Monday, January 20, 2014

Gerard Encausse Papus

Gerard Encausse
Papus

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Gérard Anaclet Vincent Encausse, el médico que fue conocido en los medios ocultistas con el seudónimo de Papus, nació el día 13 de julio de 1.865 en la Coruña, España, a las 7:00 horas de la mañana, siendo hijo de padre francés, el químico Louis Encausse, y madre española de origen gitano, la señora Irene Pérez. En 1.869 la familia Encausse vino a establecerse en París, en el barrio de Montmartre, donde Papus inició sus estudios, primero en el Colegio Rollin y más tarde, a los 17 años, en la Facultad de Medicina de París. Desde muy joven dedicó su tiempo libre al ocultismo. Mientras sus compañeros preferían ocuparse de los problemas políticos de Europa y en leer a todos los autores de la ciencia oficial, Papus pasaba las tardes en la Biblioteca Nacional de París, o en la Biblioteca del Arsenal, estudiando a los autores clásicos de la alquimia y de la cábala, tomando notas de los principales manuscritos tan celosamente guardados desde siglos en estas valiosas bibliotecas.
Papus dice haber sido iniciado por Henri Delaage en 1.882 en la Sociedad de los Filósofos Desconocidos, Orden que habría sido fundada en el siglo XVIII por Louis-Claude de Saint-Martin. Con 17 años de edad, el joven Papus pasó a destacarse en el seno de esta Sociedad por el deseo y la seriedad con que procuraba las llaves de la iniciación. Gérard Encausse obtuvo su nombre místico del libro "Nuctemeron" de Apolonio de Tyana. En este libro hay doce horas simbólicas análogas a los signos del Zodíaco, y a los doce trabajos de Hércules. Representan también los doce pasos de la Iniciación. "Papus" es el primer genio de la primera hora; es el Genio de la Medicina.
En 1.887, a los 22 años, escribiría su primera obra: El Ocultismo contemporáneo. Su Tratado Elemental de Ciencia Oculta, escrito al año siguiente, alcanzó una gran notoriedad en varios países y proporcionó a su autor cierto reconocimiento en los medios ocultistas parisinos. Fundó, en 1.889, el Grupo Independiente de Estudios Esotéricos (GIDEE), transformado más tarde en la Escuela Hermética, destinada a divulgar la espiritualidad y a combatir el materialismo. También editó las revistas L'Initiation y El Velo de Isis, órganos de divulgación del Ocultismo, planetas que giraban en torno al centro radiante de dinamismo que fue su creador Papus.
Trabajó como externo en los hospitales de París y nunca abandonó el ejercicio de la medicina. El 7 de julio de 1.894 defendió su tesis doctoral con el título "La anatomía fisiológica y sus divisiones", recibiendo el título de Doctor en Medicina cum laude, a los 29 años. Su obra posterior, Compendio de Fisiología Sintética, fue igualmente elogiada en los medios académicos. También fue nombrado Oficial de la Academia el 13 de julio de 1890 y Oficial de Instrucción Pública el 22 de junio de 1898.
Al defender su tesis, Papus confesó ser un aprendiz en el arte de curar, pues vislumbraba ya las posibilidades del Ocultismo. Como Paracelso, recorrió varios países de Europa estudiando todo tipo de medicina, la oficial, la de los curanderos, la Inicioopatía, aprendiendo algunos procedimientos desconocidos para la medicina oficial. Practicó la alopatía, la Inicioopatía y la hipnosis, realizando curas consideradas extraordinarias por sus biógrafos. En muchas ocasiones, para efectuar el diagnóstico, observaba en primer lugar el cuerpo astral del enfermo, y procedía a curarlo utilizando la fuerza vital-madre, fuente de equilibrio. De esta forma clasificaba las dolencias como siendo del cuerpo, del astral (alma) o del espíritu. Las dolencias del cuerpo (como fiebres, traumatismos, etc.) pueden, según Papus, ser curadas por la medicina de los contrarios; las dolencias del astral (como la tuberculosis o el cáncer), pueden ser tratadas por la Inicioopatía y el magnetismo; y las dolencias del espíritu (como la epilepsia, la histeria o la locura) pueden ser tratadas por la oración y por la magia, siempre que el mal no sea kármico (deuda espiritual a ser pagada por el enfermo). De esta forma Papus practicaba también la Medicina Oculta, curando a distancia, operando sobre la orina, la sangre o el cabello del enfermo. Cuentan que realizaba a veces diagnósticos insólitos según sus dones de clarividencia y clariaudiencia.
En su obra En el Umbral del Misterio, Stanislas de Guaita escribió de Papus: "joven doctor sumamente erudito y disertador, posee una doble personalidad y ha conquistado la celebridad bajo dos nombres distintos. Sus obras de anatomía y fisiología están firmadas como Gérard Encausse. Sus tratados de magia enarbolan otro nombre. Cerebro enciclopédico y pluma infatigable, saludamos a este joven iniciado que disfraza, que desfigura el tremendo seudónimo de Papus. En realidad, sus obras denotan una superioridad trascendente, por lo que es preciso perdonarle tal nombre. Lo cierto es que los amantes de la teosofía pronuncian el nombre de Papus no sólo sin la menor sonrisa sino con aprecio, con admiración".
Papus se consagró al estudio de la luz astral y de su influencia sobre las dolencias y sus terapias, tal como enseñaba Paracelso, al papel de la mente y sus relaciones con el plano astral y el hombre. Durante largos años dirigió sus investigaciones hacia los fenómenos hipnóticos, espíritas, parapsicológicos, exteriorizaciones de la sensibilidad y del magnetismo. Fundó la Escuela de Magnetismo de Lyon, siendo el Maestro Philippe su director.
Sus estudios del cuerpo astral y del plano astral no tenían como objetivo sólo la cura del cuerpo físico, sino principalmente la cura del alma, esto es, su terapia por la iniciación. Hizo de la famosa divisa del Templo de Delfos: "Conócete a ti mismo", su lema de trabajo iniciático y profesional. Estudió profundamente la antigüedad egipcia y los misterios griegos y romanos, concluyendo que entre ellos la Ciencia y la Iniciación estaban íntimamente asociadas.
La Escuela Hermética, que tuvo como profesores a famosos ocultistas de la época, tales como Satanislas de Guaita, Sedir, Barlet, Peladan, Chamuel, Marc Haven, Maurice Barrès (Academia francesa), Víctor-Emile Michelet, entre otros, tenía como objetivo reclutar miembros para las sociedades iniciáticas dirigidas por Papus y por Satanislas de Guaita (y aún existe hoy en pleno vigor), a través de cursos, conferencias, investigaciones ocultistas y publicaciones. Enseñaban hebreo, cábala, tarot, astrología, historia oculta, magia, medicina oculta, poniendo énfasis en su aspecto menos velado y más científico. Papus es considerado como el divulgador del Ocultismo científico de Louis Lucas, que se basaba en la analogía, método que intentaba explicar lo invisible por inferencia a partir de lo visible.
Papus tuvo como maestro intelectual al marqués Joseph Alexandre Saint-Yves d'Alveydre, y como maestro espiritual, como él mismo afirmaba, al Maestro Philippe de Lyon, a partir de 1.887 y 1.897 respectivamente. Tuvo en su compañero Satanislas de Guaita un incentivador de primera categoría, discípulos póstumos los dos de Eliphas Lévi, Fabre d'Olivet, Saint-Martin y Jakob Böhme.
Practicó también la cábala práctica (En el Umbral del Misterio, S. de Guaita) junto con sus dos principales compañeros, con los cuales buscaba el perfeccionamiento espiritual hasta llegar al conocimiento de la divinidad. El adepto debe conocer toda la teoría de la magia, decía Papus, los materiales usados por los magos, los peligros de la magia a los que se enfrentan los practicantes temerarios, la llave de la magia negra, las trampas del enemigo invisible, el control de las pasiones, la eliminación de los vicios, si realmente el Iniciado desea, sinceramente, convertirse en un Maestro y obtener la Salvación.
Su vida fue una acción constante en todos los planos, luchando contra el materialismo y el ateísmo y divulgando la espiritualidad. Visitó Rusia tres veces, siendo recibido por el Zar.
En 1.914 fue a la guerra como capitán médico, donde contrajo la tuberculosis en el campo de batalla. Falleció el 25 de octubre de 1.916 a los 51 años de edad. Su cuerpo reposa en el cementerio de Père Lachaise (división 93), en París.
Paul Sedir, junto a la tumba de Papus, con ocasión de su entierro, dijo: "Imitemos a este Iniciador, que deseó ser sólo un amigo para nosotros y que fue lo bastante fuerte como para ocultarnos sus sufrimientos y sus disgustos bajo una perpetua sonrisa. Enjuguemos nuestras lágrimas; ellas lo retendrían en las sombras; regocijémonos, como él mismo hizo hace tres días, por volver a ver finalmente cara a cara al Todopoderoso Terapeuta, al auténtico Pastor de las almas, al Amigo eterno, al Bien Amado de quien él fue eterno, al Bien Amado de quien él fue un fiel servidor. Digamos juntos a Gérard Encausse un hasta luego vibrante; démosle, por nuestras buenas voluntades de ahora en adelante indefectibles, la única recompensa digna de tan largas penas que él soportó por nosotros".
NOTAS ANEXAS
Los datos de las notas que siguen provienen del libro escrito por el hijo de Papus, el Dr. PHILIPPE ENCAUSSE:
"Sciences Occultes ou 25 annees d'occultisme occidental - PAPUS, sa vie, son oeuvre". (Ciencias Ocultas o 25 años de ocultismo occidental: PAPUS, su vida, su obra)

PAPUS Y LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
El hijo de Papus dice que su padre comenzó a ocuparse activamente del Ocultismo en 1887.
Papus se hizo miembro en octubre de 1887 de la rama francesa de la Sociedad Teosófica, en la Logia Isis, fundada en París en julio de 1887 bajo la iniciativa de los señores Dramard y Gaboriau. Colaboró en la revista teosófica "El Lotus Rojo", dirigida por F.K. Gaboriau. Esta revista es "una revista de altos estudios teosóficos tendiente a favorecer la aproximación entre Oriente y Occidente bajo la inspiración de H.P. Blavatsky".
Papus fue cofundador de la Logia Hermes de la Sociedad Teosófica en octubre de 1888. Renunció a la misma mediante una carta de fecha 19 de mayo de 1890 dirigida al Presidente de esa Logia. El hijo de Papus dice que su renuncia se debió a que Papus consideraba que los Mahatmas de Blavatsky no eran los únicos depositarios de la Ciencia Sagrada. Que él creía en la existencia de una tradición conservada en los templos del antiguo Egipto, y que se había perpetuado hasta llegar a nosotros.
PAPUS Y LOS GRUPOS INDEPENDIENTES DE ESTUDIOS ESOTÉRICOS
Después de su renuncia a la Sociedad Teosófica, Papus se dedicó a crear los "Grupos independientes de estudios esotéricos" y las primeras Logias Martinistas, cuyos miembros se reclutaban en el seno de los primeros. En un artículo de Papus, publicado en la revista "El Velo de Isis" de febrero de 1891, denominado "Asunto de la Sociedad Teosófica, historia anecdótica por Papus, director de La Iniciación, presidente del Grupo independiente de estudios esotéricos", dice que habiendo sido fundado ya hace un año, este Grupo emitió 42 autorizaciones, con más de 350 miembros, cuenta con un cuartel general, una biblioteca y una sala de conferencias.
En agosto de 1891 ya había emitido 64 Cartas Patente: 17 para Francia y 25 para el extranjero. Cinco de estas Cartas patentes están dirigidas a LA PLATA (Buenos Aires).
Algunos ocultistas franceses que frecuentaron estos grupos fueron: Victor Emile Michelet, Josephin Péladan, Chamuel, Stanislas de Guaita, Albert Poisson, Barlet, Polti, Gary de Lacroze, Coronel de Rochas, Paul Adam, Lemerle, Paul Sédir, Marc Haven, Abel Haatan, Selva, Agustín Chaboseau, Phaneg, Dr. Rozier, Jollivet Castelot y Serge Basset.
ORGANOS PUBLICITARIOS DE LOS GIDEE
Estos Grupos utilizaron como fuente de difusión esotérica las siguientes revistas:
LA INICIACIÓN - revista mensual fundada en octubre de 1888 por Papus cuando tenía 23 años de edad. Han colaborado Barlet, Stanislas de Guaita, Josephin Péladan, Villier de l'Isle-Adam, Catulle Mendés, Julien Lejay, Emile Goudeau, Jules Lermina,Eugéne Nus, Victor-Emile Michelet, Rodolphe Darzens, Mauchel, Polti, Gary de Lacroze, George Montiere, Aleph, el F. Bertrand, Bouvery, René Caillié, Agustín Chaboseau, George Delanne, Jules Doinel, Ely Star, Fabre des Essarts, G.Poirel, A.Robert, Rouxel, H.Sausse, G.Vitoux, Vurgey, Oswald Wirth y muchos otros. La colección completa de esta revista, muy rara en la actualidad, es una enciclopedia invalorable que cubre todos los tópicos del esoterismo occidental. Reapareció en 1945 bajo la dirección de Philippe Encausse, hijo de Papus, continuando hasta nuestros días.
EL VELO DE ISIS - revista semanal editada en París fundada por Papus el primero de junio de 1890, se transformó en mensual y se editó entre 1890 y 1898. Su último número fue el 331 que salió el 9 de noviembre de 1898. En ella escribían los mismos colaboradores de "La Iniciación". Siete años más tarde Papus volvió a reeditarla con una nueva numeración: la nº 1 apareció el 10 de noviembre de 1905 y su último número bajo la dirección de Papus fue el 50, que apareció en diciembre de 1909. Luego cambió de formato y su nuevo director fue Sédir, desde enero de 1910 a enero de 1912. Después le siguió como director Paul Chacornac, que la dirigió hasta agosto de 1914. Cesó de editarse durante la guerra de 1914/1918. Reapareció en 1920 bajo la dirección también de Paul Chacornac. A partir de 1929 colabora René Guenón y rápidamente cesa de ser un órgano de difusión ocultista y se consagra al estudio de las doctrinas metafísicas orientales y occidentales. En 1936 la revista cambió su título, todavía dirigida por Chacornac, y se llamó ESTUDIOS TRADICIONALES.
LA UNIÓN OCULTA FRANCESA - revista editada en Lyon.
OBJETIVOS DE LOS GIDEE
El hijo de Papus cita a uno de los amigos de su padre, PHANEG (su verdadero nombre fue DESCORMIERS, y falleció en 1946), quien, refiriéndose a estos grupos formados por Papus dice de ellos lo siguiente:
  1. Que más tarde estos Grupos serían conocidos como ESCUELA HERMÉTICA o FACULTAD DE CIENCIAS HERMÉTICAS.
  2. Que darían a conocer los principios de la ciencia oculta en todas sus ramas.
  3. Formarían miembros instruidos para todas las sociedades ocultistas: Rose-Croix, Martinistas, Francmasones, Teósofos.
  4. Formarían conferenciantes en todas las ramas del ocultismo.
  5. Estudiarían los fenómenos del espiritismo, del magnetismo y de la magia, teórica y prácticamente.
PAPUS Y LA FACULTAD DE CIENCIAS HERMÉTICAS
Entre los profesores y conferenciantes que se dieron cita en esta Facultad figuraron: Paul Sédir, Serge Basset (agregado de la Universidad), Siséra, Rosabis (Ingeniero de la Escuela Central), Dr. Rozier y Jollivet Castelot (Delegado a la Dirección de estudios alquímicos)
El Consejo de Perfeccionamiento de esta Facultad estaba compuesto por: Charles Barlet, Papus, Marc Haven, Victor Emile Michelet, Serge Basset y Paul Sédir.
OBJETIVOS DE LA FACULTAD DE CIENCIAS HERMÉTICAS
En un pequeño folleto publicado en 1901, Papus dice acerca de esta Facultad:
-Que hace cuatro años ha creado en París, con la ayuda de amigos y colaboradores la ESCUELA SUPERIOR LIBRE DE CIENCIAS HERMÉTICAS con el objeto de:
  1. Formar críticos instruidos en las cosas ocultas, capaces de tratar un tema determinado, de analizar un fenómeno en apariencia extraño, o de comentar un viejo libro de alquimia o hermetismo. A la primera categoría de nuestros alumnos, aquellos que pasan los exámenes, se les exige conocer los primeros elementos de la lengua hebrea y del sánscrito, para encontrar el significado de las palabras en los diccionarios clásicos.
  2. También vienen a nosotros muchas personas interesadas en los fenómenos del hipnotismo, del magnetismo, del espiritismo y de la teúrgia, que en estos momentos causan profunda impresión en el público intelectual de cada país. Para estas personas hemos constituido una enseñanza fácil que permite a los buscadores conocer ya sea el espiritismo, el magnetismo, la teosofía, de encontrar en nuestra escuela un complemento de estudios que sólo nosotros somos capaces de ofrecer gracias a nuestros años de estudio, el renombre de nuestros profesores y de nuestros maestros conferenciantes.
  3. Una tercera sección de estudios está reservada a quienes habrán de convertirse ellos mismos en profesores, bajo las garantías morales de toda fraternidad iniciática.
    Los alumnos diplomados de la Facultad de Ciencias Herméticas se juzgaban capaces de entrar en las LOGIAS MARTINISTAS de París, en número de cuatro:
    1. LE SPHINX (LA ESFINGE), la Gran Logia Madre donde se hacen los estudios generales.
    2. HERMANUBIS, dirigida por Sédir, y donde se profundiza la Mística y la Tradición oriental.
    3. VELLÉDA, que está consagrada al estudio especial de la Francmasonería y del Simbolismo.
    4. SPHYNGE (ESFINGE), reservada sobre todo a las adaptaciones artísticas.
PAPUS Y EL MARTINISMO
El hijo de Papus dice que su padre fue iniciado en 1882 y no en 1883, como han escrito ciertos autores. Y que fue iniciado por HENRI DELAAGE (1825-1882), quien antes de morir le impuso las manos y lo consagró "Superior Incógnito" (S.I.). Es decir, que Papus sólo tenía 17 años cuando fue iniciado.
Robert Ambelain, en su libro "Historia y doctrina del Martinismo" dice que Agustín Chaboseau, Jean Moréas, Charles Maurras y Gerard Encausse se reunían a comer todos los martes en un pequeño restaurante de la riviera. Allí conversaban de todas sus aspiraciones, y pronto se dieron cuenta Papus y Chaboseau, que ambos poseían una filiación Martinista que se remontaba a Louis Claude de Saint-Martin. Dice Ambelain que Chaboseau fue iniciado en 1886 por su tía Madame A. de Boisse-Mortemart.
EL INTERCAMBIO DE FILIACIONES MARTINISTAS
Dice el hijo de Papus que muy poco después de la conversación mantenida en el restaurante, Papus y Chaboseau intercambiaron sus filiaciones Martinistas. Esto quiere decir que se transmitieron mutuamente los signos, palabras y toques confiriéndose el uno al otro la tradición Martinista. Es evidente que antes de este encuentro nunca existió una "Orden Martinista".
La filiación Martinista de Agustín Chaboseau viene de:

1) Louis Claude de Saint-Martin
2) Abbé de la Noue3) Antoine-Marie Hennequin
4) Adolphe Desbarolles
5) Henri de la Touche
6) Madame Amélie de Boisse-Mortemart
7) Agustín Chaboseau
La filiación Martinista de Gerard Encausse viene de:
1) Luis Claudio de Saint Martin
2) Jean-Antoine Chaptal
3) X-Iniciador desconocido: Chaptal murió en 1832, y en ese año Delaage, nacido en 1825, tenía sólo siete años, por lo tanto falta un iniciador en la cadena de Papus.
4) Henri Delaage
5) Gerard Encausse
NACIMIENTO DE LA ORDEN MARTINISTA
Queda bien establecido que ANTES DE PAPUS Y CHABOSEAU NUNCA EXISTIÓ UNA "ORDEN MARTINISTA". El primer Consejo Supremo de la Orden estuvo compuesto por:
  1. Papus
  2. Agustín Chaboseau
  3. Stanislas de Guaita
  4. Lucien Chamuel
  5. Paul Sédir
  6. Paul Adam
  7. Maurice Barrés (reemplazado más tarde por Marc Haven)
  8. Julien Lejay
  9. Montiére
  10. Barlet
  11. Burget
  12. Josephin Péladan (reemplazado más tarde por Victor-Emile Michelet)
 EL MARTINISMO ENTRE 1899 Y 191
En 1899 Papus crea un soberano Delegado General para Inglaterra e Irlanda, con sede en Manchester. Crea un puesto de Inspector Principal en Londres. Crea Delegados Especiales en Southampton, Edimburgo, Glasgow, Dublín y Birmingham.
En 1901 establece un Delegado General en San Pablo, Brasil.
En 1902 crea un puesto de Inspector General en los Estados Unidos. Se produce un debate en el periódico Star of the Magi (Estrella de los Magos) de Chicago. Suprime el puesto de Soberano Delegado General, y lo reemplaza por un puesto de Inspectora general de la Orden, en la persona de MARGARET B. PEEKE, de Ohio, única miembro de la Orden en los Estados Unidos poseyendo el grado de Rose+Croix de la Orden Martinista. Se disuelve el Gran Consejo por un decreto firmado por Papus, Sédir, Jacques Burg, Bielle, Siséra, Phaneg, Sabrus, A. Comte, miembros de la comisión ejecutiva del Consejo Supremo. Da instrucciones en los Estados Unidos relativas a la libertad de los miembros, a la igualdad absoluta de las mujeres y a la gratuidad de las iniciaciones.
En 1903 crea en los Estados Unidos un puesto de Delegado General de la Orden, para 45 estados. También crea un puesto de Delegado General en Nottingham.
En 1904 comienza la publicación del diario "L'Initiateur" (El Iniciador). También crea una delegación en Tlemeen (Algeria).
En 1905 crea un boletín de la Orden en Hungría: "L'Isis" (La Isis).
En 1906 comienza la publicación de "La Iniciación" en Inglaterra, bajo el nombre de INRI.
En 1909 tiene un grave problema con René Guenón. A propuesta de Victor Blanchard, Téder toma la presidencia de la Logia Melquizedec. El diario "The Threshold" se convierte en el órgano de la Orden en los Estados Unidos. El gobierno de San Petesburgo (Rusia) autoriza al representante de la Orden, el Dr. CZINSKI (Punar-Bhava), a dar conferencias sobre ocultismo. Se desarrolla rápidamente el Martinismo en Rusia.
En 1910 el Dr. Czinski es nombrado Soberano Delegado General de la Orden en Rusia. La revista "Isida" se convierte en el órgano oficial del Martinismo en Rusia. El consejero de estado Gregoire Ottonovich de Mébés presidió la apertura de la nueva Logia de San Petersburgo.
En 1911 Víctor Blanchard fue nombrado Soberano Delegado General de las Formaciones Martinistas de las colonias y protectorados franceses de África, Marruecos, Sahara y Abisinia. Se desarrolla en Italia el Martinismo, permitiéndose que los iniciados del segundo grado Martinista ingresen en las Logias y en las cámaras superiores del Gran Oriente Masónico de Italia. En Paris, la Logia Melquizedec Nº 208 se convirtió en la Gran Logia Nº 322.
Fuente:  http://eruizf.com/martinismo/papus/gerard_encausse_papus.html

Louis-Claude de Saint-Martin El Filósofo Desconocido


Louis-Claude de Saint-Martin
El Filósofo Desconocido

Louis-Claude de Saint-Martin

Llamado “El Filósofo Desconocido”, pseudónimo que adoptara en sus escritos, nació en Amboise (Francia), el 18 de Enero de 1743, en el seno de una familia de la nobleza. Fue educado por su padre con la gravedad de costumbres de la época y por su madrastra -pues su madre había fallecido a poco de darle luz-, con ternuras tales que esta impresión sería decisiva en el futuro para todos sus afectos.
Ellas le harían amar a Dios y a los hombres con gran pureza, y su recuerdo sería siempre gratísimo al filósofo en todas las fases de su vida.
Habrá siempre una mujer santamente amada en cada una de las etapas a recorrer.
Su corazón, así dispuesto por el amor, recibió desde las primeras lecturas hechas a la edad en que despuntaba su inteligencia, una impresión y tendencias más decisivas todavía, más internas y más místicas. El libro de Abbadie, “El arte de conocerse a si mismo”, le inició en ese conjunto de estudios de sí mismo y de meditaciones sobre el tipo divino de todas las perfecciones, que sería la gran obra de toda su vida.
Físicamente preparado para los grandes vuelos espirituales, tenía un organismo muy delicado, pero indudablemente predispuesto a la vida del espíritu. A éste respecto dice en su “Mi retrato histórico y filosófico”: “cambié de piel siete veces durante mi niñez, y no se si a causa de éstos accidentes debo tener tan poco de astral”.
Poco se sabe de sus primeros años escolares. Por complacer a su padre y al protector de su familia, el duque de Choiseul, sigue la carrera de derecho, “pero preferiría dedicarse a las bases naturales de la justicia, que a las reglas de la jurisprudencia, cuyo estudio le repugnaba”, afirma su biógrafo M. Gence.
Esto se explica pues a los 18 años ya conocía a los filósofos de moda: Montesquieu, Voltaire y Rousseau, y cuando se ha tomado el hábito de aprender de leyes y costumbres con tales maestros es lógico suponer que Louis-Claude de Saint-Martin oiría con frialdad la palabra de simples profesores de jurisprudencia. En cuanto a la repugnancia que sentía por los códigos y tradiciones de la costumbre aplicadas a la justicia, se explica también por su carácter eminentemente espiritualista.
No obstante continúa sus estudios y se recibe de abogado y siempre por complacencia hacia su padre ingresa en la Magistratura, carrera que abandona seis meses después, a despecho de las perspectivas que ella le deparaba, ya que con la protección del duque de Choiseul le hubiera resultado fácil suceder a un tío suyo que desempeñaba por aquél entonces un puesto de Consejero de Estado.
Ingresa a la carrera de las armas, pese a que detestaba la guerra, no para hacerse una posición o distinguirse en forma llamativa, sino para poder ocuparse de sus estudios favoritos, la religión y la filosofía, evadiéndose así de las doctrinas materialistas de su época que llenaban de alarma su alma tierna y piadosa.
Gracias a la protección del duque de Choiseul, ingresa como subteniente en el regimiento de Foix, que se encontraba de guarnición en Burdeos, aún cuando no tenía instrucción militar alguna.
En aquella ciudad encontró el alimento que su alma pedía: el conocimiento.
En efecto; encuentra allí a uno de esos hombres extraordinarios, Gran Hierofante de iniciaciones secretas: Martines de Pasqualis, portugués de origen israelita, que desde el año 1754 iniciaba adeptos en varias ciudades de Francia, sobre todo en París, Burdeos y Lyon.
Al parecer ninguno de sus alumnos logró el conocimiento total de sus secretos, pues el mismo Louis-Claude de Saint-Martin, que debió ser uno de sus más ilustres discípulos, manifestaba que el Maestro no los encontró suficientemente adelantados como para darles a conocer el supremo secreto.
En esta escuela Martines de Pascualis ofrecía un conjunto de enseñanzas y simbolismos que unidos a ciertos actos de teurgia, obras y plegarias, formaban una especie de culto que permitía ponerse en contacto con las Entidades Superiores.
A este respecto, Louis-Claude de Saint-Martin diría 25 años después que la Sabiduría Divina se sirve de Agentes y Virtudes para hacer conocer el Verbo en nuestro interior, entendiendo por estas palabras a potencias intermediarias entre Dios y el hombre, para lo cual eran condiciones indispensables una gran pureza de cuerpo y de imaginación.
Estos intermediarios serían necesarios hasta tanto el hombre completara el ciclo de evolución, al terminar el cual sería igual a Dios y se uniría a El.
Louis-Claude de Saint-Martin prosigue estos estudios esotéricos en Burdeos desde 1766, y bien pronto despierta en él el deseo de hablar al gran público y de actuar fuertemente sobre las masas.
Siguiendo los deberes de su profesión abandona Burdeos en 1768 para estar de guarnición en Lorient y Longwy, año en el que también su Maestro se traslada a Lyon y París, donde funda nuevas logias.
Esta separación es posiblemente la causa de que Louis-Claude de Saint-Martin abandone la carrera de las armas en 1771, determinación grave en su caso pues implica el bastarse a sí mismo careciendo de medios de fortuna y corriendo el riesgo de disgustar a su padre, lo que felizmente al parecer no sucedió.
Su vocación está ya perfectamente establecida. Él será un Director de almas. De lo alto viene el mandato y su vida se dedicará por entero a ello y a su propio perfeccionamiento.
Se traslada a París, donde bien pronto se pone en contacto con los alumnos de Martines de Pasqualis: el conde D’Hauterive, la marquesa de la Croix, Cazotte y el abate Fournié.
Con los dos primeros persistirá la amistad durante toda la vida por la gran afinidad en sus aspiraciones y especialmente con el conde D’Hauterive, con el que se encuentra desde 1774 en Lyon, ciudad a la que se traslada Louis-Claude de Saint-Martin y en la que Martines de Pasqualis había fundado la Logia de la Beneficencia. En ella siguió un curso de estudios y en compañía de D’Hauterive durante tres años se dedicaron a experimentaciones tendientes a entrar en contacto con los Seres Superiores y lograr el conocimiento físico de la “Causa activa e inteligente”, nombre con que se conocía en esa escuela teúrgica al Verbo, la palabra o el Hijo de Dios.
Por esta época, o sea cercano ya a los treinta años de edad, Saint Martin era ya muy bien recibido en el gran mundo. Se le describe como dueño de una figura expresiva y noble gesto, lleno de distinción y reserva. Su porte anunciaba a la vez el deseo de agradar y el de dar algo. Bien pronto fue muy conocido y buscado en todas partes con gran interés.
Le tocaba actuar en el seno de una sociedad muy mezclada, poco seria y mundana, en la que el rol a desempeñar fue considerable desde el principio.
Nacido en el mundo y amándolo, siempre alegre y espiritual cuando le convenía serlo y habitualmente teósofo grave y humilde con apariencia de inspirado, él gozaba de toda la deferencia que semejante actitud otorga en la sociedad femenina.
Su doctrina, completamente opuesta a la filosofía superficial que reinaba en aquellos días, era justamente la llamada a golpear en los espíritus preparados a oír la gran verdad.
Y mientras iba cumpliendo su misión de director de almas en tan abigarrada sociedad, fructificaban los viejos estudios en largas meditaciones que culminarían en 1775 con la publicación de su obra “De los errores y de la Verdad” publicada en Lyon, con el pseudónimo de El Filósofo Desconocido.
Este libro, refutación de las teorías materialistas en boga en esa época, muestra que la gran fuerza que se manifiesta en el Universo y que le guía, su causa activa, es la Palabra Divina, el Logos o el Verbo. Es por el Verbo, por el Hijo de Dios, que el mundo material fue creado, como así también el mundo espiritual. El Verbo es la unidad de todos los poderes morales o físicos. Es por él, o tal vez emanado de él, que se tiene todo cuanto existe.
Esto último, la teoría de la emanación, provocó la ira de sus adversarios, pero sus amigos, viendo en él un audaz y poderoso campeón del espiritualismo que el siglo quería o parecía considerar como definitivamente perdido, se agruparon a su alrededor con gran deferencia. Este debut parecía revelador de un escritor profundo, y aunque en ese entonces Martines de Pasqualis vivía entre ellos, nada publicaba y por el contrario pasaba enteramente desapercibido. Esto trajo posiblemente la confusión de atribuir a Louis-Claude de Saint-Martin la fundación de la escuela de los Martinistas en Alemania y otros países del Norte, lo que al parecer no fue así, pues se trataba de un conglomerado de logias y santuarios que adoptaron las teorías secretas de Martines de Pasqualis más que las de su discípulo.
Louis-Claude de Saint-Martin fracasó, al parecer, como fundador y en realidad la escuela de los Martinistas debió llamarse Martinesistas para distinguirla de los discípulos de Louis-Claude de Saint-Martin.
No era una obra externa su verdadera misión, sino la ya mencionada de director de almas, a punto tal que de sus escritos y correspondencia íntima se deduce claramente que aparte de su labor de propio perfeccionamiento, era su labor de misionero de la Gran Obra que le estaba encomendada. Y a ella se dedicó lleno de ardor, rico en fuertes convicciones, gozando con prudencia de una juventud bien gobernada, empujado por el éxito y muy bien recibido aún donde no lograba su objetivo o sea la dirección del alma, siendo su propaganda activísima en el gran mundo.
Tenía contacto con innumerables personas en muchas localidades de Francia y en todas ellas existían grupos que efectuaban experimentos psíquicos y de mediumnidad. No era éste el fuerte de Louis-Claude de Saint-Martin y aunque reconocía la realidad de ciertos resultados, prefería su papel de enseñante, que le daba muchas satisfacciones y en algunos casos admirables resultados.
Buscaba sus discípulos entre las personalidades más destacadas en la época, ya fueran hombres de ciencia como el astrónomo Lalande que no lo comprendió, o el Cardenal de Richelieu con quién mantuvo varias entrevistas, pero al que por fin debió abandonar debido a su edad y sordera.
Al duque de Orleans, que se haría celebre pocos años más tarde por la revolución, también lo desechó, pese a que ya en ese entonces era el exponente más elevado de las nuevas ideas que iban a cambiar la faz de Francia.
No se apegaba a los hombres; sólo buscaba las almas que necesitaban su dirección.
En 1778, ya en sus 35 años de vida, se traslada a Tolosa, donde por dos veces su corazón parece querer traicionarlo y apegarse afectivamente, a punto de pensar en el matrimonio. Pero poco tiempo después consideraba ambas experiencias como verdaderas pruebas, de las que había sacado como consecuencia que no había nada en la tierra que pudiera apegarlo y alejarlo de su misión.
Pocos meses permaneció en esta localidad, retornando a París, ciudad a la que llamaba su purgatorio.

El Filósofo Desconocido

Louis-Claude de Saint-Martin es el enlace entre las logias místicas de la pre-revolución francesa y las logias sociales de la época liberal.
Hacia fin del siglo XVIII Francia estaba llena de logias masónicas fundadas por Cagliostro y, cercanas a París, en Versailles, Martines de Pasqualis había fundado las que posteriormente se denominarían de los Filaleteos y Orades Profes. Louis-Claude de Saint-Martin, que espiritualmente se sentía alejado de la masonería, tampoco pudo ponerse en contacto con éstas últimas, pues al parecer se dedicaban a experimentos de alquimia, lo que chocaba a su espíritu amigo de un misticismo puro.
Es en esta época, que corresponde también al alejamiento de su Maestro en viaje a Santo Domingo donde moriría, y en la que Louis-Claude de Saint-Martin es, si no el sucesor reconocido por lo menos el principal iniciador de la doctrina de la escuela, cuando se diferencia la nueva era en que entra. En efecto, dejando a un lado todo el ceremonial y experimentaciones teúrgicas, Louis-Claude de Saint-Martin busca resultados superiores, mediante el recogimiento, la meditación, la oración, que lleven a la unión con Dios.
A este apostolado dedica su existencia entera y a ese fin busca las almas en el gran mundo, los grandes escritores y los hombres de ciencia, convencido de que su palabra directa ganará con más facilidad las almas que con cualquier otro método, ya que tiene a Dios en su ayuda.
No es vanidoso al pensar así; por el contrario, es tan humilde que llega a la timidez y comprende y sabe que necesita tener quién le estimule para dar de sí todo lo que puede. Éste fue el gran mérito de la Marquesa de Chabanais, mujer eminente y a la que siempre estuvo muy agradecido por tener el raro privilegio de ayudar a su espíritu dándole el impulso necesario para elevarlo a mayores alturas.
Es en esta época cuando también toma la dirección espiritual de la Duquesa de Borbón, hermana del Duque de Orleans y madre del Duque de Enghien, del que fue amigo, protegido y huésped habitual cuando habitaba en París.
Sus relaciones abarcan los nombres más famosos de la época. Pasa 15 días en el castillo del duque de Bouillon, donde tiene oportunidad de conocer a Madame Dubarry, a la que aún se trataba como princesa favorita pese a que su reinado hubiese pasado. El duque de Bouillon fue, al parecer, un discípulo dispuesto a las enseñanzas de Louis-Claude de Saint-Martin, lo que es de hacer notar ya que era uno de los pocos amigos bien recibido por el rey Luis XV.
Dice Matter: “Es ésta tal vez la mejor época de su vida. ¡Maravilla ver un gentilhombre de pequeña nobleza y de fortuna mediocre, un simple oficial, sin duda muy estudioso, pero escritor poco conocido aún, desempeñar un rol tan considerable en tan gran número de familias de las mejores del país, llevado tan sólo de sus grandes aspiraciones y de su piedad poco madurada aún!”.
"En general se le escucha con singularidad, pero no se le secunda. Pareciera que en medio de esa sociedad tan sensual, escéptica y materialista, todos desearan luz, pero una luz dulce y agradable, y al encontrarse con una forma algo austera, tal como la presentaba en su primer libro, la rechazaban".
Exigido por sus discípulos a exponer en forma aún más clara su doctrina, publica en 1782 el “Cuadro natural de las relaciones que existen entre Dios, el hombre y el universo”, manifestando en el mismo que las cosas deben ser explicadas mediante la constitución del hombre y no el hombre por las cosas.
Agrega que nuestras facultades internas y escondidas son las verdaderas causas de las obras externas, y así también en el Universo son las potencias internas las verdaderas causas de todo cuanto se manifiesta en el exterior. Lejos de querer ocultar a nuestros ojos las verdades fecundas y luminosas que son el alimento de la inteligencia humana, Dios las ha escrito en todo lo que nos rodea. Las ha escrito en la fuerza viva de los elementos, en el orden y la armonía de todos los fenómenos del mundo, pero aún mucho más claramente en aquello que forma la característica distintiva del hombre. Por lo tanto, estudiar la verdadera naturaleza del hombre y deducir de los resultados que surjan de este estudio la ciencia del conjunto de las cosas, apreciarlas a los rayos de la luz más pura, ése debe ser el gran objetivo del filósofo.
Como el anterior, este libro es poco claro en muchas de sus expresiones, posiblemente debido a las exigencias del secreto comprometido en la escuela de Martines de Pasqualis.
Si bien la crítica poco se ocupó de este nuevo libro, él le valió ser considerado por los Martinesistas como el sucesor natural de su fundador, invitándolo a reunírseles para terminar conjuntamente la obra. Los trabajos de esta Sociedad eran aparentemente conciliar las ideas de Swedenborg con las de Martines de Pasqualis, pero, al parecer, secretamente perseguían fines políticos y el descubrimiento de algunos de los grandes misterios, entre ellos, la piedra filosofal. Louis-Claude de Saint-Martin que bregaba por un espiritualismo puro y que miraba con cierto recelo las operaciones teúrgicas, rechazó la invitación y se dedicó con más ahínco a buscar sus discípulos entre el gran mundo que frecuentaba y entre los sabios de la época.
Él sabía que no se domina sino desde arriba y por ello afinaba su puntería en alto. No pretendía marchar a la cabeza de los sabios, pero sabiendo que no se puede influir a la opinión pública sin éstas, comprendiendo que ésta se gobierna por medio de ellos, deseaba llegar al gran público con los sabios.
Había entre todos un cuerpo ilustre que parecía ir a la cabeza del movimiento filosófico de la época: La Academia de Berlín en la que Mendelsohn, Bailly y Kant habían animado los concursos por medio de sus escritos.
A pedido de Federico el Grande, en 1776, la Academia había planteado una grave pregunta, a saber: “Si es útil engañar al pueblo”, y había repartido el premio entre dos concurrentes que habían enviado conclusiones enteramente opuestas, una de las cuales sostenía audazmente que hay ocasiones en que conviene dejar al pueblo en el error. Las repercusiones de este debate habían sido inmensas, y posiblemente Saint Martin soñaba con una publicidad semejante.
Por lo tanto, al proponer la Academia de Berlín un concurso sobre el tema “Cual es la mejor manera de llamar a la razón a las naciones salvajes o civilizadas que se encuentran libradas a los errores y supersticiones de todo género”, encontró Louis-Claude de Saint-Martin la oportunidad de ocuparse de uno de los errores que a su juicio era el más grave de la época: la substitución de la razón divina por la humana.
Trató la cuestión con toda la profundidad y la importancia que le daba su punto de vista iluminado. Deseaba introducir en el mundo, bajo un ilustre pabellón, la gran doctrina que le preocupaba, la de la profunda ruptura que tenía alejada a la Humanidad de las primitivas relaciones con su Creador.
Su escrito trataba al comienzo de dar una clara definición de la razón y demostrar que para someter a ella a los hombres hay que llevarlos a la condición y a la ciencia primitiva de la especie humana. Esta ciencia fue durante mucho tiempo transmitida secretamente de santuario en santuario, de escuela en escuela, y establecía fuertemente esa espiritualidad que diferencia al hombre de la bestia.
Agregaba que lo que le falta al hombre cuando llega a la tierra para cumplir la ley común de su especie es el conocimiento de un lazo tranquilizador que lo una con la fuente de donde emanó, mediante relaciones evidentes y positivas, y concluía manifestando que los únicos conocimientos que tendrán sobre nosotros sus derechos asegurados son las luces que logremos sobre nuestras primitivas relaciones, y que es en nosotros mismos donde debemos encontrar la clave de esta ciencia, que son los rayos de luz divina que iluminan nuestro interior. Haced reconocer esa divina irradiación, esa relación primitiva entre el hombre y Dios, y se habrá resuelto el problema, barriendo del seno de la Humanidad los errores que cubren la verdad y vueltos a la razón los pueblos que están librados a la superstición. Pero para ello hace falta que aquéllos que deben guiarlos se iluminen los primeros. Mientras se mire a la naturaleza y al hombre como seres aislados, haciendo abstracción del único principio que vivifica a ambos, no se conseguirá otra cosa que desfigurarlos de más en más, engañando a aquellos a quienes se desea enseñar a definirlos.
Pero aunque se adoptara este punto de vista, no habría que imaginarse que un hombre tenga el poder de hacer mucho en favor de otro, pues “así como un árbol no necesita de otro para crecer y dar sus frutos dado que él lleva en sí mismo todo lo necesario para ello, asimismo, cada hombre lleva en sí mismo la forma de cumplir su cometido sin pedir prestado a otro”.
Terminaba con este apóstrofe: “Si el hombre no remonta por sí mismo hasta esta clave universal, nadie sobre la tierra vendrá a depositarla en su mano, y creeré haber respondido en la mejor forma posible si he logrado convenceros de que el hombre no puede responderos”.
Sus contemporáneos juzgaron que no era una respuesta ajustada a la pregunta formulada, a lo que repuso Louis-Claude de Saint-Martin que no había sido su intención dar una contestación en el sentido del racionalismo dominante y que lo que ofrecía era un manifiesto.
Por entonces se planteó en Francia la cuestión del magnetismo de Mesmer ante la Academia de Ciencias de Paris, y habiendo sido designado Bailly entre los miembros de la comisión encargada de la investigación, se apersonó a él con el objeto de combatir las prevenciones que suponía Louis-Claude de Saint-Martin en él, pues aunque no era entusiasta de los descubrimientos de Mesmer a los que miraba como un conjunto de fenómenos magnéticos y sonambúlicos que pertenecían a un orden de cosas inferior, consideraba que eran materia digna de estudio.
No pudo vencer las prevenciones de Bailly, y al juzgar en una de sus cartas la memoria presentada por éste, su juicio fue completamente despectivo, ya que demostraron en el hombre de ciencia poco espíritu investigador y verdaderamente científico.
Estos dos fracasos no influyeron en él y trasladándose a Lyon, continuó en 1785 su obra externa de dirección de almas, y la interna del propio perfeccionamiento.
De Lyon se dirigió a Inglaterra donde tuvo oportunidad de conocer a William Law, ministro anglicano de intenso misticismo con el que tuvo gran amistad. Con el conde de Divonne formaron un terceto de fraternidad mística. En poco tiempo estaba en contacto con la mejor sociedad. Conocía de antemano a la marquesa de Coislin, esposa del embajador francés, la que posiblemente lo introdujo en el gran mundo en el que tuvo oportunidad de dedicarse a su tarea predilecta de propagandista místico, tarea en la que no tenía preferencias especiales pues, durante su estadía en Inglaterra, ocurrió que encontró mayor cantidad de adeptos entre los rusos que entre los ingleses, citando como buenos teósofos al príncipe Alexis Galitzin y a M. Thieman.
Pocos meses más tarde partió rumbo a Italia, país que visitaba por segunda vez, encontrándose en Roma en el otoño de 1787.
Frecuentó también allí el gran mundo, entre el cual varios cardenales, duques y príncipes y es de suponer, pese a que nada se sabe al respecto, que todas esas vinculaciones sólo servían para la búsqueda continua de adeptos.
En junio de 1788 se encuentra en Estrasburgo, ciudad en la que permaneció tres años y a la que se trasladó posiblemente en su deseo de estudiar a fondo las doctrinas de Boehme, que tanta influencia tendrían sobre él posteriormente.
Esta ciudad era la cuna de las experiencias de Mesmer y acababa de ser el teatro de las iniciaciones tan famosas y curaciones milagrosas del conde Cagliostro. Era una ciudad libre e imperial, que se caracterizaba por ser de amplia y cordial hospitalidad, donde se codeaba la juventud aristocrática de Rusia, Alemania y Escandinavia, con la de Francia y un Metternich con Galitzin y Narbonne.
Allí se encontró con una de sus dilectas discípulas: la princesa de Borbón, a la que sacrificaba gustoso horas de recogimiento que tanto amaba; pero lo que es más, encontró una nueva fuente de espiritualidad que le abrieron el filósofo Rodolfo Salzmann y una dama, madame de Boecklin, al iniciarlo en el estudio del iluminado Jaques Boehme decidiéndolo a que aprendiera el alemán, ya que las traducciones inglesas y francesas no podían darle ninguna idea de cuanto encerraban los originales.
Con madame de Boecklin, Salzmann, el mayor de los Meyer, el barón de Razenried, madame Westermann y otra persona cuyo nombre no menciona, formaron un grupo muy unido, al que seguramente se acercaron muchísimos más. Pero de todos ellos es Madame Boecklin a quien Louis-Claude de Saint-Martin gusta de atribuir el más fecundo suceso en su vida de estudios: el conocimiento de la doctrina del teósofo Jacobo Boheme. Y así como puso a este filósofo por encima de todos sus maestros, así también puso a Madame de Boecklin por sobre todas sus amigas.
Por todo esto Estrasburgo se transforma en su paraíso; y por la tragedia que atravesaría Francia, París sería su purgatorio.
Madame de Boecklin tuvo el privilegio de exaltar la espiritualidad de Louis-Claude de Saint-Martin en tal forma cual nadie supo hacerlo hasta entonces. Los tres años que Louis-Claude de Saint-Martin pasó en Estrasburgo son decisivos en su vida, pues desarrollaron considerablemente su capacidad en materia científica, histórica, filosófica y crítica.
Conoce, a poco de estar en ella, a un sobrino de Swedenborg llamado Silferhielm en circunstancias en que aún Louis-Claude de Saint-Martin continuaba los estudios sobre el visionario sueco y, aconsejado por él, escribe una nueva obra titulada “El nuevo hombre”.
Algo más tarde, y deseoso de desviar a su amiga la Princesa de Borbón de ciertas prácticas que la perjudicaban, escribió otro libro que tituló “Ecce Homo”, en el que se hace referencia a las falsas misiones y falsas manifestaciones, indicando con esos nombres la clarividencia y las curas maravillosas del magnetismo por una parte y las apariciones de los elementales que se valen de ellas para llevarnos por un camino equivocado, por la otra.
La estadía de Louis-Claude de Saint-Martin en Estrasburgo resultó de enorme importancia, pues al profundizar los estudios sobre Boehme su espíritu se desenvolvió aún más, ya que en ese ambiente de libre discusión adquirió nuevas disciplinas de estudio y mayor amplitud de miras, y pudo así, alejado del drama que se gestaba en Europa, comparar sus ideas y las de sus maestros con las de los filósofos contemporáneos, con Kant a la cabeza.
En 1791 Louis-Claude de Saint-Martin, llamado por su padre que se encontraba gravemente enfermo, debe abandonar Estrasburgo para trasladarse a Amboise, su infierno, como él lo llamaba. Infierno de hielo, pues la indiferencia del ambiente hacia el ideal que él profesa le provoca un gran sufrimiento. Es ésta una de las pruebas más terribles que debe soportar pues al alejamiento de sus amigos y sobre todo de Madame de Boecklin, debe agregar la soledad espiritual en que se encuentra. Pasados algunos meses, ya en 1792, comprende que es una nueva prueba a la que es sometido y se resigna.
La publicación de las dos obras antes mencionadas le lleva varias veces a París en ese año en el que también comienza la correspondencia con su amigo Kirchberger de Liebisdorf, que le serviría de gran consuelo y al mismo tiempo obraría sobre él como impulso hacia nuevos estudios místicos y la continuación e intensificación de los estudios sobre los escritos de Boehme.
Este noble, miembro del Consejo soberano de Berna y de varias comisiones cantonales y municipales, hombre de mucho espíritu, muy instruido y de viva curiosidad, que sentía hacia Louis-Claude de Saint-Martin una sincera admiración, significó para éste el mejor de sus discípulos, y la correspondencia que con él cambiaba era uno de sus asuntos al que atribuía la mayor importancia.
Serviría también de gran distracción y le ayudaría a olvidar los años dichosos pasados en Estrasburgo, los que contrastaban aún más con los tiempos dificilísimos que transcurrían. Francia se debatía en el terror y pese a ello jamás Louis-Claude de Saint-Martin tuvo el menor pensamiento de abandonar su país. “Se le pinta dueño de una impasibilidad estoica, con una plena confianza en la protección divina, calmo y radiante, viendo la mano de la Providencia caer pesadamente sobre la dinastía y el país, sobre las instituciones envejecidas, pueblo y jefes enceguecidos” (Matter).
“Esperando siempre en nombre de esas leyes eternas cuyo estudio había preferido al de la jurisprudencia vulgar, la mirada elevada hacia un horizonte superior y desde un plano muy distinto al de la multitud, atravesó los años de la revolución, profundamente emocionado, pero sin la menor turbación. Meditaba los mismos problemas, proseguía con la misma misión y conservaba las mismas amistades” (Matter).
“Mientras que otros filósofos, gentes de letras y hombres de Estado y de guerra daban la espalda con espanto a los acontecimientos, plenos de terror, él no veía más que principios que no debían ser confundidos con accidentes” (Matter).
En 1793 dos golpes rudos le esperan: la muerte de su padre, que le afecta no obstante ser esperada, y la del rey de Francia, que lo había hecho Caballero de San Luis por manos del Príncipe de Montbarey en 1789.
Para culminar, en ese año, su correspondencia con Estrasburgo aparece como sospechosa a las autoridades, y con la más grande de las penas y a fin de evitarle trastornos a su amiga la condesa de Boecklin debe suprimir lo que era tan caro a su alma.
Después de pasar una temporada en el castillo de la Princesa de Borbón, regresa a Amboise por asuntos relacionados con la sucesión de su padre. Es éste un lugar de calma comparado con la tormenta que ruge en París, ciudad a la que no podía regresar en virtud del decreto sobre las castas privilegiadas que le afectaba personalmente por haber nacido noble. En Amboise es querido y se le asigna la misión de catalogar los libros y manuscritos retirados de las casas eclesiásticas suprimidas por ley. Acepta esa labor como si se tratase de una misión importante y aprovechable para su espíritu, y no se equivocó, pues le proporcionó goces deliciosos a su corazón como cuando leyó la vida de la hermana Margarita del Santo Sacramento, al comprobar el magnífico desarrollo espiritual por ella logrado.
Su trabajo fue tan bien apreciado por las autoridades que se le designó representante del distrito ante la escuela Normal, cargo que también aceptó, ya que como ciudadano estaba siempre dispuesto a prestar apoyo al país “mientras no se trate de juzgar o matar los seres humanos”.
Se trataba de que ciudadanos eminentes de cada distrito hicieran una especie de entrenamiento en la escuela Normal a fin de darse una idea del tipo de instrucción que se deseaba generalizar entre el pueblo, y una vez adquirida esta experiencia dichas personas serían las indicadas para formar los futuros instructores.
Louis-Claude de Saint-Martin tiene en esa época más de 51 años y pese a que le choca un poco la misión desde ciertos puntos de vista, acepta en el convencimiento de “que todo está ligado en nuestra gran revolución en la que se me da la oportunidad de ver la mano de la Providencia; de tal modo nada hay de pequeño para mí y aunque no fuese más que un grano de arena en el vasto edificio que Dios prepara a las naciones, no debo hacer resistencia cuando se me llama”. “El principal motivo de mi aceptación”, prosigue diciendo Louis-Claude de Saint-Martin en una carta a su amigo Liebisdorf, “es el pensar que con la ayuda de Dios puedo esperar que con mi presencia y mis plegarias, llegue a detener una parte de los obstáculos que el enemigo de todo lo bueno ha de sembrar en esta gran carrera de la enseñanza que va a abrirse y de la que puede depender la felicidad de tantas generaciones”.
“Esta idea me resulta consoladora y aún cuando no consiguiera desviar más que una sola gota del veneno que ese enemigo tratará de echar sobre la raíz misma de ese árbol que ha de cubrir de sombra todo mi país me sentiría culpable de retroceder”.
No hay duda que una de sus esperanzas era poder hacer proselitismo hacia el ideal de su vida entre los dos a tres mil profesores con los que iba a encontrarse en la escuela, pero su mejor provecho de esta experiencia fue la adquisición de una filosofía metódica que le serviría más tarde para poder servirse de ella contra aquellos que se habían encargado de enseñársela.
Pocas oportunidades tuvo en la Escuela Normal de hablar ante los demás miembros; sólo dos o tres veces y cuando más 5 ó 6 minutos en cada caso. Pero él dejaba todo en manos de la Providencia e insensiblemente iba adquiriendo gran gusto a la discusión metódica, que pudo poner en práctica en lo que se llamaría “La Batalla Garat”, discusión mantenida con el entonces ministro de justicia, ministro del interior y comisario general de la instrucción pública, Garat, que desempeñaba el cargo de profesor de análisis del entendimiento humano, en la Escuela Normal, y con el que mantuvo un debate que hizo sensación tratando de establecer la existencia en el hombre de un sentido moral y la distinción entre las sensaciones y el conocimiento.
Todas sus ilusiones puestas en la Escuela Normal fracasaron, y ésta se disolvió en 1795, sin haber alcanzado los objetivos propuestos.
Habituado ya a discurrir con método filosófico y siguiendo las inspiraciones de su conciencia, deseoso de llevar a los debates propios de la época palabras de espiritualidad dedicadas a demostrar que la finalidad de la vida y la salud del cuerpo social está en las vías espirituales, publicó su “Carta a un amigo sobre la Revolución Francesa” en 1795, seguida por “Claridad sobre la asociación humana” en 1797, y un tercer libro en 1798 titulado “Cuales son las instituciones más apropiadas para fundar la moral de un pueblo”.
El fondo de estas publicaciones es el siguiente: aún cuando simpatizando con las causas profundas y justificables del movimiento revolucionario, Louis-Claude de Saint-Martin propone principios que los organismos de la revolución estaban lejos de admitir. No se detiene Louis-Claude de Saint-Martin en la forma exterior de los gobiernos, ya sean republicanos, monárquicos, aristocráticos o mixtos; busca más profundamente las condiciones de una asociación legítima y ellas le parecen posibles de subsistir bajo todas las formas políticas. Él desecha una idea muy corriente en aquella época que la asociación está fundada en la necesidad de garantirse mutuamente el goce de la propiedad y demás ventajas materiales que de ella dependen, y busca el origen de esta asociación en un pensamiento que debe ser sabio, profundo, justo, fértil y bondadoso; este origen es ante todo providencial. A los ojos de Louis-Claude de Saint-Martin, el hombre ha descendido de un estado superior a una situación en la que se encuentra rodeado de tinieblas y miserias; todos sus esfuerzos actuales deben tender a levantarse de esa caída y todo el trabajo de la Providencia no tiene otro objeto que facilitarle esa tarea.
Por lo tanto las diversas asociaciones humanas deben constituirse con la misma finalidad y sostenerse dentro de ese mismo espíritu, bajo pena de ser desaprobadas por la sabiduría divina.
Su gran objetivo, su Gran Obra era, sin embargo, siempre la misma: estudiar la vida espiritual del hombre tomado en su perfección ideal o más bien en su primitiva naturaleza; tomarlo en las relaciones puras con la causa primera del mundo espiritual, y enseñarle a aquellos que tienen orejas para oír el arte de llevarlos a esa perfección.
Era ese, a su juicio, el único estudio que realmente merecía toda la atención de los hombres y como a su parecer Boehme era el mejor maestro en esa ciencia, continuamente volvía su atención a los escritos del gran místico alemán. Estos estudios le llevaron a la conclusión de que ambas escuelas, la de Boehme y la de Martines de Pasqualis se completaban a la perfección.
Por entonces había podido reanudar su correspondencia con Madame de Boecklin, y continuaba siempre la de su gran amigo y discípulo Liebisdorf.
Su situación económica era bastante difícil, no obstante lo cual continuaba siendo generoso y manteniéndose siempre sereno, confiado en los designios de la Providencia.
El 7 de febrero de 1799 pierde a su amigo Liebisdorf, cuya desaparición deja en el alma de Louis-Claude de Saint-Martin un vacío irremplazable, y su único consuelo es siempre volver a los escritos de Boehme, de quién traduce tres obras, a saber: “La Aurora Naciente”, “La Triple Vida” y “Los Tres Principios”.
En 1800 publica un volumen titulado “El espíritu de las cosas” en el que el autor busca la razón más profunda de las cosas que llaman nuestra atención, ya sea en la naturaleza como en las costumbres, etc. La idea fue sugerida por una obra de Boehme titulada “Signatura Rerum”.
En 1802 publica un libro titulado “El Ministerio del Hombre - Espíritu”, en el que exhorta al hombre a comprender mejor el poder espiritual de que es depositario y a emplearlo en la liberación de la Humanidad y de la naturaleza.
Ya en 1803 comienza a sentir los mismos síntomas de la enfermedad que llevara a la tumba su padre. El no teme a la muerte y llama a su enfermedad “spleen”, aclarando que no es el “spleen” inglés que hace ver todo negro y triste, pues el de él, por el contrario, tanto interior como exteriormente lo vuelve todo color de rosa.
Un ataque de apoplejía puso dulce fin a una dulce existencia, dejándole aún algunos minutos para orar y dirigir emotivas palabras a sus amigos que acudieron de inmediato.
Les exhortó a vivir en fraternal unión y con la confianza puesta en Dios, y pronunciando estas palabras, expiró el místico a quién M. de Maistre llamara “el más instruido, sabio y elegante de los filósofos”.
Dice su biógrafo Matter: “Podía cerrarse su carrera; había visto las cosas más grandes que puedan verse en tiempo alguno; había pasado serenamente por duras pruebas y había cumplido grandes trabajos. Ni la gloria del mundo ni la fortuna le habían pertenecido en vida y a sus ojos nada hubieran significado. Pero había gustado los más profundos y dulces de los gozos; amado de Dios y de los hombres, había amado mucho él también y siempre esperó más del porvenir que del presente”.
Amó su obra y no esperó nunca el pago en la tierra. Así lo decía con propias palabras: “No es en la audiencia donde los defensores oficiales reciben el salario correspondiente a los pleitos; es fuera de la audiencia y después que ha terminado”. “Esa es mi historia y así también es mi resignación de no ser pagado en este bajo mundo”.
En su libro titulado “Retrato”, expresaba: “No he tenido más que una sola idea y me propongo conservarla hasta la tumba, y es que mi última hora es el más ardiente de mis deseos y la más dulce de mis esperanzas”.
He aquí el código moral de Louis-Claude de Saint-Martin mediante cuyas reglas el alma llega a unirse con su Creador:
  • 1a.- Tú eres hombre y por tanto no olvides jamás que representas la dignidad humana. Respeta y haz respetar la nobleza; es ésta tu misión más general y alta sobre la tierra.
  • 2a.- Es dentro de ti mismo, en la luz que ilumina tu ser, imagen de Dios y no en los libros que no son otra cosa que las imágenes del hombre, donde encontrarás las reglas que deben guiar tu vida.
  • 3a.- Vela sobre esta luz interna y no permitas que se disipe en vanas palabras. Quien vela severamente sobre su palabra, vela sobre sus pensamientos; quien vela sobre su pensamiento, vela sobre sus afectos, y quien vela así, gobierna bien su mente.
  • 4a.- Quien se gobierna bien se deja llevar por Aquél que todo lo guía y nuestra alma es llevada así hasta la meta final del perfeccionamiento mediante la purificación que da el dolor y la fortaleza que otorga el combate incesante, etapa por etapa.
  • 5a.- Él nos hace triunfar en el seno mismo de las tentaciones y por medio de ellas. Son las tentaciones el medio más vivo que tiene Dios para guiarnos, pues sucumbimos a ellas cuando nos guía el espíritu mundano, y nos alejamos cuando es el espíritu divino el que nos guía.



Páginas de Louis-Claude de Saint-Martin
  1. Aforismos
Sumario de las Instrucciones
  1. Instrucción 01: De la Emanación, De la Creación y de los Números. Instrucción
  2. Instrucción 02: De la Extracción de las Esencias y de la Materia en la Indiferencia.
  3. Instrucción 03: De la Modificación de las Esencias y de las Diversas Propiedades del Triángulo.
  4. Instrucción 04: De la Explosión de las Formas y de la Necesidad del Cuaternario.
  5. Instrucción 05: De las Diferentes Producciones de la Naturaleza y de las Diferentes Formas de este Universo.
  6. Instrucción 06: De la Emanación del Hombre.
  7. Instrucción 07: De la Prevaricación del Hombre.
  8. Instrucción 08: Del Cuerpo del Hombre y de su Pensamiento.
  9. Instrucción 09: De la Reintegración de las Formas.
  10. Instrucción 10: Deseo, Paciencia y Perseverancia. 

Fuente: http://eruizf.com/martinismo/saint_martin/l_c_de_s_martin.html

Saturday, January 18, 2014

El Sermón Del Monte - Capítulo 1 - Emmet Fox

El Sermón Del Monte - Capítulo 1


A mis estudiantes de Gran Bretaña a América, que han sido la inspiración y el estímulo de este libro...
Prefacio
Este libro es la esencia destilada de muchos años de estudios bíblicos y metafísicos, y de las muchas conferencias que he impartido. Hubiera sido tarea más fácil escribir una obra más amplia; pero mi objeto ha sido ofrecer al lector un manual práctico de desarrollo espiritual, y con tal fin he condensado todo lo posible la materia porque, como sabe muy bien todo estudiante, la concisión es indispensable para alcanzar el dominio de cualquier asunto.
Que nadie imagine que es posible asimilar todo el contenido del libro en una o dos lecturas. Es necesario repasarlo muchas veces para comprender a fondo el sentido completamente nuevo de la vida y la gama de valores absolutamente originales que el Sermón del Monte presenta a la humanidad. Sólo entonces se experimentará el Nuevo Nacimiento.
El estudio de la Biblia no es distinto de la búsqueda de diamantes en África del Sur. Al principio, los exploradores hallaban sólo unos pocos en el barro amarillo, felicitándose por su buena fortuna, pensando que eso sería todo lo que verían.
Luego, a medida que iban cavando capas más profundas, llegaron al limo azul y quedaron maravillados al encontrar en un día tantas piedras preciosas como las que antes habían obtenido en un año, y lo que antes les había parecido una gran riqueza ahora resultaba insignificante en presencia del nuevo tesoro.
De igual manera, querido lector, en tu exploración de la Verdad en la Biblia, procura no quedar satisfecho ante los primeros descubrimientos espirituales, los del barro amarillo. Sigue hasta que puedas dar con el rico barro azul que se halla en el fondo. La Biblia, sin embargo, difiere de los terrenos diamantíferos por el hecho sublime de que debajo del limo azul aún quedan en ella más y más estratos. Éstos son cada vez más ricos y esperan el contacto de la percepción espiritual para toda la eternidad.
Sobre todo, mi buen lector, cuando leas la Biblia, afirma constantemente que la Sabiduría Divina te va iluminando.
Es el camino para recibir la inspiración del Todopoderoso.
He seguido la conveniente práctica moderna a la que se acomodan muchos autores de libros metafísicos y que consiste en usar mayúsculas en todos aquellos términos que representen aspectos o atributos de Dios.


Capítulo 1
¿Qué enseñó Jesús?
JESUCRISTO es, sin duda, la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia de la humanidad. Esto hemos de admitirlo; no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si le consideramos hombre, ya le tengamos por el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso. Sea cual sea nuestra interpretación, quedará el hecho incontrovertible de que su vida y su muerte, así como las enseñanzas que se le atribuyen, han influido en el curso de la historia más que las de cualquier otro hombre que jamás haya vivido. Mucho más, incluso, de lo que lo hicieron Alejandro, o César, o Carlomagno, o Napoleón, o Washington. Son muchas las personas influenciadas por sus doctrinas, o al menos, por las que se le atribuyen; se escriben, leen y compran multitud de libros acerca de Él; se pronuncian más discursos (o sermones) sobre su persona que sobre todos los nombres mencionados juntos.
Él ha sido la inspiración religiosa de toda la raza europea durante los dos milenios en que ésta ha dominado y moldeado los destinos del mundo entero —tanto cultural, como social, como políticamente—, y durante el período en que toda la superficie terrestre fue por fin descubierta y ocupada y sus rasgos salientes trazados por la civilización.
Estos hechos lo colocan a El en el primer lugar de la importancia mundial.
No hay, por lo tanto, empresa más elevada que la de inquirir e investigar acerca de Sus ideales.

- ¿Qué enseñó Jesús?
- ¿Qué quiso verdaderamente que creyésemos e hiciésemos?
- ¿Cuáles fueron los fines que albergaba en su corazón?

Y,

- ¿Hasta qué punto logró cumplir estos fines con Su vida y con Su muerte?
- ¿Hasta qué punto ha expresado o representado Sus ideas el movimiento llamado cristianismo, tal como ha existido durante los últimos diecinueve siglos?
- ¿Qué alcance tiene el mensaje que el cristianismo de hoy presenta al mundo?

Si Él volviese ahora,

- ¿Qué diría, en general, de las naciones que se llaman cristianas, y en particular de las iglesias cristianas, de los adventistas del Séptimo Día, de los anglicanos, los bautistas, los católicos, los cuáqueros, los griegos ortodoxos, los metodistas, los presbiterianos, los salvacionistas o los unitarios?
- ¿Qué fue lo que enseñó Jesús?

Éstas son las preguntas que tengo intención de responder en este libro. Me propongo demostrar que el mensaje que nos trajo Jesús tiene un valor único porque es la Verdad, la única explicación perfecta de la naturaleza de Dios y del hombre, de la vida y del mundo, así como de la interdependencia que existe entre ellos. Y lo que es más, encontraremos que Su enseñanza no es una mera apreciación abstracta del universo, lo cual sólo tendría un interés académico, sino que constituye un método práctico para el desarrollo del alma, un método que nos sirve para reformar nuestra vida y nuestro destino, de manera que podamos hacer de ellos lo que queramos. Jesús nos explica lo que es la naturaleza de Dios y lo que es nuestra propia naturaleza; nos habla del significado de la vida y de la muerte; nos enseña por qué cometemos errores; por qué caemos en la tentación; por qué enfermamos y nos empobrecemos, por qué nos hacemos viejos; y, lo que es más importante, nos dice cómo pueden ser vencidos todos estos males, y cómo podemos traer salud, felicidad, y prosperidad verdadera a nuestras vidas y a la vida de los que nos rodean, si ellos lo desean realmente.
Lo primero que tenemos que comprender es un hecho de importancia fundamental, porque significa romper con los puntos de vista ordinarios de la ortodoxia. La verdad es que Jesús no enseñó teología alguna. Su enseñanza es enteramente espiritual o metafísica. El cristianismo histórico, desafortunadamente, ha puesto su mayor atención en las cuestiones teológicas y doctrinales, las que, por extraño que parezca, no tienen nada que ver con la enseñanza evangélica en sí. Mucha gente sencilla se sorprenderá al comprobar que todas las doctrinas y teologías de las iglesias son invenciones humanas, nacidas en la mente de sus autores e impuestas a la Biblia desde fuera. Pero es así. No hay absolutamente ningún sistema teológico o doctrinal que pueda ser hallado en la Biblia; sencillamente ninguno. Personas honradas que sintieron la necesidad de obtener cierta explicación intelectual de la vida, creyendo también que la Biblia era una revelación de Dios al hombre, llegaron a la conclusión de que una debía encontrarse dentro de la otra, y luego, más o menos inconscientemente, se pusieron a crear aquello que querían encontrar. Pero les faltaba la llave espiritual y metafísica. No estaban afirmados sobre lo que podemos llamar Base Espiritual, y en consecuencia buscaron una explicación de la vida puramente intelectual o tridimensional, y es imposible explicar la existencia con semejante criterio.
La explicación verdadera de la vida del hombre descansa en el hecho de su entidad esencialmente espiritual y eterna, y en que este mundo, y la vida que intelectualmente conocemos, no son más que lo que muestra un corte en sección de la verdad completa acerca de él. Y un corte en sección de cualquier cosa —sea una máquina o un caballo— no puede damos ni tan siquiera una explicación parcial de lo que es el todo.
Mirando a un rinconcito del universo —y eso con ojos entreabiertos— y colocándose en un plano exclusivamente antropocéntrico y geocéntrico, los hombres han creado absurdas y horribles fábulas acerca de un Dios limitado y semejante al hombre, que rige su universo tal como un reyezuelo oriental, más bien ignorante y bárbaro, que manejara los asuntos de su pequeño reino. A este ser así creado se le atribuyen toda suerte de flaquezas humanas, tales como la vanidad, la inconstancia, y el rencor. Luego surgió una leyenda forzada e inconsecuente acerca del pecado original, la expiación por la sangre, el castigo infinito por transgresiones finitas, y, en ciertos casos, se añadió una doctrina increíblemente horrible de la predestinación al tormento eterno o a la felicidad eterna. La Biblia no enseña ninguna teoría semejante. Y si estuviera en los objetivos de la Biblia sostener tal cosa, ello aparecería claramente expuesto en algún capítulo u otro, pero no es así.
El "Plan de Salvación" que figuraba con tanta prominencia en los sermones evangélicos y en los libros de teología de la pasada generación, es tan desconocido para la Biblia como lo es para el Corán. Nunca hubo tal plan en el universo, y la Biblia no lo expone en ninguna manera. Lo que ha sucedido es que algunos textos oscuros del Génesis, ciertas frases sacadas acá y allá de las epístolas de San Pablo y unos cuantos versículos aislados de otras partes de las Sagradas Escrituras, han sido entresacados y reunidos por los teólogos para sostener la clase de doctrina que a su parecer debería encontrarse en la Biblia. Jesús desconocía todo esto. Claro está que El no es en modo alguno como Pollyanna o un optimista. Nos advierte, no ya una vez sino muchas, que la obstinación en el pecado trae en verdad muy serias consecuencias, y que el hombre que perdiere la integridad de su alma, aun cuando ganare el mundo entero, resulta extremadamente necio. Por otra parte, nos enseña que somos castigados a causa de nuestros propios errores, o mejor aún, son nuestros propios errores los que nos castigan. Jesús nos enseña también que cada hombre o mujer, por encenegados que estén en lo impuro y malo, tienen acceso directo a un Dios de misericordia, paternal y todopoderoso, quien los perdonará y les proporcionará Su propia fortaleza para ayudarles a descubrirse de nuevo a sí mismos, setenta y siete veces si es necesario.
Jesús ha sido también mal comprendido y mal representado en varias otras maneras. Por ejemplo, no hay ningún fundamento en su enseñanza sobre el cual establecer determinada forma de eclesiasticismo, jerarquía, o tal o cual sistema ritualista. Él no autorizó semejante cosa, y, de hecho, todo el contenido de su pensamiento es definitivamente antieclesiástico. A través de toda su vida pública lo vemos frente a los clérigos y demás oficiales religiosos de su propio país. Por eso ellos se le opusieron y lo persiguieron después, llevados por un instinto de propia conservación —instintivamente sintieron que la Verdad, tal como Él la exponía, anunciaba el fin de su poderío, y más tarde le hicieron matar—. Él pasó por alto la pretendida autoridad que tenían ellos como representantes de Dios; y hacia su ritual y ceremonias no mostró otra cosa que impaciencia y desprecio.
Parece ser que, en materia religiosa, la naturaleza humana está más predispuesta a creer en aquello que quiere que en tomarse el trabajo de escudriñar las Escrituras con una mente abierta. Hombres realmente sinceros, por ejemplo, se han abrogado el papel de guías del cristianismo con los más imponentes y pre-suntuosos títulos, y después se han vestido de hábitos elaborados y magníficos para impresionar así a las gentes, pese a que su Maestro, en el más claro lenguaje, ordenó estrictamente a Sus discípulos que no hiciesen nada de eso "Pero vosotros no os hagáis llamar Rabbí, porque uno solo es vuestro maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" (MATEO 23:8). Denunció a los fariseos como hipócritas.
Jesús, como veremos más adelante, no sancionó nunca la importancia de ceremonias rituales, ni de leyes rígidas, ni de ordenanzas severas de ninguna clase. En lo que sí insistió fue en que cierto espíritu prevaleciera en la conducta de uno, siendo cuidadoso en enseñar sólo principios, sabedor de que cuando el espíritu es recto los detalles lo serán en consecuencia, "la letra mata pero el espíritu vivifica", según lo demostraba el triste ejemplo de los fariseos. Sin embargo, a pesar de esto, la historia del cristianismo ortodoxo se compone en su mayor parte de esfuerzos encaminados a hacer observar a los fíeles toda clase de ritos externos.
Un ejemplo lo tenemos en los puritanos, al querer imponer a los cristianos el sábado de los judíos como día de descanso, a pesar de que las leyes sabáticas eran una ordenanza puramente hebraica. También lo tenemos en los crueles castigos sufridos por los que descuidaban lo referente exclusivamente a la profanación del sábado; y a pesar del hecho de que Jesús no miraba con simpatía la observancia supersticiosa del sábado, diciendo que el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado, e insistiendo en hacer cualquier cosa que creyera oportuno en ese día. A través de Su enseñanza se advierte claramente que el hombre debe hacer de cada día un sábado espiritual, pensando y conduciéndose de una manera espiritual.
Es obvio, pues, que si el sábado hebreo fuera todavía impuesto a los cristianos, como éstos no guardan su observancia sino la del domingo, aún estarían incurriendo en las mismas consecuencias de quebrantarlo.
Muchos cristianos modernos, sin embargo, se dan cuenta de que no hay ningún sistema de teología en la Biblia, a menos que se quiera ponerlo allí de forma deliberada, y han renunciado casi por completo a la teología; pero todavía cuentan con el cristianismo porque sienten intuitivamente que es la Verdad. En realidad, su actitud carece de justificación lógica puesto que no poseen la Clave Espiritual, que hace inteligible la enseñanza de Jesús, y por eso tratan de racionalizar su actitud de diversas maneras. Tal es el dilema de quien no posee ni la ciega fe de la ortodoxia, ni la interpretación espiritual y científica de la Biblia.
Se encuentra sin sostén en todo aquello que no pertenece a la vieja Escuela Unitaria. Si no rechaza del todo los milagros, siente gran incomodidad con respecto a ellos; le desconciertan y quisiera que no apareciesen en la Biblia, se alegraría mucho si los pudiera dejar de lado.
Un bien conocido clérigo ha publicado recientemente una Vida de Jesús que ilustra cuán falsa es esta posición. En este libro el autor concede la posibilidad de que Jesús curase a algunas personas o les ayudase a curarse a sí mismas; pero nada más. Niega rotundamente los otros milagros. Según él, éstos no fueron más que las acostumbradas leyendas que se forman alrededor de todos los grandes personajes de la historia. Cuando ocurría la tempestad en el lago, por ejemplo, los discípulos se hallaban en extremo asustados, hasta que se acordaron de Jesús, y este pensamiento sólo sirvió para calmar sus temores. Este hecho fue exagerado más tarde hasta convertirse en una historia absurda que describía a Jesús mismo andando sobre las aguas para acercarse al barco.
En otra ocasión, sigue el mismo autor, parece que Jesús reformó a un pecador, levantándole de una sepultura de pecados, y esto, años después, llegó a ser una leyenda ridícula en que se relata la resurrección de un muerto. Otra noche, mientras Jesús oraba fervorosamente, su rostro se iluminó con un extraordinario resplandor, y Pedro, que se había dormido, se despertó sobresaltado. Años después Pedro refería, en un cuento confuso, cómo le pareció ver a Moisés en aquella ocasión. Así se creó la leyenda de la Transfiguración, y tal es el origen de otros y otros ejemplos semejantes.
Por supuesto, debemos escuchar con compasión los argumentos sinceros de un hombre que se halla impresionado por la belleza y el misterio de los Evangelios, pero, faltándole la Clave Espiritual, cree sentir que su sentido común y toda la erudición científica de los hombres están en contradicción con el contenido de esos Evangelios. Pero no es tan sencillo. Si los milagros no sucedieron realmente, todo el resto de los Evangelios pierde su significación real. Si Jesús no creyó que fuesen posibles, tratando de llevarlos a cabo —nunca, es cierto, por ostentación, pero sí constante y repetidamente—, si Él no creyó y enseñó muchas cosas en franca contradicción con la filosofía racionalista de los siglos dieciocho y diecinueve, entonces el mensaje de los Evangelios es caótico, contradictorio y carente de todo significado.
No podemos eludir este dilema diciendo que Jesús no estaba interesado en las creencias y supersticiones de su tiempo, y que las aceptó más o menos pasivamente porque lo que le interesaba en verdad era el carácter. Éste es un argumento débil, porque este carácter debe incluir una comprensión de la vida inteligente y vital a la vez. Asimismo debe incluir ciertas creencias y convicciones definidas acerca de las cosas de importancia valedera.
Pero los milagros sí ocurrieron. Todos los hechos que los cuatro Evangelios relatan de Jesús sucedieron, y muchos más. "Muchas otras cosas hizo Jesús, que si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros" (JN. 21:25). Jesús mismo justificó con sus obras lo que la gente estimó ser una extraña y maravillosa enseñanza; pero Él fue aún más lejos y dijo refiriéndose a aquellos que estudian y practican sus enseñanzas: "Las cosas que hago las haréis, y muchas más aún."
Después de todo, ¿qué es un milagro? Los que niegan la posibilidad de los milagros apoyándose en el argumento de que el universo es un sistema de leyes que funcionan perfectamente sin que quepa el más mínimo fallo, están en lo cierto. Pero olvidan que el mundo que conocemos a través de los cinco sentidos, y cuyas leyes son las únicas conocidas por la mayoría de los hombres, no es más que un pequeñísimo fragmento de todo el universo existente en la realidad, y que cada ley está subordinada a otra superior en un sentido de menor a mayor. Ahora bien, el recurrir de una ley inferior a otra superior no es realmente quebrantar la ley, porque la posibilidad de tal cosa cabe dentro de la constitución suprema del universo. Por eso, en el sentido correcto de lo que la violación de una ley implica, los milagros no son posibles. Empero en el sentido de que todas las leyes ordinarias y las limitaciones corrientes de lo físico pueden ser abrogadas y contrarrestadas por algo más alto que las comprenda, los milagros, en el sentido coloquial de la palabra, no solamente son posibles sino que pueden ocurrir y ocurren.
Supongamos, por ejemplo, que un lunes nuestros asuntos se encuentran en tal condición que, humana-mente hablando, es seguro que antes que la semana termine se producirán determinados cambios. Puede tratarse de cuestiones legales, acaso alguna dura resolución judicial o problemas físicos en nuestra salud corporal. Puede que una alta autoridad médica haya decidido que es indispensable una operación muy delicada, o aún más, que estime su deber decir al paciente que no hay esperanzas de que recobre su salud. Ahora bien, si en presencia de tales condiciones el sujeto en cuestión pueden elevar su conciencia por encima de las limitaciones del plano físico —lo cual no es más que una enunciación científica de lo que hacemos cuando oramos— las condiciones de ese plano serán cambiadas, y de un modo del todo imprevisto e imposible normalmente, las trágicas consecuencias esperadas se desvanecerán. La sentencia legal no se pronunciará, el paciente se recuperará en lugar de tener que sufrir la operación o de morir, y las cosas se arreglarán para el provecho de todos.
En otras palabras, los milagros, en el sentido corriente de la palabra, pueden suceder y, en efecto, suelen suceder como resultado de la oración. La oración tiene realmente el poder de cambiar las cosas. Sí, gracias a la oración, las cosas pueden venir en forma muy diferente a como hubieran venido de no haberse orado. No importa cuál sea la dificultad que enfrentamos; no importan las causas que la hayan producido. Suficiente oración barrerá la dificultad; solamente debemos ser perseverantes en nuestra apelación a Dios.
La oración, sin embargo, es al mismo tiempo una ciencia y un arte; y fue a la enseñanza de esta ciencia y de este arte que Jesús dedicó la mayor parte de su ministerio. Los milagros de los Evangelios sucedieron porque Jesús tenía aquella comprensión espiritual que le daba un poder en la oración superior al que nadie había tenido jamás.
Encontramos otro intento de interpretar los Evangelios digno de tomarse en cuenta, que es el de Tolstoi. Éste trató de presentar El Sermón del Monte como una guía práctica de vida, tomando sus preceptos literalmente y pasando por alto la interpretación espiritual de la cual no era consciente; asimismo hizo exclusión del Plano del Espíritu en el cual no creía. Aceptando de la Biblia sólo los cuatro Evangelios y suprimiendo de ellos los milagros, hizo un esfuerzo tan heroico como vano de armonizar cristianismo y materialismo, y, por supuesto, fracasó. Su verdadero lugar en la historia resulta así no el del fundador de un nuevo movimiento religioso, sino el del genio cuyo anarquismo práctico abrió el camino a la revolución bolchevique tal como Rousseau preparó el advenimiento de la Revolución Francesa.
Es la Clave Espiritual lo que revela el misterio del contenido de la Biblia en general, y de los Evangelios en particular. Es esa Clave o interpretación espiritual lo que nos explica los milagros, y nos muestra cómo Jesús los hizo para probamos que nosotros también podíamos hacerlos y libramos así del pecado, de la enfermedad y de las limitaciones. Con esa Clave podemos prescindir de las inspiraciones de la elocuencia, y deshacemos de interpretaciones de la Biblia literales y supersticiosas, y no obstante entender que es ella el más preciado y auténtico tesoro que posee la humanidad.
Desde fuera, la Biblia es una colección de documentos inspirados que fueron escritos a través de siglos por hombres de todos los tipos y en circunstancias diversas. Muy contados de estos documentos que han llegado a nosotros son originales; en su mayoría se trata de redacciones y compilaciones de fragmentos más antiguos, y el nombre de los autores rara vez se sabe con seguridad. Esto, no obstante, no afecta en lo más mínimo al propósito espiritual de la Biblia; sino que en realidad carece de importancia. El libro, tal como lo tenemos, es una fuente inagotable de la Verdad espiritual, no importan los caminos por los que ha llegado a su forma presente. El nombre del autor de un capítulo cualquiera no tiene más interés que el de su amanuense a quien tal vez se lo hubiera dictado. La Sabiduría Divina es el autor, y eso es todo lo que nos importa. La exégesis o alta crítica se ocupa exclusivamente del aspecto externo, de la letra de las Escrituras, pasando por alto su contenido profundo, y tal crítica carece de valor desde el punto de vista espiritual.
El mensaje profundo de la Biblia nos es presentado a través de formas diversas: historia, biografía, así como lírica y otras formas poéticas; pero sobre todo se emplea la parábola para expresar la verdad espiritual y metafísica. En ciertos casos, lo que nunca había sido destinado a ser más que una parábola, fue interpretado literalmente durante algún tiempo; de ahí que a menudo haya parecido que la Biblia enseña cosas en completa contradicción con el sentido común. Un ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Interpretado correctamente, este relato es tal vez la más maravillosa de todas las parábolas. No fue el objeto del autor presentar esta historia como verídica, pero muchos la han tomado así, dando origen a toda una serie de absurdas consecuencias.
La Clave o interpretación espiritual de la Biblia nos libera de todas estas dificultades, dilemas y aparentes inconsecuencias. Al mismo tiempo, nos evita caer en las falsas posiciones del ritualismo, del evangelismo y también del llamado liberalismo, porque nos da la Verdad. Y la Verdad viene a ser nada menos que la sorprendente pero innegable realidad de que todo el mundo exterior —sea el cuerpo físico o las cosas comunes de la vida, los vientos y la lluvia, las nubes, la tierra misma— está sujeto al pensamiento del hombre, y que él puede dominarlo cuando adquiere conciencia de ello. El mundo exterior, lejos de ser una prisión de circunstancias como comúnmente se le supone, no tiene en realidad ningún carácter propio, ni bueno ni malo. Su carácter es ni más ni menos que el que nuestros pensamientos le dan. Es plástico a nuestro pensamiento, cuya forma toma, y ello es cierto, entendámoslo o no, querámoslo o no.
Los pensamientos que a lo largo del día ocupan nuestra mente, nuestro lugar secreto, están modelando nuestro destino hacia lo bueno o hacia lo malo. Verdaderamente, toda la experiencia de nuestra vida no es más que la proyección externa de nuestro pensamiento.
Ahora bien, está en nosotros elegir la clase de pensamientos que albergamos en nuestro receptáculo mental. Acaso sea difícil cambiar el rumbo ordinario de nuestro vicioso modo de pensar, pero puede hacerse. Podemos escoger la índole de nuestros pensamientos —y en efecto, siempre lo hacemos así—, por consiguiente, nuestras vidas son justamente el resultado de nuestra selección mental. Son, por lo tanto, la hechura de lo que nosotros mismos hemos dispuesto, y en consecuencia, existe perfecta justicia en el universo. No existen sufrimientos como consecuencia del pecado original de otro, sino que recogemos la cosecha que nosotros mismos hemos sembrado. Poseemos libre albedrío, pero este albedrío descansa en nuestra selección mental.
Tal es la esencia de lo que Jesús enseñó. Ello es, como veremos, el mensaje fundamental de toda la Biblia, pero no está expresado con igual claridad a través de toda ella. En los primeros fragmentos del libro brilla tenuemente como la luz de una lámpara envuelta en velos, pero a medida que pasa el tiempo los velos van desapareciendo sucesivamente y la claridad de la luz va haciéndose más fuerte, hasta llegar a los pasajes de Jesucristo en que la luz alcanza su máxima pureza y resplandor. La Verdad nunca cambia, lo que cambia es la comprensión que de ella tienen los hombres. A través de los siglos esta comprensión ha ido mejorando. En verdad, lo que llamamos progreso no es más que la expresión exterior correspondiente a la idea cada vez más adecuada y amplia que se van formando los hombres de Dios.
Jesucristo recapituló esta Verdad, la enseñó cabalmente y a fondo, y sobre todo la encarnó, es decir, la demostró en su propia persona. Ahora muchos de nosotros podemos comprender intelectualmente lo que debe significar la plenitud de este mensaje, de lo que sucedería si se llegara a alcanzar una comprensión completa del mismo. Pero lo que podemos demostrar es algo muy diferente. Aceptar la Verdad es el primer paso, pero poco hemos adelantado hasta que no la probemos en nuestras acciones cotidianas. Jesús demostró todo lo que enseñó, hasta la victoria sobre la muerte en lo que llamamos la Resurrección. Por razones que no viene al caso explicar aquí, sucede que cada vez que superamos una dificultad por medio de la oración prestamos una ayuda a toda la raza humana en general, presente, pasada y futura; y la ayudamos a vencer esa misma clase de dificultad en particular. Jesús, al vencer toda suerte de limitaciones a que la humanidad vive sujeta, y en particular venciendo a la muerte, llevó a cabo una obra de un valor único e incalculable y por eso es lícito lla-marle Salvador del mundo.
En una ocasión de su ministerio que estimó conveniente, Jesús quiso reunir y expresar toda su enseñanza en una serie de discursos, que probablemente le llevaron varios días, hablando quizá dos o tres veces al día. Este ordenamiento ha sido comparado en ocasiones y con bastante exactitud, a cierto sistema de escuelas de verano que tenemos hoy día.
Jesús aprovechó aquella oportunidad para hacer un resumen de su mensaje o, lo que es lo mismo, para poner los puntos sobre las íes, como se dice vulgarmente. Es natural que muchos de los presentes tomaran apuntes, los cuales fueron más tarde debidamente reunidos y ordenados como el Sermón del Monte. Cada uno de los cuatro evangelistas recogió material de aquel sermón de acuerdo con sus puntos de vista personales, y es Mateo quien nos da la versión más completa y coherente. La presentación que él nos ofrece es una codificación casi perfecta de la religión de Jesucristo, y es por esa razón que se ha escogido la versión de Mateo como texto fundamental para este libro. Mateo contiene lo esencial; es personal y práctico; es conciso y específico, y no obstante su enseñanza es pictórica de luz. Una vez que el sentido de sus conceptos ha sido debidamente comprendido, no falta sino ponerlos fielmente en práctica para obtener enseguida los resultados. La importancia y el alcance de tales resultados estarán en relación directa a la sinceridad y constancia con que sus instrucciones sean aplicadas. Ésta es una cuestión individual que cada uno tiene que responderse a sí mismo "nadie puede salvar el alma de su hermano, o pagar la deuda de su hermano". Podemos y debemos ayudamos unos a otros en determinadas ocasiones, pero es menester que cada uno de nosotros aprenda a hacer su propio trabajo y a dejar de pecar, antes que pueda sucederle una cosa peor.
Si lo que deseamos realmente es cambiar nuestras condiciones de vida; si realmente queremos transfor-mamos; si de verdad anhelamos la salud, la serenidad y el cultivo espiritual, debemos poner nuestra mira en el Sermón del Monte, porque allí Jesús nos dice lo que tenemos que hacer. La tarea no es fácil, pero estamos seguros de que puede realizarse porque otros lo han hecho. Mas es necesario pagar el precio, y éste consiste en aplicar estrictamente los principios de Jesús en cada aspecto de la vida y en cada hecho cotidiano, tanto si sentimos el deseo de hacerlo como si no, y especialmente en aquellos casos en que nos sentimos inclinados a no hacerlo.
Si estamos dispuestos a pagar ese precio, entonces el estudio de este magnífico Sermón del Monte se convertirá para nosotros verdaderamente en el Monte de la Liberación.

El Sermón Del Monte
La Llave Para Triunfar En La Vida