Wednesday, January 8, 2020

Graham Hancock - Los Magos de los Dioses CAPÍTULO 1 «AQUÍ HAY TANTO MISTERIO...»


Graham Hancock - Los Magos de los Dioses
CAPÍTULO 1
«AQUÍ HAY TANTO MISTERIO...»



Göbekli Tepe es la manifestación más antigua de arquitectura monumental encontrada hasta ahora en el mundo o, en cualquier caso, la más antigua aceptada como tal por los arqueólogos.

Y es enorme.

Imponente, magnífico, luminoso y apabullante son algunos de los adjetivos que fracasan con estrépito a la hora de hacerle justicia. Llevo aproximadamente dos horas errando por todo el yacimiento con su excavador, el profesor Klaus Schmidt, y mi cerebro está de verdad patidifuso.

 —¿Cómo se siente uno —le pregunto— al ser el descubridor del templo que está reescribiendo la historia?

Schmidt es un rubicundo arqueólogo alemán de pecho poderoso y barba canosa, que viste tejanos desgastados, camisa vaquera con un rayón de barro en la manga y cubre sus pies desnudos y sucios con unas sandalias gastadas. Estamos en septiembre de 2013, tres meses antes de su sexagésimo cumpleaños y, pese a que ninguno de los dos lo sabe todavía, antes de que pase un año estará muerto.

Mientras madura su respuesta, se limpia una gota de sudor de la re-luciente bóveda de su frente. Aún no es media mañana, pero aquí en Anatolia, en la región sureste de Turquía, el sol está alto, el cielo carece de nubes y la cadena de montañas del Tauro sobre la que nos encontramos parece un horno. No corre brisa alguna, ni un amago, ni una sugerencia de soplo de aire, ni hay sombra alguna en la que cobijarse. En 2014 se erigirá una techumbre para cubrir y proteger el yacimiento, pero en 2013 solo sus cimientos están construidos, de modo que nos encontramos expuestos sobre una improvisada pasarela de madera. Por debajo de nosotros, en una serie de recintos amurallados semienterrados y más o menos circulares, hay docenas de gigantescos pilares megalíticos en forma de T que Schmidt y su equipo del Instituto Arqueológico Alemán han ido sacando a la luz. Antes de que comenzaran su trabajo, el lugar parecía una colina redondeada —de hecho Göbekli Tepe significa «colina del ombli­go», en ocasiones traducido también como «colina de la olla»—, pero las excavaciones han hecho desaparecer la mayoría de su perfil original.

—Lo cierto es que no podemos decir que Göbekli Tepe sea exacta­mente un templo —termina por responder Schmidt, que de forma evi­dente está eligiendo sus palabras con cuidado—. Llamémoslo un santua­rio en una colina. Y no digo que esté reescribiendo la historia. Más bien diría que está añadiendo un importante capítulo a la historia existente. Pensábamos que la transición desde cazadores-recolectores hasta agricul­tores fue un proceso lento y gradual; pero ahora nos hemos dado cuenta de que se trató de un período en el cual se realizaron emocionantes mo­numentos que no nos esperábamos.

Y no solo monumentos —apunto—. Al principio la gente de aquí eran cazadores-recolectores y no había signos de agricultura.



Figura 2. El grupo central de los recintos excavados —A, B, C y D— de Göbekli Tepe. Todos los pilares han sido numerados por el Instituto Arqueológico Alemán para que sea más sencillo identificarlos.


—No —concede Schmidt—, ninguno —dice señalando con gesto amplio los círculos de pilares—, pero la gente que venía a Göbekli Tepe y realizó todo este trabajo ¡inventó la agricultura! De modo que vemos una conexión entre lo que sucedió aquí y la posterior emergencia de las sociedades neolíticas dependientes de la agricultura.

Mis oídos se aguzan ante la palabra «inventó». Quiero asegurarme de que lo estoy comprendiendo bien:

—¿De modo —enfatizo— que llega usted tan lejos como decir que la gente que hizo Göbekli Tepe inventó realmente la agricultura?

—Sí, sí.

—¿Podría desarrollar eso un poco?

—Porque en esta región poseemos las domesticaciones más antiguas, tanto de animales como de plantas. Se hizo en esta región. De modo que son la misma gente.

—Y, por lo que a usted respecta, ¿esta es la primera, la más antigua, agricultura del mundo?

—La primera del mundo. Sí.

Me doy cuenta de que Schmidt está impacientándose por el modo en que insisto sobre este punto, pero tengo mis motivos. Las zonas de Göbekli Tepe excavadas hasta el momento se acercan a los 12.000 años de antigüedad, lo cual hace (de acuerdo a la cronología ortodoxa) que sean más de 6.000 años más antiguas que cualquier otro yacimiento megalítico de cualquier otro lugar, como puedan ser Gigantiga y Mnajdra en Malta, Stonehenge y Avebury en Inglaterra o las pirámides de Guiza en Egipto. No obstante, todos esos yacimientos pertenecen a aquella fase de la evolución humana que los arqueólogos llaman Neolítico (la «Edad de la Piedra Nueva»), cuando la agricultura y la organización de la sociedad de forma estructurada y jerárquica ya estaba muy avanzada, lo que permitió la aparición de especialistas que no tenían necesidad de producir su propio alimento porque podían ser mantenidos por el superávit generado por los agricultores. Göbekli Tepe, en cambio, pertenece al final mismo del Paleolítico Superior (la «Edad de la Piedra Antigua» tardía), cuando se supone que nuestros antepasados eran cazadores-recolectores nómadas que vivían en bandas pequeñas y ambulantes, incapaces de tareas que requirieran planificación a largo plazo, división compleja del trabajo y labores de dirección de alto nivel.

Schmidt y yo estamos en un punto del camino desde donde se pue­den ver tanto el recinto C como el recinto D, donde gracias a mi investi­gación previa sé que hay tallada una imagen intrigante en uno de los pilares. Tengo pensado pedirle permiso al arqueólogo para penetrar en el recinto D y echarle una ojeada más de cerca a esa imagen; pero primero quiero tener completamente clara su opinión sobre los orígenes de la agricultura y su relación con la arquitectura megalítica. El recinto C, el más grande de los cuatro principales hasta ahora excavados, está dominado por dos inmensos pilares centrales, ambos rotos. En su estado original los dos habrían tenido más de 6 metros de alto y pesado en torno a las 20 toneladas. Incrustados en el muro a su alrededor se yergue una docena de pilares. Son algo más pequeños, pero aun así siguen siendo prodigiosos. Lo mismo sucede en el recinto D, donde vuelve a haber un anillo de pilares más pequeños rodeando a dos imponentes pilares centrales, en este caso ambos intactos. Su parte superior en forma de T, ligeramente en ta­lud en la parte frontal, no posee rasgo alguno, pero pese a ello recuerdan de forma inquietante a gigantescas cabezas humanas; una impresión que se ve reforzada por los débiles contornos de unos brazos, doblados a la altura del codo, que se ven a lo largo de los laterales de los pilares y que terminan en manos humanas con largos dedos cuidadosamente talladas.

—Todo esto —digo—: los megalitos, la iconografía, el concepto y disposición generales del yacimiento... para serle sincero, me parece un proyecto tan grande como pueda serlo Stonehenge en Inglaterra, y, sin embargo, Stonehenge es mucho más moderno. De modo que ¿cómo encaja lo que ha encontrado en Göbekli Tepe con su noción de una sociedad cazadora-recolectora?

—Estaba mucho más organizada de lo que esperábamos —reconoce Schmidt—. Lo que vemos aquí son unos cazadores-recolectores que evidentemente poseían una división del trabajo, porque el trabajo en los megalitos es especializado, no puede hacerlo cualquiera. También fueron capaces de transportar estas pesadas piedras y erigirlas, lo que significa que debían de poseer algún tipo de experiencia en ingeniería, algo que tampoco esperábamos de los cazadores-recolectores. Realmente es la primera arquitectura, y es una arquitectura monumental.

—De modo que, si lo he comprendido bien, profesor Schmidt, está usted diciendo que nos encontramos en el lugar donde se inventaron tanto la arquitectura monumental como la agricultura.

—Sí, exactamente.

—¿Y aun así sigue sin ver nada de verdad revolucionario en ello? ¿Lo ve como un proceso que puede situar sin problemas en el marco de referencia histórico existente?

—Sí. En la historia existente. Pero el proceso es mucho más emocionante de lo que esperábamos. Sobre todo porque lo que tenemos aquí en Göbekli Tepe pertenece más al mundo de los cazadores-recolectores que al de las sociedades agrícolas. Es hacia finales de la caza-recolección, pero todavía no es del todo el comienzo del Neolítico.

—Un período de transición entonces. Un momento cúspide. Y ¿quizá más que eso? Lo que estoy percibiendo con nuestra conversación, y por lo que me ha mostrado del yacimiento esta mañana, es la noción de que en Göbekli Tepe hubo una especie de comité de expertos prehistórico, o un centro de innovación, a lo mejor bajo el control de una especie de élite residente. ¿Cree que es correcto eso?

—Sí, sí. Era un lugar donde la gente se reunía. La gente se reunía aquí y era indudablemente una plataforma para la distribución de conocimiento e innovación.

—Incluido el conocimiento del trabajo a gran escala de la piedra y el conocimiento de la agricultura. ¿Se atrevería a describir a quienes controlaban el lugar y diseminaban esas ideas como una especie de sacerdocio?

—Quienes quiera que fueran, ciertamente no practicaban un simple chamanismo. Eran más bien como una especie de institución. De modo que sí, estaban en la vía para convertirse en un sacerdocio.

—Y dado que Göbekli Tepe estuvo en uso ininterrumpido durante bastante más de mil años, ¿se trataría de una cultura continua con sus propias instituciones, con las mismas ideas y el mismo «sacerdocio», que continuó dirigiendo el lugar durante todo el período?

—Sí. Pero lo raro es que hubo un claro colapso en el esfuerzo que se realizó según pasaban los siglos. Las estructuras realmente monumentales se encuentran en los estratos más antiguos; en los estratos más modernos se hacen más pequeñas y hay un significativo declive en la calidad.

—¿De modo que lo más antiguo es lo mejor?

—Sí, lo más antiguo es lo mejor.

—¿Y no lo encuentra desconcertante?
Klaus Schmidt parece casi estar pidiendo disculpas:

—Bueno, esperamos terminar encontrando estratos todavía más antiguos y que en ellos veremos el pequeño punto de partida que estamos esperando, pero que no hemos encontrado todavía. Luego tendríamos esta fase monumental y después un nuevo declive.

Se me ocurre que «esperanza» es la palabra clave en lo que acaba de decir el profesor Schmidt. Estamos acostumbrados a que las cosa empiecen de forma pequeña, simple, y que luego progresen —evolucionen— hasta volverse más complejas y sofisticadas, y, como es lógico, esto es lo que esperamos encontrar en los yacimientos arqueológicos. Cuando nos tropezamos con un caso como el de Göbekli Tepe, que empieza siendo perfecto y luego lentamente desevoluciona hasta terminar siendo un pálido reflejo de lo que fuera antaño, nuestras cuidadosamente estructuradas ideas de cómo las civilizaciones deben comportarse, cómo deben madurar y desarrollarse, quedan un poco trastocadas.

No es tanto el proceso de desevolución lo que nos molesta. Sabemos que las civilizaciones pueden decaer. No hay más que ver el Imperio romano, o el británico, si a eso vamos.

No, el problema en Göbekli Tepe es la prístina y repentina aparición, como Atenea surgiendo completamente crecida y armada de la frente de Zeus, de lo que parece ser una civilización madura tan consumada que «inventa» la agricultura y la arquitectura monumental, en lo que en apariencia es el momento de su nacimiento.

La arqueología no puede explicarlo mejor de lo que puede explicar por qué los primeros monumentos, arte, esculturas, jeroglíficos, matemáticas, medicina, astronomía y arquitectura del antiguo Egipto son perfectos desde el principio, sin ningún rastro de evolución desde simple a sofisticado. Y respecto a Göbekli Tepe podemos preguntarnos lo que mi amigo John Anthony West se pregunta respecto al antiguo Egipto:

¿Cómo aparece una civilización compleja complemente formada? Observemos un coche de 1905 y comparémoslo con uno moderno. No hay duda del proceso de «desarrollo», pero en Egipto no hay paralelos. Todo aparece tal cual desde el principio.

Evidentemente, la respuesta al misterio es obvia; pero como repugna al molde imperante del pensamiento actual, apenas es tenida en cuenta. La civilización egipcia no es un «desarrollo» es un legado.
¿Podría ser este el caso de Göbekli Tepe?

Klaus Schmidt no tiene tiempo para sugerencias de una civilización perdida progenitora de todas las civilizaciones posteriores que se conocen, de modo que cuando le presiono reitera su afirmación de que la mayor parte de Göbekli Tepe permanece sin excavar.

—Como ya he dicho —gruñe un tanto irritado—, espero que cuando lleguemos a los estratos más antiguos encontraremos evidencias de evolución.

Puede que tenga razón. Una de las cosas increíbles de Göbekli Tepe, que llevaba ya dieciocho años de excavación continua cuando Klaus Schmidt me enseñó el yacimiento en 2013, es todo lo mucho de él que sigue quedando bajo tierra.

¿Pero cuánto?

—Resulta difícil precisarlo —me dice Schmidt—. Hemos realizado una prospección geofísica (georradar), y a partir de ella hemos podido ver que al menos hay dieciséis recintos grandes más que quedan por excavar.

—¿Recintos grandes? —pregunto y señalo a los imponentes megalitos del recinto D—. ¿Como este?

—Sí, como este. Y dieciséis es el mínimo. En algunas zonas, nuestro mapa geofísico no nos ha proporcionado resultados completos y no podemos ver realmente qué hay dentro; pero pensamos que hay más de dieciséis. En realidad puede que al final resulte que sea el doble de esa cifra. Quizá incluso tantos como cincuenta.

—¡Cincuenta!

—Sí. Cincuenta de los recintos grandes, cada uno con catorce pilares o más. Pero ¿sabe usted?, nuestro objetivo no es excavarlo todo, solo una pequeña parte, porque excavar es destruir. Queremos dejar la mayoría del yacimiento intacto.

Reflexionar sobre el tamaño de la empresa realizada en Göbekli Tepe por los antiguos hace que la imaginación se dispare. No es solo que los círculos de pilares megalíticos ya excavados sean al menos 6.000 años más antiguos que ningún otro yacimiento megalítico conocido del mundo, sino también, ahora me doy cuenta, que Göbekli Tepe es enorme; pues ocupa una zona que puede terminar resultando ser hasta treinta veces más grande que la extensión máxima de un yacimiento grande como Stonehenge, por ejemplo.

En otras palabras, nos encontramos ante una enorme e inexplicable antigüedad, una escala inmensa y un propósito desconocido; y todo ello surgido en apariencia de la nada, sin unos antecedentes obvios, envuelto por completo en el misterio.


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