Friday, July 31, 2015

Vía Iniciática y Vía Mística - Capítulo I - René Guénon


Apercepciones sobre la Iniciación

(1946)

CAPÍTULO I

Vía Iniciática y Vía Mística

René Guénon


La confusión entre el dominio esotérico e iniciático y el dominio místico, o, si se prefiere, entre los puntos de vista que les corresponden respectivamente, es una de las que se cometen hoy con más frecuencia, y eso, parece, de una manera que no siempre es enteramente desinteresada; por lo demás, hay en eso una actitud bastante nueva, o que al menos, en ciertos medios, se ha generalizado mucho en estos últimos años, y es por lo que nos parece necesario comenzar por explicarnos claramente sobre este punto.
Está ahora de moda, si se puede decir, calificar de «místicas» a las doctrinas orientales mismas, comprendidas aquellas en las que no hay ni siquiera la sombra de una apariencia exterior que pudiera, para aquellos que no van más lejos, dar lugar a una tal calificación; el origen de esta falsa interpretación es naturalmente imputable a algunos orientalistas, que, por lo demás, al comienzo pueden no haber sido llevados a ella por una segunda intención claramente definida, sino tan solo por su incomprensión y por la determinación más o menos inconsciente, que les es habitual, de reducirlo todo a puntos de vista occidentales.

Pero después han venido otros que se han apoderado de esta asimilación abusiva, y que, viendo el partido que podrían sacar de ella para sus propios fines, se esfuerzan en propagar la idea en cuestión fuera del mundo especial, y en suma bastante restringido, de los orientalistas y de su clientela; y esto es más grave, no solo porque es por eso sobre todo como esta confusión se extiende cada vez más, sino también porque no es difícil percibir en ello las marcas inequívocas de una tentativa «anexionista» contra la cual importa estar sobre aviso.

En efecto, éstos a los que hacemos alusión aquí son aquellos que se pueden considerar como los negadores más «serios» del esoterismo, queremos decir con esto los exoteristas religiosos que se niegan a admitir nada que éste más allá de su propio dominio, pero que estiman sin duda esta asimilación o esta «anexión» más hábil que una negación brutal; y, al ver de qué manera algunos de entre ellos se aplican a disfrazar de «misticismo» las doctrinas más claramente iniciáticas, parece verdaderamente que esta tarea reviste a sus ojos un carácter particularmente urgente.

A decir verdad, habría no obstante, en ese mismo dominio religioso al que pertenece el misticismo, algo que, bajo ciertos aspectos, podría prestarse mejor a una aproximación, o más bien a una apariencia de aproximación: es lo que se designa por el término de «ascético», ya que en ello hay al menos un método «activo», en lugar de la ausencia de método y de la «pasividad» que caracterizan el misticismo, sobre los cuales tendremos que volver enseguida; pero no hay que decir que esas similitudes son completamente exteriores, y, por otra parte, esta «ascética» sólo tiene metas que son demasiado visiblemente limitadas como para poder ser utilizada ventajosamente de esta manera, mientras que, con el misticismo, nunca se sabe exactamente dónde se va, y esa vaguedad misma es ciertamente propicia a las confusiones.

Únicamente, aquellos que se libran a ese trabajo a propósito deliberado, al igual que aquellos que les siguen más o menos inconscientemente, no parecen sospechar que, en todo lo que se refiere a la iniciación, no hay en realidad nada de vago ni de nebuloso, sino al contrario, cosas muy precisas y muy «positivas»; y, de hecho, la iniciación es, por su naturaleza misma, propiamente incompatible con el misticismo.

Por lo demás, esta incompatibilidad no resulta de lo que implica originalmente la palabra «misticismo» misma, que está incluso manifiestamente emparentada a la antigua designación de los «misterios», es decir, a algo que pertenece al contrario al orden iniciático; pero esta palabra es de aquellas para las cuales, lejos de poder referirse únicamente a su etimología, uno está rigurosamente obligado, si se quiere hacer comprender, a tener en cuenta el sentido que le ha sido impuesto por el uso, y que es, de hecho, el único que se le atribuye actualmente.

Ahora bien, todo el mundo sabe lo que se entiende por «misticismo», desde hace ya muchos siglos, de suerte que ya no es posible emplear este término para designar otra cosa; y es eso lo que, decimos, no tiene y no puede tener nada en común con la iniciación, primero porque ese misticismo depende exclusivamente del dominio religioso, es decir, exotérico, y después porque la vía mística difiere de la vía iniciática por todos sus caracteres esenciales, y porque esta diferencia es tal que resulta entre ellas una verdadera incompatibilidad.

Por lo demás, precisamos que se trata de una incompatibilidad de hecho más bien que de principio, en el sentido de que, para nós, no se trata de ningún modo de negar el valor al menos relativo del misticismo, ni contestarle el lugar que puede pertenecerle legítimamente en algunas formas tradicionales; así pues, la vía iniciática y la vía mística pueden coexistir perfectamente, pero lo que queremos decir, es que es imposible que alguien siga a la vez la una y la otra, y eso incluso sin prejuzgar nada de la meta a la cual pueden conducir, aunque, por lo demás, ya se pueda presentir, en razón de la diferencia profunda de los dominios a los que cada una se refiere, que esa meta no podría ser la misma en realidad.

Hemos dicho que la confusión que hace ver a algunos misticismos, allí donde no hay el menor trazo de él, tiene su punto de partida en la tendencia a reducirlo todo a los puntos de vista occidentales; es que, en efecto, el misticismo propiamente dicho es algo exclusivamente occidental y, en el fondo, específicamente cristiano.

A este propósito, hemos tenido la ocasión de hacer una observación que nos parece lo bastante curiosa como para que la anotemos aquí: en un libro del que ya hemos hablado en otra parte, el filósofo Bergson, oponiendo lo que llama la «religión estática» y la «religión dinámica», ve la más alta expresión de esta última en el misticismo, que, por lo demás, no comprende apenas, y que admira sobre todo por lo que podríamos encontrar en él, al contrario, de vago e incluso de defectuoso bajo algunos aspectos; pero lo que puede parecer verdaderamente extraño por parte de un «no cristiano», es que, para él, el «misticismo completo», por poco satisfactoria que sea la idea que se hace de él, por ello no es menos el de los místicos cristianos.

En verdad, por una consecuencia necesaria de la poca estima que siente por la «religión estática», olvida demasiado que los místicos en cuestión son cristianos antes incluso de ser místicos, o al menos, para justificar que sean cristianos, coloca indebidamente el misticismo en el origen mismo del cristianismo; y, para establecer a este respecto una suerte de continuidad entre éste y el judaísmo, llega a transformar en «místicos» a los profetas judíos; evidentemente, del carácter de la misión de los profetas y de la naturaleza de su inspiración, no tiene ni la menor idea.

Sea como sea, si el misticismo cristiano, por deformada o disminuida que sea su concepción de él, es así a sus ojos el tipo mismo del misticismo, la razón de ello es, en el fondo, bien fácil de comprender: es que, de hecho y para hablar estrictamente, no existe apenas otro misticismo que ese; e incluso los místicos que se llaman «independientes», y que diríamos gustosamente «aberrantes», no se inspiran en realidad, aunque sea sin saberlo, sino de ideas cristianas desnaturalizadas y más o menos enteramente vacías de su contenido original.

Pero eso también, como tantas otras cosas, escapa a nuestro filósofo, que se esfuerza en descubrir, con anterioridad al cristianismo, «esbozos del misticismo futuro», mientras que, en realidad, se trata de cosas totalmente diferentes; hay así, concretamente sobre la India, algunas páginas que dan testimonio de una incomprensión inaudita.

Las hay también sobre los misterios griegos, y aquí la aproximación, fundada sobre el parentesco etimológico que hemos señalado más atrás, se reduce en suma a un torpe juego de palabras; por lo demás, Bergson se ve forzado a confesar él mismo que «la mayoría de los misterios no tuvieron nada de místicos»; pero entonces ¿por qué habla de ellos bajo este vocablo?
En cuanto a lo que fueron esos misterios, se hace de ellos la representación más «profana» que pueda darse; y, en verdad, ignorando todo de la iniciación, ¿cómo podría comprender que hubo allí, así como en la India, algo que en primer lugar no era de ningún modo de orden religioso, y que después iba incomparablemente más lejos que su «misticismo», e incluso, es menester decirlo, que el misticismo auténtico, que, por eso mismo de que se queda en el dominio puramente exotérico, tiene forzosamente también sus limitaciones?
No nos proponemos exponer al presente en detalle y de una manera completa todas las diferencias que separan en realidad los dos puntos de vista iniciático y místico, ya que solo eso requeriría todo un volumen; nuestra intención es sobre todo insistir aquí sobre la diferencia en virtud de la cual la iniciación, en su proceso mismo, presenta caracteres completamente diferentes de los del misticismo, hasta incluso opuestos, lo que basta para mostrar que se trata de dos «vías» no solo distintas, sino incompatibles en el sentido que ya hemos precisado.

Lo que se dice más frecuentemente a este respecto, es que el misticismo es «pasivo», mientras que la iniciación es «activa»; por lo demás, eso es muy verdadero, a condición de determinar bien la acepción en la que debe entenderse esto exactamente.

Eso significa sobre todo que, en el caso del misticismo, el individuo se limita a recibir simplemente lo que se presenta a él, y tal como se presenta, sin que él mismo cuente en eso para nada; y, digámoslo de inmediato, es en eso donde reside para él el peligro principal, por el hecho de que está «abierto» así a todas las influencias, de cualquier orden que sean, y de que además, en general y salvo raras excepciones, no tiene la preparación doctrinal que sería necesaria para permitirle establecer entre ellas una discriminación cualquiera.

En el caso de la iniciación, al contrario, es al individuo a quien pertenece la iniciativa de una «realización» que perseguirá metódicamente, bajo un control riguroso e incesante, y que deberá llevarle normalmente a rebasar las posibilidades mismas del individuo como tal; es indispensable agregar que esta iniciativa no es suficiente, ya que es bien evidente que el individuo no podría rebasarse a sí mismo por sus propios medios, pero, y es esto lo que nos importa por el momento, es esa iniciativa la que constituye obligatoriamente el punto de partida de toda «realización» para el iniciado, mientras que el místico no tiene ninguna, ni siquiera para cosas que no van en modo alguno más allá del dominio de las posibilidades individuales.

Esta distinción puede parecer ya bastante clara, puesto que muestra bien que no se podrían seguir a la vez las dos vías iniciática y mística, pero, no obstante, ella sola no podría bastar; podríamos decir incluso que no responde todavía más que al aspecto más «exotérico» de la cuestión, y, en todo caso, es demasiado incompleta en lo que concierne a la iniciación, de la que está muy lejos de incluir todas las condiciones necesarias; pero, antes de abordar el estudio de esas condiciones, todavía nos quedan que disipar algunas confusiones.

Antoine Fabre D´Olivet

Antoine Fabre D´Olivet

[Ganges, Francia, 1768 - París, Francia, 1825]

(1768-1825) Ocultista francés, fue el precursor, en cierta medida, del espiritismo. Fabre, conocido posteriormente corno Fabre d'Olivet, tuvo un infancia marcada por el sufrimiento, ya que sus padres, ambos protestantes, fueron víctimas de crueles persecuciones, que culminaron con el encarcelamiento de su madre en la famosa Tour de Constante. Posteriormente, la revolución acabó de arruinar a su familia. Amante de los libros y poseedor, ya en su juventud, de una considerable cultura, Fabre terminó instalándose en París, en donde entró en contacto con un grupo de hermetistas pitagóricos.

Tras una serie de incidencias durante el período revolucionario, en 1799 consiguió un puesto de funcionario en el Ministerio de la Guerra, cargo que le es confirmado durante el Primer Consulado de Bonaparte.

Es entonces cuando se hace amante de una muchacha que, poco después, terminará suicidándose y cuyas apariciones sobrenaturales habrán de decidir la orientación de Fabre. Creyéndose un auténtico hierofante, empieza a establecer una serie de comunicaciones entre los vivos y los muertos, convirtiéndose, como se ha dicho anteriormente, en un precursor del espiritismo*.

OBRA DE FABRE

Definitivamente instalado en París, en cuyo domicilio crea un misterioso santuario, Fabre d'Olivet se entrega a numerosas experiencias de magnetismo, hipnotismo y necromancia. Escribe también intensamente, estableciendo los fundamentos de una secta de corte pitagórico francmasón que tendrá, tras su muerte, una notable repercusión. Entre sus obras merece destacarse el monumental tratado Historia filosófica del género humano en donde expone su teoría sobre la relación Providencia-Destino-Voluntad.

Según puntualiza, esta tríada quedaría esquematizada de la siguiente manera: existe una entidad superior e inconcebible a la que tanto Dios como la materia deben sus cualidades propias. Los antiguos denominaban a tal entidad «destino». El hombre desempeña un papel de mediador entre la Providencia y el destino; y todo está sometido a esos tres poderes: Destino, Providencia y hombre. Todo excepto Dios, que contiene a los tres sin ser contenido.

La voluntad desempeña un papel fundamental, ya que es la forma de expresión del poder y de la dignidad del hombre. Esta voluntad puede «subyugar a la Naturaleza, permitiendo al individuo operar milagros». Al mismo tiempo, y dada su calidad de pitagórico convencido, Fabre estudia la aritmosofia, deduciendo que toda ciencia descansa en la armonía universal. Algunas de sus afirmaciones siguen teniendo un notable eco en nuestros días: «Existe una armonía perfecta entre el Cielo y la Tierra, entre lo inteligible y lo sensible, entre la sustancia indivisible y la divisible.

Así pues, lo que ocurre en una determinada región del universo es la imagen exacta de lo que ocurre en otra.» Aclaración significativa en su concepto de la voluntad es que ésta sólo puede encontrar su origen en el espíritu. La libertad no se nos concede gratuitamente, sino que hemos de conquistarla.

HERMETISMO EN FABRE

Hermetista fiel, insiste en el conocido principio de que el Universo, o macrocosmos, es homólogo del hombre, o microcosmos. Todo lo que está en uno tiene su debida correspondencia en el otro. Reitera y formula con gran claridad el principio de que lo semejante sólo produce lo semejante.

«Todo tiene su principio, y no puede tener más que uno. Las formas son las únicas que pueden variar.» Anticipándose en un siglo a Jung, Fabre advirtió el valor potencial del mito. Al estudiar el simbolismo esencial de los monumentos sagrados no dudó en afirmar que si tales monumentos son el fruto de la sabiduría, es necesario estudiar en primer lugar qué es esa sabiduría para poder descubrir, posteriormente, su vinculación con ellos.

En su santuario secreto celebró numerosos ritos cuya entidad sigue siendo un secreto. Pero conviene recordar que Fabre no era sólo un teórico sino un operativo, ya que de sus especulaciones intelectuales extrae una auténtica magia ceremonial. En sus últimos años instituyó una religión de corte sincrético cuyas formulaciones quedaron reflejadas en una obra, La Teodosia universal, de la que sólo se conservan fragmentos.

En esta obra queda elaborada una nueva francmasonería, que toma su terminología de una especie de simbolismo agrícola -el «Celeste cultivo»- con el que se vincula no solamente con las teorías pitagóricas, de nuevo, sino con la ancestral iniciación egipcia.

Al igual que la masonería, el Celeste Cultivo implicaba tres grados: primer grado del pórtico o aspirante; segundo grado del pórtico, o labrador; y tercer grado del pórtico, o cultivador. La palabra sagrada para los tres grados era Hermes, y «el signo de admisión general es Poner un dedo de la mano derecha sobre a boca para expresar el silencio exigido por los misterios».

RITOS DE FABRE

Algunos de los ritos establecidos por Fabre, y de los que se tiene cierta información, concluían con ágapes llenos de un rico simbolismo.

Al estudiar la personalidad y las actividades de este notable hermetista, no falta quien aventura la hipótesis de que tal vez llegase a desencadenar en sus sesiones de magia operativa fuerzas poderosas que no llegó a controlar y que fueron, en definitiva, las causantes de su muerte terrible y poco aclarada. Sea como fuere, la figura de Fabre d'Olivet y su trabajo hermético generaron un buen número de simpatías tiempo después de su desaparición. Figuras tan dispares como Rilke, Breton o los ocultistas Stanislas de Guaita* y Saint-Yves d'Alveydre sintieron por él una gran admiración.

La línea de su pensamiento filosófico tampoco parece estar muy alejada del pensamiento oriental o del misticismo más acendrado. En la autopsia, ese grado de perfección al que se llega en los Misterios, el individuo -según sus palabras-ve caer ante sí el velo que le ha ocultado la verdad, y puede contemplar la naturaleza en todo su estado primigenio. Pero para poder alcanzar tal nivel sublime es preciso «que la inteligencia, penetrada por el rayo divino de la inspiración, llegue al entendimiento de una luz lo bastante viva como para disipar todas las ilusiones de los sentidos, exaltar el alma y despegarla enteramente de la materia...».

Todas las iniciaciones, todas las doctrinas mitológicas no tendían más que a aligerar el alma del peso de la materia, a purificarla, a iluminarla mediante irradiación de la inteligencia, al objeto de que, deseosa de los bienes espirituales y alzándose fuera del ciclo de las reencarnaciones, pudiera elevarse hasta la fuente de su existencia.


Wednesday, July 22, 2015

¿Qué es la Iniciación?

¿Qué es la Iniciación?


“¿Qué hora es?”, dijo el Prior.

“La del alba”, contestó El Guardián.

“La hora en que se rasgó el velo del templo y las tinieblas se derramaron por la consternada tierra y se eclipsó la luz y se rompieron los útiles del constructor y se ocultó la flamígera estrella y se hizo pedazos la piedra cúbica y se perdió la Palabra”.

Esa Palabra perdida ha sido desde el remoto origen de los tiempos la ambición de aquellos que querían hollar el secreto de los secretos.

Algunos pensaron encontrarla en el templo de Delfos, donde rezaba ese “Noscete Ipsum”; otros, los hijos espirituales de los Argonautas que conocían la ruta del jardín de las Hespérides, escribían en las piedras sus mensajes herméticos, signos incompresibles para aquellos que no habían sido iniciados en los misterios más profundos y cuyo descubrimiento y sabedora interpretación dotaba de la conciencia suficiente para desvelar las leyes de la energía, de la materia y del espíritu.

Dicen que el origen histórico de todos esos viajes en búsqueda de la Palabra perdida es posible reencontrarlo en la herencia que la tradición ha sabido guardar durante todas las centurias.

La iniciación sería el paso previo a ese descubrimiento y solo el que se haya ante ese único y estrecho portal y posea el valor suficiente para atravesarlo, podrá emprender el camino hacia el encuentro, hacia el despertar, hacia el infinito.

Es difícil tratar del origen histórico según las especulaciones esotéricas que cada escuela tiene sobre la transmisión de las influencias espirituales que toman como soporte los rituales y la sucesión iniciática. Cada uno deberá construir en sí mismo esa historia.

El eterno retorno hacia el “hombre primordial”, condición que se perdió tras la degradación que se conoce en el lenguaje tradicional como la “caída”, será la búsqueda que el neófito encontrará ante el proceso de la iniciación, largo proceso para acercarnos a ese estado tras sucesivas y distintas etapas.

Existen muchas interpretaciones sobre el significado y empleo de la palabra iniciación. El origen etimológico viene del latín initiare, que tiene la misma procedencia de initium, inicio o comienzo, viniendo las dos de in-tere, ir dentro o ingresar. En las sociedades tribales, según nos explica la antropología, señala el paso de la infancia a la edad adulta, con lo que el individuo gana la plenitud de sus derechos.

En sociedades más estratificadas, el rito se vuelve complejo y designa nuevos valores, nuevas intenciones, nuevos propósitos que deberá alcanzar mediante ritos de mortificación, pruebas de acreditación, en algunas sociedades practicando la circuncisión, tatuajes, ayunos e instrucciones morales y religiosas que motivarán un cambio radical de su presente situación. Es en las sociedades desarrolladas donde el fundamento iniciático representa un significado más profundo y complejo.

El iniciado ya no es el que pasa de una edad infantil a una vida sexual plena, sino que es instruido en unas ceremonias y en unos misterios herméticos y resguardados que hasta ahora habían resultado inaccesibles. La iniciación toma un sentido esotérico, misterioso que inculca curiosidad en los ávidos de conocimiento.

Un proceso que invita a la reflexión, al análisis y la investigación no solo externa, sino también interna.

Dicen que en el antiguo Egipto, los iniciados en los misterios, los hijos espirituales de Hermes Trismegistus - el tres veces grande, el maestro de maestros-, viajaron por todo el mundo transmitiendo esos conocimientos. Pasaron por la India, por los confines de Asia y Europa hasta llegar a todos los rincones donde el conocimiento pudiera ser resguardado en el secreto.

Es gracias a la influencia greco-oriental que recibieron estos conocimientos, cuando se empieza a hablar de sociedades secretas, de misterios y ritos que durante épocas y con diferente signo y forma han llegado desde diversas fuentes hasta nosotros.

Antes de penetrar en las disciplinas que engloban la iniciación y ser heredero de esos antiguos vigías del conocimiento, el neófito está expuesto a una serie de pruebas o interrogatorios para comprobar con todo tipo de rigor que se halla preparado para ello.

Los esoteristas hablan de aquella persona que tras pasar el sendero de probación, empieza a ser introducida por los Maestros de la Sabiduría en el conocimiento oculto que existe tras el velo de Isis, tras el mundo de las apariencias, como nos indica Platón en su famosa alegoría de la caverna.

Para ello es preparado con sumo rigor, dando las herramientas necesarias para poder interpretar mejor los símbolos. Una vez iniciado, debe entrar poco a poco en el mundo de los significados mediante el estudio y la meditación, y con el tiempo, transformar ese conocimiento y esa sabiduría en servicio a la comunidad en la que se desarrolla como alma iniciada.

Morir para nacer.

A la hora de definir la iniciación, existe una constante que persigue a todas las tradiciones, y ésta es el empleo simbólico de la palabra muerte. Iniciarse es nacer a otra realidad, y para poder hacerlo, primero es requisito indispensable morir en otra.

El aspirante que quiera entrar en los Misterios, debe primero saber y poder morir para así, como un hombre nuevo, nacer a la nueva conciencia; es lo que llaman el Segundo Nacimiento.

El rito de iniciación es un rito de muerte, igual que el que se práctica en algunas tribus para pasar de la vida infantil a la vida adulta: muere el niño, nace el hombre, con sus plenos derechos morales, de familia, de casamiento. A menudo juega un papel importante esta experiencia de la muerte simbólica -algunas organizaciones la representan incluso con tumbas, ataúdes u objetos que nos recuerden a la muerte que se preparan exclusivamente para ello- y la consiguiente resurrección en grados más avanzados.

Alice Bailey habla en sus libros de la resurrección como iniciación propiamente dicha; también las escuelas místicas cristianas, tales como los rosacruces hablan del símbolo de la cruz y la consiguiente resurrección de Cristo como un acto de iniciación superior. Max Heindel hacía hincapié en ese glorioso momento.

Algunas de estas representaciones simbólicas hacían referencia a la vuelta al útero materno y su correspondiente renacimiento.
Muchas pruebas y símbolos tienen que ver con ese nuevo renacer. Recordemos las pruebas del laberinto a las que se hacen referencia.

¿Qué encontramos en el centro del laberinto?

El que ha sido admitido en esta ceremonia de muerte y resurrección, es partícipe de un conocimiento que compartirá con un grupo limitado y para algunos, privilegiado. Será el nacimiento a una nueva fase o periodo vital, un fenómeno de transformación en el cual habrá una destrucción del antiguo rol y un retiro en el que, de forma anónima y voluntaria, se examinarán el sentido de la iniciación y las responsabilidades con ella adquiridas.

El principio de entrar a un nuevo estadio social o de conciencia, a una nueva realidad, es lo que determina la función dentro del contexto, que siempre es precedida por un verdadero deseo de conocimiento, de transformación y evolución interior. Muchas órdenes que practican la iniciación como referente, condición y principio esencial para pertenecer a ella, hablan de iniciación como ceremonia a través de la cual el candidato recibe la Luz y presta juramento de secreto y obediencia a esta institución de forma activa y natural.

Una vez recibida la Luz, el neófito pasa de pleno derecho y para siempre a pertenecer no solo a la Orden que le ha impreso el ritual en sus carnes, sino a esa gran familia de Iniciados extendida por la faz de la Tierra. En ese proceso irrevocable, la condición de iniciado le acompañará hasta el día de su muerte.

Dentro de estos rituales, debemos tener en cuenta la connotación simbólica de todo el proceso. Un nuevo iniciado no recibe toda la luz de una sola vez, como una revelación divina que le llevará a un alto grado de conciencia. El método es mucho más complejo. La iniciación en escuelas de misterios u órdenes iniciáticas supone una aproximación al Misterio que deberá ir revelándose gracias al esfuerzo y el trabajo constante.

La iniciación revela un gran proceso, un gran tránsito y un propósito que deberá seguirse con paciencia y rigor. Los símbolos, las alegorías, los pases, las contraseñas, el contacto con otros iniciados, con otro entender, con otra forma de ver y experimentar la vida, ya es de por sí una revelación consumada. Recibir la iniciación es un proceso que ha servido para perpetuar en el tiempo las grandes verdades ocultas. 

Al recibir la iniciación, el neófito, con su esfuerzo y dedicación estará preparado algún día para ser dador e instrumento de esa empresa. La iniciación consigue perpetuar en el espacio y en el tiempo aquello para lo que ha sido formulada. Si un eslabón muere, otros lo sustituirán.

Morirá el instrumento, pero no la tradición. En palabras de Aldo Lavagnini, "podemos considerar estas fraternidades y movimientos como el alma multiforme del Espíritu Uno de la Tradición Universal, que ha venido directamente y sin interrupción hasta nosotros de los antiguos Misterios".

Por lo tanto, un iniciado es el heredero directo de toda la tradición desde los tiempos remotos, desde el origen de toda civilización.
Aún así, muchas escuelas afirman que la iniciación simbólica solo explica un episodio que realmente se realiza en planos más sutiles. Cuando un neófito deja el mundo profano para entrar de lleno a un nuevo estadio o lugar sagrado, sus actos no tienen por qué reflejar su verdadero grado interior.

La iniciación simbólica puede ir acompañada de una verdadera iniciación espiritual, entrando de lleno en lo que algunos llaman el Sendero y la Jerarquía oculta del planeta.

Existen ordenes como la masonería que en según qué ritos llegan a tener una infinitud de grados para designar la perfección o perfectibilidad de un hombre. En la época de la Ilustración, era común racionalizar todos los ámbitos humanos, buscando siempre un orden existente.

La unidad psíquica de la humanidad, el progreso y la perfectibilidad no solo podían explicarse mediante secuencias evolutivas como las de Darwin para la biología, sino también culturales y espirituales.

Antropólogos como Morgan o Tylor desarrollaron sus propias teorías evolucionistas, siendo Tylor el padre de las teorías animistas, las cuales desarrollaban el concepto religión desde las fases más primitivas a la más desarrolladas, pasando por el politeísmo, el monoteísmo y acabando en la ciencia como culminación de ese hecho religioso.

Esas secuencias que empezaban desde lo más simple a lo más complejo, vieron su reflejo en las órdenes de índole iniciática. En ritos masónicos como el escocés existen hasta 33 grados, y en algunos egipcios más de 90 grados iniciáticos.

Los Iluminatis solían utilizar una docena de grados y los rosacruces infinitud de ellos., así como los martinistas, los templarios, los teosóficos, etc.

Algunas escuelas añaden la fórmula de auto iniciación, un proceso por el cual el neófito, mediante sus esfuerzos, es capaz de llegar a ciertos grados de aspiración espiritual. Estas doctrinas están en gran medida influenciadas por las enseñanzas de Aleister Crowley, quién nos indicaba que el grado iniciático no podía ser conferido sino que únicamente era adquirido por el trabajo y la disciplina iniciática.

En contra de estas afirmaciones, teníamos los postulados de Réne Guénon, donde en su obra “Apreciaciones sobre la Iniciación” nos habla de la imposibilidad de la auto iniciación o la iniciación por correspondencia, como muchas escuelas practican hoy día. Para entender ambas posturas, deberíamos llenar de significado y añadido todo lo que la palabra iniciación entraña.

Iniciación simbólica e iniciación real.

Se suele hablar de dos tipos de iniciación: la tradicional o simbólica, la cual se consigue en la estructura de una orden iniciática o un grupo que a su vez ha recibido la tradición, es decir, estamos aquí hablando de una iniciación humana y referenciada dentro de un marco reducido, de disciplina y estudio constante que intenta estimular por el rito o el trabajo iniciático continuo la que sería la segunda tipología de iniciación: la iniciación espiritual, mística o solar según quién la nombre, en la cual intervienen las fuerzas y las leyes cósmicas, siendo la estructura desarrollada desde la conciencia subjetiva de cada sujeto en el esfuerzo de su vida diaria.

Existirían pues, muchos iniciados que realizan su trabajo en el silencio de la vida diaria sin ser conscientes de su condición o grado o sin presumir de ella. La primera no es condición de la segunda, pero pueden ir perfectamente a la par.

Dentro de la estructura de la iniciación simbólica, existen, de cara a lo exterior o externo, a lo exotérico, unos preliminares casi indiscutibles.

Para poder ser iniciados necesitamos de una institución o medio que permita esta iniciación, de un maestro o figura que previamente haya sido receptor de esa tradición y así mismo, de un ritual que llene de significado el simbólico momento.

Esta estructura suele estar organizada y pensada para que no muera en el tiempo, sino, para que se perpetúe de forma infinita y pueda ser el principal nexo de transmisión, la forma por la cual se mantenga sin interrupción la continuidad de la llamada “cadena iniciática“. Sin embargo, la ceremonia en sí,

¿Es un puro trámite, una fórmula arbitraria o existe en ella un significado y una importancia que escapan a la observación superficial?

Así lo expresa Aldo Lavagnini y responde diciendo que cada receptor de la iniciación tiene el privilegio de contestar individualmente en proporción a su entendimiento y la iniciación será para él lo que él mismo la reconozca y realice.

Si es cierto lo que nos dicen, tras el velo de la iniciación simbólica, existe una iniciación real, una iniciación espiritual que nos abre la puerta hacia una realidad aún superior a la ya conocida o recibida mediante el rito:

Una Realidad profunda que constantemente se oculta bajo la apariencia exterior de las cosas, un eco de la Palabra Perdida que aún se transmite y perdura.


Thursday, July 16, 2015

Plotino

Plotino




(Licópolis, actual Egipto, 205-Campania, actual Italia, 270) Filósofo latino. Se le considera habitualmente como el fundador del neoplatonismo. Su pensamiento fue recopilado por su discípulo Porfirio en las Enéadas, seis libros divididos en nueve tratados cada uno. Su viaje con el emperador Gordiano le permitió tomar contacto con el pensamiento persa e indio, que difundió a su regreso (h. 244) en la escuela que abrió en Roma y en la cual enseñó a lo largo de veinticinco años.

Aunque Plotino presentaba sus enseñanzas como comentarios a la obra de Platón, su aportación trasciende el ejercicio de lectura y acaba generando un corpus peculiar aunque de clara resonancia platónica. Así, su doctrina responde a la demanda de espiritualidad y universalismo propia de la época a través de una síntesis del racionalismo griego y el pensamiento oriental.

Plotino defiende un monoteísmo, pero a diferencia del cristianismo, que propone un Dios personal, afirma la absoluta negatividad de Dios, al que llama «lo Uno», y del que no es posible predicar ningún atributo, pues ello conllevaría limitación y por tanto imperfección. Lo Uno es causa de todo lo demás, pero no como resultado de su voluntad, sino como efecto necesario de su absoluta perfección; lo Uno genera por emanación, sin pérdida de la propia sustancia, y lo producido se estructura en sucesivos grados de imperfección (Inteligencia, Alma) hasta llegar al grado más bajo, la materia, pura privación y antítesis absoluta de lo Uno.

Sin embargo, la materia aún refleja lo Uno, su fuente, y trata de retornar a él, en un movimiento de signo inverso que es igualmente necesario. El hombre, integrado en este movimiento de retorno a lo Uno, debe evitar el autoengaño en que ha caído al entregarse a la pluralidad de los objetos y acciones, y buscar la verdad en sí mismo y en la negación de todo objeto y mediación, incluido el propio yo, por lo que la doctrina de Plotino deriva en una contemplación de índole mística.

Monday, July 6, 2015

El Régimen Escocés Rectificado en la América Hispana - Eduardo R. Callaey

El Régimen Escocés Rectificado

En la América Hispana

SIC TRANSIT GLORIA MUNDI


Pocos hubieran imaginado, hace apenas cinco o seis años, que una masonería de corte netamente cristiano pudiera hacer pié en América Latina. A contrapelo de lo que parecía ser la tendencia inevitable -un giro abierto y vigoroso hacia el agnosticismo en algunos casos, y la defenestración lisa y llana de la tradición espiritual de la Orden en otros- algunos creímos que había llegado la hora de recuperar para nuestros países uno de los ritos masónicos más antiguos, poseedor de una doctrina que aún conserva la esencia de la Tradición Iniciática Cristiana. Así las cosas, los ojos se volvieron hacia la vieja Europa y comenzó una etapa histórica para la masonería en este lado del Atlántico.

Cinco años después de que el primer Triángulo Masónico Rectificado desembarcara en México, hoy comienzan a consolidarse logias en México DF (Santo Grial), Buenos Aires (Cruz del Sur Nº7) y Costa Rica (San Juan de la Perseverancia), a la vez que otros Triángulos Rectificados, algunos ya constituidos y otros en formación, preanuncian que el número de logias practicantes del Rito Escocés Rectificado crecerá, inexorablemente, en los próximos años.

La presencia de Maestros Escoceses de San Andrés, en ambas puntas del extenso continente hispano parlante, comienza a asegurar la continuidad y la presencia del rito y augura el pronto desembarco de la Orden Interior, que conforma la estructura fundamental del denominado Régimen Escocés Rectificado.

Como ocurre con la masonería en su conjunto, el RER no está exento de diferencias internas que hacen que hoy se practique bajo diferentes Obediencias. Sin embargo, el hecho que quiero destacar, más allá de la cuestión obediencial –siempre inestable en la masonería contemporánea- es la experiencia latinoamericana. Una experiencia que se encuentra en plena etapa dinámica y que ha requerido una suerte de reaprendizaje, especialmente para aquellos que provenimos del REAA, rito hasta hoy casi hegemónico en el continente.

La Masonería Rectificada, nacida de la unión de los reformistas de Lyon liderados por Willermoz con la Orden de la Estrica Observancia Templaria, comandada por el duque Ferdinand de Brunwick, se presenta ante nosotros con una extrema sencillez. Alejada de las planchas eruditas, de la acumulación de grados y honores, el RER vuelve su mirada al Evangelio y retorna a la simpleza del cristianismo más puro, invitando al iniciado a morir para vivir en plenitud con el desafió espiritual al que se ha sometido de su libre y espontánea voluntad. Se nos hace entonces la pregunta más frecuente ¿Para qué sois masones si sois cristianos? La pregunta lleva consigo el germen de la confusión que reina en la masonería. ¿Por qué razón habría de ser incompatible con el cristianismo un arte que nació a la sombra –o mejor dicho en los cimientos- de las catedrales?

El Régimen que vió la luz en la localidad alemana de Wilhelmsbad, en el Convento que lleva su nombre, llevado a cabo en 1782, intentaba precisamente poner fin a esta confusión. Fue entonces cuando se erigió la figura del arquitecto Phaleg para que todos comprendiesen el origen de la confusión babeliana.

Los fundadores del RER ya habían visto con preocupación lo que hoy seguimos viendo en el seno de tantas obediencias que atraen a los buscadores de influencias, a los cazadores de negocios, a los que buscan refugio a su soledad y su fracaso. En pleno siglo XVIII, Willermoz, Joseph de Maistre y muchos otros ya conocían las “logias de taberna” en las que reinaban los dioses paganos con Baco a la cabeza, apartándose a pasos firmes de aquella Orden que habían soñado los grandes maestros de los tiempos operativos.

América Latina poco conoció de esta masonería espiritual e iniciática nacida del deseo de algunos hombres de retornar al Reino espiritual del que algún día fueron separados. El continente latinoamericano vio llegar en las naves europeas a una masonería revolucionaria, convertida en elemento de penetración política, cuyo principal anhelo era el de expandir los ideales de la Revolución Francesa o abrir nuevas rutas al comercio, asegurando su influencia en los Estados que comenzaban a nacer en estas tierras. Desde entonces, los masones de este lado del Atlántico fueron percibidos como agentes republicanos cuya prioridad se encontraba dirigida principalmente a la acción emancipadora y a la derrota definitiva de las monarquías y de la Iglesia. Esa percepción es la que lleva a muchos HH.·. a preguntarse qué sentido tiene una masonería cristiana. La respuesta es sencilla: El mismo que tenía hace siglos, cuando un maestro masón construía su propio Templo Interior en la medida que construía uno real, capaz de impactar en el alma y en el corazón de los fieles, con su luz, sus proporciones, sus columnas y su lenguaje de piedra.

Curiosamente es mucho más sencillo para un monje entender por qué un cristiano necesita abrazar la vía iniciática de la masonería que para muchos masones liberales comprender qué puede llevar a un masón a integrar el cristianismo en sus rituales. Nuevamente la respuesta es sencilla: Fueron los monjes benedictinos quienes hicieron las primeras constituciones masónicas; fueron ellos quienes hicieron la primera descripción simbólica del Templo de Salomón y fueron ellos quienes escribieron en sus manuales qué virtudes debían esperarse de alguien que pretendiera construir un Templo.

Si esta masonería no fuera necesaria, si se tratase de una mera infiltración religiosa como muchos pretenden cuando –de mala fe- asocian al Rectificado con la Iglesia Católica o con el Opus Dei, no hubiera encontrado suelo fértil en la extensa América Hispana. Y esto, precisamente, es lo que está sucediendo: El Rectificado se expande; los HH.·. preguntan, se interesan, comienzan a comprender que sus rituales han sido mutilados a piacere por algunas Grandes Logias y encuentran, en la sencillez de nuestro Rito, los agujeros que explican el sentido final, como si de pronto se completase un abecedario que había sido furtivamente cercenado.

¿Qué sucederá en el futuro? Me animo a decir que, como siempre, todo dependerá de una rara virtud que escasea en la modernidad: La permanencia. Cuando un puñado de hombres, empeñados en una causa justa, se mantiene de pie –Adhuc Stat, dice nuestra Divisa del Primer Grado- todo es posible. Y lo que ha ocurrido aquí es que un puñado de HH.·. decidió permanecer de pie. En definitiva, ¿No hemos aprendido acaso que la voluntad es una de las virtudes que transforma la Piedra?

El RER no cesará de crecer. Los que nos atacan, los que nos resisten, tendrán que comprender que ha llegado el momento de honrar la tolerancia, aún con los masones cristianos, aunque resulte increíble tener que escribir esto. Se acostumbrarán a nuestros tricornios, al color verde de los Maestros Escoceses, a una nueva literatura que regresa a las fuentes de nuestra Tradición con la pluma de los viejos Maestros Fundadores y de otros nuevos, cuyos nombres ya comienzan a reverberar en nuestras tierras, como Jean Fracois Var, Jean Marc Vivenza, Daniel Fontaine a la espera de que surja una literatura masónica propia que haga honor a nuestra masonería cristiana. Salud a todos los HH.·. Rectificados de América Latina. Hagamos honor a la hora y recordemos que después de todo “Sic Transit Gloria Mundi”


Publicado por Eduardo R. Callaey

Fuente:  El Régimen Escocés Rectificado en la América Hispana

Wednesday, June 10, 2015

El Poder del Perdón Por Carmelo Ríos

El Poder del Perdón

Por Carmelo Ríos

Tal vez el perdón sea el acto más sabio, más profundo y más liberador que un ser humano pueda realizar en esta vida, y a la vez el que más le acerca a Dios, que es perdón absoluto, absolución eterna y eternidad liberadora. 

Al candidato en el umbral de la Iniciación se le pide que haga tabla rasa con su pasado, que perdone, que olvide, para abrirse a una nueva posibilidad de vida en esta misma existencia que se ofrece ahora, a cambio de la capitulación del yo mismo, de la rendición incondicional ante una fuerza o luz infinitamente más poderosa que el ego. 

Acaso el perdón sea el único gesto soberano que el ser humano puede hacer antes de morir y renacer en vida por el proceso mismo de la alquimia del espíritu. Perdonar es un acto de sacrificio, pues renunciamos a la venganza, al desquite, a la justa o injusta compensación.

Hay varias formas de perdón. Primeramente está el valeroso acto de pedir perdón, no solamente a los seres humanos, sino a la Naturaleza y al Universo visible o invisible. Elevar nuestra mirada y nuestras manos hacia la noche estrellada y pedir perdón al Infinito por nuestra mediocridad, por nuestra ingratitud, por nuestra ignorancia y nuestra falta de amor. 

Pero, cuan a menudo nuestro orgullo, que es el adversario por excelencia del amor y de la luz, nos ha impedido pedir perdón, no como un gesto de cortesía o de superflua e hipócrita norma social, sino desde una profunda contrición, desde una sincera humildad, desde la urgente necesidad de reconciliarse, de redimir, de establecer la paz, la tregua o el armisticio de las situaciones más imperdonables aun en medio del campo de batalla de las difíciles relaciones humanas, y decir desde los más hondo de nuestro sentir: lo siento, lo siento mucho, te pido perdón. 

Acaso pedir perdón, con valor, con humildad, con absoluta entrega y desde el corazón roto sea otro acto soberano que caracteriza al verdadero buscador espiritual, al peregrino del Amor, al genuino capitán, al auténtico líder de los hombres, pues nuestra capacidad de perdonar y de pedir perdón es sinónima de nuestra grandeza de alma.

Martin Luther King dijo que aquel que es incapaz de perdonar es incapaz de amar. El perdón renueva nuestra vida y pone fin a los asuntos pendientes, nos da otra oportunidad, nos ofrece la posibilidad de redimir lo pasado, nos saca del infierno en vida del rencor, del resentimiento, de la cólera, de la idea de venganza, e incluso de justicia, y nos permite la entrada libre en el Reino de los Cielos, que no es un lugar allende de las estrellas, sino un estado de la mente y del corazón compasivo, expandido y redimido. 

Los Maestros de todas las tradiciones espirituales nos recuerdan constantemente que pidamos perdón y que perdonemos antes de que sea demasiado tarde, pues el perdón es un acto primordial de inteligencia espiritual y de compasión hacia nosotros mismos, y acaso sea la compasión la lección que todos los seres venimos aprender a esta tierra. Perdonar es también un acto de profunda sabiduría, pues como dijo León Tolstoy:"comprenderlo todo es perdonarlo todo".

Perdonar es olvidar. Solo alguien muy oscuro o ignorante puede decir "perdono pero no olvido". Precisamente la ciencia ha descubierto que una de las funciones principales de la memoria es su capacidad de olvidar. ¿Y cuantas veces deberemos olvidar las ofensas, perdonar a nuestro hermano, a nuestro prójimo como a nosotros mismos? El Maestro del Amor nos dice categóricamente: ¡setenta veces siete! 

¿Pero existe aún algo más difícil, más salutífero y más redentor que perdonar o pedir perdón? Si, perdonarse a uno mismo. Un viejo axioma de Confucio dice: "Perdonárselo todo a aquel que es incapaz de perdonarse a sí mismo". 

¡Perdonarme a mí mismo! Eso es algo para lo cual uno no se siente nunca suficientemente preparado, ni entrenado, ni incluso "autorizado". Preferimos vivir en el purgatorio moral del desaliento, de la mortificación, de la auto-culpa, no perdonarnos y como consecuencia, no perdonar, alimentando con la memoria el hedor lúgubre de la pena, del remordimiento y la tristeza, que marchitan nuestras vidas y nos arrebatan el precioso don de la alegría, tal vez esperando que algo o alguien, quizás un sacerdote, un santo, un ángel o una fuerza sobre-natural haga por nosotros lo que nadie puede hacer por nosotros.

¿Alguna vez nos hemos atrevido a decirnos frente al espejo, pronunciando nuestro nombre: ¡te perdono! Te perdono de corazón, total y absolutamente, y te dejo libre?, como se lo diríamos a nuestro único hijo adolescente que se hallara apesadumbrado por las consecuencias de una decisión errónea o de un acto equivocado
Y aun en la distancia, podemos pedir perdón y perdonar, pues la energía sigue al pensamiento y estas imágenes, clichés y vibraciones sutiles de perdón y de anhelo de reconciliación, viajarán por el éter en busca de la unidad con el otro y de la Divina Armonía que ponen fin al dolor y al sufrimiento, a veces de muchas vidas pasadas. 

Pero, nos preguntaremos, ¿y si el otro- si es que existe un "otro" que no sea yo mismo fuera de mi- no desea la paz, no busca la reconciliación, la curación de lo incurable? El Maestro Philippe de Lyón nos dice que hablemos entonces con nuestro Ángel de la Guarda para que hable con el Ángel Guardián nuestro "adversario" y que ambos lleguen a un acuerdo.

El Maestro Philippe daba una importancia extraordinaria al perdón. En muchas de sus enseñanzas hacía referencia a la necesidad absoluta de perdonar y de pedir perdón:

- "En la vida progresamos sin cesar, y en la medida en que progresamos, cambiamos de guía. De ahí la necesidad de hacer la paz INMEDIATAMENTE con los enemigos, pues, ofendiendo a los enemigos, ofendemos a su guía, y la paz solo puede ser hecha entre los mismos interesados. Sino, habrá que esperar a que en una serie de reencarnaciones el mismo periodo se produzca y que el perdón sea acordado. Es necesario, incluso, que el ofendido rece por el ofensor".

Que redención, que alegría, que júbilo el perdonar y pedir perdón, ¡pero que gloria aun mayor es perdonarse a sí mismo! Si no me perdono, si no me olvido, si me juzgo, si me condeno y no me exculpo, me aferro al dolor, a la necesidad de sufrir, a la culpa, y consecuentemente, espero el castigo o el mal karma. ¿Y qué puedo crear, en que puedo creer, como puedo crecer si me aferro al dolor, a la culpa y al sufrimiento que conllevan los supuestos errores cometidos en un pasado sobre el cual ya no tengo ningún imperio? ¿Qué ha ocurrido en la historia de la humanidad cuando los hombres han erigido ideologías, religiones y filosofías basadas en el dolor, el miedo y la culpa? 

Se cuenta que en una ocasión, un prisionero de un campo de concentración le preguntó a otro: ¿has perdonado a los nazis? Y este le contestó: ¡nunca! El otro le respondió: ¡entonces, aun te tienen prisionero!

Los sufíes dicen: "El enemigo está agotado de ti". Y busca también su redención, su absolución, su perdón. Pues el perdón libera al que es perdonado y con frecuencia también al que perdona. Los Evangelios dicen que el propio Jesús el Cristo perdonó a sus verdugos, pues como la mayoría de de los hombres, en todas las épocas, reinos y dimensiones de consciencia, no sabían lo que hacían.

¡Qué fuerza tan extraordinaria, que alquimia sublime del Amor glorificado y expandido, y que belleza del corazón secreto se encuentran en el perdón! El perdón permite que nuestro corazón se rompa por todos los corazones que rompió, y la redención que surge de ese acto de compasión dinámica lo reconstruye despacio, fragmento a fragmento, para resucitarlo a la verdadera vida como el cuerpo desmembrado de Osiris, de Orfeo o de Mitra.

El poeta inglés William Blake dijo: "Es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo", pues del amigo solo esperamos comprensión, apoyo, y afecto, y del enemigo aguardamos solo lo peor, la traición, el oprobio o el ataque. Así que el desafío del discípulo, del verdadero buscador espiritual es perdonar también a su amigo, a su hermano, indultarle de las ofensas, de los actos y aún de los pensamientos, antes incluso de que los realice. 

El perdón del corazón es una suerte de presagio del Cielo en la Tierra que no puede ser provocado, pues llega a veces como el deletéreo vuelo de una Presencia angelical que nos acerca al misterio insondable de la Gracia. Como consecuencia de la llegada de esa bendición sutil, es perdonado lo imperdonable, es olvidado lo inolvidable, es amado lo poco amable y es redimido lo irremediable. 

Sueño con el día en que el ángel dormido que soy yo, tenga el valor de erigirse ante la Presencia de Dios, y pedir perdón en nombre de todos los seres sensibles, por los millones de años de separación de la Luz y del Amor. 

Así, concluyo que el Cielo en la Tierra ha de edificarse sobre la misericordia, la compasión y el perdón, y que todo, absolutamente todo, ha de ser perdonado. 

Siddharta el Buda nos aconsejó: "Sed como el sándalo que perfuma la hoja que le infiere corte". Y el escritor Mark Twain dice en uno de sus poemas:

"El perdón es el perfume
Que la violeta deja
en el pie que la pisa". 

Bibliografía:

(1) Le Maître Philippe de Lyon, Thaumaturgue et Homme de Dieu", por Philippe Encause. Ediciones Tradicionales, Paris, 1985.
(2) "El Maestro Philippe", de Alfred Hael. Ediciones Escuelas de Misterios. Barcelona.
(3) "Un año de Vida" de Stephen Levine. Ediciones Libros del Comienzo.
(4) "La Sabiduría del Perdón". S.S. Dalai Lama. Ediciones Oniro.

Saturday, May 30, 2015

Santo Real Arco de los Sacerdotes Caballeros Templarios

Santo Real Arco de los Sacerdotes Caballeros Templarios



La Orden del Santo Real Arco de los Sacerdotes Caballeros Templarios, conocida como The Order of Holy Royal Arch Knight Templar Priests. Se remonta a las antiguas ceremonias de los Caballeros Templarios en Irlanda en 1755, retomada en 1800 en Escocia - Kilmarnock extendiéndose a Glasgow y Edimburgo. A finales de 1870 la Gran Logia Unida de Inglaterra, acuerda establecer un Gran Consejo de Grados Masónicos Aliados con cede en el Mark Masons’ Hall, de este modo nació el Gran Consejo, que conocemos hoy en día como Gran Consejo de los Grados Masónicos Aliados de Inglaterra, Gales, y los Distritos y Consejos de Ultramar. El 23 de marzo 1894, Henry Hotham, prominente masón fue el último sacerdote instalado Maestro y conocido Caballero Templario, admitiendo a nueve caballeros en la Orden (bajo la autoridad de las reglas originales de la Orden).

El desarrollo de la Orden fue muy lento al principio, pero pronto comenzó a adquirir su forma actual internacional, con los Tabernáculos Nueva Zelanda en 1930, 1942 y 1944 y Australia unos años más tarde. En 1931 el Gran Colegio H.R.A.K.T.P. de la Gran Logia Unida de Inglaterra, patrocina la creación de la Orden en los Estados Unidos de América como una autoridad independiente y regularmente reconocida hasta nuestros días, el número de tabernáculos ya supera los 200 extendió por toda Inglaterra, Escocia, Gales, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Sudáfrica, Bahamas, Hong Kong, Holanda, Alemania y Jamaica entre otros.

Débase agregar que los miembros de este máximo Grado de Knight Templar Prists (K.T.P. o Sacerdote Caballero Templario) se reúnen en Tabernáculos y la cantidad de estos depende del numero de Encomiendas Templarías activas en cada país. Pudiéndose llegar a tan honorífica condición, si se posee los siguientes requisitos:
Ser miembro activo de una Logia Simbólica, regularmente reconocida.Haber sido Venerable Maestro Instalado.Ser miembro de un Capitulo del Arco Real, regularmente reconocido.Ser Caballero Templario o grado 32º del REAA., habiéndose destacado por sus obras en defensa del ideal iniciatico, de la Preceptoria Templaría y el ser humano.Por ser una Orden honoraria y por invitación, no puede ser solicitada la afiliación. Los miembros son seleccionados y extendida especial invitación del Gran Colegio H.R.A.K.T.P. de Inglaterra sobre la base de un rendimiento excepcional, siendo el límite de titulares en un tabernáculo de 33 miembros.Para una mayor comprensión en referencia a este tema masónico les brindamos una comparativa entre los dos ritos más practicados universalmente el “Rito Escocés Antiguo y Aceptado” y el “Rito York” y sus grados.



La masonería caballeresca es la cúspide formativa del Rito de York, teniendo como principio que la educación espiritual constituye el soporte de la existencia humana. Tras observar esta comparativa en referencia a los niveles de los grados masónicos, apreciamos que el Grado 33º “Soberano Gran Inspector General” del Rito Escoses Antiguo y Aceptado es equivalente al Grado de “Knight Templar Priests” del Rito York, considerándose como el non plus ultra de la Masonería Templaría.

Thursday, May 21, 2015

El Guardián del Umbral - Rodolf Steiner

EL GUARDIÁN DEL UMBRAL

¿CÓMO SE ADQUIERE EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES?


  Rodolf Steiner


Entre las experiencias importantes del discípulo que asciende a los mundos superiores, figura su encuentro con el “GUARDIÁN DEL UMBRAL”; no con uno propiamente, sino con dos: el “menor” y el “mayor”. El discípulo encontrará al primero cuando empiecen a desligarse, en la forma anteriormente descrita, los lazos de unión entre el querer, el pensar y el sentir, en los cuerpos más sutiles, el astral y el etéreo. El encuentro con el “guardián mayor del umbral” ocurrirá cuando esta separación de las conexiones se extienda también a las partes físicas del cuerpo, particularmente, al principio, al cerebro.

El “guardián menor del umbral” es un ser autónomo; no existe para el hombre antes que éste haya alcanzado el grado respectivo de desarrollo. Aquí pueden indicarse algunas de sus características más esenciales.

Comenzaremos por tratar de describir, en forma narrativa, el encuentro del discípulo con ese “guardián”, encuentro que hace al discípulo consciente de que su pensar, su sentir y su querer, se han desligado de su conexión inherente.

Es un ser espectral y amedrentador que se levantará ante el discípulo y que hará necesaria toda su presencia de ánimo y toda su confianza en la firmeza de su sendero, para la adquisición de todo lo cual tuvo amplia oportunidad en el curso previo de su disciplina.

El “guardián” patentiza su significado aproximadamente en las siguientes palabras: “Hasta ahora, potencias para ti invisibles dirigieron tu destino. Gracias a su actividad, durante el curso de tus vidas anteriores hasta el momento presente, tus buenas acciones recibieron su recompensa y tus malas acciones suscitaron resultados funestos. Bajo su influencia, tu carácter se ha ido formando con tus experiencias de la vida y con tus pensamientos: forjaron tu destino”.

“Fueron ellas las que te asignaron en cada una de tus encarnaciones la medida del goce y del dolor, de acuerdo con tu conducta en pasadas existencias. Reinaban sobre ti como la ley omnímoda del Karma. Estas potencias te eximirán ahora de parte de la influencia restrictiva que sobre ti ejercían y que te queda, en consecuencia, traspasada. Varios han sido los golpes que el destino te ha infligido y sin saber el porqué: eran las consecuencias de una mala acción en una de tus vidas anteriores. Encontraste felicidad y alegría y las aceptaste tal como vinieron: eran igualmente los frutos de pasadas acciones. Tu carácter presenta rasgos hermosos y lacras repugnantes: tú mismo has causado unos y otras con tus experiencias y pensamientos anteriores, que si bien te eran desconocidos se te hacían evidentes en sus efectos. Las potencias kármicas, sin embargo, veían todas las acciones de tus vidas pretéritas, todos tus pensamientos y sentimientos más recónditos, y determinaron consecuentemente tu modo actual de ser y de vivir”.

“De ahora en adelante, a ti mismo se te revelarán todos los aspectos buenos y malos y de lo que hiciste. Han estado entretejidos hasta ahora en tu propio ser; estaban dentro de ti y tú no podías verlos, como no puedes ver tu propio cerebro con los ojos físicos. Mas ahora se liberarán de ti, se separarán de tu personalidad; asumirán una forma independiente que te será visible, tal como puedes ver las piedras y las plantas del mundo exterior. Y... yo soy ese mismo ser, que modeló un cuerpo con tus acciones nobles y viles. Mi forma espectral está tejida con la substancia del libro de cuentas de tu propia vida. Invisible me llevaste hasta ahora dentro de ti; y benéfico para ti ha sido el que así fuera, pues la sabiduría de tu destino, aunque oculta para ti, ha trabajado hasta ahora desde tu interior, para borrar de mi aspecto aquellas lacras repugnantes. Ahora que he salido de ti, también se ha alejado esta sabiduría oculta, y en adelante no se ocupará más de ti; dejará ese trabajo únicamente en tus propias manos. Necesito convertirme en ser perfecto y glorioso; de lo contrario, sería presa de la corrupción, y si esto último sucediera, te arrastraría conmigo a un mundo oscuro y depravado. Para evitarlo, tu propia sabiduría tendrá que ensancharse hasta que pueda hacerse cargo de la tarea de aquella sabiduría oculta, que se ha separado de ti. Una vez que hayas cruzado mi umbral, ya no me apartaré ni un instante de tu lado, como forma visible para ti. Cuando en lo futuro obres o pienses incorrectamente, al punto notarás tu falta como una desfiguración repugnante y demoníaca de mi forma; sólo cuando te hayas purificado de manera que ya no te sea posible cometer maldad alguna, será cuando me habré transformado en ser de belleza radiante. Entonces podré unirme nuevamente a ti formando contigo un solo ser, en beneficio de tu actividad futura”.

“Mi umbral está formado por los temores y vacilaciones que todavía subsisten en ti ante el esfuerzo que necesitas para asumir personalmente la responsabilidad íntegra de todo cuanto hagas y pienses. En tanto perdure en ti la menor huella de temor para dirigir tú mismo tu destino, carecerá este umbral de lo que necesite contener. Y mientras le falte una piedra tan sólo, tendrás que detenerte como paralizado ante él o tropezar con él. No trates de atravesarlo antes de sentirte completamente libre de miedo y dispuesto a la más alta responsabilidad”.

“Hasta ahora, yo sólo salía de tu personalidad cuando la muerte te llamaba de tus vidas terrenales, pero aun entonces, mi forma permanecía velada para ti. Sólo me veían las potencias que dirigían tu destino y según mi aspecto plasmaban, durante los intervalos entre la muerte y un nuevo nacimiento, la fuerza y la capacidad que necesitabas para embellecer mi forma, en beneficio de tu progreso en una nueva vida terrenal”.

“Era yo precisamente quien, por mi imperfección, obligaba una y otra vez a las potencias del destino a que reencarnaras de nuevo. Presente estaba en la hora de cada una de tus muertes, y por mí, los dirigentes del Karma disponían de tu renacimiento. Solamente por esta inconsciente transformación mía hacia la perfección en el curso de tales encarnaciones, te habrías sustraído a las potencias de la muerte y entrado en la inmortalidad identificada conmigo”.

“Y así como en la hora de la muerte estuve siempre a tu lado, aunque invisible, heme ahora ante ti en forma visible; y cuando hayas cruzado mi umbral, entrarás en aquellos reinos en los que otrora sólo tenías acceso después de la muerte física. Penetrarás en ellos plenamente consciente y, en adelante, aunque sigas peregrinando físicamente visible sobre la tierra, peregrinarás también por el reino de la muerte, —en realidad el reino de la vida eterna. Yo soy también de veras el ángel de la muerte; pero al mismo tiempo el portador de una inagotable vida superior. Morirás por mí con tu cuerpo aún vivo, para renacer a la existencia imperecedera”.

“En el reino al que vas a entrar, conocerás seres suprasensibles, y la bienaventuranza será tu herencia; pero yo mismo he de ser tu primera visión de ese mundo, ya que yo soy tu propia creación. Antes vivía yo de tu propia vida; ahora, empero, tú me despertaste a una existencia individual, y heme aquí, patrón visible de tus acciones futuras y quizá tu reproche perpetuo. Me has formado, mas con ello contrajiste a la vez el deber de transformarme”.

Lo que se ha bosquejado aquí en forma narrativa no hay que interpretarlo como algo simbólico, sino como una vivencia intensamente real del discípulo.

El guardián tiene que prevenir al discípulo que no siga adelante, si no siente dentro de sí la fuerza necesaria para cumplir los requisitos expuestos en esa exhortación. Por terrible que sea la aparición de este guardián, sólo es el efecto de la vida pasada del propio discípulo, su propia personalidad surgida de él mismo hacia una vida independiente. Este despertar tiene lugar por la disociación de la voluntad, del pensamiento y del sentimiento. Sentir por primera vez que, personalmente, se dio origen a un ser espiritual, es ya de por sí una vivencia de profundo significado. La preparación del discípulo debe haberlo capacitado para soportar esta visión terrible sin temor alguno, así como, en el momento del encuentro, suficientemente fortalecido para emprender con plena conciencia la responsabilidad dé transformar y embellecer el “guardián”.

Una consecuencia del encuentro venturoso con el “guardián” del umbral es que la siguiente muerte física del discípulo, será un acontecimiento completamente distinto de las anteriores. Será consciente de su muerte, se despojará de su cuerpo físico tal como se deshace de un vestido gastado o quizá inutilizado por un súbito desgarrón. La muerte física ya no será un hecho de especial importancia para él, sino para los suyos, limitada todavía su percepción al mundo sensible. Para ellos el discípulo “muere”, en tanto que, para él, nada trascendente ocurre: el mundo suprasensible al que entra no le es desconocido: existía antes de su muerte y es el mismo mundo el que se le presenta, después de ella.

El “guardián” del umbral hallase vinculado con otras cosas. El individuo pertenece a una familia, a un pueblo, a una raza, y su actividad en este mundo depende del hecho de pertenecer a tales comunidades; también su carácter individual tiene que ver con ellas. Mas la actividad consciente de los individuos no es lo único que hay que tomar en cuenta al considerar una familia, una tribu, un pueblo o una raza. Las familias, naciones, razas, además de su característica, tienen su destino. Para quien se limite a sus sentidos, todo ello no pasará de ser conceptos generales, y el pensador materialista, con sus prejuicios, verá con desdén al investigador oculto al oír que para éste lo distintivo de la familia o del pueblo, el destino de la tribu o de la raza, corresponde a seres reales, tal como el carácter y el destino de un individuo es expresión de una personalidad real. El investigador espiritual se relacionará con mundos superiores de los que son miembros las personalidades individuales, tal como los brazos, las piernas y la cabeza, lo son del ser humano. En la vida de una familia, de un pueblo o de una raza, entran en juego, además de las acciones de los individuos, los de seres reales que son el alma-grupo familiar, nacional, o el espíritu de la raza. En cierto sentido, hasta puede decirse que los individuos aislados son meramente los órganos ejecutivos de esas almas-grupo familiares, de esos espíritus raciales. No se afirma sino la verdad cuando decimos, por ejemplo, que un alma-grupo nacional, para llevar a cabo algún trabajo, se sirve de todo individuo perteneciente a este pueblo o nación.  El alma-grupo nacional no desciende a la realidad sensible, sino que mora en mundos superiores, y para actuar en el mundo de los sentidos físicos, se sirve de los órganos físicos del individuo. Su actividad es comparable, en un sentido superior, a la de un arquitecto que recurre a sus obreros para los pormenores de la construcción. En el verdadero sentido de la palabra, el alma-grupo familiar, nacional o racial, asigna su trabajo a todo individuo: sin que el hombre corriente haya sido iniciado en el plan superior de ese trabajo, colabora inconscientemente en las tareas de las almas-grupo nacionales, raciales, etc. Desde el momento de su contacto con el “guardián del umbral”, ya no es suficiente que conozca su tarea como personalidad particular, sino que tendrá que colaborar conscientemente en la misión de su pueblo, de su raza. La ampliación de su horizonte necesariamente le impone deberes mayores. Lo que realmente ocurre es que el discípulo agrega un cuerpo nuevo a su cuerpo psíquico más sutil, se pone una vestidura adicional.

Antes caminaba por el mundo provisto de las envolturas que cubrían su personalidad, y sus obligaciones hacia su comunidad, su pueblo, su raza, eran dirigidas por los Espíritus superiores, si bien realizadas a través de él; ahora, por revelación del “guardián del umbral”, sabe que estos Espíritus le retirarán en adelante su mano dirigente y que tendrá que separarse del círculo de su comunidad. El resultado sería que, como un individuo aislado, se endurecería completamente y se degradaría al no adquirir los poderes inherentes de los espíritus nacionales y raciales. No faltará quien diga: “ya me he libertado enteramente de toda conexión de linaje o raza; sólo quiero ser un hombre, nada más que un hombre”. A lo que hay que responder: “¿quién te ha conducido a esta libertad? ¿No ha sido tu familia la que te situó en el mundo donde te encuentras? ¿No es tu linaje, tu pueblo, tu raza, los que te han moldeado cómo eres? Ellos te educaron, y si ahora, por encima de todo prejuicio, tú eres uno de los porta-antorchas y bienhechores de tu grupo y hasta de tu raza, todo esto lo debes a la educación de ellos recibida. Aunque digas que no eres “nada más que un hombre”, el haber llegado a serlo, lo debes a los espíritus de tus comunidades”. Sólo el discípulo de la ciencia oculta aprenderá lo que significa al estar completamente abandonado por los espíritus nacionales, familiares o raciales; él solamente experimentará por sí mismo cuan escaso es el valor de aquella educación para la vida que ahora le aguarda, pues todo lo que le ha sido inculcado por dicha educación se desvanece por completo al romperse los vínculos entre la voluntad, el pensamiento y el sentimiento. Mira hacia atrás observando los resultados de toda su educación previa, tal como miraría a una casa que estuviera desmoronándose y que tuviera que reconstruir en forma nueva. También aquí se trata de algo más que de una expresión meramente simbólica, al decir que cuando el “guardián del umbral” ha enunciado sus primeras palabras, del lugar en que se encuentra se levantará un torbellino que extingue todas las luces espirituales que hasta ahora habían iluminado el sendero de la vida del discípulo. Este se encontrará sumergido en completa oscuridad, sólo mitigada por la luminosidad que emana del mismo “guardián”. Y de entre las tinieblas resonarán sus exhortaciones ulteriores: “No cruces mi umbral mientras no estés seguro de poder iluminar tú mismo la oscuridad en la cual penetras; no des ni un solo paso adelante mientras no tengas la certidumbre de que tienes bastante aceite en tu propia lámpara. Las lámparas de los guías, que hasta ahora te conducían, te faltarán en lo futuro”. Tras estas palabras, el discípulo tiene que volverse y mirar hacia atrás. El “guardián del umbral” descorre el velo que hasta ahora había ocultado profundos misterios de la vida. Los espíritus nacionales, raciales o familiares, se le revelarán ahora en toda su actividad; y el discípulo comprenderá claramente de qué manera se le había conducido y se dará cuenta, no menos claramente, de que en adelante ya no disfrutará de tal dirección. Esta es la segunda advertencia recibida de su guardián ante el umbral.

Sin preparación, nadie podría soportar el aspecto arriba bosquejado; pero la disciplina superior que capacita al discípulo para avanzar hasta allí, lo capacita asimismo para que pueda encontrar la fuerza necesaria en el momento oportuno. En verdad el entrenamiento puede aún ser tan armonioso, que la entrada a la vida nueva queda exenta de cualquier carácter inquietante o tumultuoso. En este caso las experiencias del discípulo ante el umbral irán acompañadas de una premonición de aquella bienaventuranza que constituirá la nota fundamental de su vida recién despierta. El sentimiento de una nueva libertad predominará sobre todo lo demás; y, basado en ese sentimiento, sus nuevos deberes y responsabilidades se le aparecerán como algo que le corresponde necesariamente en determinado escalón de la vida.

El Gran Secreto - Eliphas Levi


EL GRAN SECRETO

 Eliphas Levi 



Sabiduría, moralidad, virtud: palabras respetables, pero vagas, sobre las cuales se disputa  desde hace muchos siglos pero sin haber conseguido entenderlas.

Querría ser sabio, mas  ¿tendré yo la certeza de mi sabiduría, mientras crea que los locos son más felices y hasta más alegres que yo?

Es preciso tener buenas costumbres, pero todos somos algo niños: las moralidades nos adormecen. Y es que nos enseñan moralidades tontas que no convienen a nuestra naturaleza. Hablamos de lo que no nos interesa y pensamos en otra cosa.

Excelente cosa es la virtud: su nombre quiere decir fuerza, poder. El mundo subsiste por la virtud de Dios. Mas ¿en qué consiste para nosotros la virtud? ¿Será una virtud para enflaquecer la cabeza o suavizar el  rostro? ¿Llamaremos virtud a la simplicidad del hombre de bien que se deja despojar por los bellacos? ¿Será virtud abstenerse en el temor de abusar? ¿Qué pensaríamos de un hombre que no andase por miedo de quebrarse una pierna? La virtud, en todas las cosas, es lo opuesto de la nulidad, del sopor y de la impotencia.

La virtud supone la acción; pues si ordinariamente oponemos la virtud a las pasiones es para demostrar que ella nunca es pasiva.

La virtud no es solamente la fuerza, es también la razón directora de la fuerza. Es el poder equilibrante de la vida.

El gran secreto de la virtud, de la virtualidad y de la vida, sea temporal, sea eterna, puede formularse así:

El arte de balancear las fuerzas para equilibrar el movimiento.

El equilibrio que se necesita alcanzar no es el que produce la inmovilidad, sino el que realiza el movimiento. Pues la inmovilidad es muerte y el movimiento es vida.

Este equilibrio motor es el de la propia Naturaleza. La Naturaleza, equilibrando las fuerzas fatales, produce el mal físico y la destrucción aparente del hombre mal equilibrado. El hombre se libera de los males de la Naturaleza sabiendo sustraerse a la fatalidad de las circunstancias por el empleo inteligente de su libertad. Empleamos aquí la palabra fatalidad, porque las fuerzas imprevistas e incomprensibles para el hombre necesariamente le parecen fatales, lo que no indica que realmente lo sean.

La Naturaleza ha previsto la conservación de los animales dotados de instinto, pero también dispone todo para que el hombre imprudente perezca.

Los animales viven, por así decirlo, por sí mismos y sin esfuerzos. Sólo el hombre debe aprender a vivir. La ciencia de la vida es la ciencia del equilibrio moral.

Conciliar el saber y la religión, la razón y el sentimiento, la energía y la dulzura es el fondo de ese equilibrio.

La verdadera fuerza invencible es la fuerza sin violencia. Los hombres violentos son hombres débiles e imprudentes, cuyos esfuerzos se vuelven siempre contra ellos mismos.

El afecto violento se asemeja al odio y casi a la aversión.

La cólera hace que la persona se entregue ciegamente a sus enemigos. Los héroes  que describe el poeta griego  Homero, cuando combaten, tienen el cuidado de insultarse para entrar en furor recíprocamente, sabiendo de antemano, con todas las probabilidades, que el más furioso de los dos será vencido.

El fogoso Aquiles estaba predestinado a perecer desgraciadamente. Era el más altivo y el más valeroso de los griegos y sólo causaba desastres a sus conciudadanos.

El que hace tomar Troya es el prudente y paciente Ulises, que sabe siempre contenerse y sólo hiere con golpe seguro. Aquiles es la pasión y Ulises la virtud, y es desde este punto de vista que debemos tratar de comprender el alto alcance filosófico y moral de los poemas de Homero.

Sin duda que el autor de estos poemas era un iniciado de primer orden, pues el Gran Arcano de la Alta Magia práctica está entero en la Odisea.

El Gran Arcano Mágico, el Arcano único e incomunicable tiene por objeto poner, por así decirlo, el poder divino al servicio de la voluntad del hombre.

Para llegar a la realización de este Arcano es preciso SABER lo que se debe hacer, QUERER lo exacto, OSAR en lo que se debe y CALLAR con discernimiento.

El Ulises de Homero  tiene, en contra de sí, a los dioses, los elementos, los cíclopes, las sirenas, Circe, etc., es decir, a todas las dificultades y todos los peligros de la vida.

Su palacio es invadido, su mujer es asediada, sus bienes son saqueados, su muerte es resuelta, pierde sus compañeros, sus navíos son hundidos; en fin, queda solo en su lucha contra la noche y el mal. Y así, solo, aplaca a los dioses, escapa del mal, ciega al cíclope, engaña a las sirenas, domina a Circe, recupera su palacio, libera a su mujer, mata a los que querían matarlo, y  todo, porque quería volver a ver a Itaca y a Penélope, porque sabía escapar siempre del peligro, porque se atrevía con decisión y porque callaba siempre que fuera conveniente no hablar.

Pero, dirán contrariados los amantes de los cuentos azules, esto no es magia.  ¿No existen talismanes, yerbas y raíces que hacen operar prodigios? ¿No hay fórmulas misteriosas que abren las puertas cerradas y hacen aparecer los espíritus? Háblanos de esto y deja para otra ocasión tus comentarios sobre la Odisea.

Si habéis leído mis obras precedentes, sabéis entonces que reconozco la eficacia relativa de las fórmulas, de las yerbas y de los talismanes. Pero éstos apenas son pequeños medios que se enlazan a los pequeños misterios. Os hablo ahora de las grandes fuerzas morales y no de los instrumentos materiales. Las fórmulas pertenecen a los ritos de la iniciación; los talismanes son auxiliares magnéticos; las yerbas corresponden a la medicina oculta, y el propio Homero no las desdeñaba. El Moly, el Lothos y el Nepenthes  tienen su lugar en estos poemas, pero son ornamentos muy accesorios. La copa de Circe nada puede sobre Ulises, que conoce sus efectos funestos y sabe eludir el beberla. El iniciado en la alta ciencia de los magos nada tiene que temer de los hechiceros.

Las personas que recorren la magia ceremonial y van a consultar adivinos se asemejan a los que, multiplicando las prácticas de devoción, quieren o esperan suplir con ello la religión verdadera. Dichas personas nunca estarán satisfechas de vuestros sabios consejos. Todas esconden un secreto que es bien fácil de adivinar, y que podría expresarse así: «Tengo una pasión que la razón condena y que antepongo a la razón; es por eso que vengo a consultar al oráculo del desvarío, a fin de que me haga esperar, que me ayude a engañar mi conciencia y me de la paz del corazón».

Van así a beber en una fuente engañosa que después de satisfacerles la sed la aumenta cada vez más. El charlatán suministra oráculos oscuros y la gente encuentra en ellos lo que quiere encontrar y vuelve a buscar más esclarecimientos. Regresa al día siguiente, vuelve siempre, y de ese modo son los charlatanes los que hacen fortuna.

Los Gnósticos basilidianos decían que Sophia, la sabiduría natural del hombre, habiéndose enamorado de sí misma, como el Narciso de la mitología clásica, desvió la mirada de su principio y se lanzó fuera del circulo trazado por la luz divina llamada pleroma. Abandonada entonces a las tinieblas, hizo sacrilegios para dar a luz. Pero una hemorragia semejante a la que alude el Evangelio, le hizo perder su sangre, que se iba transformando en monstruos horribles. La más peligrosa de todas las locuras es la de la sabiduría corrompida.

Los corazones corrompidos envenenan toda la naturaleza. Para ellos el esplendor de los bellos días es apenas un ofuscante tedio y todos los goces de la vida, muertos para estas almas muertas, se levantan delante de ellas para maldecirlas, como los espectros de Ricardo III:  «desespera y muere». Los grandes entusiasmos les hacen sonreír y lanzar al amor y a la belleza, como para vengarse, el desprecio insolente de Stenio y de Rollon. No debemos dejar caer los brazos acusando a la fatalidad; debemos luchar contra ella y vencerla. Aquellos que sucumben en ese combate son los que no supieron o no quisieron triunfar. No saber es una disculpa, pero no una justificación, puesto que se puede aprender. «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen», dijo el Cristo al expirar. Si fuese permitido no saber la oración del Salvador habría sido inexacta y el Padre nada hubiera tenido que perdonarles.

Cuando la gente no sabe, debe querer aprender. Mientras no se sabe es temerario osar, pero siempre es bueno saber callar.

¡Paz Profunda!