Thursday, August 1, 2019
Saturday, July 20, 2019
ANTIGUOS GUARDIANES DE LA SABIDURÍA - Varios Autores
ANTIGUOS GUARDIANES DE
LA SABIDURÍA
Varios Autores
Las serpientes han
sido adoradas como animales sagrados desde tiempos inmemoriales. Los antiguos
pueblos las asociaban con las esferas divinas y les adscribían muchos atributos
místicos a estas criaturas ctónicas. Las serpientes eran identificadas con
muchos fenómenos y su simbolismo es muy complejo. Las cualidades místicas del
animal generalmente estaban asociadas con un rasgo dominante, esto es, el
reptar, el cambio de piel, la forma, el veneno mortal, etc. No menos significativas
eran las características conectadas con los lugares donde las serpientes
moraban, tales como bosques, desiertos, mares, lagos, vasijas de agua y otras
localizaciones. La serpiente era un símbolo de destrucción, así como un emblema
de vida y fertilidad. Estaba relacionada con el elemento femenino, pero también
era un símbolo fálico, la bíblica serpiente tentadora que condujo a los seres
humanos al pecado, o una salvadora – la portadora del conocimiento y la
sabiduría. Muchos antiguos dioses y entidades fueron representados como
serpientes. Las serpientes también eran asociadas con cierta variedad de fuerzas
naturales – este símbolo tenía una enorme influencia que no ha declinado
siquiera en el mundo moderno.
Hay una conexión mística entre el simbolismo de la serpiente
y el principio femenino. La serpiente que mora en las regiones ctónicas está en
continua unión con la Madre Tierra, la que da a luz, alimenta y nutre, la
fuente de la vida y la fertilidad. La conexión entre la serpiente y el elemento
tierra indicaba su aspecto femenino, el principio de la fertilidad, la
maternidad y la feminidad. Sin embargo, el elemento femenino no solo se refiere
a la fertilidad y la maternidad sino también a todo lo que es misterioso,
imprevisto, intuitivo e irracional. La Serpiente bíblica convence a Eva, no a
Adán. El rival de Eva, la demoníaca Lilith [1] también
es a menudo identificada con la serpiente. Muchas antiguas diosas fueron
representadas como mujeres sosteniendo serpientes en sus manos. Entre ellas
podemos encontrar personajes mitológicos tales como Hécate, Perséfone y
Artemisa. La antigua diosa egipcia de la fertilidad fue llamada Renenutet y
representada como mitad serpiente y mitad mujer. Su nombre significaba
"renen" - "comida" y "utet" - "serpiente".
En la antigua Grecia ella fue conocida como Thermutis [2]. También hay
personajes mitológicos representados como serpientes en lugar de pelo, como las
Erinias, Gorgonas o Equidnas, las demoníacas mujeres serpiente de la mitología
griega. En Europa Central había una creencia común que indicaba que si
entierras el pelo de una mujer bajo la luz de la luna, se convertirá en serpientes [3].
No obstante, la serpiente también era un símbolo fálico, una fuerza masculina
fecundadora conectada con los rayos solares o los rayos y relámpagos. En este
contexto, el rol masculino o femenino de la serpiente como un símbolo es
altamente ambivalente.
Las diosas asociadas con las serpientes no solo eran
deidades de la tierra sino también del inframundo, la oscuridad y el negro
útero cósmico. Los antiguos griegos creían que el alma de una persona fallecida
asume la forma de una serpiente. Ese es el motivo de que la serpiente fuera a
menudo considerada como un símbolo ctónico, el poder personificado del
inframundo, las oscuras fuerzas sobrenaturales, y la energía primordial de la
oscuridad cósmica. A este respecto la serpiente era un símbolo del lado oscuro
de la naturaleza humana, el principio oculto en el inconsciente. En la Qabalah,
los niveles qlifóticos del Árbol de la Noche eran considerados un dominio de
fuerzas representadas como serpientes o dragones. El dios egipcio Apofis [4],
el demonio serpiente que amenaza al dios sol en su viaje diario a través del
inframundo, podría ser un apropiado ejemplo. Ra tiene que luchar con Apofis
todos los días durante su paso a través del Amenti. Los mitos egipcios
describen cómo la serpiente demoníaca es matada por el dios sol y su sangre tiñe
los cielos de rojo al amanecer. Apofis algunas veces es identificada con Set o
el demoníaco Tifón - el monstruo de cabeza de dragón y piernas de serpiente.
Otras serpientes demoníacas que aparecen en las mitologías del mundo son por
ejemplo Leviatán, Jormungandr [5] o
Vritra. Ahriman, la personificación persa del mal, aparece en representaciones
con la cabeza de un león y una serpiente enroscada alrededor de su cuerpo. Sin
embargo, no solo las temibles entidades demoníacas eran asociadas con las
serpientes. La serpiente también era el atributo de deidades benévolas. Atum -
el antiguo creador egipcio del mundo – era algunas veces representado como una
serpiente. Las serpientes aparecen también como el atributo de Atenea. Varuna,
el más alto dios de la religión védica, lleva el nombre de
"Nagaraja", "Rey de las Serpientes". En las creencias hindúes
se cree que las serpientes Naga son entidades demoníacas, a menudo
representadas como mitad humanas, mitad serpientes, con cinco o siete cabezas.
Sus roles y cualidades no son entera-mente negativas. La serpiente Ananta es el
símbolo del Infinito. Sesha eleva la Tierra. Vasuki actúa como una cuerda que
agita el mar y expulsa a otros demonios lejos de Shiva. En el folclore Hindú,
las serpientes Naga son adoradas como patronas de la fertilidad. En el Tíbet
son consideradas como deidades benévolas del agua que guardan los escritos budistas [6].
Es también digno de notar que las deidades, espíritus y
demonios representados como serpientes a menudo estaban conectados con el agua.
Esta visión debe mucho al simbolismo del aspecto femenino en el que el elemento
agua siempre ha jugado un rol crucial. Leviatán, Jormungandr, así como otras
entidades serpiente, a menudo eran criaturas acuáticas. Esto también se refiere
a las deidades representadas como dragones, como la diosa dragón babilónica
Tiamat (encarnando el concepto del agua salada) y Apsu (el agua dulce). La
conexión entre las serpientes, dragones y el agua era el resultado de su naturaleza
primordial y caótica. El caos primordial a menudo era descrito como las
antiguas aguas a partir de las que todo el universo vio la luz. La naturaleza
serpentina de los antiguos dioses implica por lo tanto su conexión con la
energía primor-dial, el principio del caos, siendo la fuente del potencial
creativo. Esto es altamente evocador de la energía Kundalini [7] que representa a la fuerza psíquica interna en la
tradición del Tantrismo. También encontramos sus equivalentes en otras culturas
del mundo. El uraeus egipcio es un símbolo de transformación a través de la
ascensión, similar al proceso del despertar de Kundalini cuando asciende a
través de los siete niveles tradicionales de energía, los chakras. Motivos similares
se encuentran en Mesopotamia - el ascenso a través de los niveles del ziggurat,
o el camino a través de los escalones hechos de siete metales en los rituales
de Mitra. Kundalini es la fuerza que despierta y transforma la consciencia,
conduciendo a la iniciación espiritual y el renacimiento de los sentidos.
El ascenso de la serpiente Kundalini indica también el
papel de la serpiente como la mediadora entre los mundos – el inferior y el
superior, la tierra y los cielos, o la tierra y el inframundo. El ejemplo mejor
conocido de este concepto es el Caduceo, dos serpientes enroscadas alrededor de
una vara coronada con un par de alas. Este símbolo ha sido conocido desde
tiempos antiguos. En la antigua Roma representaba el equilibrio espiritual y
moral. La vara denotaba poder, las serpientes - sabiduría, y las alas -
diligencia. El Caduceo puede ser exitosamente comparado con las ideas Tántricas
sobre la Kundalini como el emblema de la energía transformadora de la evolución
humana. Esta energía es simbolizada por las serpientes ascendentes. Enroscadas
alrededor de la vara, que representa al eje del universo, las serpientes
encarnan el concepto de una precisa simetría mutua, el equilibrio activo de
fuerzas opuestas. Representan a la tierra, a las fuerzas inferiores, a los
instintos terrenales y al inframundo. El par de alas en la parte superior del Caduceo
es el mundo superior, el símbolo del Espíritu. El Caduceo también era el
atributo de Hermes/Mercurio - el mensajero de los dioses y el mediador entre
los mundos. Hermes es el psicopompo que guía a las almas desde la vida terrenal
al gran más allá, las conduce desde el mundo de los seres humanos al Otro Lado.
La Alquimia atribuye a esta deidad una de las más importantes funciones en el
proceso de transmutación. El Mercurio Alquímico representa al líquido
inconsciente y a la energía dinámica que tiene una doble naturaleza - femenina
y masculina, superior e inferior. Es el símbolo del complexio oppositorum. Sus otros nombres son Monstrum Hermaphroditus o Rebis. En la alquimia es el agente de
transformación, dotado con un gran potencial creativo, inseparablemente
conectado con otros conceptos de la serpiente. El Caduceo de Mercurio [8]
también es un símbolo de la polarización de los opuestos, la integración de los
elementos: vara - tierra, alas - aire, serpientes - agua y fuego. El mito
griego sobre el profeta Tiresias, que fue transformado en una mujer después de
que separara a dos serpientes que estaban copulando (el Caduceo) y en hombre de
nuevo después de que hiciera lo mismo siete años después, muestra que se
consideraba que la serpiente está estrechamente conectada con la transformación
de los opuestos. Estas serpientes, así como las que se enroscan en el Caduceo,
son Ida y Pingala de la tradición Hindú. Kundalini une los elementos opuestos:
la tierra con el aire a través de su viaje ascendente, y el agua, el elemento
femenino - cuando fluye a través
del nadi izquierdo (Ida) con el elemento masculino del fuego - cuando fluye a
través del nadi derecho (Pingala). En la última fase del viaje ocurre la
síntesis de los opuestos - la serpiente se convierte en el dragón – la
encarnación alada de la Quintaesencia.
Muchas tradiciones representan al dragón como la serpiente
alada. Los dragones medievales tenían el pecho y los pies de un águila, el
cuerpo de una serpiente, las alas de un murciélago y la cola rematada con una
púa. Cada uno de es-tos elementos representaba una cualidad distintiva: el
águila - el aspecto celestial, la serpiente – el misterio y el inframundo, las
alas – el intelecto, la cola - la razón. Esta es, sin embargo, solo una de las
numerosas interpretaciones del símbolo del dragón. Como la serpiente, el dragón
era el mediador entre los mundos, encarnan-do aspectos particulares del
universo y todos los elementos existentes en la Naturaleza. Cirlot observa que
tanto el dragón como la serpiente personifican el ritmo de la vida en todo el
universo, que es particularmente fácil de notar en el ejemplo de la tradición
China:
"La asociación de dragón/relámpago/lluvia/fecundidad es muy común
en textos arcaicos chinos, por cuya razón el fabuloso animal se convierte en el
vínculo conectivo entre las Aguas Superiores y la tierra. Sin embargo, es
imposible generalizar sobre el dragón a partir de la mitología china, porque
hay dragones subterráneos, aéreos y acuáticos. 'La tierra se une con el dragón'
significa que está lloviendo. Juega una parte como intermediario, entonces,
entre los dos extremos de las fuerzas cósmicas asociadas con las
características esenciales del simbolismo de tres niveles: el nivel superior de
la espiritualidad; el plano intermedio de los fenómenos de la vida; y el nivel
de las fuerzas inferiores y telúricas"[9].
Las serpientes enroscadas alrededor del Caduceo también
recuerdan a la imagen de una serpiente enroscada al-rededor de un árbol, que es
común para muchas culturas extendidas a lo largo de todo el mundo. Como la vara
del Caduceo, el árbol simboliza el axis
mundi, el eje conector de los niveles y dimensiones particulares de todo el
universo - lo inferior (el inframundo, el infierno) son las raíces del árbol,
mientras que los planos superiores y celestiales son simbolizados por las hojas
y ramas. El tronco es el eje a través del que el alma puede viajar entre los
mundos. Este concepto se corresponde con el Shushumna, el nadi central en el
Tantrismo, a través del que la serpiente Kundalini hace su ascenso. La
serpiente enroscada alrededor del árbol es también simbólica de la armonía de
las fuerzas cósmicas. Generalmente esta imagen también incluye un águila
sentada en la parte más alta del árbol. En este sentido, la serpiente es uno de
los arquetipos fundamentales en la síntesis de fuerzas que constituyen el
universo.
En mitos y leyendas la serpiente casi siempre es una
criatura sabia, a menudo representada como personificación de la sabiduría y el
poder. En la antigua Grecia la serpiente era sagrada para Atenea, la diosa de
la sabiduría. En uno de los mitos ella es – en un sentido – la madre del hombre
serpiente Erictonio y que fue dado a luz a partir del semen de Hefesto,
eyaculado sobre el suelo cuando Atenea se le resistió y desapareció [10].
En Egipto la cobra era considerada como el símbolo del poder y el conocimiento,
la sabiduría superior - tanto divina como real, el dominio de los faraones,
hijos de los dioses. La serpiente alada, o el dragón, según algunos mitos,
guarda tesoros, gemas y grandes riquezas escondidas en cuevas montañosas. Una
función similar es algunas veces atribuida a las serpientes. Los Naga son
guardianes de templos. También es la Serpiente la que guarda el Árbol del Conocimiento
y la Fuente de la Inmortalidad. Estos tesoros son símbolos de conocimiento y
sabiduría que solo pueden ser conseguidos por héroes fuertes y valientes que no
temen al peligro. En un sentido esotérico, la búsqueda de tesoros guardados por
reptiles primordiales es un símbolo de la Iniciación. Es un viaje espiritual en
búsqueda del conocimiento perdido. La Serpiente bíblica es el seductor,
descrita como el mal encarnado, el Adversario que conduce a los seres humanos a
la eterna condenación. Su rol en el Jardín del Edén, sin embargo, podría ser
interpretado de varias formas diferentes. Representa la alternativa a la
salvación a través de Dios: el sendero de independencia y autorresponsabilidad.
Es el iniciador de la humanidad y el emblema del sendero hacia la
autodeificación.
Helena Blavatsky [11] observa que en las antiguas
tradiciones mágicas el nombre "Serpiente" o "Dragón" fue
dado a personas de conocimiento, adeptos iniciados [12]. Los
gnósticos creían que la Serpiente personificaba el principio de la salvación.
Muchas doctrinas gnósticas incluían el culto de la Serpiente, tal como por
ejemplo los Naasenos (del hebreo na'ash - "serpiente"), o los Ofitas
(del griego ophis). Ellos afirmaban que la Serpiente era el salvador de la
humanidad porque enseñaba al hombre los secretos divinos que revelaba el
verdadero conocimiento, la gnosis. En The Gnostic Religion Hans Jonas describió
la historia gnóstica de salvación de la siguiente manera: la madre celestial,
Sofía-Prunikos decidió destruir la obra demiúrgica de su hijo malévolo
Ialdabaoth y envió a la Serpiente para que tentara a Adán y Eva para que
rompieran los mandamientos de Ialdabaoth. El plan triunfó – ambos comieron los
frutos del árbol prohibido. Pero cuando ellos lo hicieron, se hicieron
conscientes de las fuerzas que existían fuera de su mundo que se habían alejado
de sus creadores. Esta fue la primera victoria del principio trascendental
sobre la fuerza que bloqueaba el acceso del hombre al conocimiento. Hasta ese
momento el hombre era meramente el rehén de la Luz. El acto de la Serpiente
marcó el inicio de la Gnosis sobre la tierra.
Los Ofitas fueron una de las sectas más tempranas del
gnosticismo, activos en el siglo segundo en Siria y Egipto. En su doctrina la
Serpiente simbolizaba el conocimiento que permitía la liberación de las
ataduras del mundo terrenal. Era el iniciador del sendero individual del
hombre, opuesto a las leyes del universo, y que conducía a la autosalvación.
Pero también en las religiones gnósticas el simbolismo de la serpiente tiene
una cierta ambivalencia. Allí está el Agathodaimon, representando las
cualidades benévolas, y Kakodaimon, conectado con el elemento malvado. La
serpiente gnóstica es Nous y Logos. A menudo es asociada con la fuerza femenina
de Sofía/Enoia, La Que Da Nacimiento a Todo, el Anima Mundi. En este sentido, la serpiente representa la sabiduría humana,
la intuición, la repetición, el ritmo y la creación. A diferencia de las
enseñanzas de los Ofitas, otras doctrinas gnósticas incluían la conexión de la
serpiente con la oscuridad primordial, el abismo cósmico y las aguas oscuras.
No solo era la salvadora sino también la gobernadora y la esencia del mal
existente en el mundo. Se pensaba que la gigantesca serpiente/dragón se enrosca
alrededor del globo, circundando la tierra en su eterno abrazo. El tratado gnóstico
Pistis Sophia afirma: "En la
oscuridad exterior hay un gran dragón que tiene su cola en su boca"[13]. Esta serpiente es
un símbolo arcaico, más a menudo referenciada como el Ouroboros. Este motivo
aparece en muchas culturas, en Egipto, Grecia, etc. no solo como el símbolo
gnóstico. El Ouroboros tiene un significado muy complejo. Representa al tiempo
y al continuum de la vida, los cambios cíclicos en la Naturaleza, la muerte y
el renacimiento. Sus imágenes algunas veces incluyen la inscripción "En to pan" (Uno es Todo). La
serpiente devorando su propia cola representa el movimiento eterno. El Ouroboros
se mata a sí mismo, se casa consigo mismo, se impregna a sí mismo, se devora a
sí mismo y se da a luz asimismo - esta es la unión de los opuestos y la
autosuficiencia primordial. Puede ser interpretado como la unión de los elementos
masculino y femenino porque la mitad de su cuerpo es brillante y la otra mitad
oscura. Implica la unión de principios opuestos, como en el símbolo chino del
Yin-Yang en el que el Yang representa la fuerza masculina y el Yin - la
femenina. El Ouroboros es por lo tanto otro ejemplo de una variedad de
significados atribuidos al simbolismo dela serpiente y su conexión con los
extremos: el positivo y negativo. Representa el estado de existencia primordial
que contiene tanto la oscuridad como la luz, la destrucción y el potencial
creativo. Esta es la oscuridad arquetípica de la consciencia humana.
También podemos encontrar el motivo de la serpiente cósmica
enroscándose alrededor del globo en la tradición Vodou. Aquí es llamada
Damballah y es representada como la serpiente inclinada hacia el sendero a
través del cual el sol camina cada día. Algunas veces está unida con su
contraparte femenina, Aida, el arco iris. Damballah es el patrón de las aguas y
los pozos y ríos celestiales sobre el plano terrenal. Cuando se oculta en el
mar, las aguas cósmicas le reflejan como el arco iris. Damballah y Aida forman
una unión sexual. Ambos circundan el cosmos, como la serpiente enroscada
alrededor de todo el universo [14]. El Ouroboros repta a
través de cada localización y cada elemento, conectando el mundo en una armonía
cósmica. Los Ofitas creían que la serpiente vive en todo objeto simple y en
cada criatura única. Su doctrina reconocía siete círculos, niveles
correspondientes a la estructura del universo. Esto es evocador del concepto
Tántrico de la serpiente Kundalini que asciende hacia arriba a través de siete
chakras. Los chakras representan los niveles del ascenso hacia lo Divino, como
los ziggurats mesopotámicos que tenían siete terrazas dedicadas a dioses
particulares, simbolizando la estructura del universo. El siete es el número a
menudo mencionado en asociación con la Serpiente y el Dragón. En mitos y
leyendas a menudo encontramos serpientes y dragones de siete cabezas. Casi
todos los dragones de las antiguas mitologías tenían siete cabezas. Según
Blavatsky, siete cabezas simbolizan los siete elementos de los que la
Naturaleza y el ser humano están constituidos. La séptima, cabeza central, es
la más importante [15]. En ciertas tradiciones esotéricas hay siete
niveles de energía que constituyen el mundo. Su manifestación es reflejada en
aspectos particulares de la Naturaleza: los siete colores del arco iris, las
siete estrellas de la Constelación de la Osa Mayor, las siete direcciones en el
espacio, los siete planetas de la astrología tradicional, etc. Blavatsky
escribe:
"Las siete constelaciones Septentrionales crean al Guerrero Negro;
las siete Orientales (otoño chino) constituyen el Tigre Blanco; las siete
Australes son el Pájaro Bermellón; y las siete Occidentales (llamadas Vernales)
son el Dragón Azul. Cada uno de estos cuatro Espíritus preside sobre su
heptanomía durante una semana lunar. El genitivo de la primera heptanomía
(Tifón de las Siete Estrellas) ahora tomó un carácter lunar; en esta fase
encontramos a la diosa Sefekh, cuyo nombre significa número siete, es la
palabra femenina, o logos en lugar de la madre del Tiempo, que era la Palabra
anterior, como diosa de las Siete Estrellas"[16].
Siete también es el
número de los días de la semana, de las deidades planetarias, pero también de
los pecados capitales del cristianismo. Era una creencia en Bavaria que el
séptimo hijo de los mismos padres se convierte en un hombre lobo. Siete era el
número de Saturno y sus influencias, tanto positivas como negativas. Tenía un
enorme significado en la filosofía oculta. Sin embargo, también había dragones
con un número de cabezas diferente de siete. El dragón de tres cabezas, por
ejemplo, simboliza tres esencias - la activa, la pasiva y la neutra [17].
El veneno de la serpiente puede ser una poción mortal o un
elixir místico que cura y transforma. La serpiente enroscada alrededor de un
cáliz es el emblema a menudo encontrado en la medicina y las farmacéuticas.
También en los antiguos tiempos la serpiente era el atributo de deidades que se
creía que tenían poderes curativos. Asclepio, el dios griego de la curación y
las artes médicas, era algunas veces representado como una serpiente y
probablemente en un origen era una deidad serpiente. En una de sus representaciones
sostiene una vara con una serpiente enroscada a su alrededor. Su hija Higía, la
diosa de la salud, es representada de forma similar. Su animal sagrado y
compañero es la serpiente. Esto también se refiere a la habilidad de la serpiente
para rejuvenecerse a través de la muda de la piel, que es un símbolo antiguo de
renovación y resurrección, tanto en el sentido físico como espiritual. Ese es
el motivo de que algunas veces la serpiente aparezca en imágenes sosteniendo un
fruto o una hierba de inmortalidad en sus fauces [18].
Las serpientes y dragones también representan los instintos
inconscientes, aspectos oscuros y escondidos de la naturaleza humana. Por esta
razón a menudo tienen un carácter demoníaco. En el cerebro humano todavía hay
partes que compartimos con nuestros ancestros evolutivos, reptiles y bestias.
Peter J. Carroll observa:
"Todos los dragones, serpientes y demonios escamosos de mitos y
pesadillas son atavismos reptiles de las partes más antiguas de nuestros
cerebros. La evolución no ha eliminado estos patrones de conducta ancestrales,
enterrándolos meramente bajo una pila de nuevas modificaciones. Por ello, en la
mitología los dioses, como representaciones de la consciencia humana, suprimen
a los titanes y dragones de la consciencia más antigua"[19].
Las serpientes simbolizan las fuerzas inconscientes que han
sido reprimidas por nuestra mente consciente. La confrontación con ellas a
menudo es vista como destructiva y terrorífica. La liberación de estos
instintos significa la necesidad de encarar las cualidades místicas del
inconsciente, tradicionalmente visto como oscuro y negativo y suprimido por
culturas y religiones. Los mitos y leyendas describen esto como una conquista
de la serpiente/dragón por un dios o un santo – representativos del nuevo orden
mundial. Dependiendo del contexto, el dragón es vencido por ejemplo por Apolo,
Cadmo, Perseo, Sigfrido, San Jorge o el Arcángel Miguel.
La derrota del dragón no solo significa el triunfo sobre el
caos y el fundamento del nuevo orden del mundo, sino también la represión de
los instintos primigenios - reconocidos como oscuros, malvados e indeseados.
Estas fuerzas generalmente tienen un carácter destructivo pero cuando
aprendemos a dominarlas, se convierten en una herramienta de transformación,
iluminación espiritual y liberación. La historia mitológica tradicional de una
lucha victoriosa con el dragón/serpiente no es un relato sobre la doma de la
fuerza sino sobre el rechazo y la negación de ella. Los instintos rechazados
emergen desde el abismo olvidado de la mente interior, trayendo el caos a la
vida del hombre y asumiendo formas de monstruos draconianos y serpentiformes.
El dominio de esta fuerza, sin embargo, es posible a través de la disciplina
espiritual: aprendemos a gobernar sobre los aspectos olvidados de la mente y a
usarlos en nuestro progreso espiritual.
El autor
Logia Magan
Varios Autores
(Traducido por Manon de Glimpses of the Left
Hand Path)
NOTAS:
1.
Nota de Retales
de Masonería: Lilit es una figura legendaria del folclore judío, de origen
mesopotámico. Se le considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según
la leyenda, abandonó a Adán para irse del Edén y se instaló junto al mar Rojo,
junto a sus hijos. Allí se unió con Asmodeo o Samael, que llegó a ser su
amante. Más tarde, se convirtió en un demonio que se une a los hombres como un
súcubo, engendrando hijos (los lilim). Se le representa con el aspecto de una
mujer muy hermosa, a veces alada. Se le dio estas cualidades demoníacas para
asustar a los niños judíos.
2. Manfred Lurker.
Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons
3. Juan Cirlot.
Dictionary of Symbols
4.
Nota de Retales
de Masonería: Apofis, o Apep, representaba en la mitología egipcia a las
fuerzas maléficas que habitan el Duat y a las tinieblas. Apofis era la
encarnación del caos así como de la insurrección armada. Era llamada
despectivamente Nepai ≪El
que es como una tripa intestinal≫ Es una serpiente gigantesca, indestructible y
poderosa, cuya función consistía en interrumpir el recorrido nocturno de la
barca solar conducida por Ra y defendida por Seth, para evitar que consiguiera
alcanzar el nuevo día. Para ello empleaba varios métodos: atacaba la barca
directamente o culebreaba para provocar bancos de arena donde el navío
encallara. Todo ello tenía sólo una finalidad: romper la Maat, el «orden
cósmico».
5.
Nota de Retales
de Masonería: En la mitología nórdica, Jörmundgander o Jörmungandr, también
llamada la "Serpiente de Midgard" (Miðgarðsormr en nórdico antiguo,
Midgårdsormen en sueco y danés moderno), es una gigantesca serpiente que ronda
Midgard (o Midgård) hasta el día del Ragnarök. Es un monstruo masculino. Tiene
al dios Loki como padre y a la gigante Angrboda como madre, y cuando los Æsir
se enteraron de este ser maligno engendrado por tan terribles padres, y vieron
con su don de la adivinación las cosas terribles que haría, decidieron
encargarse del monstruo. Odín lo lanzó al mar que rodea Midgard, donde quedará
atrapado hasta el Ragnarök, el día de la destrucción total
6. Manfred Lurker:
Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons
7.
Nota de Retales
de Masonería: En el marco del hinduismo, la kundalini (en sánscrito कुण्डलिनी, transcripto como kuṇḍalinī) se describe como una
energía intangible, representada simbólica y alegóricamente por una serpiente
—o un dragón— que duerme enroscada en el muladhara (el primero de los siete
chakras o círculos energéticos, ubicado en la zona del perineo). Se dice que,
al despertar esta serpiente, el yogui controla la vida y la muerte.
8.
Nota de Retales
de Masonería: En la mitología romana, Mercurio (en latín, Mercurius) era un
importante dios del comercio, hijo de Júpiter y de Maia Maiestas. Su nombre
está relacionado con la palabra latina merx (‘mercancía’). En sus formas más
antiguas, parece haber estado relacionado con la deidad etrusca Turms, pero la
mayoría de sus características y mitología se tomó prestada del dios griego
análogo Hermes. El caduceo fue regalado por Apolo a Hermes, quien le regaló a
su vez la flauta de Pan, también llamada siringa.
9.
Juan Cirlot:
Dictionary of Symbols
10. Manfred Lurker:
Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons
11. Nota de Retales de Masonería: Helena Blavatsky,
también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von
Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavatsky (Yekaterinoslav, 12 de agosto
de 1831 - Londres, 8 de mayo de 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa
rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a
la difusión de la teosofía moderna. Sus libros más importantes son Isis sin
velo y La Doctrina Secreta, escritos en 1875 y 1888, respectivamente.
12. Helena Blavatsky:
The Secret Doctrine
13. Hans Jonas: The Gnostic Religion
14. Maya Dere: Divine
Horsemen: The Living Gods of Haiti
15. Helena Blavatsky:
The Secret Doctrine
16. Ibid
17. Juan Cirlot:
Dictionary of Symbols
18. Manfred Lurker:
Dictionary of Tods and Goddesses, Devils and Demons
19. Peter J. Carroll:
Liber Null & Psychonaut
http://retalesdemasoneria.blogspot.com.es/p/suscripciones.html
Monday, July 8, 2019
¿Por qué somos Templarios? - Eduardo Callaey
¿Por qué somos Templarios?
Razones para una
caballería del siglo XXI
Eduardo Callaey
En
la imagen el rey Balduino II cede las caballerizas del Templo de Salomón a
Hugues de Payns y Gaudefroy de Saint-Homer hace 900 años, en 1119 / Grabado del
manuscrito de Guillaume de Tyr, siglo XIII, Histoire d’Outre-Mer
Hace tiempo atrás, luego de una
ceremonia de investidura de caballeros, sentí la necesidad de explicarme a mí
mismo qué nos llevaba a todos esos individuos reunidos en la capilla de un
convento a jurar perpetuar, bajo el manto de la Cruz, los nobles ideales del
honor, la integridad, la caridad, el alivio del sufrimiento y la unidad
religiosa en la imitación personal de Dios Nuestro Señor. ¿Qué era ser un
caballero? ¿Qué hacía que en esa capilla nos convocáramos para conjurar la
decadencia del mundo del que apenas nos separaba un muro de adobe? ¿Cómo
haríamos para sostenernos firmes en un modelo que aspiraba –nada menos– que a
emular a los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén? Escribí,
entonces, algunas líneas que reproduzco más abajo, tratando de comprender la
naturaleza de esta caballería del siglo XXI.
Los novecientos años que nos separan
de la fundación de la Orden del Temple, aniversario que la OSMTH celebrará en
el castillo de Tomar en el próximo otoño boreal, representan un abismo de
tiempo en el que el mundo occidental ha sufrido profundas mutaciones. Podemos,
sin dudas, entender que muchas de dichas mutaciones obedecen a los avances en
el derecho igualitario de los individuos, al advenimiento de sistemas
democráticos que, paradójicamente, encuentran mayores antecedentes en el mundo
medieval que en la antigüedad clásica. Incluso podemos alegrarnos de que el
derecho a la vida y a la libertad se haya consagrado como fundamento de nuestra
cultura. Sin embargo, al mismo tiempo que la humanidad –especialmente el
espacio cultural cristiano, como lo definiría el teólogo catalán Raymon
Panikkar– ha logrado dichos avances, hay signos alarmantes de un deterioro
moral sin precedentes, en paralelo con una vertiginosa decadencia espiritual y,
principalmente, un discurso violento en contra del cristianismo, impulsado por
un relativismo llevado a los extremos, en el que más que la vida se celebra la
muerte. El papa Francisco lo definiría como la política del descarte. Yo,
liberado de la diplomacia vaticana, afirmaría que se trata de un plan
hábilmente delineado para socavar la fortaleza espiritual del ser humano, la
única que lo hace diferencia de las bestias.
En términos de nuestra visión
espiritual del hombre y del cosmos la humanidad de ha vuelto menos humana. Y
esa deshumanización que nos rodea y nos lanza a la soledad propia del individuo
que –negador de la paternidad de Dios– no reconoce al otro como Hermano, es a
la vez el motor que nos impele a buscar ese juramento que nos esperanza.
Entre aquellos muchachos –que apenas
superada su pubertad velaban las armas ante la imagen de María– y nosotros,
hombres sacudidos por el vendaval de un mundo en perpetua mutación, hay un
elemento en común: Formamos parte del mismo hilo que, atravesando siglos y
mareas, invasiones y guerras, infortunios y felicidades, creemos que hay
principios inmutables a los que ni la posmodernidad, ni el hombre líquido de
Zigmunt Bauman, ni todo el aparato conjurado en contra de las bases cristianas
de la sociedad podrían quitarnos el honor, la dignidad, la fe y el servicio al
que nos atamos en solemne juramento.
En aquel artículo escrito hace dos
años recordaba la plegaria de un escudero, la noche de vigilia, previa a ser
armado caballero:
“…Te saludo Virgen
María, que has derrotado al mal, esposa del Altísimo y madre del más dulce
cordero. Reina eres de los cielos, Salvadora de la Tierra;
los hombres
suspiran por Ti y los malvados te temen.”
“…Tú eres la
ventana, la puerta y el velo, el patio y la casa, el templo, la tierra, lirio
por Tu virginidad y rosa por Tu martirio.”
“Tú eres el huerto
cerrado, la fuente del jardín que lava a los mancillados, purifica a los
corrompidos y da vida a los muertos...”
“…Tú eres la dueña
de los tiempos, la esperanza, después de Dios, de todos los siglos, pabellón de
reposo del rey y asiento de la divinidad.”
“…Tú eres la
estrella que brilla en el oriente y disipa en el occidente las tinieblas, la
aurora que anuncia el sol y el día que ignora la noche…”
“…Tu que has
engendrado al que no engendra, confiada como madre que ha cumplido su misión,
reconcilia al hombre con Dios. Ruega, Madre, al Dios que diste a luz, para que
nos absuelva y, después de perdonarnos,
nos confiera la
gracia y la gloria. Amen…”
Difícil imaginar a un adolescente de
diecisiete años, en el siglo XXI, rezar esta plegaría en la penumbra de una
iglesia, iluminado apenas por un pábilo, frente a un altar desnudo, acompañado
de su padrino. Lejano a nuestra cultura ha quedado el ritual de la “vela de
armas”, en la que hombre dejaba atrás, definitivamente, el mundo de los niños
para asumir su papel y su destino frente a Dios, su Iglesia y la comarca sobre
la que tendría responsabilidad sobre vidas y bienes.
Pero este ritual era muy común en el
siglo XII. Frente al escudero se colocaba su espada, aquella que lo acompañaría
el resto de su vida, para la salvación o la condenación de su alma. Su alma y
su espada serían reflejo una de la otra. Si el alma era pura la espada se
empuñaría con pureza en una causa justa. Si el alma era impura el acero se
volvería negro, dominado por las tinieblas de la ambición y el orgullo.
El siglo XII era un mundo de blancos
y negros, sin demasiado lugar para tantos matices. La duda era una pesada carga
que los espíritus evitaban a toda costa. Resultaba casi inhumano darle lugar a
la angustia existencial en un entorno donde todo era rudo, tanto para el siervo
que a duras penas cosechaba su siembra, como para el castellano que debía
proteger su terruño, y con él a sus gentes con sus huertos y pastoreos y también
a su propio Señor. En la pirámide feudal todo era un equilibrio en constante
riesgo. Un universo tan inestable necesitaba reglas certeras, firmes,
permanentes.
Es cierto que la caballería puede
vislumbrar antecedentes en el mundo clásico, especialmente en Roma. Pero fue en
la Edad Media, y en particular en el siglo XII donde encontró sus modelos más
perfectos y alcanzó la cumbre de la aspiración virtuosa. Fue un largo proceso
surgido de la necesidad de encontrar un orden justo, en armonía con la fe que
ocupaba todos los espacios de la sociedad. Un devenir de transformación en
transformación, producto del pensamiento colectivo de señores y clérigos, reyes
y abades, que perseguían el sueño de recuperar Jerusalén, perdida a mano de los
paganos en el siglo VII. Pero, a su vez, se trataba de la búsqueda de la propia
Jerusalén, una que existía en la conciencia profunda de cada cristiano y que
encarnaba la esperanza de la vida eterna, el sentido escatológico de la
tragedia humana.
Eran tiempos difíciles, ciertamente.
Pero en términos de fe corrían con cierta ventaja respecto de nosotros. Los
ideales estaban atados a esa fe; y a ningún padre le faltaba el coraje para
educar a sus hijos en el amor y en el temor a Dios, enseñando la prudencia
antes que la liviandad; la humildad antes que la ostentación; el respeto al
anciano y a las mujeres antes que la vaguedad irresponsable que conduce a
nuestra sociedad a la deriva. Se veneraba a los héroes y más aún a los que
habían muerto por sostener los juramentos de la caballería. Los niños sabían
que sus días de juegos estaban contados y serían escasos. Que la vida no era un
paseo gratuito y prolongado sino uno corto en el que cada jornada sería
examinada en el final, cuando cada quien fuese sometido al juicio en las puertas
del cielo.
La libertad era un bien amado al que
sólo unos pocos se les otorgaba como gracia. Aún así nadie era verdaderamente
libre, porque la conciencia pesaba tanto como el contexto. Era un mundo en
donde el corrupto, el traidor, el malviviente y el cruel no podían mimetizarse
tan fácilmente como ocurre en nuestro mundo pleno de anonimato. Quien era libre
sentía una gratitud de tal magnitud frente a la Providencia que, cuando un
caballero renunciaba a ella para vestir el hábito de monje se producía a su
alrededor un silencio reverencial, como si hubiese nacido un santo. Aquél que
teniendo el don de la libertad renunciaba a ella para someterse a una Regla en
donde el único destino era la pobreza, la abstinencia y la obediencia en eterna
observancia del servicio a Dios, era sin dudas de los más valientes entre los
hombres. Así lo narran las crónicas y así lo atestiguan miles de nombres de
grandes guerreros enterrados en los camposantos de las abadías de toda Europa.
En el siglo XII -en el que dos
frentes de batalla se libraba contra los sarracenos, en España y en el
Levante- surgió con potencia inusitada el deseo de reunir ambos órdenes, el de
la caballería y el de la vida monástica, y nació un nuevo tipo de caballero,
mitad guerrero mitad monje. La caballería ocupó entonces la cúspide del modelo
cristiano. Estas órdenes monástico militares amalgamaron, en un solo corpus, el
humus de muchas tradiciones forjadas entre Finisterre y las estepas del Este.
Desde tiempos romanos, invasión tras invasión, los bárbaros habían moldeado el
sincretismo entre las tradiciones de Roma –a las que no querían renunciar sino
abrazar- y las propias, que terminarían enriqueciendo a las viejas
instituciones del antiguo Imperio.
De todos los libros que se han
escrito sobre la caballería hay uno que destaca, tanto por su originalidad como
por el rumbo que traza. Lo debemos a la pluma de Ramón Llull (1235-1315),
teólogo, filósofo y místico catalán, publicado en 1276 con el nombre “Libro de
la Orden de Caballería”. Se cree que fue escrito para un escudero que debía ser
armado caballero. Su lectura es materia obligatoria para todo aquél que
pretenda comprender esta condición; permítaseme citar cuatro párrafos de su
Primera Parte titulada “Del Principio de la Caballería”
“…Faltó en el mundo la caridad,
lealtad, justicia, y verdad; empezó la enemistad, deslealtad, injuria y
falsedad; y de esto se originó error y perturbación en el Pueblo de Dios, que
fue creado para que los hombres amasen, conociesen, honrasen, sirvieren y
temiesen a Dios. Luego que comenzó en el mundo el desprecio de la justicia por
haberse apocado la caridad, convino que por medio del temor volviese a ser
honrara la justicia: por esto todo el pueblo se dividió en millares de hombres
y de cada mil de ellos fue elegido y escogido uno, que era el más amable, más
sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo de mejor trato y crianza que
todos los demás…”
“…Se buscó también entre las bestias la
más bella, que corre más, que puede aguantar mayor trabajo, y que conviene más
al servicio del hombre; y porque el caballo es el bruto más noble y más apto
para servirle, por esto fue escogido, y dado a aquel hombre que entre mil fue
escogido; y este es el motivo por el que aquel hombre se llama caballero…”
“…Habiéndose destinado para el hombre
más noble el bruto más generoso, convino que entre todas las armas se
escogiesen y tomasen las que son más nobles y conducentes para combatir y
defenderse de las heridas y de la muerte; y estas son las que se apropiaron al
caballero…”
“…Al que quiere entrar en la Orden de
la Caballería le conviene considerar y meditar el noble principio de la
Caballería; y es menester que la nobleza de su corazón y buena crianza lo haga
concordar y avenir con el principio de la Caballería, porque si no lo hace así,
es contrario al Orden de Caballería y sus principios; por esto no conviene que
la Orden de Caballería admita en la participación de sus honras a los que la
son enemigos, contrarios a sus principios…”
Ramón Llull describe en su libro al
oficio del caballero, cómo debe ser examinado el escudero que será armado
caballero, al modo en el que debe ser recibido en la caballería, a la significación
de las armas y de sus costumbres. Finalmente habla de la honra que se debe
hacer al caballero. Afirma Llul que así como un Príncipe o Rey o Señor de un
Estado no puede serlo sin haber sido armado caballero, por esa misma razón le
debe respeto y honra al caballero, pues es a quien, en definitiva, tendrá a su
lado en el campo de batalla.
Pero, en estos primeros párrafos,
encontramos la justificación del caballero: el mundo que ha engendrado la
injusticia, la enemistad, la deslealtad, la injuria y la falsedad y necesita de
hombres que reparen ese desorden, poniendo en juego todo lo que sea necesario.
¿No es acaso la descripción del mundo que nos rodea? El escudero recitaba la
divida de la Orden de Caballería: Mi alma a Dios, mi vida al rey,
mi corazón a mi dama, mi honor a mí. Pero todo se resumía en el
honor, que dependía de mantener vivo el oficio de caballero, y ejercerlo.
El siglo XXI adolece de todas las
faltas de las que se lamenta Llull, y que dieron lugar a la creación de la
Orden de la Caballería; pero a diferencia del siglo XII, en este siglo son muy
pocas las personas que pueden asumir este compromiso. El honor es relativo,
entonces todo se ha vuelto mucho peor, pues el alma está en interdicto, la vida
se reserva para el único y propio beneficio, el corazón ha cedido el amor a la
simplicidad del vínculo frágil, efímero, y a nadie importa qué significa
exactamente la honorabilidad.
Es justamente por esta carencia, que
la Orden de la Caballería ha perdurado, aún en una mínima y desapercibida
existencia, y comienza a sacudirse del profundo letargo al que había quedado
relegada en los últimos dos siglos. Nos toca vivir en un mundo donde los
valores de la fe, el honor y la justicia se guardan en la intimidad por temor a
desentonar con los tiempos. La cultura se convierte en multicultura, es decir,
en todas y ninguna. La vaguedad de conceptos en cuanto a temas sensibles como
“familia”, “religión”, “tradición” y “deber” son inmediatamente sospechados de
ideologismos vinculados con el oscurantismo, la segregación, la discriminación
y el ataque a la libertad de conciencia.
Durante décadas, especialmente luego
de terminada la Segunda Guerra Mundial, Occidente vio crecer un movimiento
libertario que vino a poner en la picota a todos estos valores que conformaban
la sociedad construida durante siglos. El mayo francés, el existencialismo, el
deconstructivismo y el relativismo como conjunto del abandono radical del
modelo cristiano nos ha dejado un vació de valores tan extremo que nos lleva a
una sociedad al borde de su extinción cultural. Bernadr Tschumi –se dice que es
uno de los arquitectos que mejor ha interpretado a la filosofía
decontructivista de Jaques Derrida- afirma que La forma no sigue más a la
función. Si la respectiva contaminación de todas las categorías, las constantes
substituciones y confusiones de géneros son las nuevas directivas de nuestra
época, lo mejor sería tomarlas en nuestro provecho.[1]
Si Tschumi está en lo cierto (me
asombra su frase “las iglesias se convierten en discotecas”), ya no deberían
existir pilares, ni principios, ni siquiera cimientos, porque cualquier cosa
puede ser sustituida por otra. Sin embargo, la experimentación intelectual está
lejos de representar al grueso de una sociedad confundida.
En la medida en que tomemos
conciencia de esta confusión entenderemos que el rol de la Caballería en el
Siglo XXI sigue siendo el mismo que en el siglo XII, con la sola diferencia de
que no tiene el monopolio de las armas, que han pasado a manos de los Estados
Nacionales. La Caballería sigue representando la búsqueda de todo aquello que
Ramón Llull expresaba cuando, al principio de su libro describe como la crisis
de ausencia de valores que dio sentido a la existencia del Caballero.
Subscribe to:
Posts (Atom)