Wednesday, December 16, 2015

“Conócete a Ti mismo” - René Guenón

Capítulo VI


"CONÓCETE A TI MISMO"

René Guenón



Habitualmente se cita esta frase: "Conócete a ti mismo", pero a menudo se pierde de vista su sentido exacto. A propósito de la confusión que reina con respecto a estas palabras, pueden plantearse dos cuestiones: la primera concierne al origen de esta expresión, la segunda a su sentido real y a su razón de ser. Algunos lectores podrían creer que ambas cuestiones son completamente distintas y que no tienen entre sí ninguna relación. Tras una reflexión y un examen atento, claramente aparece que mantienen una estrecha conexión.


Si se les pregunta a quienes han estudiado la filosofía griega quién fue el hombre que pronunció primero esta sabia frase, la mayoría de ellos no dudará en responder que el autor de esta máxima es Sócrates, aunque algunos pretenden referirla a Platón y otros a Pitágoras. De estos pareceres contradictorios, de estas divergencias de opinión, estamos en nuestro derecho de concluir que esta frase no tiene por autor a ninguno de los filósofos mencionados, y que no es en ellos donde habría que buscar su origen. Nos parece lícito formular esta advertencia, que parecerá justa al lector cuando sepa que dos de estos filósofos, Pitágoras y Sócrates, no dejaron ningún escrito.


En cuanto a Platón, nadie, sea cual sea su competencia filosófica, está en situación de distinguir qué fue dicho por él o por su maestro Sócrates. La mayor parte de la doctrina de este último no nos es conocida más que por mediación de Platón, y, por otra parte, se sabe que es en la enseñanza de Pitágoras donde Platón recogió ciertos conocimientos de los que hace gala en sus diálogos. Con ello, vemos que es extremadamente difícil delimitar lo que corresponde a cada uno de estos tres filósofos. Lo que se atribuye a Platón a menudo es también atribuido a Sócrates, y, entre las teorías consideradas, algunas son anteriores a ambos y provienen de la escuela de Pitágoras o de él mismo.

Verdaderamente, el origen de la expresión estudiada se remonta mucho más allá de los tres filósofos mencionados. Mejor aún: es más antigua que la historia de la filosofía, y supera también el dominio de la filosofía. Se dice que estas palabras estaban inscritas en la puerta de Apolo en Delfos. Posteriormente fueron adoptadas por Sócrates, así como por otros filósofos, como uno de los principios de su enseñanza, a pesar de la diferencia que haya podido existir entre estas diversas enseñanzas y los fines perseguidos por sus autores. Es probable, por lo demás, que también Pitágoras haya empleado esta expresión mucho antes que Sócrates. Con ello, estos filósofos se proponían demostrar que su enseñanza no era estrictamente personal, que provenía de un punto de partida más antiguo, de un punto de vista más elevado que se confundía con la fuente misma de la inspiración original, espontánea y divina.

Comprobamos que estos filósofos eran, por ello, muy diferentes a los filósofos modernos, que despliegan todos sus esfuerzos para expresar algo nuevo, a fin de ofrecerlo como la expresión de su propio pensamiento, de erigirse como los únicos autores de sus opiniones, como si la verdad pudiera ser propiedad de alguien.

Veremos ahora porqué los filósofos antiguos quisieron vincular su enseñanza con esta expresión o con alguna similar, y porqué puede decirse que esta máxima es de un orden superior a toda filosofía.

Para responder a la segunda parte de esta cuestión, diremos que la solución está contenida en el sentido original y etimológico de la palabra "filosofía", que habría sido, se dice, empleada por primera vez por Pitágoras. La palabra filosofía expresa propiamente el hecho de amar a Sophia, la sabiduría, la aspiración a ésta o la disposición requerida para adquirirla.

Esta palabra siempre ha sido empleada para calificar una preparación a esa adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios que podían ayudar al philosophos, o a aquel que experimentaba por ella alguna tendencia, a convertirse en sophos, es decir, en sabio.

Así, como el medio no podría ser tomado por un fin, el amor a la sabiduría no podría constituir la sabiduría misma. Y debido a que la sabiduría es en sí idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede decir que el conocimiento filosófico no es sino un conocimiento superficial y exterior. No posee en sí mismo, ni por sí mismo, un valor propio. Solamente constituye un grado preliminar en la vía del conocimiento superior y verdadero, que es la sabiduría.

Es muy conocido por quienes han estudiado a los filósofos antiguos que éstos tenían dos clases de enseñanza, una exotérica y otra esotérica. Todo lo que estaba escrito pertenecía solamente a la primera. En cuanto a la segunda, nos es imposible conocer exactamente su naturaleza, ya que por un lado estaba reservada a unos pocos, y, por otro, tenía un carácter secreto. Ambas cualidades no hubieran tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido ahí algo superior a la simple filosofía.

Puede al menos pensarse que esta enseñanza esotérica estaba en estrecha y directa relación con la sabiduría y que no apelaba tan sólo a la razón o a la lógica, como es el caso para la filosofía, que por ello ha sido llamada "el conocimiento racional". Los filósofos de la Antigüedad admitían que el conocimiento racional, es decir, la filosofía, no era el más alto grado del conocimiento, no era la sabiduría.

¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del mismo modo que el conocimiento exterior, por la palabra o mediante libros? Ello es realmente imposible, y veremos la razón. Lo que podemos afirmar desde ahora es que la preparación filosófica no es suficiente, ni siquiera como preparación, pues no concierne más que a una facultad limitada, que es la razón, mientras que la sabiduría concierne a la realidad del ser al completo.

De modo que existe una preparación a la sabiduría más elevada que la filosofía, que no se dirige a la razón, sino al alma y al espíritu, y a la que podemos llamar preparación interior; éste parece haber sido el carácter de los más altos grados de la escuela de Pitágoras. Ha ejercido su influencia a través de la escuela de Platón y hasta el neo-platonismo de la escuela de Alejandría, donde apareció de nuevo claramente, así como entre los neo-pitagóricos de la misma época. Si para esta preparación interior se empleaban también palabras, éstas no podían ser ya tomadas sino como símbolos destinados a fijar la contemplación interior.

Mediante esta preparación, el hombre es llevado a ciertos estados que le permiten superar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente, y como todo esto está muy por encima de la razón, está también muy por encima de la filosofía, puesto que la palabra filosofía siempre es empleada de hecho para designar algo que sólo pertenece a la razón.

No obstante, es asombroso que los modernos hayan llegado a considerar a la filosofía, así definida, como si fuera completa en sí misma, y olvidan así lo más elevado y superior.

La enseñanza esotérica fue conocida en los países de Oriente antes de propagarse en Grecia, donde recibió el nombre de "misterios". Los primeros filósofos, en particular Pitágoras, vincularon a ellos su enseñanza, como no siendo sino una expresión nueva de ideas antiguas.

Existían numerosas clases de misterios con orígenes diversos. Aquellos en los que se inspiraron Pitágoras y Platón estaban en relación con el culto de Apolo. Los "misterios" tuvieron siempre un carácter reservado y secreto, significando etimológicamente la propia palabra "misterios", silencio total, no pudiendo ser expresadas mediante palabras las cosas a las cuales se referían, sino tan sólo enseñadas por una vía silenciosa. Pero los modernos, al ignorar cualquier otro método distinto al que implica el uso de la palabra, al cual podemos llamar el método de la enseñanza exotérica, han creído erróneamente, a causa de ello, que no había aquí ninguna enseñanza.

Podemos afirmar que esta enseñanza silenciosa usaba figuras, símbolos y otros medios que tenían por objetivo conducir al hombre a estados interiores, permitiéndole llegar gradualmente al conocimiento real o a la sabiduría. Tal era el objetivo esencial y final de todos los "misterios" y de otras cosas semejantes que pueden encontrarse en diferentes lugares.

En cuanto a los "misterios" que estaban especialmente vinculados al culto de Apolo y al propio Apolo, es preciso recordar que éste era el dios del sol y de la luz, siendo ésta en su sentido espiritual la fuente de donde brota todo conocimiento y de la que derivan las ciencias y las artes.

Se dice que los ritos de Apolo llegaron del Norte y esto se refiere a una tradición muy antigua, que se encuentra en Libros sagrados como el Vêda hindú y el Avesta persa. Este origen nórdico era incluso afirmado más especialmente para Delfos, que pasaba por ser un centro espiritual universal; y había en su templo una piedra llamada omphalos que simbolizaba el centro del mundo.

Se piensa que la historia de Pitágoras, e incluso su propio nombre, poseen cierta relación con los ritos de Apolo. Éste era llamado Pythios, y se dice que Pytho era el nombre original de Delfos. La mujer que recibía la inspiración de los Dioses en el templo era llamada Pythia. El nombre de Pitágoras significa entonces "guía de la Pythia", lo cual se aplica al propio Apolo. Se cuenta además que fue la Pythia quien declaró que Sócrates era el más sabio de los hombres. Parece entonces que Sócrates estuvo relacionado con el centro espiritual de Delfos, al igual que Pitágoras.

Añadiremos que si bien todas las ciencias eran atribuidas a Apolo, esto era incluso más especialmente en cuanto a la geometría y la medicina. En la escuela pitagórica, la geometría y todas las ramas de las matemáticas ocupaban el primer lugar en la preparación al conocimiento superior. Con respecto a este conocimiento, estas ciencias no eran dejadas de lado, sino que, por el contrario, eran empleadas como símbolos de la verdad espiritual. También Platón consideraba a la geometría como una preparación indispensable a toda otra enseñanza, y había inscrito sobre la puerta de su escuela estas palabras: "Nadie entre aquí si no es geómetra". Se comprende el sentido de estas palabras cuando se las refiere a otra fórmula del mismo Platón: "Dios hace siempre geometría", ya que, hablando de un Dios geómetra, Platón aludía a Apolo.

No debe asombrar que los filósofos de la Antigüedad hayan empleado la frase inscrita en la entrada del templo de Delfos, puesto que conocemos ahora los vínculos que los unían a los ritos y al simbolismo de Apolo.

Después de todo esto, fácilmente podemos comprender el sentido real de la frase estudiada aquí y el error de los modernos a este respecto. Este error deriva de que ellos han considerado esta frase como una simple sentencia de un filósofo, a quien atribuyen siempre un pensamiento comparable al suyo. Pero, en realidad, el pensamiento antiguo difería profundamente del pensamiento moderno. Así, muchos atribuyen a esta frase un sentido psicológico; pero lo que ellos llaman psicología consiste tan sólo en el estudio de los fenómenos mentales, que no son sino modificaciones exteriores -y no la esencia- del ser.

Otros aún ven en ella, sobre todo aquellos que la atribuyen a Sócrates, un objetivo moral, la búsqueda de una ley aplicable a la vida práctica. Todas estas interpretaciones exteriores, sin ser siempre enteramente falsas, no justifican el carácter sagrado que poseía en su origen, que implica un sentido mucho más profundo que el que así se le quiere atribuir. En primer lugar, significa que ninguna enseñanza exotérica es capaz de dar el conocimiento real, que el hombre debe encontrar solamente en sí mismo, pues, de hecho, ningún conocimiento puede ser adquirido sino mediante una captación personal.

Sin esta aprehensión, ninguna enseñanza puede desembocar en un resultado eficaz, y la enseñanza que no despierta en quien la recibe una resonancia personal no puede procurar ninguna clase de conocimiento. Es la razón de que Platón dijera que "todo lo que el hombre aprende está ya en él". Todas las experiencias, todas las cosas exteriores que le rodean no son más que una ocasión para ayudarle a tomar conocimiento de lo que hay en sí mismo. Este despertar es lo que se llama anámnesis, que significa "reminiscencia".

     Si ello es cierto para todo conocimiento, lo es mucho más para un conocimiento más elevado y más profundo, y, cuando el hombre avanza hacia este conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles se hacen cada vez más insuficientes, hasta finalmente perder toda utilidad. Si bien pueden ayudar a aproximarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes para adquirirla realmente, y se dice corrientemente en la India que el verdadero gurú o maestro se encuentra en el propio hombre y no en el mundo exterior, aunque una ayuda exterior pueda ser útil al principio, para preparar al hombre a encontrar en sí y por sí mismo lo que no puede encontrar en otra parte, y particularmente lo que está por encima del nivel de la conciencia racional. Es necesario, para alcanzar esto, realizar ciertos estados que avanzan siempre más profundamente hacia el ser, hacia el centro, simbolizado por el corazón y donde la conciencia del hombre debe ser transferida para hacerle capaz de alcanzar el conocimiento real. Estos estados, que eran realizados en los misterios antiguos, eran grados en la vía de esta transposición de la mente al corazón.

Había, hemos dicho, una piedra en el templo de Delfos llamada omphalos, que representaba el centro del ser humano, así como el centro del mundo, según la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir, el hombre, de tal manera que todo lo que está en uno está en relación directa con lo que está en el otro. Avicena dijo: "Tú te crees una nada, y sin embargo el mundo reside en ti".

Es curioso señalar la creencia extendida en la Antigüedad según la cual el omphalos había caído del cielo, y se tendrá una idea exacta del sentimiento de los griegos con respecto a esta piedra diciendo que tenía cierta similitud con el que experimentamos con respecto a la piedra negra sagrada de la Kaabah.

La similitud que existe entre el macrocosmos y el microcosmos hace que cada uno de ellos sea la imagen del otro, y la correspondencia entre los elementos que los componen demuestra que el hombre debe conocerse a sí mismo primero para poder conocer después todas las cosas, pues, en verdad, puede encontrarlo todo en él. Por esta razón, algunas ciencias -especialmente las que forman parte del conocimiento antiguo y que son casi ignoradas por nuestros contemporáneos- poseen un doble sentido. Por su apariencia exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y pueden ser consideradas justamente desde este punto de vista. Pero, al mismo tiempo, también poseen un sentido más profundo, el que se refiere al propio hombre y a la vía interior por la cual puede realizar el conocimiento en sí mismo, realización que no es otra que la de su propio ser. Aristóteles dijo: "el ser es todo lo que conoce", de tal modo que, allí donde existe conocimiento real -y no su apariencia o su sombra- el conocimiento y el ser son una y la misma cosa.

La sombra, según Platón, es el conocimiento por los sentidos e incluso el conocimiento racional que, aunque más elevado, tiene su origen en los sentidos. En cuanto al conocimiento real, está por encima del nivel de la razón; y su realización, o la realización del ser, es semejante a la formación del mundo, según la correspondencia de la que hemos hablado. Es ésta la razón de que algunas ciencias puedan describirse bajo la apariencia de esta formación; este doble sentido estaba incluido en los antiguos misterios, del mismo modo que en todas las enseñanzas que apuntan al mismo fin entre los pueblos de Oriente. Parece que igualmente en Occidente esta enseñanza ha existido durante toda la Edad Media, aunque hoy haya desaparecido completamente, hasta el punto que la mayoría de los occidentales no tiene idea alguna de su naturaleza o siquiera de su existencia.

Por todo lo precedente, vemos que el conocimiento real no tiene como vía a la razón, sino al espíritu y al ser al completo, pues no es otra cosa que la realización de este ser en todos sus estados, lo que constituye el fin del conocimiento y la obtención de la sabiduría suprema. En realidad, lo que pertenece al alma, e incluso al espíritu, representa solamente grados en la vía hacia la esencia íntima que es el verdadero Sí, y que puede ser encontrada tan sólo cuando el ser ha alcanzado su propio centro, estando unidas y concentradas todas sus potencias como en un solo punto, en el cual todas las cosas se le aparecen, estando contenidas en este punto como en su primer y único principio, y así puede conocer todas las cosas como en sí mismo y desde sí mismo, como la totalidad de la existencia en la unidad de su propia esencia.

Es fácil ver cuán lejos está esto de la psicología en el sentido moderno de la palabra, y que va incluso mucho más lejos que un conocimiento más verdadero y más profundo del alma, que no puede ser sino el primer paso en esta vía. Es importante indicar que el significado de la palabra nâfs no debe ser aquí restringido al alma, pues esta palabra se encuentra en la traducción árabe de la frase considerada, mientras que su equivalente griego psyché no aparece en el original. No debe pues atribuirse a esta palabra el sentido corriente, pues es seguro que posee otro significado mucho más elevado que le hace asimilable al término esencia, y que se refiere al Sí o al ser real; como prueba, tenemos lo que se dice en el siguiente hadith, que es como un complemento de la frase griega: "Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor".

Cuando el hombre se conoce a sí mismo en su esencia profunda, es decir, en el centro de su ser, es cuando conoce a su Señor. Y conociendo a su Señor, conoce al mismo tiempo todas las cosas, que vienen de Él y a Él retornan. Conoce todas las cosas en la suprema unidad del Principio divino, fuera del cual, según la sentencia de Mohyiddin ibn Arabî, "no hay absolutamente nada que exista", pues nada puede haber fuera del Infinito.

Saturday, December 12, 2015

El Simbolismo de la Logia de Mesa - Denys Roman

REFLEXIONES DE UN CRISTIANO SOBRE
LA FRANC-MASONERÍA

Denys Roman

EL SIMBOLISMO DE LA LOGIA DE MESA


La modernización de los rituales masónicos, no sólo ha empobrecido hasta desfigurarse, las “funciones” esenciales de la Orden, y que son para cada grado, en número de tres: apertura de los trabajos, clausura de los trabajos y colación del grado correspondiente; aun han ejercido su acción “desacralizante” sobre muchos otros ritos, considerados erróneamente como “adventicios” o secundarios (porque, en general, no se cumplen en cada tenida, sino tan sólo una o dos veces por año), pero que, a nuestros ojos, no son menos importantes y “significativos” que los otros. Entre estos ritos, unos han desaparecido, al menos prácticamente, y, los otros, han sido transformados hasta el extremo de haber perdido todo carácter “iniciático”.

Entre los ritos desaparecidos, en la mayor parte de las Logias latinas, podemos citar la “consagración” de los talleres. Esta función, según ciertos autores, era antiguamente cumplida, de forma anual, en la Masonería operativa, y designada como “Aniversario de la Dedicación del primer Templo”. En los países anglo-sajones, es practicada, una vez por todas, después de la constitución de una nueva Logia. En la Masonería continental, cayó en desuso o reducida a casi nada. Sin duda llegamos a la conclusión de que, el uso del incienso y las alusiones al “servicio de Dios”, eran poco compatibles con la mentalidad contemporánea .

Hay otro rito de carácter anual, que ha sido conservado, aunque degradado y “profanado” (en el sentido etimológicos de estas palabras). Es el llamado corrientemente “Instalación del Colegio de Oficiales”, y que, en realidad, es “La instalación de Hiram-Abiff en el púlpito del rey Salomón”. Despojado de diversos elementos esenciales para la comprensión correcta del verdadero carácter de la Masonería, este rito ha sido reducido, al menos en Francia, a una simple formalidad “administrativa”, pasablemente fastidiosa y, en todo caso, vacía de toda significación verdaderamente profunda.

Los Masones que han comprendido la necesidad, para el resurgir de la Orden, de utilizar rituales lo más próximos posibles a la perfección, deberían, pensamos, no descuidar aplicar sus esfuerzos a las funciones que acabamos de hablar y a todas las demás. Para esto dos cosas son necesarias: una documentación bastante extensa y, sobre todo, un conocimiento profundo de los escritos de René Guenón, cuya Obra, en materia de Masonería, nos parece como absolutamente irremplazable.

Sería interesante, cada vez que una tal tarea sea concluida, mirar si el resultado revela algunas de estas “armonías internas” a que hemos referencia precedentemente. Querríamos, precisamente hoy, dar un ejemplo que sirviera, no de “modelo”, sino más bien de “ilustración” de lo que puede hacerse a este respecto. Pues es innecesario decir que, los ritos masónicos, varían considerablemente de una Obediencia a otra, las “armonías” obtenidas en el rito de York, por ejemplo, no son las mismas que las obtenidas en el Rito Escocés, Francés, Sueco, u otros. Pero pensamos que siempre deben ser “significativas”.

Hemos elegido, a este propósito, una función tenida generalmente por poco importante -aunque tal no era la opinión de René Guenón-, y de la cual podemos hablar, en todo caso, sin infringir las consignas de silencio relativas a los trabajos en Logia; consignas que, sabemos, no son más que el símbolo del “secreto masónico” incomunicable por esencia. Esta función es la Logia de Mesa, otras veces considerada como obligatoria en las fiestas solsticiales. Hoy en día, olvidado totalmente su carácter “de comunión”, ha sido frecuentemente reemplazada por una simple “cena fraternal”, totalmente desprovista de todo valor simbólico..

El examen de este rito tendrá, además, la ventaja de ofrecer otro ejemplo de armonías numéricas, que encontraremos aquí, no en la batería ejecutada con el mallete, sino en la batería ejecutada con las manos, que reviste, precisamente en la Logia de Mesa, una importancia muy particular.

Empezaremos por recordar algunas reglas, frecuentemente olvidadas, de la Logia de Mesa. Debe ser “regularmente cubierta”, es decir que los trabajos deben estar abiertos para un ritual, puede ser abreviado, pero, en todo caso, efectivo en sus elementos esenciales. Siempre se practica en primer grado, pero por una tradición bastante remarcable, los Aprendices son autorizados a llevar el “cordón de Maestro”. Las mesas están dispuestas de una forma especial, recordando el triclinium de los Ancianos (que es también, según muchos creen, la forma de la mesa en la Cristo celebró la Última Cena); sin embrago los Masones de lengua inglesa, no han olvidado que, una disposición tal, no es más que una imitación aproximada de la Logia de Mesa ideal, cuya forma rigurosamente exacta sería una semicircunferencia prolongada en sus extremos por líneas paralelas .

El rito esencial de la Logia de Mesa, aquel por el cual los trabajos no pueden estar “suspendidos”, sino que deben adquirir “fuerza y vigor”, está constituido por lo “honores”. Se designa bajo este nombre la acción de beber a la “gloria”, a la “memoria” o a la “salud” de uno o de diversos “dignatarios” previamente designados. Seguidamente de cada uno de estos “honores”, los comensales hacen el signo del primer grado y después ejecutan con las manos una batería particular, llamada “batería de mesa”.

Esta batería difiere según la “dignidad” de aquellos a quienes se rinden los “honores”. Por poner un ejemplo, una batería dada “por acuerdos de 3 veces 5 y 3” se compone de 3 series de 5 batidas precipitadas, seguidas de 3 batidas más lentas (en este caso, es el “brindis”, tan conocido en las cenas populares de familia o meramente sociales, y de cual podríamos preguntarnos si no se trataría de uno de esos numerosos ritos iniciáticos que han penetrado en el mundo profano). 

Cuando los honores son hechos a la salud de una persona presente en la Logia de Mesa, ésta debe agradecerlos obligatoriamente, mediante algunas palabras. Haciendo seguir a esta respuesta, un “signo” y una batería idéntica a la que ha recibido como saludo.

Seguidamente tal agradecimiento, debe ser “cubierto”, es decir que, bajo la invitación del Presidente de mesa, los asistentes reiteran el signo y la batería. Sin embargo, no se cubren los agradecimientos del Venerable; pero el Primer Vigilante recuerda la regla diciendo: “Por respeto a nuestro Venerable, no procederemos a cubrir su batería”.

La Masonería, sobre todo en Inglaterra, ha multiplicado a placer el número de honores. Habiendo eliminado aquellos que no presentaban más que un aspecto de “etiqueta” de obediencia o que son totalmente ocasionales, y restableciendo aquellos que la influencia modernista había hecho desaparecer, permaneciendo los siguientes:

  1. “Ala gloria del Gran Arquitecto del Universo”. Estos honores son realizados “por acuerdos de 3 veces 11 y 3”, lo que ofrecen 33 palmadas.
  2. “A la memoria de los dos San Juan”. Son efectuados “por acuerdos de 3 veces 9 y 3”, de lo que resultan 30 palmadas.
  3. “Al Venerable de la Logia” esta salud es propuesta por el Primer Vigilante, quien solicita previamente la autorización. Se efectúa “por acuerdos de 3 veces 7 y 3”, en total 24 palmadas. El Venerable agradece y reitera la batería, pero, tal como hemos dicho anteriormente, sus agradecimientos no se encuentran cubiertos. El número total de palmadas en este saludo es, entonces, de 48.
  4. “A los dos Vigilantes sobre los que reposan las columnas del Templo”. Los acuerdos son de 3 veces 5 y de 3, de lo que resultan 18 palmadas. El Primer Vigilante lo agradece y, al mismo tiempo que su colega, reitera la batería, y los agradecimientos son cubiertos. El total número de palmadas es, entonces, de 54 .
  5. A todos los Masones esparcidos por el mundo, sea cual fuere el lugar donde se encuentren, en la superficie de la Tierra o bajo las olas, deseándoles, por la gracia del Gran Arquitecto del Universo, feliz regreso a su país natal. Amen”. Estos honores, después de los cuales se forma la “cadena de unión”, se realizan “por acordes de 3 veces 3 y 3”. Jamás son respondidos y, el número de palmadas es de 12.

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Ahora, si sumamos el número de palmadas efectuadas en los 5 “honores”, comprobamos que: 36+30+48+54+12=180, es decir el número que expresa, en grados, la medida de la semicircunferencia. Esta constatación está cercana a la disposición de las mesas en semicírculo, a que hemos hecho referencia con anterioridad, y también al hecho de que, las Logias de Mesa, presentan toda su solemnidad en las fechas de los dos solsticios, que dividen en ciclo del año en dos partes iguales.

Por lo tanto, en las “Instrucciones” del grado de Aprendiz, se dice que la Logia tiene la forma de un cuadrilongo (o cuadrado alargado). ¿Cómo se explica que, para los trabajos de Mesa, esta forma de Logia sea modificada? Podríamos apuntar a este respecto al simbolismo de la “Tabla Redonda”, donde los caballeros estaban situados  en una relativa “igualdad”, que es posible que no esté en analogía con la designada más arriba, referente a que los Aprendices, en Logia de Mesa, están habilitados al nivel de la insignias de la maestría.

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Entre aquellos símbolos enigmáticos que figuran sobre antiguos “cuadros de Logia” del siglo XIX, encontramos uno que representa un cuadrado y un círculo entrelazados de tal forma que, los aspectos de las cuatro porciones del cuadrado externas al círculo, son aproximadamente equivalentes a los aspectos de las cuatro porciones del círculo, externas al cuadrado.

En ninguna parte hemos visto dar una interpretación cualquiera de este símbolo. Pero, para nosotros, no cabe ninguna duda que se trata de una alusión al célebre problema de la “cuadratura del círculo” que, con la “tri-sección del ángulo” y el problema “déliaque” de la “duplicación del cubo” (con los que, posiblemente, se relacionan ciertos símbolos del segundo grado), han suscitado tantos comentarios, esotéricos como exotéricos, desde Pitágoras hasta nuestros días.

Sabemos que en el orden cosmológico, la cuadratura del círculo es la “proyección plana” del paso de la “esfera al cubo”, que simboliza el proceso cíclico que lleva al Paraíso terrestre y a la Jerusalén celeste. La insolubilidad del problema, en la geometría euclidiana o “profana”, expresa el hecho que el proceso cósmico, en su conjunto, es obra de la Actividad del Cielo.

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Volvamos ahora a la forma semicircular de la Logia de Mesa y a la forma de cuadrilongo de la “Logia de Trabajo”, y precisemos en principio que el cuadrilongo es precisamente un rectángulo cuya anchura es el doble que su altura; es por lo tanto el doble de un cuadrado. La diagonal de esta figura sirve para determinar la “sección de oro” de un segmento, necesario para la formación de un pentágono estrellado o de la “estrella flameante”: uno de los principales emblemas de la Masonería, que simboliza al “Hombre Verdadero” o, para las tradiciones occidentales, al Adam Qadmon y al Cristo Glorioso. Las semejanzas del cuadrilongo con la edificación de la Jerusalén celestial, son pues evidentes. En América, es cierto, la estrella flameante es asimilada a la estrella que guía a los magos a Jerusalén y luego a Belén; pero podemos apreciar que la Jerusalén terrestre es la “figura de la Jerusalén celeste. Por otra parte, es interesante recordar que, la estrella desapareció con la llegada de los Magos a Jerusalén, y no volvió a aparecer, hasta que iniciaron el regreso. Este incidente puede relacionarse con el hecho de que, la Jerusalén celeste, no recibe la luz, ni del Sol, ni de la Luna.

La Logia de Mesa es un semicírculo, la Logia de Trabajo un doble cuadrado. La primera representa el Paraíso terrestre, pero un Paraíso “mutilado”, por así decirlo. Y sería más exacto decir que, la Logia de Mesa es, respecto a la de Trabajo, la “memoria” o el recuerdo.

La Logia de Trabajo simboliza la “espera” de la Jerusalén celeste. Pues el rectángulo no es más que un cuadrado imperfecto; cuadrilátero que tiende hacia el cuadrado. Y el paso de la “Mesa” al “Trabajo” y del “Trabajo” a la “Mesa”, simboliza las operaciones herméticas, inversas y complementarias, de la “cuadratura del círculo” y de la “circulatura del cuadrado”.

El Paraíso terrestre viene descrito al principio del Antiguo Testamento. La Jerusalén celestial, es descrita al final del Nuevo. Estas dos “estancias” señalan pues los límites entre los que se dispensa la Palabra Divina, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Y son también, para nuestro ciclo, la primera y la última moradas de la Humanidad y, más particularmente de los “elegidos”; una y otra son el modelo ideal de estas “casas” que construyen los Masones operativos, al abrigo de la Lluvia, que los Griegos representan por la letra delta y, los Hebreos, por la letra beth.

Pero este mismo símbolo se aplica también en el orden microcósmico, evocando entonces a la primera y última moradas del hombre individual, especificación del Camino Universal. La cuna es un semicírculo y, la tumba, un cuadrilongo. Para el Masón que se aplica en la “interpretación de los signos”, la similitud entre macrocosmos y microcosmos, y, consecuentemente, la necesidad de unificar la vía de abajo, con la “Voluntad de Arriba”, expresada por el Plan del Gran Arquitecto del Universo, aparece con una serena claridad, como la evidencia exigente, como el Absoluto.

Thursday, December 3, 2015

El Mito Solar y el Hombre - El Maestro delos Nueve - Jorge Adoum

EL MITO SOLAR Y EL HOMBRE

EL MAESTRO DE LOS NUEVE
9º GRADO
JORGE ADOUM
(Mago Jefa)

La Leyenda del Grado del Elegido de los Nueve explica extensamente el Mito Solar. La propia leyenda de Hiram y de la persecución de los asesinos enmascara en cierto sentido mitos y misterios simbólicos más antiguos que nos muestran la constante lucha entre la Luz y las tinieblas, el bien y el mal, la verdad y el error, y los ideales y las pasiones del hombre.
En el Mito Solar, del que fueron extraídas todas las leyendas de las religiones, los nueve Maestros son los nueve signos zodiacales o nueve meses de luz en oposición a los tres meses más oscuros, terrenales y animales, Escorpio, Sagitario y Capricornio.
Además, es la lucha entre la Luz y las tinieblas, el nacimiento y la muerte, lo activo y pasivo, y lo oscuro y negativo: es la lucha de las estaciones luminosas contra la estación oscura. Es la lucha de los dioses del Olimpo contra los Titanes y Gigantes deseosos de dominar en el orden celestial mediante las pasiones brutales. Es la lucha de los Devas contra los Asuras, de Indra, Agni y Mitra contra Varuna, quien, igual que Lucifer, es lanzado al Inferior (Infierno), dejando de ser el dios de la noche estrellada. Es la lucha de Osiris reencarnado en Horus. y de Isis, contra Tifón; de Hércules, prototipo del héroe consciente de su propia imagen divina, contra los monstruos o pasiones animales, que se encuentran en su ciclo zodiacal evolutivo, como residuo de su propio pasado con el cual debe enfrentarse para superarlo.
Es la lucha de Mitra (El Sol), la Divinidad-Luz de la última época de la región iránica, contra el Toro (Tauro) que es emblema de la naturaleza animal (léase Octavo Grado), a quien mata y transmuta para absorber sus cualidades positivas. Es la lucha tanto en la Naturaleza como en la vida; la Luz, el Poder Supremo, ahuyenta las tinieblas y la oscuridad. Ante su claridad, el misterio de la noche huye llevando consigo los temores y el cansancio que se apoderan de nuestro organismo cada vez que anochece.
Y en la medida en que se haga la luz en nuestra mente, se aclararán nuestras preocupaciones y problemas para que nuestra vida sea crecimiento en la Luz.
La ignorancia y el fanatismo sustituyen a la Verdad y a la comprensión en cada uno de nosotros, pero, al dedicarnos al estudio para cultivar nuestra mente, la ignorancia y el fanatismo, tal como lo hicieron los dos asesinos, se lanzan al abismo de la aniquilación. La ambición (compañera de la ignorancia y del fanatismo), que se oculta en la cueva del corazón del hombre, se destruye a sí misma, como lo hicieron Abibalac, el asesino de Hiram, y Judas Iscariote, hasta que un rayo del más puro amor llegue a esa gruta.
Esta versión de la Leyenda de Hiram nos enseñó con total claridad la Ley de Causa y Efecto, como más adelante la explicaremos, y que consiste en: "Con la vara que midiereis seréis medidos".
El Iniciado debe matar en su corazón la ignorancia, el fanatismo y la ambición, sustituyéndolos con sabiduría, tolerancia y altruismo, o con verdad, comprensión y desprendimiento.