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Monday, January 3, 2022

Eliphas Levi

 

ELIPHAS LEVI


El Abate Alfonso Luis Constant, que bajo el seudónimo de Eliphas Levi se destacó como gran mago y Cabalista en el siglo pasado, nació en París el 8 de febrero de 1810 y falleció en la misma ciudad el 31 de mayo de 1875.

Por sus biógrafos sabemos que este maestro fue, antes que todo, un artista dedicado y que sólo después de haber presentido el culto de lo bello, obedeciendo al impulso de su alma generosa sedienta de bien, ingresó, ardiente de piedad y fe, a la Orden de San Francisco, en la que recibió las órdenes sacerdotales. Las doctrinas sociales del Cristo lo subyugan, lo arrastran, quiere ser un nuevo apóstol que ha de llevar fuera de los muros del convento la savia vivificante del amor, la justicia y la verdad, aspiración que ve realizarse en 1839, año en que es separado de la Orden Franciscana.

Disponiendo del inmenso caudal que le brindaban los numerosos manuscritos y viejos libros de la biblioteca de su convento, se había dedicado de lleno al estudio de lo oculto, adquiriendo así los vastísimos conocimientos que con tanta sabiduría y habilidad expone en sus obras.

Con el tesoro de conocimientos adquiridos en los años de vida conventual, dedicados a su ministerio y al estudio, se lanzó en busca de lo desconocido, se le abrieron las puertas de las Sociedades Iniciáticas de Oriente y Occidente, y le fueron conferidas altas iniciaciones. El Humanismo y la Hermandad de los Rosa Cruz lo contaron entre los suyos. Viajó como apóstol, fue vejado y perseguido.

En 1875 terminó su vida, pobre pero altivo.

Entre sus numerosas obras que han sido la fuente más abundante del ocultismo y misticismo desde su tiempo hasta hoy, pueden citarse, como publicadas en diversos idiomas, las siguientes:


Ø Dogma y Ritual de la Alta Magia

Ø Historia de la Magia

Ø El libro de los Esplendores

Ø La Science des Esprits

Ø Le Catéchisme de la Paix

Ø Clefs Majeures et Clavicules de Salomón

Ø Le Clef des Grands Mystéres

Ø El Gran Arcano del Ocultismo Revelado

Su convicción y su pensamiento se revelan magistralmente en su maravilloso Credo Filosófico:

 

Ø “Creo en lo desconocido que Dios personifica,

Ø “Probado por el propio Ser y por la Inmensidad,

Ø “Ideal SOBREHUMANO de la filosofía

Ø “Perfecta Inteligencia y Suprema Bondad”

Su doctrina:

“Los Cabalistas consideran: a Dios como el infinito inteligente, amante y viviente. No es para ellos ni la colección de seres, ni la abstracción del Ser, ni un ser filosóficamente definible. Él está en todo, distinto de todo y mayor que todo. Hasta su nombre es inefable y aun ese nombre solo expresa el ideal humano de su divinidad. Lo que Dios es por sí mismo no es dado al hombre comprender.

“Dios es lo absoluto de la fe; pero lo absoluto de la razón es el SER.

“El Ser existe por sí mismo y porque existe. La razón de ser del Ser es el propio Ser.

“Es a esta realidad filosófica e incontestable que los Cabalistas dan un nombre. En este nombre están contenidos todos los otros. Los guarismos de este nombre producen todos los números. Los jeroglíficos de las letras de este nombre expresan todas las leyes y todas las cosas de la naturaleza.

“Los pueblos forman ídolos y los destruyen, el infierno se puebla de dioses caídos hasta que la palabra del gran iniciador se haga oír: Dios es espíritu y debemos adorarlo en espíritu y en verdad.

“Los cultos cambian y la religión es siempre la misma; los dogmas se devoran y absorben unos a otros, como ocurre a los animales que viven en la tierra, y el mundo dogmático sólo es el demonio del error, como el mundo terrestre es el imperio de la muerte. La muerte aparente alimenta la vida real, y las controversias religiosas deben terminar, tarde o temprano, en una gran catolicidad (universalidad).

Entonces la humanidad sabrá por qué sufrió, y la vida eterna, desarmando al aguijón de la muerte, revelará a las naciones el misterio del dolor.

“Insistimos en esta observación que damos sin temor a la admiración de los que saben:


Ø “DIOS OPERA EN EL CIELO POR LOS ÁNGELES Y EN LA TIERRA POR LOS HOMBRES”


Eliphas Levi no fue sólo un realizador teórico, pues en su vida hay muchos prodigios realizados que testimonian su profundo conocimiento y dominio de las prácticas ocultas. Hechos, no palabras, constituyen la vida de este iluminado, considerado por muchos como el más potente verbo de su época, y a quien los ocultistas más renombrados reconocen como al restaurador e iniciador del movimiento ocultista contemporáneo.

El por mil títulos célebre Estanislao de Guaita, restaurador de la Rosa-Cruz Cabalista de Francia, discípulo predilecto de Eliphas Levi y continuador de su obra, dice del maestro:

“En nuestros días, un genio de ha manifestado para reconstruir más suntuoso, más colosal que nunca, el templo de Salomón rey. Pensamiento vasto y sintético, estilo luminoso y rico, imperturbable lógica y ciencia segura de sí misma. Eliphas Levi es un mago completo. Los círculos concéntricos de su obra abarcan la ciencia entera y cada uno de sus libros testimonia con significación precisa su razón absoluta del ser. Su Dogma, enseña; su Ritual, prescribe; su Historia, adapta; su Llave de los Grandes Misterios, explica; su Hechicero de Meudon, predica, y exalta con el ejemplo; en fin, su Ciencia de los Espíritus, trae la solución de los más elevados problemas metafísicos.”

Tal es la personalidad esclarecida del eminente autor de El Gran Arcano del Ocultismo.


Fuente: PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO


Wednesday, October 27, 2021

El Venerable Hermano Jean Bricaud (1881-1943)

 El Venerable Hermano
Jean Bricaud
(1881-1943)


Fue patriarca gnóstico, Rector de la Orden de la Rosa Cruz y Gran Maestro de la Orden Martinista de Lyon, así como Presidente de la Sociedad Ocultista Internacional. Fue también Gran Hierofante, para Francia del Rito Masónico de Menfis-Misraím, asumiendo tal puesto el 10 de dic. de 1919, pues dicho puesto había quedado acéfalo desde el 25 de septiembre de 1918, por el fallecimiento del Hno. Dettré, quien había sucedido al Gran Maestro PAPUS.

 


El Hno. Jean Bricaud es, casi en todo, el opuesto de Willermoz: Nace el 11 de febrero de 1881 en el pueblito de Thoy y su familia lo dedicó al sacerdocio, razón por la cual estudió en el Pequeño Seminario de Meximieux.

Basta mirar su fisonomía para reconocer en seguida las fases del místico, de salud delicada y de fuertes tendencias por lo psicológico y lo metafísico.

Desde 1897 abandona los estudios sacerdotales y se hace empleado de banco y estudiante de ocultismo. Frecuente centros espiritistas y estudia el magnetismo con el Maestro Phillipe Niziers (Amo), así como Cábala con Jacques Charrot, uno de los discípulos de Eliphas Levi.

El Gnosticismo le atrae y lo estudia con Sophronius (Dr.Fugairon), así como la filosofía sintética con Revel. Se hace iniciar en la Masonería y más tarde en el Martinismo, prefiriendo luego la vía willermozista, es decir, de tendencia masónica.

En 1901 abandona su primera vía gnóstica y da su adhesión a Synesius, patriarca gnóstico de gran valor. Publica sus primeros libros en 1902.

En 1904 publica “Primeros elementos de ocultismo”. Se casa en 1905 pero, sin felicidad en este matrimonio, se divorciará en 1911.

En 1906 crece su actividad y publica “Elementos de Astrología” y un folleto sobre la “Pequeña Iglesia Concordataria”.

Se liga más íntimamente con Sophronius, el doctor gnóstico que tendrá sobre Bricaud una influencia quizás desfavorable, pues le lleva a querer ver todo bajo el ángulo de la razón fría, tanto que en 1907, ambos se separan del místico Synesius por hallarlo más poeta que filósofo y más artista que teólogo; siente demasiado y no discute bastante, por lo visto.

Después sigue Bricaud trabajando en pequeñas obras destinadas a difundir la Gnosis, de una manera “racional”, ES DECIR, COMO DOGMA FILOSÓFICO.

En 1908, Bricaud, aún sin asistir, se interesa por el Gran Congreso Espiritual Internacional, organizado por Papus, bajo los auspicios del Martinismo, de cuya escuela Bricaud poseía el 3er. Grado desde 1903. Se había dedicado más, es verdad, como ya dije, al estudio de la parte willermozista, es decir, al filosofismo de logia y Bricaud se plegó a los que opinaban que Papus había reorganizado el Martinismo sobre bases deferentes del willermozismo, lo que era verdad, pues Papus hizo del Martinismo una escuela de Iniciación completa, mixta, mística y curando por millones.

Desde 1914, Bricaud recluta cada vez más adeptos de su vía martinista-masónica, en oposición a Papus, demasiado “ocultista” para la mentalidad masónica.

Viene después la guerra de 14-18, esa guerra terrible de la cual Papus dio su vitalidad y después su vida por los que sufrían. El Hno. Bricaud es también movilizado en el 10º Batallón de Cazadores; pero su salud frágil y su título eclesiástico de Patriarca Gnóstico hacen que sea designado para el servicio auxiliar y dedica sus noches al estudio y a la organización de su Iglesia. Publica dos libros durante la guerra: “Armenia que agoniza” (1915) y “La Guerra y las profecías célebres” (1916).

Papus habiendo fallecido en 25 de octubre de 1916, su sucesor, el Venerable Hermano Téder, nombra al Hno. Bricaud, Legado de la Orden Martinista para la provincia de Lyon y la amistad entre Téder y Bricaud se hace cada vez más íntima.

Después de la muerte de Téder, Bricaud toma en sus manos la dirección de la Iglesia Gnóstica Universal, de la Orden Kabalística de la Rosacruz Gnóstica y de la Orden Martinista y da toda la orientación que siempre había preconizado.

El Martinismo, orientado en la forma willermozista y masónica, con exclusión de la Iniciación Mixta y volviendo a las formas tradicionales de la rama de Lyon, se desarrolla en Francia y colonias y en los países extranjeros con un ritmo menor que el Martinismo de Papus, en virtud de la necesidad de reunir solamente masones y de excluir a las mujeres.

Publicá aún varias obras, entre las cuales citaré. El Misticismo en la Corte de Rusia, La Misa negra Antigua y Moderna, El Maestro Phillipe, El Abate Boulan, Los Iluminados de Avignon.

Desde 1920 hace publicar “Les Annales Initiatiques”, pequeño boletín trimestral que sirve de órgano de sus agrupamientos.

En 1929 se casa nuevamente, esta vez, con una dedicada compañera que le acompañará hasta su muerte, acaecida el 21 de febrero de 1934, a la edad de 53 años. Antes de fallecer, había empleado sus últimos años en escribir un resumen de noticias históricas sobre el Martinismo, el Rito de Menfis-Misraím, y había creado el boletín del Rito de Menfis-Misraím. Nombró como sucesor al Venerable Hermano C. Chevillon.

Esta es la actividad, muy grande y variada en su forma, del Venerable Hermano. Que dirigió las diversas corrientes europeas que cité con una dedicación y entusiasmo muy notables.

Su vía iniciática puede ser resumida en la forma siguiente: hasta 1897, vía religiosa mística y búsqueda de su sentir.

En 1897, su contacto con Osvaldo Wirth lo lleva al estudio profundo del simbolismo. La Cábala, desde 1898, le atrae. En 1899 su correspondencia con el brahmán.

C.X. K. Robur, del Tíbet, le llevan al estudio de las cosas orientales. Desde 1901, la vía gnóstica se arraiga en él de manera definitiva, y será en su aspecto filosófico especialmente, su Sendero Personal más elevado. Se hace cada vez más espiritualista científico, apartándose de los ocultistas de aspecto más psíquico.

Es un místico cristiano de elevada fe y de trabajo. Venerable, que recordamos en cada 21 de febrero, pues, aunque su Rama Martinista no se orientará en el mismo sentido que la de Papus, de la cual tomamos nuestra orientación, todos los que trabajan por el mismo ideal, bajo la misma denominación y mismos auspicios espirituales generales, debe sentirse hermanos.






Tuesday, October 19, 2021

El Concilio de Nicea y el Arrianismo

 

El Concilio de Nicea y el Arrianismo
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En el año 325 d. C. se convocó el Concilio de Nicea principalmente para resolver la disputa sobre el arrianismo junto con la controversia de la pascua. Esta disputa hizo que se derramara mucha sangre, y constituyó un capítulo oscuro en la historia.

La insistencia de Arrío

Arrío ocupaba una posición prominente como presbítero de la Iglesia de Alejandría en Egipto. Él provocó la crítica pública insistiendo en la siguiente doctrina:

Cristo es el Logos encarnado (λóγoς en griego significa “Palabra” o “Verdad”).
Cristo es capaz de cambio y sufrimiento.
En consecuencia, el Logos es mutable y no es igual a Dios.

Según la insistencia de Arrío, Jesús no es Dios sino solo una criatura, por tanto no es eterno; y así como el Hijo es la primera creación de Dios Padre, el Espíritu Santo es la primera creación del Hijo.

Arrío fue un propagandista habilidoso, que usó el poder de la persuasión para presentar efectivamente sus enseñanzas en canciones y en proverbios concisos que las personas podían comprender y memorizar fácilmente. Sus enseñanzas se expandieron ampliamente y fueron cantadas aun por personas comunes, como los pescadores.

Luego Alejandro, el Obispo de Alejandría, convocó a un concilio que condenó y exilió a Arrío. Expulsado de Alejandría, Arrío viajó a Palestina, apoyado por otros obispos orientales.

Como cierto número de líderes y obispos cristianos fueron convencidos por Arrío, empezaron los problemas. La creencia tradicional en la divinidad de Cristo, que había sido transmitida desde la época apostólica, empezó a ser cambiada por Arrío. El punto de vista de Arrío se expandió entre el pueblo y el clero alejandrino, y el Arrianismo se convirtió en un problema mundial.

El Concilio de Nicea

En el año 325 d. C., el emperador romano Constantino, que se hizo llamar “patrón de la iglesia”, convocó a todos los obispos cristianos a Nicea para resolver la disputa sobre la pascua y el arrianismo. Todos los gastos incurridos durante el concilio fueron pagados por la Casa Imperial.

En ese momento, hubo un gran defensor de la fe contra Arrío. Su nombre era Atanasio, él era un griego de Alejandría. Atanasio se opuso implacablemente a la doctrina de Arrío, insistiendo en que Cristo es igual a Dios.

Hubo veinte simpatizantes arrianistas entre más de 300 obispos que se presentaron en el Concilio de Nicea. El emperador Constantino les ordenó crear un “credo” que todo el cristianismo siguiera y obedeciera, una doctrina que sería llamada el “Credo de Nicea”, que declaraba que Dios y Jesucristo son la misma sustancia. Constantino ordenó que todos los obispos firmaran el credo, y amenazó con exiliar a todo aquel que no lo firmara, declarándolo hereje. En el Concilio de Nicea, se desaprobó el Arrianismo, y Arrío fue desterrado a Ilírico, junto con dos obispos de Libia, Theonas y Secundus, quienes se negaron a firmar el credo.

El regreso de los Arrianos

Dos años después, Arrío declaró que se había arrepentido. Luego él y los obispos que habían sido excomulgados regresaron a la iglesia. Después de su regreso del exilio, propagaron su influencia secretamente, enseñando su doctrina, y empezaron a tomar represalias contra sus oponentes.

Ellos enjuiciaron a sus oponentes por inmoralidad o por difamación contra Helena, madre del emperador Constantino. Después, atacaron a Atanasio, obispo de Alejandría, y lo exiliaron.

El emperador que apoyó el Arrianismo

Arrío murió en 336 d. C. y el siguiente año murió Constantino. Los seguidores de Arrío publicaron su doctrina y propagaron gradualmente su influencia. En ese momento, el Imperio Romano era gobernado por los tres hijos de Constantino: Constantino II (occidente), Constante (centro), y Constancio (oriente). Ya que Constantino II apoyó la doctrina de Nicea, llamó a Atanasio de su exilio. Constante también apoyó a los nicenos y a Atanasio, pero Constante fue diferente: él apoyó a los arrianos porque era el gobernador de la parte oriental del imperio, que fue intensamente influenciada por el Arrianismo.

Años después, murió Constantino II, quien dejó a Constante como el único gobernador del imperio occidental. Diez años después, Constante fue asesinado y todo el imperio romano se unió bajo Constantino, que había gobernado el oriente. Como lo mencionado anteriormente, Constancio fue simpatizante de los arrianos. Por tanto, todo el imperio quedó bajo el gobierno del emperador arriano, quien forzó a todos los obispos a aceptar el credo arriano que decía que el Hijo no se parece al Padre. Liberio, el obispo de Roma, también aceptó este nuevo credo antes de ser desterrado.

El emperador Juliano, un seguidor del paganismo

Tiempo después, las tropas romanas que habían estado apostadas cerca a París desobedecieron el mandato del Emperador Constantino y se amotinaron contra él, y proclamaron a su líder, el emperador Juliano. Pero, Constantino murió antes de que ambos se enfrentaran en batalla. En consecuencia, Juliano se convirtió en el emperador de Roma. Él era sobrino de Constantino, pero no creía en el cristianismo. Por el contrario, era devoto de los Misterios Eleusinos y trató de restaurar todas las antiguas religiones paganas. Él también sacrificaba a sus dioses paganos bajo su autoridad como Pontifex Maximus (el supremo sumo sacerdote de la antigua religión romana, un mediador entre los dioses y el pueblo; desde hacía mucho tiempo, los emperadores romanos habían servido como sumos sacerdotes del dios sol; y Constantino y sus hijos usaron la autoridad de su posición como Pontifex Maximus para interferir en los asuntos eclesiásticos).

Juliano adoptó la política de tratar equitativamente a todas las religiones. Después la religión pagana revivió y el número de sus seguidores empezó a incrementarse. Llamó a sus puestos a todos los obispos exiliados por Constante, para fomentar la división entre ellos; su propósito final fue derrocar el cristianismo. Reconociendo esto, sin embargo, los obispos de todas las regiones excepto África se unieron contra Juliano y el paganismo.

El desbaratamiento del Imperio Romano y la caída de las naciones arrianas.

Cuando Juliano murió, fue sucedido por Joviano, un cristiano. Sus sucesores fueron todos cristianos, y fueron generosos tanto con el credo de Nicea como con el Arrianismo. A mediados del siglo V, no obstante, el Imperio Romano empezó a declinar rápidamente hasta que los godos bajaron del norte; ellos avanzaron hacia el Imperio Romano, y dividieron su territorio y lo ocuparon. En ese tiempo, muchos líderes cristianos fueron tomados cautivos, y ellos evangelizaron a los godos. Algunos cristianos incluso se ofrecieron voluntariamente para ir entre los godos a predicarles. Los seguidores del arrianismo expandieron el cristianismo arriano entre los hérulos, los vándalos y los ostrogodos. Pero estas tres tribus góticas fueron destruidas una tras otra por el Papado.

Los efectos del Credo de Nicea y del Arrianismo

Más tarde, el Credo de Nicea fue aceptado y legitimado. Este “Trinitario” de Nicea fue adoptado como una fórmula básica de creencia por la Iglesia Católica Romana, que lideró la edad oscura, y también por muchas iglesias protestantes que aparecieron después de la Reforma. Sin embargo, aún existen muchas denominaciones, como los Testigos de Jehová, que niegan la divinidad de Cristo, insistiendo en que Dios Padre y Dios Hijo no son la misma esencia. Ellos pueden ser llamados los “arrianos modernos”.

Las limitaciones del Credo de Nicea

Aunque el Concilio de Nicea rechazó el arrianismo y adoptó el Credo de Nicea, proclamando que el Hijo es un solo ser con el Padre, este credo no se acercaba al núcleo de la “Trinidad”. El Credo de Nicea presentó el concepto de que “Dios Padre es Dios Hijo”, describiendo a Jesucristo como “el único Hijo del Padre” o como “un ser de una sustancia con el Padre”, pero este concepto es muy vago. Esa es la razón por la que muchos cristianos e incluso los teólogos de hoy en día, que dicen creer en la trinidad, no pueden aceptar plenamente el hecho de que “Jesucristo es Dios”, aunque admiten que “Jesús es el Hijo de Dios”.

Por ello, algunas iglesias predican doctrinas extrañas como: “Dios Hijo es considerado igual a Dios Padre, porque el Hijo hace las mismas cosas que el Padre”.

Esta falta de conocimiento bíblico ha creado muchas doctrinas falsas similares a las enseñanzas arrianas, que enfatizan la divinidad de Cristo. Esto a su vez hizo que la gente indujera la deidad de Cristo interpretando la Biblia a su propia manera.

Además, hay declaraciones explícitas acerca del Espíritu Santo en el Credo de Nicea. Por eso, desde el Concilio de Nicea las iglesias cristianas simplemente han enseñado que el término “Trinidad” es como una doctrina teológica solo en nombre. En consecuencia, ni siquiera comprenden los puntos esenciales de la Biblia y no alcanzan el entendimiento bíblico del hecho de que “Dios Padre es Dios Espíritu Santo” y que “Dios Hijo es Dios Espíritu Santo”.

La trinidad, la verdad bíblica

La trinidad no es una simple teoría que pueda ser afirmada o negada como una doctrina teológica, sino que es la verdad bíblica que ha sido enfatizada desde la iglesia primitiva. La verdad es lo que Dios personalmente nos ha enseñado (Mi. 4:1-2), y no algo que puede ser creado por la disputa de los teólogos en un concilio religioso.

Satanás no quiere que tengamos conocimiento de Dios. Ya que él sabe que el pueblo de Dios será destruido si no tiene conocimiento de Dios (Os. 4:1-6), ha propagado el espíritu del anticristo en todo el mundo. Los que son engañados por él, niegan la trinidad, o aunque reconozcan la trinidad con sus labios, la niegan en su corazón. Ellos tienen esa clase de doble fe.

¿Cómo podemos juzgar las cosas hasta que el Espíritu de verdad venga (1 Co. 4:5)? Ya que él vino y nos trajo la luz que está escondida en la oscuridad, ahora hemos venido al conocimiento de Dios y hemos pasado de la destrucción a la vida.

“Y serán todos enseñados por Dios” (Jn. 6:45). Según esta promesa de Dios, hemos comprendido las palabras de la verdad. Dando gracias a Dios que siempre está con nosotros, hasta el último día, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, debemos dedicar todas nuestras fuerzas a guiar a todas las personas del mundo al camino de la salvación, transmitiéndoles el correcto conocimiento de Dios.




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Fuente: PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO

Sunday, October 17, 2021

Carta de Aristeo a su Hijo sobre el Magisterio Hermético

 

CARTA DE ARISTEO A SU HIJO
SOBRE EL MAGISTERIO HERMÉTICO

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Extraída de la "Biblioteca de los filósofos Herméticos".
Manuscrito de la Biblioteca de Grenoble número 819. Siglo XVIII.
Páginas 183-192.
[Transcrito por José Luis Rodríguez Guerrero.]

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Hijo mío:

Después de haberte transmitido el conocimiento de todas las cosas, y de haberte enseñado como debes vivir y regular tu conducta de acuerdo con las máximas de una filosofía excelente, después de haberte instruido sobre todo lo que atañe al orden y al conocimiento de la monarquía del universo, sólo me resta por darte las llaves de la naturaleza, conservadas por mí con gran esmero.

De entre todas estas llaves la que abre el lugar cerrado ocupa sin dificultad el más alto rango; es la fuente misma de todas las cosas y no cabe duda de que Dios le ha dado una propiedad del todo divina. Para quien está en posesión de esta llave las riquezas se tornan despreciables, ningún tesoro se le puede comparar. ¿De qué sirven las riquezas a aquellos que están sujetos a las desgracias que infligen las enfermedades humanas? ¿Qué valen los tesoros cuando se es derribado por la muerte? No hay riquezas que sean conservadas cuando la muerte nos atrapa ; pero, si poseo la llave alejaré tanto como sea posible mi deceso y, además, estaré seguro de haber adquirido un gran secreto que espanta toda suerte de padecimientos. Las riquezas están en mi mano, no me faltan los tesoros, huye la languidez; la muerte tarda cuando tengo la llave de oro.

Ahora, hijo mío, te la voy a ceder como herencia, más te conjuro por el nombre de Dios y por su Santo Trono para que la guardes encerrada en el cofre de tu corazón y sometida al sello del silencio. Si te sirves de ella te colmará de bienes, y cuando seas viejo o empieces a ver declinar tu cuerpo ella te aliviará, te renovará, te curará. Pues sucede que, por una virtud que le es propia, remedia todas las enfermedades, ennoblece los metales y hace felices a sus poseedores. Nuestros padres nos pidieron bajo juramento aprender a conocerla y no dejar de utilizarla para hacer el bien al indigente, al huérfano y al necesitado, haciendo de este comportamiento nuestra marca y nuestro genuino carácter.

Todas las cosas que están bajo el cielo, divididas en especies diferentes, tienen como origen un mismo principio, y este es el aire del que todo fluye. El alimento de cada cosa muestra cual es su origen, puesto que lo que sostiene la vida es también lo que sostiene el ser. El pez emplea el agua, el niño mama de su madre, por su vida conocemos el principio de estas cosas. La vida de las cosas es el aire, éste es pues el principio de las cosas. Además, el aire corrompe el cuerpo de todas las cosas.

Lo que trae la vida como un don puede también interrumpir la vida. La madera, el hierro, las piedras, son disueltos por el fuego, y por él todas las cosas vuelven a su estado primero. Aquí está la causa de la generación, que también los es por diferentes métodos de la corrupción. y si sucede que ciertas criaturas sufren, sea por efecto del tiempo, sea por un caso fortuito, el aire viene ciertamente en su auxilio para curarlas de su imperfección y de su enfermedad.

La tierra, el árbol, la hierba, languidecen a veces por exceso de calor, el rocío del aire repara en todos ellos este defecto. Así ninguna criatura puede ser restablecida salvo por algo que esté en su propia naturaleza. Y sucede que el aire es el principio fundamental de todas estas cosas, por lo que puede concluirse que es la única medicina universal. Sabemos que en él mismo se encuentra la simiente, la vida, la muerte, la enfermedad, el remedio por excelencia. En él ha encerrado la naturaleza todos sus tesoros, y los ha comprimido como en un depósito propio y particular. No obstante, tener la llave de oro es saber liberar esta cámara estanca para extraer el aire del aire. Pero si se ignora como atrapar ese aire, entonces es imposible adquirir aquello que cura las enfermedades particulares y generales, llamando a los metales a la vida. Si deseas expulsar todas las enfermedades es necesario que busques el remedio dentro de la fuente común.

La naturaleza produce al semejante sacándolo del semejante y reúne especie con especie. Aprende pues, hijo mío, a capturar el aire, aprende a conservar la llave de oro de la naturaleza. Todas las criaturas pueden atrapar perfectamente el aire si conocen la llave de la naturaleza, sólo si conocen esta llave. El saber extraer el aire del arcano celeste es verdaderamente un secreto que supera la capacidad del espíritu humano, un gran secreto que contiene la virtud que la naturaleza ha atribuido a todas las cosas. Pues las especies se prenden por medio de sus especies semejantes. A un pez se le coge con un pez; a un pájaro con otro pájaro, y al aire se lo atrapa con otro aire que lo seduce.

La nieve y el hielo son un aire que el frío ha congelado, la naturaleza los ha dado una disposición que los permite poder capturar el aire. Coloca una de estas dos cosas en un vaso cerrado. Hazte con el aire que se congela alrededor, recogiendo lo que se destila en forma de humedad cálida en un vaso pequeño y profundo, cerrado, grueso, fuerte y limpio, de manera que puedas hacer cuánto te plazca, bien los rayos del sol, bien los de la luna. Cuando el vaso esté lleno cierra bien su boca para que esta chispa celeste, que está ahí concentrada, no se disipe en el aire. Llena tantos vasos como quieras de este líquido, atiende a continuación a lo que debes hacer y guarda silencio.

Construye un pequeño horno, adáptale un vaso lleno hasta la mitad de aquel aire capturado. Séllalo. Dispón seguidamente el fuego de manera que suba sólo la porción más ligera del humo, sin violencia, como hace en la naturaleza en el centro de la tierra, donde el fuego calienta sin cesar produciendo una circulación continua de los vapores del aire. Que este fuego sea moderado, húmedo, suave, parecido al de un pájaro incubando sus huevos. Una vez conseguida esta disposición debes continuar de manera que el fruto aéreo cueza sin consumirse, agitándolo durante largo tiempo, hasta que quede enteramente cocido en el fondo del vaso. Añade nuevo aire a este aire, no en gran cantidad, sino en la proporción que haga falta. Haz de manera que se licúen ligeramente, que se pudra, que se ennegrezca, que se coagule, y que una vez fijado, enrojezca. Después toma la parte pura separada de la parte impura por medio del fuego y de un artificio divino. Toma al fin la parte pura de un aire crudo, a la que unirás de nuevo la parte pura endurecida. Haz de manera que se disuelvan, que se unan, que se ennegrezcan ligeramente, que se tornen blancos, que se endurezcan y que, por último, se enrojezcan.

Aquí termina la obra. Has hecho el elixir que produce todas las maravillas que has visto. Tienes la llave de oro, el oro potable, la medicina de todas las cosas, un tesoro inagotable.
Así sea.
Amen.

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Monday, July 19, 2021

Zoroastro y Budha Los Grandes Iniciados IV Edouard Schure

 

Zoroastro y Budha

Los Grandes Iniciados IV
Edouard Schure
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IV
LA VOZ EN LA MONTAÑA

Corría el caballo a todo galope por colinas y llanos, hasta que llegó Ardjasp a los montes de Albordj. Entre abruptas rocas vio de nuevo la senda que conducía al valle de florido césped entre nevadas cimas.

Al aproximarse a las cabañas de madera vio labradores hendiendo el surco con el arado del que tiraban humeantes caballos. Y la tierra removida a lo largo de los surcos humeaba de placer también bajo la reja del arado y las pezuñas de las caballerías.

Sobre un altar de piedra en pleno campo, había un cuchillo y encima de él un manojo de flores en forma de cruz. Su visión serenó el alma de Ardjasp.

Sentado bajo su tienda, halló a Vahumano, el venerable patriarca, administrando justicia a su tribu. Sus ojos semejaban un sol de plata salido de niveos cimales. Su barba, de verdosa blancura, podía compararse a los liqúenes que recubrían los viejos cedros, en los flancos del Albordj.

— ¿Qué quieres de mí? — preguntó el patriarca al extranjero —. Tú estás enterado del rapto de Arduizur por el rey Zohak, Ardjasp.

— He presenciado su suplicio en Baktra, convertida en presa de los turianos. Tienes fama de noble y de sabio. Eres el último descendiente de los sacerdotes del sol. Tú eres sapiente y poderoso por el favor de los altos Dioses. A ti vengo en busca de luz y de verdad para mí; de liberación y de justicia para mi pueblo.

— ¿Posees la paciencia que desafía al tiempo?. ¿Te hallas presto a renunciar a todo en aras de tu obra?. Porque sólo te hallas al comienzo de las pruebas y sufrirás durante toda tu vida.

— Toma mi cuerpo, toma mi alma — dijo Ardjasp — si con ello puedes ofrecerme la lumbre que sacia y la cuchilla que libera. Sí, dispuesto estoy a todo si puedo lograr por medio de esa luz y esa cuchilla salvar a los arios y arrebatar a Arduizur de su verdugo.

— Entonces, puedo ayudarte — dijo Vahumano —. Habita entre nosotros durante un tiempo. Vas a desaparecer a los ojos de los tuyos. Cuando te vean nuevamente serás otro. A partir de este momento tu nombre no será ya Ardjasp, sino Zarathustra que significa Dorada Estrella o Esplendor del Sol. (Zarathustra es el nombre zenda del que tomaron los griegos la forma posterior de Zoroastro. Los parsis dan al gran profeta ario el nombre de Zerduscht).

Te habrás convertido en apóstol del Ahura-Mazda, aureola del Omnisciente, Viviente Espíritu del Universo.

Así se convirtió Zoroastro en discípulo de Vahumano. (Ciertos cabalistas judíos, algunos gnósticos y los rosacruces de la Edad Media, confunden a Vahumano, el iniciador de Zoroastro, con Melquisedec, iniciador de Abraham).

El patriarca, sacerdote del sol, conservador de una tradición que se remontaba a la Atlántida, comunicó a su discípulo cuanto sabía de la ciencia divina y del presente estado del mundo.

La electa raza de los arios — dijo Vahumano — ha caído bajo el yugo fatal de los turanios, excepto algunas tribus montaraces. Pero éstas lograrán salvar la raza entera. Los turanios adoran a Arimán y viven supeditados a su influjo.

— ¿Quién es, pues, Arimán?.

— Existen innumerables espíritus entre cielo y tierra — contestó el anciano — Infinitas son sus formas, y como el ilimitado cielo, posee el insondable infierno de sus grados. Éste a que te refieres es un poderoso arcángel llamado Adar-Assur (Lo hallamos bajo tal denominación en la tradición asiria de Nínive y la caldea de Babilonia) o Lucifer que se precipitó en el abismo para abrasar a todas las criaturas con el fuego devorante de su antorcha. Es el más grande sacrificado por el orgullo y el deseo, el que busca a Dios en sí mismo aun en el fondo del precipicio. Caído, conserva todavía el divino recuerdo y algún día hallará nuevamente su corona, su perdida estrella. Lucifer es el arcángel de la luz. Pero Arimán (En zenda, Angra-Mayniú. He adoptado en este relato la mayor parte de los nombres de la tradición greco-latina, porque consuenan mejor a nuestro oído y evocan más recuerdos. El concepto de Mefistófeles en el Fausto de Goethe, corresponde exactamente al de Arimán ton la adición del escepticismo y la ironía modernos) no es Lucifer, sino su reverso y su sombra, príncipe de las potestades tenebrosas. Frenéticamente adherido a la tierra, niega al cielo y no se dedica más que a la destrucción. Ha profanado, los altares del fuego y suscitado el culto a la serpiente, propagador de la envidia y del odio, de la opresión y del vicio, del furor sanguinario. Reina sobre los turanios, atrayendo su genio maléfico. Es preciso combatirlo y derribarlo para salvar la raza de los puros y de los fuertes.

— Pero, ¿Cómo combatir al Invisible si urde su trama en las tinieblas?.

— Volviéndote de cara al sol que se levanta tras la montaña de Hara

Berezaiti. Asciende por el bosque de cedros hasta llegar a la gruta del águila, suspendida sobre el abismo. Allí contemplarás todas las mañanas al sol naciente al emerger de los enhiestos picos. Durante el día, ruega al Señor del Sol que se manifieste en ti. En el transcurso de la noche aguárdale y eleva tu alma hacia los astros, como una lira inmensa. Esperarás durante mucho tiempo a Dios, porque Arimán tratará de interponerse en tu sendero. Pero una noche, en la paz de tu alma, surgirá otro sol más brillante aún que el que inflama las cimas del monte Berezaiti: el sol de Ahura-Mazda. Escucharás su voz y él te dictará la ley de los arios.

Cuando hubo llegado la época de su retiro, dijo Zoroastro a su maestro:

— Pero, ¿Dónde hallaré a la cautiva atada en Baktra, arrastrada bajo la tienda del turanio, sangrando bajo su látigo?. ¿Cómo arrancarla de sus garras?.

¿Cómo apartar de mis ojos aquel bello cuerpo atado, salpicado de sangre, que sin cesar grita y me llama?. ¡Ay!, ¿No veré ya nunca a la hija de los arios, la que recoge el agua luminosa bajo los pinos odorantes y cuyos ojos dejaron en mi corazón sus flechas de oro y sus azules dardos?. ¿Cuándo veré otra vez a Arduizur?.

Vahumano permaneció un instante sin decir palabra. Se empañaron sus ojos fijos, embotados como las ramas heladas de los abetos invernales. Una tristeza inmensa parecía pesar sobre el anciano semejante a la que planea sobre las cumbres del Albordj, huido el sol.

Por fin, solemnemente, tendió el brazo derecho murmurando:

— Lo ignoro, hijo mío. Ahura-Mazda te lo dirá... ¡Vé a la montaña!.

El vellón del carnero por abrigo, pasó Zoroastro diez años en el confín del gran bosque de cedros, bajo la gruta, junto al abismo.

Nutríale la leche de los búfalos y el pan que los pastores de Vahumano le llevaban de cuando en cuando. El águila que anidaba entre las rocas, encima de su gruta, anunciaba la aurora con sus chillidos.

Cuando el astro de oro disipaba las nieblas del valle, llegaba con gran rumor de alas al umbral de la caverna como para ver si el solitario dormía. Luego, describía varios círculos sobre el abismo y partía, rauda, hacia el llano.

Pasaron años, según los libros persas, antes de que oyera Zoroastro la voz de Ormuz y contemplara su gloria. Al principio, le acometía Arimán con sus legiones furiosas.

Transcurrían los días tristes y desolados para el discípulo de Vahumano. Terminadas sus meditaciones, los ejercicios espirituales y las plegarias diurnas, pensaba en el destino de los arios opresos y corrompidos por el enemigo. A menudo, veníale también al pensamiento la suerte de Arduizur.

¿Qué sería de la más hermosa ariana en manos del turanio odioso?. ¿Habría anegado su angustia en la corriente de algún río o tolerado su afrentoso destino?. Suicidio o degradación, no cabía otra alternativa. Tan horrible era una como otra. Y Zoroastro vería sin cesar el bello cuerpo sangrante de Arduizur estrujado por las cuerdas. Esta imagen surcaba las meditaciones del profeta incipiente como un relámpago o como una antorcha.

Las noches eran peores que los días. Los sueños nocturnos superaban en horror a los pensamientos de la vigilia. Porque todos los demonios de Arimán, terrores y tentaciones, le asaltaban bajo formas animálicas, terríficas y amenazantes. Un ejército de chacales, murciélagos y serpientes aladas, invadieron la caverna. Sus graznidos, silbidos y susurros le infundían la duda sobre sí mismo, haciéndole temer el resultado de su misión.

Pero durante el día, evocaba Zoroastro los millares y millares de arios nómadas oprimidos por los turanios, en secreta revuelta contra su yugo; los altares profanados, las blasfemias y las invocaciones maléficas; las mujeres raptadas y reducidas a esclavas, como Arduizur.

Y la indignación devolvía los perdidos ímpetus. Antes de apuntar el alba, trepaba a veces a la cima de su montaña cubierta por los cedros y oía el viento gemir entre sus ramas tensas, como arpas elevadas al cielo. Desde su cima contemplaba el abismo, de escarpadas pendientes verdes, las niveas cumbres erizadas de aguzados picos y a lo lejos, bajo una bruma rosada, la llanura del Irán.

Si la tierra, decíase Zoroastro, posee la fuerza para elevar con tal empuje su millar de senos hacia el infinito, ¿Por qué no he de poseer yo el poder de sublevar a mi pueblo con parecido impulso?. Y cuando el esplendor del astro rey doraba la nieve de los cimales, disipando con un solo rayo semejante a hendiente lanza las brumas del abismo, Zoroastro creía en Ormuz. Y rezaba todas las mañanas lo que Vahumano le enseñara: “Levanta, ¡Oh rútilo sol!. ¡Asciende con tus caballos raudos sobre el Hara-Berezaiti, y alumbra al mundo!”.

Pero Ormuz no llegaba. Los sueños nocturnos devenían cada vez más espantosos. Asediábanle los más horribles monstruos, y tras su inquieta oleada, una sombra aparecía vestida con largos cendales negros, velado el rostro con oscuro manto, como su cuerpo. Permanecía inmóvil y parecía contemplar al durmiente. ¿Era la sombra de una mujer?. No podía ser Arduizur. La figura blanca que iba por agua a la fontana azul, no tendría aquel siniestro aspecto. Aparecía y desaparecía, perpetuamente inmóvil, siempre velada, fija la oscura máscara de su rostro sobre Zoroastro.

Durante un mes llegaba todas las noches sobre la agitada ola demoníaca; por fin pareció que se aproximaba y se enardecía. Tras su velo oscuro, centelleaba con fulgores fugitivos un cuerpo nacarado, de fosforescente hermosura. ¿Era una tentadora enviada por Arimán, una de aquellas larvas que inducen a los hombres a lúbricos amores entre las tumbas marmóreas, bajo los cipreses de los cementerios?. No. Revelaba la velada sombra demasiada majestad y pesadumbre.

Una noche, sin embargo, inclinóse sobre ti y al través de su velo negro salió de su boca un aliento cálido que recorrió las venas del vidente como un río de fuego.

Y Zoroastro despertó sudoroso, lleno de angustia, en su lecho de hojarasca, bajo su piel de búfalo. No percibía en la noche más que el aullar del viento en el profundo abismo, al arremolinarse en ráfagas y torbellinos, del viento desesperado que respondía a la voz áspera y salvaje del torrente.

Pero poco a poco, mes tras mes, en sus visitas espaciadas, se aclaraba la sombra femenina. De negra se convirtió en gris, luego devino blanquecina y parecía traer con ella rayos y flores, porque entonces llegaba sola. Había logrado expulsar a los demonios de su rosado nimbo.

Un día se mostró casi transparente en la lumbre de un alba incierta y tendió los brazos hacia Zoroastro como en un gesto de inefable despedida. Y permaneció así mucho tiempo, silenciosa y velada. Luego, cambiando de expresión, señaló el sol naciente. Volvióse después y se diluyó en su fulgor propio, como absorbida y embebida en su radiación.

Despertó Zoroastro y anduvo hasta el extremo de la gruta que bordeaba el abismo. Era pleno día. El sol lucía en lo alto del firmamento. En aquel instante, aun sin distinguir en lo más mínimo las facciones de la Sombra, tuvo el solitario el sentimiento irrecusable de que aquel fantasma era el alma de Arduizur y que no volvería a verla en este mundo.

Permaneció largo tiempo inmóvil. Un dolor agudo le punzaba y un caudal de lágrimas silentes corrió de sus ojos, que el frío cuajaba entre su barba. Después ascendió a la cumbre. El sol de primavera derretía las estalactitas de hielo pendientes de las ramas de los viejos cedros. La nieve cristalizada centelleaba en las cimas de la cordillera del Albordj como si llorara lágrimas de hielo.

Los tres días y las tres noches siguientes representaron para Zoroastro la máxima hondura de su desolación. Vivía la Muerte no suya, sino la de todos los seres. Vivía en Ella y Ella en él. Nada esperaba ya. No invocaba a Ormuz y no hallaba reposo más que en el desgarramiento de todo su ser, caminando hacia la inconsciencia.

Más he aquí que durante la tercera noche, en lo más profundo de su sueño, oyó una voz inmensa, semejante al retumbar del trueno, que acababa en melodioso murmullo. Luego, se precipitó sobre él un huracán de luz con tal violencia, que creyó desprendida el alma de su envoltura. Sentía que la cósmica potestad que le frecuentaba desde su infancia, que le había como acogido en su valle, para transportarle a la cima, que el Invisible, y el Innominado iban a manifestarse a su inteligencia por medio del lenguaje con que hablan los dioses a los hombres.

El Señor de los espíritus, el rey de reyes, Ormuz, el verbo solar, se le apareció en forma humana. Revestido de hermosura, potente y luminoso, fulguraba sobre su ígneo trono. Un toro y un león alados soportaban por ambos lados el sitial y un águila monstruosa tendía sus alas bajo su base. A su alrededor resplandecían, formando tres semicírculos, siete querubines de alas de oro, siete Elohim de azules alas y siete Arcángeles de alas purpurinas. (En el Zend Avesta se llama a los Querubines Ameshas-pendas, a los Elohim Yzeds y a los Arcángeles Feruers).

De vez en cuando, un relámpago partía de Ormuz, penetrando en sus tres mundos de luz. Entonces los Querubines, los Elohim y los Arcángeles relucían como el mismo Ormuz en su blanca fulguración para tomar pronto de nuevo su color propio. Anegados en la gloria ele Ormuz, manifestaban la unidad de Dios; lucientes como el oro, la púrpura y el azur, devenían su prisma.

Y Zoroastro oyó una voz formidable, aunque melodiosa y vasta como el universo, que decía:

— Soy Ahura-Mazda, el que te ha creado y elegido. Ahora escucha mi voz,

¡Oh Zarathustra! el mejor de los hombres. Te hablaré día y noche y te dictaré la palabra de Vida. (Zend Avesta significa, en lengua zenda, “palabra de Vida”).

Entonces tuvo una cegadora fulguración de Ormuz con su trino círculo de Arcángeles, de Elohim y Querubines. El grupo se hizo inmenso llenando toda la amplitud del abismo y ocultando las puntiagudas cimas del Albordj, palideciendo a medida que se alejaba para invadir todo el firmamento. Durante breves instantes, cabrillearon las constelaciones al través de las alas de los Querubines. Luego todo se diluyó en la inmensidad. Pero el eco de la voz de Ahura-Mazda resonaba aún en la montaña como un trueno lejano que al apagarse vibraba como broncíneo escudo. Zoroastro cayó de bruces. Cuando despertó se hallaba de tal manera aniquilado, que se guareció en lo más oscuro de su gruta.

Entonces el águila que anidaba en su cima salió del abismo donde en vano oteó su presa y se posó confiadamente a breves pasos del solitario, como si el ave real de Ormuz reconociera al fin a su profeta.

Por el dorso del ave goteaba la lluvia. Alisó con su pico las plumas ásperas. Luego, al reaparecer tras una nube el astro del día, tendió a secar sus alas y miró fijamente al sol.

A partir de aquel momento, cada día oyó Zoroastro la palabra de Ormuz.

Hablábale día y noche como una voz interior por medio de imágenes ardientes, expresión de los vivos pensamientos de su Dios. Mostróle Ormuz la creación del mundo y su propio origen, es decir, la manifestación de la viviente palabra en el universo, (En la religión de Zoroastro, dice Silvestre de Sacy) las jerarquías o potestades cósmicas, la necesaria lucha contra Arimán, enemigo de la obra constructiva, espíritu del mal y de la destrucción, y los medios de combatirlo por medio de la plegaria y del culto del fuego.

Le enseñó a luchar contra los demonios por medio del pensamiento vigilante y contra los impuros (los turanios) por medio de las armas consagradas. Instruyóle en el amor del hombre por la tierra y en el amor de la tierra por el hombre que la cultiva, su contribución en el esplendor de las cosechas, su gozo de ser laborada y sus poderes secretos convertidos en bendiciones para la familia del labrador.

Todo el Zend-Avesta no es más que una larga plática entre Ormuz y Zoroastro: “¿Qué es lo más agradable de la tierra?. Ahura-Mazda responde: Un hombre puro hollándola. Y en segundo lugar, ¿Qué de más bello hay en la tierra?. Un hombre puro construyendo una morada provista de fuego, habitada por mujer e hijos con ganado y rebaños bellos.

Se evidencia que, excepción hecha del tiempo, todo ha sido creado: el tiempo es el creador, porque no tiene límites. Carece de dimensión y de principio; ha sido siempre y eternamente será. A pesar de esas excelentes prerrogativas que posee el tiempo, nadie le había concedido el atributo de creador. ¿Por qué?. Porque nada ha creado. Después generó el fuego y el agua. Cuando los puso en contacto, vino Ormuz a la existencia. Y desde entonces fue el tiempo señor y creador, por la creación que acaba de ejecutar.

Porque existe en tal morada abundancia de rectitud. (Tercer “fargard” del Vendidad-Sadé (1-17).

Y Zoroastro, por la voz de Ormuz, oyó la respuesta que da la tierra al hombre que la respeta y labora: “Hombre, te sostendré siempre y vendré a ti.

Y la tierra se le brinda don sus olores buenos y su vaho benéfico y el brote naciente de trigo verde y la cosecha espléndida.

Al contrario del pesimismo budista y de la doctrina de la no-resistencia, hay en el Zend-Avesta (eco de las íntimas revelaciones de Zoroastro) un optimismo sano y una combatividad enérgica. Ormuz condena la violencia y la injusticia, pero impone el valor como la primordial virtud del hombre.

En el pensamiento de Zoroastro se percibe la continua presencia del mundo invisible, de las jerarquías cósmicas, pero toda la atención se concentra en la actividad, en la conquista de la tierra, en la disciplina del alma y en la energía de la voluntad.

El inspirado profeta del Albordj tenía la costumbre de anotar sus internas revelaciones sobre una piel de cordero, con un estilete de madera templado al fuego, en forma de caracteres sacros que le había enseñado Vahumano.

Más tarde anotaron sus discípulos los ulteriores pensamientos como prolongación de sus dictados, y aquello fue después el Zend-Avesta, escrito en sus comienzos sobre piel de animales como debió escribirse el Koran de los árabes y conservado en una especie de arca santa, de madera de cedro, guardaba la cosmogonía, las oraciones y las leyes con las ceremonias del culto.




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 Fuente:  PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO