Friday, July 31, 2015

Antoine Fabre D´Olivet

Antoine Fabre D´Olivet

[Ganges, Francia, 1768 - París, Francia, 1825]

(1768-1825) Ocultista francés, fue el precursor, en cierta medida, del espiritismo. Fabre, conocido posteriormente corno Fabre d'Olivet, tuvo un infancia marcada por el sufrimiento, ya que sus padres, ambos protestantes, fueron víctimas de crueles persecuciones, que culminaron con el encarcelamiento de su madre en la famosa Tour de Constante. Posteriormente, la revolución acabó de arruinar a su familia. Amante de los libros y poseedor, ya en su juventud, de una considerable cultura, Fabre terminó instalándose en París, en donde entró en contacto con un grupo de hermetistas pitagóricos.

Tras una serie de incidencias durante el período revolucionario, en 1799 consiguió un puesto de funcionario en el Ministerio de la Guerra, cargo que le es confirmado durante el Primer Consulado de Bonaparte.

Es entonces cuando se hace amante de una muchacha que, poco después, terminará suicidándose y cuyas apariciones sobrenaturales habrán de decidir la orientación de Fabre. Creyéndose un auténtico hierofante, empieza a establecer una serie de comunicaciones entre los vivos y los muertos, convirtiéndose, como se ha dicho anteriormente, en un precursor del espiritismo*.

OBRA DE FABRE

Definitivamente instalado en París, en cuyo domicilio crea un misterioso santuario, Fabre d'Olivet se entrega a numerosas experiencias de magnetismo, hipnotismo y necromancia. Escribe también intensamente, estableciendo los fundamentos de una secta de corte pitagórico francmasón que tendrá, tras su muerte, una notable repercusión. Entre sus obras merece destacarse el monumental tratado Historia filosófica del género humano en donde expone su teoría sobre la relación Providencia-Destino-Voluntad.

Según puntualiza, esta tríada quedaría esquematizada de la siguiente manera: existe una entidad superior e inconcebible a la que tanto Dios como la materia deben sus cualidades propias. Los antiguos denominaban a tal entidad «destino». El hombre desempeña un papel de mediador entre la Providencia y el destino; y todo está sometido a esos tres poderes: Destino, Providencia y hombre. Todo excepto Dios, que contiene a los tres sin ser contenido.

La voluntad desempeña un papel fundamental, ya que es la forma de expresión del poder y de la dignidad del hombre. Esta voluntad puede «subyugar a la Naturaleza, permitiendo al individuo operar milagros». Al mismo tiempo, y dada su calidad de pitagórico convencido, Fabre estudia la aritmosofia, deduciendo que toda ciencia descansa en la armonía universal. Algunas de sus afirmaciones siguen teniendo un notable eco en nuestros días: «Existe una armonía perfecta entre el Cielo y la Tierra, entre lo inteligible y lo sensible, entre la sustancia indivisible y la divisible.

Así pues, lo que ocurre en una determinada región del universo es la imagen exacta de lo que ocurre en otra.» Aclaración significativa en su concepto de la voluntad es que ésta sólo puede encontrar su origen en el espíritu. La libertad no se nos concede gratuitamente, sino que hemos de conquistarla.

HERMETISMO EN FABRE

Hermetista fiel, insiste en el conocido principio de que el Universo, o macrocosmos, es homólogo del hombre, o microcosmos. Todo lo que está en uno tiene su debida correspondencia en el otro. Reitera y formula con gran claridad el principio de que lo semejante sólo produce lo semejante.

«Todo tiene su principio, y no puede tener más que uno. Las formas son las únicas que pueden variar.» Anticipándose en un siglo a Jung, Fabre advirtió el valor potencial del mito. Al estudiar el simbolismo esencial de los monumentos sagrados no dudó en afirmar que si tales monumentos son el fruto de la sabiduría, es necesario estudiar en primer lugar qué es esa sabiduría para poder descubrir, posteriormente, su vinculación con ellos.

En su santuario secreto celebró numerosos ritos cuya entidad sigue siendo un secreto. Pero conviene recordar que Fabre no era sólo un teórico sino un operativo, ya que de sus especulaciones intelectuales extrae una auténtica magia ceremonial. En sus últimos años instituyó una religión de corte sincrético cuyas formulaciones quedaron reflejadas en una obra, La Teodosia universal, de la que sólo se conservan fragmentos.

En esta obra queda elaborada una nueva francmasonería, que toma su terminología de una especie de simbolismo agrícola -el «Celeste cultivo»- con el que se vincula no solamente con las teorías pitagóricas, de nuevo, sino con la ancestral iniciación egipcia.

Al igual que la masonería, el Celeste Cultivo implicaba tres grados: primer grado del pórtico o aspirante; segundo grado del pórtico, o labrador; y tercer grado del pórtico, o cultivador. La palabra sagrada para los tres grados era Hermes, y «el signo de admisión general es Poner un dedo de la mano derecha sobre a boca para expresar el silencio exigido por los misterios».

RITOS DE FABRE

Algunos de los ritos establecidos por Fabre, y de los que se tiene cierta información, concluían con ágapes llenos de un rico simbolismo.

Al estudiar la personalidad y las actividades de este notable hermetista, no falta quien aventura la hipótesis de que tal vez llegase a desencadenar en sus sesiones de magia operativa fuerzas poderosas que no llegó a controlar y que fueron, en definitiva, las causantes de su muerte terrible y poco aclarada. Sea como fuere, la figura de Fabre d'Olivet y su trabajo hermético generaron un buen número de simpatías tiempo después de su desaparición. Figuras tan dispares como Rilke, Breton o los ocultistas Stanislas de Guaita* y Saint-Yves d'Alveydre sintieron por él una gran admiración.

La línea de su pensamiento filosófico tampoco parece estar muy alejada del pensamiento oriental o del misticismo más acendrado. En la autopsia, ese grado de perfección al que se llega en los Misterios, el individuo -según sus palabras-ve caer ante sí el velo que le ha ocultado la verdad, y puede contemplar la naturaleza en todo su estado primigenio. Pero para poder alcanzar tal nivel sublime es preciso «que la inteligencia, penetrada por el rayo divino de la inspiración, llegue al entendimiento de una luz lo bastante viva como para disipar todas las ilusiones de los sentidos, exaltar el alma y despegarla enteramente de la materia...».

Todas las iniciaciones, todas las doctrinas mitológicas no tendían más que a aligerar el alma del peso de la materia, a purificarla, a iluminarla mediante irradiación de la inteligencia, al objeto de que, deseosa de los bienes espirituales y alzándose fuera del ciclo de las reencarnaciones, pudiera elevarse hasta la fuente de su existencia.


Wednesday, July 22, 2015

¿Qué es la Iniciación?

¿Qué es la Iniciación?


“¿Qué hora es?”, dijo el Prior.

“La del alba”, contestó El Guardián.

“La hora en que se rasgó el velo del templo y las tinieblas se derramaron por la consternada tierra y se eclipsó la luz y se rompieron los útiles del constructor y se ocultó la flamígera estrella y se hizo pedazos la piedra cúbica y se perdió la Palabra”.

Esa Palabra perdida ha sido desde el remoto origen de los tiempos la ambición de aquellos que querían hollar el secreto de los secretos.

Algunos pensaron encontrarla en el templo de Delfos, donde rezaba ese “Noscete Ipsum”; otros, los hijos espirituales de los Argonautas que conocían la ruta del jardín de las Hespérides, escribían en las piedras sus mensajes herméticos, signos incompresibles para aquellos que no habían sido iniciados en los misterios más profundos y cuyo descubrimiento y sabedora interpretación dotaba de la conciencia suficiente para desvelar las leyes de la energía, de la materia y del espíritu.

Dicen que el origen histórico de todos esos viajes en búsqueda de la Palabra perdida es posible reencontrarlo en la herencia que la tradición ha sabido guardar durante todas las centurias.

La iniciación sería el paso previo a ese descubrimiento y solo el que se haya ante ese único y estrecho portal y posea el valor suficiente para atravesarlo, podrá emprender el camino hacia el encuentro, hacia el despertar, hacia el infinito.

Es difícil tratar del origen histórico según las especulaciones esotéricas que cada escuela tiene sobre la transmisión de las influencias espirituales que toman como soporte los rituales y la sucesión iniciática. Cada uno deberá construir en sí mismo esa historia.

El eterno retorno hacia el “hombre primordial”, condición que se perdió tras la degradación que se conoce en el lenguaje tradicional como la “caída”, será la búsqueda que el neófito encontrará ante el proceso de la iniciación, largo proceso para acercarnos a ese estado tras sucesivas y distintas etapas.

Existen muchas interpretaciones sobre el significado y empleo de la palabra iniciación. El origen etimológico viene del latín initiare, que tiene la misma procedencia de initium, inicio o comienzo, viniendo las dos de in-tere, ir dentro o ingresar. En las sociedades tribales, según nos explica la antropología, señala el paso de la infancia a la edad adulta, con lo que el individuo gana la plenitud de sus derechos.

En sociedades más estratificadas, el rito se vuelve complejo y designa nuevos valores, nuevas intenciones, nuevos propósitos que deberá alcanzar mediante ritos de mortificación, pruebas de acreditación, en algunas sociedades practicando la circuncisión, tatuajes, ayunos e instrucciones morales y religiosas que motivarán un cambio radical de su presente situación. Es en las sociedades desarrolladas donde el fundamento iniciático representa un significado más profundo y complejo.

El iniciado ya no es el que pasa de una edad infantil a una vida sexual plena, sino que es instruido en unas ceremonias y en unos misterios herméticos y resguardados que hasta ahora habían resultado inaccesibles. La iniciación toma un sentido esotérico, misterioso que inculca curiosidad en los ávidos de conocimiento.

Un proceso que invita a la reflexión, al análisis y la investigación no solo externa, sino también interna.

Dicen que en el antiguo Egipto, los iniciados en los misterios, los hijos espirituales de Hermes Trismegistus - el tres veces grande, el maestro de maestros-, viajaron por todo el mundo transmitiendo esos conocimientos. Pasaron por la India, por los confines de Asia y Europa hasta llegar a todos los rincones donde el conocimiento pudiera ser resguardado en el secreto.

Es gracias a la influencia greco-oriental que recibieron estos conocimientos, cuando se empieza a hablar de sociedades secretas, de misterios y ritos que durante épocas y con diferente signo y forma han llegado desde diversas fuentes hasta nosotros.

Antes de penetrar en las disciplinas que engloban la iniciación y ser heredero de esos antiguos vigías del conocimiento, el neófito está expuesto a una serie de pruebas o interrogatorios para comprobar con todo tipo de rigor que se halla preparado para ello.

Los esoteristas hablan de aquella persona que tras pasar el sendero de probación, empieza a ser introducida por los Maestros de la Sabiduría en el conocimiento oculto que existe tras el velo de Isis, tras el mundo de las apariencias, como nos indica Platón en su famosa alegoría de la caverna.

Para ello es preparado con sumo rigor, dando las herramientas necesarias para poder interpretar mejor los símbolos. Una vez iniciado, debe entrar poco a poco en el mundo de los significados mediante el estudio y la meditación, y con el tiempo, transformar ese conocimiento y esa sabiduría en servicio a la comunidad en la que se desarrolla como alma iniciada.

Morir para nacer.

A la hora de definir la iniciación, existe una constante que persigue a todas las tradiciones, y ésta es el empleo simbólico de la palabra muerte. Iniciarse es nacer a otra realidad, y para poder hacerlo, primero es requisito indispensable morir en otra.

El aspirante que quiera entrar en los Misterios, debe primero saber y poder morir para así, como un hombre nuevo, nacer a la nueva conciencia; es lo que llaman el Segundo Nacimiento.

El rito de iniciación es un rito de muerte, igual que el que se práctica en algunas tribus para pasar de la vida infantil a la vida adulta: muere el niño, nace el hombre, con sus plenos derechos morales, de familia, de casamiento. A menudo juega un papel importante esta experiencia de la muerte simbólica -algunas organizaciones la representan incluso con tumbas, ataúdes u objetos que nos recuerden a la muerte que se preparan exclusivamente para ello- y la consiguiente resurrección en grados más avanzados.

Alice Bailey habla en sus libros de la resurrección como iniciación propiamente dicha; también las escuelas místicas cristianas, tales como los rosacruces hablan del símbolo de la cruz y la consiguiente resurrección de Cristo como un acto de iniciación superior. Max Heindel hacía hincapié en ese glorioso momento.

Algunas de estas representaciones simbólicas hacían referencia a la vuelta al útero materno y su correspondiente renacimiento.
Muchas pruebas y símbolos tienen que ver con ese nuevo renacer. Recordemos las pruebas del laberinto a las que se hacen referencia.

¿Qué encontramos en el centro del laberinto?

El que ha sido admitido en esta ceremonia de muerte y resurrección, es partícipe de un conocimiento que compartirá con un grupo limitado y para algunos, privilegiado. Será el nacimiento a una nueva fase o periodo vital, un fenómeno de transformación en el cual habrá una destrucción del antiguo rol y un retiro en el que, de forma anónima y voluntaria, se examinarán el sentido de la iniciación y las responsabilidades con ella adquiridas.

El principio de entrar a un nuevo estadio social o de conciencia, a una nueva realidad, es lo que determina la función dentro del contexto, que siempre es precedida por un verdadero deseo de conocimiento, de transformación y evolución interior. Muchas órdenes que practican la iniciación como referente, condición y principio esencial para pertenecer a ella, hablan de iniciación como ceremonia a través de la cual el candidato recibe la Luz y presta juramento de secreto y obediencia a esta institución de forma activa y natural.

Una vez recibida la Luz, el neófito pasa de pleno derecho y para siempre a pertenecer no solo a la Orden que le ha impreso el ritual en sus carnes, sino a esa gran familia de Iniciados extendida por la faz de la Tierra. En ese proceso irrevocable, la condición de iniciado le acompañará hasta el día de su muerte.

Dentro de estos rituales, debemos tener en cuenta la connotación simbólica de todo el proceso. Un nuevo iniciado no recibe toda la luz de una sola vez, como una revelación divina que le llevará a un alto grado de conciencia. El método es mucho más complejo. La iniciación en escuelas de misterios u órdenes iniciáticas supone una aproximación al Misterio que deberá ir revelándose gracias al esfuerzo y el trabajo constante.

La iniciación revela un gran proceso, un gran tránsito y un propósito que deberá seguirse con paciencia y rigor. Los símbolos, las alegorías, los pases, las contraseñas, el contacto con otros iniciados, con otro entender, con otra forma de ver y experimentar la vida, ya es de por sí una revelación consumada. Recibir la iniciación es un proceso que ha servido para perpetuar en el tiempo las grandes verdades ocultas. 

Al recibir la iniciación, el neófito, con su esfuerzo y dedicación estará preparado algún día para ser dador e instrumento de esa empresa. La iniciación consigue perpetuar en el espacio y en el tiempo aquello para lo que ha sido formulada. Si un eslabón muere, otros lo sustituirán.

Morirá el instrumento, pero no la tradición. En palabras de Aldo Lavagnini, "podemos considerar estas fraternidades y movimientos como el alma multiforme del Espíritu Uno de la Tradición Universal, que ha venido directamente y sin interrupción hasta nosotros de los antiguos Misterios".

Por lo tanto, un iniciado es el heredero directo de toda la tradición desde los tiempos remotos, desde el origen de toda civilización.
Aún así, muchas escuelas afirman que la iniciación simbólica solo explica un episodio que realmente se realiza en planos más sutiles. Cuando un neófito deja el mundo profano para entrar de lleno a un nuevo estadio o lugar sagrado, sus actos no tienen por qué reflejar su verdadero grado interior.

La iniciación simbólica puede ir acompañada de una verdadera iniciación espiritual, entrando de lleno en lo que algunos llaman el Sendero y la Jerarquía oculta del planeta.

Existen ordenes como la masonería que en según qué ritos llegan a tener una infinitud de grados para designar la perfección o perfectibilidad de un hombre. En la época de la Ilustración, era común racionalizar todos los ámbitos humanos, buscando siempre un orden existente.

La unidad psíquica de la humanidad, el progreso y la perfectibilidad no solo podían explicarse mediante secuencias evolutivas como las de Darwin para la biología, sino también culturales y espirituales.

Antropólogos como Morgan o Tylor desarrollaron sus propias teorías evolucionistas, siendo Tylor el padre de las teorías animistas, las cuales desarrollaban el concepto religión desde las fases más primitivas a la más desarrolladas, pasando por el politeísmo, el monoteísmo y acabando en la ciencia como culminación de ese hecho religioso.

Esas secuencias que empezaban desde lo más simple a lo más complejo, vieron su reflejo en las órdenes de índole iniciática. En ritos masónicos como el escocés existen hasta 33 grados, y en algunos egipcios más de 90 grados iniciáticos.

Los Iluminatis solían utilizar una docena de grados y los rosacruces infinitud de ellos., así como los martinistas, los templarios, los teosóficos, etc.

Algunas escuelas añaden la fórmula de auto iniciación, un proceso por el cual el neófito, mediante sus esfuerzos, es capaz de llegar a ciertos grados de aspiración espiritual. Estas doctrinas están en gran medida influenciadas por las enseñanzas de Aleister Crowley, quién nos indicaba que el grado iniciático no podía ser conferido sino que únicamente era adquirido por el trabajo y la disciplina iniciática.

En contra de estas afirmaciones, teníamos los postulados de Réne Guénon, donde en su obra “Apreciaciones sobre la Iniciación” nos habla de la imposibilidad de la auto iniciación o la iniciación por correspondencia, como muchas escuelas practican hoy día. Para entender ambas posturas, deberíamos llenar de significado y añadido todo lo que la palabra iniciación entraña.

Iniciación simbólica e iniciación real.

Se suele hablar de dos tipos de iniciación: la tradicional o simbólica, la cual se consigue en la estructura de una orden iniciática o un grupo que a su vez ha recibido la tradición, es decir, estamos aquí hablando de una iniciación humana y referenciada dentro de un marco reducido, de disciplina y estudio constante que intenta estimular por el rito o el trabajo iniciático continuo la que sería la segunda tipología de iniciación: la iniciación espiritual, mística o solar según quién la nombre, en la cual intervienen las fuerzas y las leyes cósmicas, siendo la estructura desarrollada desde la conciencia subjetiva de cada sujeto en el esfuerzo de su vida diaria.

Existirían pues, muchos iniciados que realizan su trabajo en el silencio de la vida diaria sin ser conscientes de su condición o grado o sin presumir de ella. La primera no es condición de la segunda, pero pueden ir perfectamente a la par.

Dentro de la estructura de la iniciación simbólica, existen, de cara a lo exterior o externo, a lo exotérico, unos preliminares casi indiscutibles.

Para poder ser iniciados necesitamos de una institución o medio que permita esta iniciación, de un maestro o figura que previamente haya sido receptor de esa tradición y así mismo, de un ritual que llene de significado el simbólico momento.

Esta estructura suele estar organizada y pensada para que no muera en el tiempo, sino, para que se perpetúe de forma infinita y pueda ser el principal nexo de transmisión, la forma por la cual se mantenga sin interrupción la continuidad de la llamada “cadena iniciática“. Sin embargo, la ceremonia en sí,

¿Es un puro trámite, una fórmula arbitraria o existe en ella un significado y una importancia que escapan a la observación superficial?

Así lo expresa Aldo Lavagnini y responde diciendo que cada receptor de la iniciación tiene el privilegio de contestar individualmente en proporción a su entendimiento y la iniciación será para él lo que él mismo la reconozca y realice.

Si es cierto lo que nos dicen, tras el velo de la iniciación simbólica, existe una iniciación real, una iniciación espiritual que nos abre la puerta hacia una realidad aún superior a la ya conocida o recibida mediante el rito:

Una Realidad profunda que constantemente se oculta bajo la apariencia exterior de las cosas, un eco de la Palabra Perdida que aún se transmite y perdura.


Thursday, July 16, 2015

Plotino

Plotino




(Licópolis, actual Egipto, 205-Campania, actual Italia, 270) Filósofo latino. Se le considera habitualmente como el fundador del neoplatonismo. Su pensamiento fue recopilado por su discípulo Porfirio en las Enéadas, seis libros divididos en nueve tratados cada uno. Su viaje con el emperador Gordiano le permitió tomar contacto con el pensamiento persa e indio, que difundió a su regreso (h. 244) en la escuela que abrió en Roma y en la cual enseñó a lo largo de veinticinco años.

Aunque Plotino presentaba sus enseñanzas como comentarios a la obra de Platón, su aportación trasciende el ejercicio de lectura y acaba generando un corpus peculiar aunque de clara resonancia platónica. Así, su doctrina responde a la demanda de espiritualidad y universalismo propia de la época a través de una síntesis del racionalismo griego y el pensamiento oriental.

Plotino defiende un monoteísmo, pero a diferencia del cristianismo, que propone un Dios personal, afirma la absoluta negatividad de Dios, al que llama «lo Uno», y del que no es posible predicar ningún atributo, pues ello conllevaría limitación y por tanto imperfección. Lo Uno es causa de todo lo demás, pero no como resultado de su voluntad, sino como efecto necesario de su absoluta perfección; lo Uno genera por emanación, sin pérdida de la propia sustancia, y lo producido se estructura en sucesivos grados de imperfección (Inteligencia, Alma) hasta llegar al grado más bajo, la materia, pura privación y antítesis absoluta de lo Uno.

Sin embargo, la materia aún refleja lo Uno, su fuente, y trata de retornar a él, en un movimiento de signo inverso que es igualmente necesario. El hombre, integrado en este movimiento de retorno a lo Uno, debe evitar el autoengaño en que ha caído al entregarse a la pluralidad de los objetos y acciones, y buscar la verdad en sí mismo y en la negación de todo objeto y mediación, incluido el propio yo, por lo que la doctrina de Plotino deriva en una contemplación de índole mística.