Wednesday, September 14, 2016

Las cuatro preguntas de Kant sobre el Hombre

LAS CUATRO PREGUNTAS DE KANT SOBRE EL HOMBRE

Immanuel Kant



1. — ¿Qué puedo saber?
2. — ¿Qué debo hacer?
3. — ¿Qué me cabe esperar?
4. — ¿Qué es el hombre?

A la primera pregunta responde la metafísica, a la segunda la moral, a la tercera la religión y a la cuarta la antropología.

Kant: “En el fondo, todas estas disciplinas se podrían refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en la última.” Esta formulación kantiana reproduce las mismas cuestiones de las que Kant en la sección de su Crítica de la razón pura que lleva por título “Del ideal del supremo bien” dice que todos los intereses de la razón, lo mismo de la especulativa que de la práctica, confluyen en ellas.

Pero a diferencia de lo que ocurre en la Crítica de la razón pura, reconduce esas tres cuestiones hacia una cuarta, la de la naturaleza o esencia del hombre, y la adscribe a una disciplina a la que llama antropología pero que, por ocuparse de las cuestiones fundamentales del filosofar humano, habrá que entender como antropología filosófica.

Ésta sería, pues, la disciplina filosófica fundamental. Pero, cosa sorprendente, ni la antropología que publicó el mismo Kant ni las nutridas lecciones de antropología que fueron publicadas mucho después de su muerte nos ofrecen nada que se parezca a lo que él exigía de una antropología filosófica.

Tanto por su intención declarada como por todo su contenido ofrecen algo muy diferente: toda una plétora de preciosas observaciones sobre el conocimiento del hombre, por ejemplo, acerca del egoísmo, de la sinceridad y la mendacidad, de la fantasía, el don profético, el sueño, las enfermedades mentales, el ingenio. Pero para nada se ocupa de qué sea el hombre ni toca seriamente ninguno de los problemas que esa cuestión trae consigo: el lugar especial que al hombre corresponde en el cosmos, su relación con el destino y con el mundo de las cosas, su comprensión de sus congéneres, su existencia como ser que sabe que ha de morir, su actitud en todos los encuentros, ordinarios y extraordinarios, con el misterio, que componen la trama de su vida. En esa antropología no entra la totalidad del hombre. Parece como si Kant hubiera tenido reparos en plantear realmente, filosofando, la cuestión que considera como fundamental.

Un filósofo de nuestros días, Martin Heidegger, que se ha ocupado (en su Kant und das Problem der Metaphysik, 1929) de esta extraña contradicción, la explica por el carácter indeterminado de la cuestión o pregunta “qué sea el hombre”. Porque el modo mismo de preguntar por el hombre es lo que se habría hecho problemático. En las tres primeras cuestiones de Kant se trata de la finitud del hombre. “¿Qué puedo saber?” implica un no poder, por lo tanto, una limitación “¿Qué debo hacer?” supone algo con lo que no se ha cumplido todavía, también, pues, una limitación; y “¿Qué me cabe esperar?” significa que al que pregunta le está concedida una expectativa y otra le es negada, y también tenemos otra limitación. La cuestión cuarta sería, pues, la que pregunta por la “finitud del hombre”, pero ya no se trata de una cuestión antropológica, puesto que preguntamos por la esencia de nuestra existencia. En lugar, pues, de la antropología, tendríamos como fundamento de la metafísica la ontología fundamental.

Pero adondequiera que nos lleve este resultado, hay que reconocer que no se trata ya de un resultado kantiano. Heidegger ha desplazado el acento de las tres interrogaciones kantianas. Kant no pregunta: “¿Qué puedo conocer?”, sino “¿Qué puedo conocer?” Lo esencial en el caso no es que yo sólo puedo algo y que otro algo no puedo; no es lo esencial que. Yo únicamente sé algo y dejo de saber también algo; lo esencial es que, en general, puedo saber algo, y que por eso puedo preguntar qué es lo que puedo saber. No se trata de mi finitud sino de mi participación real en el saber de lo que hay por saber. Y del mismo modo, “¿Qué debo hacer?” significa que hay un hacer que yo debo, que no estoy, por tanto, separado del hacer justo, sino que, por eso mismo que puedo experimentar mi deber, encuentro abierto el acceso al hacer. Y, por último, tampoco el “¿Qué me cabe esperar?” quiere decir, como pretende Heidegger, que se hace cuestionable la expectativa, y que en el esperar se hace presente la renuncia a lo que no cabe esperar, sino que, por el contrario, nos da a entender, en primer lugar, que hay algo que cabe esperar (pues Kant no piensa, claro está, que la respuesta a la pregunta habría de ser: ¡ Nada!), y en segundo, que me es permitido esperarlo, y, en tercero, que, por lo mismo que me es permitido, puedo experimentar qué sea lo que puedo esperar. Esto es lo que Kant dice.

Y el sentido de la cuarta pregunta, a la que pueden reducirse las tres anteriores, sigue siendo en Kant éste: ¿Qué tipo de criatura será ésta que puede saber, debe hacer y le cabe esperar? Y que las tres cuestiones primeras puedan reducirse a esta última quiere decir: el conocimiento esencial de este ser me pondrá de manifiesto qué es lo que, como tal ser, puede conocer, qué es lo que, como tal ser, debe hacer, y qué es lo que, también como tal ser, le cabe esperar. Con esto se ha dicho, a su vez, que con la finitud que supone el que solamente se puede saber esto, va ligada indisolublemente la participación en lo infinito, participación que se logra por el mero hecho de poder saber.  

Y se ha dicho también que con el conocimiento de la finitud del hombre se nos da al mismo tiempo el conocimiento de su participación en lo infinito, y no como dos propiedades yuxtapuestas, sino como la duplicidad del proceso mismo en el que se hace cognoscible verdaderamente la existencia del hombre.

Lo infinito actúa en ella, y también lo infinito; el hombre participa en lo finito y también participa en lo infinito. Ciertamente, Kant no ha respondido ni siquiera intentado responder a la pregunta que enderezó a la antropología: ¿Qué es el hombre? Desarrolló en sus lecciones una antropología bien diferente de la que él mismo pedía, una antropología que, con criterio histórico filosófico, se podría calificar de anticuada trabada aún con la antropografía de los siglos XVII y XVIII, tan poco crítica. Pero la formulación de la misión que asignó a la antropología filosófica que propugnaba constituye un legado al que no podemos renunciar.

También para mí resulta problemático saber si una disciplina semejante servirá para suministrar un fundamento a la filosofía o, como dice Heidegger, a la metafísica. Porque es cierto que experimentamos constantemente lo que podemos saber, lo que debemos hacer y lo que nos cabe esperar; y también es verdad que la filosofía contribuye a que lo experimentemos. Es decir, a la primera de las cuestiones planteadas por Kant, puesto que, en forma de lógica y de teoría del conocimiento, me comunica qué significa poder saber, y como cosmología, filosofía de la historia, etc., me dice qué es lo que hay por saber; a la segunda, cuando como psicología me dice cómo se realiza psíquicamente el deber, y como ética, teoría del estado, estética, etc., qué es lo que hay por hacer; y a la tercera cuestión cuando, en forma de filosofía de la religión, me dice por lo menos cómo se presenta la esperanza en la fe concreta y en la historia de las creencias, aunque no pueda decirme qué es lo que cabe esperar, porque la religión y su explicación conceptual, la teología, que tienen aquello por tema, no forman parte de la filosofía.

Todo esto lo considero verdad. Pero si la filosofía me puede prestar esta ayuda a través de sus diversas disciplinas es, precisamente, gracias a que ninguna de estas disciplinas reflexiona ni puede reflexionar sobre la integridad del hombre. O bien una disciplina filosófica prescinde del hombre en toda su compleja integridad y lo considera tan sólo como un trozo de   todas las demás disciplinas desgaja de la totalidad del hombre el dominio que ella va a estudiar, lo demarca frente a los demás, asienta sus propios fundamentos y elabora sus propios métodos. En esta faena tiene que permanecer accesible, en primer lugar, a las ideas de la metafísica misma como doctrina del ser, del ente y de la existencia, en segundo lugar, a los resultados de otras disciplinas filosóficas particulares y, en tercero, a los descubrimientos de la antropología filosófica. Pero de la disciplina de la que habrá de hacerse menos dependiente es, precisamente, de la antropología filosófica; porque la posibilidad de su trabajo intelectual propio descansa en su objetivación, en su deshumanización, diríamos, y hasta una disciplina tan orientada hacia el hombre concreto como la filosofía de la historia, para poder abarcar al hombre como ser histórico tiene que renunciar a la consideración del hombre enterizo, del que también forma parte esencial el hombre a histórico, que vive atemperado al ritmo siempre igual dc la naturaleza. Y si las disciplinas filosóficas pueden contribuir en algo a la solución de las tres primeras cuestiones kantianas —aunque no sea más que aclarándome las preguntas mismas y haciéndome que me dé bien cuenta de los problemas que encierran— se debe, precisamente, al hecho de que no esperan a la contestación de la cuestión cuarta.

Pero tampoco la antropología filosófica misma puede proponerse como tarea propia el establecimiento de un fundamento de la metafísica o de las disciplinas filosóficas. Si pretendiera responder a la pregunta “¿Qué es el hombre?” en una forma tan general que ya de ella se podrían derivar las respuestas a las otras cuestiones, entonces se le escaparía la realidad de su objeto propio. Porque en lugar de alcanzar su totalidad genuina, que sólo puede hacerse patente con la visión conjunta de toda su diversidad, lograría nada más una unidad falsa, ajena a la realidad, vacía de ella. 

Una antropología filosófica legítima tiene que saber no sólo que existe un género humano sino también pueblos, no sólo un alma humana sino también tipos y caracteres, no sólo una vida humana sino también edades de la vida; sólo abarcando sistemáticamente éstas y las demás diferencias, sólo conociendo la dinámica que rige dentro de cada particularidad y entre ellas, y sólo mostrando constantemente la presencia de lo uno en lo vario, podrá tener ante sus ojos la totalidad del hombre. Pero por eso mismo no podrá abarcar al hombre en aquella forma absoluta que, si bien no lo indica la cuarta pregunta de Kant, fácilmente se nos impone cuando tratamos de responderla, cosa que, como dijimos, eludió el mismo Kant. Así como le es menester a esta antropología filosófica distinguir y volver a distinguir dentro del género humano si es que quiere llegar a una comprensión honrada, así también tiene que instalar seriamente al hombre en la naturaleza, tiene que compararlo con las demás cosas, con los demás seres vivos, con los demás seres conscientes, para así poder asignarle, con seguridad, su lugar correspondiente. 

Sólo por este camino doble de diferenciación y comparación podrá captar al hombre entero, este hombre que, cualquiera tierra sabe: que transita por el estrecho sendero que lleva del nacimiento a la muerte; prueba lo que nadie que no sea él puede probar: la lucha con el destino, la rebelión y la reconciliación y, en ocasiones, cuando se junta por elección con otro ser humano, llega hasta experimentar en su propia sangre lo que pasa por los adentros del otro.

La antropología filosófica no pretende reducir los problemas filosóficos a la existencia humana ni fundar las disciplinas filosóficas, como si dijéramos, desde abajo y no desde arriba. Lo que pretende es, sencillamente, conocer al hombre. Pero con esto se encuentra ante un objeto de estudio del todo diferente a los demás. Porque en la antropología filosófica se le presenta al hombre él mismo, en el sentido más exacto, como objeto. 

Ahora que está en juego la totalidad, el investigador no puede darse por satisfecho, como en el caso de la antropología como ciencia particular, con considerar al hombre como cualquier otro trozo de la naturaleza, prescindiendo de que él mismo, el investigador, también es hombre y que experimenta en la experiencia interna este su ser hombre en una forma en la que no es capaz de experimentar ninguna otra cosa de la naturaleza, no sólo en su perspectiva del todo diferente sino en una dimensión del ser totalmente distinta, en una dimensión en la que sólo esta porción de la naturaleza que es él es experimentada. Por su esencia, el conocimiento filosófico del hombre es reflexión del hombre sobre sí mismo, y el hombre puede reflexionar sobre sí únicamente si la persona cognoscente, es decir, el filósofo que hace antropología, reflexiona sobre sí como persona.

El principio de individuación, que alude al hecho fundamental de la infinita variedad de las personas humanas en cuya virtud cada una está hecha a su manera peculiarísima y singular, lejos de relativizar el conocimiento antropológico le presta, por el contrario, su núcleo y armazón. Y en torno a lo que descubra el filósofo que medita sobre sí se deberá ordenar y cristalizar todo lo que se encuentra en el hombre histórico y en el actual, en hombres y mujeres, en indios y en chinos, en pordioseros y emperadores, en imbéciles y en genios, para que aquel su descubrimiento pueda convertirse en una genuina antropología filosófica.
Pero esto es algo diferente de lo que hace el psicólogo cuando completa y explica lo. Que sabe por la literatura y por la observación mediante la observación de sí mismo, el análisis de sí mismo, el experimento consigo mismo. Porque en este caso se trata siempre de fenómenos y procesos singulares, objetivados, de algo que ha sido desgajado de la conexión de la total persona concreta, de carne y hueso. Pero el antropofilósofo tiene que poner en juego no menos que su encarnada totalidad, su yo (Selbst)4 concreto.

* En español no solemos distinguir un “yo” y un “mismo” (Selbst, Self, moi), así que habrá que entender el “yo” casi siempre, en el contexto de este libro, como el sujeto íntegro, y no el sujeto lógico, el yo intelectual o la conciencia. Y todavía más. No basta con que coloque su yo como objeto del conocimiento. Sólo puede conocer la totalidad de la persona y, por ella, la totalidad del hombre, si no deja fuera su subjetividad ni se mantiene como espectador impasible. Por el contrario, tiene que tirarse a fondo en el acto de autorreflexión, para poder cerciorarse por dentro de la totalidad humana. En otras palabras: tendrá que ejecutar ese acto de adentramiento en una dimensión peculiarísima, como acto vital, sin ninguna seguridad filosófica previa, exponiéndose, por lo tanto, a todo lo que a uno le puede ocurrir cuando vive realmente. 
No se conoce al estilo de quien, permaneciendo en la playa, contempla maravillado la furia espumante de las olas, sino que es menester echarse al agua, hay que nadar, alerta y con todas las fuerzas, y hasta habrá un momento en que nos parecerá estar a punto de desvanecimiento: así y no de otra manera puede surgir la visión antropológica. Mientras nos contentemos con poseernos como un objeto, no nos enteraremos del hombre más que como una cosa más entre otras, y no se nos hará presente la totalidad que tratamos de captar; y claro que para poder captarla tiene que estar presente. No es posible que percibamos sino lo que en un “estar presente efectivo se nos ofrece, pero en ese caso sí que percibimos, o captamos de verdad, y entonces se forma el núcleo de la cristalización.
Un ejemplo podrá aclarar la relación entre el psicólogo y el antropólogo.* Si los dos estudian, digamos, el fenómeno de la cólera, el psicólogo tratará de captar qué es lo que siente el colérico, cuáles son los motivos y los impulsos de su yo * 
El ejemplo lo hemos tomado de la edición inglesa del ensayo, porque creemos que ayudará al lector. Vid. “What is Man?”, en Between Man and Man (Macmillan, Nueva York, 1948), p. 125., pero el antropólogo tratará también de captar qué es lo que está haciendo. Con respecto a este fenómeno, les será difícilmente practicable a los dos la introspección, que por naturaleza tiende a debilitar la espontaneidad e irregularidad de la cólera. El psicólogo tratará de sortear la dificultad mediante una división específica de la conciencia que le permita quedarse fuera con la parte observadora de su ser, dejando, por otra parte, que la persona siga su curso con la menor perturbación posible. Pero, de todos modos, la pasión en ese caso no dejará de parecerse a la del actor, es decir, que, no obstante que pueda intensificarse por comparación con una pasión no observada, su curso será diferente: habrá, en lugar del estallido elemental, un desencadenarse de la misma que será deliberado, y habrá una vehemencia más enfática, más querida, más dramática. El antropólogo no se preocupará de una división de la conciencia, pues que le interesa la totalidad intacta de los procesos, y, especialmente, la no fragmentada conexión natural entre sentimientos y acciones; y ésta es, en verdad, la conexión más poderosamente afectada por la introspección, ya que la pura espontaneidad de la acción es la que sufre esencialmente. 
El antropólogo, por tanto, tiene que resistirse a cualquier intento de permanecer fuera con su yo observador y, cuando le sobreviene la cólera, no la perturba convirtiéndose en su espectador, sino que la abandona a su curso sin el empeño de ganar sobre ella una perspectiva. Será capaz dc registrar en el recuerdo lo que sintió e hizo entonces; para él, la memoria ocupa el lugar del experimentar consigo mismo. Pero lo mismo que los grandes escritores, en su trato con los demás hombres, no registran deliberadamente sus peculiaridades, tomando, como si dijéramos, notas invisibles, sino que tratan con ellos en una forma natural y no inhibida, dejando la cosecha para la hora de la cosecha, también la memoria del antropólogo competente posee, con respecto a sí mismo y a los demás, un poder concentrador que le sabe preservar lo esencial. En el momento de la vida no lleva otra idea que la de vivir lo que hay que vivir, está presente con todo su ser, indiviso, y por tal razón crece en su pensamiento y en su recuerdo el conocimiento de la totalidad humana. (MARTIN BUBER).


Monday, July 25, 2016

Tres Llaves

Tres Llaves
Por Helena I. Roerich


Dedicado a:

Los antiguos, los presentes y los futuros discípulos.
¡Mis queridos jóvenes amigos!

Estas tres grandes llaves no están almacenadas en otros planetas ni en otros mundos estelares, sino en nosotros mismos, pero al tomar posesión de ellas, adquiriréis algo que es posible comparar sólo a los mundos. ¿Sería razonable el rehusar estas llaves? Ciertamente que no. Por lo tanto, sin perder tiempo vayamos por ellas.
En el nombre de mi amor por vosotros, os recordaré los senderos que conducen hacia la maestría de estas llaves. Sus nombres son: AMOR, BELLEZA Y CONOCIMIENTO.
Recordad estos senderos, tomadlos y señaladlos a los demás. En cada acto demostrad movilidad, amor y prudencia. Tratad de ser un sabio escultor en el trabajo con vosotros mismos y con los demás y tened cuidado de ser arcilla friable en las manos de una mala compañía.
Escoged buenos amigos y en el diálogo con ellos resaltad vuestras buenas cualidades; leed con ellos buenos libros, llegad a conclusiones y tratando de recordar todo lo mejor ponedlo en práctica en la vida.
Desarrollad en vosotros planes y métodos para la creación de una vida bella con voluntad y sensatez, llena de trabajo y armonía en las relaciones con el mundo exterior.
Estad conscientes que con cada mal pensamiento, palabra y acción estáis rompiendo los derechos sagrados con los cuales, al igual que cualquier otra creación, habéis sido generosamente premiados por la naturaleza.
Desarrollad en vosotros la firmeza y la perseverancia y no os entretengáis durante el trabajo. Si el trabajo es aburrido pero necesario, arreglaos para que con paciencia lo llevéis a su conclusión. Será más fácil de hacer si emprendéis cada tarea con alegría. No sois un muñeco o un juguete que mecánicamente realiza los movimientos, sino un hombre racional. Por lo tanto, estáis obligados a tratar cada trabajo con sabiduría, cuidado y con amor.
Tratad de purificad vuestro lenguaje de palabras vacías y sin sentido. Dejad que vuestro lenguaje sea claro, preciso y breve.
Abandonad el lugar lleno de habladurías vanas, de furor y odio, donde reina la pelea, el entretenimiento nocivo y la estupidez.
Si decidís descansar, aseguraos de dar a vuestra mente y cuerpo un entretenimiento agradable y libre cargas durante estos minutos de relajación.
No os apresuréis. Erradicad las mentiras. Sed honestos y afables. Desarrollad en vosotros un sentido de nobleza y en vuestra comunicación con la gente sed educada y sencilla. El sentimiento del temor también deberá ser ajeno a vosotros.
Mantened el equilibrio tanto en el placer como en el sufrimiento, en la alegría como en el dolor. Perdonad siempre y al odio responded con amor. Sólo así derrotareis la mala voluntad.
Vuestros pensamientos son vuestros hijos. A cada uno de ellos deberéis hacerlos bellos. Cada pensamiento deberá convertirse en una fuerza creadora dirigida hacia hacer el bien. Recordad siempre que el poder del pensamiento es muy grande. Preparaos para usarlo para beneficio del mundo.
Sed precisos en todo, veraces y certeros en vuestras acciones. De otra manera, no se os podrá confiar con un trabajo importante.
La vida deberá fluir a través de vosotros en todo su esplendor y fuerza completa. No permitáis que las cosas sin importancia debiliten vuestra perseverancia en el logro de vuestra meta.
La Vida y el Amor son una fuerza poderosa y la razón por la cual todo en el Universo existe. El Amor es la fuerza que rige al mundo: todo lo que se hace por él, tiene el poder de la ley universal. Sólo con el Amor a todo, podréis derrotar al mal. Traed el amor a donde quiera que vayáis. Pronto comprenderéis el cómo os ayudará en todos los caminos.
Sed puros y dejad que el amor emane de vosotros, como el aroma emana de la flor. Haced la firme e inquebrantable decisión de convertiros en la expresión del amor y la voluntad de ayudar en todas partes cuando podáis. Dejad que vuestra vida sea un rayo de alegría para otros. Encontrad diamantes en vuestra alma para que los podáis poner en el tesoro del bien común.
Si tenéis más conocimiento que algunos de vuestros amigos, no os ceguéis por el orgullo de ello, no demostréis vuestra superioridad, pero compartid vuestro conocimiento si es apropiado en ese momento.
Recordad que cada minuto de vuestra vida tiene un propósito. Sed capaces de comprenderlo. Si tenéis dificultad al escoger un trabajo o profesión, consultad a vuestros superiores.
Estad atentos a los minutos vacíos. La pereza puede agarraros por causa de ellos. Horas y días pueden hacerse de minutos vacíos y la tarea del verdadero hombre es grande. La vida es ciertamente multifacética e interesante. De los minutos empleados con sensatez podréis tejer la verdadera y bella tela de vuestra alma.
Por lo tanto, tratad de llenar cada minuto de vuestra vida con trabajo, conocimiento o pensamientos puros.
Dejad que el trabajo incesante os traiga placer y dejad que el fuego de la creatividad inextinguible ilumine vuestro sendero.
Tratad de mantener siempre vuestros pensamientos en la pureza absoluta y pensad mucho en lo que podréis hacer para el mejoramiento de la vida de la gente y para la mitigación de sus sufrimientos.
La naturaleza está rebosante de regalos puros y sagrados y está buscando receptáculos. Dejad que vuestra alma sea resplandeciente y limpia como el cristal, para la aceptación de estos regalos. Convertíos en un rayo de luz, dejad al mundo de los sueños vanos y aplicad vuestra energía a la ascensión incesante hacia lo alto.
Dejad que vuestra alma irradie siempre luz y bienaventuranza, calor y compasión, dinamismo y deseo para ayudar al que está cerca. Entonces sentiréis como las tareas pesadas pierden su peso y las vestiduras pesarosas del sufrimiento se convierten en los velos blancos como la nieve del fulgurante gozo puro.
Sed cautos y condescendientes en vuestro juicio sobre la gente, ya que sois, más bien imperfectos. Pero sed estrictos con vosotros mismos y trabajad infatigablemente en la corrección de vuestros propios defectos.
Enfrentaréis muchas pruebas en la vida. Sólo a través de ellas adquiriréis tesoros infinitos, pero estaréis preparados para superarlas con éxito, sólo si estáis armados con las amuniciones de la prudencia, la perseverancia y la fe en vosotros mismos.
Si el fracaso os sobreviniera, no perdáis el valor. El desaliento sólo debilitará vuestras fuerzas y disminuirá vuestro crecimiento interior. Es mejor movilizar vuestras fuerzas y pensar sobre cuál será la mejor estrategia que podréis hallar para continuar la acción. De esta manera mejorará vuestra tenacidad y se multiplicarán vuestros poderes.
Transformad cada fracaso y experiencia amarga en la más valiosa lección que os servirá como una guía en el futuro.
Cada obstáculo en vuestro camino os dirá lo que es necesario desarrollar para apertrecharos de amuniciones para continuar la lucha.
Pero en la batalla deberéis siempre recordar el bienestar de aquellos que están cerca. Tened cuidado de comprar vuestro propio bienestar a costa del sufrimiento de estos cercanos. Semejante bienestar es cruel e inestable.
Sed capaces de consumir vuestra energía cuidadosamente y con sensatez en cualquier trabajo. Arreglaos para tener un cuerpo fuerte, vigoroso y robusto. No lo carguéis con comida en cantidades más grandes de lo que es necesario para una nutrición normal, ni lo carguéis con nada que obviamente sea dañino para vuestra salud. Estudiad las leyes no sólo espirituales sino también las del crecimiento físico correcto. Vuestro cuerpo es una herramienta inmediata que trataréis sabiamente. A través de semejante manejo, vosotros portareis de manera más duradera, el más precioso receptáculo de fuerzas naturales y de salud, a través de las tormentas diarias y por los caminos de incasable trabajo.
Pero este receptáculo es dado a todo cuanto existe. Por lo tanto, sed igual de sensibles a la salud de las personas, animales, pájaros y aún de las plantas. Por ejemplo, las plantas recogen la luz y el calor del sol de la misma forma que vosotros lo hacéis. Las flores al igual que vosotros morirían si fuesen privadas de ellos. Significa que sois hermanos, pero vosotros sois mayores, más fuertes y más inteligentes. Por lo tanto, uno debe siempre rendir ayuda adecuada al más débil y poner más atención. Estáis dotados con mayor fuerza y sabiduría que muchos ubicados bajo vosotros, por lo tanto, deberíais siempre proteger a los indefensos y a los desamparados ya sean estos gentes, animales, plantas etc.
Un dicho dice así:" Mientras más obscura es la noche, más brillantes son las estrellas" y así, seréis los portadores de la luz, el amor y el conocimiento en la obscuridad humana y la lucha terrenal. Mientras más luz tengáis más obscuridad dispersaréis.
Desarrollad en vosotros la mayor sensibilidad y amor posible a la naturaleza que os rodea y escuchareis sus voces imparables cantando un himno loable al sol dador de vida. Amad el cielo estrellado y penetrad sus profundidades. En la calma de la noche tornad vuestros ojos hacia las estrellas rutilantes, a los mundos desconocidos donde también todo está vivo, donde todo está lleno de poderosa belleza y luz magnificente… Pero desde otros mundos nuestra Tierra también parece como un asterisco. Por lo tanto, ella también está llena de mucha belleza y grandeza. Dejad que vuestra alma sea una cuna espaciosa capaz de abarcar esta belleza y grandeza. Dejad que vuestra alma sea un espejo capaz de reflejar la generosidad y las muchas caras del genio creador de la naturaleza.
Abrid más ampliamente vuestra percepción de la belleza a través del arte. Amad la música y la pintura. Fijaos más profundamente en el juego de colores. Afinad vuestra percepción de los sonidos. Mostrad más interés por todo, encarnando el genio de los creadores de la belleza. Al escoger por vosotros mismos una profesión, no seáis unilaterales ni estrechos de mente. Cuando sea posible, tomad interés en todo lo que pueda enriquecer vuestra perspectiva.
Regocijaos ante todo lo que sea una expresión de la belleza. Regocijaos ante los últimos rayos de la puesta del sol. Regocijaos ante los primeros rayos del sol en el amanecer. Regocijaos - y la luz del sol será más brillante para vuestra alma, y los mundos distantes estarán más cercanos.
Sed como el sol, que generosamente se derrama a sí mismo en luz y dinamismo. Mirad cuantos caminos a los grandes manantiales esperan por sus viajeros. Pero para ir por ellos, es necesario ir siempre adelante y la vida misma es movimiento. Hacia adelante o hacia atrás. Os movéis con cada pensamiento, paso, acción. Si ellos son dirigidos hacia el Bien, iréis invariablemente hacia adelante., pero tened cuidado de no dar pasos hacia atrás.
Es necesario alcanzar la cima de la montaña, ¡pero qué difícil es la subida y que fácil es rodar hacia abajo!. ¿Es lo último razonable? Pensad en la felicidad infinita que es, el tomar posesión de la cima y la de mostrarles a otros el camino. ¡Qué mucho de lo desconocido veréis desde allí!, ¡que grandes e inmensos horizontes aparecerán ante vuestros asombrados ojos!.
¡Comprenderéis entonces todo el valor del camino recorrido! Recibiréis lo que persistentemente buscasteis por vosotros mismos, a pesar de las privaciones y las dificultades resultantes.
Y así siempre, con cada minuto de vuestra vida ascended más y más alto. Recordad que durante las ascensiones difíciles se os ofrecerá una mano en ayuda.
Y mientras más grande sea vuestra ayuda a la gente, más majestuosa y amplia será vuestra mente y vuestra alma y más fácil será para vosotros las ascensiones difíciles
Por lo tanto, erradicad de vosotros el sentimiento de egoísmo. No seáis un deudor de la naturaleza. Ella os ha premiado con grandes regalos. Ella ha plantado en vosotros grandes semillas. Ella está esperando - ¿Multiplicaréis sus tesoros? ¿Los compartiréis con los demás?
Tratad de escuchar las voces de todo cuanto existe. De esa manera comprenderéis sus aspectos específicos. Habiendo comprendido – enamoraos con un amor que abarque todo lo que existe. Adquirid un más y profundo conocimiento. Desarrollad en vosotros la apreciación de la armonía y la belleza cuanto os sea posible. Con amor, conocimiento y belleza id a la gente. Unidlos. Construid con ellos la vida, llena de luz, vigor, trabajo incansable y alegría. En esta gran intento creativo, adquiriréis nuevas fuentes inacabables de poder y conocimiento y al aspirar aprender los secretos escondidos de la naturaleza en nombre del Bien Común, estaréis así, pagando vuestra deuda.
Siguiendo este sendero, adquiriréis las tres grandes llaves de la BELLEZA, el AMOR y el CONOCIMIENTO. Con ellos abriréis las puertas que llevan a las fuentes luminosas de la verdad divina.

Sed capaces de tomar posesión de estas llaves.

Thursday, July 21, 2016

El Arrianismo


EL ARRIANISMO

El arrianismo debe su nombre al obispo Arrío (256-336), quién se formó en Antioquía, fue sacerdote de Alejandría y después obispo libio, y desde   aproximadamente el 318 d. C. difundió   la creencia de que no hay tres personas en Dios, sino una sola persona, el Padre.

Afirmaba que Jesucristo no era Divino, sino alguien que fue creado por Dios para apoyarlo en su Plan. Al ser creado por Dios, hubo un tiempo en el que no existía, deduciéndose de esto que el Verbo no es eterno, o sea no es Divino. En poco tiempo, con estas ideas, consigue formar un gran grupo de seguidores en Alejandría. La ortodoxia reveló siempre que Cristo era Dios encarnado en un hombre, no era un hombre influido ni creado por Dios, era Dios, y jamás retrocedió de esta afirmación. Sin embargo, al ser esto considerado como un misterio, es comprensible que no fuera aceptado por muchísima gente que, como los seguidores de Arrio, se inclinaban por pensamientos más racionales, por lo tanto, más inteligibles.

En 320 d. C. Alejandro, obispo de Alejandría, convoca un sínodo de más de cien obispos de Egipto y Libia que excomulga a Arrio por sus ideas heréticas. El arrianismo, sin embargo, se extiende por todo el oriente rápidamente, sobre todo en las grandes masas de gente humilde, campesinos, siervos y soldados.

En 325 d. C. Constantino convoca el concilio de Nicea, que condena al   arrianismo a instancias del diácono de Alejandría y jefe del partido anti-arriano, San Atanasio, que consigue crear una definición de la fe ortodoxa:

"Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre..."

Arrio fue condenado al destierro, al igual que Eusebio de Nicomedia y otros muchos partidarios.

A pesar de las duras conclusiones del concilio de Nicea, Constantino, al que probablemente le preocupara más el apoyo que podía lograr del cristianismo que la doctrina en sí, fue convencido por su entorno para perdonar a Eusebio, y poco a poco a todos los demás, incluso a Arrio, pero este muere en 336 d. C. antes de poder regresar.

A la muerte de Constantino, su hijo Constancio (337-361) apoyó al arrianismo, que terminó introduciéndose en casi todo el ejército y en los numerosos bárbaros que vivían en el Imperio y que lo llevarían luego a occidente.

En un concilio celebrado en Antioquía en 341d. C., Eusebio de Nicomedia logró hacer aceptar varias fórmulas de la doctrina arriana sobre la naturaleza de Cristo, pero tuvo tal oposición que los emperadores, Constancio en oriente y Constante en occidente llamaron a un concilio en Sárdica (Sofía) que eliminó todas las herejías del concilio de Antioquía y depuso a varios obispos arrianos, reponiendo a muchos ortodoxos, entre ellos Atanasio, anteriormente proscrito.

A la muerte de Constancio en 361d. C., el arrianismo se quedó sin su protector, y poco a poco fue prohibido en todo el Imperio, bajo la guerra declarada de los Padres de la Iglesia, los capadocios San Basilio y San Gregorio Nacianceno.

La muerte oficial del arrianismo se produjo en el Concilio de Constantinopla de 381 d. C., aunque siguió vivo por muchísimos años, pero con muy pocos seguidores.