CAGLIOSTRO
Alessandro
Cagliostro
Cagliostro
Giuseppe Bálsamo, conocido como conde Alessandro di Cagliostro, nació en
Palermo (isla de Sicilia, Italia) el 2 de junio de 1743 y falleció en prisión
en el castillo de san Leo (cerca de Pesaro, Italia) el 26 de agosto de 1795.
O, al menos,
esto es lo que dice la historia oficial, porque la anterior información es la
más certera (y con ciertas reservas) que se conoce acerca de este personaje del
cual, si bien es innegable su existencia histórica, su biografía es tan
controvertida que es difícil decir cuál es la realidad y cuál la ficción en los
hechos que se le atribuyen; todo depende de quien lo cuente. Porque incluso los
autores que han tratado de enfocar los hechos del modo más objetivo han tenido
que basarse en testimonios de la época que, o están más o menos viciados por la
opinión subjetiva tanto de admiradores como de enemigos acérrimos de nuestro
hombre, o son demasiado difusos como para establecer una personalidad y
trayectoria vital coherente.
No hay ninguna
duda de que Cagliostro fue un personaje que dio bastante que hablar (por
motivos dispares) en su época, que se codeó con la nobleza y hasta con la
realeza de algunos países europeos, y que por razones no muy claras se
convirtió en el blanco de poderosos enemigos. Y esta fama hizo que algunos
personajes ilustres como Goethe o Alejandro Dumas se interesaran por sus
andanzas, aportando algunos datos que han contribuido a enriquecer (y a
complicar también) la biografía de este enigmático personaje. Y, seguramente
para su desdicha, llamó también poderosamente la atención del mismísimo papado
de Roma, el cual le puso en el punto de mira de la Inquisición. Estos retazos
de vivencias, las declaraciones de contemporáneos más o menos interesadas y el
contenido de algunos documentos es todo lo que se conoce públicamente acerca de
este hombre; truhán y embaucador para unos y un iniciado con extraordinarios
poderes para otros.
La primera duda
que se presenta está en la identificación del conde de Cagliostro con la
persona de Giuseppe Bálsamo; los testimonios favorables a esta hipótesis son
aparentemente bastante sólidos, y de hecho se acepta oficialmente como válida
esta teoría sobre el origen del conde; aunque si damos esto por cierto nos
vemos impulsados a dilucidar el motivo por el cual el humilde Bálsamo decidió
adoptar el nombre y modo de vida del conde de Cagliostro; sus detractores
insisten en que lo hizo para llevar más lejos sus embustes y tretas de busca fortunas,
de no ser así habría que admitir que experimentó un cambio de personalidad
realmente extraordinario. La otra opción sería, como otros sostienen, concluir
que se asoció a Cagliostro la personalidad de Bálsamo para denostarle y
denigrarle.
Charles
Théveneau de Morande fue un periodista sensacionalista, chantajista y espía francés
que vivió en Londres hacia finales del siglo XVIII. Fue en esa ciudad donde se
cruzó con Cagliostro, hacia 1776; por aquel tiempo se dice que fue precisamente
cuando Giuseppe Bálsamo asumió oficiosamente el nombre de conde de Cagliostro,
y se dedicaba junto con su esposa a alternar por la capital inglesa con aspecto
y maneras de un auténtico noble italiano. Fue entonces cuando Morande decidió
airear públicamente la, según él, verdadera personalidad del conde desvelando
que su verdadero nombre era Giuseppe Bálsamo y su origen, extremadamente
humilde. Este es el primer testimonio del supuesto desenmascaramiento, y además
llevado a cabo por un contemporáneo que probablemente trató personalmente con
Cagliostro, pero aunque se suele dar por válido cabe la duda de si fue una
acusación interesada y falseada (Morande era un monárquico declarado).
Cagliostro replicó a estas acusaciones con su escrito “Carta abierta al pueblo
inglés”, donde instó a Theveneau de Morande a retractarse de sus afirmaciones.
Alejandro Dumas,
el ilustre autor francés del siglo XIX, escribió entre 1846 y 1848 el libro
“Memorias de un médico: José Bálsamo”, como parte de una serie de cinco novelas
ambientadas en la Francia del período comprendido entre Luis XV y la Revolución
Francesa. Se trata de una obra de ficción escrita en el tono propio de Dumas,
donde narra algunas aventuras que tienen como protagonista a Bálsamo (al cual
identifica algo vagamente con Cagliostro) , y al que describe como un personaje
misterioso, una especie de mago o taumaturgo con ciertos poderes, además de
activista revolucionario. En la novela menciona también, entre otros personajes
en parte históricos y en parte ficticios, a la esposa de Bálsamo como Lorenza
Feliciani, y a un tal Althotas, alquimista y supuesto maestro de Bálsamo.
Aunque no se puede tomar esta obra como referencia biográfica de Cagliostro, no
cabe duda de que indica que el autor había oído hablar largamente de él (el
cual ya había desparecido, por cierto, bastantes años antes de la redacción de la
novela) y había quedado evidentemente impresionado, recreando al personaje a la
medida de la obra.
Bastante más
serio parece el testimonio de Goethe, el famoso escritor alemán, el cual se
tomó la molestia de investigar personalmente el origen de Cagliostro.
Contemporáneo suyo, el mismo Goethe reconocía su renombre en las cortes
europeas, y aunque no llegó a conocerle personalmente, indagó en sus orígenes
para tratar de discernir las verdaderas intenciones del misterioso conde. Esto
nos da una idea al menos de que la fama de Cagliostro ya en vida traspasaba
fronteras, y que los relatos de sus actividades llamaban la atención. En un
pasaje de su novela autobiográfica “Viaje a Italia”, (escrita a modo de diario
de viaje), Goethe explica sus observaciones e impresiones acerca de Cagliostro
además del resultado de sus pesquisas cuando se encontraba en Palermo en abril
de 1787, lugar de nacimiento de Giuseppe Bálsamo (probablemente ya público
desde las declaraciones de Theveneau). Goethe comienza señalando las discusiones
de los ciudadanos de Palermo acerca de Bálsamo, un conciudadano que se había
ganado mala reputación, saliendo prácticamente desterrado de allí. Las
opiniones estaban divididas, respecto de si se trataba del conde de Cagliostro
o no, pero lo cierto es que los que habían tratado a Bálsamo le identificaban
como el mismo rostro que aparecía en un grabado que circulaba de Cagliostro.
Goethe cuenta
cómo descubrió a un jurisconsulto de Palermo, al cual el gobierno francés había
encargado investigar oficialmente la procedencia de Cagliostro (esto a raíz de
un proceso que se había levantado en Francia contra el conde, posiblemente el
del fraude del collar de perlas del que luego hablaré), a partir de lo cual
este jurisconsulto había establecido el árbol genealógico de Bálsamo
relacionándolo efectivamente con el conde de Cagliostro. Goethe tuvo acceso a
esta información, quedando convencido de la relación Bálsamo-Cagliostro, al
cual decididamente tacha de embaucador y sinvergüenza.
Según esta
genealogía, Giuseppe Bálsamo nació en el seno de una muy humilde familia
oriunda de Palermo desde generaciones; el apellido Cagliostro procedía
efectivamente de un tío de Giuseppe, y este último había dejado en Palermo a su
madre viuda y a una hermana en condiciones bastante precarias, lo cual critica
con amargura Goethe. El estudio también menciona que de pequeño había estado en
un seminario, demostrando gran inteligencia y dotes para la medicina, pero a
causa de su mala conducta fue despedido, convirtiéndose en “mago y buscador de
tesoros en Palermo”.
Tuvo que huir de
Palermo por estafar a un joyero local (escapó de una condena de prisión
preventiva), de donde partió a Roma, donde comenzaría su periplo aventurero.
Todo esto narra Goethe, el cual visitó en persona a la familia de Giuseppe Bálsamo
quedando convencido de lo anteriormente dicho y de la falsedad de Cagliostro. A
propósito de este asunto con el joyero, Goethe añade una anécdota que recogió
de las mismas fuentes y da por cierta y digna de mención: algún tiempo después
de su huida y ya casado, Cagliostro decidió volver a Palermo con su mujer bajo
el nombre falso de marqués de Pellegrini. Un enemigo suyo antiguo, Marano, (el
mismo joyero al que había timado), le reconoció y le denunció con lo que fue a
parar a la cárcel. Sin embargo, la mujer de Cagliostro se había ganado el favor
de un príncipe napolitano, de alto linaje e influencia. Este había declarado en
público que era el protector de la pareja, así que se indignó cuando vio que
encerraban a Cagliostro. Ensayó varios medios para libertarlo pero no dieron
resultado, por lo que se presentó en la antecámara de la Audiencia y amenazó al
abogado de Marano con darle una gran paliza si no abandonaba el juicio y hacía
que pusieran en libertad inmediatamente al reo. El letrado se negó, y el
príncipe le cogió por la casaca y empezó a golpearle violentamente, hasta que
llegó el presidente y los separó. El abogado y Marano se retractaron,
Cagliostro fue liberado y no se guardó ningún registro de lo sucedido ni del
porqué de la liberación.
En base a estos
hechos, comprobados personalmente por Goethe durante su estancia en Palermo,
éste elabora su juicio contra Cagliostro y a partir de esa opinión expresa
también su acuerdo con la información que, en esa línea difamatoria, se divulgaría
posteriormente desde Roma a toda Europa por parte de la Inquisición.
Otra versión más
benévola acerca del origen de Cagliostro afirma que fue hijo de un Gran Maestre
de la Orden de Malta (o haber nacido en una insigne familia cristiana que lo
abandonó misteriosamente en Malta), tuvo por mentor a un insigne rosacruz
llamado Althotas, el cual le inició y le introdujo en los Grandes Misterios y
viajó desde temprana edad por Oriente, principalmente Egipto (donde alcanzó la
iluminación en un ritual en las Grandes Pirámides), volviendo posteriormente a
Europa como Gran Maestro. Evidentemente esta versión niega toda relación del
Cagliostro mago e iniciado con el truhán Bálsamo, pero no da suficientes
detalles sobre la vida del iniciado para que se pueda elaborar su trayectoria,
por lo que continuaré el relato donde lo deja Goethe: con Giuseppe Bálsamo
saliendo de Palermo en dirección a Roma.
Lo que
acontecería al joven Bálsamo en los siguientes años no está nada claro, aunque
parece que hay cierta unanimidad en reconocer que viajó por el Mediterráneo
llegando a Egipto y Oriente Medio. No parece razonable pensar que fuera a esos
lugares a probar suerte; él mismo sostenía que durante ese viaje iniciático
obtuvo la base de conocimiento que le capacitaba para hacer las cosas
extraordinarias que se le achacan, sobre todo en el terreno de la alquimia y la
medicina; además trajo consigo lo que denominó “Rito Egipcio”, un ceremonial
esotérico que impulsó en Europa en el entorno de la francmasonería con la que
tuvo estrechos lazos. De aquí provendría también el apelativo o título de “Gran
Copto” que Cagliostro se autoimpuso.
Sea como fuere,
se ubica a Bálsamo de vuelta en Roma hacia el año 1766; durante este período se
le adjudican diversos oficios, todos innobles: desde la falsificación de
cuadros o documentos hasta la venta de elixires fraudulentos que él mismo
elabora, pasando por casi todo tipo de engañifas que le pudieran reportar
beneficio. Y es entonces cuando conoce a la joven de origen humilde Lorenza
Feliciani y se casa con ella ya en 1768. Su flamante esposa le acompañaría en
adelante en sus viajes, desempeñando un importante papel. Lorenza es conocida
principalmente por haberse convertido rápidamente en cómplice perfecto de las
estafas de su marido. Y generalmente se admite que su tarea era atraer a ricos
ingenuos para lograr su protección o beneficiarse a su costa; es decir, que se
la trata más o menos de meretriz voluntariosa en connivencia con Bálsamo.
La pareja decide
emprender viaje por la costa mediterránea en busca de mejor suerte en un
azaroso peregrinaje, cambiando de identidades según la situación lo requería.
Se sabe que llegaron por la costa francesa hasta España, ya que existe el
testimonio de alguien que circunstancialmente se encontró con ellos en Aix-en
Provence (cerca de Marsella, Francia) en 1770. Este testigo es el famoso
aventurero Giacomo Casanova, que, en principio atraído por la fama que estaban
creando en el pueblo Bálsamo y Lorenza (ahora se hacía llamar Serafina) debido
a sus generosos regalos y limosnas, trató personalmente con ellos, que según
decían venían como peregrinos desde Milán a Barcelona. Pero, al parecer, ya
entonces disponían de tal riqueza que sus acciones se comentaban en todo el
pueblo.
Así cuenta
Casanova en su biografía el encuentro, que fue inicialmente (cómo no) con
Lorenza:
“Encontré a la
peregrina sentada en una silla con aspecto de hallarse exhausta, e interesante
por su juventud y belleza singularmente realzadas por un toque de melancolía y
un crucifijo de metal amarillo de seis pulgadas de largo que tenía en su mano.
Su compañero, que estaba arreglando unas conchas de caracol en su casaca de
bayeta negra, no hizo ningún movimiento. Parecía darse cuenta, por las miradas
que dirigí a su esposa, de que sólo me interesaba por ella.
-¿Hacia dónde os
encamináis, mi hermosa doncella?- le preguntó Casanova.
Y ella le
respondió:
-Marchamos por
los caminos viviendo de la caridad, el mejor de los medios para obtener la
misericordia de Dios, el Dios a quien tan a menudo hemos ofendido. Aunque sólo
pido un céntimo por caridad, la gente me da siempre piezas de plata y oro. Y
así, al llegar a un pueblo, para no cometer el pecado de perder la confianza en
la divina Providencia, nos vemos forzados a distribuir a los pobres todo lo que
nos sobra, después de haber subvenido a nuestras sencillas necesidades.”
Casanova también
menciona, casi con cierta admiración, las dotes de falsificador de Bálsamo. Si
fue estafado por la pareja no llega a confirmarlo, pero sí aclara que volvió a
encontrarse con ellos años después en Venecia, esta vez pomposamente
disfrazados de aristócratas.
Bálsamo y su
esposa continuaron su viaje hacia España, donde recorrieron en breve tiempo
varias capitales ejerciendo, siempre según la biografía oficial, sus artes
ilegales que tan buenos frutos les iban proporcionando; probablemente pasaron
de aquí a Portugal, y desde Lisboa embarcan hacia Inglaterra, llegando a
Londres donde se establecerían durante un cierto espacio de tiempo. De esta
estancia en la capital inglesa hay información más detallada: aunque no hay
opinión unánime, parece ser que por aquel entonces el matrimonio ya se
presentaba como conde y condesa de Cagliostro, contando con una considerable
riqueza que les procuró una cómoda vida y también les atraería algunos
problemas debido a sus alardes de generosidad. En los siguientes años se les
sitúa en París, Bruselas, y de nuevo en Londres ya hacia 1776; este período
está salpicado de información diversa de fuentes no muy claras (por ejemplo sus
vivencias en Londres, documentadas sobre todo por el dudoso Theveneau de
Morande) y que en general tratan de fuertes altibajos en la situación económica
de los Cagliostro, algún que otro devaneo amoroso con resultados desastrosos
(se cuenta un episodio en el que la pareja casi rompe por una clara infidelidad
de Lorenza que lleva a su marido a denunciarla, lo que la lleva brevemente a
una cárcel parisina), casos judiciales en que se ven temporalmente envueltos (a
veces, curiosamente, como víctimas) además de, por otra parte, investigaciones
alquímicas de Cagliostro de importancia, contactos con la francmasonería tanto
inglesa como continental… en fin, una cada vez más marcada e interesante
actividad esotérica del conde de Cagliostro. También se dice que fue en esta época
donde éste trató con el conde de Saint Germain, otro misterioso personaje que
se menciona difusamente ora como maestro, ora como colaborador de nuestro
hombre.
A partir de
aquí, se tienen noticias del conde de Cagliostro en diferentes lugares de
Europa, unas veces como experimentado alquimista, fabricando oro, joyas y
elixires, otras veces como espiritista invocando almas de fallecidos ilustres,
en ocasiones como milagroso sanador…cabe señalar que hasta los más tenaces
críticos de Cagliostro coinciden en describir buena cantidad de hechos
extraordinarios que por entonces se le atribuían, a veces en presencia de
muchos testigos o incluso arrastrando verdaderas multitudes en los lugares por
donde pasaba. Atendía y curaba gratuitamente a pobres y humildes y a la vez se
codeaba con la más alta aristocracia. También, más o menos veladamente,
alternaba con logias masónicas de toda Europa. En este sentido, sus seguidores
afirman que Cagliostro, como iniciado de primera magnitud, fue reconocido por
todas las Ordenes Iniciáticas de su época, que le dispensaron honores sólo
reservados a los más elevados. Fue iniciado en el Rito de Emanuel Swedenborg
(ilustre erudito y místico sueco), fue amigo de Martínez de Pasqually quien le
introdujo en su Orden de los Caballeros Elegidos Cohen, colaboró con
Jean-Baptiste Willermoz, y con Louis Claude de Saint Martin (notables
estudiosos esoteristas del mismo círculo), fue Gran Maestro del Rito Escocés, y
Gran Maestro del Rito de los Filaletes (conocidos ritos masónicos), además de difundir
su particular Rito Egipcio en calidad de Gran Copto.
Hacia 1779 se
sabe que Cagliostro estuvo en Rusia, aunque la zarina Catalina II decide
expulsarle parece que, a su juicio, por la perniciosa influencia que el conde
ejercía sobre la aristocracia del país.
Cagliostro
decidió volver a Francia, instalándose en la ciudad de Estrasburgo. Allí, casi
todos sus biógrafos coinciden en admitir que las demostraciones que hacía de
los fenómenos ocultos asombraban a la gente que los presenciaba. Su capacidad llegaba
a manifestar objetos que ordinariamente no eran visibles a los espectadores,
así como a hacerse visible simultáneamente en dos lugares, según se dice. De
hecho, se cuentan cosas tan extraordinarias que los más reacios sólo aciertan a
explicar alegando que Cagliostro era un gran hipnotista, utilizando ese poder
con la gente. Pero tales demostraciones de poder no sólo tenían lugar ante las
masas crédulas e ignorantes. Muchas personas ilustradas y versadas en ciencias
también se hallaban presentes en esas ocasiones. Sanó (muchas veces de forma
descrita como milagrosa) y alimentó gratuitamente a muchos pobres, acrecentando
su fama; también aceptaba a adinerados pacientes, lo que le atrajo poderosas
amistades. Fue así como coincidió con el cardenal Luis Eduardo de Rohan, obispo
de Estrasburgo, político y hombre muy rico e influyente en Francia. Cagliostro
disfrutó durante varios años de la confianza de Rohan, pero esta relación le
reportó a la postre bastante infortunio debido al “asunto del collar”, que prácticamente
sería el principio del fin del conde.
Merece la pena
detenerse un poco en el caso del collar de diamantes, muy destacable porque
involucró directamente a la reina de Francia, María Antonieta de Austria. Para
calibrar la importancia política que tuvo este escabroso asunto, baste decir
que posiblemente fue uno de los detonantes de la Revolución Francesa (el mismo
Napoleón Bonaparte así lo afirmaba posteriormente), ya que sin duda encendió
vivamente las iras del pueblo francés contra la reina y la propia monarquía. En
realidad, nadie ha podido demostrar jamás que Cagliostro estuviera implicado en
el caso, pero por alguna razón (tal vez su cercanía en esos momentos a Rohan)
se le imputó cierta responsabilidad en los hechos.
En agosto de
1784, unos joyeros denunciaron que Rohan había utilizado el nombre de la reina
María Antonieta para adquirir –sin pagarlo– un valiosísimo collar de diamantes.
La verdad era que Rohan, que había perdido el favor de la reina María
Antonieta, creyó poder reconquistarlo consiguiéndole un collar de diamantes que
deseaba la soberana, muy amiga de estos lujos. La joya, sin embargo,
desapareció. Parece ser que fue volatilizada por la auténtica culpable de la
trama, la condesa Jeanne de Valois, la cual había urdido el engaño para
conseguir mucho dinero a costa sobre todo del crédulo cardenal Rohan, el cual
puso toda su confianza en ella (que le había prometido adquirir el collar
directamente de los joyeros y ofrecérselo a la reina en su nombre). La justicia
fue directamente a por Rohan y, de paso, Cagliostro (a éste se le acusó de
apoyar el engaño convenciendo a Rohan), los cuales fueron encerrados en la
Bastilla y juzgados por el Parlamento de París. Durante el largo y mediático
juicio se descubrió que Rohan había adquirido el collar pensando que lo hacía
por amor y para la reina: tenía en su poder un montón de cartas de María
Antonieta, evidentemente falsas; estaba convencido de que vivía un secreto
romance con la reina y de que ésta disfrutaba del collar desde hacía tiempo. El
timo de la condesa de Valois fue casi perfecto; incluso debió de tener tiempo
de empeñar la joya por partes (según se dice, entre París y Londres) y
disfrutar de un impresionante tren de vida antes de ser descubierta. Nunca más
se supo (oficialmente) de los diamantes; el Parlamento francés (por otro lado resuelto
a desprestigiar a la Corona) tras el juicio, que tuvo gran repercusión tanto
dentro como fuera de Francia, acabó absolviendo a Rohan y Cagliostro y
condenando a la condesa de Valois a cadena perpetua (escaparía de prisión con
una oportuna ayuda huyendo a Londres, donde murió al caer por una ventana, se
dice que perseguida por agentes franceses). Un increíble caso de intriga
palaciega al que, por ejemplo, el escritor Stephan Zweig dedica un interesante
capítulo en su obra biográfica “María Antonieta” narrando al detalle el suceso
y mencionando a Cagliostro (al que tacha directamente de estafador) como
cómplice en el engaño.
Pero lo cierto
es que el asunto del collar le había supuesto a Cagliostro una estancia de
nueve meses en la prisión de la Bastilla, una mancha en su reputación (cuando
estaba en el cenit de su carrera) que le acompañaría ya por siempre y el
destierro, ya que al ser liberado las autoridades francesas le invitaron a irse
del país por orden expresa del rey Luis XVI.
Así que, en
junio de 1786, Cagliostro partió hacia Inglaterra, donde fue recibido como un
mártir de la tiranía. Allí aprovechó para exigir una indemnización desorbitada
a la monarquía francesa y publicar su “Carta al pueblo francés”, en la que
describía el trato vejatorio que había sufrido en la Bastilla, profetizaba que
volvería cuando ésta se hubiera convertido en un paseo público y exhortaba el
Parlamento «a convocar los Estados generales y trabajar por la Revolución.
Esta declaración
de intenciones incrementó su popularidad, sobre todo entre la masonería
europea, aunque también puso en guardia a las monarquías francesa e inglesa,
que elaboraron una campaña de desprestigio contra él, sacando a la luz pública
toda la información (sobre todo la más difamatoria posible) acerca de sus
andanzas a lo largo y ancho de Europa. Cagliostro, atacado y deshonrado, se
exilió temporalmente a Suiza (en Basilea aún se conserva el sótano que
supuestamente utilizó como laboratorio alquímico para fabricar oro, mantenido
en toda regla por el mismísimo Museo Farmacéutico de la ciudad) y más tarde, en
mayo de 1789, se establecería definitivamente en Roma. Los hechos no tardarían
en darle la razón, ya que en el verano de ese mismo año se convocaron los
Estados Generales en Francia, con la posterior toma por el pueblo de la
Bastilla, lo que precipitó la Revolución Francesa.
La Iglesia
católica seguía desde hacía tiempo los pasos de Cagliostro con gran
preocupación, alertada por la fama que iba ganando en todos los estamentos de
la sociedad. Pero lo que la impulsó a actuar fue la actitud del conde en Roma.
Este, en parte a instancias de sus discípulos y admiradores, decidió instaurar
una logia masónica en la ciudad, cosa que estaba penada de muerte por edicto
papal para los católicos. Fue arrestado el 27 de septiembre de 1789 por orden
del Santo Oficio de la Iglesia de Roma.
El proceso que
tuvo lugar a continuación es bastante contradictorio; la Iglesia afirma que se
procuró a Cagliostro una defensa justa y que le instaron a declarar sus faltas
con la promesa de suavizar su condena, aunque otras fuentes hablan de
coacciones y hasta tortura para hacer admitir a Cagliostro las acusaciones. Lo
que sí parece cierto es que la Inquisición se valió del testimonio de la
condesa Serafina, la esposa de Cagliostro, la cual no dudó en denunciar a su
marido, según describe el Santo Oficio, espontáneamente y para “descargar su
conciencia”. Este postrero y trágico episodio de la vida de Cagliostro está
documentado por parte del tribunal del Santo Oficio en unos manuscritos que,
aunque no forman parte estrictamente del juicio (no son las propias actas), sí
son una compilación históricamente válida, recogida hacia 1870 para uso del
propio tribunal (es conveniente señalar que el Vaticano muy probablemente
dispone de manuscritos al respecto de todo esto que serían extraordinariamente
reveladores, entre otras cosas toda la literatura, apuntes, etc… que se incautó
a Cagliostro cuando fue apresado y que no fue destruida). En base a ello,
tenemos que Serafina, aparte de denunciar a su marido “para procurar la
salvación de las almas de ambos”, proporcionó al tribunal información detallada
de primera mano de las actividades de Cagliostro en diversas épocas y lugares
de Europa, como la constitución de logias, reuniones secretas, ceremonias
mágicas, rituales espiritistas y otros hechos que se escapaban al entendimiento
de la esposa y que vinieron muy bien al Santo Oficio para argumentar la
acusación. Algunos investigadores van más allá afirmando que Serafina ya venía
delatando a su esposo desde su encierro en la Bastilla, y que fue a instancias
de ella por lo que ambos terminaron en Roma, en las mismas fauces de la
Inquisición. La cuestión es que, tras el juicio, Serafina acabó recluida en un
convento, y Cagliostro condenado por hereje, con pena de muerte que el papa le
conmutaría por cadena perpetua. Esto ocurría en abril de 1791; en consecuencia,
fue trasladado a una celda del apartado castillo-fortaleza de san Leo donde se
le pretendía enterrar en vida.
Allí
permanecería por espacio de cuatro años, hasta su muerte el 26 de agosto de
1795, hecho que tampoco está del todo claro ya que existen diferentes teorías
en torno a ello: oficialmente, el motivo de la muerte fue una apoplejía, hay
quien dice que fue asesinado en su misma celda, tal vez por temor a que
escapara; también corrió el rumor de que escapó después de estrangular a un
sacerdote que fue a atenderle. Y por último, según H.P. Blavatsky, Cagliostro
habría escapado misteriosamente y, gracias a sus milagrosos elixires, habría burlado
a la muerte por muchos años más. La verdad es que su cadáver jamás fue
encontrado, pese a que cuando los soldados revolucionarios franceses llegaron a
San Leo en la campaña contra Italia dirigida por Napoleón no encontraron a
Cagliostro en el lugar, certificando su muerte en base al testimonio de sus
carceleros.
Aparte de las
operaciones delictivas y fraudulentas consabidas, se atribuyen al conde de
Cagliostro muchos hechos extraordinarios y sobrenaturales, tales como
curaciones de todo tipo, la fabricación de oro y joyas, tintes, elixires y todo
tipo de elaboraciones alquímicas, invocación de fantasmas y personas
fallecidas, adivinación y don de la profecía, materialización de objetos,
telepatía, bilocación…algunos de estos hechos fueron corroborados por testigos
objetivos que no pudieron darles explicación. Mientras que nunca renegó de su
cristianismo, está constatado que fundó logias en varios países para el
desarrollo de su Rito Egipcio; fue muy admirado por la francmasonería europea y
las sociedades rosacruces existentes, así como muchos esoteristas posteriores a
él, le consideran un maestro rosacruz de primer orden.