EL GRAN ARCANO DEL
OCULTISMO REVELADO
ELIPHAS LEVI
(Abate Alfonso Luis Constant)
P R I M E R A P A R T E
EL MISTERIO REAL
O EL ARTE DE GOBERNAR LAS FUERZAS
CAPÍTULO
I
EL
MAGNETISMO
El magnetismo es
una fuerza análoga a la del imán; está diseminado en toda la naturaleza. Sus
caracteres son: la atracción, la repulsión y la polarización equilibrada.
La ciencia ha
captado y aceptó los fenómenos del imán astral y del imán mineral, pero observa
con desconfianza el imán animal que se manifiesta todos los días por hechos
que, si bien ya no puede negar, espera, para admitirlos, concluir su análisis
por una síntesis incontestable.
Sabemos que la
imantación producida por el magnetismo animal determina un sueño
extraordinario, durante el cual el alma del magnetizado cae bajo el dominio del
magnetizador, con la particularidad de que la persona adormecida parece dejar
inactiva su vida propia para manifestar solamente los fenómenos de la vida
universal. Refleja el pensamiento de los otros;
ve sin valerse
de los ojos; se torna presente en todas partes, sin tener conciencia del
espacio; percibe las formas más que los colores; suprime y confunde los
períodos del tiempo; habla del futuro como si fuese el pasado y
de éste como si se tratara del futuro; explica al magnetizador sus
propios pensamientos y hasta las acusaciones secretas de su conciencia; evoca
en sus recuerdos a las personas en quienes piensa el magnetizador, y las
describe del modo más exacto, sin haberlas visto jamás. Habla el lenguaje de la
ciencia con el sabio y el de la imaginación con el poeta; descubre las
dolencias y adivina los remedios; da
muchas veces sabios consejos; sufre y, en ocasiones, con un grito doloroso nos
anuncia los tormentos que sobrevendrán.
Estos hechos
extraños, pero incontestables, nos llevan necesariamente a la conclusión de que
existe una misma vida para todas las almas o una especie de reflector común de
todas las imaginaciones y de todas las memorias, en el cual podemos vernos
mutuamente, como si una multitud pasara delante de un espejo. Este reflector es
la luz ódica del caballero Reichenbach; es lo que nosotros llamamos luz astral;
ese gran agente de la vida que los hebreos denominaban OD; OB y AUR.
El magnetismo dirigido por la voluntad del operador es OD, el sonambulismo
pasivo es OB. Las pitonisas de la
antigüedad eran sonámbulas ebrias de luz astral pasiva.
Esta luz recibe,
en los Libros Sagrados, el nombre de espíritu de Python, porque la mitología
griega la simbolizaba con la imagen de la serpiente Python.[1]
Ella está también
representada en su doble acción por la serpiente del Caduceo; la serpiente de
la derecha es OD y la de la izquierda es OB, y en el medio, encima de la barra hermética,
brilla el globo de oro, es decir, AUR o la luz equilibrada.[2]
Necesidad y
Libertad, tales son las dos grandes Leyes de la Vida; y estas dos Leyes hacen
sólo una, pues son mutuamente indispensables.
La necesidad sin
libertad sería tan nefasta como la libertad privada de su freno necesario. El
Derecho sin el Deber es la locura. El Deber sin el Derecho es la Esclavitud.
Todo el secreto
del magnetismo consiste en esto: gobernar la fatalidad de OB por la
inteligencia y el poder de OD, a fin de crear el equilibrio perfecto de AUD.
El magnetizador
desequilibrado y dominado por sus pasiones, que quiere imponer su actividad a
la luz fatal, se asemeja a un hombre que, con los ojos vendados y montando en
ciego caballo, lo espoleara en medio de una sinuosa selva llena de precipicios.
Los adivinos, los
tiradores de cartas y los sonámbulos son todos alucinados que adivinan por
medio de OB.
La copa de agua de
la hidromancia, las cartas de Etteilla, las líneas de la mano, etc. producen en
el vidente una especie de hipnotismo. Ve entonces al consultante en los
reflejos de sus deseos insensatos o de sus imaginaciones amorosas, y como a su
vez, es un espíritu sin elevación y sin nobleza de voluntad, adivina las
locuras y sugiere otras mayores, logrando así gran éxito.
Un cartomántico
que aconsejase la honestidad y las buenas costumbres perdería luego su
clientela de concubinas y solteronas histéricas.
Las dos luces
magnéticas podrían muy bien llamarse respectivamente, luz viva y luz muerta;
fluido astral y fósforo espectral; antorcha del verbo y humareda del sueño.
Para magnetizar
sin peligro es preciso tener en sí la luz de la vida, es decir, ser un sabio y
un justo.
El hombre esclavo
de las pasiones no magnetiza, fascina; pero la irradiación de su fascinación
aumenta alrededor de él el círculo de su vértigo, multiplica sus encantos y
enflaquece cada vez más su voluntad. Se asemeja a una araña que se agota y al
fin queda presa de su propia tela.
Los hombres que
aún no conocen el imperio supremo de la razón, la confunden con el raciocinio
particular y así siempre erróneo de cada uno. El señor de la Palice les diría:
“quien se engaña no tiene razón, siendo la razón, precisamente, lo contrario de
nuestros errores”.
Los individuos y
las masas a quienes la razón no gobierna son esclavos de la fatalidad, la cual
rige la opinión que es, a su vez, reina del mundo.
Los hombres
quieren ser dominados, aturdidos, arrastrados. Las grandes pasiones les parecen
más bellas que las virtudes, y aquellos a quienes llaman grandes hombres suelen
ser, las más veces, grandes insensatos. El cinismo de Diógenes les agrada tanto
como el charlatanismo de Empédocles. A nadie admirarían tanto como Ajax y
Capaneda, si Polyeuco no fuese más furioso aún. Píramo y Tisbe, que se matan,
son los modelos de los amantes. El autor de una paradoja siempre tiene la
certeza de adquirir renombre. Y por más que lo condenen al olvido, por despecho
o por envidia, el nombre de Erostrato encarna tanta belleza demencial, que
supera a su ira y se impone eternamente a su recuerdo.
Los locos son pues,
magnetizadores o más bien fascinadores, y eso es lo que torna contagiosa la
locura. Por no saber medir lo que es grande la gente se apasiona frente a lo
extraño.
Las criaturas que
aún no pueden andar, quieren que la gente las tome en los brazos y las lleve de
paseo.
Nadie ama tanto la
turbulencia como el impotente. Es la incapacidad del goce lo que engendra los
Tiberios y las Mesalinas. El pillo de París quería ser Cartouche en el paraíso
de las calles arboladas y reía de corazón al ver ridiculizar a Telémaco.
No todos tienen el
gusto de la embriaguez del opio o del alcohol, pero casi todos quieren
embriagar el espíritu y complacerle fácilmente haciendo delirar el corazón.
Cuando el
cristianismo se impuso al mundo por la fascinación del martirio, un gran escritor
de aquel tiempo formuló el pensamiento de todos, exclamando: “Creo que es
absurdo”.
La locura de la
cruz, como el propio San Pablo la llamaba, era entonces invenciblemente
invasora. Se quemaban los libros de los sabios y San Pablo preludiaba en Éfeso
los hechos de Omar. Derribábanse templos que eran maravillas del mundo e ídolos
que como obras eran primicias del arte. Tenían el gusto de la muerte y querían
despojar la existencia presente de todos sus ornamentos para desprenderse de la
vida.
El disgusto de las
realidades siempre acompaña al amor de los sueños: ¡Quam sordet tellus dum
coelum aspicio! (¡Qué vil la tierra mientras miro al cielo!), dice un
célebre místico; literalmente: “¡cuán sucia se torna la tierra cuando
contempla el cielo!” ¡Tu mirada
al perderse en el espacio, es la que mancha a la tierra, tu nodriza!
¿Qué es pues, la
tierra sino un astro del cielo? ¿Será porque te lleva encima que la vez
inmunda?
¡Que te lleven al
sol y tus disgustos también lo enturbiarán! ¿Sería el cielo más limpio si
estuviese vacío? ¿No es acaso admirable contemplarlo en el día cuando ilumina a
la tierra y en la noche cuando brilla con una multitud innumerable de planetas
y soles? ¿No será que la espléndida tierra, la tierra de los inmensos océanos,
la tierra exuberante de árboles y flores se torna una inmundicia para ti porque
pretendías lanzarte en el vacío? ¡El vacío está en tu espíritu y en tu corazón!
Es el amor por los
sueños lo que mezcla tantos dolores a los sueños de amor. El amor, tal como nos
lo da la Naturaleza, es una deliciosa realidad, y es nuestro orgullo enfermizo
el que pretende algo mejor que la Naturaleza. De esto proviene la locura histérica
de los no comprendidos; el pensamiento de Carlota en la cabeza de Werther se
transforma, fatalmente, en lo que tenía que ser y toma la forma brutal de una
bala de revólver. El amor absurdo tiene como desenlace el suicidio.
El amor verdadero,
el amor natural, es el milagro del magnetismo. Es el entrelazamiento de las dos
serpientes del Caduceo; parece producirse fatalmente, pero es producido por la
razón suprema que le hace seguir las leyes de la Naturaleza. La fábula refiere
que Tiresias[3]
habiendo separado dos serpientes que se unían, incurrió en la cólera de Venus y
se tornó andrógino, lo que anuló en él el poder sexual; después lo hirió la
diosa irritada y lo dejó ciego, porque atribuía a la mujer lo que conviene
principalmente al hombre. Tiresias era un individuo que profetizaba por la luz
muerta. Por eso sus predicciones siempre
anunciaban dolencias que incluso parecía provocar. Esta alegoría contiene y
resume toda la filosofía del magnetismo que acabamos de revelar.
[1]
Python: pitón. Mitología: serpiente monstruosa de 100 cabezas y 100 bocas que vomitaba
llamas. Guardaba el oráculo de la tierra. (N. del T.)
[2]
Ob, Od, Aur. Od, fluido magnético generado por los cuerpos minerales, vegetales
y animales, visible para los sensitivos en estado de vigilia. Es la luz ódica
del barón de Reichembach; palabra sacada de la Cábala hebrea, en la cual ella
representa sólo el polo positivo de la luz o fluido astral. Ob, es el polo
contrario de la misma luz. Aur, en
Cábala representa a la Luz, primera manifestación del Verbo Creador.
Cuando esta luz se polariza positivamente, es decir, en el sentido del bien, se
llama OD, y cuando se polariza negativamente en el sentido del mal, es Ob. La
misma luz primaria en su grado de
manifestación inferior recibe el nombre de Aur, el fuego. ( N. del T)
[3]
Tiresias: adivino griego a quien en Tebas adoraron como a un dios (N. del T. )
Fuente: PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
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