RESEÑA HISTÓRICA SOBRE
EL MARTINEZISMO Y EL MARTINISMO
En los peculiares últimos años
del siglo XVIII, que vieran a William Law frente a Hume, a Swedenborg frente a
Kant, a Saint-Germain, Mesmer y Cagliostro frente a Rosseau, Diderot y
Voltaire, mientras en toda Europa proliferaban infinidad de sectas y ritos, y
en las logias masónicas se erigía una tribuna tanto a las ideas más vanas como
a las más sublimes, apareció en Francia un hombre cuyo silencioso trabajo
contrastaba curiosamente con la turbulenta propaganda de la mayoría de los
reformadores de su tiempo: Martínez de Pasqually. Este hombre, cuyo altruismo y
sinceridad estaban fuera de toda sospecha, trabajó para que ciertas logias
regresaran a los principios esenciales de la Francmasonería, de los que se
habían apartado sensiblemente en esa
época, como consecuencia de una serie de acontecimientos que no corresponde
relatar aquí.
La tarea de Martínez era difícil.
Entre 1760 y 1772 se dedicó a recorrer las principales ciudades francesas,
seleccionando en el seno de los talleres masónicos a quienes pudieran ayudarle
a formar un núcleo, un centro para sus operaciones posteriores. No dudó en
repartir cartas constitutivas (en nombre de su Tribunal Soberano, establecido
en París desde 1767) a logias provinciales clandestinas, aceptando
colaboradores de fuera cuando los consideraba dignos del ministerio a ejercer.
De este modo surgió lo que el Sr.
Matter denominó acertadamente el Martinezismo, que recibe el nombre de Rito de
los Elegidos Cohens y consiste simplemente en una rama ortodoxa de la verdadera
Francmasonería injertada en el viejo tronco; se basa en un conjunto muy preciso
de enseñanzas tradicionales, transmitidas según el poder receptivo adquirido
por sus miembros mediante un trabajo íntegramente personal, y donde la teoría y
la práctica están estrechamente relacionadas.
Desafortunadamente, el ahínco de
Martínez le llevó a descuidar la verdadera base de la institución masónica.
Dedicado por completo a reformar los capítulos R.C., restó importancia al papel
de las logias azules. Veremos como Louis Claude de Saint-Martin, su discípulo
más célebre pese a ser uno de los
más alejados de la
obra del maestro, llegó
incluso más lejos. Desde 1777 se negó a participar en las sesiones de
las logias martinezistas, donde únicamente se practicaban los “grades du
porche”[1],
o masonería simbólica, así como en los trabajos de las logias de Versalles,
debido a razones especiosas de neumatología, y en las de París, pues enseñaban
magnetismo y alquimia.
Por estos motivos, pocos años
después de que Martínez de Pasqually partiera a las Antillas (1772), se produjo
una escisión en la orden que con tanto esfuerzo había formado. Ciertos
discípulos permanecieron fieles a las enseñanzas del Maestro, mientras que
otros, inducidos por el ejemplo de Saint- Martin, abandonaron la práctica
activa para seguir la vía incompleta y pasiva
del misticismo. Este cambio de dirección en la vida de Saint-Martin
podría sorprendernos si ignorásemos hasta qué punto se alejó de las operaciones
externas del Maestro durante los últimos cinco años en la logia de Burdeos.
Los resultados de la escisión
provocada por la propaganda activa de Saint-Martin no se hicieron esperar. Las
logias del sudoeste fueron las primeras en cesar sus trabajos. La propaganda de
Saint-Martin no encontró eco en las logias de París y Versalles; sin embargo,
cuando en 1778 sus Hermanos de Lyon se convirtieron definitivamente al rito
templario alemán de la Estricta Observancia, y el Gran Maestro Willermoz
sucedió al Gran Maestro provincial Pierre d’Aumont (sucesor de Jacques Molay)
con el título de Gran Maestro provincial de Auvergne, se plantearon fusionarse
con las logias Philaléthes, que trabajaban desde 1773 (según datos de Martínez
y Swedenborg) y en cuyos capítulos secretos no se admitía a ningún iniciado del
Gran Oriente. En esta época, Saint-Martin comenzaba a ser conocido gracias a la
aparición de su primera obra: “De los errores y de la verdad”. Muchos creían
ver en él al continuador de la obra de Martínez. Sin embargo, las logias
nombradas anteriormente no lograron convencerle de que se uniera a ellas para
alcanzar una obra común; a su último llamamiento durante el Congreso promovido
por la asociación de Philaléthes (París, 1784), Saint-Martin respondió por
carta manifestando su negativa a participar en sus trabajos. A partir de
ese momento, su mayor preocupación fue
establecer contactos con los místicos de Italia, Inglaterra y Rusia, perdió
todo interés por el movimiento del rito rectificado de Lyon y no ocultaba su
exasperación al oír hablar de logias.
Los acontecimientos posteriores
motivaron un mayor compromiso de Saint-Martin con la vía que había elegido. En
1788, aquel que pasaría a la historia como el teósofo de Amboise viajó a
Estrasburgo. La versión más extendida señala que su inclinación definitiva
hacia el misticismo se debió a la compañía de una de sus amigas, la Sra. de
Boecklin; lo cierto es que conoció a Rodolphe de Salzmann, que era, por así
decirlo, el director espiritual de la Sra. de Boecklin. Rodolphe de Salzmann,
amigo de Young Stilling y vinculado a los grandes místicos alemanes de la
segunda mitad del S. XVIII (Eckarthausen, Lavater, etc.) era un hombre notable,
pese a ser bastante desconocido, y tenía una profunda inclinación por la
mística de los dos Testamentos y los escritos de Jacob Boehme, cuya clave había
recibido. Él transmitió dicha clave a Saint- Martin, quien creyó encontrar ahí
lo que no había logrado con su antiguo maestro.
Sin duda alguna, las enseñanzas
de Salzmann contribuyeron enormemente a proporcionar un místico notable a
Francia, pero no revelaron a Saint-Martin la doctrina del eminente teúrgo de
Burdeos. En 1793, a la edad de cincuenta años y al no haber encontrado aún esa
clave activa, buscaba consuelo en la advertencia de Martínez: que podría estar
satisfecho si había alcanzado su meta a los sesenta años. Su pensamiento
regresaba ya hacia esa escuela de
Burdeos donde transcurrieron cinco años de su juventud y cuyos trabajos
abandonó de manera demasiado ligera. En una de sus cartas al barón de
Liebisdorf (11 de julio de 1796) confesaría que “el Sr. Pasqually tenía la
clave activa de lo que nuestro estimado Boehme exponía en sus teorías, pero no nos creía aún preparados para manejar
esas altas verdades”. Su correspondencia nos hace pensar que, antes de morir
(Aulnay, 1803), retomó los análisis desdeñados de los trabajos de su maestro.
Pero ya era demasiado tarde. El discípulo había matado al iniciador en su obra.
El Martinezismo era historia.
Tras la muerte de Martínez de
Pasqually (1774), la Orden, víctima de la debilidad de algunos y,
desafortunadamente, también de la ambición de otros, cayó en un rápido declive.
Los compromisos de Willermoz apresuraron su
ruina. La mayoría de los hermanos volvieron a sus antiguas obediencias,
tal como hicieron los del Oriente de la Rochelle, cuya carta constitutiva no se
ratificó tras 1776. En 1788, desaparecieron las logias de París; los ricos
archivos que provocaran la envidia de Cagliostro fueron subastados tras la
muerte del marqués Savalette de Langes, cayendo en manos de dos hermanos de
Lyon, y llegando luego a las del Sr. Destigny. En 1868, éste los transmitió al
Sr. Villareal, a cuyo esmero debemos agradecer su conservación. El fracaso de
los hermanos de Lyon en su tarea no era algo nuevo. Su rito rectificado, que en
realidad era el Martinezismo, especialmente tras su segunda revisión, vio
apagarse sucesivamente los directorios de sus tres provincias: el de Borgoña se
disolvió el 26 de enero de 1810, por falta de miembros; el año siguiente, los
otros dos se fusionaron con el Gran Oriente, que siempre se había negado a
reconocerlos.
El motivo de profundizar en las
particularidades de la vida de Saint- Martin es demostrar el error de algunos
historiadores mal informados, que atribuyen al teósofo de Amboise la sucesión
del teúrgo de Burdeos; y de otros aun peor documentados, que pretenden que fue
el fundador de la Orden del Martinismo. Saint-Martin no fundó orden alguna, jamás
tuvo dicha pretensión, y el nombre de Martinistas designa simplemente a
aquellos que adoptaron su visión, inclinados a liberarse del dogmatismo
ritualista de las logias, rechazándolo por su inutilidad. Esta es, en efecto,
la opinión de Jacques Matter, el célebre
historiógrafo de Saint-Martin.
Jacques Matter era nieto de
Rodolphe de Salzmann, tenía en su poder los principales documentos relacionados
con el Martinezismo y los Martinistas, y se encontraba en una posición idónea
para relatar los principales acontecimientos reveladores de su existencia. Por
otra parte, mantuvo relación con el Sr. Chauvin, uno de los últimos amigos de
Fabre d’Olivet y albacea de Joseph Gilbert, quien fuera el único heredero de
todos los manuscritos del teósofo de Amboise.
En la actualidad, el hijo del
historiador, el Sr. Matter, posee casi todos esos indispensables documentos,
incluyendo el “Tratado de la Reintegración
de los Seres”. Este es uno de los documentos más interesantes y notables,
pues recoge la base de la doctrina tradicional de Martínez de Pasqually sin
omisiones ni añadidos. Muy amablemente, el Sr. Matter nos ha autorizado a
publicarlo. Este Tratado, escrito en Burdeos durante 1770, no se incluye en los
archivos capitulares de Metz. Los de la Villa de Libourne incluyen únicamente
los pasajes principales. Dichos fragmentos, bastante mal escritos y con
numerosas mutilaciones, se encuentran repartidos entre las distintas
instrucciones de rituales, siendo bastante difícil reconstruir a partir de
ellos la obra de Martínez de Pasqually. Por lo tanto, desde aquí, nuestro
infinito agradecimiento al Sr. Matter por su amable colaboración.
Con posterioridad, y a su debido
tiempo, irán apareciendo otras piezas no menos importantes que arrojaran nueva
luz sobre los hombres y las cosas de esta época.
Un Caballero de la Rose
Croissante.
París, 20 de septiembre de 1898, aniversario de la
muerte de Martínez de Pasqually.