EL RECTO PENSAMIENTO
CAUSAS DE LA
ENFERMEDAD
Manly
Palmer Hall nacido el 18 de marzo 1901 y fallecido el 29 de agosto 1990
era
un autor canadiense sobre el ocultismo, la mitología y las religiones.
Sus obras más conocidas son “The Secret Teachings of All
Ages:
An Encyclopedic Outline of Masonic,
Hermetic, Qabbalistic and Rosicrucian
Symbolical
Philosophy”
En
1973, Hall recibió el grado honorífico 33º de la masonería de Rito Escocés
Antiguo y
Aceptado
sin ser masón.
Así como el
teólogo afirma que la virtud es la condición normal del alma, el médico
sostiene que la salud es el estado normal del cuerpo.
Llevando la
comparación un paso más allá, diremos que, así como la virtud es sumamente
difícil de adquirir, la salud es desconocida por la mayoría de los
seres humanos,
puesto que muchos de ellos están sometidos por los lazos comunes de aquellas
miserias de la carne que Labeo, el jurista romano llamaba "hábitos nocivos
del cuerpo".
Aunque muchas
enfermedades tienen sin duda su origen, ya sea en los excesos debidos a la
ignorancia o la indiferencia, ya sea en las condiciones ambientales que escapan
al control individual, en general la enfermedad surge y se arraiga en las
intemperancias e irritabilidades de la mente.
"Las
perturbaciones - escribe Filón el judío - ultrajan a menudo el cuerpo".
En muchos casos el
filósofo resulta el único médico apropiado, ya que píldoras y purgantes son
inoperantes frente a los desasosiegos mentales que tan frecuentemente engendran
desequilibrios físicos. No es propósito de este ensayo desacreditar la teoría y
práctica de la medicina, sino más bien subrayar el antiguo adagio egipcio que
sostiene que el conocimiento es el principal medicamento, pues el hombre
automáticamente racional domina la mayoría de las afecciones que hereda la
carne.
Piccolomini afirma
que los hombres sabios deberían afianzarse inconmoviblemente en la moderación
del sentimiento y de la acción. Se han producido notables curas por aplicación
sobre la zona física enferma, de las llamadas reliquias sagradas y otros
objetos religiosos que actúan por contacto.
Quienes desconocen
las sutilezas de los fenómenos mentales pueden adjudicar una virtud curativa
inherente a la reliquia misma.
El psicólogo, en
cambio, comprende que su principal valor reside en la confianza que inspira
dicho objeto religioso.
Un fragmento
mítico de la cruz real, por ejemplo, produce en el devoto una tan honda exaltación
que ésta, positivamente, quiebra los vórtices psicológicos de la enfermedad.
Al quebrarse los
ritmos patológicos del pensamiento, el paciente se libera de la dolencia de
origen mental que, reforzada por el diario convencimiento, ataca (como ya se ha
descubierto) los tejidos físicos, y que, si no se contrarresta corrigiendo el
enfoque mental, puede resultar indudablemente fatal. Pidamos que quienes
afirmen que huesos y copones tienen poderes mágicos, expliquen el siguiente
hecho ocurrido hace algunos años. Se abrió una reliquia que había producido
milagros, y, para general consternación, se descubrió que en la confusión
propia del envío de la reliquia al país en cuestión ¡había sido olvidado el
contenido de la misma!
"Las
inclinaciones morbosas engendran hábitos si aquellas persisten, dice Plutarco;
y Burton añade "Los hábitos son o se convierten en enfermedad".
Muchas personas no
quieren reconocer que su temperamento oprime la carne. Pero puede fácilmente
demostrarse que los excesos pasionales consumen el cuerpo, y que cuando la
naturaleza física es explotada por la autocracia de la mente, aquélla puede
quedar reducida a un estado de total agotamiento. Con frecuencia hacemos caso
omiso de las leyes que gobiernan la sustancia material cuando impiden el logro
de un propósito determinado.
Aparentemente
contamos con que el cuerpo soportará los abusos continuos, y no queremos
reconocer que el inmoderado resulta inevitablemente destruido por su
intemperancia. Dice una máxima china que es posible evitar la mayoría de las
enfermedades. Gran parte de una dolencia que no ha sido atajada con anticipación,
puede curarse por medio de la moderación de las actividades mentales. De manera
que nuestra primera premisa es básica: La enfermedad es una manifestación
física de una disposición morbosa.
¿Qué es, pues, una
disposición morbosa? Es una enfermedad del alma. Los modernos criminólogos
reconocen que el crimen es una enfermedad. Estamos además, convencidos de que
la religión rápidamente tiende a convertirse en manía, y de que también es
enfermedad el amor excesivo, pues son, todas éstas, afecciones que desequilibran
la moderación espiritual. A través de la renuncia a sus actitudes personales,
Buda encontró la liberación de la cadena de causa-efecto.
Se trataba, sin
embargo, en gran medida, de una cuestión de destino ya maduro que le permitió
el triunfo de su propósito. Pero la mayoría de los seres humanos no poseen,
todavía, el mérito del grado de percepción alcanzado por Buda, puesto que, como
dice Lemnio "ningún mortal está libre de los excesos".
La liberación
consiste en emanciparse de todo exceso de las inclinaciones.
El hombre común,
no culto, imagina que el Nirvana es un estado en el cual hallan perfecta y
absoluta satisfacción, todos los impulsos e inclinaciones del temperamento. Por
consiguiente, debemos ganar el cielo, para poder apreciarlo.
La felicidad del
sabio resulta consecuencia del perfecto equilibrio entre el individuo y el
universo del cual es parte integrante. De la creencia de que el individuo ha
desviado a la Naturaleza de su curso lógico, para servir a alguna absurda idea,
sólo puede surgir una falsa felicidad.
Una disposición
morbosa es cualquier irritabilidad por la cual el individuo se aparta de la
normal tranquilidad. Un temperamento pervertido surge de la servidumbre mental
a alguna actitud malsana, o, como se decía antiguamente, pasión irracional o
locura.
Todas estas
enfermedades así llamadas se vuelven sus propios vengadores, ya que ninguna
mente afectada puede gozar ni siquiera de la más mediana cuota de felicidad. El
descontento discute sin razonar, y cuando falta razonamiento, pronto el cuerpo es atacado y carcomido por los
ácidos que producen los celos y la ambición. Salomón describía estos
sentimientos como podredumbre de los huesos.
Puesto que no hay
hombre totalmente armonioso, todos estamos potencialmente enfermos. Sin embargo,
deben tenerse en cuenta muchas consideraciones antes de diagnosticar
correctamente, síntomas y padecimientos.
Ya que lo que en
un individuo brota en forma de absceso, puede en otro individuo manifestarse
como fiebre o como desorden del aparato digestivo. Primero es atacado el punto
más débil, y éste a su vez complica al resto, hasta que, finalmente, se
contamina todo el cuerpo.
Un desajuste muy
común entre los llamados sabios consiste en que no se benefician con sus
propios consejos. Como advertía Séneca "ninguno de ellos podría aliviar
sus propias dolencias".
Casi todos estos
sabios participan de las mismas fallas que critican en los demás. Los adivinos
medievales decían que el infierno está literalmente infectado de teólogos, y
muchos médicos temen sus propias curaciones aún más que las pestes que se
supone tienen que curar.
Los supuestos
filósofos son, con pocas excepciones, autócratas, que niegan a los otros la
libertad de pensamiento que reclaman para sí. Como los reformadores que
predican la moderación de los excesos, hallamos incluso a los mejores hombres
enfermos de extremismos.
Desgraciadamente,
dichos males de la naturaleza mental son pestilentes, violentamente
contagiosos, e insidiosamente infecciosos. Una sola persona obsesionada por una
idea puede contaminar un país, arrastrando a multitud de adeptos a la ruina y
al desastre.
Manly P. Hall
“El hombre que comprende su ignorancia
Ha dado el primer paso hacia el conocimiento.”