RENE
GUENON
VERDADEROS
Y FALSOS INSTRUCTORES ESPIRITU ALES
Capítulo XXI de Initiation et Réalisation Spirituelle
Hemos insistido frecuentemente sobre la
distinción que hay que hacer entre la iniciación propiamente dicha, que es el
vinculamiento puro y simple a una organización iniciática, vinculamiento que
implica esencialmente la transmisión de una influencia espiritual, y los medios
que podrán ponerse en operación después para contribuir a hacer efectiva una
iniciación que primero no era más que virtual, medios cuya eficacia está
subordinada naturalmente, en todos los casos, a la condición indispensable de
un vinculamiento previo. Estos medios, en tanto que constituyen la ayuda
aportada desde afuera al trabajo interior del que debe resultar el desarrollo espiritual
del ser (y entiéndase bien que jamás pueden suplir de ninguna manera a ese
trabajo mismo), pueden ser designados, en su conjunto, por el término de
instrucción iniciática, tomando éste en su sentido más extenso, y no
limitándole a la comunicación de algunos datos de orden doctrinal, sino
comprendiendo en él igualmente todo lo que, a un título cualquiera, es de la
naturaleza de guiar al iniciado en el trabajo que cumple para llegar a una
realización espiritual a cualquier grado que sea.
Lo que es más difícil, y sobre todo en
nuestra época, no es ciertamente obtener un vinculamiento iniciático, lo que es
quizás a veces muy fácil[1];
lo que es difícil es encontrar un instructor verdaderamente calificado, es
decir, capaz de desempeñar realmente la función de guía espiritual, así como
acabamos de decirlo, aplicando todos los medios convenientes a sus propias
posibilidades particulares, fuera de las cuales es evidentemente imposible,
incluso al Maestro más perfecto, obtener ningún resultado efectivo. Sin un tal
instructor, como lo hemos explicado ya precedentemente, la iniciación, aunque
ciertamente válida en sí misma, desde que la influencia espiritual ha sido
realmente transmitida por medio del rito apropiado[2], permanece siempre simplemente virtual, salvo en casos de excepción muy
raros. Lo que agrava todavía la dificultad, es que aquellos que tienen la
pretensión de ser guías espirituales, sin estar calificados de ninguna manera
para desempeñar este papel, probablemente jamás han sido tan numerosos como en
nuestros días; y el peligro que resulta de eso es tanto mayor cuanto que, de
hecho, esas gentes tienen generalmente facultades psíquicas muy poderosas y más
o menos anormales, lo que no prueba evidentemente nada desde el punto de vista
del desarrollo espiritual y lo que, incluso, ordinariamente es un indicio más
bien desfavorable a este respecto, pero que por eso no es menos susceptible de
provocar la ilusión y de imponer a todos aquellos que están insuficientemente
prevenidos, y que, por consiguiente, no saben hacer las distinciones
esenciales. Por consiguiente, no se podría tener la suficiente precaución
contra esos falsos instructores, que, no pueden sino extraviar a aquellos que
se dejan seducir por ellos y que todavía deberán estimarse afortunados si no
les ocurre nada más penoso que perder su tiempo; por lo demás, que no sean más
que simples charlatanes, como hay muchos actualmente, o que se ilusionen ellos
mismos antes de ilusionar a los demás, no hay que decir que eso no cambia en
nada las consecuencias, e incluso en un cierto sentido, aquellos que son más o
menos completamente sinceros (ya que puede haber en eso muchos grados) son
quizás todavía más peligrosos en razón de su inconsciencia misma. Apenas hay
necesidad de agregar que la confusión de lo psíquico y de lo espiritual, que
desgraciadamente está tan extendida en nuestros contemporáneos y que hemos
denunciado en muchas ocasiones, contribuye en una amplia medida a hacer
posibles las peores equivocaciones a este respecto; si se junta a eso el
atractivo de los pretendidos "poderes" y el gusto por los
"fenómenos" más o menos extraordinarios, que por lo demás se les
asocian casi inevitablemente, se tendrá una explicación bastante completa del
éxito de algunos falsos instructores.
Sin embargo, hay un carácter por el que
muchos de éstos, si no todos, pueden ser reconocidos bastante fácilmente, y,
aunque no es en suma más que una consecuencia directa y necesaria de todo lo
que hemos expuesto constantemente sobre el tema de la iniciación, no creemos
inútil, en presencia de las preguntas que se nos han formulado en estos últimos
tiempos a propósito de diversos personajes más o menos sospechosos, precisarlo
todavía una vez más de una manera más explícita. Quienquiera que se presenta
como un instructor espiritual sin vincularse a una forma tradicional
determinada o sin conformarse a las reglas establecidas por éstas no puede
tener verdaderamente la cualidad que se atribuye; según los casos, puede ser un
vulgar impostor o un "ilusionado" ignorante de las condiciones reales
de la iniciación; y en este último caso más todavía que en el otro, es de temer
que, muy frecuentemente, no sea, en definitiva, nada más que un instrumento al
servicio de algo que quizás ni siquiera sospecha él mismo. Diremos otro tanto
de lo mismo (y por lo demás este carácter se confunde forzosamente hasta un
cierto punto con el precedente) de quienquiera que tiene la pretensión de
dispensar indistintamente una enseñanza de naturaleza iniciática a no importa
quién e incluso a simples profanos, desdeñando la necesidad, como condición
primera de su eficacia, del vinculamiento a una organización regular, o también
de quienquiera que procede siguiendo métodos que no son conformes con los de
ninguna iniciación reconocida tradicionalmente. Si se supieran aplicar estas
pocas indicaciones y atenerse siempre a ellas estrictamente, los promotores de
"pseudo-iniciaciones", de cualquier forma que estén revestidos, se
encontrarían casi inmediatamente desenmascarados[3];
ya solo quedaría el peligro que puede venir de representantes de iniciaciones
desviadas, aunque reales, y que han dejado de estar en la línea de la ortodoxia
tradicional; pero ese caso está ciertamente mucho menos extendido, al menos en
el mundo occidental, y, por consiguiente, es evidentemente mucho menos urgente
preocuparse de él en las circunstancias presentes. Por lo demás, podemos decir
al menos que los "instructores" que se vinculan a tales iniciaciones
tienen generalmente, en común con los otros de los que acabamos de hablar, el
hábito de manifestar sus "poderes" psíquicos a todo propósito y sin
ninguna razón válida (pues no podemos considerar como tal la de atraer discípulos o retenerlos por este medio, lo que es la meta a la que apuntan más
ordinariamente), y de atribuir la preponderancia a un desarrollo excesivo y más
o menos desordenado de las posibilidades de ese orden, lo que es siempre en
detrimento de todo verdadero desarrollo espiritual.
Por otra parte, en lo que concierne a
los verdaderos instructores espirituales, el contraste que presentan con los
falsos instructores, bajo los diversos aspectos que acabamos de indicar, puede,
si no hacerles reconocer con una entera seguridad (en el sentido de que estas
condiciones, aunque son necesarias, pueden sin embargo no ser suficientes), al
menos ayudar a ello enormemente; pero aquí conviene hacer todavía otra
precisión para disipar algunas ideas falsas. Contrariamente a lo que muchos
parecen imaginarse, no es siempre necesario, para que alguien sea apto para
desempeñar este papel en ciertos límites, que haya llegado él mismo a una
realización espiritual completa; debería ser bien evidente, en efecto, que es
menester mucho menos que eso para ser capaz de guiar válidamente a un discípulo
en los primeros estadios de su carrera iniciática. Bien entendido, cuando éste
haya alcanzado el punto más allá del cual no puede conducirle, el instructor
que se encuentra en este caso, pero que sin embargo es verdaderamente digno de
este nombre, jamás vacilará en hacerle saber que en adelante ya no puede hacer
nada por él, y en dirigirle entonces, para seguir su trabajo en las condiciones
más favorables, ya sea a su propio Maestro si la cosa es posible, ya sea a
cualquier otro instructor que reconoce como más completamente calificado que él
mismo; y, cuando la cosa es así, en suma no hay nada de sorprendente y ni
siquiera de anormal en que el discípulo pueda finalmente rebasar el nivel
espiritual de su primer instructor, quien por lo demás, si es verdaderamente lo
que debe ser, no podrá sino felicitarse de haber contribuido por su parte, por
modesta que sea, a conducirle a ese
resultado. En efecto, los celos y las rivalidades individuales, no podrían
tener ningún lugar en el verdadero dominio iniciático, mientras que, por el
contrario, tienen casi siempre un lugar muy grande en la manera de actuar de
los falsos instructores; y son únicamente a éstos a quienes deben denunciar y
combatir, cada vez que las circunstancias lo exijan, no solamente los Maestros
espirituales auténticos, sino también todos aquellos que tienen consciencia a
algún grado de lo que es realmente la iniciación.
Traducción: Pedro Rodea
[1] Con
esto queremos hacer alusión al hecho de que algunas organizaciones iniciáticas
han devenido demasiado "abiertas" lo que por lo demás es siempre para
ellas una causa de degeneración.
[2] Debemos
recordar aquí que el iniciador que actúa como "transmisor" de la
influencia vinculada al rito no es forzosamente apto para desempeñar el papel
de instructor; si las dos funciones están normalmente reunidas allí donde las
instituciones tradicionales no han sufrido ninguna disminución, ellas están
bien lejos de estarlo siempre de hecho en las condiciones actuales.
[3] Es
menester no olvidar, naturalmente, contar también en el número de las
"pseudo-iniciaciones", así como lo hemos explicado en otras
ocasiones, todas las que pretenden basarse sobre formas tradicionales que ya no
tienen actualmente ninguna existencia efectiva; pero esas al menos son
manifiestamente reconocibles a primera vista y sin que haya necesidad de examinar
las cosas más de cerca, mientras que puede no ser siempre así para las otras.
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