el temor de abusar? ¿Qué pensaríamos de un hombre que no andase por miedo de quebrarse una pierna? La virtud, en todas las cosas, es lo opuesto de la nulidad, del sopor y de la impotencia.

La virtud supone la acción; pues si ordinariamente oponemos la virtud a las pasiones es para demostrar que ella nunca es pasiva.

La virtud no es solamente la fuerza, es también la razón directora de la fuerza. Es el poder equilibrante de la vida.

El gran secreto de la virtud, de la virtualidad y de la vida, sea temporal, sea eterna, puede formularse así:

El arte de balancear las fuerzas para equilibrar el movimiento.

El equilibrio que se necesita alcanzar no es el que produce la inmovilidad, sino el que realiza el movimiento. Pues la inmovilidad es muerte y el movimiento es vida.

Este equilibrio motor es el de la propia Naturaleza. La Naturaleza, equilibrando las fuerzas fatales, produce el mal físico y la destrucción aparente del hombre mal equilibrado. El hombre se libera de los males de la Naturaleza sabiendo sustraerse a la fatalidad de las circunstancias por el empleo inteligente de su libertad. Empleamos aquí la palabra fatalidad, porque las fuerzas imprevistas e incomprensibles para el hombre necesariamente le parecen fatales, lo que no indica que realmente lo sean.

La Naturaleza ha previsto la conservación de los animales dotados de instinto, pero también dispone todo para que el hombre imprudente perezca.

Los animales viven, por así decirlo, por sí mismos y sin esfuerzos. Sólo el hombre debe aprender a vivir. La ciencia de la vida es la ciencia del equilibrio moral.

Conciliar el saber y la religión, la razón y el sentimiento, la energía y la dulzura es el fondo de ese equilibrio.

La verdadera fuerza invencible es la fuerza sin violencia. Los hombres violentos son hombres débiles e imprudentes, cuyos esfuerzos se vuelven siempre contra ellos mismos.

El afecto violento se asemeja al odio y casi a la aversión.

La cólera hace que la persona se entregue ciegamente a sus enemigos. Los héroes  que describe el poeta griego  Homero, cuando combaten, tienen el cuidado de insultarse para entrar en furor recíprocamente, sabiendo de antemano, con todas las probabilidades, que el más furioso de los dos será vencido.

El fogoso Aquiles estaba predestinado a perecer desgraciadamente. Era el más altivo y el más valeroso de los griegos y sólo causaba desastres a sus conciudadanos.

El que hace tomar Troya es el prudente y paciente Ulises, que sabe siempre contenerse y sólo hiere con golpe seguro. Aquiles es la pasión y Ulises la virtud, y es desde este punto de vista que debemos tratar de comprender el alto alcance filosófico y moral de los poemas de Homero.

Sin duda que el autor de estos poemas era un iniciado de primer orden, pues el Gran Arcano de la Alta Magia práctica está entero en la Odisea.

El Gran Arcano Mágico, el Arcano único e incomunicable tiene por objeto poner, por así decirlo, el poder divino al servicio de la voluntad del hombre.

Para llegar a la realización de este Arcano es preciso SABER lo que se debe hacer, QUERER lo exacto, OSAR en lo que se debe y CALLAR con discernimiento.

El Ulises de Homero  tiene, en contra de sí, a los dioses, los elementos, los cíclopes, las sirenas, Circe, etc., es decir, a todas las dificultades y todos los peligros de la vida.

Su palacio es invadido, su mujer es asediada, sus bienes son saqueados, su muerte es resuelta, pierde sus compañeros, sus navíos son hundidos; en fin, queda solo en su lucha contra la noche y el mal. Y así, solo, aplaca a los dioses, escapa del mal, ciega al cíclope, engaña a las sirenas, domina a Circe, recupera su palacio, libera a su mujer, mata a los que querían matarlo, y  todo, porque quería volver a ver a Itaca y a Penélope, porque sabía escapar siempre del peligro, porque se atrevía con decisión y porque callaba siempre que fuera conveniente no hablar.

Pero, dirán contrariados los amantes de los cuentos azules, esto no es magia.  ¿No existen talismanes, yerbas y raíces que hacen operar prodigios? ¿No hay fórmulas misteriosas que abren las puertas cerradas y hacen aparecer los espíritus? Háblanos de esto y deja para otra ocasión tus comentarios sobre la Odisea.

Si habéis leído mis obras precedentes, sabéis entonces que reconozco la eficacia relativa de las fórmulas, de las yerbas y de los talismanes. Pero éstos apenas son pequeños medios que se enlazan a los pequeños misterios. Os hablo ahora de las grandes fuerzas morales y no de los instrumentos materiales. Las fórmulas pertenecen a los ritos de la iniciación; los talismanes son auxiliares magnéticos; las yerbas corresponden a la medicina oculta, y el propio Homero no las desdeñaba. El Moly, el Lothos y el Nepenthes  tienen su lugar en estos poemas, pero son ornamentos muy accesorios. La copa de Circe nada puede sobre Ulises, que conoce sus efectos funestos y sabe eludir el beberla. El iniciado en la alta ciencia de los magos nada tiene que temer de los hechiceros.

Las personas que recorren la magia ceremonial y van a consultar adivinos se asemejan a los que, multiplicando las prácticas de devoción, quieren o esperan suplir con ello la religión verdadera. Dichas personas nunca estarán satisfechas de vuestros sabios consejos. Todas esconden un secreto que es bien fácil de adivinar, y que podría expresarse así: «Tengo una pasión que la razón condena y que antepongo a la razón; es por eso que vengo a consultar al oráculo del desvarío, a fin de que me haga esperar, que me ayude a engañar mi conciencia y me de la paz del corazón».

Van así a beber en una fuente engañosa que después de satisfacerles la sed la aumenta cada vez más. El charlatán suministra oráculos oscuros y la gente encuentra en ellos lo que quiere encontrar y vuelve a buscar más esclarecimientos. Regresa al día siguiente, vuelve siempre, y de ese modo son los charlatanes los que hacen fortuna.

Los Gnósticos basilidianos decían que Sophia, la sabiduría natural del hombre, habiéndose enamorado de sí misma, como el Narciso de la mitología clásica, desvió la mirada de su principio y se lanzó fuera del circulo trazado por la luz divina llamada pleroma. Abandonada entonces a las tinieblas, hizo sacrilegios para dar a luz. Pero una hemorragia semejante a la que alude el Evangelio, le hizo perder su sangre, que se iba transformando en monstruos horribles. La más peligrosa de todas las locuras es la de la sabiduría corrompida.

Los corazones corrompidos envenenan toda la naturaleza. Para ellos el esplendor de los bellos días es apenas un ofuscante tedio y todos los goces de la vida, muertos para estas almas muertas, se levantan delante de ellas para maldecirlas, como los espectros de Ricardo III:  «desespera y muere». Los grandes entusiasmos les hacen sonreír y lanzar al amor y a la belleza, como para vengarse, el desprecio insolente de Stenio y de Rollon. No debemos dejar caer los brazos acusando a la fatalidad; debemos luchar contra ella y vencerla. Aquellos que sucumben en ese combate son los que no supieron o no quisieron triunfar. No saber es una disculpa, pero no una justificación, puesto que se puede aprender. «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen», dijo el Cristo al expirar. Si fuese permitido no saber la oración del Salvador habría sido inexacta y el Padre nada hubiera tenido que perdonarles.

Cuando la gente no sabe, debe querer aprender. Mientras no se sabe es temerario osar, pero siempre es bueno saber callar.

¡Paz Profunda!

Wednesday, May 20, 2015

Eliphas Levi

ELIPHAS LEVI





Eliphas Levi es el nombre adoptado por el escritor y ocultista francés Alphonse Louis Constant.

Alphonse Louis Constant nació el 8 de febrero de 1810 en París, en una familia muy modesta. Pudo realizar sus primeros estudios ingresando en 1825 en el seminario eclesiástico de Saint-Nicolas-du-Chardonnet, en París. Estudió retórica, filosofía y teología.

Ordenado diácono en 1835, finalmente abandona el seminario en junio de 1836 antes de recibir el Sacramento del orden, por causas no muy claras aunque probablemente debido a su liberalismo de pensamiento. Su madre, que había depositado todas sus esperanzas en él, se sintió muy abatida por la salida de su hijo del seminario y se suicidó, dejándole muy consternado y huérfano, ya que su padre había muerto años antes.

Acariciando aún la idea de acceder al sacerdocio, parte hacia la abadía de Solesmes (abadía benedictina del siglo XI) ya fuera de París, decidido a pasar allí el resto de sus días. La abadía poseía una biblioteca con cerca de 20.000 volúmenes, con cuyo conocimiento se instruyó abundantemente. Estudió la doctrina de los antiguos gnósticos, la de los Padres de la Iglesia primitiva, los escritos piadosos de los místicos… Durante su estancia en Solesmes, que fue de un año, publica su primera obra: “ Rosier de Mai” (1839). Abandona la abadía según se dice por desacuerdos con el abad.

A partir de esta época Constant lleva una vida llena de peripecias sin conseguir asentarse definitivamente. Siempre formó parte de su personalidad su faceta como eclesiástico y prácticamente nunca dejó de lado del todo su credo religioso y afinidad a la iglesia católica, la cual respetaba aunque con sus matices personales, lo cual le trajo unas veces el apoyo de hombres influyentes de la iglesia y otras veces críticas y problemas más serios.

En 1841 compuso la “Biblia de la libertad”, un texto que produjo bastante escándalo entre el clero (criticaba a la Iglesia, el estado y el orden social); fue considerado sedicioso y Constant condenado a la cárcel donde pasó casi un año en deplorables condiciones.


Este hecho le marcaría negativamente para los siguientes años, ya que se relacionaba su apellido con el escándalo, lo cual le impedía ejercer ocupaciones relacionadas con su faceta de eclesiástico e incluso publicar en periódicos.

En 1845, en “El libro de las lágrimas”, desarrolló por vez primera nociones esotéricas. Durante este periodo compuso también canciones e ilustró dos obras de Alejandro Dumas: “Louis XIV et son siècle” y “El Conde de Monte-Cristo”.

Constant fijó su residencia en Paris y fundó en 1845 la revista mensual “La Vérité sur toutes choses”, que sólo se editó durante 4 meses.

Tuvo algún escarceo amoroso; hacia 1846 tuvo un hijo con Eugénie Chenevier, mujer con quien coincidirá tiempo después en París y Londres; sin embargo sería Marie-Noemi Cadiot quien se convertiría en su esposa. Con esta tuvo una hija que murió a temprana edad. Ella misma le abandonó al cabo de unos años.


Vuelve a prisión en 1847 por escribir un agrio panfleto, “La Voix de la famine”, y allí estuvo 6 meses.

Luego pasa un tiempo relacionándose con el mundo artístico y bohemio de la época, comenzando también sus incursiones en política. Así se definió el mismo por aquel entonces:

«El abate Constant ha muerto, tenéis ante vosotros a un laico: Alphonse Constant, dibujante, pintor, hombre de letras, pobre y amigo de los pobres».


La revolución de febrero de 1848 le dio mayor libertad y empezó a dirigir una revista de izquierdas, “Le Tribun du peuple”, que sólo tuvo cuatro números. Fundó a continuación con varios amigos un club político, el Club de la Montagne, integrado principalmente por trabajadores. “ Le Testament de la liberté” (1848), que resume sus ideas políticas, será su última obra del género. Paralelamente, continuaba con sus estudios de esoterismo.

A finales de 1850 le fue encargado un Diccionario de literatura cristiana. Publicado en 1851, la obra sorprende por la profunda ciencia que encierra. Sobre esta época A. Constant conoció al matemático y filósofo polaco Hoene-Wronski, cuya obra le impresionó firmemente. Adoptó el seudónimo de Eliphas Lévi, o Eliphas Lévi  Zahed (traducción en hebreo de Alphonse-Louis Constant) y desde entonces firmaría sus escritos con este seudónimo.

En la primavera de 1854 viajó a Londres, donde conoció a Edward Bulwer-Lytton, célebre autor de novelas fantásticas, que se convirtió en su amigo y lo introdujo en los círculos rosacruces. Volverían a encontrarse en otras ocasiones.

En 1855, funda la Revista Filosófica y Religiosa, que aparecería durante tres años y donde escribiría numerosos artículos sobre la Cábala. Dejando un poco de lado la filosofía oculta, reanudó el tema de la composición de canciones. Una de ellas, en que compara a Napoleón III con Calígula le valió una vez más la cárcel, aunque sólo por breves días.

En 1859, la publicación del libro “Historia de la magia” le consagró interesando a la mayoría de los esoteristas franceses.

Entró en el círculo de la masonería y fue iniciado en 1861. Se le concedió el grado de maestro en ese mismo año; sin embargo y aunque pudo aportar grandes cosas nunca se involucró totalmente con la masonería de su época, actuando más bien por libre. Pronto abandonaría la logia a que pertenecía.

“He dejado de ser Francmasón porque los francmasones, excomulgados por el Papa, ya no creían en tener que tolerar el catolicismo.”

A pesar de conseguir prestigio entre sus contemporáneos, no logró poseer fortuna material; para subsistir daba clases a aristócratas y personajes ilustres. Gracias al dinero percibido como remuneración por sus lecciones, pudo vivir con una relativa comodidad, enriqueciendo sin cesar su biblioteca. Está por ejemplo el barón italiano Spedalieri, con quien tuvo una correspondencia de más de 1000 cartas que duró desde 1861 hasta 1874. Es un curso de Cábala único, preciso, repleto de figuras explicativas y de comentarios, que se plasma en el libro póstumo “Curso de filosofía oculta”. Spedalieri fue uno de los más importantes mecenas de Eliphas Levi, hasta que años después y a raíz de la muerte de la baronesa, el aristócrata se distanció.

E. Levi continuó escribiendo obras que eran ensayos profundos y reveladores acerca de los evangelios apócrifos, la cábala y textos hebreos como el Talmud, el Zohar, además de la simbología en general y la magia teórica y aplicada.

Sus últimos años fueron marcados por un delicado estado de salud, y el 31 de mayo de 1875, falleció a la edad de 65 años olvidado y casi en la pobreza. Fue enterrado en el cementerio de Ivry (Paris) donde una simple cruz de madera marcaba la ubicación de su tumba. En 1881, su cuerpo fue exhumado y sus restos trasladados a la fosa común. Este fue el fin de la vida de un extraordinario maestro de la ciencia esotérica, que como muestra de su sabiduría dejó obras magistrales como el “Dogma y ritual de la alta magia”, “Leyendas y símbolos”, “El libro de los esplendores”…

Concedió gran importancia a la simbología, haciendo hincapié en las láminas del Tarot y desarrollando un precioso trabajo con su interpretación y diseño de las clavículas de Salomón.

Su obra fue muy profusa, y dio un importante impulso al ocultismo en el siglo XIX.








Monday, May 18, 2015

El Sendero Oculto - Dion Fortune

EL SENDERO OCULTO

Dion Fortune

Dion Fortune (1891-1946). Seudónimo utilizado por la sicoanalista freudiana Violet Forth. Fue miembro de la Orden del Alba Dorada (Golden Dawn), de la cual fue separada y funda la Fraternidad de la Luz Interna (Inner Light), institución que aún existe en nuestros tiempos.



La Vía Mística, que conduce a la unión con Dios, es tan conocida que con frecuencia se olvida que existe otro Sendero, que sigue aparentemente una ruta del todo distinta, pero que, al final, lleva al mismo objetivo. Estamos tan acostumbrados a oír que la renuncia al mundo y la abdicación de uno mismo constituyen el único camino verdadero para el alma que busca al Supremo, que apenas nos atrevemos a susurrar que puede haber otra vía, el Sendero del dominio sobre la existencia manifiesta y de la apoteosis de uno mismo.


Existen dos formas de adorar a Dios: podemos adorarle en su Esencia no manifiesta, o en su forma manifiesta. Ambas son legítimas, siempre que, al adorar la forma manifiesta, no nos olvidemos de la Esencia, y que al adorar la Esencia, no la confundamos con la forma manifiesta, pues incurriríamos en el pecado de idolatría, que, en último extremo, no consiste sino en un énfasis mal puesto.

El místico intenta adorar a Dios en su Esencia; pero al no ser manifiesta, la esencia o raíz de Dios se escapa a la consciencia humana. Por tanto, para poder concebir el objeto de su adoración, el místico tiene que superar o trascender la consciencia humana normal. No es posible conocer la naturaleza más íntima de un estado de existencia a menos que seamos capaces de entrar en él y compartir, al menos en alguna medida, sus experiencias. En consecuencia, la tarea del místico radica sobre todo en liberar su consciencia de su habitual sometimiento o esclavitud a la forma. A ello se encamina la disciplina ascética, eliminando lo inferior, con el fin de que lo superior pueda unirse a Dios y, de esa manera, llegar a conocerle. El Sendero del Misticismo es una vía de renunciación, hasta que quien lo practica consigue superar todas las limitaciones de su naturaleza inferior y alcanzar la liberación; entonces no quedará ya nada que le impida llegar a Dios, y su alma se elevará hasta entrar en el Reino de la Luz para no regresar nunca de él.

Pero el otro Sendero no es una Vía de Renunciación, sino de Plenitud; no consiste en apartarse de la senda del destino humano, sino en la concentración y sublimación de dicho destino. Un alma que emprenda dicho Sendero vivirá sus propias experiencias en todas sus fases y aspectos de la existencia manifiesta, y las equilibrará, las espiritualizará y las absorberá en su esencia.

El objetivo de quienes siguen este Sendero es lograr un dominio completo de todos y cada uno de los aspectos de la vida creada. Pero cuando decimos dominio no nos referimos a una relación como la que existe entre el propietario de esclavos y éstos, sino más bien al dominio del virtuoso sobre su instrumento, un dominio que se apoya en su capacidad de adaptación a su naturaleza y espíritu, con el fin de extraer de él el máximo partido. El adepto que ha logrado el dominio sobre la Esfera de la Luna interpreta el mensaje de ésta para el Mundo y muestra sus poderes en perfecto equilibrio. El reino sobre el que gobierna el Maestro del Templo no es una monarquía absoluta, ya que no consigue su poder para levantar tronos, dominios o potestades a su servicio, sino para hacerles llegar el mensaje de salvación de Dios y convocarles a su rica herencia. Es un siervo de la evolución, y su tarea consiste en extraer el orden del caos, la armonía de la discordia y reducir a equilibrio las fuerzas desequilibradas.

Las enseñanzas de los Vedas de la Tradición Oriental distinguen claramente entre la devoción al Dios No Manifiesto, la esencia espiritual de la creación, y los aspectos manifiestos, o deidades. “Identifica el propio ser con los aspectos parciales, que son los Yoginis, y alcanzarás los diversos poderes (Siddhis). Identifica el propio ser con la Maha-yogini, y te liberarás, pues no serás ya tú mismo, sino Ella... Aquello con lo que un ser humano debe identificarse dependerá de lo que desee. Pero, sea lo que sea, conseguirá el Poder si tiene voluntad y trabaja para ello.” (World as Power, Power as Reality, de Woodroffe).

¿Qué debería desear un ser humano? Esa es la siguiente pregunta que debemos plantearnos. La respuesta a la misma dependerá totalmente de la fase o etapa de evolución a que hayamos llegado. El alma tiene que completar su experiencia humana antes de estar lista para la Unión Divina. Debe pasar el nadir del descenso a la materia antes de llegar al Camino del Retorno. No estaremos listos para la Vía Mística antes de habernos aproximado al momento de nuestra liberación de la Rueda del Nacimiento y la Muerte; pero intentar escapar prematuramente de dicha rueda equivale a esquivar nuestro entrenamiento o preparación. Nos veremos descalificados, al igual que el yate que participa en una carrera y no consigue darle la vuelta a la boya que marca el límite más externo del recorrido; no habremos cumplido las condiciones necesarias para nuestra liberación, que exigen que no esquivemos nada, y que sólo dejemos atrás aquello que hayamos logrado dominar, equilibrar y superar.

Serán falsas las enseñanzas que nos pidan erradicar de nuestras naturalezas cualquier cosa que Dios haya implantado en ellas, tan falsas y estúpidas como lisiar a un potro lleno de fuerza y de vida simplemente porque es salvaje y está sin domar. El amor a la belleza, el impulso vital de los instintos limpios, sanos y normales, la alegría de la lucha y la victoria, son todos elementos sin los que, de hecho, quedaríamos empobrecidos. Dios nos los entregó, y debemos suponer que sabía lo que hacía cuando actuaba así. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar su labor y condenar lo que El consideró bueno?

Lo que prohíbe la Ley de Dios es abusar de esas cosas, no utilizarlas para los fines rectos a que están destinadas. El Camino del Fuego del Lar ofrece una disciplina mucho más sensata y eficaz que el de los ermitaños de Tebas, con sus torturas ascéticas y sus automutilaciones, que violentan la Naturaleza y ultrajan la obra de Dios.

Asustado por las Fuerzas Elementales cuando se tropieza con ellas impurificado e impreparado, el asceta huye de lo que cree ser la tentación. Pero resulta mucho más prudente equilibrar las fuerzas enfrentadas en nuestra propia naturaleza hasta que seamos capaces de manejar nuestros instintos desordenados y consigamos que tiren del carro del alma con el poder de sus incansables impulsos.

Llegará el día en que todos nosotros nos veamos liberados de la Rueda del Nacimiento y la Muerte y entremos en el Reino de la Luz para no regresar nunca de él; si intentamos dejar a un lado los Elementales y sus problemas antes de que amanezca ese día, estaremos dando un giro de timón antes de haberle dado la vuelta a la boya que marca nuestra ruta; seremos como el hombre que ocultó su talento bajo tierra porque tenía miedo de él. Nuestro Señor no nos agradecerá nuestra devoción equivocada a un ideal inmaduro, sino que nos descalificará como sirvientes poco eficaces.

Como en otros muchos casos, la clave para la resolución del problema radica en la doctrina de la reencarnación. Si creemos que todos los logros humanos deben efectuarse en una sola vida y que, al final de la misma, seremos juzgados, lo más probable será que nos veamos empujados a un idealismo que nuestro proceso de crecimiento o evolución natural no nos ha permitido alcanzar aún. La liberación de la Rueda del Nacimiento y la Muerte, el abandono de la materia, la Unión Divina, son todas cosas que nos llegarán con el tiempo, pues el objetivo de la evolución es llevarnos hasta ellas; pero es posible que aún no haya llegado ese momento, y seríamos muy estúpidos si permitiésemos que otro, por avanzado que estuviese, juzgara por nosotros dónde nos encontramos en la escala evolutiva y decidiese cuál habría de ser nuestro paso o escalón siguiente. Seamos fieles a nuestras convicciones y dejémonos guiar por nuestros impulsos más profundos. Si sentimos el deseo de adorar a Dios en su manifestación gloriosa, hagámoslo de todo corazón, pues ése será nuestro medio de llegar a Él. Pero eso no significa que tengamos que dar rienda suelta a nuestros impulsos; la Danza de la Naturaleza es un movimiento rítmico y ordenado, y no debemos alejarnos del lugar que nos corresponde en nuestra pauta evolutiva, o lo estropearemos todo. Si deseamos que la Naturaleza sea nuestra Madre, debemos trabajar unidos a ella... y para conseguir sus fines. Y ésa es una disciplina más que suficiente para cualquier alma.

Si, por el contrario, nos sentimos impulsados a retirarnos del mundo y emprender el Sendero del Misticismo, preguntémonos honestamente si estamos siguiendo dicha vía debido a la intensidad de la llamada de Dios en nuestro corazón, o porque pensamos que la vida resulta demasiado difícil y complicada y queremos alejarnos para siempre de sus problemas y tribulaciones.