Thursday, July 16, 2015

Plotino

Plotino




(Licópolis, actual Egipto, 205-Campania, actual Italia, 270) Filósofo latino. Se le considera habitualmente como el fundador del neoplatonismo. Su pensamiento fue recopilado por su discípulo Porfirio en las Enéadas, seis libros divididos en nueve tratados cada uno. Su viaje con el emperador Gordiano le permitió tomar contacto con el pensamiento persa e indio, que difundió a su regreso (h. 244) en la escuela que abrió en Roma y en la cual enseñó a lo largo de veinticinco años.

Aunque Plotino presentaba sus enseñanzas como comentarios a la obra de Platón, su aportación trasciende el ejercicio de lectura y acaba generando un corpus peculiar aunque de clara resonancia platónica. Así, su doctrina responde a la demanda de espiritualidad y universalismo propia de la época a través de una síntesis del racionalismo griego y el pensamiento oriental.

Plotino defiende un monoteísmo, pero a diferencia del cristianismo, que propone un Dios personal, afirma la absoluta negatividad de Dios, al que llama «lo Uno», y del que no es posible predicar ningún atributo, pues ello conllevaría limitación y por tanto imperfección. Lo Uno es causa de todo lo demás, pero no como resultado de su voluntad, sino como efecto necesario de su absoluta perfección; lo Uno genera por emanación, sin pérdida de la propia sustancia, y lo producido se estructura en sucesivos grados de imperfección (Inteligencia, Alma) hasta llegar al grado más bajo, la materia, pura privación y antítesis absoluta de lo Uno.

Sin embargo, la materia aún refleja lo Uno, su fuente, y trata de retornar a él, en un movimiento de signo inverso que es igualmente necesario. El hombre, integrado en este movimiento de retorno a lo Uno, debe evitar el autoengaño en que ha caído al entregarse a la pluralidad de los objetos y acciones, y buscar la verdad en sí mismo y en la negación de todo objeto y mediación, incluido el propio yo, por lo que la doctrina de Plotino deriva en una contemplación de índole mística.

Monday, July 6, 2015

El Régimen Escocés Rectificado en la América Hispana - Eduardo R. Callaey

El Régimen Escocés Rectificado

En la América Hispana

SIC TRANSIT GLORIA MUNDI


Pocos hubieran imaginado, hace apenas cinco o seis años, que una masonería de corte netamente cristiano pudiera hacer pié en América Latina. A contrapelo de lo que parecía ser la tendencia inevitable -un giro abierto y vigoroso hacia el agnosticismo en algunos casos, y la defenestración lisa y llana de la tradición espiritual de la Orden en otros- algunos creímos que había llegado la hora de recuperar para nuestros países uno de los ritos masónicos más antiguos, poseedor de una doctrina que aún conserva la esencia de la Tradición Iniciática Cristiana. Así las cosas, los ojos se volvieron hacia la vieja Europa y comenzó una etapa histórica para la masonería en este lado del Atlántico.

Cinco años después de que el primer Triángulo Masónico Rectificado desembarcara en México, hoy comienzan a consolidarse logias en México DF (Santo Grial), Buenos Aires (Cruz del Sur Nº7) y Costa Rica (San Juan de la Perseverancia), a la vez que otros Triángulos Rectificados, algunos ya constituidos y otros en formación, preanuncian que el número de logias practicantes del Rito Escocés Rectificado crecerá, inexorablemente, en los próximos años.

La presencia de Maestros Escoceses de San Andrés, en ambas puntas del extenso continente hispano parlante, comienza a asegurar la continuidad y la presencia del rito y augura el pronto desembarco de la Orden Interior, que conforma la estructura fundamental del denominado Régimen Escocés Rectificado.

Como ocurre con la masonería en su conjunto, el RER no está exento de diferencias internas que hacen que hoy se practique bajo diferentes Obediencias. Sin embargo, el hecho que quiero destacar, más allá de la cuestión obediencial –siempre inestable en la masonería contemporánea- es la experiencia latinoamericana. Una experiencia que se encuentra en plena etapa dinámica y que ha requerido una suerte de reaprendizaje, especialmente para aquellos que provenimos del REAA, rito hasta hoy casi hegemónico en el continente.

La Masonería Rectificada, nacida de la unión de los reformistas de Lyon liderados por Willermoz con la Orden de la Estrica Observancia Templaria, comandada por el duque Ferdinand de Brunwick, se presenta ante nosotros con una extrema sencillez. Alejada de las planchas eruditas, de la acumulación de grados y honores, el RER vuelve su mirada al Evangelio y retorna a la simpleza del cristianismo más puro, invitando al iniciado a morir para vivir en plenitud con el desafió espiritual al que se ha sometido de su libre y espontánea voluntad. Se nos hace entonces la pregunta más frecuente ¿Para qué sois masones si sois cristianos? La pregunta lleva consigo el germen de la confusión que reina en la masonería. ¿Por qué razón habría de ser incompatible con el cristianismo un arte que nació a la sombra –o mejor dicho en los cimientos- de las catedrales?

El Régimen que vió la luz en la localidad alemana de Wilhelmsbad, en el Convento que lleva su nombre, llevado a cabo en 1782, intentaba precisamente poner fin a esta confusión. Fue entonces cuando se erigió la figura del arquitecto Phaleg para que todos comprendiesen el origen de la confusión babeliana.

Los fundadores del RER ya habían visto con preocupación lo que hoy seguimos viendo en el seno de tantas obediencias que atraen a los buscadores de influencias, a los cazadores de negocios, a los que buscan refugio a su soledad y su fracaso. En pleno siglo XVIII, Willermoz, Joseph de Maistre y muchos otros ya conocían las “logias de taberna” en las que reinaban los dioses paganos con Baco a la cabeza, apartándose a pasos firmes de aquella Orden que habían soñado los grandes maestros de los tiempos operativos.

América Latina poco conoció de esta masonería espiritual e iniciática nacida del deseo de algunos hombres de retornar al Reino espiritual del que algún día fueron separados. El continente latinoamericano vio llegar en las naves europeas a una masonería revolucionaria, convertida en elemento de penetración política, cuyo principal anhelo era el de expandir los ideales de la Revolución Francesa o abrir nuevas rutas al comercio, asegurando su influencia en los Estados que comenzaban a nacer en estas tierras. Desde entonces, los masones de este lado del Atlántico fueron percibidos como agentes republicanos cuya prioridad se encontraba dirigida principalmente a la acción emancipadora y a la derrota definitiva de las monarquías y de la Iglesia. Esa percepción es la que lleva a muchos HH.·. a preguntarse qué sentido tiene una masonería cristiana. La respuesta es sencilla: El mismo que tenía hace siglos, cuando un maestro masón construía su propio Templo Interior en la medida que construía uno real, capaz de impactar en el alma y en el corazón de los fieles, con su luz, sus proporciones, sus columnas y su lenguaje de piedra.

Curiosamente es mucho más sencillo para un monje entender por qué un cristiano necesita abrazar la vía iniciática de la masonería que para muchos masones liberales comprender qué puede llevar a un masón a integrar el cristianismo en sus rituales. Nuevamente la respuesta es sencilla: Fueron los monjes benedictinos quienes hicieron las primeras constituciones masónicas; fueron ellos quienes hicieron la primera descripción simbólica del Templo de Salomón y fueron ellos quienes escribieron en sus manuales qué virtudes debían esperarse de alguien que pretendiera construir un Templo.

Si esta masonería no fuera necesaria, si se tratase de una mera infiltración religiosa como muchos pretenden cuando –de mala fe- asocian al Rectificado con la Iglesia Católica o con el Opus Dei, no hubiera encontrado suelo fértil en la extensa América Hispana. Y esto, precisamente, es lo que está sucediendo: El Rectificado se expande; los HH.·. preguntan, se interesan, comienzan a comprender que sus rituales han sido mutilados a piacere por algunas Grandes Logias y encuentran, en la sencillez de nuestro Rito, los agujeros que explican el sentido final, como si de pronto se completase un abecedario que había sido furtivamente cercenado.

¿Qué sucederá en el futuro? Me animo a decir que, como siempre, todo dependerá de una rara virtud que escasea en la modernidad: La permanencia. Cuando un puñado de hombres, empeñados en una causa justa, se mantiene de pie –Adhuc Stat, dice nuestra Divisa del Primer Grado- todo es posible. Y lo que ha ocurrido aquí es que un puñado de HH.·. decidió permanecer de pie. En definitiva, ¿No hemos aprendido acaso que la voluntad es una de las virtudes que transforma la Piedra?

El RER no cesará de crecer. Los que nos atacan, los que nos resisten, tendrán que comprender que ha llegado el momento de honrar la tolerancia, aún con los masones cristianos, aunque resulte increíble tener que escribir esto. Se acostumbrarán a nuestros tricornios, al color verde de los Maestros Escoceses, a una nueva literatura que regresa a las fuentes de nuestra Tradición con la pluma de los viejos Maestros Fundadores y de otros nuevos, cuyos nombres ya comienzan a reverberar en nuestras tierras, como Jean Fracois Var, Jean Marc Vivenza, Daniel Fontaine a la espera de que surja una literatura masónica propia que haga honor a nuestra masonería cristiana. Salud a todos los HH.·. Rectificados de América Latina. Hagamos honor a la hora y recordemos que después de todo “Sic Transit Gloria Mundi”


Publicado por Eduardo R. Callaey

Fuente:  El Régimen Escocés Rectificado en la América Hispana

Wednesday, June 10, 2015

El Poder del Perdón Por Carmelo Ríos

El Poder del Perdón

Por Carmelo Ríos

Tal vez el perdón sea el acto más sabio, más profundo y más liberador que un ser humano pueda realizar en esta vida, y a la vez el que más le acerca a Dios, que es perdón absoluto, absolución eterna y eternidad liberadora. 

Al candidato en el umbral de la Iniciación se le pide que haga tabla rasa con su pasado, que perdone, que olvide, para abrirse a una nueva posibilidad de vida en esta misma existencia que se ofrece ahora, a cambio de la capitulación del yo mismo, de la rendición incondicional ante una fuerza o luz infinitamente más poderosa que el ego. 

Acaso el perdón sea el único gesto soberano que el ser humano puede hacer antes de morir y renacer en vida por el proceso mismo de la alquimia del espíritu. Perdonar es un acto de sacrificio, pues renunciamos a la venganza, al desquite, a la justa o injusta compensación.

Hay varias formas de perdón. Primeramente está el valeroso acto de pedir perdón, no solamente a los seres humanos, sino a la Naturaleza y al Universo visible o invisible. Elevar nuestra mirada y nuestras manos hacia la noche estrellada y pedir perdón al Infinito por nuestra mediocridad, por nuestra ingratitud, por nuestra ignorancia y nuestra falta de amor. 

Pero, cuan a menudo nuestro orgullo, que es el adversario por excelencia del amor y de la luz, nos ha impedido pedir perdón, no como un gesto de cortesía o de superflua e hipócrita norma social, sino desde una profunda contrición, desde una sincera humildad, desde la urgente necesidad de reconciliarse, de redimir, de establecer la paz, la tregua o el armisticio de las situaciones más imperdonables aun en medio del campo de batalla de las difíciles relaciones humanas, y decir desde los más hondo de nuestro sentir: lo siento, lo siento mucho, te pido perdón. 

Acaso pedir perdón, con valor, con humildad, con absoluta entrega y desde el corazón roto sea otro acto soberano que caracteriza al verdadero buscador espiritual, al peregrino del Amor, al genuino capitán, al auténtico líder de los hombres, pues nuestra capacidad de perdonar y de pedir perdón es sinónima de nuestra grandeza de alma.

Martin Luther King dijo que aquel que es incapaz de perdonar es incapaz de amar. El perdón renueva nuestra vida y pone fin a los asuntos pendientes, nos da otra oportunidad, nos ofrece la posibilidad de redimir lo pasado, nos saca del infierno en vida del rencor, del resentimiento, de la cólera, de la idea de venganza, e incluso de justicia, y nos permite la entrada libre en el Reino de los Cielos, que no es un lugar allende de las estrellas, sino un estado de la mente y del corazón compasivo, expandido y redimido. 

Los Maestros de todas las tradiciones espirituales nos recuerdan constantemente que pidamos perdón y que perdonemos antes de que sea demasiado tarde, pues el perdón es un acto primordial de inteligencia espiritual y de compasión hacia nosotros mismos, y acaso sea la compasión la lección que todos los seres venimos aprender a esta tierra. Perdonar es también un acto de profunda sabiduría, pues como dijo León Tolstoy:"comprenderlo todo es perdonarlo todo".

Perdonar es olvidar. Solo alguien muy oscuro o ignorante puede decir "perdono pero no olvido". Precisamente la ciencia ha descubierto que una de las funciones principales de la memoria es su capacidad de olvidar. ¿Y cuantas veces deberemos olvidar las ofensas, perdonar a nuestro hermano, a nuestro prójimo como a nosotros mismos? El Maestro del Amor nos dice categóricamente: ¡setenta veces siete! 

¿Pero existe aún algo más difícil, más salutífero y más redentor que perdonar o pedir perdón? Si, perdonarse a uno mismo. Un viejo axioma de Confucio dice: "Perdonárselo todo a aquel que es incapaz de perdonarse a sí mismo". 

¡Perdonarme a mí mismo! Eso es algo para lo cual uno no se siente nunca suficientemente preparado, ni entrenado, ni incluso "autorizado". Preferimos vivir en el purgatorio moral del desaliento, de la mortificación, de la auto-culpa, no perdonarnos y como consecuencia, no perdonar, alimentando con la memoria el hedor lúgubre de la pena, del remordimiento y la tristeza, que marchitan nuestras vidas y nos arrebatan el precioso don de la alegría, tal vez esperando que algo o alguien, quizás un sacerdote, un santo, un ángel o una fuerza sobre-natural haga por nosotros lo que nadie puede hacer por nosotros.

¿Alguna vez nos hemos atrevido a decirnos frente al espejo, pronunciando nuestro nombre: ¡te perdono! Te perdono de corazón, total y absolutamente, y te dejo libre?, como se lo diríamos a nuestro único hijo adolescente que se hallara apesadumbrado por las consecuencias de una decisión errónea o de un acto equivocado
Y aun en la distancia, podemos pedir perdón y perdonar, pues la energía sigue al pensamiento y estas imágenes, clichés y vibraciones sutiles de perdón y de anhelo de reconciliación, viajarán por el éter en busca de la unidad con el otro y de la Divina Armonía que ponen fin al dolor y al sufrimiento, a veces de muchas vidas pasadas. 

Pero, nos preguntaremos, ¿y si el otro- si es que existe un "otro" que no sea yo mismo fuera de mi- no desea la paz, no busca la reconciliación, la curación de lo incurable? El Maestro Philippe de Lyón nos dice que hablemos entonces con nuestro Ángel de la Guarda para que hable con el Ángel Guardián nuestro "adversario" y que ambos lleguen a un acuerdo.

El Maestro Philippe daba una importancia extraordinaria al perdón. En muchas de sus enseñanzas hacía referencia a la necesidad absoluta de perdonar y de pedir perdón:

- "En la vida progresamos sin cesar, y en la medida en que progresamos, cambiamos de guía. De ahí la necesidad de hacer la paz INMEDIATAMENTE con los enemigos, pues, ofendiendo a los enemigos, ofendemos a su guía, y la paz solo puede ser hecha entre los mismos interesados. Sino, habrá que esperar a que en una serie de reencarnaciones el mismo periodo se produzca y que el perdón sea acordado. Es necesario, incluso, que el ofendido rece por el ofensor".

Que redención, que alegría, que júbilo el perdonar y pedir perdón, ¡pero que gloria aun mayor es perdonarse a sí mismo! Si no me perdono, si no me olvido, si me juzgo, si me condeno y no me exculpo, me aferro al dolor, a la necesidad de sufrir, a la culpa, y consecuentemente, espero el castigo o el mal karma. ¿Y qué puedo crear, en que puedo creer, como puedo crecer si me aferro al dolor, a la culpa y al sufrimiento que conllevan los supuestos errores cometidos en un pasado sobre el cual ya no tengo ningún imperio? ¿Qué ha ocurrido en la historia de la humanidad cuando los hombres han erigido ideologías, religiones y filosofías basadas en el dolor, el miedo y la culpa? 

Se cuenta que en una ocasión, un prisionero de un campo de concentración le preguntó a otro: ¿has perdonado a los nazis? Y este le contestó: ¡nunca! El otro le respondió: ¡entonces, aun te tienen prisionero!

Los sufíes dicen: "El enemigo está agotado de ti". Y busca también su redención, su absolución, su perdón. Pues el perdón libera al que es perdonado y con frecuencia también al que perdona. Los Evangelios dicen que el propio Jesús el Cristo perdonó a sus verdugos, pues como la mayoría de de los hombres, en todas las épocas, reinos y dimensiones de consciencia, no sabían lo que hacían.

¡Qué fuerza tan extraordinaria, que alquimia sublime del Amor glorificado y expandido, y que belleza del corazón secreto se encuentran en el perdón! El perdón permite que nuestro corazón se rompa por todos los corazones que rompió, y la redención que surge de ese acto de compasión dinámica lo reconstruye despacio, fragmento a fragmento, para resucitarlo a la verdadera vida como el cuerpo desmembrado de Osiris, de Orfeo o de Mitra.

El poeta inglés William Blake dijo: "Es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo", pues del amigo solo esperamos comprensión, apoyo, y afecto, y del enemigo aguardamos solo lo peor, la traición, el oprobio o el ataque. Así que el desafío del discípulo, del verdadero buscador espiritual es perdonar también a su amigo, a su hermano, indultarle de las ofensas, de los actos y aún de los pensamientos, antes incluso de que los realice. 

El perdón del corazón es una suerte de presagio del Cielo en la Tierra que no puede ser provocado, pues llega a veces como el deletéreo vuelo de una Presencia angelical que nos acerca al misterio insondable de la Gracia. Como consecuencia de la llegada de esa bendición sutil, es perdonado lo imperdonable, es olvidado lo inolvidable, es amado lo poco amable y es redimido lo irremediable. 

Sueño con el día en que el ángel dormido que soy yo, tenga el valor de erigirse ante la Presencia de Dios, y pedir perdón en nombre de todos los seres sensibles, por los millones de años de separación de la Luz y del Amor. 

Así, concluyo que el Cielo en la Tierra ha de edificarse sobre la misericordia, la compasión y el perdón, y que todo, absolutamente todo, ha de ser perdonado. 

Siddharta el Buda nos aconsejó: "Sed como el sándalo que perfuma la hoja que le infiere corte". Y el escritor Mark Twain dice en uno de sus poemas:

"El perdón es el perfume
Que la violeta deja
en el pie que la pisa". 

Bibliografía:

(1) Le Maître Philippe de Lyon, Thaumaturgue et Homme de Dieu", por Philippe Encause. Ediciones Tradicionales, Paris, 1985.
(2) "El Maestro Philippe", de Alfred Hael. Ediciones Escuelas de Misterios. Barcelona.
(3) "Un año de Vida" de Stephen Levine. Ediciones Libros del Comienzo.
(4) "La Sabiduría del Perdón". S.S. Dalai Lama. Ediciones Oniro.